Llevaba ya unos meses graduado como gennin, y ya tenía sobre mis hombros el peso de la responsabilidad que aquello suponía, tratando de adaptarme a mi joven equipo lo mejor que podía, y sobre todo, tratando de soportar las exentricidades de mis compañeros, que no eran pocas.
"Locos de atar en pocas palabras"
Pero si me había planteado cambiar el mundo a mejor, sería un más que loable primer paso, tratar de cambiar la visión del mundo de mis compañeros, aunque sabía que se trataría de una misión muy difícil y extrema. Fuere lo que fuere, necesitaría pedir fuerzas y algo más, a los tres grandes Hokages de la historia reciente. Quería llevar a cabo una particular peregrinación hacía el Valle del Fin, por lo que me levanté temprano una buena mañana, con la idea de desaparecer unos días para poner mi mente en orden.
"¿Podré mostrarles algún día, el camino correcto?"
Era realmente temprano, todavía mi abuelo no se había marchado a su negocio, estaba en nuestro pequeño salón leyendo algo, únicamente en compañía de una pequeña lampara de aceite para alumbrarse. "Perfecto, así podré decirle que me ausentaré unos días"
-Abuelo...
-Dime Yoshi... Respondió sin apartar la mirada de aquel pergamino.
-Me marcho unos días a visitar el Valle del Fin ahora que tengo oportunidad, ¿De acuerdo?
-Claro hombre. Dijo al fin, mirándome a la cara. -No te preocupes, gracias por avisar.
-De nada abuelo. Bueno, pues hasta dentro de unos días.
-Que te vaya bien, y que tengas buen viaje.
-Gracias abuelo, nos vemos.
Una vez con todo preparado para iniciar el viaje, me dirigí hacía mi destino sin demorarme. El buen tiempo acompañaba y gracias a la época del año, en el que había más luz que oscuridad, más que un viaje, resulto ser un agradable paseo. El lugar era emblemático, por lo que encontrar el lugar no tenía perdida, estaba indicado a la perfección, es más, había un camino que llevaba hasta allá directamente. Al final, sin darme cuenta, ya tenía delante de mí, las tres grandes estatuas, seguí hasta llegar a la orilla del lago, fijándome por un instante en el antinatural caudal que según la historia que también conocía, se formó cuando se llevó a cabo una misteriosa técnica que acabó con los temibles bijuu.
Sin perder más tiempo, apoyé las rodillas sobre el suelo y lance una plegaría a los tres grandes Hokages. -Uzumaki Shiomaru, Koichi Riona y Sumizu Kouta...concédanme para cada problema una solución, por cada lucha una victoria, fortaleza para combatir el desaliento, y por cada necesidad una bendición...
Quedé en silencio, como si esperara oír alguna respuesta de aquellas imponentes estatuas, cerré los ojos, intentando relajarme con el sonido del ir y venir del agua. Quedándome en aquella posición con la convicción de que me encontraba completamente solo.
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Eran aproximadamente las 8 de la noche. Kaido se encontraba en el estar de su hogar temporal y buscaba pacientemente en la estantería un libro que le llamara la atención. Y como uno de sus hobbies no realizados era viajar y conocer el mundo, cuando vio que uno parecía tener localizaciones famosas en su contenido no dudó en cogerlo con ambas manos. Porque sí, era pesado, grande y tenía un montón de páginas inútiles que no le interesaban en lo absoluto. Lo que importaba eran las imágenes y los dibujos, típico de aquellos a los que no les gustaba leer.
Terminó llevando el tomo hacia la mesa y lo abrió, para luego sumirse en la búsqueda de una localización de la cual había escuchado bastante. Un sitio de patrimonio histórico y cultural donde la voluntad de las tres grandes aldeas confluían en un solo punto. Era nada más y nada menos que la frontera divisional entre ellas y sobre la cual reposaba un verde edén sobre el cual caía una fluida catarata. Y en el punto más alto del risco, yacían erguidas las estatuas de los héroes de la gran guerra, aquella que causó tanto daño y que llevó al mundo a replantear sus costumbres. Hecho que se agradecía hoy en día por la paz latente que trajo consigo.
«El puto Valle del Fin, aquí está»
Sin embargo, eran las estructuras y no el trasfondo de las mismas lo que le llamaba la atención. Porque lo cierto era que Kaido había decidido en ese mismo instante que algún día tendría él su propia estatua, y para ello habría que tumbar las otras tres. O esa era su lógica, al menos. Sonrió ante la idea y cerró el libro después de revisar unas cuantas páginas.
Lo había decidido, al día siguiente visitaría el lugar para ir meditando sus planes para cuando pudiera construir su propia estructura a imagen y semejanza.
...
Kaido partió hacia su destino a tempranas horas de la mañana.
Llevaba consigo su particular termo con agua, sus utensilios shinobi y claro, su bandana bien atada en la frente, lo que le representaba como un shinobi de la Aldea de la Lluvia. Por suerte, Yarou-dono le había dado instrucciones específicas a seguir en su viaje a priori de no perder el rumbo correcto hacia su destino y el tiempo que habría perdido decidiendo que camino elegir, lo ganó para llegar al Valle poco después del mediodía. Una vez allí, tumbó la mochila sobre la rama de un árbol y observó la majestuosidad de aquellas grandes figuras que reposaban sobre la piedra.
Lucían poderosas, lo cual reflejaba la importante contribución que dieron al mundo shinobi con su muerte. Lo que para el tiburón no era importante, sino el hecho de que no estarían allí para cuando él decidiera usar una técnica y romper en pedacitos la cara de los ancestros.
Sin embargo, algo pareció llamar su atención poco tiempo después de su llegada. Fue el avance de un muchacho de edad similar a la suya, quien se acercó hasta la orilla del lago contiguo y se tumbó en el suelo como si tuviera frente suyo a una importante deidad. El tiburón enarcó una ceja y sintió un leve interés que le obligó a acercarse silenciosamente hacia la posterior de quien tenía las rodillas en el suelo, momento en el que escuchó una corta plegaria, rítmica y profunda, a la cual siguió un latente silencio.
Pero Kaido lo interrumpió, aunque lo hizo detrás de un tupido arbusto que lograría ocultar de momento su presencia.
─¡Te concederé tu deseo, muchacho! ─advirtió él con voz grave─. pero antes, necesito una ofrenda. Cien flexiones y habrás pagado el tributo.
"¡Pero que diantres!" Me erguí y giré sobresaltado en dirección hacía aquella voz en posición defensiva. "No solo no estoy solo, sino que además hay un gracioso..."
-¡Menuda falta de respeto! Refunfuñé en voz alta para que ese alguien me oyera perfectamente, y sintiera mi absoluta desaprobación por aquel ultraje. No sabía si estaba pecando de demasiado prudente, pero pensé en lo peor, que había sido emboscado.
"Malditos bribones, serán desgraciados si piensan que podrán robarme algo, no llevo nada de valor encima"
-Si pensaste que iba a caer en tu desagradable broma, siento comunicarte que estás equivocado. Volví a hablar en voz alta para asegurarme de que aquellos que se escondían, me oyeran. -¡Muéstrate!...o de lo contrario tendré que tomar medidas...
"Espero no tener que arrepentirme de lo que acabo de decir..."
Más que molesto, me sentía un poco avergonzado, ya que no era dado a rezar ni hacer plegaría alguna. Y por una vez que hacía algo así, había sido interrumpido con una clara burla sobre aquel acto. En cierto modo, solo podía reprocharle a aquel "gracioso" el susto descomunal que me propinó, con respecto a su mofa, estaba en todo su derecho, yo tampoco he había terminado de creer en temas religiosos.
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Kaido contempló la reacción del desconocido con una extraña mueca azul que invadió de pronto su rostro. Se trataba de unas ganas de reír inmensas que debía controlar si no quería dañar su muy articulada broma, por lo que tapó su boca con ambas manos y se mantuvo quieto mientras el muchacho buscaba la procedencia de aquel que se había atrevido a soltar semejante mofa ante un acto tan honorable como lo era una oración.
Ese instante le sirvió de provecho al tiburón para mirar más de cerca a su interlocutor y hacerse una idea de quién podía ser. Así pues, contempló su vestimenta, su forma de actuar y alguno que otro detalle pero nada le podía decir algo exacto. Sin embago, cuando llegó hasta la altura de su cuello pudo detectar una pequeña banda metálica muy similar a la suya aunque sobre la base reposaba un signo totalmente ajeno al que él llevaba en su frente con orgullo. Eran un par de líneas zigzageantes que sólo significaban una cosa.
El joven pertenecía a la desconocida aldea de Kusagakure.
Si fuera otra persona más prudente de lo que Kaido era, se habría retractado de sus actos y habría o huido para no tener problemas o por lo menos pedido una disculpa por el mal rollo. Pero a él en particular no le importaba en lo absoluto quien o que pudiera estar frente a él, lo cual podría traerle mayores problemas en un futuro. Pero por ahora se trataba de un juego entre niños posiblemente recién graduados, incapaces de hacerse demasiado daño el uno al otro, al menos hasta el punto en el que la muerte bajara de su trono con hoz en mano dispuesto a completar el trabajo.
Pero de cualquier manera, antes de que el autoproclamado rey del océano pudiera continuar con su plan para tomarle el pelo al desconocido, el muchacho de cabellos negros volvió a intervenir y esta vez siendo más directo y amenazante. De nuevo algo se revolvió en el estómago de Kaido y de repente la arboleda que le cubría se comenzó a mover deliberadamente.
Una sonora carcajada atizó los oídos de los presentes. La presencia del tiburón había sido revelada, por lo que se obligó a salir de allí con las manos en los ojos. Se limpiaba un par de lágrimas que la risa le había hecho soltar.
«Joder... con lo mal que me hace perder líquido» Se advirtió el Hozuki.
—Lo siento compañero, pero no puedes rezarle a una puta estatua y esperar que quien lo presenciara no aprovechara la oportunidad para gastarte una pequeña broma —dejó entrever su filada hilera de dientes y volvió a intervenir—. no, pero guay... no está mal tenerle fe a un trío de cadáveres que nos dejaron hace doscientos años aproximadamente.
A pesar de su hostilidad, el tiburón dejó estirada su mano y estuvo dispuesto a presentarse.
—Soy Kaido. ¿Tú como te llamas, creyente?
Y al fin salió aquel...aquello..."¿Que diantres es?" desde que salió de su escondite, hasta que se acercó hasta mí, veía su apariencia de lo más inverosímil, "¿Un capricho de la naturaleza? No, no puede ser..." Boquiabierto me quedé y con los ojos como platos, observando a "eso".
Se estaba descojonando vivo de mi, el muy desconsiderado. Bajo el pretexto de que no podía rezarle a una estatua sin esperar una grosería a cambio de los demás. Pero su singular justificación y posterior disculpa, quedaron en segundo plano cuando me quedé atónito por su extravagante apariencia, viéndome únicamente capaz de responderle- Ya...ya... Con cara de tonto.
Ese muchacho era la encarnación de un tiburón hecho hombre, es decir, tenía la piel azulada, su pelo ligeramente más oscuro también lo era, y sus ojos eran raros, daba un poco de miedo su boca, con esos dientes afilados como sierras, "¿Se está riendo o me está amenazando?...Será mejor mantener una distancia de seguridad" Retrocedí unos pasos conforme se acercaba dibujando una mueca en mi rostro. Además pude fijarme que poseía un hitai-ate en su frente, con el claro símbolo de Amegakure no sato.
Deduje que aún se estaba cachondeando de mi, pues me tendió la mano y se presento por el nombre de Kaido. Yo por mi parte, y para no ser descortés, acepté su saludo, pero con precaución, estiré también mi brazo todo lo que pude para mantener a salvo mi cuerpo. -Encantado Kaido-san...casi me matas del susto, mi nombre de Aoyama Yoshimitsu. Y no suelo ser creyente, simplemente cuando estoy con los ánimos un poco bajos y eso...ya me comprendes...¿Por cierto...? Cambié de tema -Disculpa la pregunta, pero...¿Eres humano? Pregunté ansioso y con curiosidad infinita, es que no pude evitarlo, aunque resultara grosera, confié en que fuera comprensivo.
"Es impresionante, jamás había visto algo igual"
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3/10/2015, 22:40
(Última modificación: 5/10/2015, 16:24 por Umikiba Kaido.)
«Auyama, ¿como la hortaliza?» —pensó, risueño.
No obstante, la intervención del muchacho trajo consigo una frase más importante. Y es que se había auto proclamado un no creyente, pero aún así allí estaba; rezándole a un trío de estatuas. Sin embargo, toda la atención fue puesta sobre el tiburón ante la interrogante de Yoshimitsu acerca de si él era un humano.
¿Lo era?...
Ni él lo sabía. Aunque algo de humano debía de tener, debido a la tan compleja estructura de su cuerpo; pero los rasgos eran sin duda algo mucho más mítico y desconocido. Pero ninguno de los presentes iba a ser capaz de contestar a esa pregunta con propiedad, primero porque el propio tiburón no estaba interesado en saberlo y su interlocutor lucía muy tonto como para dar siquiera una teoría decente.
—Pero que clase de pregunta es esa—refutó con mosqueo—. ¿acaso conoces otra raza que hable, tenga brazos y piernas o pueda hacer ésto?
Kaido arrojó un eructo grave y poderoso que haría eco hasta los oídos de roca de los tres antepasados. Luego sonrió y mostró aquella fila de dientes tan característica que tenía, pensando que quizás había roto un record o algo por el estilo.
Luego de dejarse un par de risotadas más, y sin esperar la respuesta de quien fuese víctima de una broma práctica; Kaido pareció verse atraído por algo moviéndose a unos metros a su derecha. Y es que siendo alguien tan curioso, seguro pensó que se trataba de algo tan interesante que era importante que él estuviese allí. A veces era tan niño que no se daba cuenta de ello, aunque si lo hiciera, desde luego que no lo admitiría.
De cualquier forma, alzó el brazo como si en verdad fuese a volver. Y se abalanzó a los arbustos perdiéndose de allí hacia una dirección desconocida. Ya luego tendría tiempo de conocer más al tal "Auyama" Yoshimitsu.
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