La conversación acerca de la familia de la pelirroja pronto se dio por terminada, aunque no por ella que no parecía afectada en lo más mínimo por todo eso. Era como si realmente no le importase en lo más mínimo lo que pudiera haberles ocurrido a sus hermanos o el final de la existencia de sus padres.
Además, Ritsuko estaba concentrada en su comida que luego un minuto de haber terminado la charla dio vuelta el trozo de carne. Ya solo restaría esperar un poco más para que pudiera degustarlo, mientras tanto aprovechó para probar el zumo del cual no esperaba ninguna revelación ni nada similar.
—Tienen buena comida —afirmó un tanto inexpresiva.
No podía juzgar demasiado ya que en sí, la comida la estaban preparando ellos y para su paladar no era posible distinguir ninguna especia o alguna cosa extra. Prácticamente era carne troceada y la cocción vendría siendo mérito propio y no de un cocinero.
—¿Vienes seguido? —consultó un tanto curiosa, despegando momentáneamente la mirada del bracero para mirar al contrario.
De una segunda tarascada el Uchiha dio punto y final a las sobras del primer filete. Ni corto ni perezoso puso la segunda víctima a la parilla, apresurado. La bestia había despertado. El muchacho era muy asiduo a comer y cuando algo de su agrado hacía las delicias de sus papilas gustativas, sus fauces se volvían insaciables, alimentadas por la más primigenia gula.
—¿Hmm? —emitió el joven, que andaba tan centrado en su frenesí alimenticio que casi había abandonado la realidad en su totalidad— Oh. Sí, a veces. Ya sabes, cuando el sueldo lo permite.
Tras su breve respuesta continuó degustando como si le fuese la vida en ello. Mientras la carne cruda se cocinaba, él bebía. Cuando la ternera había terminado de prepararse, comía. Se trataba de un ciclo sin fin —hasta que los alimentos se agotasen—.
Su protocolo de mesa no era deficiente, a pesar de haber sido criado entre campesinos. Para toda su ansiedad y presteza, el kusajin era educado y no dejaba escapar sonidos desagradables.
Ralexion no era dado a grandes lujos; tampoco los había conocido, al fin y al cabo. Entre su infancia en una nimia aldea en mitad de la nada y ahora un presente como shinobi de bajo rango, le había resultado imposible. No obstante, si había algo que al pelinegro le gustaba consentirse hasta la saciedad era aquello: comer y beber. Su único y mayor capricho.
Ritsuko podía ser testigo de como la carne iba desapareciendo y el sake del recipiente menguando a una velocidad insana.
—¿Te vas a comer eso? —le preguntó, señalando con sus palillos a una triza de carne perteneciente a la pelirroja.
El Uchiha pareció centrarse casi por completo en la comida, dejó de buscar temas de conversación, dejó de mirarla a ella o incluso le cambió la expresión y se dedicó completamente a comer. Rápido y efectivo, comía y echaba más sobre el brasero para permitir que se asara, incluso daba la impresión de que se estaba dejando la carne cada vez más cruda por lo rápido que lo estaba devorando todo.
Ritsuko por su parte se tomaba su tiempo, y de todas formas nunca fue de comer de forma excesiva así que luego de consumir poco más de la mitad ya dejó de cocinar. Las sobras quedaron en su recipiente y ella se quedó esperando pacientemente con el vaso de zumo en sus manos.
En eso, mientras Ralexion seguía devorando su comida le preguntó por su comida, si es que se iba a comer lo que le sobró y con un gesto de la cabeza le respondió de forma negativa, seguido a ello se estiró un poco para alcanzarle el recipiente con carne.
«¿Se habrá quedado con hambre las otras veces? »se preguntó mientras miraba con cierta curiosidad al de cabellos azabache. En cualquier momento terminaría con todo lo que tenían al alcance y a saber si no se pedía una ración extra. Pero al menos la pelirroja ya estaba más que satisfecha.
Gozoso de permiso ajeno para arramblar con todo lo que quedaba en el mueble de madera, el Uchiha se puso manos a la obra con la misma voracidad que le había caracterizado al ocuparse de su ración. En menos de diez minutos el artilugio con el asador se encontraba desprovisto de carne. Todas las sobras descansaban ya en el estómago del pelinegro, a la espera de ser digeridas junto al sake.
Estaba a rebosar, visiblemente satisfecho. La gran cantidad de comida que acababa de ingerir haría la absorción del alcohol más lenta, por lo que el joven no demostraba signos claros de embriaguez ni lo haría. Aunque se encontraba algo mareado —de ese tipo de torpeza sensorial agradable, similar a la somnolencia— lo disimulaba a la perfección.
Acalló un violento eructo que quiso escapar de entre sus labios cerrándolos con firmeza.
—Bueno, bueno... —se recostó un poco, extendiendo las manos hacia atrás y posándolas sobre la superficie del cubículo para apoyarse con ellas— Dame un momento, Ritsuko, y vamos para tu casa. Creo que en mi condición actual no podría ni correr un par de metros.
Rió.
El shinobi no perdió el tiempo en cuanto se le cedieron los restos de la comida que Ritsuko no se atrevió a tocar, simplemente por tener el estómago lleno y no porque tuviese alguna cosa rara o le desagradase el sabor. Así que el chico devoró tanto como pudo y finalmente se tumbó boca arriba en el piso.
Según sus palabras, estarían un rato ahí en el cubículo sin hacer nada, esperando a que el azabache bajase la comida lo que significaba que la pelirroja se aburriría por un rato.
—Está bien —dijo con su habitual tono depresivo antes de apoyarse sobre la mesa y esconder parcialmente su rostro entre sus brazos cruzados.
Cerró los ojos y allí se mantuvo en absoluto silencio, el único movimiento que se producía al llenarse los pulmones de aire una y otra vez de forma lenta y muy calmada.
No tenía nada para hacer, salvo esperar a que su compañero estuviese en condiciones de guiarla de nuevo a su casa.
Dejó escapar un largo y tendido suspiro, indicativo de que la comida le pesaba en el estómago pero iba circulando. También fue de placer, de estos que uno no puede evitar generar cuando la ingesta ha sido tan copiosa como satisfactoria.
Unos cinco minutos más y podría caminar. Aprovechó esa escasa ventana de tiempo para echarle un buen vistazo a la pelirroja mientras ella andaba enfrascada en su mundo de melancolía. O quizás tenía sueño, el Uchiha no estaba seguro. «¿Por qué estará siempre tan alicaída? ¿Qué le lleva a uno a estar siempre así...? ¿Será su forma de ser, o será su forma de llevar las desgracias?», torció el gesto a la par que reflexionaba.
«Me gustaría verla sonreír alguna vez. Quizás le estoy pidiendo peras al olmo.»
Se encogió de hombros.
—Hey, Ritsuko —la llamó—. Si quieres podemos irnos ya.
Poco le faltaba ya para comenzar a roncar cuando el Uchiha al fin le dirigió la palabra indicando que ya estaba en posición de emprender la marcha.
—Bueno —fue la única respuesta que proporcionó.
Acto seguido, se estiró sobre la mesa dejando los brazos a cada lado del brasero y dejó salir un notable bostezo. Muy perezosa se puso de pie y con mirada adormilada se dirigió a la entrada del cubículo. Desconocía si Ralexion ya había pagado o si tendrían que acercarse a algún tipo de mostrador o algo para dejar el dinero así que se quedaría del lado de afuera a la espera del contrario.
«Y ahora me dio sueño, maldita sea »pensó frotándose un ojo con el dorso de la mano.
El muchacho se puso en pie con una ágil maniobra, demostrando que iba recuperando el pleno de sus capacidades. El Uchiha se adelantó a la adormilada Ritsuko y fue el primero en abandonar el pequeño aposento para comensales. Fue entonces que se dirigió hacia la barra, ya que, efectivamente, no había pagado todavía.
Con un efímero set de pasos se plantó frente a la referida. No tardó en salir del interior de la puerta que llevaba a la cocina la pequeña camarera, sonriendo como era habitual en ella. Se posicionó frente al Uchiha al otro lado de la barra.
—La cuenta, por favor.
—Por supuesto, son trescientos ryōs, por favor.
Ralexion extrajo una pequeña bolsa de cuero del interior de su portador de objetos, de la cual sacó unas cuantas monedas de cobre que cubrían la cantidad de la factura. El genin las dejó reposar sobre la superficie de madera y la chiquilla las tomó con la celeridad de un ave de caza.
—¡Muchas gracias, señores clientes! ¡Esperamos que vuelvan! —afirmó con tono radiante, dedicándoles una reverencia.
El genin encaró a la pelirroja.
—Vamos. Y ya sabes, no te alejes mucho.
Guardó el pequeño zurrón de vuelta en su lugar de procedencia y tras despedirse de la camarera, partió con paso firme. La dirección era obvia: el hogar de Ritsuko.
La chica se quedó a la espera, el Uchiha se le había adelantado y pagó lo que debía para luego reencontrarse con ella dejándole una pequeña indicación que anteriormente ya había seguido, aunque de una forma diferente.
No dijo nada, prefirió caminar junto a él por un rato hasta al menos salir del local y después…
…la pelirroja estiró la mano y lenta pero sigilosamente la llevó hasta el encuentro con una de las manos de su compañero.
Recordaba que la primera vez algo así había ocurrido, que Ralexion la tomó por la mano para evitar que se perdiera y no veía razón para que a él le llamase la atención algo así. Aunque siendo tan tímida como era, la mirada la fijó en otra dirección evitando cualquier contacto visual y también estaba claramente apenada.
El atrevimiento de su acompañante le tomó por sorpresa. Cuando transcurrieron unos instantes y el joven fue consciente de lo que estaba pasando, su rostro se tornó tan rojo como el pelo de Ritsuko. «¡Será porque no quiere perderse!», se dijo una y otra vez, tratando de llevar el hecho con la mayor tranquilidad posible.
No lo estaba consiguiendo.
Centró la mirada en la vía, al frente, como si se asegurara de que llevaban el camino correcto, cuando en realidad lo único que pretendía era no toparse con la mirada de su compañera, la cual pretendía exactamente lo mismo que el pelinegro.
Cualquiera que los viese pensaría que se trataban de una pareja en su primera —e incómoda— cita.
Al final, los dos terminaron de la misma manera, rojos y evitando la mirada del contrario durante todo el trayecto. Iban ignorando todo a su alrededor así que en cualquier momento —al menos la pelirroja— podría llegar a tropezarse con lo que sea aunque por suerte para todos no fue así.
Unos minutos pasaron y finalmente llegaron a la casa de la chica, se seguía viendo exactamente igual sin ningún cambio y cómo no, la vecina ya entrada en edad estaba ahí afuera en su sillita mirando con una sonrisa a la parejita. No se creía nada de lo que Ralexion le dijo la primera vez que les vio.
Sin dedicar ni una sola palabra, la kunoichi soltó la mano del chico y abrió la puerta utilizando la única llave que siempre se llevaba consigo. Se hizo a un lado y cabizbaja como había estado durante todo el trayecto le dejó el paso a su compañero.
—Pasa —dijo en voz baja, aunque parecía más bien una orden y nunca fue su intención.
La anciana de al lado por su parte estaba riendo por lo bajo al ver la escenita, como si supiera lo que pasaba entre aquellos dos.
«Oh no... ¡esa señora sigue ahí!», fue lo primero que pensó el moreno al arribar a las inmediaciones del hogar de Ritsuko. La mujer de avanzada edad también se había percatado de la presencia de la pareja, como bien indicaba su risilla. El muchacho se aseguró de mantener la mirada todavía MÁS fija en el camino, evitando tanto la de la pelirroja como la de la anciana.
Poco después, Ritsuko abrió su puerta y le indicó al Uchiha que pasase. Ralexion asintió.
—Gracias, perdón por la intrusión —afirmó antes de internarse.
Ya en el recibidor aguardó la entrada de su amor platónico. No sabía si le ofrecería algo o le indicaría directamente la posición de la puerta que requería reparaciones.
El shinobi ingresó y se quedó a la espera allí mismo, seguramente porque la pelirroja jamás le dio instrucción sobre cómo llegar a la puerta mencionada anteriormente o porque no quería invadir la residencia.
Cualquiera sea el motivo, Ritsuko ingresó después de él y tras cerrar la puerta se dirigió a una de las últimas puertas, la única que estaba abierta y daba con el cuarto de baño. A simple vista no se veía en malas condiciones, y el interior del cuarto era bastante normal constando de una ducha, una tina, el retrete y el lavabo, además de un pequeño mueble y un botiquín por sobre el lavado.
—Es esta —le dijo, dando un par de golpesitos en la madera—. Se traba un poco, creo que es por las bisagras —indicó para luego retirarse a otra habitación.
Se había ido a buscar herramientas, las cuales trajo dentro de una caja metálica que por lo visto, siempre tiene a mano y va equipada con una buena variedad de elementos, entre ellos, varios destornilladores de distintos números.
—Creo que es la de abajo —afirmó antes de arrodillarse a un lado de la puerta.
Se había ubicado del lado del baño, dándole la posibilidad al Uchiha de ubicarse justo delante de ella quedando fuera del cuarto.
Siguió la estela de Ritsuko, que le llevó directamente a la puerta que requería atención. Ralexion esperaba algún tipo de desastre: una puerta destrozada, completamente inutilizable. No obstante, lo que se presentó frente a él resultó muy distinto. Al fin y al cabo no entendió su propio razonamiento al hacerse una imagen mental semejante. Ritsuko no parecía el tipo de persona que iba derribando puertas por ocio.
Su interlocutora le indicó que el problema yacía en que la puerta no giraba como debería, probablemente por cosa de alguna de sus visagras. Mientras la muchacha se retiró para hacer algo que el Uchiha desconocía, este le echó un vistazo a las ya mencionadas. No detectó nada extraño a simple vista, pero no era, precisamente, un carpintero.
Entonces llegó Ritsuko con una enorme caja de herramientas, provista de todo lo que un manitas en ciernes pudiese necesitar.
El joven se cruzó de brazos. Ella se arrodilló junto a la puerta y el genin se posicionó a su vera.
—¿Y no será cosa, simplemente, de que la visagra necesita un poquito de aceite? —sugirió.
Lo que Ralexion indudablemente no sabía era que la puerta no tenía absolutamente ningún problema, es más, si la hubiese comprobado antes de revisar el supuesto problema, hubiese comprobado que la puerta podía moverse sin ningún tipo de problema. Al no hacerlo pues… seguiría buscando algún problema que no inexistente.
—Ya lo intenté, mira —le dijo llevando una mano a la bisagra para demostrarlo. Luego de ello le mostró que se le había pegado un poco del fluido algo negruzco y viscoso—. ¿Ves?
Al hacer esto, Ritsuko se había acercado un poco más y en lugar de acercarle la mano la dejó apenas por encima de la bisagra, es decir, estaba bastante cerca de ella.
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