3/08/2015, 17:22
(Última modificación: 13/01/2016, 15:33 por Uchiha Akame.)
Por un momento, sólo se escuchó el tímido susurro de un goteo en la otra punta de la estancia. Incesante, había estado allí desde el principio, pero únicamente ahora, en aquel instante de silencio, podía oírlo con claridad. Sus ojos, azules como la escarcha, buscaron el origen de aquel sonido con expresión distraída, hurgando en la penetrante oscuridad que invadía el fondo de la sala.
"Una gotera..."
De repente notó un fuerte golpe en el rostro le hizo voltear la mirada, y la voz de uno de los hombres que estaban allí, de pie frente a él, terminó de arruinar cualquier posibilidad de hallar la dichosa gotera. El sicario preguntó algo, pero él estaba tan aturdido por el impacto que no pudo responder. Craso error. La golpiza, interrumpida hacía tan sólo unos instantes, se reanudó con renovada violencia; puñetazos, patadas, insultos... Sus interrogadores no parecían cansarse.
"¿Cuánto tiempo llevo aquí...?"
Había dejado de contar después de los primeros treinta minutos. ¿Qué más daba? Apenas era capaz de sentir ya el castigo que le inflingían sus torturadores, y pocos huesos del cuerpo le quedaban intactos. Las ropas que vestía estaban desgarradas, manchadas de sangre o quemadas por donde un hierro candente le había abrasado la carne. Y sin embargo allí, en aquella lóbrega cabaña dejada de la mano de los dioses, todavía se acordaba de ella. Como si la tuviese delante. Habían pasado tantos años juntos que, ¡cómo no recordarla! Su piel pálida como la nieve, aquellos ojos ambarinos, tan llenos de vida... Que habían sido su perdición.
"Qué irónico... Es por ese recuerdo por el que estoy aquí."
Trató de reír con su propio chiste, pero hacía tiempo que tenía las costillas machacadas, y sólo consiguió emitir un gemido seco, de dolor. Los hombres pararon de golpearle, y uno de ellos se le acercó al rostro. La lámpara que colgaba del techo arrojaba una luz tenue, pero lo suficiente para ver al tipo; ojos duros, de piel clara sembrada de cicatrices. No era ningún novato. No se dejaría embaucar.
- Te lo preguntaré de nuevo, viejo. - escupió, casi con desprecio.- ¿Dónde está?
El anciano sabía que su tiempo se acababa. Tenía que pensar algo, improvisar. Hizo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, y habló. Su voz sonó temblorosa, rota, pero aun era suficiente para satisfacer, al menos de momento, las demandas de los interrogadores.
- Kunie... - susurró, y no pudo sino evocar aquella sonrisa de dientes perfectos, nacarados, y la voz dulce que le llamaba en la distancia.- ¿Sabían que nació aquí, en este mismo pueblo? Nunca llegué a conocer a sus padres, pero imagino que no debió ser una vida fácil. Antes de que me pregunten, no, no sé qué la llevó a terminar en una cloaca de Shinogi-to... Ella nunca hablaría de eso.
- ¿De qué hablas? No nos interesa su jodida infancia. Ve al grano.
Otro golpe, esta vez una bofetada que le dejó la mejilla ardiendo. El hecho de que no fuera un violento puñetazo calmó al anciano... Les estaba convenciendo, había logrado llamar su atención. Tenía que seguir con el relato. Escupió un gargajo sanguioliento y continuó.
- Para una chiquilla de apenas diez años, no es fácil sobrevivir en la gran ciudad. Mucho menos si se trata de un vertedero como Shinogi-to. Y sin embargo, la pequeña Kunie tenía un instinto de superviviencia visceral, una gran ansia por vivir. Creo que los rufianes de Shishio se dieron cuenta de aquello cuando la vieron mendigando junto a una taberna...
- ¿Vas a darnos algo, o tengo que empezar a cortarte en trocitos?
- Todo un lujo, ¿eh? - continuó el anciano, haciendo caso omiso a la amenaza de su captor.- De vagabunda precoz, a estar bajo el yugo de una de las peores bandas criminales de la ciudad. Pero, ¿qué podría haber hecho ella? Una niña pequeña, que deambulaba sola bajo la lluvia, famélica y sin un maldito ryo encima. Si hubiera aparecido en algún callejón a la noche siguiente, degollada como un cerdo, nadie habría movido un sólo dedo. Ellos la tenían en sus manos.
Apenas pudo terminar la frase cuando una lluvia de golpes le destrozó el rostro. Vinieron desde varios ángulos, y también con distinta fuerza. Notó como la nariz se le desencajaba y le saltaban los pocos dientes que tenía. Sus manos, encadenadas al respaldo de la silla que servía de potro de tortura, trataron de liberarse inconscientemente. Pero fue inútil. El viejo soportó la paliza como buenamente pudo, notando como la sangre caliente que le caía de nariz y boca empapa sus ropajes ya mugrientos.
- Estás agotando mi paciencia. - siseó el hombre pálido de las cicatrices.
- Si quieres... Encontrarla... Tendrás que entender su historia. - articuló como pudo el viejo.- Así que... Déjame... Continuar.
El de las cicatrices se giró hacia su compañero, interpelándolo, y éste asintió. Los labios del anciano, agrietados y cubiertos de sangre, se curvaron en una ligera sonrisa.
- Kunie sirvió durante unos años a la banda del Perro en todas las tareas que éstos le encomendaban: robó, contrabandeó, e incluso una vez mató a un tipo de una pedrada en la cabeza. Aunque eso fue más bien un accidente... - lo contaba con tal realismo, que parecía haberlo vivido en sus propias carnes.- Sin embargo, y a pesar de que ella hacía todo cuanto le mandaban, nunca faltaba quien la maltratase. Las palizas, los insultos y otros abusos crecieron exponencialmente conforme Kunie pasaba de ser una niña, a ser una adolescente. Entre los bajos fondos empezó a correrse la voz de su legendaria belleza, y pronto todos los malvivientes de Shinogi-to quisieron beneficiársela.
Un restallido fortísimo, parecido al sonido de un látigo, inundó la precaria habitación. Otra bofatada, mucho más violenta y cargada de resentimiento que la anterior, sacudió el rostro del anciano. El compañero de Cicatrices, por llamarle de algún modo, se había adelantado con ímpetu y furia.
- ¡Basta ya de mentiras, perro sarnoso! ¡Esa mujer es una víbora, puro veneno, ¿y tú pretendes convencernos de que era la más hermosa de la ciudad?!
El tipo era alto, más alto que su compañero, y delgado. Músculos fibrosos se dejaban entrever por los pliegues del uwagi que vestía. Sus ojos, oscuros y feroces, taladraban al anciano con inexplicable malicia. Sólo la intervención de su compañero, el de las cicatrices, impidió que moliera a golpes al viejo allí mismo.
- Déjale terminar, estoy intrigado. - pidió, y el largilucho retrocedió hasta su postura inicial.- Continúa, viejo.
El septuagenario escupió otro esputo de sangre, espesa y oscura. Ya les tenía casi donde quería.
"Sólo un poco más..."
- Toturi Shishio. Si queréis encontrar a Kunie, entender lo que significa Kunie, ese nombre es la clave. La familia Toturi, una casta de noble linaje, venida a menos hoy día, participaba a partes iguales en el politiqueo y los asuntos más turbios de Shinogi-to. Mientras sonreían a otros nobles, militares y shinobi en reuniones de alto copete Perro, su hombre de confianza en los bajos fondos, les proporcionaba lucrativos beneficios del crimen organizado... Extorsión, contrabando, narcotráfico, robo, asalto... Y trata de mujeres. Regentaban varios burdeles por toda la ciudad, donde forzaron a Kunie a... follarse al primer desgraciado que pagara una buena bolsa de ryos. - escupió con marcado desprecio la palabra 'follarse'.- Era sólo una niña... ¿Podéis imaginar...? ¿El dolor, la humillación? Yo ni siquiera me hago una idea...
El rostro de los interrogadores permanecía impasible, como marmóreas estatuas custodiando la entrada de un templo. Su indiferencia no sorprendió al anciano, probablemente alguno de ellos hubiera hecho lo mismo de haber tenido ocasión.
- Una noche, el propio Toturi Shishio la mandó llamar. Cuando el noble pasaba por allí, sólo se alojaba en el establecimiento más lujoso de la ciudad; el Loto Negro. Fue allí donde la llevaron. Tenía preparada una sorpresa muy especial para Kunie... Algo que no olvidaría jamás. - la mirada del anciano se volvió lóbrega, siniestra.- Primero la golpeó hasta que no le quedaron fuerzas. Luego la encadenó a la cama, y... Dejaré que vuestra imaginación haga el resto. La tuvo allí varios días, sin comida, bebida ni descanso. Cada noche ella pedía piedad, imploraba piedad... Y Shishio siempre respondía lo mismo.
- 'Esta noche no'.
Aquello fue demasiado, incluso para dos shinobi veteranos como aquellos. El anciano apretó los puños, sujetos por una gruesa cadena de acero, hasta hacerse sangre.
- ¡Joder!
- ¿¡Qué clase de perturbado eres, viejo!? ¿¡Qué pretendes con esto!?
- Es lo que ocurrió.
- ¡Ve al grano, maldito enfermo!
Los dos shinobi estaban tan metidos en la historia que aquel relato les había llegado hondo. Furibundos, maldecían e insultaban al viejo, pero no le pegaban. En su interior, él sonreía con profunda amargura.
- Vivió de milagro. Un veterano shinobi de Takigakure, ya retirado, la encontró de casualidad. Incapaz de abandonarla como a un perro malherido, la llevó de vuelta a la Villa y decidió acogerla como a su propia hija. Aún hoy me pregunto si fue el puro azar, o la mano de algún dios el que concibió aquel encuentro... - entrecerró los ojos, con una mezcla de nostalgia y amargura.- El shinobi se llamaba Asahina Kisho, y era un jounnin reconocido en la Villa por su maestría en el sigilo, infiltración... Y asesinato. Retirado, se ocupó de Kunie como mejor supo; enseñándole las artes ninja que él bien conocía.
Sus captores parecían confusos.
- Después de todo por lo que había pasado, ¿cómo pudo hacerle eso?
- Me sorprende que durase más de dos semanas sin romperse como un ramita.
- Oh, duró, ya lo creo que duró. La pequeña Kunie era ya una muchacha cuando comenzó su entrenamiento, y su pasado no hicieron sino volverla más rápida y astuta. Su padre adoptivo, y ahora mentor, le enseñó los verdaderos caminos del ninja; a moverse entre las sombras, a matar sin ser visto. A mentir, engañar, embaucar. A ser invisible, a ser insondable. La convirtió en una herramienta peligrosa... Y juró venganza sobre Toturi Shishio. El noble era poderoso y tenía aliados, pero ni siquiera todo el dinero del mundo pudo salvarle de su fatal destino.
El shinobi de las cicatrices torció el rostro en una sonrisa burlona y malévola a partes iguales.
- Tu historia se va a joder, anciano. Toturi Shishio está vivo y coleando. ¿Quién crees que ha pagado lo que valen nuestros servicios?
- Imposible.
- ¡Hijo de puta! Sabía que no eras más que un charlatán. - rugió el otro, triunfante.- Toturi Shishio está ahora de camino a las Islas del Hierro. ¿Cómo encaja eso en tus fantasías, viejo loco? - replicó, sacando de un bolsillo de su chaleco militar, un pergamino con el sello de la familia Toturi.
El anciano bajó la mirada, aparentemente abatido. Sus captores rieron, olvidándose ya de la historia que ahora parecía poco más que el delirio de un viejo al borde de la muerte. De repente, un penetrante olor invadió la estancia... Aroma a flor de loto.
- Encaja de maravilla.
"Una gotera..."
De repente notó un fuerte golpe en el rostro le hizo voltear la mirada, y la voz de uno de los hombres que estaban allí, de pie frente a él, terminó de arruinar cualquier posibilidad de hallar la dichosa gotera. El sicario preguntó algo, pero él estaba tan aturdido por el impacto que no pudo responder. Craso error. La golpiza, interrumpida hacía tan sólo unos instantes, se reanudó con renovada violencia; puñetazos, patadas, insultos... Sus interrogadores no parecían cansarse.
"¿Cuánto tiempo llevo aquí...?"
Había dejado de contar después de los primeros treinta minutos. ¿Qué más daba? Apenas era capaz de sentir ya el castigo que le inflingían sus torturadores, y pocos huesos del cuerpo le quedaban intactos. Las ropas que vestía estaban desgarradas, manchadas de sangre o quemadas por donde un hierro candente le había abrasado la carne. Y sin embargo allí, en aquella lóbrega cabaña dejada de la mano de los dioses, todavía se acordaba de ella. Como si la tuviese delante. Habían pasado tantos años juntos que, ¡cómo no recordarla! Su piel pálida como la nieve, aquellos ojos ambarinos, tan llenos de vida... Que habían sido su perdición.
"Qué irónico... Es por ese recuerdo por el que estoy aquí."
Trató de reír con su propio chiste, pero hacía tiempo que tenía las costillas machacadas, y sólo consiguió emitir un gemido seco, de dolor. Los hombres pararon de golpearle, y uno de ellos se le acercó al rostro. La lámpara que colgaba del techo arrojaba una luz tenue, pero lo suficiente para ver al tipo; ojos duros, de piel clara sembrada de cicatrices. No era ningún novato. No se dejaría embaucar.
- Te lo preguntaré de nuevo, viejo. - escupió, casi con desprecio.- ¿Dónde está?
El anciano sabía que su tiempo se acababa. Tenía que pensar algo, improvisar. Hizo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, y habló. Su voz sonó temblorosa, rota, pero aun era suficiente para satisfacer, al menos de momento, las demandas de los interrogadores.
- Kunie... - susurró, y no pudo sino evocar aquella sonrisa de dientes perfectos, nacarados, y la voz dulce que le llamaba en la distancia.- ¿Sabían que nació aquí, en este mismo pueblo? Nunca llegué a conocer a sus padres, pero imagino que no debió ser una vida fácil. Antes de que me pregunten, no, no sé qué la llevó a terminar en una cloaca de Shinogi-to... Ella nunca hablaría de eso.
- ¿De qué hablas? No nos interesa su jodida infancia. Ve al grano.
Otro golpe, esta vez una bofetada que le dejó la mejilla ardiendo. El hecho de que no fuera un violento puñetazo calmó al anciano... Les estaba convenciendo, había logrado llamar su atención. Tenía que seguir con el relato. Escupió un gargajo sanguioliento y continuó.
- Para una chiquilla de apenas diez años, no es fácil sobrevivir en la gran ciudad. Mucho menos si se trata de un vertedero como Shinogi-to. Y sin embargo, la pequeña Kunie tenía un instinto de superviviencia visceral, una gran ansia por vivir. Creo que los rufianes de Shishio se dieron cuenta de aquello cuando la vieron mendigando junto a una taberna...
- ¿Vas a darnos algo, o tengo que empezar a cortarte en trocitos?
- Todo un lujo, ¿eh? - continuó el anciano, haciendo caso omiso a la amenaza de su captor.- De vagabunda precoz, a estar bajo el yugo de una de las peores bandas criminales de la ciudad. Pero, ¿qué podría haber hecho ella? Una niña pequeña, que deambulaba sola bajo la lluvia, famélica y sin un maldito ryo encima. Si hubiera aparecido en algún callejón a la noche siguiente, degollada como un cerdo, nadie habría movido un sólo dedo. Ellos la tenían en sus manos.
Apenas pudo terminar la frase cuando una lluvia de golpes le destrozó el rostro. Vinieron desde varios ángulos, y también con distinta fuerza. Notó como la nariz se le desencajaba y le saltaban los pocos dientes que tenía. Sus manos, encadenadas al respaldo de la silla que servía de potro de tortura, trataron de liberarse inconscientemente. Pero fue inútil. El viejo soportó la paliza como buenamente pudo, notando como la sangre caliente que le caía de nariz y boca empapa sus ropajes ya mugrientos.
- Estás agotando mi paciencia. - siseó el hombre pálido de las cicatrices.
- Si quieres... Encontrarla... Tendrás que entender su historia. - articuló como pudo el viejo.- Así que... Déjame... Continuar.
El de las cicatrices se giró hacia su compañero, interpelándolo, y éste asintió. Los labios del anciano, agrietados y cubiertos de sangre, se curvaron en una ligera sonrisa.
- Kunie sirvió durante unos años a la banda del Perro en todas las tareas que éstos le encomendaban: robó, contrabandeó, e incluso una vez mató a un tipo de una pedrada en la cabeza. Aunque eso fue más bien un accidente... - lo contaba con tal realismo, que parecía haberlo vivido en sus propias carnes.- Sin embargo, y a pesar de que ella hacía todo cuanto le mandaban, nunca faltaba quien la maltratase. Las palizas, los insultos y otros abusos crecieron exponencialmente conforme Kunie pasaba de ser una niña, a ser una adolescente. Entre los bajos fondos empezó a correrse la voz de su legendaria belleza, y pronto todos los malvivientes de Shinogi-to quisieron beneficiársela.
Un restallido fortísimo, parecido al sonido de un látigo, inundó la precaria habitación. Otra bofatada, mucho más violenta y cargada de resentimiento que la anterior, sacudió el rostro del anciano. El compañero de Cicatrices, por llamarle de algún modo, se había adelantado con ímpetu y furia.
- ¡Basta ya de mentiras, perro sarnoso! ¡Esa mujer es una víbora, puro veneno, ¿y tú pretendes convencernos de que era la más hermosa de la ciudad?!
El tipo era alto, más alto que su compañero, y delgado. Músculos fibrosos se dejaban entrever por los pliegues del uwagi que vestía. Sus ojos, oscuros y feroces, taladraban al anciano con inexplicable malicia. Sólo la intervención de su compañero, el de las cicatrices, impidió que moliera a golpes al viejo allí mismo.
- Déjale terminar, estoy intrigado. - pidió, y el largilucho retrocedió hasta su postura inicial.- Continúa, viejo.
El septuagenario escupió otro esputo de sangre, espesa y oscura. Ya les tenía casi donde quería.
"Sólo un poco más..."
- Toturi Shishio. Si queréis encontrar a Kunie, entender lo que significa Kunie, ese nombre es la clave. La familia Toturi, una casta de noble linaje, venida a menos hoy día, participaba a partes iguales en el politiqueo y los asuntos más turbios de Shinogi-to. Mientras sonreían a otros nobles, militares y shinobi en reuniones de alto copete Perro, su hombre de confianza en los bajos fondos, les proporcionaba lucrativos beneficios del crimen organizado... Extorsión, contrabando, narcotráfico, robo, asalto... Y trata de mujeres. Regentaban varios burdeles por toda la ciudad, donde forzaron a Kunie a... follarse al primer desgraciado que pagara una buena bolsa de ryos. - escupió con marcado desprecio la palabra 'follarse'.- Era sólo una niña... ¿Podéis imaginar...? ¿El dolor, la humillación? Yo ni siquiera me hago una idea...
El rostro de los interrogadores permanecía impasible, como marmóreas estatuas custodiando la entrada de un templo. Su indiferencia no sorprendió al anciano, probablemente alguno de ellos hubiera hecho lo mismo de haber tenido ocasión.
- Una noche, el propio Toturi Shishio la mandó llamar. Cuando el noble pasaba por allí, sólo se alojaba en el establecimiento más lujoso de la ciudad; el Loto Negro. Fue allí donde la llevaron. Tenía preparada una sorpresa muy especial para Kunie... Algo que no olvidaría jamás. - la mirada del anciano se volvió lóbrega, siniestra.- Primero la golpeó hasta que no le quedaron fuerzas. Luego la encadenó a la cama, y... Dejaré que vuestra imaginación haga el resto. La tuvo allí varios días, sin comida, bebida ni descanso. Cada noche ella pedía piedad, imploraba piedad... Y Shishio siempre respondía lo mismo.
- 'Esta noche no'.
Aquello fue demasiado, incluso para dos shinobi veteranos como aquellos. El anciano apretó los puños, sujetos por una gruesa cadena de acero, hasta hacerse sangre.
- ¡Joder!
- ¿¡Qué clase de perturbado eres, viejo!? ¿¡Qué pretendes con esto!?
- Es lo que ocurrió.
- ¡Ve al grano, maldito enfermo!
Los dos shinobi estaban tan metidos en la historia que aquel relato les había llegado hondo. Furibundos, maldecían e insultaban al viejo, pero no le pegaban. En su interior, él sonreía con profunda amargura.
- Vivió de milagro. Un veterano shinobi de Takigakure, ya retirado, la encontró de casualidad. Incapaz de abandonarla como a un perro malherido, la llevó de vuelta a la Villa y decidió acogerla como a su propia hija. Aún hoy me pregunto si fue el puro azar, o la mano de algún dios el que concibió aquel encuentro... - entrecerró los ojos, con una mezcla de nostalgia y amargura.- El shinobi se llamaba Asahina Kisho, y era un jounnin reconocido en la Villa por su maestría en el sigilo, infiltración... Y asesinato. Retirado, se ocupó de Kunie como mejor supo; enseñándole las artes ninja que él bien conocía.
Sus captores parecían confusos.
- Después de todo por lo que había pasado, ¿cómo pudo hacerle eso?
- Me sorprende que durase más de dos semanas sin romperse como un ramita.
- Oh, duró, ya lo creo que duró. La pequeña Kunie era ya una muchacha cuando comenzó su entrenamiento, y su pasado no hicieron sino volverla más rápida y astuta. Su padre adoptivo, y ahora mentor, le enseñó los verdaderos caminos del ninja; a moverse entre las sombras, a matar sin ser visto. A mentir, engañar, embaucar. A ser invisible, a ser insondable. La convirtió en una herramienta peligrosa... Y juró venganza sobre Toturi Shishio. El noble era poderoso y tenía aliados, pero ni siquiera todo el dinero del mundo pudo salvarle de su fatal destino.
El shinobi de las cicatrices torció el rostro en una sonrisa burlona y malévola a partes iguales.
- Tu historia se va a joder, anciano. Toturi Shishio está vivo y coleando. ¿Quién crees que ha pagado lo que valen nuestros servicios?
- Imposible.
- ¡Hijo de puta! Sabía que no eras más que un charlatán. - rugió el otro, triunfante.- Toturi Shishio está ahora de camino a las Islas del Hierro. ¿Cómo encaja eso en tus fantasías, viejo loco? - replicó, sacando de un bolsillo de su chaleco militar, un pergamino con el sello de la familia Toturi.
El anciano bajó la mirada, aparentemente abatido. Sus captores rieron, olvidándose ya de la historia que ahora parecía poco más que el delirio de un viejo al borde de la muerte. De repente, un penetrante olor invadió la estancia... Aroma a flor de loto.
- Encaja de maravilla.