Era un día soleado en Uzushiogakure no Sato. Uno de esos días en los que Datsue saldría a correr por la playa, se daría un chapuzón y aprovecharía para broncearse un poco preparándose para la inminente llegada del verano. Pero no, claro que no estaba tomando el sol sobre la arena. Ni refrescándose entre las olas del mar. Mucho menos tomándose un daiquiri de fresa. Desde que era Uzukage, eso había pasado a mejor vida.

—Joder. ¿Cuántas visitas más tengo preparadas para hoy, Kiyomi?

—¿De tus famosas entrevistas? Diez —Escuchó a Uzumaki Kiyomi decir por el otro lado del teléfono. Apenas dos semanas más tarde, no la volvería a oír. Apenas dos semanas más tarde, Kiyomi fallecería por una Bijūdama de Kurama. Pero eso, claro, no lo sabía Datsue. Sus ojos le otorgaban muchas cosa, pero no la videncia—. Más tres reuniones. Ah, y aún te queda por repartir veinte misiones. Oh, y esta es buena. Oh, sí, lo que acaba de llegar… Bueno, seguramente vaya a tener que moverte la agenda, Datsue. Esto tiene prioridad.

—¿Cómo? ¿Qué ha pasado? —preguntó, preocupado.

—Es mejor que lo veas con tus propios ojos. Te lo mando para arriba.

Datsue colgó el teléfono. Apenas dos minutos más tarde, alguien llamó a la puerta. Dos chūnins de Uzushiogakure entraron por el umbral. Escoltaban a alguien. Y ese alguien era…

— ¿¡Datsue-san!? —Quien se presentó ante el Uzukage no fue nadie más y nadie menos que Tsukiyama Daigo—. Quiero decir... ¿Datsue-sama?

La cara de sorpresa del chico cambió rápidamente a una amplia sonrisa. Ni en sus más locos sueños se habría imaginado a Datsue convirtiéndose en Uzukage, pero, aunque no lo conocía demasiado bien, más allá de un combate, se alegraba mucho por eso. Significaba que su generación tenía oportunidades de ascender.

— Me alegro de verlo bien.

Consigo no llevaba más equipaje que las ropas simples que le habían dado en la tierra de los gorilas. No tenía su bandana, ni ningún objeto personal, pues se lo habían quitado todo. Ni siquiera llevaba calzado en ese momento. Se había acostumbrado demasiado a no tenerlo mientras entrenaba. Su pelo era bastante más largo, llegándole a media espalda y su barba también había crecido bastante.

Datsue trató de disimular la cara de confusión al verle. La misma cara que alguien pondría cuando una persona que no conoce le saluda y le pregunta qué tal le fue durante todos estos años. Hay dos reacciones posibles en este tipo de situaciones. La primera es disculparse por no caer en la cuenta de quién es y pedirle que le recuerde el nombre, y la segunda…

—Sí, ya ves, me han ascendido. Pero no hacen falta los formalismos, compañero.

Y la segunda surfear la ola como mejor se pueda con la esperanza de reconocer a la persona en algún momento de la conversación. ¿Quién cojones era ese tipo? Un ninja de Uzu, eso estaba claro, que volvía de una larga misión, por las pintas que tenía. ¡Menudo Kage estaba hecho, que no reconocía a los héroes de su Villa!

—¡Yo también me alegro verte! Joder, cuánto tiempo, allá por… —Aquella barba. Aquel pelo largo. No le sonaba de nada. Pero la voz, y aquella sonrisa, en cambio…—. ¡¡HOOOOSTIA PUUUTA!! ¡¡¿¿DAIGO??!! Pero, ¿¡qué cojones haces aquí!?

Daigo rio. Sabía que debía ser una verdadera sorpresa verlo allí, más aún con lo mucho que había cambiado en los últimos meses.

— Hacía unos meses un equipo de Uzu vino a rescatarme de la prisión del yermo. Vinieron Eri-san, Yume-san y Daiku-san. Nos separamos antes de poder salir, junto con dos compañeras, así que quería asegurarme de que todos estuviesen bien. —Se llevó una mano a la nuca. Entendía que Datsue debía tener muchas dudas, aunque, siendo el Kage, probablemente ya estaba enterado de lo que sucedió—. Es... una larga historia. ¿Puedo sentarme? Las piernas me están matando.

Si Datsue le indicaba que podía, podría ver como Daigo caminaba lenta y torpemente hacia una silla, antes de prácticamente dejarse caer en esta.

Lo cierto era que Datsue no tenía ni puta idea de lo que le estaba contando. ¿Qué Eri y Yume habían ido a por él? Pero, ¿cuándo? Qué cojones, ¿cómo es que no se había enterado? ¡Era el maldito Uzukage! Antes que eso, ¡era amigo de Eri! Aunque, a decir verdad, Eri y él se habían distanciado en los últimos tiempos antes de que ella cayese en coma. Por no hablar de que había ascendido a Uzukage hacía poco. Entre las entrevistas, otorgar misiones, planificar la guerra contra Kurama y fortificar las defensas, apenas le había quedado tiempo para ponerse al día con otras cuestiones también importantes.

Por supuesto, Datsue disimuló. ¿Admitir que el mismísimo Uzukage no tenía ni idea de lo ocurrido con Daigo? ¡Jamás! «Joder, y con Kintsugi me sorprendí cuando me contó lo de Daigo y Yota… ¡Y seguramente de aquella Daigo ya estaba fuera y Uzu lo sabía! Jooodeeer. En menudo lío me he metido».

Carraspeó.

—Claro, adelante. Siéntate, Daigo-kun. Cuéntame todo. Desde el principio. —Con un pequeño gesto, indicó a los Chūnin que ya podían retirarse. La puerta del despacho se cerró y los dos ninjas quedaron solos.

¿Desde el principio? Daigo se llevó una mano al mentón, preguntándose a sí mismo por dónde empezar.

— ¿Desde el principio...? De acuerdo. —El principio de todo lo que le había sucedido estaba uno o dos años atrás, realmente, pero no empezaría por ahí—. Hace meses tuve un encuentro con Uchiha Zaide en el Valle del fin. Estaba peleando con un amigo mío y acudí en su ayuda tan pronto como los vi.

Sí. Ese era un buen sitio por el qué empezar. Si no hubiese decidido ayudar a Yota en ese entonces, quizás podría haber informado sobre el paradero de Zaide, ahora podría caminar sin problemas y no habría perdido meses de su vida entre un agujero y aprender a caminar de nuevo, pero no se arrepentía. Si no hubiese estado allí, Yota probablemente habría muerto durante la tortura o luego de haberle dado a Zaide la información que quería.

— Ambos fuimos capturados. Quería información sobre la localización de Kusagakure y... la consiguió. —Por desgracia, Yota se lo había dicho, pero no lo culpaba—. Tuve que negociar por nuestra vida, ofreciéndole la recompensa que tenía mi cabeza en el País del Viento.

Le dio un segundo a Datsue, para que pudiese hacer las preguntas que quisiese ahora que había establecido el principio de la historia.

Esa historia le sonaba , sí. Tampoco es que Datsue hubiese estado muy implicado emocionalmente en ella. Daigo no dejaba de ser un kusajin con el que se había cruzado una vez en combate. Y Yota —que aún sin Daigo mencionarlo, Datsue recordaba que era el segundo secuestrado por su conversación con Kintsugi—, apenas se había encontrado con él dos o tres veces.

No eran sus amigos. Tampoco sus ninjas. Tan solo unos conocidos que le caían más o menos bien.

—¿Y cómo es que el Viento tenía una recompensa por ti?

— Porque maté a un hombre de Nathifa, la jefa de la prisión, mientras ayudaba a escapar a una criminal. —Explicó. Seguía sin gustarle hablar de ello, pero no iba a negar la verdad. Hizo lo que hizo—. Eso fue hace un año.

Le dio unos segundos al Uzukage antes de seguir hablando, por si quería indagar un poco más en los detalles.

— Cuando fui entregado a Nathifa, ella me lanzó a un agujero junto a otros criminales. Pasé un mes ahí, más o menos. —Lo había calculado al salir, porque allí dentro no tenía manera de saber cuando pasaban los días—. Conseguí organizar una fuga, y mientras escapábamos, hablé con Eri-san mediante un sello que había puesto en mí meses atrás para comunicarnos.

Datsue arqueó una ceja ante el comentario de Daigo. Asesinar a un jefe de prisión y ayudar a escapar a un criminal era motivo de encarcelamiento y ejecución. ¿Lo sabía esto Kintsugi y le parecía bien? No obstante, si el kusajin se lo contaba tan a la ligera, debía ser porque había un buen motivo que le respaldase. El Uchiha había aprendido con el tiempo a no prejuzgar demasiado pronto. Después de todo, su cabeza también tenía un precio en el País de la Tierra, por ayudar a quien consideraban una criminal en contra del propio Daimyō.

Sus manos también estaban manchadas.

—Ah, el famoso sello… Lo conozco. Soy su creador —reveló, siguiendo el hilo de la historia de Daigo. Tenía preguntas que hacerle, pero por el momento prefería no interrumpirle—. Continúa.

A Daigo se le iluminaron los ojos.

— ¿Su creador? ¡Impresionante! —De pronto él también tenía preguntas que hacerle. Le fascinaban demasiado las artes ninja, pero no era el momento de empezar a hablar de eso—. Eh... sí, continúo.

¿Por dónde se había quedado? Ah, sí. Había organizado una fuga.

— Conseguimos salir, aunque no quedamos muchos. Estuvimos una semana refugiados en una casa, hasta que llegó Eri-san junto a su grupo. Mientras Eri-san trataba a un animal shinobi que tenía un sello que lo impedía volver a casa, hablé con Yume-san para que me ayudasen a sacar también a dos compañeras. Una de mi edad y otra mayor. Apenas había aceptado, cuando nos enteramos de que habian guardias por la zona. —Entonces, Daigo se dio cuenta de que había ignorado un detallito—. Oh, disculpa. Se me olvidó explicar un detalle. Durante el combate, Zaide me destrozó la cadera. Pensaba que no volvería a andar y solo pude pelear al escapar gracias a una técnica que cree... el problema es que pone muchísima presión sobre mi cuerpo, así que en cuanto salimos... ya no podía moverme más. Pasé toda la semana en la que esperaba a Eri-san y el resto en cama.

Esta vez no esperaría a dejarle tiempo de preguntar. Ya estaba a punto de terminar la historia y podría preguntarle lo que quisiese al final.

— Por eso, como no podía escapar ni esconderme, el animal shinobi me llevó a los dominios de su familia, donde estuve meses hasta que he podido volver a caminar por mí mismo. —Le explicó—. Estuve en contacto con Eri-san todo el tiempo, hasta que el sello desapareció. Lo último que supe es que se estaban refugiándose en una posada. ¿Sabes algo de ellos, Datsue-san?

Poco a poco, los engranajes de la historia de Daigo se iban acoplando. Todavía quedaba algún cabo suelto, dudas que necesitaban ser despejadas. El propio kusajin también las tenía. Para su desgracia, Uchiha Datsue no tenía ni puta de idea. Para Daigo era la epopeya de su vida. Para Uzu, una misión más. Para Datsue ni eso: tan solo un papel más de la pila de informes que todavía no se había leído.

—No te voy a engañar, Daigo, no tengo conocimiento alguno de esta misión. Todavía entré al cargo hace poco, y aún estoy poniéndome al día con todo —confesó al fin—. Lo que sí puedo decirte es sobre Eri. Ella… se encuentra en coma. Desde hace ya unos cuantos meses. Es todo lo que puedo decirte —le informó, con pena—. Haré una llamada para que me traigan el informe de la misión de Eri, Yume y Daiku y averiguar qué sucedió.

Descolgó el teléfono y solicitó el informe.

—A todo esto, ¿por qué ayudaste a una criminal a escapar? ¿Está Kintsugi informada y conforme con eso? —quiso saber, una vez colgó. El rojo brilló en su mirada. Las tres aspas del Sharingan giraron alrededor de su pupila—. No me mientas, o lo sabré.

Daigo se quedó completamente de piedra durante unos instantes.

— ¿Que Eri-san qué? —Daigo apretó los puños. Tenía que preguntarle luego. De momento, por lo visto, era lo único que podía decirle—. Entiendo. Gracias.

En cuanto Datsue pidió el informe y colgó el teléfono, miró al Kusajin directamente a los ojos para hacerle una pregunta. Su Sharingan se había activado y había empezado a girar. ¿Qué estaba intentando? ¿Pensaba utilizar una técnica en él? Era incómodo, pero Daigo supuso que, para mostrar su confianza y que era de fiar, le mantendría la mirada sin apartarla.

— Porque se lo debía. —Así de simple. Así de fácil. Ni en su momento ni ahora tenía otra cosa en mente—. Me salvó la vida.

No necesitaba otor motivo. Aunque, realmente, probablemente no le hacía falta un motivo para hacerlo si se volviese a ver en una situación así.

— Esto sucedió mientras Kenzou-sama todavía seguía vivo. Hablé con él y en la aldea tienen un informe completo de la misión. —Le dijo, limitándose a responder a la pregunta.

Datsue captó la incomodidad de Daigo. No debía ser fácil mirar a los ojos rojos del clan Uchiha. Menos cuando ya sabía los poderes que conllevaban. Menos cuando la última persona a la que se había enfrentado con ellos era el mismísimo Uchiha Zaide. Pero Datsue era el Uzukage, y ya no un chaval del barrio al que le podías contar una trola y marchar victorioso. Ahora tenía una responsabilidad, un deber. Y Daigo…

Daigo era un tío peligroso. Había asesinado a un jefe de prisión y liberado a una criminal convicta simplemente porque le debía la vida. Doblaba las reglas shinobi, y probablemente no tuviese reparo en desobedecer órdenes si su propio código de conducta así se lo requería.

Era… era como Datsue en su juventud. Por ese motivo, era un jodido peligro.

—Comprendo —dijo, sin hacer más comentarios al respecto. Pudo parecer que el tema estaba zanjado, pero por parte de Datsue tan solo estaba aparcado. Lo retomaría… a su debido momento, y con quién debía—. Todavía queda otra cuestión que me escama. Según tu historia, volviste del Dominio de los Gorilas hasta aquí. ¿Por qué? ¿Por qué no Kusagakure? Kintsugi podría haber llamado desde allí y preguntar por tus compañeros de fuga, si tanto te preocupaba su situación.

El Sharingan analizaba cada reacción en su expresión corporal como haría el detector de mentiras con su pulso.

— Buena pregunta. —Le concedió. Él mismo se lo había estado preguntando desde que puso un solo pie en dirección a Uzushiogakure—. Ha sido por dos motivos.

Dos probablemente no eran todos los motivos que tenía para estar allí, pero al menos eran los que Daigo podía razonar. Realmente, si no se hubiese preguntado después de haber comenzado su viaje, probablemente solo podría responderle algo como "sentí que era lo que tenía que hacer" y... no estaría mintiendo.

— El primero es que les prometí a Akiko-chan e Ishi-san que me ocuparía de que estuviesen bien. Si volviese a casa a descansar antes de asegurarme, sentiría que estoy incumpliendo esa promesa. —Le dijo—. El segundo es que me gustaría preguntarte algo directamente, si me lo permites, aunque creo que deberás leer el reporte antes de eso.

Daigo continuaba mirando al Uchiha a los ojos, sin apartarle la mirada. No sabía qué estaba buscando en él, pero se lo mostraría respondiendo con franqueza.

Daigo tan solo le dio un motivo. El segundo de ellos era una incógnita. Una que no tardaría en resolverse. Medio conforme, por el momento, con las respuestas, dejó que el carmesí abandonase sus ojos. Sus iris oscuros retornaron, y su mirada se relajó.

—Tendré que avisar a Kintsugi de que estás aquí. Seguro que se alegran mucho de saber que estás vivo y a salvo. Además —recordó—, en la última reunión de Kages, se mencionó tu secuestro. Kintsugi me dio a entender que no iba a enviar a nadie a la prisión, pero los de Ame se ofrecieron a ayudar y es posible que enviasen a algún escuadrón. Espero que alguien de aquí ya les comunicase que no hacía falta, pero con Kurama y la guerra… Bueno, todo está siendo un poco más caótico que de costumbre.

Alguien llamó a la puerta, y un Chūnin entró al despacho a dejar unos papeles en la mesa. Datsue escuchó la puerta cerrarse de nuevo mientras ojeaba rápidamente el informe de la misión de Eri.

Su rostro permaneció inexpresivo.

—Te alegrará saber que tus amigas Akiko e Ishi llegaron vivas. Todavía siguen aquí, en Uzu —le informó, y desvió la mirada hacia el kusajin—. ¿Qué es eso que querías preguntarme?