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Daigo corría, y corría, y corría y solo dejó para trotar, o caminar, o dormir unas pocas horas bajo algún árbol mientras se dirigía a toda la velocidad que sus piernas le permitían directo hacia su villa, impulsado más por sus voluntad de llegar que por su propio aguante físico.
Mientras viajaba, el peliverde no hacía más que desear que Aotsuki Ayame se encontrara bien, que aquel haz de energía que pudo ver a lo lejos una vez escapó fuera suyo y que lo hubiera utilizado para escapar, tal y como había hecho una vez para intentar borrar a Datsue de Ōnindo.
Pero si no se encontraba bien. Si hubiera sucedido algo mientras huía, Daigo esperaba que al menos su aviso sirviera de algo, pues a estas alturas es lo único que podía hacer.
Una vez llegó y pasó por los guardias, el genin hizo un último esfuerzo en correr lo más rápido que pudo hacia el edificio del Morikage y se dirigió directo al encargado que estuviera allí en aquel momento.
—Tengo que ver a Kenzou-sama... es importante —dijo, jadeando.
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
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5/11/2018, 17:04
(Última modificación: 5/11/2018, 17:04 por Amedama Daruu.)
Un palo de madera le golpeó en la cabeza suavemente. Un simple toque.
— ¡Ploc! —La voz de un niño le saludó de forma peculiar. Paddo, el encargado de las tardes de Tsuchiyoubi, no era más que un mocoso con un perro muy vago pegado en la cabeza. Pero aún así estaba en el puesto, con plena confianza del Morikage, por supuesto— . Si yo fuera un traidor a la aldea, ahora estarías muerto, Daigo-kun.
»El viejo está ahí arriba. Ha bajado varias veces a mear, yo creo que se aburre mucho.
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—¡Ploc! —Un palo de madera golpeó sin más la cabeza del peliverde. Apenas fue un toquecito que no le hacía daño a nadie, pero que había conseguido confundir visiblemente al chico—. Si yo fuera un traidor a la aldea, ahora estarías muerto, Daigo-kun.
»El viejo está ahí arriba. Ha bajado varias veces a mear, yo creo que se aburre mucho.
—¡Muchas gracias!
Daigo se giró y se dirigió con prisas hacia las escaleras, para subirlas rápidamente de dos en dos hasta llegar al despacho de Kenzou, tocar la puerta y entrar tan pronto como pudiera.
—¡Kenzou-sama, Kenzou-sama! ¡Ha pasado algo!
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Daigo se encontró a Kenzou sentado en la mesa del despacho. Por lo visto, acababa de servirse una taza de rico, humeante, ardiente té. El hombre recibió a Daigo con una sonrisa de oreja a oreja. Sucede que en la mayoría de las ocasiones, cuando un genin irrumpía así en su despacho, en realidad no había pasado nada. No en el gran sentido de las cosas.
—Oh, Daigo-kun. Siéntate y cuéntame, joven —dijo, y se inclinó debajo del escritorio. De ahí sacó otra taza de té, que se apresuró en poner en el otro lado del escritorio. Con la tetera, sirvió una ración a Daigo—. Siéntate a beber té con este viejo carcamal solitario y cuéntame.
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Para la sorpresa y la admiración de Daigo, Kenzou se mostraba totalmente calmado y sonriente, como si en ningún momento un genin demasiado nervioso hubiera entrado a su despacho en primer lugar.
Toda aquella calma se le podría haber contagiado fácilmente al peliverde, de no ser porque el Morikage sacó una taza de debajo de su escritorio que llenó de ardiente, ardiente té.
—Esto... muchas gracias.
Daigo tragó saliva y se acercó el té con cuidado, aceptándolo, pero no bebería nada hasta que no bajara unos mil grados de temperatura como poco.
—Verá, hace dos días me encontré con Aotsuki Ayame en el Valle del Fin, investigando la estatua de Sumizu Kouta. Parece... que la falta la cabeza.
»Al principio no la reconocí, porque vestía una túnica y llevaba una máscara, pero allí había una chica que la reconoció enseguida e intentó que me marchara para estar a solas con ella.
»Tuve un muy mal presentimiento, así que no me moví, pero entonces ella congeló el ambiente e hizo un arma de hielo negro. Yo conseguí salir, pero a lo lejos pude ver un gran haz de luz negra y... no sé qué pasó después.
»La mujer era pálida, tenía el pelo negro y unas marcas bajo los ojos. Quizá sería buena idea avisar de esto, por si acaso.
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Kenzou parecía haberse quedado en el sitio. Con una grave mirada, escrutaba los ojos de Daigo, y todos los movimientos de sus músculos faciales. El hombre entrecerró los ojos, y de pronto perdió la sutil sonrisa que siempre le caracterizaba. Se llevó una mano a la frente y se agarró el entrecejo con fuerza durante unos segundos. Cuando retiró la pinza, tenía la frente roja como un tomate.
—Debo suponer que hoy no ese dichoso día de las bromas de Tane-Shigai, ¿verdad, joven? —dijo—. De modo que lo que me estás diciendo va totalmente en serio, ¿no?
»Claro que sería buena idea avisar de esto. Verás, joven, yo siempre he defendido los intereses de esta villa por encima de todo. Por encima de absolutamente todo. —Se levantó y se dio la vuelta, alejándose hacia la parte trasera del despacho—. Incluso por encima de la que ahora llaman "Paz de Shiona". Sí. Hay que defender a los nuestros. Tenemos que estar por encima del resto por si alguna vez la paz se rompe.
»Hijo mío. Ayame es la jinchuuriki del Gobi. Una mujer misteriosa, probablemente, la ha matado. O secuestrado.
»Y nosotros... tenemos otro jinchuuriki. Podría ser su objetivo. Quería mantenerlo en secreto. Pero como un cuarto actor decida jodernos la vida, podría acabar con todo Oonindo. Esto ES preocupante, y mucho.
Se dio la vuelta.
»Creo que la muerte de Shiona nos hizo volvernos a todos locos. Finalmente, tenía razón. El Pacto nos hacía fuertes. Nos permitía mantener un Orden. Ahora, todo eso se ha roto. Dime, hijo, ¿tenía bandana a la vista? Dime por favor que no era una uzujin.
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Kenzou entrecerró los ojos, se acercó a Daigo y golpeó el escritorio, tenso como un resorte.
—¡Vamos, muchacho! ¿¡Qué te pasa!? ¡Contesta! ¿¡No ves acaso que estamos tratando un asunto de máxima importancia!?
»¡Daigo!
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El joven casi cayó de su asiento del sobresalto que le provocó Kenzou.
—¡Vamos, muchacho! ¿¡Qué te pasa!? ¡Contesta! ¿¡No ves acaso que estamos tratando un asunto de máxima importancia!?
»¡Daigo!
Sí... lo entiendo, perdone.
Claro que veía que aquello era importante, de lo contrario habría venido corriendo desde el Valle del Fin para decírselo, pero...
«¿Desde cuándo tenemos otro jinchuuriki? Pensaba que estas cosas se avisaban...»
Daigo negó con la cabeza.
—No, señor, no llevaba ninguna bandana visible —dijo—, pero no creo que tenga nada que ver con lo que sucedió en Uzushiogakure.
Calló unos segundos, exprimiendo su cerebro para intentar recordar todo lo que sucedió entonces. Algún detalle que le revelara las intenciones de aquella mujer.
»Esto... recuerdo que dijo algo como "libera lo que no es tuyo". No tengo ni idea de a lo que se refería, pero quizá usted sepa algo más.
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Kenzou se acarició la barbilla y paseó alrededor del despacho a grandes zancadas.
—Mmh... —Murmuraba, o más bien gruñía. Era la primera vez que Daigo había visto a su mandatario tan serio, y tan nervioso. Se rascaba la cabeza, daba algún que otro pisotón en el suelo...
...finalmente, acabó por volver de nuevo al otro lado del escritorio y se sentó en la silla. Respiró hondo...
...y sonrió.
—Bien, Daigo-kun. Gracias por informar. Puedes marcharte. Enviaré una carta a Amegakure...
»Y de paso, me aseguraré de convencer a Yui-dono de que nosotros no nos hemos cargado la estatua de Kouta. Nos envió una misiva... algo agresiva.
«Esto podría ser un problema muy grave. "Libera lo que no es tuyo"... ¿y de quién es, si puede saberse?
¿De quién es un bijuu?
Esto no pinta nada bien.»
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El joven Daigo partió del despacho con más preguntas que respuestas, pero con la satisfacción de haber reportado un suceso en el que se había visto envuelto como protagonista. El protagonismo, no obstante, ahora lo tendrían otros. Llegaba la hora de Moyashi Kenzou. La subrepticia serpiente, que siempre tramaba tras un arbusto para quedar en buena posición con las otras dos aldeas.
Pero aquél asunto requería de algo de coordinación. Hasta el estratega más trastornado sabe cuál es el momento de dejar de intentar ganar posiciones contra dos adversarios cuando un tercero asoma la cabeza...
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