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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
El consejero Nisemo había muerto dos días después a consecuencia de una puñalada por la espalda. Muchos hombres leales al nuevo Emperador no eran tan leales como parecían, y aún transcurrieron dos semanas más hasta que dejaron de aparecer cadáveres y traidores. Por supuesto, varias veces habían tratado de asesinarlo. Pero no lo habían conseguido.

De modo que Rata se había convertido en su nuevo consejero. O su guardia personal. O su amigo, o su compañero, o simplemente su acompañante, qué más daba. El caso es que estaba ahí, siempre que necesitaba preguntar sobre un asunto, conocer un detalle de su recién adquirido feudo, o compartir un poco de cerveza y charlar. También le había enseñado un poco de Ninjutsu, aunque Rata era torpe y aún confundía sellos. A lo máximo que había llegado era a hacer clones simples.

Para cuando recibieron la respuesta de los Señores Feudales restantes, el País de la Tierra prosperaba a rápido ritmo. Los comercios estaban llenos, y las gentes trabajaban a gusto y en paz. Los abusos y la corrupción del anterior señor habían marcado a toda una generación. Ahora, la gente estaba empezando a tomarle respeto al que se hacía llamar Emperador del Continente Shinobi, no sólo por sus ojos y por las leyendas, sino por que se notaba que se cuidaba de mantener a la gente feliz. Al menos, todo lo que podía. Había problemas, claro. Pero nada comparado a lo de antes.

Un día, se había plantado delante de Rata y había preguntado si el resto de señores eran igual que el que gobernaba antes de su llegada, en Notsuba.

Igual de podridos —le había dicho—. Rikudo-kun, tú has nacido pobre, has crecido pobre, y te has convertido en Emperador de un imperio todavía muy humilde —Siempre le llamaba así, aparentemente sin ningún tipo de respeto. Pero ambos se habían cogido cariño—. Puede que los primeros señores se ganaran a su gente mediante batallas y otras hazañas, pero ahora son babosas herederas de babosas. Escoria que se escuda en los shinobi y los nutre de su dinero.

Por lo visto, había habido de todo. Violación de niños, tráfico de drogas e incluso de esclavos, regalo de tierras a cambio de favores poco loables, guerras de sucesión en las que morían hombres inocentes...

De modo que tenía claro lo que pensaba hacer.

Y allí estaba, con los brazos a la espalda en el balcón de su palacio. Había llegado como falso ciego, y había renacido como Emperador Rikudo-sennin. Vestía un uwagi de manga corta de color gris, atado a la cintura con una cinta negra. Lo acompañaba de un haori negro y unos pantalones también negros. Sobre la cabeza, un sombrero similar al que llevaban los kage —aunque no solía llevarlo—, del color del Rinnegan y con circulos concéntricos similares a los de dicho dojutsu.

Una a una las comitivas de los Señores Feudales estaban llegando. Llevaban un par de guardias con lanzas cada uno, y una carroza con caballos. «No han avisado ni a sus aldeas... ¿Me subestiman, o temen que los kage les traicionen?». Si el Rinnegan había cautivado los corazones de los siervos del antiguo Señor Feudal, ¿por qué no iba a convencer a los kage? Rikudo-sennin fue un dios para los ninja. Además, de todos era sabido que los Señores Feudales necesitaban de los ninja, y los ninja de los señores, pero entre ellos, no se llevaban demasiado bien.

«Mejor así. Más margen de maniobra».

Apreciaba a los kage. Rata tenía razón. Los hombres humildes sabían gobernar para todos. Los hombres de alta cuna sólo sabían gobernar para ellos mismos. Los ninjas eran militares. Sufrían, pasaban de lo peor durante las misiones y conocían el significado del esfuerzo. Mejor o peor, un kage siempre gobernaría mejor que un Señor Feudal.

De modo... que tenía bien claro lo que pensaba hacer.

Un par de horas más tarde, Rikudo-sennin había apresado a los Señores Feudales y los había sometido a una audiencia en el salón del trono, a solas. A sus guardias los había encerrado en las mazmorras. Por supuesto, a los señores no les pareció del todo respetuoso.

¡Esto es un ultraje, un ultraje! —dijo uno de los siete.

Ya verás cuando se enteren los demás hombres...

Rikudo-sennin carraspeó.

Mis queridos señores —dijo, mirándolos desde arriba, con serenidad, sin levantar la voz, pero con firmeza—. Son ustedes juzgados por el Emperador por crímenes contra sus propias gentes. ¿Tienen algo que objetar?

Dos se levantaron e intentaron agredirle. Los volvió a sentar sin mover un músculo gracias a su Dojutsu, y nadie más volvió a levantarse. Pero no dejaron de gritar, revolviéndose en sus sillas y pegándole puñetazos a las mesas que les habían puesto al frente. El Emperador se levantó y repartió unas hojas entre los señores. Mientras las leían, sus caras se iban poniendo más y más rojas.

Entrego todas mis tierras, mis siervos y las relaciones con la Aldea de Kusaga... Eh, eh, eh, ¿¡qué cojones estás haciendo!? ¡¡Esto es alta traición!! —dijo el del País del Bosque, con el rostro ya morado de la ira.

No, traición la de intentar asesinar a Kenzou para poner en el puesto de Kage a tu sobrino. ¿Recuerdas a aquél ciego al que pateaste en la taberna, viejo? —Por la expresión en el rostro del Señor Feudal... Lo recordaba.

»Firmad los papeles y viviréis en vuestros palacios como simples ciudadanos adinerados. El Imperio os dará un sueldo mensual con el que haréis lo que os plazca. No los firméis, y moriréis.

Tardaron un cuarto de hora en decidirlo todos. Pero todos firmaron.

Y todos murieron.

Rata —dijo, y el guardia salió de detrás de una cortina, con el rostro serio como una losa de piedra—. Matad a los guardias también.

Pero Rikudo-kun, ¿qué vas a hacer si alguien pregunta?

Estos viejos eran unos hijos de puta a los que nadie quería —sentenció—. Les diré que firmaron, y que cuando me di la vuelta dieron la orden a sus guardias de asesinarme. Ya han demostrado que no tienen ni una pizca de honor. Me creerán. La gente ha visto cómo soy. La gente del País de la Tierra hablará por mí.

«Y además, me acabáis de dar todas vuestras posesiones».

Ah, una cosa más, Rata.

¿Sí?

Convoca a los tres kage.
[Imagen: MsR3sea.png]

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