Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Zaide suspiró. ¿Y aquel era su equipo de combate? ¿Dos hermanas que se peleaban entre sí en vez de aunar fuerzas y cooperar? Si creía que iba a tener alguna posibilidad de matarles a todos, ya podía ir despertando. El Uchiha había creído, viendo la eficiencia de los Sakamoto al derrocar a los bandidos que habían secuestrado a Noemi, que lo que tenía ante él era una guerrera. Una luchadora tan fiera y temible como la propia Yume. Sin embargo, aún con su Sharingan había estado ciego. Nagisa no era Yume…
… quizá ni Koko. De hecho, confiaba más en la renegada de la familia que en la peliazul, y eso no era bueno. Nada bueno.
—No me gusta amenazar —confesó el Uchiha—, pero si a alguna de las dos se os ocurre dejarme con el culo al aire en medio del combate, no sé si os mataré, pero tened por seguro que ese sello explota.
Escupió a un lado.
—Si tienes algo que añadir o quieres sugerir alguna táctica para el combate, es el momento —dijo, mirando a Nagisa.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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Las dos coincidieron en algo, ignorar la amenaza de Zaide, aunque eso no significara que lo atacarían sino que simplemente pasarían de responder. Por lo menos se aplicó hasta que el hombre se dirigió directamente a la peli-celeste que estaba de notable mal humor, cruzada de brazos y mirando en dirección contraria a la ubicación de su hermana.
—Déjame el palillo, y si tienes algo con filo mejor —dijo manteniendo el ceño fruncido—. El resto véanlo como mejor les parezca.
Esa era toda la estrategia de la chuunin, que seguramente no habrá demostrado ni el más mínimo poder en el tiempo que llevaban viéndose mutuamente.
Y Koko simplemente se mantuvo sentada en el piso, de piernas cruzadas y usando un brazo como soporte para su cabeza mientras murmuraba algo incomprensible pero que cualquiera con dos dedos de frente entendería, eran insultos y maldiciones para su hermana.
Zaide había visto de todo. Había tenido rescates de todos los tipos. De los que salían bien. De los que salían mal. Y de los que salían estúpidamente mal —los más comunes—. Por eso, todavía sospechaba que Nagisa no era tan descuidada e inocente como parecía. Que había dejado a todo su ejército de hermanos escondidos en el cañón, esperando a una señal para echársele encima y rebanarle el cuello. Y, de paso, rebanárselo a los de Dragón Rojo cuando hiciesen su aparición.
Pero, estuviese en lo cierto o no, lo que no podía creerse era que la Chunin hubiese acudido allí desarmada. ¿A un jodido intercambio? ¿Cuándo iba a vérselas con Uchiha Zaide?
—Déjate de cuentos… En serio me estás diciendo que has venido desarmada, ¿huh? —¿Tanto había caído su nombre? ¿Tanto como para que ya no le tomasen como una amenaza? Por primera vez en mucho tiempo, se sentía ofendido. Bufó, mientras un clon se desplazaba hasta una de las losas de piedra y, tras rodearlo y agacharse, volvía con un portaobjetos, unas botas y dos ninjatōs. Eran las armas de Koko—. Interesante mecanismo el que tienes aquí —dijo a Koko, entregándole las botas. Luego, el portaobjetos. Ambas katanas, sin embargo, se las quedó para él. Tampoco parecía por la labor de darle los 50 ryōs que había encontrado entre sus cosas. Cualquier cosa en efectivo le resultaba de tremendo valor—. Os daré las katanas cuando lleguen —les informó.
Se rascó la barbilla, mientras el clon desaparecía en una nube de humo. Ahora, solo había un Zaide.
—Teniendo en cuenta que no conozco vuestras habilidades, sería mejor que trazarais un plan entre vosotras. Que oye —puntualizó, encogiéndose de hombros—, si queréis pasar perfecto. Pero me da que si dejamos todo a la improvisación la vamos a palmar los tres —rio, como si fuese un chiste que solo él pudiese entender—. Y creedme, soy al que más se la sudaría.
Si quieres planear alguna estrategia con Zaide, o planearla entre Koko y Nagisa, es el momento. O si quieres tratar de escapar o preguntar algo más sobre los enemigos. Sino, en mi próximo post ya haré salto para… la batalla final
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Los segundos parecían minutos. Los minutos, horas. Las horas, una eternidad. El tiempo se empeñaba en avanzar con exasperante lentitud, mientras Datsue daba vueltas en su habitación. O miraba por la ventana. O yacía sobre la cama, cambiando de postura de forma continua.
Tenía los sobacos de la camisa sudados y sentía una fuerte presión en el pecho, que lejos de irse, iba en aumento a medida que iba pasando el tiempo. ¿Había hecho bien en dejar ir a Nagisa sola? ¿Tendría que haber insistido en acompañarla? ¿Qué haría si no volvían? Nagisa le había ordenado regresar a la Villa para informar, pero lo que ella no sabía —y él no había recordado hasta entonces—, es que había hecho un juramento a Zaide. Y no un juramento cualquiera. Uno hecho por fuuinjutsu, que le obligaba a no revelar lo sucedido hasta que el secuestro hubiese concluido.
Desobedecer a Nagisa podría traer muchas y muy diversas consecuencias. Romper el juramento, en cambio, traía la muerte. Y Uchiha Datsue prefería evitar su visita por un tiempo más.
• • •
Nada le hubiese podido preparar para lo que vieron sus ojos.
Había viajado tras días esperando en la posada a la vuelta de Koko y Nagisa. Tras días de insomnio, ansiedad y angustia. Tras días de desesperanza y abatimiento. Finalmente, se había armado de valor. Había activado la brújula que apuntaba a Koko, y se había lanzado en su búsqueda.
Llegó a su destino al segundo día, y entonces, lo supo. Supo que el secuestro había concluido. Lo supo al ver la tierra, la zona del intercambio, partida y resquebrajada. Lo supo al oler a carne descompuesta y podrida. Lo supo al ver la cabeza pálida y alargada de un hombre desconocido, tirada en el suelo, dentro de un cuadrado imaginario formado por cuatro losas de piedra. El cuerpo de la cabeza, delgado y flacucho, yacía a metros de distancia. Lo supo al ver el cadáver de un hombre, gigante y fuerte, a poca distancia de allí. Lo supo al ver a Nagisa, partida por la mitad de arriba abajo como un cerdo en el matadero. Un buitre se empeñaba en arrancarle las tripas a picotazos.
Datsue vomitó.
Cerca de ella, otro cuerpo. El Uchiha lo reconoció al instante, pese a que tenía la cabeza aplastada e irreconocible, como si le hubiesen aplastado con un enorme mazo de guerra. Era Kuma. Cómo había llegado hasta allí era algo que, quizá, jamás averiguaría. Ni tampoco quiénes eran aquellos otros dos hombres. Dos hombres con un dragón rojo tatuado en el cuello.
Pero, sobre todo, lo supo al ver a Koko. La novia de Akame. La chica con la que tantas veces había discutido, peleado y luchado. Ya no lo volvería a hacer. Nunca más.
Datsue se dejó caer de rodillas a su lado. Ella tenía dibujado en su rostro frío y pálido esa sonrisa tan suya. Esa sonrisa de orgullo y suficiencia. Le cerró los ojos, mientras gotas de lluvia caían sobre el rostro de ella, y apartó la mirada, incapaz de seguir mirando la herida mortal que tenía en el pecho.
Sus ojos recorrieron el resto del terreno. No había nadie más. Ni Zaide, ni Yume, ni Katame. Entonces, dejó caer la cabeza hacia atrás y frunció el ceño, extrañado. El cielo estaba despejado.
El cielo estaba despejado, y aún así, gotas de agua seguían cayendo sobre el rostro de Koko cada vez que la miraba.
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