Un nudo detrás de la cabeza era el único soporte que necesitaba mi bandera para quedar en su lugar. Pesa, aun no me acostumbro a ella y la gruesa tela a la que se encuentra remachada me protege del contacto directo con aquel frío metal. Pesa, pero pesa más por su significado, un poder más allá de solo portar una placa metálica, un deber que me obliga y me supera al examinar mi reflejo, con la escasa luz que anuncia la cercanía del amanecer. Me miro y las palabras de mi madre, dichas hace semanas, resuenan en mi cabeza, "no eres un ninja", me repite con amargura en el rostro, amargura que me expresan lástima, pero callan algo más, algo que desconozco pero que no presionaré por saber, no intentaré convencerla con lógica, no, lo haré con acciones.
Cruzo el portal de la habitación, miro mi tendido a lado de la cama donde mi madre descansa, habrá pasado tal vez una hora desde que concilió el sueño y verla así, tranquila, reconforta mi corazón. Me acerco e intento besarle la frente con la suavidad de un pétalo, apenas una hoja cayendo, pero su mano me alcanza antes de separarme y roza mi mejilla.
─Que te vaya bien en esta tu primera misión.
Apenas puede verme a través de sus muy entrecerrados ojos y me sonríe con tanto cariño que siento derretirme. Solo logro asentir, ella bendice mi salir con una oración murmurada que ni logro entender y viéndola otra vez caer rendida a los sueños salgo de ahí.
Cierro la puerta del apartamento tras de mí, escucho el mecanismo de cierre hacer su función y la llave del mismo la meto entre mi bandana y su tela, ahí donde el agarre es tan duro que siento que será imposible de sacar cuando quiera volver. Elevo la mirada al cielo, está aclarando, pero mi mente está recapacitando en la misión que viene, limpiar una tienda de antigüedades, debo verme en una calle con quien será mi compañero, un tal Matsuda Shinta, un extraño que seguramente alguna vez vi en la academia, pues somos de la misma generación, pero que mi memoria no recuerda por no haber hecho un solo amigo. Reviso mi indumentaria, el portaobjetos con kunais en mi pierna izquierda, la bandera que aparta mis cabellos de mi rostro y comienzo el andar por esas calles, calles que comienzan a volverse familiares tras un año de recorrerlos, un año llevo ya en este lugar y no puedo evitarme sentir tan extraño.
Llego a la avenida donde deberemos vernos, me detengo un momento a observar el nombre, a veces confundo algunos caracteres, quiero estar seguro si es y entonces veo un rayo de sol tocar el poste, iluminándome a través de la apertura entre dos altos edificios, un supuesto llamado divino a marcar el lugar indicado.
Cruzo el portal de la habitación, miro mi tendido a lado de la cama donde mi madre descansa, habrá pasado tal vez una hora desde que concilió el sueño y verla así, tranquila, reconforta mi corazón. Me acerco e intento besarle la frente con la suavidad de un pétalo, apenas una hoja cayendo, pero su mano me alcanza antes de separarme y roza mi mejilla.
─Que te vaya bien en esta tu primera misión.
Apenas puede verme a través de sus muy entrecerrados ojos y me sonríe con tanto cariño que siento derretirme. Solo logro asentir, ella bendice mi salir con una oración murmurada que ni logro entender y viéndola otra vez caer rendida a los sueños salgo de ahí.
Cierro la puerta del apartamento tras de mí, escucho el mecanismo de cierre hacer su función y la llave del mismo la meto entre mi bandana y su tela, ahí donde el agarre es tan duro que siento que será imposible de sacar cuando quiera volver. Elevo la mirada al cielo, está aclarando, pero mi mente está recapacitando en la misión que viene, limpiar una tienda de antigüedades, debo verme en una calle con quien será mi compañero, un tal Matsuda Shinta, un extraño que seguramente alguna vez vi en la academia, pues somos de la misma generación, pero que mi memoria no recuerda por no haber hecho un solo amigo. Reviso mi indumentaria, el portaobjetos con kunais en mi pierna izquierda, la bandera que aparta mis cabellos de mi rostro y comienzo el andar por esas calles, calles que comienzan a volverse familiares tras un año de recorrerlos, un año llevo ya en este lugar y no puedo evitarme sentir tan extraño.
Llego a la avenida donde deberemos vernos, me detengo un momento a observar el nombre, a veces confundo algunos caracteres, quiero estar seguro si es y entonces veo un rayo de sol tocar el poste, iluminándome a través de la apertura entre dos altos edificios, un supuesto llamado divino a marcar el lugar indicado.