30/05/2015, 06:43
— Tranquilo. Vos sólo respira, cuando te sientas seguro soltás la cuerda. Ese ciervo está comiendo algo, no se va a mover... ¿Qué está comiendo? — Hogo, mientras acariciaba su larga y amorronada barba, levantó un poco la vista con la intención de ver con más claridad la situación.
La primera presa de su hijo, Hei, debía ser perfecta. No iba a ser que algún depredador natural del ciervo interrumpiera en la escena.
— No importa. Vos sólo respira. ¿Entendiste? —
— Sí. — Respondió con una sorprendente determinación.
— ¿Qué tenés que hacer? — El ya adulto quería estar seguro de que su hijo no cometiera ningún error.
— Respirar y cuando esté seguro suelto la cuerda. — Dijo molesto.
— No sé qué está haciendo ese ciervo, pero parece que es algo para rato. —
Hei bajó el arco y miró a su padre. — No quiero matarlo papá. — Las palabras del novato cazador no sorprendieron a Hogo.
— Si no lo matas hoy no comerás. Un adulto consigue su propia comida, sin ayuda de los demás. —
— Entonces voy a comer vegetales. —
— Hijo, esto no lo hago por mí, lo hago por vos. Entiendo que no quieras matar a un animal, pero entiende que algún día no estaré aquí para protegerte. En el mundo hay gente peligrosa, gente como la que mató a mamá, como la que te hizo esa horrible cicatriz en tu pantorrilla. — Habló y guardó silencio. Hei parecía estar meditando sobre lo que le dijo su padre. No paraba de jugar con la cuerda del arco que descansaba en sus manos. — Debes sentir como se siente matar. Sí, sé que suena mal. Pero debes hacerlo, debes estar acostumbrado a ver sangre, a descuartizar... Ya sabes de lo que te hablo. No me hagas repetir lo que ya dije. —
— Si no lo hago, ¿te vas a enojar? — Preguntó Hei, tartamudeando.
— Nunca te voy a obligar algo que no quieres hacer. Ya tienes 12 años, en el clan del abuelo a esa edad ya podías ejercer como militar. —
— Entiendo. Si quiero matar a los que mató a mamá... — Hogo abofateó a su hijo.
— No te voy a obligar a hacer nada que no quieras hacer. Pero solo hay una cosa que no te voy a permitir; vengarte. —
Hei había visto muy pocas veces a su padre así. La última vez fue cuando se quemó la cabaña dónde vivían. — Sólo matarás cuando sea necesario. La vida es el bien más preciado de toda persona, vos no tenés derecho a arrebatarselo a nadie. Sin embargo, hay algunos casos en los que se puede... No dije nada. — Arrepentido de hablar un poco de más, hizo una brusca e incómoda pausa. — Hei, prométeme por favor que nunca te vengarás. La venganza, la Maldición del Odio, fue lo que llevo a el mundo cambiara. —
— ¿El mundo cambió? ¿Maldición del Odio? ¿Qué no estás me diciendo papá? — Curioso, y a la vez nervioso por lo que se acabó de enterar, preguntó ansioso por respuestas.
— Eso te lo contaré otro día. Pero, por favor, por lo que más quieras, ¡por tu madre!, prométemelo. — Otra vez Hei vio una faceta de su padre que no es común. Estaba triste, emocionado y desesperado. Quería con todo su corazón que su hijo dijiera "Lo haré".
— Lo prometo. — Y así lo hizo. Su padre, ya tranquilo y relajado, invitó a su hijo a que se sentara en el suelo, atrás del árbol dónde se escondían del ciervo. Gustoso, se sentó y se relajó. — Papá, mataré al ciervo. Entiendo lo que me quisiste decir... Te quiero mucho papá. — Se abalanzó hacía su padre y lo abrazó lo más fuerte que pudo. Hogo hizo lo mismo.
— Yo también hijo. — Ambos dejaron escapar unas lágrimas de sus ojos. Hei había comprendido el amor que su padre tenía por él y Hogo estaba orgulloso del comprensivo hijo que engendró.
— Bueno, voy a matarlo. — Después de unos largos segundos, Hei se paró y tomó su arco. Se agachó para tomar la flecha que había preparado anteriormente para así levantarse nuevamente y prepararla. Sin embargo no soltó la flecha, pues notó algo raro. — Papá, ¿el ciervo no escuchó todo el ruido que hicimos? ¿por qué sigue acá? — Preguntó tan curioso como lo hizo antes.
— Estamos cerca del río. El ruido del agua debió haberlo hipnotizado... si te soy sincero no sé qué estoy diciendo... —
Miró avergonzado a su hijo. — Sí, no sé qué le pasa a ese animal. —
Hei sonrió y soltó la cuerda. — Impecable, justo como pensaba. — Hogo halagó a su hijo, pues la fecha había impactado justo en el corazón del ciervo. Mas este nunca se cayó. Se quedó parado ahí, como si no hubiera pasado nada.
— Oh no... — Dejó de tener sus brazos en el pecho, cruzados. Parecía que había pasado algo grave. — Hei tenemos que irnos. — Ordenó.
— ¿Y la flecha? ¿Y el ciervo? — Hei creyó que era normal que un ciervo hiciera eso, había visto a su padre cazar otros animales más pequeños, pero nunca un ciervo.
Y entonces el ciervo cayó y una molesta campana empezó a sonar. — No hay ciervos en el País de la Hierba. — Dijo Hogo, perplejo. — ¡Sígueme! ¡No hay tiempo para preguntas! — Ambos cargaron el equipaje en sus espaldas y comenzaron una rápida carrera.
No mucho después se empezó a escuchar zancadas que no eran ni de Hei o de Hogo.
— Hei, escóndete lo mejor que puedas. — Dijo mientras corrían, preocupados por no chocarse con ningún árbol y que el ente que los perseguía los cazara. — Eso que nos persigue es un mito que había en el clan de tu abuelo; el cazador cazado. Te la explicaré otro día, ahora escapa y escóndete lo mejor que puedas. Controla tu respiración como te enseñé y muévete sin hacer ruido. ¿Entendiste? Yo voy a ir a buscarte dentro de un rato, no te preocupes. —
— Ok. — No tenía mucho que decir, su padre también le había enseñado a no estar nervioso en situaciones como lo eran estas. — Como cuando se quemó la casa. — Hei, ya se había separado de su padre. Subió hasta la copa de un árbol y se sentó. Tranquilo esperó durante unos minutos.
Entonces se escuchó un gran estruendo. Pasados los segundos un muro de viento tiró a Hei de donde estaba, cayendo derriba de una rocas que estaban algo puntiagudas. — ¡Carajo! — Se quejó y se sentó. Pensó sobre lo recién ocurrido mientras masajeaba sus heridas. — La puta madre, ¿que acabó de pasar? — La respuesta a su pregunta no tardó mucho en llegar. Su padre, tal y como había prometido, había encontrado a su hijo. Sin embargo, había un detalle que obligaba que su Hei ponga una cara de horror; Hogo tenía una escalofriante mordida en su vientre y parte de su espalda. Además el pobre hombre estaba bañado en sangre.
— No te asustes Hei. — Por supuesto que la imagen que daba su padre era impactante, nadie se quedaría serio al ver tal cosa.
— Pa… ¿Papá? ¿Qué pasó? —
— Hei. Toma esto. — Caminó lentamente hasta donde estaba Hei, sentado y aterrorizado. — Toma este arco. — El niño, temblando, tomó el simple y rudimentario arco. — A partir de ahora, ese arco que llevas en tus manos, será tu padre. —
— ¿Qué? — Hei estaba más confundido que nunca.
— Ya lo verás. — Acto seguido ejecutó una complicada y larga serie de posiciones manuales. Cabe destacar que Hei nunca vio un Jutsu en ejecución y no tiene la menor idea de lo que Hogo estaba haciendo con sus manos.
Terminó la secuencia formando con sus manos el sello tigre. Casi inmediatamente, un aura verdosa empezó a desprenderse del cuerpo del ya adulto.
Todavía más confundido que antes, observó cómo la misma seguía saliendo del cuerpo de su padre, hasta que en un momento este se desplomó.
Sí, había muerto. Hei no dijo nada, pues no había nada que decir. El alma de su padre había acabado de abandonar su cuerpo. No obstante, la materia de color verde aún seguía flotando en el aire. El chico la analizó y llegó a una conclusión.
— ¿Papá? — La extraña materia empezó a rodear el arco que Hei cargaba en sus brazos. El chico no dudó y lo arrojó al suelo, temía lo peor.
Entonces el arco, que parecía respirar al extraño elemento, empezó a cambiar de forma, color, textura, dureza, tamaño y muchas otras de sus características. Cuando no había más del extraño verde, el arco empezó a vibrar. Pasaron los segundos y aún seguía vibrando. Hei pensó y decidió hacer una cosa, tomar el arco.
Ya en sus manos, el arco dejó de vibrar. No obstante, Hei se desmayó.
…
— ¿Qué carajo acaba de pasar? — Se preguntó a sí mismo cuando despertó.
— Acabas de desmayarte. Has dormido alrededor de dos horas, creo. — Una voz respondió a su pregunta, que no había hablado. El chico mantuvo silencio.
— ¿Hola? — Preguntó con las esperanzas de que se repita el mismo suceso de antes.
— Hei, soy tu papá. Puede que suene descabellado, pero acabo de pasar todo mi ser a este arco que sostienes. Tal vez te preguntes porqué, pero ya habrá tiempo para eso. Ahora debemos actuar rápido, sino todo se echará a perder. Quiero que hasta que no hayamos terminado no me preguntas nada. ¿De acuerdo? —
— Ehmm… Supongo… — Pensó. Parecía que el arco que tenía en sus manos podía leer su mente y comunicarse psíquicamente.
— No sueltes el arco en ningún momento, al hacerlo no podré comunicarme contigo. Es esencial que hagas contacto con el arco. Ponlo en tu espalda, estarás más cómodo. — Hei obedeció lo que dijo el arco al pie de la letra. — ¿Ya lo hiciste? — Parecía que el arco no sentía nada además de la voz de su hijo.
— Sí papá. — Respondió, aliviado.
— Bueno, entonces ahora abrí el primer bolsillo de la derecha de mi mochila. Allí habrá una caja de madera. Quiero que la abras y saques el mapa y la carta sellada. — Hei se estaba por parar para tomar la mochila de su padre, pero vio el cuerpo sin vida delante de él. Su respiración se aceleró. — No te preocupes hijo. Ese de ahí no es más Hogo. Ahora lo soy yo. —Aparentemente el arco también podía sentir lo que sentía Hei.
— Esto es algo perturbador… — Sintió que su padre estaba por castigarlo, recordándole que no había tiempo. Así que inmediatamente se paró y se dirigió hasta el tajo de carne que al comenzar el día era su padre. Siguió los pasos que le dio el arco.
— ¿Ya tienes el mapa y la carta? — Preguntó nuevamente el arco.
— Sí, eso creo. ¿Ahora qué hago? — Miró confundido a los elementos que sustrajo del bolsillo.
— Ve hasta el punto marcado en el mapa. Esa es la Aldea escondida entre la Hierba, Kusagakure. Vos anda y dale la carta al guardia que hay en la puerta, él te dejará pasar. Una vez dentro pregunta por un tal “Kojima Gin”, él es un mayorista de equipamiento ninja. Cuando te encuentres con él dile que eres Hachiman. —
— ¿Hachi-qué? ¿Kusagakure? ¿Ninjas? ¿De qué estás hablando? —
— No tengo la suficiente fuerza para quedarme en el mundo físico durante mucho más tiempo. Si quieres hablar conmigo otra vez, sigue mis órdenes y cuida a este arco como tu bien más preciado. Cuando cambié de contenedor de mi alma no solo pude seguir viviendo durante un tiempo más, he creado un arma mortífera, que sólo tú podrás usar. Hazte fuerte hijo. Odiarás Kusagakure, la odiarás con todo tu corazón. Pero entiéndela, sopórtala, trabaja con ella y colabora. Cuando llegué el momento hablarás conmigo de nuevo y entenderás. Para eso debes hacerte fuerte. Me despido mi amado hijo. —
— ¿Qué carajo acaba de pasar? —
Y así fue como Hei viajó durante días con las provisiones que cargaba en su mochila y alguna que otra liebre que alcanzó con unas de sus flechas usando su nuevo arco. Hei decidió llamarlo Midori, ya que el arco se caracterizaba por el color de chakra de su padre, el verde.
Al llegar a la entrada de Kusagakure se lo paró y registro unos cinco kilómetros antes de llegar. Se le pregunto de que aldea era y que hacía él. Hei se limitó a únicamente entregar la carta.
— Kusa Hachiman. Tiene certificado y todo al día de la fecha. Yo lo escoltaré. — Dijo un hombre vestido con una extraña máscara. Los tres compañeros que iban con él asintieron con la cabeza y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.
— ¿Cuántos años tienes hijo? — Preguntó el hombre.
— 12 años. — Dijo, nervioso, el supuesto “Kusa Hachiman”.
— Lamento lo de tu padre. Supongo que sucedió lo que le pasa a cada miembro de ese clan. Tu padre era el último, ¿verdad? —
— No sé qué estás diciendo. —
— No importa. Supongo que con el tiempo lo descubrirás. Vamos, no podemos dejar que sospechen de nosotros. — Terminó de hablar y cargó al chico en su espalda, para así empezar a saltar de árbol en árbol hasta llegar a Kusagakure. —
Una vez que llegaron, el uniformado abrió las puertas de la aldea y dejó al chico, para así despedirse y volver a su puesto de trabajo.
Hachiman hizo lo que le dijo su padre, buscó al supuesto Kojima Gin. Pero antes admiró las edificaciones, que se levantaban por doquier, y a las masas que se movían por la avenida principal de Kusagakure. Maravillado, primero paseó un poco.
Preguntó en un puesto de ramen sobre el sujeto. — Dirígete al centro, camina dos cuadras a la izquierda… — El amable cocinero, que explicaba mientras preparaba un tazón de ramen, le dio las indicaciones que, aunque no entendió mucho, le sirvieron para llegar hasta su destino.
Llegó a un gran almacén, con todo tipo de armas. Al final de este se encontraba un hombre sentado escribiendo en un cuaderno. El señor tenía arrugas en su cara, era calvo y tenía gran barba blanca. Era la primera vez que Hachiman veía a un anciano en toda su vida.
Un poco fascinado caminó hasta él y le explicó toda su situación. El anciano, que era una persona de pocas palabras, le dio su más profundo pésame y le explico algo que solo una persona que mastica agua no iba a poder entender.
— A partir de ahora tu nombre es Kusa Hachiman. No sé por qué, tu viejo lo quiso de esta manera. Yo en su momento fui un gran compañero de él, pero hace unos años se me presento y me dijo que haga lo que estoy haciendo ahora si se llegara a presentar alguien con tus características. Hay un edificio a unas calles de aquí. Es una construcción muy grande, no te confundirás. Yo no te puedo llevar, tengo trabajo pendiente aquí. Ten, toma estas llaves. — Kojima sacó unas llaves de su cajón y se las entregó a Hachiman. — Vives en el primer piso, departamento B. Si no entiendes como usar algo de tu departamento, pídele ayuda al portero del vestíbulo. Es un hombre muy amable. Ah, casi se me olvidaba. — Del mismo cajón de dónde sacó las llaves, sacó también un sobre. — Todos los meses, el día 15, ven aquí y búscame, te daré un sobre similar a este. Tú, con este sobre, vas al banco más cercano a tu departamento y entregas lo que hay dentro del sobre. Te darán algo que se llama dinero, algo que no te explicaré ahora. Y otra cosa, tu padre también me dijo que cuides bien de tu arco. — Hachiman agradeció con una reverencia al anciano y caminó hasta la entrada. No obstante, antes de salir, el viejo lo llamó para que volviera nuevamente, se olvidaba de decirle algo importante. — Perdóname, me estoy poniendo viejo. — Sonrió, mas Hachiman no. — Entiendo, no tienes buen sentido del humor, no importa. Tu papá me dijo también que te diga que asistas a la academia ninja. Es un lugar donde entrenan ninjas, te recomiendo que vayas mañana pues las clases ya han empezado. Capaz tienes suerte y consigues una vacante. Ahora sí, te puedes ir. — Hachiman salió del almacén de armas ninjas, muy, pero de verdad muy confundido.
La primera presa de su hijo, Hei, debía ser perfecta. No iba a ser que algún depredador natural del ciervo interrumpiera en la escena.
— No importa. Vos sólo respira. ¿Entendiste? —
— Sí. — Respondió con una sorprendente determinación.
— ¿Qué tenés que hacer? — El ya adulto quería estar seguro de que su hijo no cometiera ningún error.
— Respirar y cuando esté seguro suelto la cuerda. — Dijo molesto.
— No sé qué está haciendo ese ciervo, pero parece que es algo para rato. —
Hei bajó el arco y miró a su padre. — No quiero matarlo papá. — Las palabras del novato cazador no sorprendieron a Hogo.
— Si no lo matas hoy no comerás. Un adulto consigue su propia comida, sin ayuda de los demás. —
— Entonces voy a comer vegetales. —
— Hijo, esto no lo hago por mí, lo hago por vos. Entiendo que no quieras matar a un animal, pero entiende que algún día no estaré aquí para protegerte. En el mundo hay gente peligrosa, gente como la que mató a mamá, como la que te hizo esa horrible cicatriz en tu pantorrilla. — Habló y guardó silencio. Hei parecía estar meditando sobre lo que le dijo su padre. No paraba de jugar con la cuerda del arco que descansaba en sus manos. — Debes sentir como se siente matar. Sí, sé que suena mal. Pero debes hacerlo, debes estar acostumbrado a ver sangre, a descuartizar... Ya sabes de lo que te hablo. No me hagas repetir lo que ya dije. —
— Si no lo hago, ¿te vas a enojar? — Preguntó Hei, tartamudeando.
— Nunca te voy a obligar algo que no quieres hacer. Ya tienes 12 años, en el clan del abuelo a esa edad ya podías ejercer como militar. —
— Entiendo. Si quiero matar a los que mató a mamá... — Hogo abofateó a su hijo.
— No te voy a obligar a hacer nada que no quieras hacer. Pero solo hay una cosa que no te voy a permitir; vengarte. —
Hei había visto muy pocas veces a su padre así. La última vez fue cuando se quemó la cabaña dónde vivían. — Sólo matarás cuando sea necesario. La vida es el bien más preciado de toda persona, vos no tenés derecho a arrebatarselo a nadie. Sin embargo, hay algunos casos en los que se puede... No dije nada. — Arrepentido de hablar un poco de más, hizo una brusca e incómoda pausa. — Hei, prométeme por favor que nunca te vengarás. La venganza, la Maldición del Odio, fue lo que llevo a el mundo cambiara. —
— ¿El mundo cambió? ¿Maldición del Odio? ¿Qué no estás me diciendo papá? — Curioso, y a la vez nervioso por lo que se acabó de enterar, preguntó ansioso por respuestas.
— Eso te lo contaré otro día. Pero, por favor, por lo que más quieras, ¡por tu madre!, prométemelo. — Otra vez Hei vio una faceta de su padre que no es común. Estaba triste, emocionado y desesperado. Quería con todo su corazón que su hijo dijiera "Lo haré".
— Lo prometo. — Y así lo hizo. Su padre, ya tranquilo y relajado, invitó a su hijo a que se sentara en el suelo, atrás del árbol dónde se escondían del ciervo. Gustoso, se sentó y se relajó. — Papá, mataré al ciervo. Entiendo lo que me quisiste decir... Te quiero mucho papá. — Se abalanzó hacía su padre y lo abrazó lo más fuerte que pudo. Hogo hizo lo mismo.
— Yo también hijo. — Ambos dejaron escapar unas lágrimas de sus ojos. Hei había comprendido el amor que su padre tenía por él y Hogo estaba orgulloso del comprensivo hijo que engendró.
— Bueno, voy a matarlo. — Después de unos largos segundos, Hei se paró y tomó su arco. Se agachó para tomar la flecha que había preparado anteriormente para así levantarse nuevamente y prepararla. Sin embargo no soltó la flecha, pues notó algo raro. — Papá, ¿el ciervo no escuchó todo el ruido que hicimos? ¿por qué sigue acá? — Preguntó tan curioso como lo hizo antes.
— Estamos cerca del río. El ruido del agua debió haberlo hipnotizado... si te soy sincero no sé qué estoy diciendo... —
Miró avergonzado a su hijo. — Sí, no sé qué le pasa a ese animal. —
Hei sonrió y soltó la cuerda. — Impecable, justo como pensaba. — Hogo halagó a su hijo, pues la fecha había impactado justo en el corazón del ciervo. Mas este nunca se cayó. Se quedó parado ahí, como si no hubiera pasado nada.
— Oh no... — Dejó de tener sus brazos en el pecho, cruzados. Parecía que había pasado algo grave. — Hei tenemos que irnos. — Ordenó.
— ¿Y la flecha? ¿Y el ciervo? — Hei creyó que era normal que un ciervo hiciera eso, había visto a su padre cazar otros animales más pequeños, pero nunca un ciervo.
Y entonces el ciervo cayó y una molesta campana empezó a sonar. — No hay ciervos en el País de la Hierba. — Dijo Hogo, perplejo. — ¡Sígueme! ¡No hay tiempo para preguntas! — Ambos cargaron el equipaje en sus espaldas y comenzaron una rápida carrera.
No mucho después se empezó a escuchar zancadas que no eran ni de Hei o de Hogo.
— Hei, escóndete lo mejor que puedas. — Dijo mientras corrían, preocupados por no chocarse con ningún árbol y que el ente que los perseguía los cazara. — Eso que nos persigue es un mito que había en el clan de tu abuelo; el cazador cazado. Te la explicaré otro día, ahora escapa y escóndete lo mejor que puedas. Controla tu respiración como te enseñé y muévete sin hacer ruido. ¿Entendiste? Yo voy a ir a buscarte dentro de un rato, no te preocupes. —
— Ok. — No tenía mucho que decir, su padre también le había enseñado a no estar nervioso en situaciones como lo eran estas. — Como cuando se quemó la casa. — Hei, ya se había separado de su padre. Subió hasta la copa de un árbol y se sentó. Tranquilo esperó durante unos minutos.
Entonces se escuchó un gran estruendo. Pasados los segundos un muro de viento tiró a Hei de donde estaba, cayendo derriba de una rocas que estaban algo puntiagudas. — ¡Carajo! — Se quejó y se sentó. Pensó sobre lo recién ocurrido mientras masajeaba sus heridas. — La puta madre, ¿que acabó de pasar? — La respuesta a su pregunta no tardó mucho en llegar. Su padre, tal y como había prometido, había encontrado a su hijo. Sin embargo, había un detalle que obligaba que su Hei ponga una cara de horror; Hogo tenía una escalofriante mordida en su vientre y parte de su espalda. Además el pobre hombre estaba bañado en sangre.
— No te asustes Hei. — Por supuesto que la imagen que daba su padre era impactante, nadie se quedaría serio al ver tal cosa.
— Pa… ¿Papá? ¿Qué pasó? —
— Hei. Toma esto. — Caminó lentamente hasta donde estaba Hei, sentado y aterrorizado. — Toma este arco. — El niño, temblando, tomó el simple y rudimentario arco. — A partir de ahora, ese arco que llevas en tus manos, será tu padre. —
— ¿Qué? — Hei estaba más confundido que nunca.
— Ya lo verás. — Acto seguido ejecutó una complicada y larga serie de posiciones manuales. Cabe destacar que Hei nunca vio un Jutsu en ejecución y no tiene la menor idea de lo que Hogo estaba haciendo con sus manos.
Terminó la secuencia formando con sus manos el sello tigre. Casi inmediatamente, un aura verdosa empezó a desprenderse del cuerpo del ya adulto.
Todavía más confundido que antes, observó cómo la misma seguía saliendo del cuerpo de su padre, hasta que en un momento este se desplomó.
Sí, había muerto. Hei no dijo nada, pues no había nada que decir. El alma de su padre había acabado de abandonar su cuerpo. No obstante, la materia de color verde aún seguía flotando en el aire. El chico la analizó y llegó a una conclusión.
— ¿Papá? — La extraña materia empezó a rodear el arco que Hei cargaba en sus brazos. El chico no dudó y lo arrojó al suelo, temía lo peor.
Entonces el arco, que parecía respirar al extraño elemento, empezó a cambiar de forma, color, textura, dureza, tamaño y muchas otras de sus características. Cuando no había más del extraño verde, el arco empezó a vibrar. Pasaron los segundos y aún seguía vibrando. Hei pensó y decidió hacer una cosa, tomar el arco.
Ya en sus manos, el arco dejó de vibrar. No obstante, Hei se desmayó.
…
— ¿Qué carajo acaba de pasar? — Se preguntó a sí mismo cuando despertó.
— Acabas de desmayarte. Has dormido alrededor de dos horas, creo. — Una voz respondió a su pregunta, que no había hablado. El chico mantuvo silencio.
— ¿Hola? — Preguntó con las esperanzas de que se repita el mismo suceso de antes.
— Hei, soy tu papá. Puede que suene descabellado, pero acabo de pasar todo mi ser a este arco que sostienes. Tal vez te preguntes porqué, pero ya habrá tiempo para eso. Ahora debemos actuar rápido, sino todo se echará a perder. Quiero que hasta que no hayamos terminado no me preguntas nada. ¿De acuerdo? —
— Ehmm… Supongo… — Pensó. Parecía que el arco que tenía en sus manos podía leer su mente y comunicarse psíquicamente.
— No sueltes el arco en ningún momento, al hacerlo no podré comunicarme contigo. Es esencial que hagas contacto con el arco. Ponlo en tu espalda, estarás más cómodo. — Hei obedeció lo que dijo el arco al pie de la letra. — ¿Ya lo hiciste? — Parecía que el arco no sentía nada además de la voz de su hijo.
— Sí papá. — Respondió, aliviado.
— Bueno, entonces ahora abrí el primer bolsillo de la derecha de mi mochila. Allí habrá una caja de madera. Quiero que la abras y saques el mapa y la carta sellada. — Hei se estaba por parar para tomar la mochila de su padre, pero vio el cuerpo sin vida delante de él. Su respiración se aceleró. — No te preocupes hijo. Ese de ahí no es más Hogo. Ahora lo soy yo. —Aparentemente el arco también podía sentir lo que sentía Hei.
— Esto es algo perturbador… — Sintió que su padre estaba por castigarlo, recordándole que no había tiempo. Así que inmediatamente se paró y se dirigió hasta el tajo de carne que al comenzar el día era su padre. Siguió los pasos que le dio el arco.
— ¿Ya tienes el mapa y la carta? — Preguntó nuevamente el arco.
— Sí, eso creo. ¿Ahora qué hago? — Miró confundido a los elementos que sustrajo del bolsillo.
— Ve hasta el punto marcado en el mapa. Esa es la Aldea escondida entre la Hierba, Kusagakure. Vos anda y dale la carta al guardia que hay en la puerta, él te dejará pasar. Una vez dentro pregunta por un tal “Kojima Gin”, él es un mayorista de equipamiento ninja. Cuando te encuentres con él dile que eres Hachiman. —
— ¿Hachi-qué? ¿Kusagakure? ¿Ninjas? ¿De qué estás hablando? —
— No tengo la suficiente fuerza para quedarme en el mundo físico durante mucho más tiempo. Si quieres hablar conmigo otra vez, sigue mis órdenes y cuida a este arco como tu bien más preciado. Cuando cambié de contenedor de mi alma no solo pude seguir viviendo durante un tiempo más, he creado un arma mortífera, que sólo tú podrás usar. Hazte fuerte hijo. Odiarás Kusagakure, la odiarás con todo tu corazón. Pero entiéndela, sopórtala, trabaja con ella y colabora. Cuando llegué el momento hablarás conmigo de nuevo y entenderás. Para eso debes hacerte fuerte. Me despido mi amado hijo. —
— ¿Qué carajo acaba de pasar? —
Y así fue como Hei viajó durante días con las provisiones que cargaba en su mochila y alguna que otra liebre que alcanzó con unas de sus flechas usando su nuevo arco. Hei decidió llamarlo Midori, ya que el arco se caracterizaba por el color de chakra de su padre, el verde.
Al llegar a la entrada de Kusagakure se lo paró y registro unos cinco kilómetros antes de llegar. Se le pregunto de que aldea era y que hacía él. Hei se limitó a únicamente entregar la carta.
— Kusa Hachiman. Tiene certificado y todo al día de la fecha. Yo lo escoltaré. — Dijo un hombre vestido con una extraña máscara. Los tres compañeros que iban con él asintieron con la cabeza y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.
— ¿Cuántos años tienes hijo? — Preguntó el hombre.
— 12 años. — Dijo, nervioso, el supuesto “Kusa Hachiman”.
— Lamento lo de tu padre. Supongo que sucedió lo que le pasa a cada miembro de ese clan. Tu padre era el último, ¿verdad? —
— No sé qué estás diciendo. —
— No importa. Supongo que con el tiempo lo descubrirás. Vamos, no podemos dejar que sospechen de nosotros. — Terminó de hablar y cargó al chico en su espalda, para así empezar a saltar de árbol en árbol hasta llegar a Kusagakure. —
Una vez que llegaron, el uniformado abrió las puertas de la aldea y dejó al chico, para así despedirse y volver a su puesto de trabajo.
Hachiman hizo lo que le dijo su padre, buscó al supuesto Kojima Gin. Pero antes admiró las edificaciones, que se levantaban por doquier, y a las masas que se movían por la avenida principal de Kusagakure. Maravillado, primero paseó un poco.
Preguntó en un puesto de ramen sobre el sujeto. — Dirígete al centro, camina dos cuadras a la izquierda… — El amable cocinero, que explicaba mientras preparaba un tazón de ramen, le dio las indicaciones que, aunque no entendió mucho, le sirvieron para llegar hasta su destino.
Llegó a un gran almacén, con todo tipo de armas. Al final de este se encontraba un hombre sentado escribiendo en un cuaderno. El señor tenía arrugas en su cara, era calvo y tenía gran barba blanca. Era la primera vez que Hachiman veía a un anciano en toda su vida.
Un poco fascinado caminó hasta él y le explicó toda su situación. El anciano, que era una persona de pocas palabras, le dio su más profundo pésame y le explico algo que solo una persona que mastica agua no iba a poder entender.
— A partir de ahora tu nombre es Kusa Hachiman. No sé por qué, tu viejo lo quiso de esta manera. Yo en su momento fui un gran compañero de él, pero hace unos años se me presento y me dijo que haga lo que estoy haciendo ahora si se llegara a presentar alguien con tus características. Hay un edificio a unas calles de aquí. Es una construcción muy grande, no te confundirás. Yo no te puedo llevar, tengo trabajo pendiente aquí. Ten, toma estas llaves. — Kojima sacó unas llaves de su cajón y se las entregó a Hachiman. — Vives en el primer piso, departamento B. Si no entiendes como usar algo de tu departamento, pídele ayuda al portero del vestíbulo. Es un hombre muy amable. Ah, casi se me olvidaba. — Del mismo cajón de dónde sacó las llaves, sacó también un sobre. — Todos los meses, el día 15, ven aquí y búscame, te daré un sobre similar a este. Tú, con este sobre, vas al banco más cercano a tu departamento y entregas lo que hay dentro del sobre. Te darán algo que se llama dinero, algo que no te explicaré ahora. Y otra cosa, tu padre también me dijo que cuides bien de tu arco. — Hachiman agradeció con una reverencia al anciano y caminó hasta la entrada. No obstante, antes de salir, el viejo lo llamó para que volviera nuevamente, se olvidaba de decirle algo importante. — Perdóname, me estoy poniendo viejo. — Sonrió, mas Hachiman no. — Entiendo, no tienes buen sentido del humor, no importa. Tu papá me dijo también que te diga que asistas a la academia ninja. Es un lugar donde entrenan ninjas, te recomiendo que vayas mañana pues las clases ya han empezado. Capaz tienes suerte y consigues una vacante. Ahora sí, te puedes ir. — Hachiman salió del almacén de armas ninjas, muy, pero de verdad muy confundido.