—¿Cómo? —Preguntó estupefacta ante aquella exclamación.
Lo que menos se esperaba era aquello, ahora resultaba ser que estaba metida en un lío en cuanto a posesiones en este caso, una maldita mascota que se pasea de lado a lado y seguramente haya pasado desapercibido como un callejero y en realidad se trataba de la mascota de alguien y claro, ahora tenía dos dueños, cosa que seguramente traería infinidad de problemas.
Pero la prueba estaba en la nota que la mujer le había facilitado a la pelirroja que todavía era incapaz de concebir la situación en la que había terminado.
—¿Tanto por un gato? —Se preguntó en voz baja en un susurro.
Ella al menos, hubiese dejado ir al gato como si nada. Pero su opinión no importaba en ese preciso instante, necesitaba al maldito gato para terminar la maldita misión.
—Iré a ver qué pasa, pero antes de devolver al gato voy a tener que averiguar unas cuantas cosas. —Respondió la kunoichi tras lo cual suspiró pesadamente y devolvió todo a su portaobjetos y la nota a la Yoshikage. —Vendré más tarde… —Soltó a modo de despedida antes de voltearse dispuesta a ir en dirección al lugar mencionado.
Pero al voltearse se encontró cara a cara con el fanático de los gatos, su compañero improvisado que puede tuviese algo más de información sobre el bendito gato que los propios dueños pero tampoco podía pretender arrastrarle a ese asunto teóricamente peligroso.
—¿Vienes? —Preguntó antes de volver a sacar el pañuelo para sonarse la nariz. Suponía que había escuchado absolutamente todo.
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La señora asintió varias veces con semblante abatido y se refugió en el interior de su hogar con rapidez. No tenía ningún otro deseo más ferviente que quitarse de en medio, apartar de su vista a Ritsuko y ese turbio asunto del secuestro. Al igual que razonaban las avestruces: si no lo podía observar, no existía.
El amante de los mininos sin nombre se quedó mirando profundamente a la pelirroja. Se rascó la cabeza, miró al lado y suspiró.
—No me gusta pelear, pero si un gatito está en peligro... supongo que puedo hacer una excepción —se convenció así— ¿A dónde vamos ahora, si puede saberse?
Y el hombre desconocido al final, algo resignado, aceptó acompañarla afirmando que si tenía que pelear lo haría, cosa que obligó a Ritsuko a alzar levemente una ceja y guardar silencio por unos segundos.
—A la armería, o bueno, por ahí cerca pero tenemos que ir rápido. —Respondió la pelirroja antes de emprender la marcha a paso ligero.
Hubiese salido corriendo tan rápido como pudiese pero no estaba muy segura de que su compañero pudiese seguirla bien así que mejor mantener un paso medianamente rápido.
—Eso sí, no hace falta que pelees, recuerda que estamos dentro de la villa. —Le mencionó al hombre.
Sencillamente estaba muy segura de que el secuestrador sería un inútil y podría lidiar con él sin problemas, especialmente estando en el interior de la aldea aunque claro, tal vez y resultaba que el secuestrador era un jounin y ahí la cosa cambiaría.
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—A la armería, o bueno, por ahí cerca pero tenemos que ir rápido. —Respondió la pelirroja antes de emprender la marcha a paso ligero.
El tipo asintió y se puso en marcha a la vera de Ritsuko.
—Eso sí, no hace falta que pelees, recuerda que estamos dentro de la villa. —Le mencionó al hombre.
— No te preocupes por mí. A todo esto, puedes llamarme Nekotaro si te place... —le aseguró a la pelirroja sin dejar de correr.
El tal Nekotaro era más que capaz de mantener el ritmo, incluso habría adelantado a la genin si no fuera porque ella era la única del dúo que sabía a dónde iban con exactitud. Se mantuvo en silencio el resto del trayecto.
Llegaron a la tienda de armas, y tal como indicaba la nota, había un desatendido callejón sin salida a la derecha del establecimiento. El interior de la senda auxiliar apestaba a orín y el mantenimiento de suelo y paredes brillaba por su ausencia. La iluminación era suficiente como para ser consciente de lo que pasaba alrededor de uno, pero igualmente escasa, gracias a la penumbra generada por los dos edificios tan pegados entre sí a ambos lados.
Al fondo del callejón aguardaban dos misteriosas figuras. Ritsuko no era capaz de distinguirlas desde tal distancia. Sin embargo, junto a los pies de una había algo metálico que parecía ser una jaula.
Era bueno tener alguna manera de llamar a un compañero aunque fuese temporal, ya que ‘Amante de los gatos’ no sonaba muy bonito luego de unas dos o tres veces así que ese nombre si es que era verdadero le venía genial.
De cualquier manera, lo más importante era llegar al callejón cercano a la armería, el lugar donde debería de llevarse a cabo la transacción por el gato que la había tenido toda la mañana deambulando por la villa y que con un poco de suerte ya rescataba desde ya, el único inconveniente probablemente sea que tendría que averiguar por el dueño verdadero del gato. ~Aunque según el pergamino tengo que entregarlo a Meiko. ~Pensaba ya adentrándose en el callejón donde se podían divisar un par de siluetas.
Sin vacilar ni un instante, la pelirroja avanzó hacia las misteriosas figuras y a medida que se acercaba podía distinguir con mayor nitidez los rasgos de cada uno e inclusive la jaula que en un primer momento siquiera había llegado a ver.
—Buenas, ¿tienen al gato? —Preguntó desinteresada sin mostrarse intimidada en lo más mínimo.
Después de todo, era una kunoichi dentro de una aldea shinobi, dudaba muchísimo que fuesen a intentar algo a sabiendas que tenía una placa amarrada a la cadera.
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Una de las misteriosas figuras sonrió en la oscuridad ante lo poco intimidada que se sentía Ritsuko. La otra, por su parte, solo alcanzó a bufar por lo bajo. La dueña no se había dignado a aparecer y habían enviado a otra chica.
— Claro que lo tengo. — Respondió con voz estridente el de la sonrisa, que con suerte Ritsuko definiría como hombre de unos veinticinco años, pelo oscuro y una cicatriz que le surcaba la mejilla derecha. — ¿Acaso no lo ves? Está aquí. — Y con ello le dio una patada a la jaula, haciendo bufar al minino.
— No deberías...
— Cállate. — Mandó callar a su compañera, que era una mujer también de la misma edad que su acompañante, de pelo oscuro, corto y revuelto y unos ojos rasgados, de color ámbar. — ¿Has traído el dinero? — Preguntó escrutando con la mirada a la pelirroja, sin embargo ni reparó en la segunda figura al lado de ella.
—Anda que pasar de mí... — Nekotaro, sin intimidarse ni un pelo, no perdió de vista a los dos sospechosos, pero sabía que no debía actuar hasta que Ritsuko lo hiciese, después de todo, ella era la kunoichi allí.
La kunoichi a medida que se fue acercando a las siluetas fue distinguiendo cada vez mejor los rasgos de ambos, lo suficiente como para decir que tenía datos característicos de la apariencia del masculino, como aquella cicatriz en el rostro y a pesar de todo ello se daba aires de grandeza tratando de intimidar a la pelirroja quien una vez más, buscaba su pañuelo para sonarse la nariz dejando en claro la poca importancia que le daba.
—A ver si entendí, estás delante de una kunoichi, pidiendo dinero para devolver un gato que te robaste y por si fuera poco, en el interior de Kusagakure.—Fue enumerando como podía pues se acercaba otro ataque de tos que liberó justo al finalizar la frase. —¿Estás tonto? —Le espetó sin más a sabiendas que podría sentarle jodidamente mal.
—Déjame el gato y vete a la mierda o terminarás en la prisión por imbécil. —Exigió finalmente con absoluta serenidad como si nada le importase, porque después de todo, si algo salía mal fácil podría avisarle a algún chuunin o alguien de rango más elevado para que le diese caza a aquel hombre. —Tú decides machote.
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— Uy... ¿Una kunoichi? — Preguntó, desconcertado.
— Te intenté avisar...
— ¡Cállate!
Con suerte, un par de ojos se posaron en el hombre que retenía al gato, y, veloz; saltó desde uno de los tejados cercanos. Aterrizo en su cara, haciendo que éste comenzara a chillar del pánico. Su acompañante fue más rápida, por lo que desapareció enseguida sin ser detectada, él, por su parte, se dedicaba a pelear contra aquel ser que quería destrozarle la cara.
— ¡Déjame, bola de pelos! — Exclamaba intentando zafarse del animal.
El animal, que era exactamente igual al otro gato, el que estaba encerrado en la jaula y que maullaba desesperadamente por salir.
— ¡Pero si hay dos! — Exclamó el hombre que acompañaba a Ritsuko. — Creo que es tu turno de actuar. — Alegó, esta vez mirando a la joven.
Ritsuko no pudo evitar arquear una ceja al escuchar aquella afirmación perdida por parte del hombre que momentos atrás había querido intimidarla, pero incluso antes de que moviera algún otro músculo una bola de pelos se abalanzó sobre él y en segundos comenzó un intenso forcejeo en el que ella al menos no quería participar porque seguramente habrían pelos gatunos volando en todas direcciones y ya estaba lo suficientemente congestionada como para querer regresarse a casa.
—¿Qué yo qué? —Preguntó horrorizada al escuchar que su compañero la mandaba al frente.
Si tendría que obrar, seguro terminaría peor, con unas ronchas inmensas en cualquier parte de su cuerpo que entrase en contacto y… ~la manta ~ recordó la pelirroja extendiendo la tela que tan mal la tenía.
—¡Quédate quieto! —Bramó antes de tirar la tela encima de la cara del hombre en un intento por quitarle al animal de encima. —¡Tú llévate la jaula! —Indicó a Nekotaro mientras seguía en su lucha por atrapar al animal sin dañarlo, la cara del hombre le daba un poco igual.
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El minino logró girarse un momento, lo necesario para ser atraído por la manta que la pelirroja llevaba entre sus manos, cuando ésta fue tirada sobre su posición. El gato paró de arañar la cara malherida del hombre y terminó cayendo con ella entre sus patas, feliz de poder jugar con la tela.
Nekotaro, por su parte, no puso resistencia a la orden de la kunoichi, así que se acercó con disimulo y tomó la jaula que llevaba el otro gato. El animal libre bufó ante aquello, pero al ver de quién se trataba relajó sus músculos.
— ¡Panda de chiflados! ¡Esos animales son el demonio! — Chillaba el ladrón mientras se tocaba la cara. — ¡Me las pagaréis!
Y tras echar una bomba de humo al suelo, el hombre también desapareció como si de un truco de magia se tratase. El gato que había caído sobre el hombre se levantó de la manta y corrió a la jaula que mantenía preso al otro gato, arañándola para que Nekotaro dejase salir a su compañero, éste, al notarlo, dejó salir el minino y ambos empezaron a jugar juntos.
— Creo que podemos devolver los dos gatos, al parecer éste. — Dijo señalando al que había aparecido después. — Solo pareció desaparecer por salvar al otro.
Nekotaro tomó a ambos gatos con mimo, y acercándose a la Kunoichi, preguntó:
— ¿Dónde vamos antes?
Gran dilema con el que tendría que tratar la pelirroja, pues ahora tenía dos gatos por devolver en lugar de uno y a saber si era el gato correcto el que entregaba, pero a sabiendas de cómo eran esos animales pronto cada uno se escaparía por sus propios medios y se reencontrarían como si nada pero que va, el trabajo de ella terminaría tan pronto entregase a uno de los dos.
Luego de toda la escena y de que Ritsuko “atrapase” al animal que había atacado al ladrón, este último desapareció con una bomba de humo que no hizo más que empeorar la ya pésima respiración de la kunoichi que ya ni siquiera podía toser de lo jodida que estaba.
Pero nada del otro mundo, luego de un rato ya pudo recomponerse y Nekotaro estaba allí, con los dos gatos entre brazos cosa que alegraba bastante a la chica ya que no tendría que tratar con ellos directamente.
—Bueno, la casa de los Ishiwaru está más cerca así que pasemos por ahí primero. —Afirmó la de ojos rojos antes de ponerse en marcha esperando que el amante de los gatos la acompañase. —Uno de los dos gatos debería reconocerla, o al menos le gustaba jugar con la manta esta así que ese seguramente sea el de Meiko, el otro lo llevamos con los Yoshikage y ya podemos desentendernos de todo. —Prosiguió con la explicación tratando de encontrar nuevamente su pañuelo.
Usualmente estaría tosiendo en ese preciso instante, pero estaba tan congestionada que ya ni siquiera eso le salía, situación bastante molesta para ella que se estaba muriendo en silencio aunque fuese en sentido figurado.
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— A sus órdenes, señorita. — Y con ambos gatos en su regazo, dejó que la pelirroja liderase el camino hacia la casa de los Ishiwaru.
La casa de Meiko estaba tal cual la vio la primera vez que llegó por el encargo. Solo que esta vez traía lo que ella había perdido. Por suerte, encontró a la mujer fuera de la casa, esperando por el regreso de la kunoichi de la Hierba y su tan preciado animal.
— ¡Mishifú! — Chilló emocionada mientras se acercaba corriendo hacia ambos. — ¡Lo has encontrado, muchísimas gracias! — Sin dejar que los demás hicieran algo, la mujer ya se había apoderado del animal que jugueteaba con una manta. — ¿Dónde estaba? ¿Habéis tenido algún problema en encontrarlo?
Cuestionó mientras los miraba, alternando la vista entre ellos y el minino que reposaba entre los brazos de su dueña.
Era un verdadero alivio para la chica el tener a alguien como Nekotaro ayudándola, así al menos podría librarse de una alergia mucho más grave y no corría tanto peligro de tragarse un pelo como ya le había ocurrido durante su infancia. Aunque si vamos al caso, llevaba un buen rato que tendría que haber salido corriendo pero por amor a su oficio no lo hizo. Después de todo, sentaría horrible que fallase la primera misión de toda su existencia.
Luego de caminar por unos minutos, llegaron a la primera de dos viviendas donde se encontraba la mujer que había hecho el encargo inicial. Por suerte estaba allí fuera y fue capaz de reconocer a su mascota prácticamente al instante así que la pelirroja tras permitirlo extendió las manos para hacer entrega de la manta, la lata de alimento y también la foto que había mantenido impecable.
—No por suerte —Fue lo único que atinó a responder, estaba a punto de estornudar y necesitaba liberarse las manos cuanto antes.
En realidad habían tenido un par de problemillas menores pero nada demasiado grave ni similar, además que si vamos al caso el problema no lo dio el gato de Meiko sino el de los Yoshikage, o al menos eso era lo que Ritsuko estaba imaginando ya que no tiene idea de cómo identificar a cada gato.
De todas maneras, tras entregar al animal ya solo les quedaba llevarse al gato restante para así poder liberar de forma definitiva al amante de gatos que la estaba acompañando.
—¿Vamos? —Consultó antes de emprender la marcha dirigiéndose a la vivienda de los Yoshikage, estaba relativamente cerca así que no iban a tardar demasiado.
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Una vez entregado el minino, ya solo quedaba entregar al otro para cumplir con la extra-labor que la kunoichi estaba llevando a cabo, pues supuestamente su misión ya estaría concluida al haber rescatado al gato de Meiko. Nekotaro, por su parte, parecía pasárselo en grande jugando con el gato que quedaba mientras kunoichi y hombre caminaban hacia la casa de los Yoshikage.
— Es una pena, pero creo que tendré que dejarte por hoy. — Alegó Nekotaro cuando ya quedaban unos metros hasta llegar a la casa. — Siento mucho mi repentina marcha, pero es mi deber, espero que entregues a esta preciosidad sana y salva. — Dijo mientras dejaba al gato en los brazos de Ritsuko. — ¡Date prisa!
Y se alejó corriendo.
Ritsuko se quedó sola cuando ya podía divisar la casa de los dueños del gato, así que más le valía darse prisa en entregarlo a no ser que quisiese tener brotes de alergia en medio de la calle. Con suerte, solo tendría que entregarlo y llevar el pergamino al edificio donde residía el Kage.
Todo iba genial para Ritsuko, o bueno no tan genial por la congestión nasal sumada con su ya presente enfermedad respiratoria, pero es que el jodido gato podría matarla si decidía cargarlo a mano desnuda y…
—¿Cómo? —Apenas llegó a responder algo asustada por las palabras de su acompañante.
Acto seguido, la pelirroja se encontraba con un gato entre los brazos, aplastado contra su pecho. ~La madre que me… ~Sin siquiera terminar la frase en su cabeza, la kunoichi corrió tan rápido como pudo en dirección a la vivienda de los Yoshikage y comenzó a golpear la puerta esperando que la anciana abriese antes de que comenzara a brotarle el jodido sarpullido por los brazos y probablemente también en el pecho.
—Venga… —Susurraba entre dientes queriendo deshacerse del gato lo antes posible.
Así al menos se podría ir corriendo hasta el edificio del kage para entregar al animal y retirarse a casa para padecer en silencio todo lo relacionado a su alergia y también a su enfermedad.
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