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Una leve gotera provocaba eco en aquel largo y blanco pasillo, alumbrado cada cuanto por unas lámparas en el techo, perdiéndose en ambos sentidos del trayecto. A esas horas ya nadie andaba caminando por ahí, si mucho alguna que otra enfermera dirigiéndose a otra zona del hospital mientras los tacones retumbaban en lo oscuro. El grisáceo nosocomio parecía haberse quedado abandonado, de no ser por la presencia de un muchacho de cabellos morados que se hallaba sentado en una de las bancas del corredor, acobijado bajo la tenue lumbrera.
"Ni siquiera me dejaron ver a la abuela"
Se llevo las manos a los brazos, frotándose por el frío y deseando haber llevado un suéter, ¿pero cómo iba a saber él que haría un frío glacial? Además, se podían observar materiales de construcción obstaculizando parte del camino, debido a que se estaba realizando una remodelación de las zonas más antiguas y dañadas del centro asistencial. Con la mala suerte de que a su abuela le tocó ser atendida en una de las áreas que se estaban usando de forma provisional. Durante el día quizás muchos trabajadores anduvieron por el complejo, pero ahora los ladrillos, tablas y demás enseres eran lo que quedaba, proyectando sus sombras por el sitio.
El chico se levantó y decidió irse a vagar, que nada más podía hacer. Por las amplias ventanas del sexto piso se observaba a lo lejos el paisaje nocturno de Amegakure, que ante la ausencia de estrellas en el cielo, las luces de los edificios del lejano distrito comercial hacían el trabajo de adornarlo.
Pero a pesar de la pintura tras el cristal, el pelimorado no se detuvo a observar, no. En vez de eso se internó en una de las zonas más aisladas, frenando sus pasos sólo cuando las luces titilaron entrecortadas, pero cuando estas se normalizaron siguió con su paseo nocturno.
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31/01/2017, 00:47
(Última modificación: 31/01/2017, 00:48 por Aotsuki Ayame.)
Tsuchiyōbi, 30 de Bienvenida del año 217
Se le había hecho tarde. Realmente tarde. Y ella misma era consciente de las intempestivas horas que eran. Pero no podía parar hasta que lograra alcanzar, por lo menos, la altura de la farola.
Ayame volvió a reincorporarse, con la respiración agitada y kunai en mano. Se había asegurado de realizar sus entrenamientos en una calle lo suficientemente aislada para evitar miradas curiosas y posibles regañinas: Un callejón lo suficientemente amplio para dejarle tomar carrerilla, iluminado por la suave luz de unas antorchas, y bordeado por las paredes de dos edificios contiguos y rematado en su extremo final por unas vallas de madera.
—A este paso no lo conseguiré nunca... —maldijo para sí, mientras sus ojos recorrían con desesperación las marcas en la pared. Las señales que ella misma había hecho con su kunai para marcar la altura máxima a la que había conseguido llegar antes de precipitarse contra el suelo.
Afortunadamente, si algo sí sabía hacer era evitar los golpes. Y gracias a su habilidad su cuerpo no mostraba ni un solo arañazo o contusión.
—Vale, vamos allá de nuevo —se dijo, y flexionó ligeramente las rodillas.
Sin embargo, justo en el momento en el que se preparaba para echar a correr, unos sonidos captaron su atención. Al principio eran tenues, y por encima del rumor de la lluvia se apreciaba que eran constantes y cortos. Sin embargo, conforme pasaban los segundos, se iban haciendo más y más audibles...
¿Eran pasos?
Ayame se quedó muy quieta, con el corazón encogido y el kunai firmemente agarrado. Sus ojos estaban clavados en aquella dirección...
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31/01/2017, 01:58
(Última modificación: 31/01/2017, 03:31 por King Roga.)
No le quedaban muchas opciones, estaba dubitativo si volver a casa o no. Su padre estaba fuera en una misión mientras su hermana probablemente ya se había dormido. Toda la maldita espera por nada, teniendo que resignarse a vagar entre la zona de construcción. En algún momento divisó un par letreros con señales indicando que estaba prohibido el paso. Se quedó pensando si hacer caso o no, el cruzar solo por llevar la contraria o el acatar la orden en pos de evitar alguna metida de pata.
"Que fastidio"
Seguía muriéndose de frío. Que estuviese acostumbrado no significaba que tuviera que estarlo aguantando. Se desvió hacia algún callejón oscuro, buscando un atajo para poder pasar, aunque la verdad lo único que hacía era caminar en círculos alrededor del hospital. Aún estaba preocupado por la fractura de tobillo que había sufrido su abuela, lo cual le afectaba lo suficiente para no querer alejarse.
En algún momento, las luces de la calle titilaron de nuevo. Se quedó parado durante ese tiempo y luego siguió su rumbo.
"Me pregunto si será por las remodelaciones. No es normal que falle el fluido eléctrico."
Sus pasos le llevaron por una calle que no conocía. Poco antes escuchó un ruido en la lejanía, preguntándose quién podría estar a esas horas vagando por ahí. Bueno, en teoría él tampoco tendría que estar en ese lugar, pero consideraba que él tenía un motivo válido.
Caminó entonces con las manos metidas dentro de la chaqueta, mientras el agua había terminado de hacer que el pelo le cubriese buena parte de la cara. Había alguien en el fondo, pero no podía distinguir nada. No cambió su ritmo al andar, avanzó hasta plantarse enfrente de quién sea que fuese esa persona.
Se puso delante, cuando el ruido de un trueno interrumpió en la noche, y la luz del relámpago iluminó el callejón durante unos instantes. Más él en ningún momento cambió la lúgubre expresión de su rostro.
—¿Quién eres?— Exigió saber.
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Y en la penumbra comenzó a dibujarse una silueta que se acercaba lentamente, con una calma que Ayame estaba lejos de sentir. Y, por si no fuera bastante el miedo que ya sentía, justo en ese momento un rayo rasgó el cielo iluminándolos momentáneamente y Ayame ahogó un gemido cuando el estruendo del trueno embistió sus oídos. Sus ojos sólo fueron capaces de distinguir sus rasgos cuando entró dentro del círculo de luz que proyectaba la farola.
Debía de tener más o menos su misma edad y ocultaba su ojo derecho con un parche. Tenía el pelo largo, de un curioso color púrpura, y lo llevaba recogido en una coleta algo ladeada. Aquel peinado estaba realmente ornamentado, con kozashi que casi eran más propio de una novia o mujeres de compañía y un par de kogai que sobresalían por encima de la coleta. A Ayame al principio le costó distinguir si se trataba de un hombre o de una mujer. Enseguida comprobó, para su completa extrañeza, que era lo primero.
—¿Quién eres? —le espetó, y Ayame retrocedió un par de pasos.
Estuvo a punto de contestarle con la misma pregunta, pero se contuvo cuando se fijó en su brazo derecho y vio allí atada la bandana que le identificaba como un shinobi oficial de Amegakure.
—A... Aotsuki Ayame —respondió, con una ligera inclinación de su cabeza—. Lo siento. ¿He hecho algo inadecuado?
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Al final, la persona que estaba escondida en aquel oscuro callejón resultó ser una niña escuálida. Niña que por cierto portaba un arma shinobi en la mano y que ante la pregunta del joven Isa retrocedió intimidada. La actitud de la chica le parecía sospechosa, era como si estuviese intentando ocultar algo. Por si fuera poco, el nombre no le sonaba, o al menos en ese mismo momento no recordaba haberlo escuchado.
La segunda pregunta solo acentuó sus dudas, pero antes de responder debía corroborar algo. Se tomó su tiempo y caminó tranquilo hasta ella, sin sacar las manos de los bolsillos. Era más o menos de la misma altura que él. Se agachó y ladeó la cabeza varias veces, examinándola. Luego, posó sus ojos en los alrededores, buscando algo extraño en el sitio, y cuando creyó haberlo encontrado rápidamente clavó su vista en los ojos de la niña de la cinta azul.
—Pues aparte de dañar propiedad privada no, no has hecho nada malo— Se burló. —¿Pero que más da? Los vándalos siempre hacen graffitis y demás desgracias en lugares como estos, de seguro al dueño del edificio no le importará encontrar tres docenas de marcas más. ¿Verdad?— Aseveró acercando su rostro levemente al de ella.
Antes de seguir con su acusación, cayó en cuenta que la pelinegra no portaba bandana. Fijó la vista en el kunai, luego en las marcas de la pared, y de nuevo en el kunai. Creía saber que estaba pasando, pero lo mejor sería interrogar a la muchacha para tener certeza de que estaba en lo correcto.
—¿Estás entrenando o algo?— Comentó con un tono menos agresivo, y retrocediendo un poco para darle su espacio personal a la muchacha.
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El recién llegado no contestó enseguida. Más bien se tomó su tiempo mientras recortaba con lentitud la distancia que los separaba, con las manos siempre escondidas en sus bolsillos. Fue entonces cuando se fijó en que el parche que llevaba no parecía ser un parche normal, de tela. Más bien se asemejaba... ¿al guarda de una espada? Sin embargo, había algo aún más inquietante en aquel chico. La estaba estudiando con su único ojo visible, como si estuviera meditando qué debía hacer con ella, después ladeó la cabeza para estudiar el terreno y, finalmente, volvió a mirarla con fijeza.
«¿Qué le pasa?» Se preguntaba Ayame, incómoda, mientras cambiaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra repetidas veces y se ponía a juguetear con sus manos.
—Pues aparte de dañar propiedad privada no, no has hecho nada malo —respondió, al fin. Ayame gimió para sus adentros. ¿Cómo no había caído en que dañar la fachada de un edificio no estaba bien?—. ¿Pero que más da? Los vándalos siempre hacen graffitis y demás desgracias en lugares como estos, de seguro al dueño del edificio no le importará encontrar tres docenas de marcas más. ¿Verdad? —añadió, y entonces acercó su rostro al de ella.
—N... ¡Yo no soy una vándala! —replicó, retrocediendo un par de pasos para recuperar su espacio personal. Pero él no parecía estar escuchándola. Se había fijado en el kunai que sostenía, después había dirigido su único ojo hacia la pared, hacia las marcas que recorrían los ladrillos como finas cicatrices; y después de vuelta al kunai.
—¿Estás entrenando o algo? —preguntó, y aquella vez su tono de voz sonó algo menos agresivo.
—Bueno, más bien estaba —afirmó ella, al tiempo que volvía a esconder el kunai en algún lugar bajo su manga derecha—. Pero me temo que ya se ha hecho demasiado tarde...
Comenzó a caminar con pasos lentos, rodeando a su interlocutor y con claras intenciones de alcanzar la entrada del callejón. Lo que menos deseaba en aquellos momentos era, precisamente, meterse en líos...
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La chica estaba muy equivocada sí creía que podía irse así como así después de lo que había hecho. Empiezan con pequeñas travesuras y terminan dando un golpe de estado, bueno, no tan exagerado, pero la idea era esa. El Isa no era de la clase de personas que dejan pasar por alto los hechos, por más insignificantes que sean.
—Eh, eh eh.— Exclamó dándose media vuelta mientras la muchacha pasaba a la par de él. —Te acompaño, alguien tiene que informarle a tus padres, a tu tutor, o a quién quiera que sea tu encargado.— Afirmó con total naturalidad.
No tenía realmente ganas de llevarla con otro tipo de autoridad, le daba pereza. Además, creía que alguien cercano podría aplicarle una mejor corrección. Independientemente de sí ella aceptaba o no, el iba a seguirla, y de paso aprovecharía para entender mejor los motivos que la llevaron a hacer tal cosa.
—¿Estudias en la academia?— Le cuestionó, pues la chica aparentaba casi la misma edad que él —En el torreón hay miles de salas donde puedes practicar, ¿por qué has venido entonces a un sitio como este?— Volteó a ver la pared durante un instante, era sin duda lo que menos cuadraba.
"Esas marcas... Ahora que lo pienso, son como cuando practicas escalada. Pero no miro que ella tenga la ropa sucia o algo"
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12/02/2017, 22:44
(Última modificación: 12/02/2017, 22:45 por Aotsuki Ayame.)
Pero estaba equivocada si se pensaba que el recién llegado iba a dejar que se escurriera del lugar del crimen así como así. Y justo cuando comenzaba a darse la vuelta para salir por patas...
—Eh, eh eh —la llamó, y Ayame se detuvo en seco, rígida como una tabla—. Te acompaño, alguien tiene que informarle a tus padres, a tu tutor, o a quién quiera que sea tu encargado.
Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría sobre sus hombros. Ayame prácticamente se arrojó al suelo de rodillas frente al shinobi. Ni siquiera le importó la salpicadura que provocó al caer sobre uno de los permanentes charcos que cubrían los suelos de Amegakure.
—¡No, por favor! ¡No se lo digas a mi padre! ¡Me mataría! —le imploró, con las manos entrelazadas—. Bueno... tanto como eso no... ¡Pero ya me entiendes! Yo no quería causar ningún problema, ¡te lo prometo! De ahora en adelante sólo entrenaré con árboles, nada de propiedades privadas...
—¿Estudias en la academia? —preguntó, y Ayame asintió vehemente—. En el torreón hay miles de salas donde puedes practicar, ¿por qué has venido entonces a un sitio como este?
Aún en el suelo, Ayame torció ligeramente el gesto.
—Sí, pero esas salas cierran al caer la tarde... y yo necesitaba seguir practicando. Tengo que graduarme en el siguiente intento, es mi máxima prioridad ahora mismo... Por eso busqué un lugar lo suficientemente apartado y llegué hasta aquí. ¡Pero no quería causar ningún problema! —repitió, lastimera—. No se lo dirás a mi padre... ¿verdad...?
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Kagetsuna dio un largo e incómodo suspiro. La reacción de la muchacha, a su parecer, era extremadamente exagerada. Torció el gesto un poco dudoso, no sabía como reaccionar exactamente ante aquella petición de misericordia. La miró un par de instantes y luego se agachó para quedar a su misma altura.
—No tienes que ser tan melodramática, te estas ahogando en un vaso con agua— Parpadeó y negó con la cabeza.
"No es normal semejante súplica, pero tampoco puedo fiarme al cien por ciento de lo que me dice. Puede que sólo se esté haciendo la víctima para que la deje en paz, más aún con semejante teatro. O sea, lo dice que como si fuera el fin del mundo, pero creo que ya se cómo corroborarlo."
El del parche suspiró una vez más antes de ponerse en pie de nuevo, para luego tenderle la mano a la niña de la cinta azul.
—Va, no le diré. Pero insisto en que te voy a acompañar, para asegurarme de que en verdad te vas a ir a casa y no vas a seguir haciendo rayones— Dijo serio mientras se acomodaba el fleco.
No tenía garantías de que pelinegra fuese a cumplir su palabra, pero eso lo iba a solucionar poniéndola a prueba. En segundo lugar, los motivos que le dio la chica bien le podrían importar un maní, más creyó entender algo entrelineas en aquellas palabras.
—¿Cuanto tiempo llevas en la academia?— Creía que sacar un tema de conversación relacionado al asunto serviría para ayudarla a calmarse, sin mencionar que le picaba un poco la curiosidad. Ella no había estado en el mismo salón que él, eso era seguro.
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Su captor suspiró con cierta pesadez ante sus desesperados ruegos. Sin embargo, Ayame no cejó en su empeño. Incluso le aguantó la mirada hasta que se agachó hasta quedar a su misma altura.
—No tienes que ser tan melodramática, te estas ahogando en un vaso con agua —dijo él, negando con la cabeza en rotundo.
Ayame no respondió, de hecho reafirmó la fuerza de sus ruegos apretando sus dedos entrelazados. No, él no podía entender la gravedad del asunto de ir a su padre y contarle su accidental fechoría. Él no podía ser consciente del terror que podía irradiar su padre cuando se enfadaba como sólo él sabía hacerlo...
—Va, no le diré —accedió él, con un último suspiro antes de ponerse en pie y tenderle una mano.
Ayame sintió unas irrefrenables ganas de saltar sobre él para abrazarle, pero por fortuna consiguió reprimirse a tiempo.
—¡Menos mal! ¡Mil gracias! —exclamó, aún así, y aceptó su mano para reincorporarse de nuevo.
—Pero insisto en que te voy a acompañar, para asegurarme de que en verdad te vas a ir a casa y no vas a seguir haciendo rayones —insistió, con semblante serio, y Ayame asintió con energía.
—Está bien, está bien. De todas maneras iba a dejar el entrenamiento por hoy, se me ha hecho demasiado tarde —replicó, conforme. Si era requisito fundamental que la acompañara a casa con tal de no irse de la lengua delante de su padre, que así fuera. En aquellos momentos habría hecho cualquier cosa, incluso bajarle la luna si se lo pedía—. Es por allí —añadió, señalando la calle que giraba a la derecha después de la entrada del callejón antes de echar a caminar.
—¿Cuanto tiempo llevas en la academia? —le preguntó de repente, y Ayame se quedó rígida como una tabla.
—Pues... desde los seis años... —respondió, tras un breve periodo de reflexión mientras trataba de hacer memoria. Se obligó a sí misma a esbozar una sonrisa, pero sus labios se estiraron en una mueca frágil y temblorosa que distaba mucho de ser un gesto feliz u orgulloso—. ¿Por qué lo preguntas?
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La muchacha pasó del drama a la algarabía más rápido que el estallido de una bomba de humo. Aún en la oscuridad, Kagetsuna podía percibir un leve brillito en los ojos de la muchacha y no por la luz de la lámpara precisamente. Dedujo simplemente que se trataba de una persona muy emocional, aunque si era aspirante a shinobi tendría que aprender a controlar eso. Más el no estaba ahí para juzgarla, sería mejor dejar sus teorías conspirativas para otro día.
—Me sorprendería el hecho de que no te regañen por llegar tarde— Soltó sin más.
Ayame señaló la ruta que iba para su casa, pero por alguna razón se quedó estática cuando escuchó la interrogante del joven Isa.
"¿Y ahora qué? No dije nada raro"
La reacción exagerada de Ayame le hizo alzar una ceja, empezaba a resultarle fastidioso que fuese tan sensible. Además, la respuesta no era nada del otro mundo, pero la Aotsuki se mostraba reticiente con ese tema.
—Lo pregunto porque no te recuerdo. Quiero decir, tal vez no estuvimos en la misma sección o algo, pero, no sé. Quizás estoy desvariando.— Se rascó la nuca —Como sea, será mejor que nos demos prisa, que estamos al filo de la medianoche.— Indicó mientras se llevaba las manos de nuevo a los bolsillos.
En las calles no había una sola alma, o al menos eso parecía a simple vista. Se observaban distintos materiales de construcción, desde madera hasta ladrillos, cubiertos por lonas para evitar que se mojasen. Había algunos cuantos conos y otras tantas señalizaciones, más Kagetsuna iría por donde fuese Ayame.
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Sí. Era muy probable que Zetsuo la regañara porque llegaba demasiado tarde a casa. Y más probable aún era que la regañara porque se le había vuelto a olvidar el paraguas y regresaba calada como una trucha. Sin embargo, a Ayame le preocupaba mucho más que se enterara del accidental vandalismo que había ocasionado en la fachada del edificio que ya estaban dejando atrás. Porque si había algo que su padre no toleraba era, precisamente, la falta de disciplina y el desacato de las normas, aunque hubiese sido sin querer.
Siguieron caminando hacia el este de la ciudad, pasando entre montones de ladrillos y de tocones de madera cubiertos por lonas para evitar que la lluvia los estropeara, contenedores de hormigón, llamativos conos rojos para señalar los lugares de las obras y señales de advertencia.
—Lo pregunto porque no te recuerdo. Quiero decir, tal vez no estuvimos en la misma sección o algo, pero, no sé. Quizás estoy desvariando —explicó el shinobi, y Ayame le miró de reojo.
—Yo tampoco te recuerdo a ti. Es probable que fuéramos a clases diferentes, o incluso a cursos diferentes... —respondió, algo más relajada.
—Como sea, será mejor que nos demos prisa, que estamos al filo de la medianoche.
Ayame asintió, y en un acto reflejo miró hacia el cielo. Pronto se arrepintió de hacerlo, pues sus ojos sólo toparon con una absorbente negrura, como el centro de un agujero negro. Ya era tan tarde que ni siquiera se veían las nubes que siempre cubrían la ciudad. Si no fuera por las farolas, que alumbraban las calles a su paso, se habría quedado paralizada de terror.
—¿Hace cuanto te graduaste? —le preguntó a su acompañante, con tal de cambiar de tema.
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—No hace mucho. A principios de este mes.— Contestó sin siquiera voltearla a ver. Bueno, se suponía que era el último día de Bienvenida, pero por la hora quizás ya fuese primera flor. En cuyo caso la última oración quedaba inválida, pero en esos instantes no estaba para perder el tiempo en tecnicismos —Ni siquiera he hecho una misión aún— Añadió.
En eso su semblante se volvió dubitativo, reflexionando sobre su forma de actuar. Acaso estaba... ¿Teniendo una conversación común y corriente? Eso, sin soltar ni un solo comentario agresivo ni nada por el estilo.
"Curioso."
Sonará a locura, pero para él lo normal le parecía justamente anormal. No preguntó nada más, no tenía interés es saber alguna otra cosa. De responder, sería solo que Ayame le preguntase, media vez no le tocase demasiado profundo. Total, estaba ahí para escoltarla, no para ser su amigo.
Mientras seguían avanzando, otro trueno resonó en la lejanía. Seguido del estruendo, un extraño coro de risas parecía acompañarle, más para un oído más agudo, podría distinguirse el leve murmullo de varias personas hablando. Kagetsuna no se percató del todo, pero luego se escuchó otro ruido fuerte, como el de algo grande, metálico y pesado chocando contra el suelo. Los murmullos seguían, pero ahora el tono había cambiado a preocupación.
—¿Escuchaste el golpe?— Preguntó mientras miraba a los alrededores.
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—No hace mucho. A principios de este mes —respondió, y Ayame se llevó una mano a la barbilla—. —Ni siquiera he hecho una misión aún.
«Esa fue la fecha de mi examen también. Entonces sí que estábamos en la misma graduación... aunque no termino de recordarle...» Pensaba, tratando de hacer memoria con todas sus fuerzas. Sin embargo, nada. No conseguía ubicar el rostro del chico que la acompañaba, y mucho menos su nombre, entre sus recuerdos.
Continuaron la travesía en completo silencio. Ayame se distraía de vez en cuando pateando alguna piedra que encontraba en el camino y haciéndola rebotar hasta que fallaba algún golpe y su entretenimiento terminaba por perderse en algún lugar inaccesible. El restallido de otro trueno hizo eco entre los edificios y Ayame volvió a encogerse sobre sí misma, acongojada. Un desagradable escalofrío recorrió su piel. En aquellos momentos sí que lamentaba haberse dejado empapar por la lluvia bajo una tormenta eléctrica...
«¿Por qué no le habré hecho caso a pap...?»
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando escuchó lo que parecían ser carcajadas o murmullos. Después de aquello, el sonido de algo metálico y pesado chocando contra el suelo terminó por alarmarla.
—¿Escuchaste el golpe? —preguntó su acompañante, y Ayame, aún con la vista dirigida hacia el origen del ruido, asintió.
—Y las voces... ¡Deberíamos echar un vistazo, alguien podría necesitar ayuda!
Exclamó, y sin esperar siquiera una respuesta al respecto, Ayame echó a correr en aquella dirección.
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—¿Voces?— Dijo volteando a ver, solo para darse cuenta de cómo Ayame salió disparada como una flecha en dirección al ruido. —¡Oeh!— Se echó a correr tras ella.
La kunoichi resultó ser más rápida que él, por lo que tuvo que hacer esfuerzo en seguirla para no perderla entre las calles. Aunque era más fácil decirlo que hacerlo.
”Ahhg. No solo podrían necesitar ayuda, también podría ser peligroso.”
Algunos de los faroles empezaban a parpadear de forma intermitente y luego se normalizaban. Mientras el sonido los llevaba de regreso a las zonas linderas de construcción, donde algunas cintas indicaban que estaba prohibido el paso. Sin embargo, los murmullos se intensificaban a medida que se acercaban, empezando a distinguirse una conversación de forma más clara.
—Uno, dos, tres ¡Fuerza!
—¡No se mueve!
—¡Apresúrense, tenemos que rescatarlo antes que nos descubran!
Al llegar se encontrarían con un terreno semi baldío, donde ya se podían apreciar la estructura metálica que formaba el soporte de un futuro edificio. En las vallas que rodeaban el lugar, había varios graffitis pintarrajeados a lo largo y a lo ancho. Bastante frescos por cierto. Había algunas cuantas latas de aerosol tiradas, pero lo que más resaltaba era el grupo de 6 muchachos amontonados cerca de una pila de maderas, tratando de moverlas.
—¡Te dije que no tocaras nada!— Dijo un adolescente, cuyo cabello era dorado por un lado y negro por el otro. Aunque por el tono oscuro de sus cejas, se podía afirmar casi con certeza que este último era el natural. Sus ropas eran deportivas, además que portaba pulseras, anillos y collares de tonos plateados y dorados.
—¡Por el amor de Ame no Kami sáquenme de aquí! Casi no siento la pierna ya— Dijo un séptimo.
Este último se encontraba atrapado bajo una gran pila de tablas, los cuales a su vez estaban rodeados por algunas sogas. Toda la parte inferior de su cuerpo, desde la media cintura hasta abajo estaban cubiertas por los maderos. Cerca de ahí, se hallaba tirada una roldana. Si se apreciaba la polea que estaba pendiendo justo encima de aquel grupito, era fácil deducir lo que había pasado.
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