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Daruu pulsó el botón del último piso. Las puertas del ascensor se cerraron, y el mecanismo comenzó a subir, lenta pero inexorablemente, hacia el pasillo que llevaba al despacho de la Arashikage... no. Ahora, temporalmente, era el despacho de la Segunda Tormenta.
Él tenía algo que decirle, y por eso reflexionaba. Por el camino había tenido dudas, pero ya las había despejado. Por eso no reflexionaba sobre qué decirle. Eso lo tenía claro. Reflexionaba cómo decírselo.
Se preguntó si acaso haría falta decírselo, siquiera. Tal vez la Tormenta había tomado ya una decisión. En ese caso, Daruu debía ser firme. No debía dejarse llevar. Debía plantar cara y defender sus motivos.
¿Los escucharía Shanise acaso?
Beep.
Las puertas del ascensor se abrieron. Y Daruu echó a caminar hacia las dos grandes puertas que separaban su pasado de su futuro. Se hizo de rogar y caminó observando la lluvia caer en las torres de la aldea a través de los ventanales. La mayoría de los edificios eran más bajos que aquél. Desde allí pudo ver el estadio donde había luchado con Kōri, y se preguntó si el Hielo lloraba cuando naide le veía y no tenía que vestir aquella máscara gélida. ¿Lo estaría haciendo?
Daruu sonrió. No importa lo que pasara dentro del despacho. Alguien iba a enfadarse con él. Pero un amejin está acostumbrado a correr bajo la tormenta.
Abrió las puertas.
—Buenos días, Shanise-sama —dijo, exhibiendo una reverencia—. No hemos tenido la oportunidad de hablar hasta ahora. Yo... —titubeó—. Lo siento mucho. —Oh, y lo decía de corazón. Daruu no había hablado muchas veces con Yui, pero los pocos encuentros habían bastado para que la admirase. Como todos en aquella aldea, suponía. Pero no podía evitar sentirla como una familiar más. Una segunda madre, más exigente. Una figura a la que uno ve de espaldas y que le hincha el pecho de orgullo. Y sabía que Yui le tenía en gran estima. Eso sólo hacía que doliese más.
Daruu no se había recuperado. Nadie lo había hecho.
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Shanise estaba de espaldas, frente al ventanal que daba al balcón, con la mirada perdida en algún punto. Tardó unos segundos más que de costumbre en darse la vuelta para recibir al invitado. A su cuerpo le costaba obedecer, como si sus ojos no quisieran ver más rostros por hoy, como si sus oídos no quisiesen escuchar más pésames en lo que quedaba de día.
No iba a obtener ese consuelo. En el fondo, sospechaba que ya nunca lo tendría.
Se acercó a Daruu y posó una mano en su hombro, dándole un apretón cariñoso. En sus labios asomó un gracias, pero la palabra murió en el nudo que se le formó en la garganta. Le dio de nuevo la espalda y se restregó los párpados, como si se le hubiese metido algo en los ojos. Caminó hasta ponerse a un palmo de la cristalera y se quedó mirando la lluvia.
—Todo parece haber perdido color, ¿verdad? El Distrito Comercial, las luces de neón, este despacho… Incluso la lluvia ya no se siente… —No se sentía igual. No desde que ella no estaba.
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—...le entiendo, Shanise-sama, pero en el fondo, ella sigue aquí —contestó Daruu, midiendo bien las palabras—. Sigue en nuestros recuerdos y nuestros corazones, pero eso son clichés amargos. Está... está de verdad.
»Está en esa lluvia que usted siente diferente. Está en las nubes oscuras, está en el retumbar de los truenos y en la luz de los rayos. Está en la identidad de Amegakure como los huesos y como la sangre, en la forma de ser de todos nosotros, en las casas y en los negocios. Está porque esta aldea la ha transformado ella. Muchos de nosotros no hemos vivido en otra Amegakure. Y el resto no querría haber vivido en otra Amegakure.
»También está en mí. Y en ti —Se permitió, por un instante, el tuteo—. Yui no se ha ido. Yui es la Tormenta. La Eterna Tormenta de Amegakure.
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—Tienes razón. Por supuesto.
Y eso tan solo lo hacía más doloroso si cabe. Porque no había una imagen, un olor, una sensación, que no le recordase a ella. Toda Amegakure evocaba su recuerdo. Eso tenía que hacerla sentir orgullosa, ¡y claro que lo hacía! Le henchía el pecho de ello. Del legado que había dejado atrás. Pero su pérdida era tan grande, el dolor tan profundo, que en aquellos momentos no era una sensación que le hiciese sentir bien al mismo tiempo. Más bien la convertía en un mar de lágrimas y en una kunoichi muy lejos de su habitual templanza.
Intentó atrapar algo de eso último al darse la vuelta. Sus ojos se posaron en un sombrero que reposaba en la mesa. Lo habían portado muy pocas personas en aquel mundo. Que estuviesen vivos, tan solo quedaban dos personas.
Ambas se encontraban en aquella habitación.
—¿Intuyes por qué te he llamado, Daruu?
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La respuesta de Shanise llegó con mucha pena y poca convicción. Era comprensible. Sus ojos verdes se posaron en el sombrero que reposaba sobre la mesa, y eso a Daruu no le pasó desapercibido cuando lanzó la pregunta. Creyó estar preparado para tomar la iniciativa días antes, pero al final se la habían arrebatado. Todo entre los ninjas era igual. Como en las batallas. Uno tiene que estar preparado para que su oponente se le anticipe.
—Tengo una ligera idea —contestó, lentamente—, y durante estas semanas es posible que haya estado planteándome venir por mi cuenta por el mismo motivo.
»Pero supongo que no saldré de dudas hasta que me lo diga usted. Arashi-dono.
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Shanise suspiró. Si Daruu ya había decidido venir a verla por el mismo motivo, todo sería mucho más fácil.
—Quiero que heredes mi sombrero, Daruu —dijo directa, simple y tajante, mirando a Daruu a los ojos—. Y el de Yui antes que yo. Veo en ti la fuerza, la determinación y el corazón. Veo en ti el espíritu y la garra. Veo en ti la inteligencia y la valentía. Veo en ti la lluvia y los relámpagos que una Tormenta necesita. Que yo necesito.
»Veo en ti a un Arashikage.
Shanise tomó el sombrero y de dos rápidos pasos se acercó a él, solemne.
—Quizá hayas oído que se lo ofrecí antes a Ayame, pero quiero que sepas que eso no te hace menos válido. Eres el Campeón de los Dojos, y probablemente… No, estoy convencida de que eres el ninja más fuerte del País de la Tormenta. Has demostrado a lo largo de los años tomar las decisiones correctas en momentos críticos. La Villa necesita ahora más que nunca de gente como tú, Daruu. Te necesita. Te necesito.
Extendió la mano que sujetaba el sombrero.
—¿Lo aceptarás?
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«¿¡A Ayame!?» Ayame apenas podía hablar. Daruu tragó saliva y apartó la mirada, incómodo. Si hubiera estado en su lugar, si no hubiera vivido los traumas que él vivió, ¿lo habría aceptado? ¿Le habrían pasado por la cabeza las mismas cosas que a él en ese instante? Se sintió un poco mal. Sintió que aquella oportunidad no era suya, realmente. Pero se la estaban dando. Se la estaban dando, y por eso se sintió todavía peor.
Porque se había preparado mentalmente para rechazar la oferta.
—Me tendrá para siempre, tanto usted como esta villa, Shanise-dono. Pero me temo que no puedo aceptarlo —admitió, con la voz sobrecogida por la pena.
En el fondo, habían sido los ojos de Kōri, y sobretodo, los recuerdos que había vivido junto a aquellos dos. Pero habían muchas cosas más. Cosas que sentía, y que sentía que debía decir.
»Permítame un último acto de rebeldía —dijo, apartándose sin atreverse a mirarla a los ojos y pasando al lado de ella, de camino al balcón donde aguardaba la larga y ancha lengua del demonio que vigilaba la Aldea Oculta de la Lluvia—. Acompáñeme y déjeme ver la aldea desde aquí. Siempre quise verla así con mis propios ojos.
Daruu abrió los ventanales y se dejó empapar por la tormenta, que entró en el despacho con el viento. Caminó hacia adelante y aguardó a Shanise.
»Toda esta gente —dijo—[color=mediumseagreen[, necesita a alguien que la guíe. A mí nunca me ha importado hacer lo que sea por el bien de Amegakure, Shanise-dono. Usted lo sabe. Pero creo que no soy el adecuado. No me gusta llamar la atención. No va conmigo.[/color] —Se dio la vuelta y sonrió—. Amegakure necesita a alguien fuerte, determinada, inteligente y valiente, sí. Pero sobretodo, Amegakure necesita un nexo de unión, un faro que la guíe. Usted tiene muchas de esas cosas, pero tanto usted como yo, y permítame la osadía, intuímos que Yui [b]siempre[/p] será la Tormenta. Fíjese en los rumores que han empezado a correr. Grupos rebeldes de nuevo. En contra de la jinchūriki. ¿Sabe lo que opino yo? Sin Yui, sin Señor Feudal, el juego de tronos es de nuevo un plato dulce.
»La historia de nuestro país estuvo marcada de conflicto y sangre hasta que llegó Yui y se forjó una leyenda. Fíjese en todos ellos, hombres y mujeres valientes, duras, resilientes. —Daruu abrió el brazo izquierdo mostrando con la palma las calles de la aldea—. Tenemos una historia, pero antes de Yui, nuestras mayores y más orgullosas leyendas eran una invención sobre un tipo que murió de un puto catarro.
»Sí, toda la aldea parece más gris que antes. Todo en la vida ha perdido algo de color. Pero Yui finalmente se ha convertido en leyenda. Deberíamos honrarla y convertirla de verdad en una. Unir a la gente bajo una heroína perenne. Amegakure necesita este faro. Amegakure necesita a la Eterna Tormenta. Usted... usted no puede convertirse en la Tormenta, Shanise-dono. Amegakure la necesita como diplomática. ¡Yo apenas aguantaría sentado frente a Aburame Kintsugi! Amegakure la necesita como jefa de guerra y estratega. ¡Llevé a un grupo de hombres hasta Amegakure en linea recta! ¡Usted ideó todo un sistema de defensa completo para las Tres Grandes! ¡Eso es excepcional, no yo!
Daruu bajó el rostro.
»Piénselo, Shanise-dono. Yui quiso que Amegakure tomase las riendas del País, que los ninjas gobernasen... ¿pero estaba pensando en Amegakure cuando decidió llamarse Tormenta y le dejó a usted el despacho...? ¿O simplemente el despacho se le quedaba pequeño?
Volvió a darse la vuelta. Hacia su hogar. Hacia Amegakure. Pero desde allí arriba era cierto que parecía más pequeña.
»¿Sabe lo que pienso? Pienso que Yui se había cansado de dar órdenes. Pienso que Yui tan sólo quería un poco de libertad. Y cuando pienso en lo que yo quería cuando decía que quería ser la Tormenta, pienso en ella. Yui era una mujer de acción, no de palabras. Murió en el campo de batalla, no sentada en un sillón. Murió como siempre quiso vivir. Y eso es lo que nos gustaba a todos. Yui era una leyenda. Solo ella puede ser la Tormenta. Para siempre, Shanise-sama. Creemos esa leyenda. Quédese con el sombrero, gobiérnenos a todos, guíenos como Yui quiso que usted lo hiciera. Y evitemos que Amegakure se convierta de nuevo en un campo de batalla en el futuro asentando su grandeza con el nombre apropiado.
»Mientras, yo seguiré siendo un humilde Hijo de la Tormenta más. Y me convertiré en lo que Yui era para mí. Un ninja fuerte, que protege a los suyos ahí fuera. —Se dio la vuelta hacia Shanise—. Shanise, no dejaré que Ayame, o Kōri, o nadie más muera ahí fuera sin que yo esté para protegerlos. No podría soportar otro Mogura u otro Rōga conmigo mismo sentado aquí sin mover el culo para hacer nada. No me haga esto. Mi sitio está ahí, peleando junto a ellos.
»Soy hijo de Kiroe, pero también hijo de Amekoro Yui, la Eterna Tormenta. Portaré su orgullo y su furia a ese estúpido zorro. Acabaremos con él, todos juntos.
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En una villa cuya historia estaba marcada por guerras civiles y largos conflictos de poder, que le rechazasen el sombrero no una sino hasta dos veces en menos de una semana era, cuanto menos, sorprendente. Sabía que Ayame no estaba en condiciones para que se lo plantease siquiera, pero había esperado que Daruu sí aceptase el cargo. Le había fallado el plan A, le había fallado el plan B, y de pronto se dio cuenta que no tenía un plan C en recámara.
Todavía contrariada, se acercó hasta el balcón junto a Daruu. La lluvia la golpeó con fuerza, fría y salvaje, como si quisiese vengarse por sus palabras de antes. Las gotas de agua caían sobre su rostro como decenas de lágrimas, y repiqueteaban contra el sueño acompañadas únicamente de la voz de Daruu. Empezaba a vislumbrar hacia dónde se dirigía su Jōnin. Yui había dejado un vacío, y podían dejar que ese vacío fuese visto como una oportunidad por las ratas de alcantarilla sedientas de poder, o hacer que Yui, post mortem, lo llenase de nuevo. Si alguien podía lograr una última victoria en muerte, esa era ella: la Eterna Tormenta.
Cierto era que Daruu hablaba con el corazón y pasión, pero se necesitaba usar la cabeza y la mente fría para cuadrar las grandes ideas. Necesitaba darle vueltas, pensarlo. Aquella era su especialidad, después de todo. Era lo que había hecho todos estos años al lado de Yui: transformar sus ideas en planes concienzudos; sus ilusiones en proyectos bien cimentados. Yui había sido la electricidad, ella la máquina que canalizaba su energía y la transformaba en algo más.
Un rayo cayó al fondo de la villa e iluminó el rostro de ambos. El trueno retumbó en los cimientos del edificio, precediendo a un silencio largo.
—En el ayer se forjó su leyenda. Hoy, todos nosotros. Tú, Ayame, toda la villa, yo… en el funeral, lloraremos su muerte. Pero no mañana. No, no mañana. Porque mañana… —Se dio cuenta que todavía sujetaba el sombrero de Kage entre las manos y se lo colocó en su propia cabeza—. Porque mañana nos vamos a la guerra. Por ella. Por todos nosotros. Porque somos los Hijos de la Tormenta. Y Tormenta solo hay una. Nuestra Madre Tormenta. La Eterna Tormenta, Amekoro Yui...
»… y su muerte no quedará impune.
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Temió entonces haber cometido una tremenda irresponsabilidad. ¿Bajarle el rango a su propio superior? ¿Qué clase de ninja estaba hecho? Sonrió para sus adentros y bajó el rostro. Apretó los puños, esperando lo peor. Le sobresaltó un trueno que hendió los cielos y les iluminó a ambos.
Pero Yui era la única Tormenta, la Eterna Tormenta. Y no tenía que capearla. Estaba complacida con lo que sucedía en su torre.
Daruu alzó la mirada.
—Somos los Hijos de la Tormenta —repitió Daruu, asintiendo—. , y su muerte no quedará impune. —El Hyūga suspiró—. Gracias por tenerme en cuenta, Shanise-sama. Y siento muchísimo no aceptar su ofrecimiento. Sea cual sea su decisión final, siempre estaré a su servicio, y al de toda la aldea.
Volvió a darse la vuelta. Para contemplar la villa una última vez desde allí arriba. Por ahora.
—Así que si alguna vez necesita ayuda o quiere mi opinión... —Iba a decir "si quiere mi consejo", pero sólo un necio ofrecería consejo a alguien como Shanise con su experiencia—[color=mediumseagreen[, no dude en llamarme. Vendré enseguida.[/color]
»Usted vio a Ayame, ¿verdad? —musitó—. Debería retirarme. Quiero contárselo. Quiero que sepa que seguiré a su lado. Y también a Kōri. Seguro que ambos se alegran. Aunque sea en el fondo —pensó, sobretodo, en el Hielo. No sabía cómo reaccionaría, pero sí sabía como se sentía. Le acogería con los brazos abiertos.
Daruu abrió los brazos.
»Permiso. —Sonrió.
Y se lanzó al vacío.
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Se dio cuenta de que estaba sonriendo por primera vez en muchos días al ver la llamativa despedida de Daruu, que se precipitó al vacío y desapareció entre la lluvia. Se quedó mirando al cielo, pensativa, durante unos momentos más. Desde luego, y en cierto modo como su madre, Daruu siempre había demostrado buena cabeza y resolución en los momentos importantes. Por eso lo había escogido como Kage. Y por eso, también, contaría con su opinión en fechas venideras.
Eso le recordaba una cosa. Tenía una noticia que dar, y una asamblea que invocar. Levantó el teléfono verde y dio un mensaje escueto. Levantó el rojo, y repitió el mismo.
Las fichas empezaban a moverse.
La guerra había empezado.
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