24/11/2018, 16:34
(Última modificación: 24/11/2018, 16:34 por Aotsuki Ayame.)
Pese a lo que podía temerse, la bandida no volvió a levantarse. Había quedado tirada en el suelo húmedo como un muñeco sin vida después de ser golpeada por la bala de cañón que había formado la kunoichi con su manejo del Suiton. No estaba muerta, y a decir verdad Ayame nunca había planeado que aquel fuera un ataque letal; sin embargo, a juzgar por la respiración entrecortada de la mujer y la incapacidad de movimiento, estaba claro que no duraría demasiado en el mundo de los vivos.
«Maldita sea...» Suspiró para sí, acongojada.
Pese a su experiencia como kunoichi, Ayame aún no había visto sus manos manchadas de sangre de una forma tan directa. Siempre que podía evitaba asestar golpes letales o, peor aún, eran otros los que terminaban el trabajo por ella. Sin embargo, por muy forajida que fuera, no dejaba de ser una persona. Una persona que estaba sufriendo. No podía dejarla así. Pero también debía pensar en el pequeño al que estaba protegiendo. Tampoco podía dejar que viera una escena como aquella.
«Dame un segundo.»
Entrelazó las manos en el sello del tigre y el agua restante del charco que había formado el Teppōdama lanzado anteriormente se alzó de forma suave y lenta, entrelazándose, y transformándose hasta crear una réplica exacta de Ayame. La kunoichi le lanzó un kunai que su clon captó al vuelo y cuando este empezó a moverse hacia delante, la muchacha se dio la vuelta, se encaró al chiquillo y se arrodilló frente a él, obstaculizando su visión de la escena. Parecía terriblemente asustado, y no podía culparle de ello. Lo que había vivido aquella noche, con su corta edad, debía haber sido una auténtica pesadilla para él.
—Ya está. Ya ha pasado todo —le dijo con voz suave, obligándose a esbozar una sonrisa tranquilizadora al mismo tiempo que alzaba una mano para acariciar sus cabellos—. He venido a rescatarte de la mujer mala. Soy una kunoichi, ¿ves? Soy de los buenos —dijo, desabrochándose la túnica lo justo para mostrar un resquicio de la bandana metálica que refulgió bajo la luz de la luna en su bíceps derecho—. Vamos a volver con tus papás, ¿vale?
Le tendió una mano para que se la tomara. De hacerlo, Ayame comenzaría el viaje de vuelta hacia el campamento para devolver al pequeño.
«Me gustaría seguir buscando al resto de personas, pero no puedo dejar a un niño tan pequeño en mitad del bosque solo... Y arriesgarme a indicarle el camino y que termine de nuevo capturado o perdido... No. No es una opción.» Negó para sí.
—Dime, peque, ¿estabas solo? ¿No había nadie contigo?
Mientras tanto, su réplica de agua se había acercado a la mujer moribunda, le había tapado la boca con una mano y con la otra había puesto fin a su sufrimiento clavando el kunai en el centro del pecho...
«Maldita sea...» Suspiró para sí, acongojada.
Pese a su experiencia como kunoichi, Ayame aún no había visto sus manos manchadas de sangre de una forma tan directa. Siempre que podía evitaba asestar golpes letales o, peor aún, eran otros los que terminaban el trabajo por ella. Sin embargo, por muy forajida que fuera, no dejaba de ser una persona. Una persona que estaba sufriendo. No podía dejarla así. Pero también debía pensar en el pequeño al que estaba protegiendo. Tampoco podía dejar que viera una escena como aquella.
«Dame un segundo.»
Entrelazó las manos en el sello del tigre y el agua restante del charco que había formado el Teppōdama lanzado anteriormente se alzó de forma suave y lenta, entrelazándose, y transformándose hasta crear una réplica exacta de Ayame. La kunoichi le lanzó un kunai que su clon captó al vuelo y cuando este empezó a moverse hacia delante, la muchacha se dio la vuelta, se encaró al chiquillo y se arrodilló frente a él, obstaculizando su visión de la escena. Parecía terriblemente asustado, y no podía culparle de ello. Lo que había vivido aquella noche, con su corta edad, debía haber sido una auténtica pesadilla para él.
—Ya está. Ya ha pasado todo —le dijo con voz suave, obligándose a esbozar una sonrisa tranquilizadora al mismo tiempo que alzaba una mano para acariciar sus cabellos—. He venido a rescatarte de la mujer mala. Soy una kunoichi, ¿ves? Soy de los buenos —dijo, desabrochándose la túnica lo justo para mostrar un resquicio de la bandana metálica que refulgió bajo la luz de la luna en su bíceps derecho—. Vamos a volver con tus papás, ¿vale?
Le tendió una mano para que se la tomara. De hacerlo, Ayame comenzaría el viaje de vuelta hacia el campamento para devolver al pequeño.
«Me gustaría seguir buscando al resto de personas, pero no puedo dejar a un niño tan pequeño en mitad del bosque solo... Y arriesgarme a indicarle el camino y que termine de nuevo capturado o perdido... No. No es una opción.» Negó para sí.
—Dime, peque, ¿estabas solo? ¿No había nadie contigo?
Mientras tanto, su réplica de agua se había acercado a la mujer moribunda, le había tapado la boca con una mano y con la otra había puesto fin a su sufrimiento clavando el kunai en el centro del pecho...