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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Suzaku y Umi corrían a toda velocidad por las calles de la aldea esquivando los escombros del centro y haciendo, difícilmente, caso omiso a las llamadas de socorro de toda esa gente que había tenido la mala suerte de estar en el peor lugar posible en el peor de los momentos. Al menos, Umi tiraba del brazo de Suzaku para que no se detuviera: no porque no le importase toda esa gente, de hecho, sus lamentos y los gritos de otros ninjas que ayudaban eran como puñales que se clavaban en los tímpanos; sino porque había algo más por lo que Umi estaba preocupada, por lo que lloraba, casi berreando, olvidada toda la máscara de indiferencia que se había visto forzada a construir por el bien de la única familia que le quedaba. Por Suzaku.

Finalmente, sus pies se detuvieron, casi derrapando en la tierra suelta fuera del camino empedrado. Su casa estaba cerca del epicentro de la explosión, pero allí estaba, intacta. Y a la mayor de las hermanas le temblaron las piernas. Sus tobillos flaquearon y cayó sobre sus rodillas, las manos tapando unos ojos que lloraban de miedo, tristeza, ira y alivio al mismo tiempo.

Menos mal... menos mal, Suzaku... menos mal... nuestro hogar está intacto —sollozó, a una Suzaku que parecía más entera que ella.

Al fin y al cabo, ella tenía convicciones. Valores que compartía con compañeros y con colegas de profesión. Umi no tenía nada de eso, o más bien creía que no lo tenía. Sólo había tenido a su hermana, la gran mentira que cargaba a sus espaldas como un saco de kilos y kilos de piedras, y aquella casa. Su hogar. Donde se habían criado.
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#2
El humo le inundaba los pulmones, cada dos por tres tenía que desviar sus acaloradas zancadas para esquivar algún escombro o algún que otro bulto en el que no quería detenerse a pensar y los gritos de ayuda y los llantos seguían punzando sus oídos... pero Suzaku no se detuvo en ningún momento. Ni siquiera Umi tuvo que insistir en tirar de su brazo, ella seguía su estela de buena gana, con el corazón palpitándole con fuerza en el pecho al escuchar a su hermana sollozar de aquella manera. Al final llegaron a su destino: su casa. De forma milagrosa, su hogar había quedado fuera del alcance de la explosión. Seguía allí de pie, casi de forma insultante mirando a sus derruidas vecinas, como si desafiara al mismo destino.

¡Umi! —exclamó Suzaku, cuando su hermana se desplomó de rodillas.

Menos mal... menos mal, Suzaku... menos mal... nuestro hogar está intacto —sollozaba ella, con las manos tapando su rostro.

Suzaku se quedó paralizada durante varios instantes, sin saber cómo reaccionar, qué decir o incluso qué sentir. Se mordió el labio inferior, sintiéndose también culpable por sentir alivio de conservar su casa cuando tantos otros habían perdido tanto... Al final, y llevada por sus impulsos más primarios, se agachó junto a Umi y la abrazó con fuerza, llorando silenciosamente.
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#3
Umi tomó aquél breve respiro para reflejarse en todo lo que había vivido últimamente. Su resentimiento al símbolo que llevaba grabado en la bandana sólo había sido una vía de sustento, pero en el fondo siempre había querido irse de allí, huir con Suzaku a un país remoto. Pensaba que sus lazos con la villa que le vio nacer no eran más que una farsa, pero tuvo que reconocer que, sin quererlo, había forjado unos nuevos: aquella casa, sus noches con Suzaku en el Jardín de los Cerezos...

No era solamente la atracción natural que el nuevo Uzukage proyectaba, aunque esta había sido la gota que había colmado el vaso. Era algo más. Ella se había forjado su fortaleza creyendo que usaba hierro, acero, pero en realidad no había sido más que una vasija de barro. En su memoria todavía yacían aquellos entrenamientos con su padre, las tardes aprendiendo a cocinar junto a su madre, antes de que la consumiera el fanatismo...

...la mitad de su vida había sido una mentira. Para Suzaku, toda ella, de hecho. Umi le había arrebatado el derecho a saber la verdad. Se había creído fuerte, había absorbido todo el odio a Uzushiogakure que temía que albergase el corazón de su hermana dentro de sí misma, y haciéndolo ella misma había sido consumida por los mismos males que acabaron con su familia.

¿Qué había hecho Uzushiogakure para que ella la odiase? ¿Matar a sus padres? ¿Y qué habían hecho ellos?

¿Traicionar a la villa a la que habían servido toda la vida? ¿Tejer un complot para asesinar a la legítima Uzukage? ¿Y todo aquello para qué?

¿Para que Uzumaki Zoku pudiera salir a cazar un bijū? ¿Para usarlos para la guerra?

¿La misma que había intentado evitar a toda costa para su hermana?

«Estúpida.»

Suzaku... tenemos que hablar —musitó, apartándose de ella y secándose las lágrimas, el rimel manchando sus mejillas de un negro sucio—. Sobre la terrible mentira que he tejido para protegerte. Sobre la terrible verdad que escondían papá y mamá. Sobre el por qué nunca he podido compartir el entusiasmo por servir a la villa contigo. —Umi cruzó miradas con Suzaku. Sus ojos estaban anegados por el llanto, la culpa y el dolor. Y así, como suele suceder, sus iris tintados con la sangre carmesí que corría por sus venas.
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