27/09/2020, 21:36
—Éste será tu hogar.
Desde que descendí del carruaje no había podido quitar la mirada de aquella enorme entrada de madera blanca entre los muros de piedra. La mujer pelirroja que me había acogido se mostraba bastante amable, y siempre respetó su distancia. Sus ropas eran caras, pero las llevaba un poco mal ajustadas. ¿Será que su brazo faltante, el derecho, le hacía realmente falta para arreglarse?
—Es… muy grande. —dije.
—Es bastante cómoda. Venga, adentro. Afortunadamente no tienes mucho que mover. ¡Pero no te preocupes, apuesto a que a tus nuevas hermanas les encantaría acompañarte a comprar ropa!
La mujer caminó hacia la puerta. Uno de los sirvientes que conducía el carruaje se apresuró a abrir. Se notaba que esta mujer tenía mucho dinero. Se detuvo en el umbral e hizo un ademán, instándome a entrar.
—Hermanas… —susurré, temerosa pero emocionada. Y seguí a Komachi-san.
¡Aquel era un jardín inmenso! Varios árboles con las últimas flores de la temporada. Caminos de piedra que iban por aquí y allá, cercados por arbustos coloridos. ¿Era aquél un estanque también? ¿Tendrán también de esos peces bonitos?
¡Ah! ¡Y la casa del centro! ¡Era gigantesca! Era un verdadero palacio. No pude ocultar mi sonrisa.
Komachi-san me guió hasta un cruce de los caminos de piedra, donde había dos chicas esperando. Sus caras eran bastante similares, pero sus cuerpos eran totalmente opuestos: la de la izquierda era pequeña, incluso más que yo, de cabellera brillante y expresión apenas educada. Vestía un kimono corto rosa. La de la derecha era muy alta, de piel morena y cabellera castaña, atada en una esponjada trenza que llegaba hasta su cadera. Vestía un kimono verde.
Sonreí más al ver a la de la trenza. La recordaba perfectamente. ¡Ella me había activado, allá en aquel agujero en la tierra! ¡Ella me había sacado, estaba segura!
—Bienvenida a la casa Sagisō —comenzó la pequeña, con una reverencia leve—. Me llamo Kuumi.
—Y y-yo Ranko. —La de la trenza se inclinó también, aunque ella portaba una sonrisa más cálida.
—Chicas —dijo Komachi-san, haciéndose a un lado para presentarme —, ella es… Oh, no, mejor dilo tú, cariño.
Asentí y me incliné en una profunda reverencia.
—Mi nombre es Kūran Meme —comencé, irguiéndome grácilmente con una sonrisa amplia —. Es un gusto conocerles. Gracias por cuidar de mí.
Kuumi frunció los labios, pero Ranko sonrió.
—Meme-san… ¿M-me recuerdas? Y-yo…
—Por supuesto. Ranko-oneesama fue quien me activó y sacó de la oscuridad.
Se sonrojó, se sonrojó bastante.
—O… ¿Onee… sama…?
—Oi, oi, ¿Y yo? Ran-chan y yo somos mellizas, tenemos la misma edad. Deberías llamarme así de formalmente a mí también, ¿No? —soltó Kuumi, visiblemente molesta.
—Gracias a onee-sama pude surgir a la luz. Por eso se merece el más grande de mis respetos. —Me doblé ante ella con la más educada de las reverencias.
Kuumi bufó. Komachi-san se adelantó.
—¿Me las permites un momento, Meme-chan? —dijo, y llevó a sus hijas varios metros más allá, lejos de mí.
Apuesto a que les contó lo maravillosa y linda que soy. ¡Una muñeca viviente para las Sagisō! ¿Cuándo se ve algo tan extraordinario?
Se separaron. Kuumi tenía rostro curioso, pero onee-sama se notaba comprensiva.
—Como primera actividad, ¿Por qué no van de compras? ¡Así le consiguen un montón de ropas monas a Meme-chan!
—Oh, me encantaría. Si no les molesta. —Vestía un kimono azul grisáceo muy sencillo. Habría sido mejor que me dieran uno blanco para parecer fantasma.
—S-sería divertido…
—¡Perfecto! Aprovecho para comprarme algo. Vamos, Meme-chan.
Las hermanas me rodearon, pasando a cada lado mío, pero, antes de que me diera cuenta, Kuumi me había tomado del brazo.
Pero no era Kuumi. Era alguien en las sombras. Sentía sus manos mover mi cuerpo a su voluntad. Sentía el metal romper mi cubierta exterior, mi piel. Sentía sus dedos acomodar mi marco interno, mis huesos. Sentía su voz diciéndome lo perfecta que sería cuando terminara de manipularme. Y dolor. Sentía mucho dolor.
Me aparté de Kuumi tan rápidamente poco pude, sin importar cuán brusca me viese. Prácticamente me lancé contra onee-sama, abrazándola, atemorizada y asqueada por el tacto de la mano de la hermana pelirroja.
—¡Kuu-chan! ¿Por qué hiciste eso? ¡Madre dijo que Meme-san era delicada con eso!
—Ya, ya, bueno… Disculpa. Me ganó la curiosidad —Los ojos de Kuumi brillaron con un tanto de malicia que no me gustó para nada —. Aunque si es el caso… ¿Por qué te abraza?
Onee-sama, de hecho, intentaba mantener sus manos al aire, y las bajó lentamente, colocando gentilmente su palma en mi coronilla. Su tacto era agradable, único, como un cristal de azúcar en una montaña de sal.
—Ahm… yo…
—Onee-sama me activó . Sus manos son diferentes al resto.
—¿Te activó, eh? Entonces sí eres… ¿Un robot? ¿Una marioneta? ¿Una muñeca?
Su actitud me intimidaba un poco. Me aferré al kimono verde de onee-sama.
—Una muñeca. De las que no-se-tocan. —Contesté, enfatizando cada palabra de la negación.
—¿Eh? Pero si las muñecas son para jugar. ¿No?
La mano de Kuumi se alzó de nuevo en mi dirección. Sentí una especie de rabia vengativa dentro. No dejaría que me volviese a tocar. Era una muñeca, no un juguete.
Pero fue onee-sama quien intercedió, deteniendo la mano de Kuumi con la suya.
—Kuu-chan. No. ¿Por qué quieres provocarla?
—Sólo quería saber si…
—¿Si madre decía la verdad? ¿O si Meme-san lo decía en serio? —La de la trenza no bromeaba. La rubia retrocedió.
—Bueno, ya. Lo siento. No volveré a hacerlo. ¿Está bien? Lo prometo, Meme-chan.
Kuumi alzó la palma derecha, sonriente. Onee-sama bajó la mirada hacia mí. No sentía mucha confianza hacia la pelirroja, pero con la que sentía hacia la castaña era más que suficiente. Yo sólo asentí levemente.
—Andando, entonces.
La salida de compras fue maravillosa. Kuumi había cumplido su palabra, y entre mis hermanas cuidaron de todo choque con la muchedumbre. Me compraron la suficiente ropa como para llenar un armario: entre prendas elegantes y tradicionales como yukatas, y cosas más modernas como pantaloncillos y botas. ¡Oh, cómo adoré esas botas!
Desde que descendí del carruaje no había podido quitar la mirada de aquella enorme entrada de madera blanca entre los muros de piedra. La mujer pelirroja que me había acogido se mostraba bastante amable, y siempre respetó su distancia. Sus ropas eran caras, pero las llevaba un poco mal ajustadas. ¿Será que su brazo faltante, el derecho, le hacía realmente falta para arreglarse?
—Es… muy grande. —dije.
—Es bastante cómoda. Venga, adentro. Afortunadamente no tienes mucho que mover. ¡Pero no te preocupes, apuesto a que a tus nuevas hermanas les encantaría acompañarte a comprar ropa!
La mujer caminó hacia la puerta. Uno de los sirvientes que conducía el carruaje se apresuró a abrir. Se notaba que esta mujer tenía mucho dinero. Se detuvo en el umbral e hizo un ademán, instándome a entrar.
—Hermanas… —susurré, temerosa pero emocionada. Y seguí a Komachi-san.
¡Aquel era un jardín inmenso! Varios árboles con las últimas flores de la temporada. Caminos de piedra que iban por aquí y allá, cercados por arbustos coloridos. ¿Era aquél un estanque también? ¿Tendrán también de esos peces bonitos?
¡Ah! ¡Y la casa del centro! ¡Era gigantesca! Era un verdadero palacio. No pude ocultar mi sonrisa.
Komachi-san me guió hasta un cruce de los caminos de piedra, donde había dos chicas esperando. Sus caras eran bastante similares, pero sus cuerpos eran totalmente opuestos: la de la izquierda era pequeña, incluso más que yo, de cabellera brillante y expresión apenas educada. Vestía un kimono corto rosa. La de la derecha era muy alta, de piel morena y cabellera castaña, atada en una esponjada trenza que llegaba hasta su cadera. Vestía un kimono verde.
Sonreí más al ver a la de la trenza. La recordaba perfectamente. ¡Ella me había activado, allá en aquel agujero en la tierra! ¡Ella me había sacado, estaba segura!
—Bienvenida a la casa Sagisō —comenzó la pequeña, con una reverencia leve—. Me llamo Kuumi.
—Y y-yo Ranko. —La de la trenza se inclinó también, aunque ella portaba una sonrisa más cálida.
—Chicas —dijo Komachi-san, haciéndose a un lado para presentarme —, ella es… Oh, no, mejor dilo tú, cariño.
Asentí y me incliné en una profunda reverencia.
—Mi nombre es Kūran Meme —comencé, irguiéndome grácilmente con una sonrisa amplia —. Es un gusto conocerles. Gracias por cuidar de mí.
Kuumi frunció los labios, pero Ranko sonrió.
—Meme-san… ¿M-me recuerdas? Y-yo…
—Por supuesto. Ranko-oneesama fue quien me activó y sacó de la oscuridad.
Se sonrojó, se sonrojó bastante.
—O… ¿Onee… sama…?
—Oi, oi, ¿Y yo? Ran-chan y yo somos mellizas, tenemos la misma edad. Deberías llamarme así de formalmente a mí también, ¿No? —soltó Kuumi, visiblemente molesta.
—Gracias a onee-sama pude surgir a la luz. Por eso se merece el más grande de mis respetos. —Me doblé ante ella con la más educada de las reverencias.
Kuumi bufó. Komachi-san se adelantó.
—¿Me las permites un momento, Meme-chan? —dijo, y llevó a sus hijas varios metros más allá, lejos de mí.
Apuesto a que les contó lo maravillosa y linda que soy. ¡Una muñeca viviente para las Sagisō! ¿Cuándo se ve algo tan extraordinario?
Se separaron. Kuumi tenía rostro curioso, pero onee-sama se notaba comprensiva.
—Como primera actividad, ¿Por qué no van de compras? ¡Así le consiguen un montón de ropas monas a Meme-chan!
—Oh, me encantaría. Si no les molesta. —Vestía un kimono azul grisáceo muy sencillo. Habría sido mejor que me dieran uno blanco para parecer fantasma.
—S-sería divertido…
—¡Perfecto! Aprovecho para comprarme algo. Vamos, Meme-chan.
Las hermanas me rodearon, pasando a cada lado mío, pero, antes de que me diera cuenta, Kuumi me había tomado del brazo.
Pero no era Kuumi. Era alguien en las sombras. Sentía sus manos mover mi cuerpo a su voluntad. Sentía el metal romper mi cubierta exterior, mi piel. Sentía sus dedos acomodar mi marco interno, mis huesos. Sentía su voz diciéndome lo perfecta que sería cuando terminara de manipularme. Y dolor. Sentía mucho dolor.
Me aparté de Kuumi tan rápidamente poco pude, sin importar cuán brusca me viese. Prácticamente me lancé contra onee-sama, abrazándola, atemorizada y asqueada por el tacto de la mano de la hermana pelirroja.
—¡Kuu-chan! ¿Por qué hiciste eso? ¡Madre dijo que Meme-san era delicada con eso!
—Ya, ya, bueno… Disculpa. Me ganó la curiosidad —Los ojos de Kuumi brillaron con un tanto de malicia que no me gustó para nada —. Aunque si es el caso… ¿Por qué te abraza?
Onee-sama, de hecho, intentaba mantener sus manos al aire, y las bajó lentamente, colocando gentilmente su palma en mi coronilla. Su tacto era agradable, único, como un cristal de azúcar en una montaña de sal.
—Ahm… yo…
—Onee-sama me activó . Sus manos son diferentes al resto.
—¿Te activó, eh? Entonces sí eres… ¿Un robot? ¿Una marioneta? ¿Una muñeca?
Su actitud me intimidaba un poco. Me aferré al kimono verde de onee-sama.
—Una muñeca. De las que no-se-tocan. —Contesté, enfatizando cada palabra de la negación.
—¿Eh? Pero si las muñecas son para jugar. ¿No?
La mano de Kuumi se alzó de nuevo en mi dirección. Sentí una especie de rabia vengativa dentro. No dejaría que me volviese a tocar. Era una muñeca, no un juguete.
Pero fue onee-sama quien intercedió, deteniendo la mano de Kuumi con la suya.
—Kuu-chan. No. ¿Por qué quieres provocarla?
—Sólo quería saber si…
—¿Si madre decía la verdad? ¿O si Meme-san lo decía en serio? —La de la trenza no bromeaba. La rubia retrocedió.
—Bueno, ya. Lo siento. No volveré a hacerlo. ¿Está bien? Lo prometo, Meme-chan.
Kuumi alzó la palma derecha, sonriente. Onee-sama bajó la mirada hacia mí. No sentía mucha confianza hacia la pelirroja, pero con la que sentía hacia la castaña era más que suficiente. Yo sólo asentí levemente.
—Andando, entonces.
La salida de compras fue maravillosa. Kuumi había cumplido su palabra, y entre mis hermanas cuidaron de todo choque con la muchedumbre. Me compraron la suficiente ropa como para llenar un armario: entre prendas elegantes y tradicionales como yukatas, y cosas más modernas como pantaloncillos y botas. ¡Oh, cómo adoré esas botas!
Diálogo (Darkorchid)