11/08/2015, 00:50
(Última modificación: 20/09/2015, 18:49 por Uzumaki Eri.)
De un color azul cielo
No me gusta hablar de mi historia, pero sé que en algún momento tendré que hablaros de ella, así que primero comenzaré por hablaros de los colores, porque son cosas que me gustan.
Todo el mundo conoce los colores, principalmente porque todos tenemos ojos, por el que recibimos imágenes que contienen siempre distintos colores, (a excepción, claro está, de las personas que sufren de problemas de vista y, o bien están ciegos y no ven nada, o bien solo ven en uno o dos colores). Pero aún así esas personas siguen viendo colores, uno, el negro, quienes no pueden ver nada, y dos o más, los que pueden ver al menos, varios. Pero lo usual en el mundo es que todos veamos colores distintos.
Bien, pues después de esta larga introducción, quería hablaros de los colores, estos se pueden distinguir en dos grupos, primarios y secundarios. Esto puede recordarnos a las personas. ¿Por qué? Hay gente que prefiere ser único, ser alguien que solo se valga por si mismo, autónomo. Estos se relacionan con los colores primarios, colores primitivos y que no se consiguen mezclando otros. Sin embargo, encontramos los colores secundarios, estos se consiguen mediante la mezcla de varios colores: dos, tres... Estos representan a las personas que deciden mezclarse con los demás, amistad, amor, cualquier tipo de relación.
Color azul cielo, ese fue el color que elegí yo. Azul, porque es un color primario, incapaz de ser creado, incapaz de crearse tras una mezcla, por la parte de mi vida en la que estuve sola, sin embargo logre crear una mezcla, una mezcla mínima, pero que está ahí, presente, ese blanco, esa luz, se mezcló con mi azul solitario, y creó el azul cielo que soy hoy.
Una familia feliz: un padre ANBU, una madre retirada de la vida de ninja por cuidar de su familia, una hija superdotada y una vida en camino. Sin embargo la mujer de la familia tenía problemas de salud, y por ello el padre solía pedir permisos para quedarse con ella, por lo que las responsabilidades de toda la familia caían en los hombros de la hija superdotada.
La hija había pasado cada examen de ascenso con una facilidad increíble, y había llegado con tal escasa edad a ANBU que nadie podía creérselo, sin embargo allí estaba, tomando misiones demasiado arriesgadas para una joven como era ella. Sus padres, muy orgullosos de su pequeño fruto, olvidaban a veces el hecho de estar esperando a otro. ¿Y es que para qué quieres más cuando tienes el ser perfecto ya en tu posesión? Ese pensamiento era el que tenía el padre, y por eso pasando los meses de dicho embarazo, él cada vez se hacía menos responsable y más se centraba en su hija mayor.
-¡Serás la envidia de tu hermano menor! - Solía repetir una y otra vez, sacando los colores a su hija mayor.
Sin embargo, hubo un problema cerca de Uzushiogakure, un problema que encomendaron a la familia feliz ya que sus habilidades como equipo eran envidiables por todos. Aún con dudas, se mandó de misión al padre y a la hija, dejando a la madre al cuidado de médicos especializados. Pero el padre, dudoso de dejar a su mujer a manos de alguien desconocido, decidió quedarse y cuidarla, confiando ciegamente en su hija prodigio.
Pero la desgracia ocurrió, y a la pobre muchacha le sorprendieron varios ataques en masa, algunos logró derrotar, pero los últimos ataques lograron tomar su vida.
La joven prodigio se había llevado la felicidad de esa familia feliz.
El padre, culpándose a sí mismo, entró en una depresión que lo llevó a retirarse de la vida de ninja y dejarse llevar por el alcohol, mientras su mujer solo podía culpar a la vida de su interior. Cegada por el dolor que conllevaba la pérdida de su preciado tesoro, dio a luz la primavera del año ciento ochenta y siete a una pequeña niña de hermosos cabellos azules y una belleza incomparable.
Sin embargo ni su madre ni su padre la amaban, la cuidaban porque era su deber, más no querían tener esa responsabilidad. Así un día, el padre ciego por el dolor y el alcohol en sus venas desapareció de la villa, dejando atrás lo que quedaba de esa familia rota. La madre, por otro lado, pasaba los días sin comer, y, por consiguiente, la pequeña niña no tomaba más alimento que dos biberones a medio hacer.
-Tu culpa... Tu culpa... He perdido a mi familia por tu culpa, maldito demonio... - La mujer decía con una voz de ultratumba al bebé, mientras lo maltrataba como quería. Sin embargo la bebé siempre tenía una sonrisa en la cara, porque tenía a su madre, y eso era lo único que buscaba.
Su nombre fue Eri.
Sin embargo, la mujer no hizo caso de las necesidades de su hija menor, y pasando los días, no pudiendo soportar más el dolor y ver que culpar a otros no hacía que su familia volviera, decidió que ella se reuniría antes de cuando tocaba con ellos, deshaciéndose de su vida, dejando a la pequeña Eri en un mundo donde solo se tenía a ella misma, sola, sin ningún tipo de compañía, y derivado de esto, ningún tipo de amor.
Con únicamente la soledad como compañera.
Abrió los ojos, se encontraba en el cuarto que compartía con las chicas del orfanato. Eri siempre se preguntaba cómo había llegado allí, y qué había ocurrido con su familia para que la dejasen en ese lugar. Sin embargo eran preguntas que nadie quería contestarle. Se levantó de su cama, vistió su típico vestido azul oscuro, casi descolorido, y salió por la puerta, dejando a las demás chicas dormir una hora más.
Solía levantarse temprano, salir un poco al patio del pequeño edificio en el que se encontraba, porque allí dónde estaba era el orfanato de Uzushiogakure para ninjas abandonados, que de orfanato en sí tenía poco, ya que era una gran casa con varias habitaciones, un salón donde solían dar las clases a los jóvenes que vivían allí, varios baños, una gran cocina, y el dormitorio donde dormían el director del lugar y la encargada de la limpieza. Por las tardes los niños, que no eran más de veinte ya que el edificio no podía soportar tantas personas viviendo allí de una pequeña subvención que les proporcionaba la villa; solían recibir clases en la habitación correspondiente, sin embargo por las mañanas los pequeños que vivían en dicha casa tenían que realizar las tareas domésticas, tales como limpiar, ayudar a cocinar, fregar...
La pequeña Eri caminó por los pasillos que aún se encontraban oscuros debido a que las persianas todavía no estaban levantadas, pero que eran fáciles de recorrer aún con a penas luz, y una vez fuera del edificio, corrió a sentarse en uno de los bancos del jardín, recogió sus piernas contra su pecho y miró al cielo.
-Al menos aquí no estoy sola.- Y aún viviendo en un orfanato con un montón de personas desconocidas, siendo explotada por los encargados y maltratada en muchos casos por sus compañeros, sabía que contaba con alguien en ese lugar, alguien importante para ella y que sabía que siempre estaría allí, porque era como su angel guardián, siempre la lograba salvar y sanar cuando lo necesitaba. Cuando la hora voló volvió dentro para comenzar con sus tareas.
Al entrar por la puerta se topó con unos ojos color azabache y sin dudarlo por un segundo sus mejillas tomaron un color carmesí. Allí estaba su mejor y único amigo, su angel guardián, Uchiha Nabi. Él era el único que había hablado con ella como a su igual cuando llegó, y sabía que era respetado por todos, eso hacía que estando con él nadie la dijera nada malo. Un año mayor que ella, solían pasar la mayor parte de su tiempo libre juntos, jugando a cualquier cosa o simplemente hablando. ¿Por qué se sonrojaba entonces? Era algo que ella sabía, pero no quería reconocer.
-Te llevaba buscando media hora.-Dijo el chico con los brazos a modo de jarra, con amba cejas levantadas. -Hoy íbamos a empezar a planear un modo de salir de aquí, ¿lo habías olvidado otra vez?-Susurró acercándose al oído de la pequeña, quien solo atinó a ponerse más nerviosa. Tanto Eri como Nabi habían decidido realizar un plan de huída del orfanato y Eri solo sabía retrasarlo olvidándose de que tenían que hacerlo.
-Lo siento Nabi... ¡Me quedé embobada viendo el cielo de nuevo!- Dijo cogiéndole de la mano y arrastrándolo hacia la cocina, donde la mayoría de niños ya estaban esperando su ansiado desayuno.
Y así eran los días para la pequeña de cortos cabellos azules, por las mañanas limpiaba y por las tardes estudiaba, y en sus ratos libres pasaba el tiempo junto con Nabi. Pero ahora ambos estaban ideando un plan para escapar de ese lugar, lejos de maltratos y explotación, para así convertirse en ninjas de alto prestigio.
Esa misma tarde ambos niños estaban en el cuarto de los chicos cuando todos estaban jugando fuera -¡El Crayón Uchiha abre su sesión!- Dijo un entusiasmado Nabi dando a su compañera una cera fina de color carmesí.
-¡Bien!-Le siguió Eri levantando ambas manos en señal de felicidad, luego los bajó y comenzó a hablar.-Estuve pensando esta mañana mientras miraba al cielo que lo que podríamos hacer es esta misma noche, ayudar a Yuna con las tareas de la cocina para así intentar que deje la puerta de atrás abierta, y cuando nos vayamos a dormir, esperamos una hora... ¡Y salimos por detrás!- Explicó jugando con su cera. -¿Qué te parece?
-Pues está bien pensado, aunque deberíamos primero tantear el terreno y hablar con Yuna, para que no sospeche mucho de por qué la ayudaremos esta noche, así que vamos a buscarla.-Terminando de decir esto, se levantó de la cama y ofreciéndole su mano a Eri, levantó a la joven tirando de ella, así ambos niños fueron en busca de la señora encargada de limpiar.
Pero no la lograron encontrar por ningún lado, y ambos niños tuvieron que aplazar su plan de huida, así esa misma noche ambos se fueron a dormir con clara desilusión reflejada en sus rostros, pero no duró mucho, ya que pasadas las cinco horas de la medianoche de ese mismo día, Nabi notó como su estómago estaba revuelto, como diciéndole que algo malo sucedía. Y así fue como bajó a las cocinas a buscar un vaso de agua para intentar relajarse y volver a coger el sueño, descalzo y con las manos frotándose los ojos, escuchó como unas voces hablaban en el dormitorio del jefe, y olvidándose de que quedaban unas horas de sueño, corrió al dormitorio de las chicas, buscando una cabellera azul que resaltaba entre las demás, despertándola y sacándola de sus sueños.
-¿Qué pasa Nabi...?- Eri frotaba sus ojos como minutos antes lo había hecho el joven de cabellos rubios. Éste lucía asustado, con los ojos ligeramente abiertos.
-Tenemos que irnos, Eri, porque hay problemas en el orfanato.-Sin rodeos Nabi lo dijo todo con seis palabras, y Eri cogió la mano del chico, asustada. Tenía miedo de lo que podría estar pasando, así que se abrazó a Nabi intentando que sus brazos la reconfortasen. -Somos muchos niños, demasiados, y el presupuesto no llega para todos...- Habló en su oído.-Así que han comenzado a vender niños a gente... Gente no buena.- Intentó suavizar al notar el temblor de la pequeña entre sus brazos. -¡Tenemos que irnos antes de que nos pase a nosotros!
-Yo no quiero separarme de ti...-Susurró la joven de cabellos azules, y sin dudarlo un minuto, tomó la mano que le brindó su compañero y ambos corrieron escaleras abajo, poniendo en marcha su plan de huida que esa misma tarde habían planeado. No fue difícil llegar sin hacer mucho ruido, y una vez fuera del edificio se sintieron totalmente aliviados, pero Nabi notó unos pares de ojos encima de ellos, y como por un acto reflejo se posicionó entre esos ojos y su compañera.
-Ahí está el chico, es él, es el Uchiha.-Uno de los poseedores del par de ojos habló, y gracias a que estaba amaneciendo se podían apreciar unos cabellos largos recogidos en una coleta alta, y unos pozos negros, que no les perdían de vista en ningún segundo. Y antes de que Nabi llegase a contestar, una voz habló por detrás de ambos niños.
-Oh, si ya estáis aquí, bienvenidos sean.-El hombre que apareció por detrás de los chicos no fue ni más ni menos que el jefe del orfanato, apoyando sus manos en los hombros de Nabi y Eri, aplicando fuerza en ellos, logrando crear quejidos provenientes de sus bocas. -Siento que el encuentro haya ocurrido así, pero aquí lo tienen, Uchiha Nabi, el chico del que os hablé.- Explicó el jefe, empujando al susodicho hacia esos hombres y agarrando con ambas manos los hombros de la pequeña niña. -Podéis llevároslo, ya hablaremos del precio.
-¿Qué? ¿Se van a llevar a Nabi? ¿Por qué? ¿No puedo ir yo con ellos?-De la boca de Eri empezaron a llover preguntas y más preguntas, del mismo modo que las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos verdes, se llevarían a su única salvación y con él una parte de ella. Pero antes de que la chica siguiese haciendo preguntas el jefe del orfanato giró la cara de la joven tras un tortazo en su mejilla izquierda. -Cuando dos adultos están hablando, no se les interrumpe, esto conllevará a dos semanas de castigo.- Regañó el hombre, arrancando una risa al segundo hombre que había aparecido.
La luz del amanecer estaba bañando a todos los presentes del lugar, y tras el golpe que la joven había recibido el pequeño rubio intentó correr para socorrerla, en vano ya que alguien se había posicionado en frente de él y le había propinado un puñetazo en pleno estómago, haciendo al chico caer de rodillas y abrazándose la zona afectada con sus brazos, escupiendo un poco de saliva por la boca. El hombre que le había golpeado lo cargó sobre su hombro derecho, con una reverencia ambos desconocidos se despidieron del encargado, quien sujetaba con sus fuertes y rechonchos brazos los hombros de la pequeña que intentaba zafarse e ir tras su único compañero y amigo.
-¡NABI!-Gritó con una voz desgarradora, más su grito no logró más que despertar a los residentes del orfanato, que se acercaron a las ventanas para descubrir qué estaba ocurriendo, sin embargo no ocurrió nada más que eso, ya que los hombres que se llevaban al susodicho no cambiaron su rumbo en ningún momento.
-Eri...-El chico logró pronunciar el nombre de la chica con un hilo de voz.
Y lo último que la pequeña niña recordó de ese día fue un par de ojos rojos observándola desde la distancia.
Un color rojo carmesí que la transmitía ira, pero también tristeza.
Había días en los que prefería no levantarse de la cama, y es que la joven protagonista de esta historia llevaba un año en soledad en el orfanato. Y es que después de su incidente y su fallida escapada con Nabi, la chica no logró sonreír de nuevo, echaba de menos a su compañero, pero sabía que no regresaría, que ya no lo volvería a ver, y eso le desgarraba por dentro. Los niños del orfanato comenzaron a desaparecer y poco a poco los niños comenzaban a tener más miedo por ser lo siguientes, pero a Eri le daba igual, sus pensamientos indicaban que no había peor lugar que donde se encontraba barriendo ahora mismo.
La joven de cabellos azules movía la escoba al compás con el que se mecía su corta falda del vestido veraniego que llevaba, suspiró, ya le quedaba pequeño y debía heredar más ropa de las compañeras mayores. Entonces alguien tocó a la puerta, dos golpes suaves, y al ser la persona más cercana a ella, decidió que era la más indicada para abrir la puerta.
-¿Quién es?-Preguntó la pequeña al abrir un poco la puerta, lo suficiente para dejar que su vista examinase a lo desconocido. Allí encontró a un par de hombres ya entrados en años, uno, canoso de ojos verdes, y el otro, más joven que el anterior, de cabellos oscuros y ojos marrones.
-Hola, pequeña, veníamos a hablar con el encargado del orfanato. ¿Está por aquí?- Preguntó el de cabellos oscuros, entonces y como siempre solía hacer, el encargado apareció por detrás de la puerta, abriéndola de par en par con una sonrisa adornándole el rostro.
-¡Hola, amigos! Pasad, pasad, debemos hablar de varias cosas en mi despacio, luego os enseñaré a los pequeños.- Así el encargado y los otros hombres pasaron dentro de la estancia. Uno de los señores, el de cabellos grises, se quedó mirando fijamente a Eri mientras caminaba lentamente por el pasillo, y cuando ésta lo notó, aguantó su mirada sobre ella, fijamente y sin cortar la visión, con una expresión seria en ambos rostros, el hombre no soportó tal cosa, así que decidió dedicarle una sonrisa cálida a la joven, que logró, al menos un poco, colar en el corazón de la joven y que esta relajase su dura mirada, dedicándole una mirada más comprensiva y casi una sonrisa.
Perdiendo de vista a los tres varones, siguió con su tarea de limpiar el recibidor del orfanato, que le llevó toda la mañana. Una vez terminó sus tareas, se sentó al pie de las escaleras y sacó uno de sus libros que recibió por su último cumpleaños, objeto perteneciente a Yuna. Aprovechó que todos los chicos estaban en el jardín o limpiando otro lugar de la casa, ya que el pasillo de la entrada se encontraba totalmente vacío y carente de ruido. Sus minutos de paz duraron aproximadamente media hora, ya que los tres hombres que habían ingresado en la habitación del encargado habían vuelto a salir entre palabras y alguna que otra risa.
Entonces el hombre de cabellos grises miró a Eri y en un momento en el que el encargado y su compañero hablaban se acercó a la pequeña y se sentó a su lado, con la misma sonrisa que le había dedicado minutos antes. Eri sonrió, esta vez más incómoda por como se había acercado el hombre a ella.
-Hola pequeña.-Saludó feliz.-¿Cuántos años tienes?- Preguntó intentando sacar un tema de conversación.-¿No se supone que deberías estar jugando con las demás niñas?
-No me gustan sus juegos, además no me llevo bien con los niños de aquí.-Explicó Eri sin dejar de mirar su libro, estaba nerviosa por el hombre que la acompañaba, mordiéndose el labio con más frecuencia que de costumbre.-Tengo seis años... Pero por mi estatura parece que tengo menos.-Agregó como dato, sin que fuese necesario.
-No pasa nada, así pareces más mona.-Dijo el hombre a modo de broma, revolviéndole el cabello a la de ojos verdes. -¿No te sientes sola así?
La joven hizo un puchero y se colocó los diferentes puntos de su ahora desordenado cabello. -Hace un año perdí a mi mejor y único amigo, después de eso ni yo he querido a otra persona, ni otra persona me ha querido a mí...-La pequeña comenzó a jugar con sus manos, pensando si era correcto revelar esa información a un hombre que acababa de conocer.-Pero... Si soy sincera, me siento muy sola aquí...-Terminó con un hilo de voz, tratando de ocultarse detrás de su libro.
El hombre mostró una sonrisa compasiva a la joven, y sin decir nada, se levantó y se añadió a la conversación que mantenían los otros hombres. Eri suspiró y sin mirar de nuevo al hombre, se fue a su habitación. Estaba convencida que ese hombre no volvería, y que solo había querido tener una charla... Bah, ¿qué más daba? Se sentó en su cama y decidió seguir leyendo su libro.
Pero al día siguiente el hombre de cabellos grises volvió al edificio, con unos papeles sellados, hizo al hombre que llevaba el orfanato el hombre más feliz de la villa, y cuando Yuna fue a avisar a Eri, la de cabellos azules sabía que le había tocado el turno de salir de allí. Pero no le importaba lo más mínimo. Cuando vio al hombre le volvió a sonreír, y este ofreció su mano para que la pequeña la tomase, y juntos dejaron atrás el orfanato, porque esa había sido su prisión durante años y ya era hora de volver a respirar de nuevo.
El señor que había adoptado a Eri era un hombre reconocido en la villa por ser uno de los ninjas médicos más reconocidos, además por poseer una fortuna bastante importante, y más si eres un hombre mayor que vive solo en una gran casa. Su nombre era Genza, y por lo que había escuchado la joven de cabellos azulados estaba viudo y no tenía ningún hijo. Eri tenía todo para ella, pero no quería nada, solo la compañía de Genza, al que comenzó a llamar abuelo. Para ella, él era su segundo amigo en el mundo, quien había acabado con la época de soledad que le había tocado vivir después de la marcha de Nabi, así que decidió que ella misma, como ninja que había nacido, seguiría los pasos de su ahora abuelo y conseguiría llegar a ser una gran ninja médico.
Por ello comenzó a ser instruida por Genza desde los ocho años de edad en su casa, y todos los días ambos trabajaban duro para entrenar. Pero, por desgracia, un día, el hombre de cabellos grisáceos no abrió los ojos para tener otra jornada más, muriendo de causas naturales.
La joven Eri, de unos once años de edad, fue la que descubrió el cadáver de su abuelo reposando en la cama que éste ocupaba. No dijo nada, solo se sentó a su lado, en el suelo, y apretó con su mano izquierda la de su abuelo, aferrándose a él, intentando volver a traerlo a la vida, a su vida, con ella.
-No te vayas... Abuelo... No me dejes...- Lloraba, susurraba, más no recibía respuesta alguna del hombre, y cuando vinieron a recoger su cuerpo, Eri quedó sola en la gran casa de la que ahora era dueña, más toda esa fortuna que el hombre había legado a su ahora hija no era ningún repuesto para el dolor que la muerte del mismo había dejado en el corazón de la muchacha.
Pero ella había prometido convertirse en la mejor ninja médico, por él, para honrar su memoria.
La joven de cabellos azules movía la escoba al compás con el que se mecía su corta falda del vestido veraniego que llevaba, suspiró, ya le quedaba pequeño y debía heredar más ropa de las compañeras mayores. Entonces alguien tocó a la puerta, dos golpes suaves, y al ser la persona más cercana a ella, decidió que era la más indicada para abrir la puerta.
-¿Quién es?-Preguntó la pequeña al abrir un poco la puerta, lo suficiente para dejar que su vista examinase a lo desconocido. Allí encontró a un par de hombres ya entrados en años, uno, canoso de ojos verdes, y el otro, más joven que el anterior, de cabellos oscuros y ojos marrones.
-Hola, pequeña, veníamos a hablar con el encargado del orfanato. ¿Está por aquí?- Preguntó el de cabellos oscuros, entonces y como siempre solía hacer, el encargado apareció por detrás de la puerta, abriéndola de par en par con una sonrisa adornándole el rostro.
-¡Hola, amigos! Pasad, pasad, debemos hablar de varias cosas en mi despacio, luego os enseñaré a los pequeños.- Así el encargado y los otros hombres pasaron dentro de la estancia. Uno de los señores, el de cabellos grises, se quedó mirando fijamente a Eri mientras caminaba lentamente por el pasillo, y cuando ésta lo notó, aguantó su mirada sobre ella, fijamente y sin cortar la visión, con una expresión seria en ambos rostros, el hombre no soportó tal cosa, así que decidió dedicarle una sonrisa cálida a la joven, que logró, al menos un poco, colar en el corazón de la joven y que esta relajase su dura mirada, dedicándole una mirada más comprensiva y casi una sonrisa.
Perdiendo de vista a los tres varones, siguió con su tarea de limpiar el recibidor del orfanato, que le llevó toda la mañana. Una vez terminó sus tareas, se sentó al pie de las escaleras y sacó uno de sus libros que recibió por su último cumpleaños, objeto perteneciente a Yuna. Aprovechó que todos los chicos estaban en el jardín o limpiando otro lugar de la casa, ya que el pasillo de la entrada se encontraba totalmente vacío y carente de ruido. Sus minutos de paz duraron aproximadamente media hora, ya que los tres hombres que habían ingresado en la habitación del encargado habían vuelto a salir entre palabras y alguna que otra risa.
Entonces el hombre de cabellos grises miró a Eri y en un momento en el que el encargado y su compañero hablaban se acercó a la pequeña y se sentó a su lado, con la misma sonrisa que le había dedicado minutos antes. Eri sonrió, esta vez más incómoda por como se había acercado el hombre a ella.
-Hola pequeña.-Saludó feliz.-¿Cuántos años tienes?- Preguntó intentando sacar un tema de conversación.-¿No se supone que deberías estar jugando con las demás niñas?
-No me gustan sus juegos, además no me llevo bien con los niños de aquí.-Explicó Eri sin dejar de mirar su libro, estaba nerviosa por el hombre que la acompañaba, mordiéndose el labio con más frecuencia que de costumbre.-Tengo seis años... Pero por mi estatura parece que tengo menos.-Agregó como dato, sin que fuese necesario.
-No pasa nada, así pareces más mona.-Dijo el hombre a modo de broma, revolviéndole el cabello a la de ojos verdes. -¿No te sientes sola así?
La joven hizo un puchero y se colocó los diferentes puntos de su ahora desordenado cabello. -Hace un año perdí a mi mejor y único amigo, después de eso ni yo he querido a otra persona, ni otra persona me ha querido a mí...-La pequeña comenzó a jugar con sus manos, pensando si era correcto revelar esa información a un hombre que acababa de conocer.-Pero... Si soy sincera, me siento muy sola aquí...-Terminó con un hilo de voz, tratando de ocultarse detrás de su libro.
El hombre mostró una sonrisa compasiva a la joven, y sin decir nada, se levantó y se añadió a la conversación que mantenían los otros hombres. Eri suspiró y sin mirar de nuevo al hombre, se fue a su habitación. Estaba convencida que ese hombre no volvería, y que solo había querido tener una charla... Bah, ¿qué más daba? Se sentó en su cama y decidió seguir leyendo su libro.
Pero al día siguiente el hombre de cabellos grises volvió al edificio, con unos papeles sellados, hizo al hombre que llevaba el orfanato el hombre más feliz de la villa, y cuando Yuna fue a avisar a Eri, la de cabellos azules sabía que le había tocado el turno de salir de allí. Pero no le importaba lo más mínimo. Cuando vio al hombre le volvió a sonreír, y este ofreció su mano para que la pequeña la tomase, y juntos dejaron atrás el orfanato, porque esa había sido su prisión durante años y ya era hora de volver a respirar de nuevo.
El señor que había adoptado a Eri era un hombre reconocido en la villa por ser uno de los ninjas médicos más reconocidos, además por poseer una fortuna bastante importante, y más si eres un hombre mayor que vive solo en una gran casa. Su nombre era Genza, y por lo que había escuchado la joven de cabellos azulados estaba viudo y no tenía ningún hijo. Eri tenía todo para ella, pero no quería nada, solo la compañía de Genza, al que comenzó a llamar abuelo. Para ella, él era su segundo amigo en el mundo, quien había acabado con la época de soledad que le había tocado vivir después de la marcha de Nabi, así que decidió que ella misma, como ninja que había nacido, seguiría los pasos de su ahora abuelo y conseguiría llegar a ser una gran ninja médico.
Por ello comenzó a ser instruida por Genza desde los ocho años de edad en su casa, y todos los días ambos trabajaban duro para entrenar. Pero, por desgracia, un día, el hombre de cabellos grisáceos no abrió los ojos para tener otra jornada más, muriendo de causas naturales.
La joven Eri, de unos once años de edad, fue la que descubrió el cadáver de su abuelo reposando en la cama que éste ocupaba. No dijo nada, solo se sentó a su lado, en el suelo, y apretó con su mano izquierda la de su abuelo, aferrándose a él, intentando volver a traerlo a la vida, a su vida, con ella.
-No te vayas... Abuelo... No me dejes...- Lloraba, susurraba, más no recibía respuesta alguna del hombre, y cuando vinieron a recoger su cuerpo, Eri quedó sola en la gran casa de la que ahora era dueña, más toda esa fortuna que el hombre había legado a su ahora hija no era ningún repuesto para el dolor que la muerte del mismo había dejado en el corazón de la muchacha.
Pero ella había prometido convertirse en la mejor ninja médico, por él, para honrar su memoria.
Caminaba por los pasillos de la escuela de la villa oculta del Remolino, le apetecía entrenar, pero tocaba ir a clase en algún momento. Llevaba varios días sin poder dormir por las noches, y tampoco le sentaba bien las comidas, así que algo malo ocurriría, no le daba buena espina esas señales que su cuerpo intentaba transmitirle, pero intentó omitirlas de la información que tenía en la cabeza en esos momentos.
Desde el incidente con su abuelo, la joven Eri había hablado con la kage de Uzushio, Shiona, y ésta le había permitido tomar una plaza en su escuela junto un lugar donde dormir en la misma, junto con los internos que vivían allí. La joven, sin embargo, planeaba poder comprar una casa una vez graduada con el dinero que Genza le había legado y vivir adecuadamente, pero sin ningún tipo de capricho. Suspiró, odiaba recordar la muerte de su abuelo.
Aquel día su vida cambió, y ahora la pequeña Eri, de doce años de edad, era una chica tímida que no acostumbraba a hablar con casi nadie, y eso que en la escuela había gente con la que parecía poder hacer buenas migas, pero no, no quería volver a abrir su corazón, no quería volver a amar para luego sufrir a cambio. Negó con la cabeza, no quería pensar, no quería volver a sentir.
Entre pensamientos, pasó el día, y lo mismo el siguiente, y el siguiente del siguiente...
Pero el día siguiente, del siguiente del siguiente, algo cambió. Ella entró en su clase, dispuesta a recibir más instrucciones e como convertirse en una gran ninja y una mejor persona. Sin embargo, una gran cabellera rubia le sorprendió, y con el corazón intentando salir de su pecho corrió por toda la habitación hasta quedar en frente de la persona que había acelerado sus latidos.
No una, si no todas las veces que su pequeño corazón se había acelerado en su vida.
Allí estaba, Nabi, Uchiha Nabi, su Nabi, sentado, con los brazos cruzados, mirada seria... No parecía él, habían pasado... ¿Siete años? Pero Eri sonreía, una amplia sonrisa adornaba su joven rostro, y sin dudarlo un segundo, saltó la mesa que los separaba y lo abrazó, sorprendiendo al joven Uchiha.
-Han pasado siete años... Pero estás aquí de nuevo... Conmigo...-Susurró cerca de su oído la pequeña chica de cabellos azules, lágrimas rebeldes se habían apoderado de su visión, nublándola, y todos los presentes en el salón habían dejado lo que hacían y se habían centrado en la peculiar pareja.
Segundos más tarde, unos brazos la rodearon, y un extraño, pero reconfortante abrazo había surgido de entre ambos.
-Hola, Eri.- La voz del rubio sonaba seria, más grave de como la recordaba.-Te he echado de menos.
La susodicha sonrió de nuevo y acentuó el abrazo, era él, aunque una versión más seria y recta que la que había conocido, pero le daba totalmente igual, allí estaba Nabi, y todavía la recordaba, era lo único que necesitaba para volver a ser feliz.
Porque había dejado de estar sola de nuevo.
Porque allí estaba su luz.
Su mezcla.
Desde el incidente con su abuelo, la joven Eri había hablado con la kage de Uzushio, Shiona, y ésta le había permitido tomar una plaza en su escuela junto un lugar donde dormir en la misma, junto con los internos que vivían allí. La joven, sin embargo, planeaba poder comprar una casa una vez graduada con el dinero que Genza le había legado y vivir adecuadamente, pero sin ningún tipo de capricho. Suspiró, odiaba recordar la muerte de su abuelo.
Aquel día su vida cambió, y ahora la pequeña Eri, de doce años de edad, era una chica tímida que no acostumbraba a hablar con casi nadie, y eso que en la escuela había gente con la que parecía poder hacer buenas migas, pero no, no quería volver a abrir su corazón, no quería volver a amar para luego sufrir a cambio. Negó con la cabeza, no quería pensar, no quería volver a sentir.
Entre pensamientos, pasó el día, y lo mismo el siguiente, y el siguiente del siguiente...
Pero el día siguiente, del siguiente del siguiente, algo cambió. Ella entró en su clase, dispuesta a recibir más instrucciones e como convertirse en una gran ninja y una mejor persona. Sin embargo, una gran cabellera rubia le sorprendió, y con el corazón intentando salir de su pecho corrió por toda la habitación hasta quedar en frente de la persona que había acelerado sus latidos.
No una, si no todas las veces que su pequeño corazón se había acelerado en su vida.
Allí estaba, Nabi, Uchiha Nabi, su Nabi, sentado, con los brazos cruzados, mirada seria... No parecía él, habían pasado... ¿Siete años? Pero Eri sonreía, una amplia sonrisa adornaba su joven rostro, y sin dudarlo un segundo, saltó la mesa que los separaba y lo abrazó, sorprendiendo al joven Uchiha.
-Han pasado siete años... Pero estás aquí de nuevo... Conmigo...-Susurró cerca de su oído la pequeña chica de cabellos azules, lágrimas rebeldes se habían apoderado de su visión, nublándola, y todos los presentes en el salón habían dejado lo que hacían y se habían centrado en la peculiar pareja.
Segundos más tarde, unos brazos la rodearon, y un extraño, pero reconfortante abrazo había surgido de entre ambos.
-Hola, Eri.- La voz del rubio sonaba seria, más grave de como la recordaba.-Te he echado de menos.
La susodicha sonrió de nuevo y acentuó el abrazo, era él, aunque una versión más seria y recta que la que había conocido, pero le daba totalmente igual, allí estaba Nabi, y todavía la recordaba, era lo único que necesitaba para volver a ser feliz.
Porque había dejado de estar sola de nuevo.
Porque allí estaba su luz.
Su mezcla.
Eri se estaba colocando su nueva bandana en la frente. Aquel día acababa de graduarse como gennin en la escuela de la villa oculta del Remolino, pero no era ella la única, la acompañaban distintos chicos más, algunos con aspecto normal, otros no tanto, y junto a ella Nabi adornaba también su bandana en el cuello. Pero ella estaba decidida, una nueva Eri había nacido, una llena de sueños y esperanzas, y esta vez no estaba sola. Muchos colores se arremolinaban a su al rededor, algunos conocidos por sus nombres, como Yota, Kazuma y Juro, y a su lado, la luz que había iluminado su vida. Y su sueño era cuidar y proteger a sus seres queridos.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100