7/07/2020, 23:11
A Uchiha Zaide le brillaban los ojos. Bueno, más bien el único ojo sano que le quedaba.
—¿Nos estáis emocionados? Porque yo lo estoy como en mi primer polvo.
—¿También durarás medio asalto, entonces?
Zaide se quedó de piedra. El comentario le pilló tan a contrapié que ni siquiera supo cómo reaccionar. Kaido, en contrapartida, no pudo evitar reír a carcajada limpia. ¿Ryūnosuke soltando chistes? Desde luego que no se lo había visto venir.
Las neuronas de Zaide volvieron a conectarse.
—¡Ryuu! ¡No sabía que ahora hacías bromas! —exclamó, gratamente sorprendido—. Digo, Ryūnosuke. Joder, te ha sentado bien el cambio de nombre, ¿huh? Igual debería imitarte. Algo como… ¿Zaidejin?
—Bueno, bueno, basta de tocar las narices. Hay cosas importantes de las que hablar.
Zaide asintió, volviendo a depositar la vista en la gran mesa redonda que tenían frente a ellos. Concretamente, en una maqueta de madera que representaba un estadio circular, con gradas de hasta un piso y un ring de combate en el medio.
—Caeremos aquí —dijo, señalando el centro del ring—. Así tendrán que acercarse. Los atraeremos… y dejarán atrás a sus queridos Señores. Akame, tú conoces a los finalistas. Daruu, Datsue. ¿Serán un problema serio? —quiso saber—. Asumo que por el Mangekyō de uno y la sangre Hyūga del otro que sí.
El mentado arrugó el ceño.
—Asumes bien. Cuando yo era jōnin, Datsue era uno de los shinobi más poderosos del Remolino... Y dudo que se haya dejado venir. Amedama, por otra parte, ha probado estar a la altura del propio Datsue en varias ocasiones, así que sí: es un cabrón peligroso.
—Muy peligroso —recalcó el Tiburón—. Yo le tendría el mismo cuidado a esos dos. Son las estrellas en ciernes de Amegakure y Uzushiogakure. Si hay alguien de nuestra generación que pueda ponerse esos sombreros de mierda en el futuro más cercano, son ellos.
—Vale, entonces, recapitulemos. Ryūnosuke irá a despejar las puertas. Pensarán que simplemente quieres evitar que les lleguen refuerzos por tierra, si es que les da tiempo a pensar. Nosotros optaremos por una formación triangular en el centro, y a resistir como jabatos. Como putos jabatos por tres minutos. Tres minutos, chicos. Es todo lo que necesita mi Kirin.
—Veremos si queda algún Señor para cuando lo tengas cargado.
—Bueno, para eso te tenemos a ti, ¿huh? Para ocuparte de los que sobren. Akame, ¿estás seguro de que desalojaran a los Feudales por este pasillo? —preguntó, señalando cierta zona de la maqueta.
El Uchiha asintió, mesándose el mentón con la diestra. Sus ojos recorrían el túnel de punta a punta.
—Es la ruta más lógica. Los daimyō de la Tormenta, el Bosque y la Espiral estarán en sus propios palcos, con sus propias salidas. Pero los señores de los países menores siempre ocupan una tribuna conjunta con una única vía de evacuación. Como ya dije, al menos que yo sepa. Puede que en estos dos años hayan modificado algo...
—¿Y estás seguro de que por esa vía no irán también civiles? Porque si algo habrá, eso es caos.
—¿Y no es caos lo que buscamos?
Akame negó, tajante. Si de algo estaba seguro, era de eso: por aquella salida de emergencia no pondría pie alguno ningún civil.
—No, no, no, imposible. Ese túnel sólo lo usarán los señores y sus guardias, si dejaran salir por ahí a cualquier otra persona sería una brecha de seguridad del tamaño de la Torre de Meditación —aseveró—. Imagínate: cualquier hijo de vecino con veinte sellos explosivos pegados al cuerpo podría abalanzarse sobre la comitiva y hacerse explotar. Volarían todos por los putos aires. No, no habrá civiles.
—Sería más efectivo que los esperase fuera del estadio. Así no habría margen de error.
—Sí, ¿y a cuántos civiles te llevarías por delante, puto loco?
—Para toda revolución hace falta sangre, Zaide. Si sigues queriéndolo todo acabarás muerto. Esta vez de verdad.
Zaide chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—No, no. Escúchame. Por meses me he adaptado a lo que vosotros quisisteis. A Umigarasu y a su puta madre, ya visteis cómo salió —soltó, conocedor de que aquella pulla haría daño—. Este es mi plan. Mío. Y lo haremos a mi puta manera. Barra libre con los ninjas, pero sin cargarse a un puto inocente, o todo esto carecerá de sentido. Lo tenemos claro, ¿huh?
Esperó a que todos asintiesen para continuar. Kaido fue el primero, pues razón tenía Zaide al puntualizar lo mal que habían ido sus propios planes.
—Entonces Ryūnosuke les pillará entre la salida de emergencia y este pasillo que conecta de aquí. Joder, bien. Y si a nuestro querido dragón le queda chakra…
—Me quedará.
—…sale a por mi águila y que lance una sorpresita desde el cielo. Kaido, ¿hay alguno entre los amejines que pueda parar lo que viste en el Kaji Saiban? ¿Yui? ¿La Jinchūriki?
—No deberíamos subestimar a la jinchūriki de Amegakure. Vi con mis propios ojos lo que es capaz de hacer cuando pierde el control, Kaido puede dar buena fe de ello. Sería capaz de arrasar con todo el estadio si esto se sale de madre.
—Sí. Ayame ya no es la niña asustadiza y débil de hace un par de años. La última vez que me la encontré, como ya os he contado, la vi resolutiva y llena de mucha determinación. Aunado a su poder de Jinchūriki, claro, que no es moco de pavo. Esas Bijūdama... pueden parar lo que sea.
—Bueno, con suerte Ayame no estará para muchos trotes. No con la sorpresita que le tenemos preparada. ¿Qué más, qué mas? ¿Algún otro ninja del que debamos tener especial cuidado?
Akame le dio una calada al cigarrillo que sostenía entre los dedos índice y pulgar.
—La Arashikage, Yui. Tiene fama de ser implacable, pero creo que podríamos jugar con eso a nuestro favor —dejó escapar el humo—. Kaido estará allí. Tú estarás allí. Y es orgullosa a morir, como todos los amejin. Dudo mucho que se lo piense dos veces en cuanto nos vea aparecer: va a venir a por nosotros, y va a venir con todo. Si la provocamos, será incapaz de razonar, como una bestia enfurecida.
—Lo hará. La Tormenta vendrá a por nosotros sin ningún tipo de contemplación. Pero no te equivoques, Akame. No hay bestia en ōnindo que se iguale a Amekoro Yui. Su presencia por sí sola ya es algo de lo que debemos preocuparnos, así que no la subestimen.
»Lo mismo con Amedama...
Zaide se limitó a sonreír.
—En ese caso, la consigna es clara.
»Hacer historia o morir.
—¿Nos estáis emocionados? Porque yo lo estoy como en mi primer polvo.
—¿También durarás medio asalto, entonces?
Zaide se quedó de piedra. El comentario le pilló tan a contrapié que ni siquiera supo cómo reaccionar. Kaido, en contrapartida, no pudo evitar reír a carcajada limpia. ¿Ryūnosuke soltando chistes? Desde luego que no se lo había visto venir.
Las neuronas de Zaide volvieron a conectarse.
—¡Ryuu! ¡No sabía que ahora hacías bromas! —exclamó, gratamente sorprendido—. Digo, Ryūnosuke. Joder, te ha sentado bien el cambio de nombre, ¿huh? Igual debería imitarte. Algo como… ¿Zaidejin?
—Bueno, bueno, basta de tocar las narices. Hay cosas importantes de las que hablar.
Zaide asintió, volviendo a depositar la vista en la gran mesa redonda que tenían frente a ellos. Concretamente, en una maqueta de madera que representaba un estadio circular, con gradas de hasta un piso y un ring de combate en el medio.
—Caeremos aquí —dijo, señalando el centro del ring—. Así tendrán que acercarse. Los atraeremos… y dejarán atrás a sus queridos Señores. Akame, tú conoces a los finalistas. Daruu, Datsue. ¿Serán un problema serio? —quiso saber—. Asumo que por el Mangekyō de uno y la sangre Hyūga del otro que sí.
El mentado arrugó el ceño.
—Asumes bien. Cuando yo era jōnin, Datsue era uno de los shinobi más poderosos del Remolino... Y dudo que se haya dejado venir. Amedama, por otra parte, ha probado estar a la altura del propio Datsue en varias ocasiones, así que sí: es un cabrón peligroso.
—Muy peligroso —recalcó el Tiburón—. Yo le tendría el mismo cuidado a esos dos. Son las estrellas en ciernes de Amegakure y Uzushiogakure. Si hay alguien de nuestra generación que pueda ponerse esos sombreros de mierda en el futuro más cercano, son ellos.
—Vale, entonces, recapitulemos. Ryūnosuke irá a despejar las puertas. Pensarán que simplemente quieres evitar que les lleguen refuerzos por tierra, si es que les da tiempo a pensar. Nosotros optaremos por una formación triangular en el centro, y a resistir como jabatos. Como putos jabatos por tres minutos. Tres minutos, chicos. Es todo lo que necesita mi Kirin.
—Veremos si queda algún Señor para cuando lo tengas cargado.
—Bueno, para eso te tenemos a ti, ¿huh? Para ocuparte de los que sobren. Akame, ¿estás seguro de que desalojaran a los Feudales por este pasillo? —preguntó, señalando cierta zona de la maqueta.
El Uchiha asintió, mesándose el mentón con la diestra. Sus ojos recorrían el túnel de punta a punta.
—Es la ruta más lógica. Los daimyō de la Tormenta, el Bosque y la Espiral estarán en sus propios palcos, con sus propias salidas. Pero los señores de los países menores siempre ocupan una tribuna conjunta con una única vía de evacuación. Como ya dije, al menos que yo sepa. Puede que en estos dos años hayan modificado algo...
—¿Y estás seguro de que por esa vía no irán también civiles? Porque si algo habrá, eso es caos.
—¿Y no es caos lo que buscamos?
Akame negó, tajante. Si de algo estaba seguro, era de eso: por aquella salida de emergencia no pondría pie alguno ningún civil.
—No, no, no, imposible. Ese túnel sólo lo usarán los señores y sus guardias, si dejaran salir por ahí a cualquier otra persona sería una brecha de seguridad del tamaño de la Torre de Meditación —aseveró—. Imagínate: cualquier hijo de vecino con veinte sellos explosivos pegados al cuerpo podría abalanzarse sobre la comitiva y hacerse explotar. Volarían todos por los putos aires. No, no habrá civiles.
—Sería más efectivo que los esperase fuera del estadio. Así no habría margen de error.
—Sí, ¿y a cuántos civiles te llevarías por delante, puto loco?
—Para toda revolución hace falta sangre, Zaide. Si sigues queriéndolo todo acabarás muerto. Esta vez de verdad.
Zaide chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—No, no. Escúchame. Por meses me he adaptado a lo que vosotros quisisteis. A Umigarasu y a su puta madre, ya visteis cómo salió —soltó, conocedor de que aquella pulla haría daño—. Este es mi plan. Mío. Y lo haremos a mi puta manera. Barra libre con los ninjas, pero sin cargarse a un puto inocente, o todo esto carecerá de sentido. Lo tenemos claro, ¿huh?
Esperó a que todos asintiesen para continuar. Kaido fue el primero, pues razón tenía Zaide al puntualizar lo mal que habían ido sus propios planes.
—Entonces Ryūnosuke les pillará entre la salida de emergencia y este pasillo que conecta de aquí. Joder, bien. Y si a nuestro querido dragón le queda chakra…
—Me quedará.
—…sale a por mi águila y que lance una sorpresita desde el cielo. Kaido, ¿hay alguno entre los amejines que pueda parar lo que viste en el Kaji Saiban? ¿Yui? ¿La Jinchūriki?
—No deberíamos subestimar a la jinchūriki de Amegakure. Vi con mis propios ojos lo que es capaz de hacer cuando pierde el control, Kaido puede dar buena fe de ello. Sería capaz de arrasar con todo el estadio si esto se sale de madre.
—Sí. Ayame ya no es la niña asustadiza y débil de hace un par de años. La última vez que me la encontré, como ya os he contado, la vi resolutiva y llena de mucha determinación. Aunado a su poder de Jinchūriki, claro, que no es moco de pavo. Esas Bijūdama... pueden parar lo que sea.
—Bueno, con suerte Ayame no estará para muchos trotes. No con la sorpresita que le tenemos preparada. ¿Qué más, qué mas? ¿Algún otro ninja del que debamos tener especial cuidado?
Akame le dio una calada al cigarrillo que sostenía entre los dedos índice y pulgar.
—La Arashikage, Yui. Tiene fama de ser implacable, pero creo que podríamos jugar con eso a nuestro favor —dejó escapar el humo—. Kaido estará allí. Tú estarás allí. Y es orgullosa a morir, como todos los amejin. Dudo mucho que se lo piense dos veces en cuanto nos vea aparecer: va a venir a por nosotros, y va a venir con todo. Si la provocamos, será incapaz de razonar, como una bestia enfurecida.
—Lo hará. La Tormenta vendrá a por nosotros sin ningún tipo de contemplación. Pero no te equivoques, Akame. No hay bestia en ōnindo que se iguale a Amekoro Yui. Su presencia por sí sola ya es algo de lo que debemos preocuparnos, así que no la subestimen.
»Lo mismo con Amedama...
Zaide se limitó a sonreír.
—En ese caso, la consigna es clara.
»Hacer historia o morir.
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