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Menos mal que había madrugado para ir a ver al uzukage. Aún así las 10 me había parecido tarde después de la visita para recuperar mi bandana. Ahora tenia muchas cosas que preparar para el viaje y gente a la que avisar.
En vez de dirigirme a mi casa, nada mas salir del edificio del uzukage, fui a otro sitio conocido para mi familia. Si me iba a marchar en un viaje tan largo, tenia que llevarme algo muy importante conmigo.
— ¡Buenos días Ieyasu-san! —Saludé al entrar en la tiendecita donde todos los miembros de la familia Sasaki se hacían el tatuaje del brazo. — ¿Tiene un rato libre ahora mismo?
— ¡Hombre! El joven de los Sasaki. Déjame mirar, pero creo que tengo libre todo el dia. ¿Que te trae por aquí? Tu ya estas marcado. —Bromeo.
— Pues quiero otra marca más. Quiero una flor de Cerezo en el pecho, sobre el corazón.
— Uy uy uy Amores juveniles eh, recuerda que esto es pa siempre, o hasta que vuelvas a venir a que te lo tape con algo más molón. En fin, fuera de bromas, si estas libre podemos hacerlo ahora mismo
El hombre, pese a bromear, tenia razón. Sin embargo, si de algo estaba cien por cien seguro en aquel momento, era de mis sentimientos. El futuro... Lo que tuviera que pasar, pasaría.
— Claro, adelante.
ーーー
Sobre la una del mediodía ya había terminado. El dibujo que le pedí a Ieyasu-san era algo sencillo y rápido de hacer.
Ahora ya estaba listo para regresar a casa. Allí me esperaban mis ultimas tareas: Contar que tal había ido con Hanabi, hablar sobre mi viaje-misión, preparar el equipaje y despedirme apropiadamente.
Cuándo llegué a casa, ya estaba la mesa lista para comer. Aunque la familia de Sakura eran los sirvientes, mis padres siempre los habían tratado como si fueran parte de la familia y gracias a mi, eso era cada vez mas cierto.
Desde aquel día en la playa, desde aquella noche con Datsue, mi relación con Sakura ya no era un secreto. En realidad, mis padres se habían dado cuenta mucho antes, pero se habían callado.
Me senté al lado de Sakura para comer. Durante una hora, mientras la mesa se quedaba vacía de los deliciosos platos que la madre de Sakura cocinaba, conversamos sobre lo sucedido en el día de hoy, sobre mi nueva aventura y otros temas banales.
Solo había una cosa mal. Desde el día que confesamos oficialmente que estábamos juntos, la hermana mayor de Sakura nos miraba de forma... Extraña. Yo no entendía muy bien que le pasaba. ¿Celos? ¿Envidia? Quizás no era nada, pero no podía evitar sentir que algo no andaba bien cuando la chica posaba sus ojos sobre nosotros.
No le di muchas vueltas tampoco. Tenia que aprovechar al máximo el tiempo que me quedaba antes de marcharme. Por lo que nada más terminar de comer, subí a mi habitación a preparar una mochila de viaje con la ayuda de Sakura.
— ¿Cuando volveras?
Preguntó Sakura mientras me ayudaba a seleccionar un par de prendas de ropa. En el pais del hierro haría mucho mucho frío, pero también tenia que tener en cuenta el camino que había antes de llegar allí.
— No lo se, el país del hierro esta bastante lejos, pero en realidad no se nada. Entre una cosa y otra, se me ha olvidado preguntar los detalles... No se si viajaré a pie o en carro, ni cuanto tiempo pasaré allí antes de volver.
Silencio. Un silencio tan afilado como una Katana. Y hablando de espada, no podía olvidarme de los utensilios necesarios para mantener las mías en buen estado. Sobretodo, no podía olvidarme de una buena piedra de afilar portátil. Mas tarde tomaría prestada alguna de la forja.
— No te preocupes, volveré. Tengo motivos para hacerlo —Dije antes de acercarme y besarla. — Pasa esta noche conmigo. —Solte de repente.
— ¿Qu...que? Y..yo cre.. creo que es muu...muy... —Hablaba claramente avergonzada, mientras se cubría su rostro enrojecido con ambas manos. Había habido un malentendido.
— No no no no no no. —La interrumpí claramente avergonzado. No era lo que yo creía que ella pensaba. — Solo dormir, juntos. Si es que los nervios me dejan. Quiero pasar contigo el máximo tiempo posible antes de marcharme.
— Ah... Esta...Esta bien —Dijo, aún cohibida, para después abrazarme fuertemente sin ningún tipo de pudor. — Te voy a echar de menos... Mucho.
Dolía. Dolía por que acababa de hacerme un tatuaje que no le había mencionado a nadie. Pero lo soporte. Allí había una fuerza mas poderosa que él dolor. Aquello era lo que tenia el amor adolescente.
— Yo también, pero no te preocupes, estaré bien y volveré. A demás, te llevo conmigo en el corazón.
Si hubiera entrado mi madre por la puerta, la escena hubiese sido bastante mas vergonzosa se lo que ya era. Por suerte no lo hizo.
Después de aquello, continuamos preparando la mochila mientras hablábamos de temas sin importancia y compartíamos tiempo juntos. Cuando terminamos, ella regresó a sus tareas y yo fui a la forja a coger material para cuidar mis espaldas durante el viaje.
Mas tarde, ya de noche, al igual que a la hora de comer, cenamos todos juntos. Luego, fue la hora de dormir, pues había que madrugar. Y como adolescentes enamorados que eramos, como si aún fuese un secreto, cole en mi habitación a Sakura sin que nadie nos viera.
Pasamos la noche juntos. Ella acabo por dormirse entre mis brazos, pero yo... Yo estaba nervioso. No por la presencia de ella, si no por el viaje que me esperaba y solo pude dormir a intervalos.
ーーー
Las hora de levantarse llegó demasiado pronto. Las cuatro de la mañana. Yo odiaba llegar tarde a los sitios, y menos a una misión que me había dado el uzukage. A la primera tras mi regreso.
Tuve cuidado de no despertar a Sakura, aunque me despedí de ella con un beso en la frente tras vestirme. Las despedidas eran dificiles, por lo que decidí hacerlo de aquella manera.
Cogí la mochila con mis cosas, el abrigo para cuando llegaramos al país del hierro, también mis armas y una merendera con comida que había preparado la madre de Sakura para mi viaje.
Luego, en silencio, me marché en dirección a la puerta de la aldea, donde a las cinco de la mañana me esperaría Katsudon, el cual, según Datsue y Hanabi, no debia ser difícil se ver.
Llegaria, si no pasaba nada, diez minutos antes de la hora acordada.
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No fue difícil de ver. Tal y como había pronosticado Reiji, a aquellas horas la entrada de la Villa estaba prácticamente vacía. Ni siquiera los guardias de la puerta parecían estar allí. Sólo eran dos figuras en penumbra y con rostro cansado, que le hicieron un ademán con la mano cuando pasó, a modo de tranquilo, tranquilo, ya se nos ha informado de todo.
Más allá del umbral de la muralla, con la larga y extensa Planicie del Silencio a sus espaldas, se erigía un hombre del tamaño de tres, gordo, alto y fornido. Las tres al mismo tiempo. Akimichi Katsudon tenía el pelo corto y alborotado. Los ojos eran tan rasgados que duras penas se podría haber visto el dorado de sus ojos, que hacía juego con los dos enormes óvalos horizontales tatuados en las mejillas. Sonreía con el rostro más amable que Reiji había visto jamás de un tipo que madruga tanto.
—Oh, jo, jo, jo. —El hombretón se acercó dando pisotones no intencionados y le dio una palmada en la espalda a Reiji, que casi cae al suelo—. Tú debes ser Sasaki Reiji, ¿no, chico? Venga, pongámonos en camino.
Sin más, Katsudon echó a andar. El hombre cargaba una mochila verde que medía al menos medio Katsudon, lo cual era decir mucho. Aún así, no parecía que el peso aminorase el paso de sus grandes zancadas de gigante.
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Ni Datsue ni Hanabi mentían. Ahora entendía a que se referían con toparse de repente con una montaña. Grande, gordo y al mismo tiempo, fornido, como unas tres o cuatro veces yo. Era mosntruosamente grande, peor por su cara, parecía un buenazo.
Eso si, era MUY sospechoso, estar de buen humor a las cinco de la mañana.
—Oh, jo, jo, jo. —La palmada que me dio en la espalda me hizo tambalearme hacia delante, su mano era casi mas grande que mi espalda.—. Tú debes ser Sasaki Reiji, ¿no, chico? Venga, pongámonos en camino.
—Si, encantado de conocerlo Katsudon-San.
Hice una pequeña reverencia, pero cuando quise darme cuenta, Katsudon ya había empezado a andar. Así que camine rápido hasta ponerme a su lado.
—¿Y cual es el itinerario del viaje? ¿Vamos todo el camino a pie? ¿Que ruta vamos a seguir?
En realidad me daba un poco igual, yo iba a seguirle por donde fuera, pero tampoco quería ir todo el camino en silencio, a si que lo mejor era empezar una conversación con preguntas banales.
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Reiji no era un muchacho muy ágil, y Katsudon iba considerablemente más rápido que él, pese a su apariencia rechoncha y torpe. El chico tenía que apretar el paso si quería mantenerse a su ritmo.
—Los samurai del País del Hierro son esquivos y huraños —explicó, volteando el torso para verle—. Aunque tengamos relaciones diplomáticas cordiales con ellos, su tierra no es lo que se diga accesible, ¿sabes lo que digo? —Se aclaró la voz—. Lamentablemente, no hay una conexión directa entre Yamiria y sus costas. Son bastante autárquicos, y el poco negocio que hacen lo hacen con el País de la Tormenta, el del Agua y el del Rayo. Si tenemos suerte, no obstante, pillaremos uno de esos barcos cargados de té en la Mediana Roja. Una de las pocas cosas que sólo podemos producir nosotros.
»Si no, nos va a tocar hacer un poco el tonto, e ir desde la Mediana Roja a Puerto Kasukami, y de allí pillar un barco directo —dijo—. Como ves, es complicado mandarles un mensaje. Son recelosos, así que no admitirán que tengamos una delegación para usar el Gentoushin no Jutsu. Es complicado que podamos instalar el teléfono ese de Amegakure a través del océano. Y usar un pájaro o enviar a alguien de menor rango... como ves, hay mucha distancia y muchos puntos intermedios en los que un mensaje podría extraviarse. Por eso me han mandado a mí. —El hombretón se señaló con el pulgar, sonriente—. Además —añadió, mirando al frente de nuevo y con el semblante más serio—. Hay ciertos rumores... mientras estemos en el País del Agua, tú procura guardar la bandana en un sitio que no se vea, ¿de acuerdo?
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Katsudon podía ser grande y gordo, pero desde luego, eso no le hacia para nada lento. De hecho, se movía bastante mas rapido que yo. Quizás había descuidado algunos aspectos de mi entrenamiento.
Bueno, entonces aquel viaje me serviría para entrenar esos aspectos que había de lado. Apreté el paso para no retrasarle.
—Los samurai del País del Hierro son esquivos y huraños —explicó, girándose para mirarme—. Aunque tengamos relaciones diplomáticas cordiales con ellos, su tierra no es lo que se diga accesible, ¿sabes lo que digo?
Asentí. Daba la casualidad que conocía esa parte. Mi padre fabricaba una especie de botas con cuchillas en las plantas que enviaba a un pueblecito de aquel remoto país. Le había escuchado quejarse alguna vez de las dificultades.
—Lamentablemente, no hay una conexión directa entre Yamiria y sus costas. Son bastante autárquicos, y el poco negocio que hacen lo hacen con el País de la Tormenta, el del Agua y el del Rayo. Si tenemos suerte, no obstante, pillaremos uno de esos barcos cargados de té en la Mediana Roja. Una de las pocas cosas que sólo podemos producir nosotros.
En realidad Hanabi debía saber que mi padre comerciaba con los botas aquellas en el país del hierro. ¿Katsudon no lo sabría? "Quizas debería comentarselo"
»Si no, nos va a tocar hacer un poco el tonto, e ir desde la Mediana Roja a Puerto Kasukami, y de allí pillar un barco directo —dijo—. Como ves, es complicado mandarles un mensaje. Son recelosos, así que no admitirán que tengamos una delegación para usar el Gentoushin no Jutsu. Es complicado que podamos instalar el teléfono ese de Amegakure a través del océano. Y usar un pájaro o enviar a alguien de menor rango... como ves, hay mucha distancia y muchos puntos intermedios en los que un mensaje podría extraviarse. Por eso me han mandado a mí. —Pense por su gesto y sonrisa, que al menos Katsudon era un tipo que parecía bastante amigable.—. Además —Y sin embargo, de un momento a otro, al cambiar de tema, se puso serio—. Hay ciertos rumores... mientras estemos en el País del Agua, tú procura guardar la bandana en un sitio que no se vea, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. —Lo primero era responder a su pregunta. Cuando llegaramos al país del agua, me pondría un ugawi de manga larga, dejando la bandana por debajo. —¿Sabes? Mi padre vende unas botas raras con cuchillas en la suela, patines los llama, que envía de vez en cuando al país del hierro, hasta donde se, las usan para bailar encima del hielo. —Comenté con el. Ya que había sacado antes el tema del comercio. —Si supiera como lo hace mí madre para llegar allí, también podíamos haber usado eso. Aunque bueno... Quizás utiliza las mismas rutas que has comentado.
En realidad no sabía mucho mas. Quizás tenia una amigo que la llevaba en barco o tenia algun contrato con algún marinero, pero de poco servía si yo no lo sabía.
—Esos rumores de los que hablas... ¿Son sobre cierto cadáver andante que mata gente de uzushio dentro de uzushio?
Si teníamos que enfrentarnos a algo, aunque por las palabras de Katsudon parecía querer evitarlo, era mejor estar informado.
¿No?
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—¿Sabes? Mi padre vende unas botas raras con cuchillas en la suela, patines los llama, que envía de vez en cuando al país del hierro, hasta donde se, las usan para bailar encima del hielo. —Comenté con el. Ya que había sacado antes el tema del comercio. —Si supiera como lo hace mí madre para llegar allí, también podíamos haber usado eso. Aunque bueno... Quizás utiliza las mismas rutas que has comentado.
Katsudon, genuínamente sorprendido, se acarició la barbilla.
—Oh, vaya, eso sí es una sorpresa —dijo—. Pero, ya te digo, no hay muchas más opciones. O desde la Mediana Roja, o desde Puerto Kasukami. —Katsudon meditó un momento, y echó a reír—: ¡A no ser que pretendamos atravesar el océano a nado!
—Esos rumores de los que hablas... ¿Son sobre cierto cadáver andante que mata gente de uzushio dentro de uzushio?
Bam. Aquella pregunta golpeó a Katsudon como un martillo pilón en la espalda. «¿Cómo sabe...?» Se quedó quieto de golpe, lo que hizo que irremediablemente Reiji se golpeara contra su mochila y cayese al suelo.
—No, chico —dijo, quedamente, y siguió la marcha. Parecía que iba a quedarse sin añadir nada más, pero finalmente cedió—: Aunque ese asunto nos tiene a todos preocupados, me refería a otra cosa.
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El gigantón se paro de golpe y sin avisar. Iba tan distraído pensando en el tema de Akame, que pese a no tener hambre, me comí su mochila entera. El golpe fue tal, que no pude evitar caer de culo sobre el duro suelo.
—No, chico —dijo, antes de reanudar la marcha. Rápidamente me puse en pie de nuevo, me sacudí el polvo de la ropa y aceleré para ponerme de nuevo a su lado.—: Aunque ese asunto nos tiene a todos preocupados, me refería a otra cosa.
Suspiré aliviado. Mi ingenua cabeza, pese a lo que había hablado con Datsue, todavía pensaba que aquel no era Akame. Y no quería enfrentarme a él.
—¿Y puedo saber a que intentamos evitar enfrentarnos? ¿A los que "Mataron" a Akame?
Datsue les había llamado de alguna manera. Y Hanabi también los había mencionado cuando me mando en aquella misión. ¿Como era?
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—¡Oh, no, por los Dioses! —exclamó Katsudon, más nervioso que asustado—. No tiene nada que ver con Akame, ¿vale? Nada que ver. —El hombretón bufó y apretó el paso—. No es algo que deberías saber —dijo—. De hecho, quizás así estés más a salvo.
Mejor que el chico no lo supiera. Pero si seguía con aquél interrogatorio durante todo el camino, Katsudon no sabía si sería capaz de resistirse a contárselo.
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—¡Oh, no, por los Dioses! —parecia ser que estaba tocando temas que no debería tocar.—. No tiene nada que ver con Akame, ¿vale? Nada que ver. —Pues no lo parecía, la verdad. Por el tono nervioso de su voz y el aceleron que metió, parecía que había dado justo en el clavo, pero claro, yo tampoco era muy listo.—. No es algo que deberías saber —Dijo—. De hecho, quizás así estés más a salvo.
—Supongo que tienes razón. —Dije para zanjar el tema. Si aceleraba mas, al final yo tendría que viajar corriendo y tampoco quería hacerle huir de mi... —Si lo prefieres, no digo nada, era por hablar de algo y amenizar el viaje.
Tampoco quería hacerlo sentir mas incomodo de lo que parecía. No fuera a ser que me cogiera manía o que yo me ganara una fama indebida.
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Katsudon chasqueó la lengua con fastidio.
—No es eso, Reiji-kun. Es... —Se detuvo un momento y miró alrededor, como si esperase que alguien pudiera oírles. Pero allí no había nadie. No, la Planicie del Silencio no era un lugar conocido por las muchedumbres y el alboroto—. Por supuesto que quiero hablar contigo, hombre. ¡Pero no de eso! Mira, te lo cuento esta noche. A la luz de la hoguera, con un buen bocata entre manos. Pero ahora me siento incómodo.
Sin especificar si sería la oscuridad de la noche o la comida lo que haría a Katsudon sentirse más a gusto para revelar información confidencial, la pareja de shinobi continuó su camino en silencio durante un rato. A medida que avanzaron, la península se ensanchaba a izquierda y derecha, aunque procuraban mantener siempre las costas más cerca a la diestra. Al fin y al cabo, se dirigían hacia Yamiria, y era una forma rápida de orientarse.
—Hanabi me enseñó ese cacharro que le regalaste —dijo Katsudon—. No veas qué sonrisa tenía en la cara el tío. Creo que le gustó bastante.
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—No es eso, Reiji-kun. Es... —Katsudon se paró un segundo para mirar a los alrededores. Comprendia y compartia su cautela, aunque allí no había mas que nuestras sombras. Aunque la de él bien podría contar como multitud.—. Por supuesto que quiero hablar contigo, hombre. ¡Pero no de eso! Mira, te lo cuento esta noche. A la luz de la hoguera, con un buen bocata entre manos. Pero ahora me siento incómodo.
—Lo entiendo.
Y tanto que lo entendía. Todavía recordaba lo que había sentido cuando aquella chica extraña se paro a mirar de forma obscena y se acerba demasiado. Era... Desagradable.
Avanzamos un trozo del camino en silencio. Para mi, era la primera vez que salia de la aldea. Todo era nuevo. Katsudon, sin embargo parecía conocer bien el camino. Contemplé, sin perder el ritmo, todo lo que pude a mi alrededor.
—Hanabi me enseñó ese cacharro que le regalaste —dijo Katsudon al rato. Quizás ya se sentia mas a gusto. No veas qué sonrisa tenía en la cara el tío. Creo que le gustó bastante.
A mi padre le hubiera alegrado escuchar esas palabras. A mi también me alegraba, pero el diseño y el merito era suyo.
—Mi padre es un genio en lo suyo, parece tener cierto tipo de intuición con que tipo de arma puede irle mejor a cada persona, es como cuando vas a la tienda de ropa, y el hombre sabe cual te va a quedar mejor. . — Pero había bastante mas, la fama de mi padre era bien merecida, y los que lo conocían lo sabían de sobra. — También tiene un montón de años de trabajo sobre sus hombros, y ha visto mundo. ¿Sabes? Esta es la primera vez que yo salgo de la villa, y por muy poco, quizás no hubiera salido nunca, pero mis padres... Ellos han viajado muchísimo. Han visto muchas cosas y supongo que eso ayuda cuando tienes que inventarte algún arma nueva.
Con un simple comentario, yo ya me había empezado a explayar como si nada.
—Yo también seré tan bueno como él algún día. De momento he estado entrenando algo en secreto, aunque todavía no lo consigo.
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La metáfora de Reiji era curiosa pero condenadamente acertada. La familia Sasaki hacía armas, y de las mejores de todo Uzushiogakure. El muchacho se abrió definitivamente a Katsudon, quien recibió el tema de conversación, mucho menos peligroso, dónde iba a parar, con una simpatía absoluta.
—¡Ja! ¿Y qué has estado entrenando, chico? —preguntó, con curiosidad—. Y por cierto, seguro que Hanabi te ha enviado por eso. Para que tomes algunas experiencias en tu desarrollo. Ver mundo siempre viene bien.
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—¡Ja! ¿Y qué has estado entrenando, chico? —preguntó, con curiosidad—. Y por cierto, seguro que Hanabi te ha enviado por eso. Para que tomes algunas experiencias en tu desarrollo. Ver mundo siempre viene bien.
—Supongo que es por eso, si.— De momento, tampoco iba a marcar mucho la diferencia en un combate, y tampoco me iba a enviar por mi gran, nótese la ironía, inteligencia. —Con respecto a lo que estoy entrenando...Mira.
Estire un poco el brazo y como hacía en mis entrenamientos, intente concentrar chakra en la palma de mi mano, donde poco a poco, parecía que se estaba formando un shuriken no mas grande que mi palma. Y digo parecía por que, cuando estaba casi a punto de coger la forma, se desvaneció.
—Se supone que soy hijo de un herrero y su aprendiz, tengo en mi cabeza la forma y como se hacen cada una de las armas que conozco. Es más, yo mismo he forjado bastantes shurikens, y sin embargo, no soy capaz de ir más allá. Aunque bueno, quizás solo sea cuestión de tiempo y de no perder la esperanza.
O en realidad, era posible que jamas pudiera lograrlo. Cuestión del talento que yo no tenia para el ninjutsu.
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Katsudon quedó maravillado una sombra de la forma de un shuriken formándose en la palma de la mano de Reiji para finalmente desaparecer.
—Se supone que soy hijo de un herrero y su aprendiz, tengo en mi cabeza la forma y como se hacen cada una de las armas que conozco. Es más, yo mismo he forjado bastantes shurikens, y sin embargo, no soy capaz de ir más allá. Aunque bueno, quizás solo sea cuestión de tiempo y de no perder la esperanza.
—Bueno, conocer la forma de un shuriken no le hace a uno poder formar un shuriken con el chakra, hijo —opinó Katsudon—. El control del chakra es una cosa muy jodida. Yo mismo no sé hacer cosas tan precisas. Lo mío es cantidad. Aplastar cosas. Ya está.
»Es lo que se nos da bien a los Akimichi. —El gigantón se encogió de hombros.
A medida que avanzaban y el sol se iba poniendo, sus pasos se hacían más lentos y pesados. Empezó a rodearles una mata de hierba que les llegaba hasta las rodillas, Y Katsudon insistió en encontrar un sitio más despejado para hacer una hoguera. Aún así, fueron cogiendo ramitas en cada pequeño arbusto. En un lugar sin árboles, podía ser complicado recolectar leña de calidad.
El Akimichi dio ignición a la madera con una sencilla llamarada hecha con Katon. Katsudon desenganchó un enorme —acorde a su tamaño— saco de dormir de su mochila y lo extendió con cuidado sobre la llanura. Luego, rebuscó y sacó dos bocadillos enormes. Le tendió uno a Reiji.
—Pechuga de pollo, jamón, mayonesa y cebolla caramelizada —dijo, relamiéndose—. Toma, he traído uno para cada uno.
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—Bueno, conocer la forma de un shuriken no le hace a uno poder formar un shuriken con el chakra, hijo —En teoría debería ayudar. Debería ser mas sencillo para alguien que sabe como se hace un shuriken que para alguien que solo los ha visto o usado.—. El control del chakra es una cosa muy jodida. Yo mismo no sé hacer cosas tan precisas. Lo mío es cantidad. Aplastar cosas. Ya está.
Si, ya. Es verdad que era bastante jodido controlar el chakra. ¿Pero que mas podía hacer? Las técnicas complicadas y guays, que tenían una ingente cantidad de sellos, estaban muy fuera de mi alcance.
»Es lo que se nos da bien a los Akimichi.
Aquello, viendo el tamaño y la forma de Katsudon, tenia muchisimo sentido. Aplastar cosas y yo diría que incluso tirar a bajo montañas. Bueno, eso tal vez era exagerado, pero con su tamaño, dudaba que alguna puerta pudiera interponerse en su camino.
Cuanto mas avanzábamos, mas me costaba seguirle el ritmo a aquel grandullón. El cansancio empezaba a hacer mella en mí, pero pronto noté que Katsudon también bajaba el ritmo.
Las plantas empezaron a llegarnos hasta la rodilla. Por suerte, no eran rosas como la de mi tatuaje y aunque costaba mas ander entre ellas, al menos, no pinchaban.
El hombreton llamado Katsudon no tuvo que insistirme mucho para que buscáramos un sitio para acampar y pasar la noche. De hecho, estuve de acuerdo desde el primer momento.
Con las ramas que habíamos ido recolectando, Katsudon hizo una pequeña hoguera cuando encontramos un lugar de descanso adecuado. Tras esto, extendio en el suelo un saco se dormir acorde a su tamaño. Allí podía dormir Casi una familia entera.
—Pechuga de pollo, jamón, mayonesa y cebolla caramelizada —Se relamió mientras me tendía uno exactamente igual que el suyo.—. Toma, he traído uno para cada uno.
Demasiado grande para mi. Y con demasiados ingredientes.
—Agradezco el gesto, Katsudon-san, pero sigo una dieta estricta para mi entrenamiento, así que he traído mi propia comida.
Saqué la merendera que la madre de Sakura había preparado para mi. Había dos bandejas de comida, ellos también habían pensado en Katsudon, pero claro, con aquello Katsudon ni siquiera tendría para un tentempié.
En la bandeja, también había una nota de la madre de Sakura indicando que había sido su hija la que había cocinado, aunque bajo su supervisión. Sonreí.
—¿Tenemos que hacer turnos por la noche o todavía estamos en territorio seguro?
Como todavía no sabía cuales eran los peligros que acechaban allí a fuera, que ni era Akame, ni eran sus asesinos, lo mejor siempre era preguntar. Aunque quizás, volvía a incomodar a aquel hombre.
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