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—¿Es que además de cortito estás sordo? En las Islas del Té, ya te lo he dicho. En este bosque no crece ninguna planta de té, y ahora márchate antes de que pierda la paciencia contigo —le soltó, claramente elusivo. Parecía querer abandonar el tema lo antes posible.
Kazuma retrocedió unos pasos ante la tentativa de una perdida de estribos. Quiso tener la determinación y el aplomo para seguir insistiendo hasta obtener una respuesta satisfactoria, pero unos cuantos hachazos y unas pocas palabras rudas más y terminaría encontrando problemas.
—Entiendo… Me retiro, pues —dijo, fría y serenamente—. Disculpe el incordio y que tenga buenas tardes.
Aquello resultaba problemático, pero no por eso llegaba a ser una excusa para darse por vencido. Por esa razón, en lugar de devolverse a las afueras del bosque, siguió la dirección que llevaba, adentrándose aún más en la espesura.
—Se me agotan las opciones —susurro mientras caminaba.
En su andar pensaba en que el pergamino aseguraba que en los bosques de la región crecía tan esquiva planta; y aun así el hombre del bosque desmentía aquello, asegurando que allí no se daban hojas de té. Por un lado, una persona que pasase sus días allí debería saber con exactitud que hay y que no hay en su bosque; por otra parte, aquel sujeto no estaba dispuesto a colaborar de ninguna forma, por lo que bien podría estar mintiendo para deshacerse de él.
—Por ahora solo me queda una posible resolución —señalo a sí mismo, pensando fríamente—: actuar como si los datos de la misión fuesen verídicos y como si aquel hombre estuviese mintiendo o siendo evasivo.
¿Resultaba una forma innecesariamente compleja de decirse a sí mismo que de todas formas tenía que buscar? Ciertamente, pero en aquel momento era la única certeza a la que podía atenerse.
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Tirada de Percepción 1d10: 3 (Fallo)
Kazuma terminó por retirarse con el rabo entre las piernas. No recibió respuesta alguna del ermitaño, que seguía concentrado en su quehacer partiendo los leños que habrían de servir como combustible para su chimenea durante los gélidos días de invierno que estaban por venir. Si el hombre del bosque mentía o decía la verdad, si podría haberle estirado algo más de la lengua, si podría haberle llegado a convencer de que compartiera algo más de información con él era algo que el shinobi ya no sabría. Pero que había perdido su principal fuente de conocimiento sobre el lugar era algo más que obvio.
Sin embargo, dispuesto a no darse por vencido, Kazuma decidió intentar buscar la codiciada planta del té por sí mismo. Se adentró de nuevo entre los árboles y pronto la vegetación le engulló por completo. Ya no había senderos o caminos que seguir. Aquí y allá, los árboles se alzaban como gigantes con los brazos extendidos hacia el cielo buscando recibir la mayor cantidad de luz posible, mientras que sus pies se enredaban entre diferentes zarzas, arbustos con diversos frutos, hierbas y flores de todo tipo.
¿Qué haría ahora el shinobi?
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Navegando a la deriva en un mar de árboles, su mente divagaba un poco sobre la misteriosa belleza del bosque que hasta entonces no se había molestado en visitar. La gente solía decir que era peligroso, agreste y laberintico. Pero él se sentía relativamente cómodo, le resultaba fácil moverse y sentía bastante claro respecto a donde estaba… Lo único que le podía incomodar era la necesidad de completar su misión.
—Necesito mantenerme en estado de calma y concentración —se advirtió a sí mismo.
Caminaba observando el suelo, tratando de ignorar los arbustos y raíces emergentes en general. Las frutas tampoco eran el objeto de su atención, sino más bien las hierbas y en menor medida las flores. No sabía mucho de las hojas té, pero estaba casi seguro de que crecían a nivel del suelo, junto a la mayoría de las hierbas y flores.
—Si lo que dijo aquel tendero era correcto, las hojas han de ser más o menos de este tamaño —se dijo, verificando la información que le habían dado.
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Tirada de Percepción 1d10: 3 (Fallo)
En el suelo, toda clase de herbáceas, muchas de ellas en flor, salían a recibirle. Desde flores compuestas como margaritas y dientes de león, hasta otras como malvas, achicorias o, incluso, los extravagantes lirios. Entre ellas había hojas de todos los tipos: hojas simples, hojas compuestas, hojas lobuladas, hojas lanceoladas... Sin embargo, ninguna de aquellas plantas tenían las características que buscaba Kazuma, y las hojas que resultaban ser parecidas en forma desde luego no lo eran en tamaño. De hecho, la inmensa mayoría de ellas eran demasiado pequeñas.
Parecía que, mirando al suelo, no iba a encontrar nada.
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24/10/2018, 16:18
(Última modificación: 24/10/2018, 16:18 por Hanamura Kazuma.)
—Este lugar está lleno de vida…, quizás de demasiada vida.
Las profundidades del bosque resultaban ser mucho más frondosas de lo que había anticipado: caminar no le era mucho problema, pero había en el suelo tantas flores, tantos tipos de hojas y hierbas extrañas, que abarrotaban su campo visual y ponían demasiada carga en capacidad de atención.
—Quizás si…
En vista de que el suelo superaba su capacidad de busqueda, el comenzar a observar por sobre su cabeza resultaba una opción bastante viable; el mirar hacia donde la luz del sol se colaba entre las copas de los árboles y en donde los troncos se extendían hacia las alturas.
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Tirada de Percepción 1d10: 4 (Fallo)
La densidad del follaje se iba haciendo mayor según se adentraba en el laberinto forestal. Las ramas sobre su cabeza estaban cada vez más próximas entre sí, y las hojas trataban de acaparar la máxima luz solar posible, hasta el punto de que cada vez impedían más su paso hasta el suelo del bosque. La penumbra le ganaba el pulso a la luminosidad. Y esa sombra permanente permitía el cambio en el paisaje. Kazuma, sin más compañía que el crujido de sus pasos sobre la hierba y las hojas caídas, podría ver en los rincones más sombríos, entre las raíces de los árboles, pequeñas setas asomando entre la floresta, con sombreros rojos como la sangre y con pintas blancas como la nieve, clásicos de los cuentos de hadas y tan apetecibles a la vista. Musgo en la corteza de los gigantes que le rodeaban y alfombras de helechos completaban el paisaje. Más allá, un pequeño riachuelo discurría hacia el noroeste.
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Aquel que dijese que en “el corazón de las cosas hermosas anida la oscuridad”, fue alguien muy prudente: el bosque era un lugar maravilloso, pero a medida que Kazuma se iba adentrando en el mismo, la luz del sol se hacía un bien cada vez más escaso. En respuesta a esto las plantas crecían con mayor ímpetu y voracidad, compitiendo las unas con las otras en su obtención de los preciados destellos.
—Eso es… —Se detuvo, escuchando el cantar del agua sobre las piedras.
Busco hasta dar con un riachuelo, pequeño y escondido. Decidió detenerse en él un momento y sumergir sus pies en el agua. Estaba sudado y pegajoso, puesto que de un área a otra la humedad y el calor habían aumentado muchísimo. Pensó en que no habría problema si se detenía unos segundos para arrojarse agua en el rostro y en los cabellos, y apreciar la rivera y sus exuberantes márgenes.
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Con el firme propósito de refrescarse, Kazuma se aproximó al riachuelo y sumergió los pies en el agua. Tenía calor, pero enseguida se dio cuenta de que ese calor era fruto de la actividad de su propio cuerpo, pues las aguas bajaban con el frío de un otoño que comenzaba a perecer bajo el yugo del invierno. La larga caminata a través del bosque y la humedad del ambiente le había dejado sudoroso y cansado. Y no era para menos.
Se echó agua en el rostro y se remojó el cabello y, mientras miraba a su alrededor fue cuando se dio cuenta de algo. Allí, un poco más allá de la otra ribera del río y en mitad de un pequeño claro, un extraño árbol se alzaba con sus ramas extendidas hacia el cielo, buscando con ansia la luz del sol. A ojo debía de medir unos diez metros de alto, y lo extraño de aquel árbol no era su posición ni su disposición, sino sus hojas, doradas en lugar de verdes, acompañadas de unas florecillas blancas que lucían entre ellas.
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El repentino choque del agua fría contra su rostro no solo lavo su piel, sino que también pareció despejar el polvo aglomerado en sus pensamientos. Se sentó en la orilla y dejo que sus pies se sumergieran en la humilde corriente, sintiendo como a partir de estos se refrescaba la sangre en su cuerpo.
De pronto, con la casualidad llevándole a alzar la vista, se encontró con uno de aquellos misterios hermosos que habitan el bosque. Al otro lado de las aguas, en una mínima área de suelo despejado, se levantaba un árbol de hojas doradas y flores níveas.
—Eso es… es como… —se levantó, abstraído, y comenzó a cruzar el riachuelo.
Aquel árbol se le hacía extrañamente familiar: quizás fuese de un relato en donde un similar de hojas áureas descansaba en medio del desierto, junto a una fuente cantarina; acaso se trataba de aquel mito en donde una especie de planta elevada daba por fruto unas manzanas de oro, en un jardín vigilado por una bestia atroz. Puede que se tratase del recuerdo de una lectura; o puede que lo hubiese soñado y que todo se tratase del recuerdo de un sueño… Lo cierto era que ahora su curiosidad se encontraba encendida, por lo que decidió aplacarla buscando escalar aquel árbol.
—Seguro que recordare algo en cuanto lo haya subido, y si no, al menos obtendré una buena vista —se dijo, mientras se arrojaba a buscar el ascenso.
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Absorto en lo que parecían ser fantásticas ensoñaciones surgidas de cuentos de hadas, el genin de Kusagakure cruzó el riachuelo y se acercó al esplendoroso árbol de hojas doradas. Muerto de curiosidad, y con un objetivo en mente que sólo él debía saber, lo primero que se le ocurrió fue intentar escalarlo sin pararse demasiado a examinarlo.
Sin embargo, pronto se daría cuenta de varios detalles: se trataba de un árbol muy frondoso (el frío del invierno incipiente no parecía estar haciendo mella en él, y apenas había unas pocas hojas esparcidas por el suelo), y el tronco se bifurcaba casi en la misma base para dar lugar a las ramas, mucho más delgadas y frágiles. Era bastante posible que si Kazuma no cejaba en su empeño por subirlo, terminara rompiendo alguna de aquellas ramas y cayendo al suelo en el proceso. Además, aunque consiguiera llegar a la copa, los árboles que crecían a su alrededor eran mucho más altos que él por lo que las vistas no serían muy diferentes que a nivel del suelo. Las hojas del árbol, aparte de aquel inusual color dorado (más intenso en las hojas más viejas y más claro en las nuevas), tenían la típica forma de hoja, con el borde ligeramente serrado y debían medir más o menos diez centímetros de largo y unos cinco de ancho. Las flores, blancas como copos de nieve, se agrupaban de tres en tres y presentaban seis pétalos cada una.
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Intento escalar aquel árbol de oro y blanco, pero al poco de comenzar un doblez y un leve crujido le persuadieron de no seguir en aquello.
Curioso, dio varias vueltas alrededor del árbol. Le sorprendía que con el invierno tan próximo aquella planta rebelde se atreviese a florecer tan bellamente. Recogió una de sus hojas para examinarla: le resultaba bonita, con su color dorado y forma extraña…
—¿Podría ser qué? —Se detuvo y extrajo del interior de su túnica el trozo de papel en donde había esbozado la forma de la planta que buscaba.
Superpuso la hoja que tenía en la mano y el dibujo que había hecho. El suyo resultaba cutre, pero sin duda era la misma planta que necesitaba, la esquiva Camellia sinensis.
—¡Al fin! —se dijo, sintiendo una serena alegría.
Sin perder ni un segundo, se dedicó a recoger todas las hojas caídas que yacían en los alrededores. Sin embargo, la cantidad recolectada resulto ser poca. Necesitaba obtener más, pero debía de proceder con mesura y responsabilidad: podía cortar una rama y deshojarla, pero no se sentía capaz de mutilar la planta que había salvado el objetivo de su misión; también podía intentar subir y sacudir las ramas, pero igual podría terminar rompiéndola o desprendiendo las preciadas flores. Se arrodillo por unos segundos y respiro profundamente, en busca de alguna respuesta, hasta que finalmente dio con algo:
—Necesito un palo —se dijo, para luego alzarse y buscar una rama caída que fuese delgada y larga.
Decidió que improvisaría una especie de tijeras de jardinero, de aquellas largas que se usaban cuando se necesitaba bajar la fruta sin subirse al árbol. En cuanto encontrara aquel palo, utilizaría un poco de hilo shinobi para amarrar el kunai a un extremo, imitando una especie de primitiva y tosca lanza. Una vez que tuviera listo aquello, se acercaría al árbol y estiraría el brazo para para cortar lenta y metódicamente las hojas que estaban a su alcance y que mejor color lucían.
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7/11/2018, 21:17
(Última modificación: 7/11/2018, 21:19 por Moyashi Kenzou. Editado 1 vez en total.)
Kazuma no tardó en darse cuenta de un preciado detalle ¡Aquel no era un árbol cualquiera! Y no sólo por aquel exótico color dorado de sus hojas, sino porque la descripción en cuanto a forma y tamaño era precisamente la que le habían dado. ¡Aquel era el preciado árbol de té que sólo crecía en los bosques del País del Bosque!
Lleno de alegría, buscó un palo con el que improvisar una prehistórica lanza con ayuda de hilo shinobi y un kunai. No tuvo problema alguno en encontrar uno que se ajustaba a la perfección a las necesidades del shinobi, pues el suelo bosque estaba lleno de ramas caídas. Sin embargo, cuando se disponía a cortar las hojas que necesitaba, escuchó una voz a sus espaldas.
—Vaya, vaya, ¡así que al final lo has encontrado! ¡Muchas gracias, chico!
Tras de sí se encontró con dos personas. Ambas de aspecto tosco y faltos de bandana que les identificara como shinobi, por lo que con toda probabilidad debían de tratarse de civiles. El que le había hablado era un hombre pelirrojo, bastante musculado y que sostenía entre sus manos una pesada porra. El otro que le acompañaba, algo más delgado pero igual de fibroso, no llevaba armas consigo pero los músculos de sus brazos hablaban por él.
—Con lo que has tardado ya creíamos que íbamos a tener que volver con las manos vacías... ¡Hatori-san se habría disgustado tanto!
Que le habían seguido y él no se había dado cuenta era un hecho. Aquel día, sin duda alguna, Kazuma aprendería muchas cosas. Y es que revelar los detalles de su misión a cualquiera persona que se encontrara era una muy mala idea. Incluso si se trataba de un pobre boticario tartamudo, pues la avaricia residía y envenenaba todos los corazones.
—Ahora te agradecería que cortaras todas esas hojas de té y nos las dieras —sonrió el pelirrojo, de forma maquiavélica.
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Cuando la suerte parecía al fin tenderle su bella mano, esta se colocó fuera de su alcance, dejándole caer en las garras de los siempre acechantes problemas. Estos se presentaron en la forma de dos sujetos de aspecto rufianesco, musculosos y acostumbrados a dialogar en el lenguaje de la violencia.
—Que problemático —dijo, serena y lacónicamente.
—Ahora te agradecería que cortaras todas esas hojas de té y nos las dieras —sonrió el pelirrojo, de forma maquiavélica.
Kazuma se estuvo quieto unos instantes, observándoles y evaluando la situación fríamente. Aquel par de sujetos resultaban intimidantes, lo suficiente como para darle a entender que no lograría una victoria enfrentándose a ambos… El solo comparar las dimensiones de su bokken y de la porra que llevaba el matón pelirrojo, era como asemejar una tierna rama con un viejo tronco. Abandonando la posibilidad de enfrentarles, decidió obedecer en silencio y comenzar a cortar con cuidado las hojas del árbol, lenta y metódicamente. Segaba una, la recogía y la guardaba en una bolsa en el interior de su túnica, para mantener las manos desocupadas y continuar con su tarea.
—Pronto terminare —informo con cierta resignación.
Para aquel momento el peliblanco ya había aprendido dos lecciones importantes: la primera, era que debía manejar con discreción y responsabilidad la información que se le facilitaba para el cumplimiento de su misión; la segunda, era que, si necesitaba obtener la ubicación de determinado sitio, lo mejor era hacer que alguien siguiese a quien se dirigiese hacia allí… Y podía ser que dentro de poco aprendiese una tercera lección.
—¿Entienden ustedes lo que implica obstaculizar la misión de un ninja? ¿Es que no les importa perjudicar el trabajo de otros? —Era obvio que no lo sabían y que no les importaba, pero para él no estaba de más preguntar.
Arrojaría aquella pregunta mientras terminaba de recoger las ultimas hojas y se agachaba para desarma lentamente la lanza que había improvisado, su única arma visible y la única “amenaza” posible en contra de aquellos fortachones.
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Ante lo inesperado de la situación, Kazuma tardó algunos segundos en reaccionar. Evaluaba la situación, meditabundo, y cuando sus ojos repararon en la porra que llevaba el gigante tomó una decisión. Taciturno, se limitó a resignarse y comenzó a cortar las hojas del árbol de forma lenta y metódica. A medida que iba desnudando el árbol del té, recogía sus hojas en una bolsa del interior de su túnica.
—Pronto terminare.
—Eso espero, muchacho. Cuanto antes terminemos con esto, antes podremos regresar a casa —habló el pelirrojo, con una maquiavélica sonrisa zorruna. Junto a él, el grandullón se reía de forma estúpida.
—¿Entienden ustedes lo que implica obstaculizar la misión de un ninja? ¿Es que no les importa perjudicar el trabajo de otros?
El pelirrojo se echó a reir. Kazuma no escuchó los pasos que se acercaban tras su espalda, pero sí sintió la mano apoyándose sobre su hombro.
—Oh, pero nadie se va a enterar de esto, ¿verdad? —preguntó, de forma sardónica—. Tú nos darás las hojas del té, regresarás a Kusagakure e informarás de que, lamentablemente, no has sido capaz de encontrar el valioso árbol. Tan fácil y sencillo como eso. Y si no...
Kazuma escuchó con claridad el sonido de una porra golpeando la enorme manaza del fortachón.
—Por cierto, quiero ver el árbol limpio, de arriba a abajo.
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14/11/2018, 14:53
(Última modificación: 14/11/2018, 15:47 por Hanamura Kazuma. Editado 1 vez en total.)
—Oh, pero nadie se va a enterar de esto, ¿verdad? —preguntó, de forma sardónica—. Tú nos darás las hojas del té, regresarás a Kusagakure e informarás de que, lamentablemente, no has sido capaz de encontrar el valioso árbol. Tan fácil y sencillo como eso. Y si no...
El silencio que precedió a la mano que se posó sobre su hombro le provoco un leve sobresalto. Pero el movimiento ni siquiera se notó, tal era la presión de aquella enorme extremidad que se cernía poderosa y amenazadoramente sobre él.
—Así será: no pu… no pude encontrar el árbol —confirmo, apretando los dientes y escuchando el golpear de una porra que podría derribar a un jabalí de un golpe.
—Por cierto, quiero ver el árbol limpio, de arriba a abajo.
Y aun en contra de su deseo de no deshojar el árbol por completo, Kazuma procedió a quitar cada hoja, por pequeña y lejana que fuese. Para cuando estaba cerca de finalizar, ya estaba sudando visiblemente… aunque era difícil decir si se debía al cansancio o al nerviosismo.
Al terminar recogería el ultimo montoncito de hojas y extraería de su túnica la bolsa de tela en donde debía de haberlas estado guardando. Se agacharía, abriría la bolsa y guardaría de mala gana las ultimas laminas doradas. En eso mismo, dudaría si acercarse al gigante que las reclamaba, pues creía muy posible que en la cúspide de su malicia decidiera agradecer su trabajo con algún maltrato.
—Ahí tienen —diría fríamente, mientras que con mala cara arrojaria a los pies enemigos la bolsa que ya se antojaba pesada y que tanto trabajo había implicado.
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