Kuranosuke imitó a Tsu y esperó, agachado y en silencio, con su único orbe clavado en esa pequeña extensión de tierra que tanto les interesaba.
La prórroga le resultó efímera, ansioso como se encontraba de redimirse...
Entonces ocurrió. La alimaña había detectado el cebo y mordido el anzuelo. El señor Niwashi se dispuso a utilizar su peculiar artilugio para capturar al animal, pero este no se encendió. El tuerto chasqueó la lengua, molesto. «¡Esto es lo que nos ocurre por confiar en tecnología de Amegakure...!».
—¡SÍ, SEÑOR! —profirió.
Queriendo imitar a un rayo, Kuranosuke se lanzó hacia la madriguera, las manos al frente, dispuesto a excavar la parcela entera si era necesario en tal de sacar al topo de su escondite...
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—¡SÍ, SEÑOR!
Y con la velocidad propia del sonido, el muchacho se lanzo con las manos por delante a la caza del ladrón, metiendo sus delgados brazos por la madriguera bajo la atenta mirada de Tsu.
— ¡Vamos, Kuranosuke, tu puedes!
El genin intentaba avanzar por la madriguera con sus brazos y, en un momento dado, notaría en la palma de su mano algo blandito y peludo, por lo que solo podía tratarse del animal, por lo que solo tendría que agarrarlo y evitar que se le escapara.
~ Narro ~ Hablo ~ «Pienso»
Cualquiera diría que en esos momentos Kuranosuke se asemejaba más a una bestia salvaje y hambrienta que a un ninja tratando de cumplir la tarea que se le había encomendado.
Protegido por los ropajes de trabajo, el genin buscaba y rebuscaba, implacable, hasta que sintió algo distinto, algo tan peludo que lo notaba incluso a través de los guantes. Todo su cuerpo se tensó, amarrando con sendas partes de ira y de determinación.
Sacó para fuera aquello que había tomado, sin preocupación alguna por el bienestar de lo referido. Si lo conseguía lo alzaría con ambas manos hacia los cielos y el sol, como si se tratara de un animal con propiedades humanas en el inicio de una película de animación que hablaba sobre el ciclo de la vida y estaba dirigida a infantes.
—¡TE TENGO!
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El granjero podía ver como el genin se retorcía, buscando y rebuscando en el interior de aquel agujero, tratando de dar caza al animal, y el hombre lo único que podía hacer era esperar y confiar en Kuranosuke, así que espero paciente a que éste diera por concluida su tarea.
El muchacho no se hizo esperar y rápidamente se incorporó, alzando los brazos mostrando en su mano una bola peluda y negruzca que, sin duda alguna se trataba de aquel animalillo que tanto tiempo llevaba molestándole
—¡TE TENGO!
Tsu entonces alzó los puños, efusivo, en señal de victoria y se acercó a su ayudante, atrapándolo entre sus brazos y apretando con fuerza, dándole lo que podría considerarse un abrazo de oso.
— Muchas gracias muchacho, sin ti no habría conseguido darle caza, te debo una. Deja que yo lo llevo. — El señor Niwasha se ofrecía a coger al topillo y guardarlo en el cubículo que tenía el Succioneitor 3000.
Pero, en ese momento, el animal, en defensa propia, lanzó un bocado a la mano que lo sostenía, un mordisco con la suficiente fuerza como para atravesar el guante y llegar a la carne.
~ Narro ~ Hablo ~ «Pienso»
Las alabanzas de Tsu llevaron al muchacho a sonreír con satisfacción. No obstante Kuranosuke no esperaba el temible abrazo que vendría después. La respiración se le cortó durante unos instantes, pero hizo todo lo posible en tal de disimularlo. Más allá de eso no sabía muy bien cómo reaccionar. Pero a fin de cuentas no importaba, el trabajo estaba hecho.
El fornido campesino le indicó que él se ocuparía del roedor, albergando intenciones de atraparlo en el cubículo de la extraña máquina. El tuerto se sentía más que dispuesto a deshacerse de esa molestia.
Pero la alimañana no estaba dispuesta a rendirse sin pelear. En un descuido del tuerto, el topo le propinó un doloroso bocado que logró atravesar el grosor de sus guantes de recolecta. Sorprendido, Kuranosuke soltó al animal.
—Tsk... —de sus labios solo salió eso.
No iba a permitir que su presa se le escapara de nuevo. Trató de volverlo a agarrar con presteza, sin deseo alguno de permitir que el topo volviese bajo tierra. Y lo si conseguía, esta vez llevaría más cuidado...
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En el momento que Kuranoske le iba a ceder el roedor, éste se denfendió, propinando un fuerte bocado que provocó que el genin lo soltase, haciendo que el topillo se creyera libre por un momento pero, rápido como la luz, el granjero lo atrapó en el aire y, antes de darle ninguna opción a reaccionar, el animal se encontraba encerrado en un pequeño cubículo de plástico duro y transparente, imposible de escapar de allí.
— ¿Estás bien chico? Venga, volvamos y te curo eso, no vaya a ser que se te infecte o cualquier cosa, que de lo animales salvajes... a saber.
Y rápidamente se dirigirían a la caseta.
— Venga, siéntate en el sillón, que ya mismo vuelvo. — Y el hombre desapareció a toda velocidad, dejando al animal encerrado sobre la mesa baja de la sala de estar.
El animal se dedicaba a dar vueltas por su cubículo, tratando de encontrar una salida, pero, cuando se dio cuenta de que no era posible, se quedó mirando fijamente al genin.
— Aquí estoy, aquí estoy, quítate el guante vamos. — Ordenó el hombre, que venía con un pequeño botecito con líquido transparente, unos algodones y vendas. — Es posible que esto te escueza un poquillo, así que aguanta.
Rápidamente humedeció el algodón en alcohol y lo empezó a pasar por la herida que había provocado el mordisco del roedor.
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Para la fortuna del genin, Tsu resultó ser más ágil de reflejos de lo que Kuranosuke esperaba. Antes de que el topo tocara el suelo siquiera, el grandullón logró atraparlo. Ya no tendría manera de salir de ahí por mucho que mordisqueara.
— ¿Estás bien chico? Venga, volvamos y te curo eso, no vaya a ser que se te infecte o cualquier cosa, que de lo animales salvajes... a saber.
— No es necesario, Niwashi-dono, es un simple rasguño y todavía tengo trabajo que hacer —aseguró con naturalidad.
Pero el hombretón no estaba dispuesto a aceptarlo. Casi obligó al muchacho a que lo acompañara de vuelta a la caseta.
El tuerto se sentó en el silón tal y como se le había indicado. El mueble le resultó sorprendentemente cómodo, pero se aseguró de mantener una posición digna antes de dejarse llevar por el suave abrazo del susodicho.
El topo se le quedó mirando y, un suspiro más tarde, Kuranosuke se percató, mirándolo de vuelta.
— Jaque mate, bichejo.
A continuación el señor Niwashi retornó a escena, trayendo consigo lo que parecía ser un kit de primeros auxilios improvisado. Con retinencia, el muchacho sacó el guante y observó la herida. Tal y como había dicho anteriormente, no parecía nada importante.
— Gracias por tomarse estas molestias —le dijo con sinceridad.
No articuló sonido alguno cuando el ardiente alcohol rozó su encarnada piel. Sus facciones apenas variaron.
Estaba acostumbrado al dolor, y algo así no era nada para él.
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El muchacho aguantó estoicamente el alcohol en la herida, que a pesar de ser pequeña, el roce del líquido siempre escocía cantidad, normalmente siempre se escapaba algún que otro gritito de dolor o algo por el estilo, pero Tsu sintió algo de alivio cuando vio la reacción del genin.
— Muy bien Kuranosuke-san, espero que estés dispuesto a terminar con el trabajo, ya no nos quedaba mucho así que no tardaremos nada en terminar, ¿te parece? — Dijo el hombre sonriendo mientras ponía unas gasas sobre la herida.
Por fin, después de tanto tiempo se había librado de aquel animalillo, y podría cultivar sin miedo a que éste le estropeara gran parte del mismo.
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El sufrimiento se fue apagando de forma paulatina. Unos momentos después de que el granjero acabara de vestir su herida, Kuranosuke ya ni la sentía. Abrió y cerró el puño un par de veces, asegurándose de que todo en estaba en orden.
Sintió que ya era momento de retonar al trabajo, y las palabras de Tsu se lo confirmaron. Asintió con estoicidad, para luego acomodarse el aguante.
—Por supuesto, adelante —expresó y se alzó.
¿Quién le habría dicho que su misión de colecta se iba a trasnformar en una de caza?
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—Por supuesto, adelante
Ante la afirmación del muchacho, una vez más, ambos pusieron rumbo al campo de cultivo, volvieron a las posiciones idóneas para la recolecta y empezaron a sacar una a una las zanahorias de la tierra, colocándolas en sus respectivas cestas.
— ¿Sabes Kuranosuke-san? Está siendo un placer trabajar contigo, tienes buena actitud, sí señor. — Marcaría el hombre desde la distancia en la que se encontraba.
El granjero, experimentado, llevaba un ritmo bastante superior al del genin, por lo que rápidamente la distancia que los separaba se iba haciendo cada vez más pequeña.
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De nuevo el sudor se iba acumulando en la frente del joven a la par que el peso de la cesta a su espalda empeoraba. Kuranosuke se tomó un momento para apartar el perlado líquido de su faz haciendo uso de toda la amplitud de su antebrazo. Acto seguido sacó otra zanahoria del suelo.
Ya le iba tomando el truco al asunto.
Poco después el corpulento agricultor le dedicó unos elogios que resultaron ser música para los oídos del genin. Manteniendo una sonrisa educada, asintió.
—Usted ha sido un excelente supervisor, me alegra haberle sido de ayuda.
La distancia entre ellos se iba mermando. A pesar de la mejoría del tuerto, esta no podía compararse con la habilidad del campesino, que seguro que llevaba ocupándose de esta tarea y otras similares desde hacía muchos años, quizá décadas. Mas Kuranosuke no se sintió inferior o desalentado, pues se aseguraba de hacerlo con la mayor eficiencia que su destreza le permitía.
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—Usted ha sido un excelente supervisor, me alegra haberle sido de ayuda.
El señor Niwashi asintió con la cabeza, siempre pretendía ser lo más amable posible y al parecer en aquella ocasión lo había conseguido, y se sentía satisfecho consigo mismo, ahora solo quedaba rematar el trabajo y el muchacho podría volver a su vida normal.
No pasó un rato excesivamente largo, aproximadamente unos veinte minutos más cuando, sin darse cuenta, Kuranosuke y Tsu se encontraban hombro con hombro y el campo estaba vacío, al contrario que sus cestas.
— ¿Ves? No hemos tardado nada, llevamos ésto adentro, y ya habrías terminado con tu misión, ¿puedes cargar con la cesta? — Preguntó el hombretón, que se había incorporado y se daba ligeros toquecitos en la zona lumbar.
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El ligero choque entre su hombro y el ajeno provocó que el chico se fijara —por primera vez desde que habían retomado su trabajo— en el estado global del huerto. Tan centrado se encontraba en su tarea que no había reparado en que este se encontraba vacío.
Por último, antes de poder poner punto y final a ese día de arduo trabajo, el tuerto debía de cargar con su pesada cesta de hortalizas hasta la casa. El muchacho sentía con claridad la caricia del cansancio en sus músculos, y el recipiente le lastraba más que nunca, pero obviamente deseaba más que nada cumplir con su deber.
—No se preocupe, yo me ocupo —afirmó, convencido.
Aunque con ciertas dificultades, el genin se alzó. Ocultando el esfuerzo que le conllevaba caminar con la cesta a la espalda, se puso en marcha dirección a la choza...
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—No se preocupe, yo me ocupo
Kuranosuke parecía querer ocuparse él solo de transportar su parte de la recolecta, y el granjero no tuvo ninguna objeción a pesar de ver el trabajo que le iba a costar, pero sabía que si le obligaba a no llevarlo no le haría ningún favor, los ninjas eran personas bastante orgullosas a su parecer y dañar este orgullo no era buena idea.
No tardaron apenas nada en llegar nuevamente a la caseta.
— Déjalo donde puedas, no te preocupes. — Dijo el hombre, que se dirigió a un tocador y de uno de los cajones sacó un pergamino. — Toma, aquí tienes, la confirmación de que has cumplido la misión, entrégala y has terminado por hoy.
El hombre acompañaría al genin hasta la puerta del inmueble, para despedirse.
— ¡Y ve al hospital, no vaya a ser que te haya pegado la rabia o cualquier cosa ese animalillo! — Fueron las últimas palabras del hombre antes de adentrarse él solo a la casa.
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Tan pronto fue testigo de las palabras "déjalo donde puedas", el genin tomó la cesta y la dejó en el suelo con toda la delicadeza que sus agotados músculos le permitieron. Mientras Tsu se disponía a hacerle entrega del pergamino que confirmaba la satisfactoria finalización de la misión, Kuranosuke estiró espalda y brazos, tratando de paliar el dolor.
—Ha sido un placer —expresó al tomar el pergamino.
Junto al hombretón, el tuerto se aproximó a la salida del inmueble, no sin antes cambiarse la ropa, tomar todas sus posesiones y devolver el aparejo de trabajo al bueno de su supervisor. Ya cuando había dado un par de pasos en el exterior, Kuranosuke escuchó al señor Niwashi indicarle que quizá sería buena idea ir al hospital y asegurarse de que el mordisco no le había contagiado alguna enfermedad. El ninja asintió a la figura en la lejanía.
«Me pasaré por el hospital, pero primero el edificio del Morikage», se dijo en su fuero interno, ansioso de entregar su primera misión.
Así pues, puso rumbo a las oficinas del kage.
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