2/08/2015, 16:18
(Última modificación: 7/08/2015, 01:36 por Hanamura Kazuma.)
Forjando un corazón de acero
Parte I - Relatos
—Acérquense viajeros, y descansen en el cálido abrazo de la luz que emite mi fogata, ya que así no serán cubiertos por la oscura e inevitable penumbra —exclamaba un robusto y barbudo leñador, dirigiéndose a un pequeño grupo de personas que pasaban por su campamento en aquella noche sin luna—. Os ofrezco cobijo y calor, pero como dicen “Una mano ayuda a la otra”, así que si tenéis comida o dinero para pagar mi hospitalidad, siéntanse bienvenidos, de lo contrario sigan su desventurado camino.
Aquellas personas intercambiaron susurros y miradas por un instante, para luego silenciosamente llegar a lo que parecía un consenso, por lo que de a poco todos se acercaron al centro del claro para dejar algo ahí. Uno dejo unas cuantas hogazas de pan, otro dejo unas monedas y otro más dejo una botella de vino, eso fue todo lo que dieron.
Pero había un cuarto sujeto que parecía no viajar con aquel grupo, pero que parecía haberlos estado siguiendo. Dicha persona se acomodo en uno de los asientos sin decir nada y sin entregar nada, como si hubiera sido invitado o como si el lugar le perteneciera.
El trió de trotamundos parecían estar bastante incómodos con la presencia del recién llegado, puesto que su aspecto era bastante sospechoso —una gran túnica negra, con una capucha que le envolvía por completo, solo dejando visible un largo mecho de cabellos blancos y una boca sobre una piel morena—. Pero el hombretón que les recibía se inflo el pecho dispuesto a tomar el control de la situación.
—No sé qué pretendes, pero aquí no te quedaras gratis, ya que mi empatía tiene un límite —con aquello dicho, los otros tres viajeros dirigieron sus miradas hacia el sujeto como en espera de una excusa de su parte, como si estando en medio de todos tuviera que ver obligado a hablar.
Viéndose en aquella situación, el extraño decidió hablar, y lo hizo con un tono de voz suave y a la vez fuerte que hizo que todos se sobresaltaran un poco.
—Me encuentro en medio de una difícil encomienda y lamentablemente llevo tan poco conmigo que solo tengo algo que podría darte… —en un instante, y desde la cubierta de su abrigo, saco una espada que sostendría frente de sí. Por un momento todos contuvieron la respiración, después de todo podría tratarse de un bandido o de un asesino, pero era imposible saber aquello, ya que su voz era neutra y la expresión de su rostro estaba cubierta por la caída de la capucha.
—Yo solo puedo ofrecerles un relato, no el mejor, ni el más épico o entretenido, pero es lo suficientemente real como para hacerles reflexionar sobre cómo les trata la vida —dijo con una voz inesperadamente suave y melancólica, mientras desenvainaba su elegante y ornamentada katana.
En aquel momento cualquiera pudo haberle interrumpido, pero era claro que nadie podría oponérsele a alguien que llevara una espada como esa, por lo que todos tragaron saliva y dejaron que sobre el claro cayera un silencio sepulcral.
—Al verla todos piensan que solo es un arma, le temen por su peligro o le desean por su utilidad, sin darse cuenta de que es un juicio sobre la vida misma, puesto que otorga compasión y crueldad —exclamo mientras contemplaba la brillante hoja metálica y como el danzar de las flamas se reflejaba en su superficie.
—No teman, atiendan. No hablen, escuchen. Todo para que sean jueces y publico de esta historia
Y mientras su mirada se perdía en las brillantes ascuas que se elevaban al estrellado cielo nocturno, dio inicio al relato.
Aquellas personas intercambiaron susurros y miradas por un instante, para luego silenciosamente llegar a lo que parecía un consenso, por lo que de a poco todos se acercaron al centro del claro para dejar algo ahí. Uno dejo unas cuantas hogazas de pan, otro dejo unas monedas y otro más dejo una botella de vino, eso fue todo lo que dieron.
Pero había un cuarto sujeto que parecía no viajar con aquel grupo, pero que parecía haberlos estado siguiendo. Dicha persona se acomodo en uno de los asientos sin decir nada y sin entregar nada, como si hubiera sido invitado o como si el lugar le perteneciera.
El trió de trotamundos parecían estar bastante incómodos con la presencia del recién llegado, puesto que su aspecto era bastante sospechoso —una gran túnica negra, con una capucha que le envolvía por completo, solo dejando visible un largo mecho de cabellos blancos y una boca sobre una piel morena—. Pero el hombretón que les recibía se inflo el pecho dispuesto a tomar el control de la situación.
—No sé qué pretendes, pero aquí no te quedaras gratis, ya que mi empatía tiene un límite —con aquello dicho, los otros tres viajeros dirigieron sus miradas hacia el sujeto como en espera de una excusa de su parte, como si estando en medio de todos tuviera que ver obligado a hablar.
Viéndose en aquella situación, el extraño decidió hablar, y lo hizo con un tono de voz suave y a la vez fuerte que hizo que todos se sobresaltaran un poco.
—Me encuentro en medio de una difícil encomienda y lamentablemente llevo tan poco conmigo que solo tengo algo que podría darte… —en un instante, y desde la cubierta de su abrigo, saco una espada que sostendría frente de sí. Por un momento todos contuvieron la respiración, después de todo podría tratarse de un bandido o de un asesino, pero era imposible saber aquello, ya que su voz era neutra y la expresión de su rostro estaba cubierta por la caída de la capucha.
—Yo solo puedo ofrecerles un relato, no el mejor, ni el más épico o entretenido, pero es lo suficientemente real como para hacerles reflexionar sobre cómo les trata la vida —dijo con una voz inesperadamente suave y melancólica, mientras desenvainaba su elegante y ornamentada katana.
En aquel momento cualquiera pudo haberle interrumpido, pero era claro que nadie podría oponérsele a alguien que llevara una espada como esa, por lo que todos tragaron saliva y dejaron que sobre el claro cayera un silencio sepulcral.
—Al verla todos piensan que solo es un arma, le temen por su peligro o le desean por su utilidad, sin darse cuenta de que es un juicio sobre la vida misma, puesto que otorga compasión y crueldad —exclamo mientras contemplaba la brillante hoja metálica y como el danzar de las flamas se reflejaba en su superficie.
—No teman, atiendan. No hablen, escuchen. Todo para que sean jueces y publico de esta historia
Y mientras su mirada se perdía en las brillantes ascuas que se elevaban al estrellado cielo nocturno, dio inicio al relato.
Parte II - Selección
Esta historia tiene su inicio el día veinticuatro de la estación de invierno del año 187.
Era una fría mañana y con gran cantidad de nubarrones grises, y en la mansión de los Ishimura acababa de llegar al mundo una nueva vida. Se trataba de un varón con rasgos bastante particulares; cabellos blancos e inmaculados como la nieve, piel oscura y suave como el cacao, además de unos ojos grises y fuertes como el acero.
Se podría decir que nació con suerte, en el seno de una acaudalada familia que era famosa en toda la aldea oculta del remolino, aunque también tenía su “pequeña” cuota de infamia como todo clan pudiente. El entonces cabecilla de la familia y padre del recién nacido, había mantenido todos los problemas del clan controlados gracias a su buena fama como shinobi.
Una fama que en gran parte se debía a una curiosa forma de kenjutsu que había sido pasada de padres a hijos durante generaciones. Un estilo de espada tan temido y misterioso que le gano el respetado apodo del “Fantasma gris”.
Lo vuelvo a decir; Quizás nació con suerte ¿pero que es la suerte si no una diosa caprichosa que te tira al fondo de un poso cuando estás en lo más alto de los cielos? Y el que fuera una fosa o un abismo no es coincidencia, ya que todo es para que puedas ver con tus miserables ojos el lugar de donde recién caíste.
Luego de cinco años de vida y de una educación donde lo más importante… No… Permítanme corregirme. Donde lo único importante era el hedonismo y la burguesía. Un día la suerte pasó a cobrar los impuestos de su préstamo. Así tan cruel y rapaz como siempre. Después de una serie de escándalos sobre las deudas y tratos sucios que plagaban el apellido Ishimura, sus antes aliados parecieron volverse en su contra cual carroñeros famélicos que de un momento a otro ansían la carne y sangre ajena.
Según el informe oficial; El señor Ishimura había muerto en combate durante una misión en extremo peligrosa. Pero todos en la familia sospechaban que aquello era mentira, ya que desde hacía semanas había evidentes signo de preocupación, todo por un grupo que prometía saldar las deudas de la familia, siempre y cuando el “Fantasma gris” pusiera su poderosa arte con la espada al servicio de las oscuras intensiones de sus salvadores.
Luego de que el clan Ishimura perdiera a su cabecilla, era obvio que se volverían unos deudores incapaces de pagar, por lo que sus extremadamente peligrosos prestamistas del bajo mundo, decidieron resolver el problema de la manera que mejor sabían.
Creo que es verdad eso que dicen… “En el bar de la desgracia jamás se sirven tragos chicos”.
Era una fría mañana y con gran cantidad de nubarrones grises, y en la mansión de los Ishimura acababa de llegar al mundo una nueva vida. Se trataba de un varón con rasgos bastante particulares; cabellos blancos e inmaculados como la nieve, piel oscura y suave como el cacao, además de unos ojos grises y fuertes como el acero.
Se podría decir que nació con suerte, en el seno de una acaudalada familia que era famosa en toda la aldea oculta del remolino, aunque también tenía su “pequeña” cuota de infamia como todo clan pudiente. El entonces cabecilla de la familia y padre del recién nacido, había mantenido todos los problemas del clan controlados gracias a su buena fama como shinobi.
Una fama que en gran parte se debía a una curiosa forma de kenjutsu que había sido pasada de padres a hijos durante generaciones. Un estilo de espada tan temido y misterioso que le gano el respetado apodo del “Fantasma gris”.
Lo vuelvo a decir; Quizás nació con suerte ¿pero que es la suerte si no una diosa caprichosa que te tira al fondo de un poso cuando estás en lo más alto de los cielos? Y el que fuera una fosa o un abismo no es coincidencia, ya que todo es para que puedas ver con tus miserables ojos el lugar de donde recién caíste.
Luego de cinco años de vida y de una educación donde lo más importante… No… Permítanme corregirme. Donde lo único importante era el hedonismo y la burguesía. Un día la suerte pasó a cobrar los impuestos de su préstamo. Así tan cruel y rapaz como siempre. Después de una serie de escándalos sobre las deudas y tratos sucios que plagaban el apellido Ishimura, sus antes aliados parecieron volverse en su contra cual carroñeros famélicos que de un momento a otro ansían la carne y sangre ajena.
Según el informe oficial; El señor Ishimura había muerto en combate durante una misión en extremo peligrosa. Pero todos en la familia sospechaban que aquello era mentira, ya que desde hacía semanas había evidentes signo de preocupación, todo por un grupo que prometía saldar las deudas de la familia, siempre y cuando el “Fantasma gris” pusiera su poderosa arte con la espada al servicio de las oscuras intensiones de sus salvadores.
Luego de que el clan Ishimura perdiera a su cabecilla, era obvio que se volverían unos deudores incapaces de pagar, por lo que sus extremadamente peligrosos prestamistas del bajo mundo, decidieron resolver el problema de la manera que mejor sabían.
Creo que es verdad eso que dicen… “En el bar de la desgracia jamás se sirven tragos chicos”.
Parte III - Preparación
Había pasado ya un tiempo desde la muerte del padre de nuestro joven heredero.
Pero en la casa Ishimura no se lloraba ni se velaba a nadie. Seguramente por ese entonces ya sabrían el peligro que les aguardaba a todos los miembros de la familia, y quizás esa fuese la razón por la cual la reciente viuda empacaba con notable ansiedad, como si fuera a abandonar el país.
Pero ya era demasiado tarde, y el tiempo no muestra piedad a nadie.
Era un día frió y el cielo se encontraba encapotado, amenazando con soltar una pesada lluvia sobre el corazón de los seres que fueran tomados desprevenidos. Por otra parte el viento que cargaba consigo un leve susurro de desolación acentuaba aquella sensación.
El único aviso fue el sonido de una ventana rompiéndose, luego otra y otra más, por toda la mansión las personas correteaban nerviosamente. El joven Ishimura se le escapo a su madre por unos instantes, y a pesar de su estatura logro asomarse por la ventana. Debido a su tierna edad no pudo comprender lo que estaba pasando, y quizás eso haya sido lo mejor. En el jardín de la mansión se encontraba lo que parecía ser una turba furiosa con antorchas, palos y rocas. Si el chico hubiese tenido el mismo conocimiento que su madre, se hubiese dado cuenta que aquella multitud eran personas a las que les debían dinero y a las cuales habían extorsionado por medio del abuso del poder.
Aquella tarde es probable que todos en la casa Ishimura hayan compartido un pensamiento “Si aun tuviéramos su poder de nuestro lado, nadie se atrevería a tocarnos”
Se ocultaron lo mejor que pudieron pero todo fue inútil. Mientras aun estaban escondidos en una habitación, un enorme sujeto entro derribando la puerta, luego de sacudirse el polvo, su objetivo se hizo claro. Iba a por la madre del chico, y antes que este pudiera reaccionar, aquel matón la tomo por el cuello con sus mugrientas manos tratando de estrangularla mientras gritaba algo sobre una espada extraña y un diario misterioso.
Era evidente que trataba de averiguar algo sobre las habilidades secretas de su padre.
El chico, por instinto más que por razón, trato de ayudar a su madre golpeando las musculosas piernas del sujeto con sus débiles manitas. Sin embargo no tuvo efecto alguno, y con un trozo de madera el sujeto le golpeo con tal fuerza que lo arrojo a través de la ventana del tercer piso.
Mientras parecía caer hacia un abismo, pudo ver como la figura de su madre se alejaba mientras todo su hogar ardía en llamas.
Lo siguiente que hubo fue silencio y oscuridad. Seguida de un recuerdo de cómo su padre le contaba algunas historias, relatos sobre una espada que era un tesoro familiar y un poder hereditario que eventualmente el también desarrollaría.
Pero en la casa Ishimura no se lloraba ni se velaba a nadie. Seguramente por ese entonces ya sabrían el peligro que les aguardaba a todos los miembros de la familia, y quizás esa fuese la razón por la cual la reciente viuda empacaba con notable ansiedad, como si fuera a abandonar el país.
Pero ya era demasiado tarde, y el tiempo no muestra piedad a nadie.
Era un día frió y el cielo se encontraba encapotado, amenazando con soltar una pesada lluvia sobre el corazón de los seres que fueran tomados desprevenidos. Por otra parte el viento que cargaba consigo un leve susurro de desolación acentuaba aquella sensación.
El único aviso fue el sonido de una ventana rompiéndose, luego otra y otra más, por toda la mansión las personas correteaban nerviosamente. El joven Ishimura se le escapo a su madre por unos instantes, y a pesar de su estatura logro asomarse por la ventana. Debido a su tierna edad no pudo comprender lo que estaba pasando, y quizás eso haya sido lo mejor. En el jardín de la mansión se encontraba lo que parecía ser una turba furiosa con antorchas, palos y rocas. Si el chico hubiese tenido el mismo conocimiento que su madre, se hubiese dado cuenta que aquella multitud eran personas a las que les debían dinero y a las cuales habían extorsionado por medio del abuso del poder.
Aquella tarde es probable que todos en la casa Ishimura hayan compartido un pensamiento “Si aun tuviéramos su poder de nuestro lado, nadie se atrevería a tocarnos”
Se ocultaron lo mejor que pudieron pero todo fue inútil. Mientras aun estaban escondidos en una habitación, un enorme sujeto entro derribando la puerta, luego de sacudirse el polvo, su objetivo se hizo claro. Iba a por la madre del chico, y antes que este pudiera reaccionar, aquel matón la tomo por el cuello con sus mugrientas manos tratando de estrangularla mientras gritaba algo sobre una espada extraña y un diario misterioso.
Era evidente que trataba de averiguar algo sobre las habilidades secretas de su padre.
El chico, por instinto más que por razón, trato de ayudar a su madre golpeando las musculosas piernas del sujeto con sus débiles manitas. Sin embargo no tuvo efecto alguno, y con un trozo de madera el sujeto le golpeo con tal fuerza que lo arrojo a través de la ventana del tercer piso.
Mientras parecía caer hacia un abismo, pudo ver como la figura de su madre se alejaba mientras todo su hogar ardía en llamas.
Lo siguiente que hubo fue silencio y oscuridad. Seguida de un recuerdo de cómo su padre le contaba algunas historias, relatos sobre una espada que era un tesoro familiar y un poder hereditario que eventualmente el también desarrollaría.
Parte IV - Destrucción
Una oleada de dolor le despertó, y en cuanto trato levantarse sintió como algo cedía bajo él para luego dejarle precipitarse hacia el suelo.
El chico había tenido “suerte”. Un árbol se encontraba en el camino de su caída y le había salvado, pudo mantenerse vivo pero ¿y el resto? Estuvo tendido en el suelo por unos minutos mientras trataba de abrir sus ojos que se sentían pesados cual cortinas de hierro, luego de unos minutos de estar así boca abajo consiguió aunar fuerzas suficientes para levantarse.
En ese momento cuando alzo la vista, vio algo que se quedaría para siempre grabado en su memoria. Ahí frente a él, ya no se encontraba su hogar, en lugar de eso solo había una montaña de escombros parcialmente en llamas. Los ojos le escocían debido a la cantidad de humo, y su estomago llamaba nauseas debido al penetrante olor a carne quemada. Solo en ese momento, al desviar la mirada al suelo pudo hacerse consciente de que su cabeza sangraba y de que su brazo estaba dislocado.
Se encontraba totalmente desorientado ¿Dónde estaba? ¿Qué paso? ¿Cuánto tiempo había transcurrido? Aquellas preguntas no significaban nada para él. Menos aun cuando estaba en un shock que lo mantenía alejado de la realidad.
Como movido por unas cadenas invisibles, comenzó a caminar entre los escombros cual alma que pena donde ocurrió una desgracia. Solo caminaba, con aquella mirada tan propia de sus ojos grises como el cielo que cubría su cabeza. Siguió caminado por un rato, en una ocasión se detuvo a ver como el emblema de su familia que estaba sobre la entrada principal, se chamuscaba junto a la tela de unas persianas.
Siguió andando hasta llegar a lo que solía ser el centro de la mansión, donde su padre resguardaba guardaba los secretos de la familia —su espada y sus técnicas—, en ese lugar debajo de unas placas de metal encontró lo que parecía ser un cofre. Sin saber el por qué, lo abrió, y dentro de él se encontraba una espada conocida como Bohimei. El tesoro de la familia y la última espada que había usado su padre. Junto a ella estaba un pequeño y antiguo libro negro, que era el diario que su padre solía estudiar durante sus entrenamientos secretos.
Mientras sostenía el arma y el cuaderno contra su pecho, deseo con todo su ser que su padre aun siguiera vivo. En ese momento una gota cruzo por su mejilla, pero no era una lágrima, el chico estaba tan confundido que no aun no podía llorar, así que el cielo decidió llorar por él, quizás por eso cayeron más y más gotas, hasta que estuvo lloviendo copiosamente.
Luego de un rato. Mientras la fuerza de la lluvia pegaba su cabello contra el rostro, alzo la mirada al cielo, como si este fuera a ser empático con él y fuera a darle una respuesta, sin embargo no obtuvo nada, pero aun así se mantuvo en esa posición esperando.
Ese día lo perdió todo, el único consuelo que le quedaba era el de que había salvado la querida katana de su padre y los conocimientos que tan celosamente guardaba, por lo menos le quedaba algo a lo cual aferrarse, aunque solo fuese un arma que era un vestigio de un tiempo de cuentos e historias pasadas y un libro con diagramas y lenguaje incompresibles, que en su portada decía Gurēyūrei No Ken.
El chico había tenido “suerte”. Un árbol se encontraba en el camino de su caída y le había salvado, pudo mantenerse vivo pero ¿y el resto? Estuvo tendido en el suelo por unos minutos mientras trataba de abrir sus ojos que se sentían pesados cual cortinas de hierro, luego de unos minutos de estar así boca abajo consiguió aunar fuerzas suficientes para levantarse.
En ese momento cuando alzo la vista, vio algo que se quedaría para siempre grabado en su memoria. Ahí frente a él, ya no se encontraba su hogar, en lugar de eso solo había una montaña de escombros parcialmente en llamas. Los ojos le escocían debido a la cantidad de humo, y su estomago llamaba nauseas debido al penetrante olor a carne quemada. Solo en ese momento, al desviar la mirada al suelo pudo hacerse consciente de que su cabeza sangraba y de que su brazo estaba dislocado.
Se encontraba totalmente desorientado ¿Dónde estaba? ¿Qué paso? ¿Cuánto tiempo había transcurrido? Aquellas preguntas no significaban nada para él. Menos aun cuando estaba en un shock que lo mantenía alejado de la realidad.
Como movido por unas cadenas invisibles, comenzó a caminar entre los escombros cual alma que pena donde ocurrió una desgracia. Solo caminaba, con aquella mirada tan propia de sus ojos grises como el cielo que cubría su cabeza. Siguió caminado por un rato, en una ocasión se detuvo a ver como el emblema de su familia que estaba sobre la entrada principal, se chamuscaba junto a la tela de unas persianas.
Siguió andando hasta llegar a lo que solía ser el centro de la mansión, donde su padre resguardaba guardaba los secretos de la familia —su espada y sus técnicas—, en ese lugar debajo de unas placas de metal encontró lo que parecía ser un cofre. Sin saber el por qué, lo abrió, y dentro de él se encontraba una espada conocida como Bohimei. El tesoro de la familia y la última espada que había usado su padre. Junto a ella estaba un pequeño y antiguo libro negro, que era el diario que su padre solía estudiar durante sus entrenamientos secretos.
Mientras sostenía el arma y el cuaderno contra su pecho, deseo con todo su ser que su padre aun siguiera vivo. En ese momento una gota cruzo por su mejilla, pero no era una lágrima, el chico estaba tan confundido que no aun no podía llorar, así que el cielo decidió llorar por él, quizás por eso cayeron más y más gotas, hasta que estuvo lloviendo copiosamente.
Luego de un rato. Mientras la fuerza de la lluvia pegaba su cabello contra el rostro, alzo la mirada al cielo, como si este fuera a ser empático con él y fuera a darle una respuesta, sin embargo no obtuvo nada, pero aun así se mantuvo en esa posición esperando.
Ese día lo perdió todo, el único consuelo que le quedaba era el de que había salvado la querida katana de su padre y los conocimientos que tan celosamente guardaba, por lo menos le quedaba algo a lo cual aferrarse, aunque solo fuese un arma que era un vestigio de un tiempo de cuentos e historias pasadas y un libro con diagramas y lenguaje incompresibles, que en su portada decía Gurēyūrei No Ken.
Parte V - Forjando
Los siguientes dos años fueron los más difíciles que el chico hubiese enfrentado. Posiblemente causados por su propia tozudez.
Se le intento internar en uno de los orfanatos de la villa. Pero durante la primera noche tomo sus escasas pertenecías y huyo hacia su casa, o al menos lo que quedaba de ella, que en realidad era muy poco, a lo mucho había un viejo cobertizo en el jardín, aunque aquello era suficiente para él.
En ese lugar escondió el sable y los escritos de su padre, y desde ahí comenzó su nueva vida.
A pesar de la miseria en la que se encontraba, su espíritu no parecía doblegarse, aun cuando tuvo que comer sobras y luchar contra perros y vagos para sobrevivir. A pesar de esas circunstancias aprendió algo que pocas personas han llegado a comprender. Entendió el hecho de que entre menos tenía alrededor, más libre se sentía y entendió que cuantas más monedas le faltaban a su bolsillo mas lleno se encontraba su espíritu.
Aunque fueran días grises y mugrientos había algo que aun le causaba cierta alegría.
Regularmente tomaba a Bohimei y se iba a practicar “esgrima” a escondidas. Solía hacerlo en un callejón que daba un pequeño jardín oculto, ahí podía desenvainar la espada y manejarla tal como lo hacía su padre cuando entrenaba, aunque poco tenia de esgrima verdadera, en realidad solo era el lanzando tajos a una inocente planta de áloe que se encontraba en aquel sitio.
Cuando no hacia eso, se pasaba horas revisando los libros y pergaminos que lograba obtener de la academia de las olas. Todo con el fin de descifrar el contenido del diario negro, sin embargo siempre llegaba a la conclusión de que la palabra chakra era algo muy común y de que las formas que veía le inspiraban un poco de temor, puesto que le recordaban a maliciosos espíritus.
Solía practicar y estudiar regularmente, un poco más en aquellas ocasiones en que la vida le golpeaba más fuerte de lo normal, a su manera era una forma de evadirse cuando la cruel realidad era demasiado pesada para él. Pero eso estaba bien, ya que con esos objetos podía evocar los recuerdos de una vida anterior, una vida sin problemas, donde se encontraba a salvo de la cruel dama de la suerte, y donde sus padres aun estaban vivos.
Solía ser diligente con aquellas tareas autoimpuesta, ya que de cierta forma la espada era como el último deseo de sus padres y el diario era como su legado. Era como si fueran símbolos de que jamás debía rendirse o flaquear, de que jamás debía mostrar debilidad ante la vida o las circunstancias.
Al menos eso era lo que pensaba cada noche antes de dormir. Cuando se pasaba horas contemplando aquel cofre de tesoros. Para él eran un sinónimo de cómo tenía que perseverar ante la vida.
Aunque a ojos externos, solo era una katana que apenas podía levantar y unos escritos que no podía ni leer.
Se le intento internar en uno de los orfanatos de la villa. Pero durante la primera noche tomo sus escasas pertenecías y huyo hacia su casa, o al menos lo que quedaba de ella, que en realidad era muy poco, a lo mucho había un viejo cobertizo en el jardín, aunque aquello era suficiente para él.
En ese lugar escondió el sable y los escritos de su padre, y desde ahí comenzó su nueva vida.
A pesar de la miseria en la que se encontraba, su espíritu no parecía doblegarse, aun cuando tuvo que comer sobras y luchar contra perros y vagos para sobrevivir. A pesar de esas circunstancias aprendió algo que pocas personas han llegado a comprender. Entendió el hecho de que entre menos tenía alrededor, más libre se sentía y entendió que cuantas más monedas le faltaban a su bolsillo mas lleno se encontraba su espíritu.
Aunque fueran días grises y mugrientos había algo que aun le causaba cierta alegría.
Regularmente tomaba a Bohimei y se iba a practicar “esgrima” a escondidas. Solía hacerlo en un callejón que daba un pequeño jardín oculto, ahí podía desenvainar la espada y manejarla tal como lo hacía su padre cuando entrenaba, aunque poco tenia de esgrima verdadera, en realidad solo era el lanzando tajos a una inocente planta de áloe que se encontraba en aquel sitio.
Cuando no hacia eso, se pasaba horas revisando los libros y pergaminos que lograba obtener de la academia de las olas. Todo con el fin de descifrar el contenido del diario negro, sin embargo siempre llegaba a la conclusión de que la palabra chakra era algo muy común y de que las formas que veía le inspiraban un poco de temor, puesto que le recordaban a maliciosos espíritus.
Solía practicar y estudiar regularmente, un poco más en aquellas ocasiones en que la vida le golpeaba más fuerte de lo normal, a su manera era una forma de evadirse cuando la cruel realidad era demasiado pesada para él. Pero eso estaba bien, ya que con esos objetos podía evocar los recuerdos de una vida anterior, una vida sin problemas, donde se encontraba a salvo de la cruel dama de la suerte, y donde sus padres aun estaban vivos.
Solía ser diligente con aquellas tareas autoimpuesta, ya que de cierta forma la espada era como el último deseo de sus padres y el diario era como su legado. Era como si fueran símbolos de que jamás debía rendirse o flaquear, de que jamás debía mostrar debilidad ante la vida o las circunstancias.
Al menos eso era lo que pensaba cada noche antes de dormir. Cuando se pasaba horas contemplando aquel cofre de tesoros. Para él eran un sinónimo de cómo tenía que perseverar ante la vida.
Aunque a ojos externos, solo era una katana que apenas podía levantar y unos escritos que no podía ni leer.
Parte VI - Afilando
Uno de los tantos días en los que se dirigía hacia su escondite para estudiar y despejarse, se torno con una situación que marcaría su vida aun más de lo que ya estaba.
En aquel lugar se encontraban unos cuantos maleantes. En realidad solo eran tres chicos mayores que él, pero en las calles todos son un peligro potencial, los jóvenes parecían estar discutiendo sobre algo mientras señalaban una bolsa de lana que parecía tener dinero.
Durante un momento pareció que no le habían visto, por lo que lentamente trato de caminar hacia atrás, pero su pie resbalo y golpeo una lata. La cual produjo el ruido suficiente como para que aquellos pillos fijaran su atención en el, rápidamente la situación paso de peligro potencial a peligro inminente, ya que por alguna razón salieron corriendo tras de él.
Corrió lo más que pudo, tomando con fuerza sus tesoros, pero al final término llegando al claro donde practicaba, y como si de una venganza se tratara, el tallo de la planta de áloe le hizo tropezar en su carrera. En ese momento de debilidad aquellas hienas que aun le perseguían le atacaron sin compasión, lo patearon y lo golpearon hasta que se sintieron llenos y satisfechos, lo que para el joven significo ser agredido hasta quedar medio inconsciente.
Cuando parecía que todo había terminado, el mayor de los agresores se acerco al chico, y de sus aun firmes y curtidas manos arranco la espada y el diario que tanto valoraba. Como si supiera lo que su víctima sentía, desenvaino la espada y empezó a golpearle con la vaina. Todo mientras emitía una jocosa risa animal, que solo podía pertenecer a una alimaña.
Luego de saciarse, revisaron su botín. El diario les parecía incomprensible y por lo tanto inútil, así que lo arrojaron a un lado. Habiendo hecho eso se disponían a irse llevándose la espada.
Pero no lograrían llegar muy lejos.
De un momento a otro uno de ellos recibió un golpe con un tubo metálico en la nuca, cayendo inconsciente instantáneamente, antes de que el que iba a su lado supiera que pasaba, recibió un golpe contundente que le rompió la quijada, el tercero logro dar unos saltos y tomar distancia de su veloz agresor. Pero cuando paseo su mirada por el sitio, solo pudo ver como ahí de pie estaba el chico que recién había golpeado, aunque algo en él lucia distinto, su mirada ya no era nerviosa y temerosa, ahora era filosa como si de un cuchillo se tratase, el maleante decidió enfrentarlo, desenvainando la espada teniendo toda la intención de matarlo, pero antes de que pudiera reaccionar, el ojos grises corrió hacia él y trato de quitarle el arma. Pero el aquel patán fue más rápido y lanzo un tajo a su hombro.
Ambos se impresionaron igualmente, puesto que aquella afilada espada apenas había dejado marca alguna en la piel del peliblanco. Aprovechando el estupor de su agresor, el piel morena tomo un ladrillo y lo estampo contra la cara de aquel matón.
En ese momento y con todos menos el inconscientes, se planteo asegurarse de por lo menos romperles las piernas, pero el sonido de la gente acercándose al sitio le obligo a huir, solo dándole tiempo para tomar sus más preciadas pertenencias.
En aquel lugar se encontraban unos cuantos maleantes. En realidad solo eran tres chicos mayores que él, pero en las calles todos son un peligro potencial, los jóvenes parecían estar discutiendo sobre algo mientras señalaban una bolsa de lana que parecía tener dinero.
Durante un momento pareció que no le habían visto, por lo que lentamente trato de caminar hacia atrás, pero su pie resbalo y golpeo una lata. La cual produjo el ruido suficiente como para que aquellos pillos fijaran su atención en el, rápidamente la situación paso de peligro potencial a peligro inminente, ya que por alguna razón salieron corriendo tras de él.
Corrió lo más que pudo, tomando con fuerza sus tesoros, pero al final término llegando al claro donde practicaba, y como si de una venganza se tratara, el tallo de la planta de áloe le hizo tropezar en su carrera. En ese momento de debilidad aquellas hienas que aun le perseguían le atacaron sin compasión, lo patearon y lo golpearon hasta que se sintieron llenos y satisfechos, lo que para el joven significo ser agredido hasta quedar medio inconsciente.
Cuando parecía que todo había terminado, el mayor de los agresores se acerco al chico, y de sus aun firmes y curtidas manos arranco la espada y el diario que tanto valoraba. Como si supiera lo que su víctima sentía, desenvaino la espada y empezó a golpearle con la vaina. Todo mientras emitía una jocosa risa animal, que solo podía pertenecer a una alimaña.
Luego de saciarse, revisaron su botín. El diario les parecía incomprensible y por lo tanto inútil, así que lo arrojaron a un lado. Habiendo hecho eso se disponían a irse llevándose la espada.
Pero no lograrían llegar muy lejos.
De un momento a otro uno de ellos recibió un golpe con un tubo metálico en la nuca, cayendo inconsciente instantáneamente, antes de que el que iba a su lado supiera que pasaba, recibió un golpe contundente que le rompió la quijada, el tercero logro dar unos saltos y tomar distancia de su veloz agresor. Pero cuando paseo su mirada por el sitio, solo pudo ver como ahí de pie estaba el chico que recién había golpeado, aunque algo en él lucia distinto, su mirada ya no era nerviosa y temerosa, ahora era filosa como si de un cuchillo se tratase, el maleante decidió enfrentarlo, desenvainando la espada teniendo toda la intención de matarlo, pero antes de que pudiera reaccionar, el ojos grises corrió hacia él y trato de quitarle el arma. Pero el aquel patán fue más rápido y lanzo un tajo a su hombro.
Ambos se impresionaron igualmente, puesto que aquella afilada espada apenas había dejado marca alguna en la piel del peliblanco. Aprovechando el estupor de su agresor, el piel morena tomo un ladrillo y lo estampo contra la cara de aquel matón.
En ese momento y con todos menos el inconscientes, se planteo asegurarse de por lo menos romperles las piernas, pero el sonido de la gente acercándose al sitio le obligo a huir, solo dándole tiempo para tomar sus más preciadas pertenencias.
Parte VII - Envainando
Habían pasado unas semanas desde el incidente del callejón, y el joven Ishimura se estaba recuperando bien de sus heridas. A pesar de que las cosas no parecían mejorar, pronto se le presentaría una oportunidad de cambiar su vida.
En unos de tantos días en que volvía hacia su refugio, noto algo extraño. Había gente de pie en la entrada de lo que solía ser la mansión Ishimura. Aquello lo altero, ya que jamás pasaba nadie por ese lugar, pero la ansiedad rápidamente se vio remplazada por desconcierto en cuanto noto que aquellos que estaban vigilando eran guardaespaldas que parecían cuidar una carroza, en ese momento se le hizo un nudo en la garganta ¿Qué tal si fuese una de esas serpientes que quería los secretos y tesoros de su padre?
Pronto descubrió, aunque que no era lo que imaginaba.
Uno de los guardias lo pillo e inmediatamente lo tomo por el cuello de la camisa y luego lo tiro dentro de la carroza. En cuanto pudo, se puso de pie para ver que frente a él estaba un hombre de unos cincuenta años que poseía una larga y lisa barba, sin necesidad de forzar su memoria supo quien era aquel hombre, era uno de esos acaudalados comerciantes que solían visitar su casa por cuestión de negocios.
Antes de intercambiar palabra alguna, el anciano lo examino de arriba abajo con la mirada, como si lo estuviese analizando. De un momento a otro tomo un cofre que tenía a su lado —el cofre de nuestro joven peliblanco—. Primero tomo la espada, la desenvaino y detallo largo rato, después se dispuso a leer el libro que estaba a su lado, por momento arrugaba la cara, pero parecía entender que decía ahí.
El ojos grises se encontraba en extremo molesto, después de todo se suponía que solo el heredero Ishimura pudiera tocar aquellos tesoros. Aun así también se encontraba curioso de aquel anciano que apareció de la nada y que parecía saber exactamente lo que buscaba.
Luego de un rato de silencio, se pudo escuchar como conversaban dentro del carruaje. Hablaron y después de intercambiar sus nombres, el anciano le propuso algo inesperado.
Le propuso que fuese a vivir con él, que se convirtiera en su protegido y que le permitiera guiarle por el camino correcto. Le explico que esto significaría vivir según su ley, eso incluía obedecerle como si fuera su maestro y asistir a la academia ninja para una correcta formación. Al preguntarle el por qué de aquello, el viejo se limito a responder que no tenía por qué saberlo aun.
Pero le aseguro dos cosas: La primera es que le enseñaría a usar la espada y que podría llegar a descubrir los secretos de su tesoro familiar. La segunda fue que le daba por seguro que cuando alcanzara un nivel medio en la artes del kenjutsu, se aseguraría de entrenarle en el secreto arte de la espada que su padre había plasmado en aquel diario.
El poder y los secretos de Bohimei y del Gurēyūrei No Ken.
El joven sabía que sería mala idea. Después de todo, nadie que estuviera relacionado con los secretos de los Ishimura podía estar buscando algo bueno bueno. Aquel hombre parecía tener una extraña mezcla de bondad y crueldad, pero a pesar de eso estaba consciente de que no era nadie para juzgar a los demás, y que tampoco tenía una mejor opción que la propuesta, ya que sabía que no saldría de la miseria sin ayuda.
Viéndolo dudar, el anciano soltó un poco de su veneno de manipulación. Asegurándole que estando a su lado podría descubrir que fue lo que realmente ocurrió con su padre. Además de que seguramente el deseo de este hubiera sido que su hijo obtuviera su legado.
Consciente de que probablemente estaría vendiendo su alma, el joven Ishimura acepto el trato.
En unos de tantos días en que volvía hacia su refugio, noto algo extraño. Había gente de pie en la entrada de lo que solía ser la mansión Ishimura. Aquello lo altero, ya que jamás pasaba nadie por ese lugar, pero la ansiedad rápidamente se vio remplazada por desconcierto en cuanto noto que aquellos que estaban vigilando eran guardaespaldas que parecían cuidar una carroza, en ese momento se le hizo un nudo en la garganta ¿Qué tal si fuese una de esas serpientes que quería los secretos y tesoros de su padre?
Pronto descubrió, aunque que no era lo que imaginaba.
Uno de los guardias lo pillo e inmediatamente lo tomo por el cuello de la camisa y luego lo tiro dentro de la carroza. En cuanto pudo, se puso de pie para ver que frente a él estaba un hombre de unos cincuenta años que poseía una larga y lisa barba, sin necesidad de forzar su memoria supo quien era aquel hombre, era uno de esos acaudalados comerciantes que solían visitar su casa por cuestión de negocios.
Antes de intercambiar palabra alguna, el anciano lo examino de arriba abajo con la mirada, como si lo estuviese analizando. De un momento a otro tomo un cofre que tenía a su lado —el cofre de nuestro joven peliblanco—. Primero tomo la espada, la desenvaino y detallo largo rato, después se dispuso a leer el libro que estaba a su lado, por momento arrugaba la cara, pero parecía entender que decía ahí.
El ojos grises se encontraba en extremo molesto, después de todo se suponía que solo el heredero Ishimura pudiera tocar aquellos tesoros. Aun así también se encontraba curioso de aquel anciano que apareció de la nada y que parecía saber exactamente lo que buscaba.
Luego de un rato de silencio, se pudo escuchar como conversaban dentro del carruaje. Hablaron y después de intercambiar sus nombres, el anciano le propuso algo inesperado.
Le propuso que fuese a vivir con él, que se convirtiera en su protegido y que le permitiera guiarle por el camino correcto. Le explico que esto significaría vivir según su ley, eso incluía obedecerle como si fuera su maestro y asistir a la academia ninja para una correcta formación. Al preguntarle el por qué de aquello, el viejo se limito a responder que no tenía por qué saberlo aun.
Pero le aseguro dos cosas: La primera es que le enseñaría a usar la espada y que podría llegar a descubrir los secretos de su tesoro familiar. La segunda fue que le daba por seguro que cuando alcanzara un nivel medio en la artes del kenjutsu, se aseguraría de entrenarle en el secreto arte de la espada que su padre había plasmado en aquel diario.
El poder y los secretos de Bohimei y del Gurēyūrei No Ken.
El joven sabía que sería mala idea. Después de todo, nadie que estuviera relacionado con los secretos de los Ishimura podía estar buscando algo bueno bueno. Aquel hombre parecía tener una extraña mezcla de bondad y crueldad, pero a pesar de eso estaba consciente de que no era nadie para juzgar a los demás, y que tampoco tenía una mejor opción que la propuesta, ya que sabía que no saldría de la miseria sin ayuda.
Viéndolo dudar, el anciano soltó un poco de su veneno de manipulación. Asegurándole que estando a su lado podría descubrir que fue lo que realmente ocurrió con su padre. Además de que seguramente el deseo de este hubiera sido que su hijo obtuviera su legado.
Consciente de que probablemente estaría vendiendo su alma, el joven Ishimura acepto el trato.
Parte VIII - Moralejas
—Luego de aquello no hay mucho que contar —dijo mientras bostezaba, pues su historia había alcanzado para llegar hasta el amanecer—. El chico recibió por parte del anciano generosidad y disciplina a partes iguales. Se graduó de la academia de las olas y se convirtió en un shinobi de Uzushio… El resto no tiene gran importancia en realidad, se podría decir que solo fue aprender y entrenar de ahí en adelante —exclamo mientras los primeros rayos del sol se asomaban por encima de los arboles.
—Eh, ¡pero esa historia apesta y no tiene sentido! —Bufo el sujeto barbudo.
—Es normal que te parezca así, después de todo solo la oíste pero no la escuchaste —respondió mientras aun mantenía su cara cubierta.
—¿Sabes lo que hace falta para crear una buena espada? —Pregunto, mientras lucia su sable curvo a un ahora no tan confiado leñador.
—Primero es seleccionar el hierro impuro que usaras, segundo es preparar el fuego de la fragua, tercero es destruir y fundir ese material, cuarto es martillarlo y darle forma, quinto es que ya con forma debes darle filo, sexto es conseguirle una funda capaz de controlar su filo mortal. Finalmente solo necesitas encontrar la manera adecuada de usarla.
—Viéndolo de esa manera, aquel chico era como una espada creada por la vida “La mejor y la más cruel de las forjadoras” —dijo sonriendo mientras envainaba su espada.
—Entonces aquel chico... ¿encontró la manera adecuada de usar su vida y su espada? —Pregunto curioso el leñador.
—La verdad es que no tengo idea, he estado buscando la respuesta a esa pregunta por un tiempo.
—Dinos, ¿acaso el chico de aquella historia tiene nombre? ¿Tienes tu un nombre?—preguntaron los otros tres viajeros.
—Eh, de acuerdo… El chico se llamaba Ishimura Kazuma y yo pues… Mi maestro me suele llamar Kōtetsu que significa acero, dice que es adecuado para mi personalidad, por lo fuerte y brillante según él.
—Como sea, ya es de mañana y debo volver a mi aldea. Gracias por compartir su fuego y escuchar la historia.
Luego de decir aquello se alejo del campamento. Y cuando ya estaba lo suficientemente lejos se quito la capucha haciendo posible ver su rostro, en él se pudo apreciar unos cabellos blancos e inmaculados como la nieve, piel oscura y suave como el chocolate y unos ojos grises y fuertes como el acero.
—Cielos, se ha hecho tarde, debo de apresurarme a cumplir la encomienda de mi maestro —dijo mientras sonreía suavemente y se acomodaba una nueva y reluciente bandana de metal que tenía el símbolo de la espiral.
—Probablemente no fue lo mas sabio contarle mi historia a la gente del claro —Se dijo a sí mismo, mientras observaba su espada y como un aura gris similar a la manifestación de un espíritu le envolvía.
—Bueno creo que es inevitable, después de todo la vida no solo me ha dado la oportunidad de contarla…
—También me dio un corazón de acero para continuarla.
—Eh, ¡pero esa historia apesta y no tiene sentido! —Bufo el sujeto barbudo.
—Es normal que te parezca así, después de todo solo la oíste pero no la escuchaste —respondió mientras aun mantenía su cara cubierta.
—¿Sabes lo que hace falta para crear una buena espada? —Pregunto, mientras lucia su sable curvo a un ahora no tan confiado leñador.
—Primero es seleccionar el hierro impuro que usaras, segundo es preparar el fuego de la fragua, tercero es destruir y fundir ese material, cuarto es martillarlo y darle forma, quinto es que ya con forma debes darle filo, sexto es conseguirle una funda capaz de controlar su filo mortal. Finalmente solo necesitas encontrar la manera adecuada de usarla.
—Viéndolo de esa manera, aquel chico era como una espada creada por la vida “La mejor y la más cruel de las forjadoras” —dijo sonriendo mientras envainaba su espada.
—Entonces aquel chico... ¿encontró la manera adecuada de usar su vida y su espada? —Pregunto curioso el leñador.
—La verdad es que no tengo idea, he estado buscando la respuesta a esa pregunta por un tiempo.
—Dinos, ¿acaso el chico de aquella historia tiene nombre? ¿Tienes tu un nombre?—preguntaron los otros tres viajeros.
—Eh, de acuerdo… El chico se llamaba Ishimura Kazuma y yo pues… Mi maestro me suele llamar Kōtetsu que significa acero, dice que es adecuado para mi personalidad, por lo fuerte y brillante según él.
—Como sea, ya es de mañana y debo volver a mi aldea. Gracias por compartir su fuego y escuchar la historia.
Luego de decir aquello se alejo del campamento. Y cuando ya estaba lo suficientemente lejos se quito la capucha haciendo posible ver su rostro, en él se pudo apreciar unos cabellos blancos e inmaculados como la nieve, piel oscura y suave como el chocolate y unos ojos grises y fuertes como el acero.
—Cielos, se ha hecho tarde, debo de apresurarme a cumplir la encomienda de mi maestro —dijo mientras sonreía suavemente y se acomodaba una nueva y reluciente bandana de metal que tenía el símbolo de la espiral.
—Probablemente no fue lo mas sabio contarle mi historia a la gente del claro —Se dijo a sí mismo, mientras observaba su espada y como un aura gris similar a la manifestación de un espíritu le envolvía.
—Bueno creo que es inevitable, después de todo la vida no solo me ha dado la oportunidad de contarla…
—También me dio un corazón de acero para continuarla.