Este foro utiliza cookies
Este foro utiliza cookies para guardar tu información de inicio de sesión si estás registrado, y tu última visita si no lo estás. Las cookies son pequeños documentos de texto guardados en tu ordenador; las cookies establecidas por este foro sólo pueden ser utilizadas en este mismo sitio y no poseen riesgos de seguridad. Las cookies de este foro también llevan un registro de los temas que has leído y cuándo fue la última vez que los leíste. Los administradores NO tienen acceso a esta información, sólo TU NAVEGADOR. Por favor confirma si aceptas el establecimiento de estas cookies.

Se guardará una cookie en tu navegador sea cual sea tu elección para no tener que hacerte esta pregunta otra vez. Podrás cambiar tus ajustes sobre cookies en cualquier momento usando el link en el pie de página.
Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Era de noche. Caminaban, ambos dos con dos mochilas muy grandes. La mujer apenas, aparentemente, llevaba carga, mientras que a su lado, el joven de cabellos revueltos luchaba contra la adversidad de su equipaje. Lo cierto es que ella transportaba mucho más que él, pero su corta estatura y su extrema baja forma hacían que pareciera lo contrario. Daruu arrastraba los pies, gimoteaba en voz alta y se preguntaba por qué su madre no hacía caso a sus lamentos. «¿Pero qué leches llevamos en la mochila? !Arrrrghhh!». Llegaron a una cuesta arriba, y tuvo que hacer un esfuerzo adicional para subirla.

Habían salido de Amegakure hacía varios días. Daruu y Kiroe hacían esos viajes muy a menudo. A veces para entrenar. A veces, porque Kiroe iba a reunirse con un contacto —su hijo no sabía por qué, pero suponía que eran asuntos de negocio relacionados con la Pastelería de Kiroe-chan—, y a veces simplemente porque les apetecía pasar el día en un sitio donde no habían estado nunca. ¿Pero aquello? Aquello, tan exagerado y con tanto equipaje, que Daruu recordase, no lo habían hecho nunca. Habían cruzado todo el País de la Lluvia por el túnel con cintas transportadoras reservado para gente de Amegakure. Y ahora estaban en las Tierras de la Llovizna. Bueno, a su juicio, llevaban una eternidad atravesando las Tierras de la Llovizna. Habían pasado ya por cuatro pueblos y no se habían parado en ninguno. Daruu se aseguraba de gimotear y quejarse con más fuerza cada vez que iban a salir de uno, pero Kiroe se limitaba a silbar, distraída, como quien oye llover.

Llover. Oh, sí, llovía, llovía mucho. En aquellas tierras ya no tanto, pero al muchacho de Ame ya le estaba empezando a parecer excesivo. Normalmente los habitantes de la Lluvia suelen soportar esas cosas, pero cuando llevas varias horas bajo la tormenta, sin paraguas y cargando una enorme mochila, casi más grande que tú, es comprensible que acabes hasta las narices de aquél martirio.

Finalmente, al bajar la cuesta, el muchacho no pudo más y se tiró en plancha a la hierba.

—AaaaaaaaaaahhhhHHHHhhhHHGGGgggggaAAAAH. —Daruu se dio varios cabezazos, uno tras otro, en la hierba.

Kiroe se dio la vuelta y lo observó con una ceja levantada.

—Pero bueno, ¿qué te pasa ahora, enano? —No le llamaba enano de forma despectiva, sino que era un apelativo cariñoso. Como pequeñajo o pulguilla. Hay quien se ofende con gran facilidad con estas cosas, pero Kiroe era así. Y eran madre e hijo.

—¿Cómo que qué me pasa? —Daruu se zafó de las asas de la mochila y se levantó, indignado—. ¿Cómo que qué me pasa? —repitió.

Kiroe siguió mirándolo, confusa.

—Efectivamente, has oído bien. ¿Qué-te-pasa?

Daruu bufó con rabia y se cruzó de brazos.

—Me pasan muchas cosas, ¿sabes? ¿A dónde piñas vamos? ¿Para qué llevamos la mochila tan cargada? ¡QUIERO DESCANSAR!. Y TENGO HAM-BRE.

Kiroe sonrió y se acuclilló. Le revolvió el pelo a su hijo, quien se limitó a bufar y a apartarse.

—Siempre tocándome el pelo, siempre tocándome el pelo... —murmuró.

—Daruu. ¿Pretendes ser un ninja hecho y derecho con esos bracitos? ¿Crees que en una misión de verdad te van a exigir menos de lo que te exijo yo? —explicó Kiroe—. No seas quejica. Coge la mochila. Te he dado la que menos pesa.

Su hijo se sentó en el suelo y se cruzó de brazos, con los mofletes hinchados, como un niño pequeño al que no le dan el caramelo con el que se ha encaprichado.

—Veeenga, vaaaaa.

Daruu se levantó a regañadientes y se puso de nuevo la mochila. Cargó con ella y continuaron el camino.

—Al menos dime a dónde vamos, y qué narices es lo que llevamos en la mochila de una vez, ¡jopé! —dijo.

—A un entrenamiento muy especial, ya que insistes —contestó Kiroe, y levantó el dedo índice de una mano—. Pero atiende: va a ser duro y vas a tener que dejar de quejarte tanto. Lo que voy a enseñarte no es fácil.

Daruu asintió y tragó saliva, intimidado. Kiroe percibió por el rabillo del ojo que su hijo seguía mirándole. Suspiró.

—Llevamos tantas cosas porque vamos a pasar más de un mes fuera. Quien sabe si dos o más. —dijo.

El niño se quedó parado, con la boca abierta.

—¿No te había dicho que no iba a ser fácil? Puedes irte haciendo a la idea... —Acabó la frase con una risilla perversa.

Daruu no volvió a quejarse ni a interrumpir durante un buen rato.


···


Era ya muy tarde y tenía los hombros destrozados. Los pies le ardían y se morían por tomar un buen descanso, y Kiroe, finalmente, decidió parar en una pequeña posada del camino. Se acercó al mostrador y negoció el precio con el posadero, quien a regañadientes, al final, aceptó que Daruu no pagara alojamiento y que madre e hijo compartirían habitación.

La posada no estaba mal. Les dieron una cena decente y las habitaciones no parecían cochambrosas. Era un alivio saber que iban a poder dormir sin que les comieran las chinches.

Daruu dejó caer la mochila en un rincón y se tumbó en la cama sin hacer más preguntas. De hecho, sin decir ni una palabra. Kiroe dejó también el equipaje al lado del de su hijo, y se miró en un espejito de plata que había encima de un aparador, enfrente de la cama de matrimonio.

—Qué mal. Aún queda una hora de aquí a Yachi y me hubiera gustado llegar allí esta misma noche. Hemos tenido que pagar alojamiento... —dijo Kiroe, más para sí misma que para su acompañante, al que presumía dormido ya. Pero contestó:

—¿Y en Yachi no?

—No, no. Tenemos una pequeña cabaña allí. Me la "regaló" un viejo amigo mío del País del Fuego. Al fin y al cabo, el último pedido de fresas acabó en el fondo del cañón. Me debía el favor —explicó su madre.

—Pobrecito. ¿No podías perdonárselo? —dijo Daruu—. Recuerdo a ese señor. Vino a casa a pedirte perdón y a devolverte el dinero.

—Ya. Perdonárselo. ¡No me iba a devolver ni la mitad de lo que pagué! Y encima el tío coge y me dice que es que se distrajo mirándole el culo a unas jovencitas que pasaban por allí. ¡Se le cayó el puto carro al río! ¡Se le cayó! ¿Cómo se puede ser tan imbécil? Y más imbécil por contármelo, así, sin pudor alguno. Así que me quedé con su casa en la montaña.

Daruu rió al ver a su madre tan alterada de pronto.

—Perdón. No debería hablar de estas cosas con un crío.

—Vamos, mamá, ya soy mayor.

Aún así, eso no le impidió acurrucarse en el regazo de su madre y quedarse dormido como un bebé. Como si el futuro manchado de sangre de los ninjas esperase, paciente, y no fuera a llegar de un instante a otro.


···


Los cañones de Yachi eran aún más bonitos de lo que siempre le habían contado. Unos riscos enormes, de piedra y hierba, que descendían cientos y cientos de metros hasta caer a un río de aguas tranquilas en el fondo.

—¡Uau, sí que es enorme! —exclamó Daruu, haciéndose oír por encima del viento—. ¿Dónde está la cabaña esa, mamá?

Kiroe señaló abajo al río. Allá a lo lejos, le pareció vislumbrar lo que parecía un pequeño edificio de madera clara.

—Osea, que te quedaste con su casita de la montaña. Más bien casita al borde del río. Menudo lujazo. —Lo dijo casi con tono recriminatorio, como si la historia que le había contado mamá no fuese más que una fábula fantasiosa.

—Oye, que va en serio —dijo Kiroe—. No sabes cómo me pongo cuando me enfado. Y lo opulento que es ese tío. Va de humilde, pero está forrado... Cuando lo descubrí, no pudo negarse a dármela. Como te he dicho, no me quería pagar ni la mitad y tiene más de cien veces ese dinero. Si tendrá por lo menos diez casas más como esta, qué te crees. Y quién me dice que no, claro... Tengo material de sobra para incriminarle en más de un chanchullete con unos cuantos Señores Feudales. A mí no me incumbe y no es nada grave, así que...

Daruu no entendía cómo alguien podía vivir con tanto dinero. «¿De verdad es tan feliz la gente acaparando tanto?». Mientras bajaban por la ladera de la montaña, con mucho, mucho cuidado, le dio vueltas a esta cuestión. «Aunque, claro, con ese dinero podría montar mi propia cadena de pizzerías y...»

Llegaron abajo. El valle, desde allí, era mucho más bonito aún que desde arriba, y el acantilado resultaba ominoso. Más allá, entre las dos gigantescas paredes de piedra, había un recoveco en la roca con un pequeño mini-bosque. Era increíble. Un bosque encerrado en una especie de caverna abierta al río y a la luz del sol. Daruu nunca había visto tanta belleza en un paisaje natural, considerando que además vivía en el centro de una ajetreada ciudad de rascacielos, desagües y luces de neón.

—Vamos, entremos —dijo mamá.

Por supuesto, la cabaña era mucho más grande de lo que parecía desde arriba. No era sólo su localización, sino su estructura y su mobiliario lo que era lujoso. La madera estaba bien cuidada, y considerando que su madre vivía a kilómetros de allí y nadie se ocupaba de mantenerla, estaba en un estado asombroso. Habían un montón de habitaciones, entre la que destacaba una sala de estar con dos comodos sillones y un gigantesco sofá. Por dentro, la cabaña tenía un tatami de entrenamiento, y en el piso de arriba había hasta cuatro habitaciones.

Kiroe la había llamado cabaña, pero si le hubiera dicho a Daruu que aquello era una pequeña mansión de madera, habría acertado.

—¿Por qué no vendes esto y te forras? —dijo Daruu—. ¿No sería mejor que tenerlo aquí abandonado?

—Chico, ¿no has visto cómo mola todo esto? —contestó su madre—. Y no has visto aún lo mejor. Vas a entender por qué no la vendo.

Su madre lo condujo al final del pasillo y abrió una puerta.

Vaya. Menuda cocina. No era nada comparada a lo que tenían en casa, aunque últimamente su madre había estado haciendo reformas. Aquello era una barbaridad. La encimera medía más de tres metros y daba la vuelta por toda la sala. Habían varios hornos, varios hornillos y suficientes utensilios como para fundar una pastelería allí, en el propio Yachi.

—¡Estás contemplando mi retiro de jubilación, Daruucín! —exclamó Kiroe levantando los brazos muy alto—. Y... tu principal lugar de entrenamiento.

—¿Eh? ¿Pero esto no iba... sobre ser un ninja? ¿Ahora es una receta de cocina? —preguntó Daruu, ligeramente ofendido. Por un momento, pensó que sólo le había traído hasta allí para enseñarle la cabaña.

—Ya lo verás... De momento, vamos a deshacer el equipaje. ¡Aún no has visto tu habitación!


···


Su madre podía tener muchas cosas, pero desde luego que sentido del humor le sobraba. Su habitación era una especie de oda a sus poderes especiales. El edredón era de hojas de manzano y las cortinas, en la ventana, marrones con estampados de piñas. Había un pequeño aparador bajo la ventana con tres bonsais encima, evidentemente de plástico. «Quién iba a estar aquí para cuidar de unos de verdad sino». Su madre le había dicho que pusiera toda la ropa en el aparador, que aún no se había hecho con un armario, pero Daruu había pensado que era mucha mejor idea hacer un poquito de carpintero y fabricarse él mismo el armario en un santiamén. Probablemente habría que reemplazar las bisagras de madera por unas de metal más reforzado, pero debía decir que le había quedado bastante bien.

Su madre entró por la puerta.

—¿Ya has acaba...? —se interrumpió un momento y retrocedió un paso—. ¿Ese armario estaba ahí?

Daruu se sacudió las manos con orgullo.

—¿A que me ha quedado chulo? —dijo.

—Yo que tú ahorraría fuerzas, Daruu —contestó Kiroe, muy seria—. Vas a necesitar mucho chakra para este entrenamiento.

Su hijo, intimidado, bajó la mirada y apretó los puños. Pero consideró que no había dicho nada del mueble por su bien.

—¿Qué es lo que se supone que voy a entrenar? —preguntó.

—Una técnica secreta de Uzushiogakure. Digamos que... Tomé prestado un pergamino cuando sólo era una chiquitita e inocente chuunin —dijo Kiroe. Al ver como la miraba su hijo, continuó—: Trabajamos en equipo con unos ninjas del Remolino para recabar información sobre un criminal del País del Viento. Había robado esos pergaminos. Me merecía echarles un ojo, ¿no? Venga, te espero en la cocina cuando estés listo.

Kiroe salió de la habitación y bajó las escaleras. Daruu estaba emocionado a la par que terriblemente confundido. «Sigo sin ver qué pinta la cocina en todo esto...»

De todas maneras, sacó lo que quedaba del equipaje y salió pitando hacia la cocina. Cuando entró, encontró a su madre sentada en una silla, esperándole detrás de la isla-encimera. Encima de ella, sólo había una batidora desenchufada con un montón de frutas dentro.

—¿Y esto? —dijo Daruu, señalando a la batidora.

Kiroe no respondió. Se inclinó un poco en la silla y apretó la palma de la mano encima de la tapa de la batidora. Hubo una ráfaga de chakra morado, y las frutas dieron varios giros sobre sí mismo, triturándose y convirtiéndose en zumo. Kiroe retiró el vaso y se lo bebió.

Daruu se había quedado con la boca abierta.

—Primer paso del entrenamiento. Bate estas frutas con tu chakra. —Señaló a un cubo lleno de fruta pelada y preparada que había a su lado—. Tendrás que hacerlo girar en todas direcciones si quieres que se triture bien, ya sabes que un zumo o un batido con grumos no es un buen batido. Comprobarás que no es tan fácil como parece.

Su hijo levantó una ceja, escéptico, se acercó a la caja de frutas, echó unas cuantas dentro de la batidora y puso la tapa. A continuación, puso la palma de la mano encima, tal y como había hecho su madre. Hubo un remolino de chakra verde y...

No consiguió infundir el chakra dentro de la batidora, sino que lo hizo encima de la tapa. En consecuencia, la tapa giró sobre sí misma a toda velocidad, salió disparada hacia el extractor de humos, rebotó y le pegó en toda la cara. Cayó atrás y se dio un fuerte golpe en la cocorota.

—Ay, ¡ayyy, ay! —gimió.

—Te lo he dicho, no es tan fácil como parece. Y te dije hace unos días que esto te va a llevar tiempo, mucho tiempo. Yo tardé años en perfeccionar la técnica...

—¿Pero dónde está la técnica? ¡Sólo estamos batiendo frutas! —se quejó Daruu, levantándose, volviendo a echar las frutas en la batidora, y volviendo a mandar la tapa a freír espárragos. Casi literalmente, porque la metió dentro de la sartén.

—Pronto te darás cuenta de que necesitarás mucha paciencia para conseguirlo. Paciencia y concentración. Ah, y... —Kiroe pareció quedarse un momento mirando el pelo de su hijo—. Hacia la derecha, Daruu. Te resultará más fácil.

»Este es el primer paso. Yo te dejo aquí mientras voy a comprar unas cosas en Yachi —el pueblo—. Un consejo: no le digas a nadie del pueblo que Yachi es el acantilado, les jode un montón. Pero para mí, el pueblo siempre será "el pueblo al lado de Yachi, el gran cañón". Ja, ja.

Kiroe salió por la puerta y lo dejó allí plantado, frustrado, preguntándose por qué estaba batiendo fresas con el chakra y de qué le iba a servir aquello para pelear con nadie.
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
Responder
#2
Si un extraño hubiese entrado a la cocina de repente, habría pensado que allí se había producido una suerte de homicidio macabro. Lo cierto es que las manchas rojas en las paredes, en la encimera, en la mesa y encima de Daruu sólo eran fruto... de frutos.

«Uno más...». Daruu introdujo las fresas en la batidora y puso la palma de la mano sobre la tapa. Se produjo un destello y un remolino verdes, y las fresas giraron violentamente, rozando las cuchillas de la máquina y deshaciéndose en un zumo totalmente líquido.

En ese preciso momento, Kiroe entró a la cocina. Se quedó parada un momento, sorprendida.

—Vaya, menudo desastre llevas aquí. —Sonrió.

—¡Mamá, lo he conseguido! —exclamó Daruu—. Ya me sale bien. Lo he repetido muchas veces, ¡en serio! ¿Ya puedo aprender la técnica de verdad?

Kiroe se cruzó de brazos y suspiró, apesadumbrada.

—No, no puedes. —Daruu la miró decepcionado, con los carrillos hinchados—. No me mires así. Te dije que esto iba a ser difícil. ¿Qué te habías creído, que ibas a dominar cualquier técnica en cuestión de días? Esto ya no es la academia, y este es un jutsu de muy alto nivel, Daruu.

—Pe... pero, no podemos estar aquí mucho tiempo, ya llevamos diez días.

—Claro que podemos. Estaremos aquí hasta la Bienvenida.

—¿¡Hasta primavera!? Pero... no, no, ¡no! Queda mucho, eso es mucho tiempo. Me voy a aburrir...

—¡Qué te vas a aburrir! —rió Kiroe—. ¿Te crees que vas a dominar esto antes del torneo? Sería un milagro.

—¿Qué torneo? —Daruu saltó por encima de la isla y agarró a Kiroe por la manga del jersey cuando esta ya se disponía a marchar.

—El Torneo de los Dojos. Te han invitado a participar. Lucharás con gente de otras aldeas. ¿Estás preparado para eso, Daruu?

»Será mejor que limpies este desastre. Vas por buen camino, pero aún tienes que dominar dos pasos más. Mañana, el siguiente. Descansa. Te va a hacer falta.
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
Responder
#3
A pesar del consejo de su madre, Daruu tenía demasiadas cosas en la cabeza como para irse a dormir tan pronto. Sentado sobre la cama, divagaba sobre muchas cosas. Sobre la técnica, sobre si había sido buena idea hacerse ninja. Sobre el Torneo de los Dojos...

—¡Hmpf! —Se levantó de un salto. No soportaba más estar allí, dándole vueltas a todo, sin hacer nada. Necesitaba un poco de calma. Quizás el sonido del río hablara más alto que las voces en su cabeza.

De modo que se vistió y abrió la ventana. No tenía ganas de encontrarse a su madre ni de dar explicaciones. Saltó y se dejó caer. Rodó por la hierba y dejó el fresco viento de la ribera le peinase el cabello y acariciase su piel. Suspiró, y continuó avanzando por la orilla, abstrayéndose todo lo que pudo de los problemas.

Todo lo que pudo, es decir, casi nada. ¿Le apetecía participar en un torneo? Participarían ninjas de todas las aldeas. Por una parte, era emocionante: vería técnicas de todo tipo y podría probarse a sí mismo. Por la otra, estaba un poco intimidado por lo que podía suponer un evento de esas características. Seguramente, como siempre sucedía, acudirían señores feudales y demás gente importante. «¿Y si les decepciono? ¿Y si decepciono a mamá, y si decepciono a mis compañeros?»

Se metió las manos en los bolsillos y observó las estrellas. Suspiró, y avanzó por encima del agua del río en dirección al pequeño bosque encerrado en la montaña. Cuando los árboles le rodearon, se sintió como en casa, y sólo entonces pudo tranquilizarse un poco.

Por poco tiempo.

No sabía de dónde había salido ni desde cuando estaba allí, pero había alguien. Un hombre de media melena plateada y unos extraños ojos rosa intenso. Le estaba mirando fijamente, y estaba completamente armado. Y su bandana...

Un exiliado de Amegakure.

—No puede ser...

Daruu dio un paso hacia atrás.

—No puede ser, ¿qué? —preguntó. Es lo único que se le ocurrió hacer y decir. No estaba preparado para aquél encuentro. No sabía si correr o luchar, no sabía si simplemente convencerle de que no le hiciera nada. Dioses, ni siquiera sabía si le dejaría marchar, si estaba sólo de paso y él no era más que un encuentro fortuito en su vida. Rezó para que así lo fuese.

—Tu padre... ¿Eres el hijo de Danbaku, verdad? —inquirió.

Daruu se irguió, de pronto.

—Sí —contestó—. ¿Quién eres tú?

—Viejo amigo, le diste tu cabello y tus ojos... —dijo el misterioso exiliado, y echó la vista al cielo—. Ah... ¿y ahora, qué hago? ¿Qué digo?

La mente de Daruu estaba confusa y atando cabos mucho más rápido de lo que la situación requería. ¿Un exiliado, que conocía a su padre, hablando de lecciones? ¿Y si... y si sólo, por un casual...?

Daruu se lo había preguntado muchas veces. ¿Quién había sido? ¿En qué circunstancias? Pero su madre nunca le había soltado prenda, ni nadie que conociese a su padre. Quizás para no hacerle más daño. Pero él siempre había querido saber los detalles.

Y ahora...

—Claro... —dijo Daruu—. Ahora te arrepientes, ¿no? ¡Fuiste tú, seguro! ¡Tú mataste a papá! ¿Lo hiciste, verdad?

El extraño bajó la mirada y la clavó en la de Daruu. Entrecerró los ojos, como si quisiera desentrañar sus pensamientos. Finalmente, admitió:

—Sí, fui yo —dijo—. Yo maté a tu padre. ¿Qué harás ahora, muchacho inteligente?

—¡...aaaaaaaaaaaahhhhhHHHHHHHHHHHH! —Daruu se lanzó al ataque inmediatamente sin saber siquiera el nivel de combate que tenía su oponente, sin recordar que si había podido con su padre probablemente no le fuese a durar ni medio asalto. Hizo un sello, y debajo de él se elevó un pilar de madera que lo propulsó hacia su oponente. Otro sello más, y sintetizó un kunai de madera que pronto tomó el aspecto y las propiedades de acero.

Chocó el metal contra el metal de la uchigatana del exiliado, desenvainada de quién sabe dónde en un abrir y cerrar de ojos.

—No está mal. Pero eres muy débil. —Sin siquiera Daruu haber caído al suelo, el exiliado lo agarró por la muñeca y giró sobre sí mismo. El kunai deslizó por la katana y el cuerpo del moreno se vio impulsado hacia la pared de rocas de detrás del enemigo. Chocó contra las piedras—. Y tu debilidad está en tu impaciencia.

—De qué hablas, hijo de puta, de qué hablas... —gruñó Daruu—. Tú mataste a mi padre, no me importa si me cuesta la vida, ¡yo acabaré contigo!

De nuevo, Daruu se lanzó al ataque. Pero era un ataque poco meditado, directo, simple. El extraño apoyó una mano sobre su cabeza, dio una voltereta por encima de él y le pateó la espalda, haciéndolo rodar varios metros sobre la hierba.

—Y ese es el problema. Que no piensas en las consecuencias. También fue lo que mató a tu padre.

Daruu se levantó, magullado. Aquél hombre tenía una fuerza tremenda. Los brazos ya le temblaban apoyados sobre la hierba, y apenas podía moverse para levantarse.

—¿Qué... dices...?

—Tus ataques son rápidos, pero previsibles. Te ciegan los sentimientos en el pecho. Si buscas la victoria, tienes que ser paciente.

¿Cómo me pides... qué sea paciente... capullo? —Daruu finalmente se había levantado. Habiendo probado ya dos veces la fuerza del exiliado, sin embargo, prefirió mantenerse en guardia mientras le temblasen las piernas.

—Pero a veces has de preguntarte, ¿es la victoria lo que es importante? —explicó el hombre—. ¿Es la victoria lo verdaderamente importante?

¿Por qué... estás contándome esta mierda...?

—Ganar. Imagínate que ganas. Me matas. Consigues tu venganza. Bueno, se podría decir que habrás obtenido una victoria. ¿Pero qué has ganado, y qué has perdido? Te habrás convertido en un asesino. Y no habrás ganado nada. Danbaku no volverá aunque te vengues.

Daruu entrecerró los ojos. Sentía como el kunai se le podía resbalar de un momento a otro de las manos. Le temblaban. Querían apuñalar al hombre de los ojos rosas.

—Has sido impaciente, y has extraído una conclusión equivocada de mis palabras. ¿Verdad? Por mi impaciencia, me convertí en un asesino. No quieras convertirte en uno tú también.

—¿Eh? —A Daruu se le resbaló el kunai. Intentó cogerlo en medio del aire, pero sólo sirvió para arañarse con el filo. Masculló una queja y se metió el dedo afectado en la boca.

—Soy el culpable de la muerte de tu padre. Soy su verdugo. Pero no fueron mis armas las que acabaron con su vida, sino mi impaciencia. Cargo con esa culpa y cargaré toda mi vida, Daruu. Tu padre me salvó la vida.

Daruu se echó a llorar.

—¿Qué estás diciendo, tío...? No te entiendo... ¡No entiendo nada de esto!

¿Te quieres calmar? —instó el exiliado—. Me has preguntado si yo maté a tu padre sólo porque he mencionado su nombre. ¿Qué pasará si algún día te cruzas con quien lo mató de verdad? ¿Vas a matarlo aunque no vaya contigo? ¿Cómo sabes si ese ninja no estaba cumpliendo otra misión, simplemente? ¡Nuestro mundo es complejo, Daruu! Matar a quien mató no traerá de vuelta a tu padre.

—Pero... tu bandana...

—Como te he dicho, por lo que a mí respecta, yo maté a tu padre. Yo tuve la culpa. Me lancé a por el enemigo y él se interpuso en el camino de lo que iba a ser mi muerte segura. Cargaré con la culpa toda la vida. Me exilié... No quería ver las caras de los demás, de una vieja amiga... De tu madre. De Kiroe-san. No podría mirarla a los ojos. Y yo... Lo siento. Pero tenía que enseñarte la lección que yo aprendí demasiado tarde.

Daruu se dejó caer sobre la hierba, abatido. Suspiró.

—No tienes... nada por lo que disculparte. No tienes la culpa.

—¿Por qué dices eso? Si no hubiera sido por mi impaciencia, tu padre...

—Un ninja está para proteger a sus compañeros y a su gente. Mi padre sólo estaba haciendo su trabajo. Y yo... y yo...

Una lágrima deslizó por su mejilla derecha. Se levantó y apretó los puños bien fuerte.

—¡Voy a trabajar duro para poder proteger a todo el mundo!

El exiliado se echó a llorar como una magdalena. Parecía tan duro, y ahora estaba allí, arrodillado, llorando.

—Gracias... —dijo.

—¿Huh?

—Gracias, Daruu. Esto no me alivia la carga, pero me hace sentir mejor. Sí... Un ninja está para proteger a los demás. —Se levantó—. Así que eso es lo que haré. Aunque sea desde las sombras.

Daruu dio un paso al frente.

—¡Eh! ¿Crees que puedes proteger a nadie huyendo de la mirada de los demás? Si mi padre te salvó, estoy seguro que es porque te quería, ¡porque te apreciaba! ¿Crees que querría que te hubieses exiliado? ¡Él se partiría la cara por ti, para que los demás no se enfadaran contigo! Si estuviera aquí, estoy seguro de que es lo que haría.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque es lo que haría yo. Y soy su hijo. En algo me tengo que parecer.

El exiliado sonrió. Y avanzó hacia Daruu. Le revolvió el cabello.

—Sin duda... Eres un buen tipo. Como tu padre —dijo.

—¿Entonces, volverás a la aldea, esto...? —Claro. Si ni siquiera sabía su nombre. De pronto, se sintió avergonzado. Cualquier enemigo podría haberle engañado para hacerle perder los estribos. Y si el exiliado hubiera sido un enemigo de verdad, ahora mismo estaría muerto.

—Ichigo. Me llamo Ichigo. Y... sí. Creo que volveré.

—Vale, Ichigo-san... Entonces tendrás que hablar primero con una vieja amiga.

Ichigo dio un paso hacia atrás.

—¿Kiroe? ¿Está contigo?

¡Vamos, cobarde! ¡Enfréntate de una vez a tu pasado!

Ichigo se lo pensó unos instantes, y asintió. Daruu le instó a que le siguiera, y ambos shinobis caminaron hasta salir del bosque y cruzaron el río y la ribera en dirección a la cabaña.

—Ichigo.

—¿Sí?

—No vuelvas a tocarme el pelo.
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
Responder
#4
Fue un poco raro tener que dar tantas explicaciones. Para Kiroe había sido un shock: alguien que no veía desde hacía años y que como única despedida había dejado una carta en la que se consideraba culpable de la muerte de su marido, ahora tocaba su puerta acompañado de su hijo. Ichigo pasó la noche en la cabaña, y en ningún momento les dijo qué le traía por Yachi o qué había estado haciendo tantos años vagabundeando por el mundo, sin rumbo. Pero se terminó de convencer, y muy convencido además, que si quería redimirse la mejor opción que podía tomar era volver a Amegakure, donde sin duda pasaría algún tiempo encerrado, por desgracia.

A Daruu le entristecía, porque sabía que lo único malo que había hecho había sido abandonar la aldea. Pero uno no abandona una villa así como así, y aunque el crimen por desertar era menor si no se había causado mal alguno y si no cargabas secretos importantes sobre tus hombros, no creía que Yui-sama se hubiese tomado demasiado bien que sólo hubiese dejado una carta como despedida. Al fin y al cabo, siempre podría haber pedido permiso para vagar en libertad, siempre podría haber renunciado. Pero no dio la cara, y según Kiroe, Yui detestaba a los cobardes.

—Buena suerte, Ichigo —se despidió su madre—. ¡Recuerda darle la carta a Yui! Eso la aplacará. Creo...

Ichigo rió.

Nada me va a librar ya de unos mesecitos entre rejas —admitió—. Por si acaso, me aseguraré de que los guardias avisen a mis seres queridos que he vuelto antes de que vuelvan a sus puestos. Así tendré visita. Y podré disculparme por abandonarlos.

—¡Hasta luego, Ichigo-san! —exclamó Daruu, zarandeando la mano en un gesto de despedida.

—Venga, chico. Volveremos a vernos cuando vuelvas a Amegakure, o... Dentro de un tiempo, supongo. Algún día te enseñaré algo molón, ya verás. ¡Échale narices en el Torneo, eh!

Habían hablado de muchas cosas, y por supuesto también del Torneo de los Dojos. Ahora, Daruu se sentía mucho más animado con respecto al evento, aunque aún se sentía intimidado, por supuesto.

—¡Claro! Intentaré dar lo mejor de mí...

—¡Hasta otra!

—¡Adiós!
—¡Adiós, Ichigo-san!

Ichigo se despidió de ellos con un ademán y desapareció dejando tras de sí una pequeña nube de humo. Daruu se preguntó cómo hacían los ninjas para hacer eso. Se prometió que algún día también aprendería a moverse así de rápido.

—Bueno, Daruu... ¿Qué mejor manera que cumplir tu palabra de dar lo mejor de ti que empezando con la segunda fase del entrenamiento? —preguntó su madre.

—¡Claro! ¿También en la cocina? —intuyó.

—Somos cocineros, hijo —contestó Kiroe—. ¿Qué esperabas?

Daruu sonrió y entró en la cabaña junto a su madre.

—¿Preparado para amasar pizza, cariño?
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
Responder
#5
Desde el momento en el que se le sugiere a Daruu ponerse a cocinar pizza, o a algo relacionado, automáticamente se dispone de su plena atención y de su disposición más absoluta. Kiroe lo sabía, así que no en vano estaba detrás de la isla de la cocina, teatralizando de la forma más increíble una tarea que, lejos de ser trivial, tampoco era algo al alcance sólo de un alienígena. Daruu estaba sentado en la encimera, con los codos apoyados en los muslos y la barbilla sobre las palmas de las manos, observando.

Su madre depositó una bolsa enorme de harina al lado de la isla y cogió un cucharón y una jarra de agua.

—Para el entrenamiento, obviaremos los demás ingredientes. Nos centraremos en el agua y en la harina —dijo su madre. Por la cara que ponía Daruu, no parecía demasiado conforme—. Recuerda que el objetivo es aprender una técnica de Ninjutsu, no cocinar. Aunque, créeme, no vas a volver a amasar igual. ¿Y si así consigues esa masa que tanto deseas? ¿La mejor del mundo, dices?

Kiroe se ponía la mano en la oreja, como fingiendo escuchar una vocecilla que sonaba en la cabeza de Daruu. El muchacho no cambió de expresión, pero se le iluminaron los ojillos. Lo sabía. Había dado en el clavo.

—Bien. No vamos a usar ningún bol. La contención la vas a poner tú —explicó. Cogió con el cucharón dos puñados de harina y los depositó en el mármol. Hizo lo mismo con un chorrito de agua de la jarra—. No uses mucha cantidad de ingrediente, o nos quedaremos sin harina. Piensa en las frutas. Vas a tener que repetir esto muchas veces.

Daruu tragó saliva y asintió.

—Pones la mano encima de la mezcla y haces girar el chakra en todas direcciones para amasarla. Primero lento, para no hacer un desperdicio —dijo Kiroe, y se produjo un destello morado. La harina y el agua empezaron a mezclarse solas—. Luego, más rápido, como con las frutas. Llegado a un punto, te darás cuenta que para amasarla bien necesitarás dotar de una mayor consistencia al chakra que con el anterior entrenamiento. Como si golpearas la masa, la empujaras... Tú lo sabes bien, has hecho muchas. —Aquello ya parecía una masa, aunque aún le faltaba un poco de amasado—. Cuando sepas llegar a este punto, quiero que consigas dejarla lo más redonda que puedas. Es importante. Tienes que dejarla redonda.

Hubo un destello morado de nuevo, y la masa giró sobre sí misma hasta que se hizo redonda por obra de un trabajo que casi parecía el de una alfarera. Kiroe sonrió, satisfecha, y apartó la masa a un lado. Daruu se había quedado boquiabierto, y también estaba muy emocionado: ¡este aprendizaje le iba a servir de mucho! Podría amasar las pizzas mucho más rápido, y entonces, entonces...

«Tal vez consiga encontrar la masa con la que derrotar a Mashimo...»

Mashimo era su rival. En realidad, Mashimo no lo conocía a él, pero tenía las pizzas con la mejor masa de Amegakure. Lo admiraba, a la vez que lo detestaba por ser tan bueno.

¿O se detestaba a sí mismo por no ser capaz de alcanzar su nivel?

—Venga, ahora tú —instó a su hijo, y soltó una risilla antes de apartarse y dejarle paso.

«Qué mala es, cómo disfruta... Sabe que la voy a cagar».

Daruu se bajó de la encimera de un salto y se puso en el lugar donde estaba su madre hace unos segundos. Cogió dos puñados de harina y un chorrito de agua, y puso la mano encima.

«¡Vamos allá!»

Un destello de chakra verde esmeralda. CHUAAAAAAAAAAAAAAAFSHSHSSH.

Toda la cocina llena de pegotes de masa.

—Menos mal que te dije que al principio despacio —rió Kiroe, quitándose un trozo de masa de la ropa y limpiándose la cara de harina—. Bueno, como vas a estar un ratito ocupado, yo me voy a dar una vuelta. ¡Cuídate!

«Maldita sea...», pensó, y puso dos cucharadas más de harina encima de la mesa. Quedaban aún veinte días antes de que acabase Despedida. Se propuso dominar aquella parte del entrenamiento antes que llegara Bienvenida, al menos. Su madre tenía razón: si el Torneo era en Bienvenida (no sabía si a principios y a finales), sería un milagro si dominaba la técnica por completo antes de participar.

Pero...

«Si buscas la victoria, tienes que ser paciente.»

Celebraron la noche de fin de año con un atracón de pizzas amasadas con chakra.
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
Responder
#6
Por supuesto, eso sólo significaba que para la noche de fin de año ya sabía amasar la masa con el chakra, pero había dominado el paso del entrenamiento en tan sólo tres días, lo que le había permitido tomarse un pequeño descanso y comenzar con la siguiente fase a cinco días de fin de año.

El siguiente paso trataba de, tal y como le mostró su madre, aplicar el concepto del giro y la fuerza del chakra para obtener una esfera de hilillos de energía que giraban a toda velocidad y en esencia formaban una especie de taladro o torbellino esférico de poder puro. Una cosa muy molona, la verdad.

Aún tardó medio mes, es decir, hasta diez días bien entrados de Bienvenida, en lograr mejoras sustanciales. Fueron unos diez días bastante moviditos, la verdad, porque fue capaz de disfrutar, si es esta la palabra apropiada, de algunos encuentros inesperados con gente que conocía y que no esperaba encontrar.

Finalmente, después de dejar marcados la mitad de árboles del bosquecillo y de que la técnica que le estaba enseñando mamá le explotara más de cincuenta veces en la cara, logró formar una pequeña esfera de chakra que se mantenía estable, flotando encima de la palma de su mano. Sonreía como si ese fuese el logro más grande del mundo, aunque por dentro sabía que la bola tendría que ser el doble de grande, como mínimo, para que se pudiera llamar... Como sea que se llamara aquella cosa, ¡aún no le había dicho ni el nombre!

—¡Ajáaaaa! ¿Qué te parece eso? —exclamó.

Su madre estaba sentada en una roca, con las piernas y los brazos cruzados. Levantó una ceja y soltó una risilla.

—Es pequeño, como tú —se burló—. Pero algo es algo.

Daruu esbozó un pequeño mohín y empezó a hacer fuerza, sacando poder de donde no lo había.

—¿Ah sí? ¡Ahora verás!

BIM.

Era de esperar. La técnica le estalló en la cara de nuevo.

—¡AAAayyy! Jopé, esto hace daño incluso sin concentrar, no sé para qué tengo que hacer una bola si se lo puedo estallar en la cara a alguien —se quejó.

—Eso... ¿por qué tienes que hacerlo? —dijo su madre—. Me parece buena idea. Si consiguieras que estallara sólo hacia adelante, claro. Ahora mismo si te explota en la cara no es muy útil.

—JAAAAAÁ-JAAAAÁ, muy graciosa —dijo, pero sinceramente lo meditó un instante. Tenía que probarlo, sí, ¿por qué no? Además, sería su propia técnica, algo original...— ¡Y oye, no me has dicho como se llama!

—Rasengan. Se llama Rasengan. Si la usas en el torneo, asegúrate de gritarlo bien alto. Grítalo bien alto, Daruu, para que no haya dudas, quiero ver la cara que ponen los de Uzu, especialmente la Uzukage, jejejeje...

No estaba seguro de que eso fuese una buena idea. Tampoco quería que le tomasen manía ahora los de Uzushio...

—¿Cuándo es el torneo? Dijiste que...

—Salimos mañana por la mañana. ¿Qué, sorprendido? Te dije que sería un milagro que dominases la técnica antes del torneo... Y has tardado menos que yo en llegar hasta aquí. Venga, vámonos, tenemos que recoger cosas.

Daruu hinchó el pecho. Era la primera vez que se sentía orgulloso de sí mismo en mucho tiempo.
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
Responder



This forum uses Lukasz Tkacz MyBB addons.