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Tras su enfrentamiento con Eri, el pobre Yotsuki apenas si había podido ingresar al hospital por su propio pie y con esporádicos temblores. Estaba tan apalizado que difícilmente podrías creer que él había ganado. Para más inri, el peor de los daños causados a su integridad física habían sido por su propia causa. Primero sacando cantidades excesivas de chakra de su cuerpo, y luego electrocutándose a él mismo. Casi parecía una burla cruel del destino que se terminó haciendo más daño a sí mismo que a su rival. "Pero que dura..." Rememoraba como le había propinado a la Uzumaki uno de sus mejores Lariat y ella se había recuperado tan pancha como si nada. "Por menos de eso le he roto la pierna a alguien." Pero ni la descarga a quemarropa había surtido efecto contra la Uzumaki. "Aunque no puedo quejarme. Después de todo parece que en la Primera División sólo hay jōnin o genin veteranos. Acusar de mi fracaso al emparejamiento sería mediocridad, porque significa que me tienen la suficiente fe para tenerme aquí en representación. Pero he ganado demasiado apretado, no estoy dando la talla como se debe." Suspiró.
Los médicos le revisaron. Las contusiones no eran demasiado leves y poco a poco el calambre iba a pasarse. El problema vino, cuando le tuvieron que revisar la espalda. No lo había pensado hasta entonces, hasta que la vio.
—No... — Abrió los ojos como platos. —¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!— Dijo totalmente desconsolado y devastado.
Entonces tomó entre sus brazos su chaqueta, dándose cuenta de que tenía una reverenda equis que la había terminado de rasgar. Ciertamente su gusto por la ropa lujosa no era muy compatible con el oficio shinobi, pero casi parecía echarse a llorar mientras sujetaba el cuero cortado.
—¡Kuchiuuuuuuuuuu! — Sollozó mientras se cernía sus ropajes pegados al pecho, aunque luego el médico tuvo que quitársela de las manos para poder vendarle los cortes de la espalda.
Al final se la devolvió y el genin sólo se quedaba viendo el destrozo, sentado en la cama.
Tenía intención de dormir, pero de pronto escuchó algo en los pasillos. Aparentemente habían ingresado inconsciente a otro de los participantes de la Primera División bastante herido tras perder el combate. Hubiese podido conciliar el sueño, hasta que a alguien se le escapó que se trataba de Tsukiyama Daigo.
No se lo pensó dos veces, o mejor dicho, no lo pensó. Salió disparado como una saeta de la cama, saliendo de la habitación y queriendo encontrarse con él. Pero se lo impidieron. Rogó todo lo posible, pero obviamente necesitaban atenderlo.
No le quedó de otra que acatar las órdenes y volver él mismo a su cama asignada a descansar.
Pasaría el tiempo, siendo que cuando finalmente Daigo recuperase la conciencia, él sería el primero en querer ir a verlo. "Tsukiyama..." Tocaría la puerta antes de entrar.
El Yotsuki no estaba demasiado mejor que él. Simplemente portaba los vendajes en brazos y torso, había guardado las gafas y la bandana en el portaobjetos. No estaba realmente seguro de que decir al entrar, o siquiera el por qué había ido tan desesperado a verlo.
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El charka verdoso destelló en el pie derecho del boxeador.
Datsue dio un paso.
El brillo viajó por toda la pierna, mientras empujaba; y pasó por su cadera, que empezó a girar, dándole fuerza.
El uzujin dio otro paso, Rasengan en mano y ocultando sus verdaderas intenciones hasta el último momento.
Desde su cadera, la luz pasó por su costado, justo cuando lo agarró de la chaqueta, y subió hasta su brazo. La técnica de Datsue se acercaba con velocidad hacia su pecho, pero el destello también era veloz.
Desde su brazo, la chispa de voluntad de Daigo aceleró y avanzó hasta su puño...
... que impactó con la fuerza de mil hombres en la mandíbula del Uchiha, pero él no se rendiría, Daigo tampoco.
Datsue volvió volando hasta el peliverde de forma sobrenatural para continuar con el combate, que fue largo y complicado. Un verdadero choque de voluntades que acabó con la victoria de la voluntad más fuerte.
La de Tsukiyama Daigo.
El Tigre se alzó victorioso, y respondió los aplausos del público con un rugido victorioso.
—ROOOOOOOooooaaaaaah... —el "rugido" se perdió rápidamente en un gritito agudo y muy bajito en cuanto se dio cuenta de que estaba en la cama de un hospital.
El rostro de Daigo enrojeció de pronto, avergonzado, aunque era complicado de ver entre tanto golpe y venda. Porque sí, el chico estaba destrozado. Tenía gran parte de su rostro vendado, así como la gran mayoría de su cuerpo quemado y golpeado. Roto y calcinado. Rōgalo probablemente lo pudo reconocer debajo de tanto vendaje porque ya sabía de antemano que estaba alí.
—¿King-san? —al menos había mejorado su pronunciación
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En otras circunstancias, quizá se hubiese reído; pero no ahí.
Daigo vería a un Rōga con las cejas arqueadas y sin su habitual sonrisa, aunque tampoco pareció mostrar sorpresa o reacción alguna ante el grito dado por su compañero.
"Aún tras tanto, ¿querías seguir peleando eh?" Se guardó eso para sí, no quería echarle sal a la herida de Daigo. Ciertamente el kusajin parecía más una momia desenterrada de algún sitio en el País del Viento, pero no podía echarle bronca por exigirse de más cuando el en su propio combate pensó y utilizó maniobras autodestructivas. Él hubiese hecho lo mismo de exigirse hasta el limite, pero la diferencia radicaba en las intenciones planteadas.
—Tsukiyama...— Dijo desanimado.
Le miró de arriba para abajo, no quería realmente imaginarse como sería sin las vendas. Él solía ser muy elocuente, pero después de mucho tiempo sentía que no sabía que decir. Más que la derrota de su rival, le preocupaba el deplorable estado en el que había acabado su viejo conocido.
—¿Por qué pasó esto?— Inquirió sin dar nada de contexto.
Hasta hace nada, no se había preocupado demasiado por las implicaciones del Torneo. La salida de Kusagakure de la Alianza tras la muerte del anterior Morikage. Quería pensar que ello no le iba a salpicar, pero ciertamente empezó a notar la saña en contra de Kusagakure, y eso le dolía. No quería pelear un evento que sirviese de eufemismo para el odio creciente.
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Había algo extraño en Rōga. No hablaba como usualmente lo hacía, y tampoco sonreía. Simplemente estaba ahí, mirándolo, desanimado.
Daigo ya se imaginaba que probablemente se debía al estado en el que se encontraba, aunque solo podía imaginárselo, porque por suerte no tenía un espejo a mano para verse la cara.
Miró sus manos. Estaban vendadas, pero por suerte todavía seguían ahí, igual que sus piernas. Suspiró aliviado y miró al Yotsuki. Él no parecía aliviado.
El peliverde sonrió. Le dolía muchísimo y le faltaba más de un diente, pero sonreía como siempre, aunque fuera un poco diferente.
—¿Esto? —preguntó—. No es nada, suele pasar. ¡Tendrías que haberme visto cuando acabó el anterior torneo!
Rio, esforzándose en convencer a Rōga de que estaba perfectamente, especialmente ahora que estaba comprendiendo que había perdido su combate.
¿O se intentaba convencer a sí mismo?
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Pero por mucho que él sonriese, no surtía efecto alguno en el joven Yotsuki, el cuál en lugar de aliviarse parecía enfurecer mientras iba apretando los dientes. "Idiota, idiota... IdiotaidiotaiodiotaidiotaidiotaIDIOTA."
—¡IDIOTA! — De pronto se puso de pie, agarró del hombro a Daigo con la zurda y alzó la mano diestra formando un puño. Y su mano voló hasta la cara del peliverde, pero se detuvo a escasos centímetros de su nariz mientras el amejin se mordía el labio. Ya estaba lo suficientemente herido para que él fuese quién terminase de rematarlo.
—¡Deja de tomarte esto a la ligera!— bajo la mano y le tomó por ambos hombros mientras bajaba la cabeza. —Escucha, yo también quería fingir que no pasaba nada entre las aldeas, que podía pelear este torneo por mí y por nadie más. Pero he escuchado a las enfermeras y médicos hablar. Esto no está bien, aparentemente le partieron la cabeza a Hanamura — Le soltó y alzó la vista. —Y luego estás tú hecho un desastre. ¿Qué garantía tienes de que no te hicieron esto adrede? — Respiraba algo agitado.
Ciertamente, temía. Temía que luego de los hechos en el torneo la relación entre las aldeas empeorase, y que de seguir así ya no pudiera ver de nuevo a sus amigos por las consecuencias que eso pudiese acarrear.
—Parece ser que incluso entre el publico se han ensañado a abuchear a cada quién que no le agrada... Esto no me gusta, no vale la pena competir en un torneo manchado —. Respiró hondo y volvió a dejarse caer en la silla de la lado. —Sé que querías ganar, de demostrarle a los demás de lo que eres capaz. Yo mismo deseo eso, ¿pero qué clase de mensaje estamos enviando? ¿Vas a matarte por esto?
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—¡IDIOTA!
—¿Qué...?
De un momento a otro, Rōga ya tenía agarrado el hombro del peliverde y a punto estuvo de tirarle los dientes que todavía le quedaban, pero por suerte se lo pensó en el último momento.
Estaba preocupado, realmente preocupado por lo que estaba sucediendo. Una vez más la relación entre las aldeas era complicada, incluso más que la primera vez que se vieron, si cabe, pues tarde o temprano probablemente debían verse como enemigos si todo empeoraba.
Cuando el Yotsuki le contó que escuchó que le hicieron mucho daño a Kazuma, y que quizá podría haber sido apropósito.
Daigo quiso negarlo enseguida, pero...
"¡A mí puedes llamarme… el Aplastakusareños!"
Eso sería...
"¡¡¡KINTUSGI!!!"
Un poco complicado.
—Yo... no creo que fuera apropósito —No quería creerlo, porque de ser así, habrían consecuencias—. E incluso si fuera así, nada me va a sacar del torneo.
Le mantuvo la mirada. Sabía que estaba preocupado por él, y por Kazuma, y seguramente por cualquier otro amigo Kusajin que tuviese. Daigo también lo estaba, pero este torneo significaba más que solo demostrar lo que era capaz de hacer, o mejor dicho, demostrar lo que era capaz significaba más que solo eso.
—No creo que suficiente como para que intenten lesionarnos apropósito, pero entiendo que mucha gente nos pueda odiar —apartó la mirada—. Quiero decir, antagonizar a los Jinchuuriki y abandonar la alizana en un momento como este... parece una locura.
Y lo era, casi tan grande como el hecho de que en el resto de aldeas quieran trabajar junto a los Bijuu.
«Pero aún así, los Jinchuuriki no tienen la culpa. Ellos son lo único que nos protege de los Bijuu... debe ser muy difícil».
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Rōga empezó a entrecerrar los ojos de forma peligroso ante las palabras de Daigo, apretando los puños y los dientes con fuerza. Era testarudo igual que él. Se estaba pensando en volver a darle el puñetazo de verdad, pero suspiró y haciendo gala de un gran autocontrol, suspiró y relajó su gesto. Tenía que controlar esa paranoia y efusividad suya en momentos como aquellos, pero eso no aliviaba en lo absoluto el pesar que quería encadenar dentro de su corazón.
—Hijo de puta, aprende que fingiendo que todo está bien en tu mundo no se arreglan las cosas, los demás nos preocupamos y sufrimos— Se llevó la mano a los ojos y se restregó el entrecejo. —¿Te digo la verdad? Tengo miedo, como pocas veces lo he tenido — Agachó la cabeza.
Hubo un silencio largo, se levantó con la mirada gacha y caminó hasta la ventana de la habitación, dándole la espalda a Daigo. Apoyó una mano en el marco, pero no levantaba la mirada.
—No quiero que Kusagakure decida de la nada decida hacerle nada a Aotsuki, pero tampoco quiero que la Alianza desborde odio hacia la Hierba. Pero aunque ni tú ni yo querramos un conflicto, temo que otros si lo hagan. Bájate de tu nube de optimismo por una vez en la vida y piensa en las consecuencias. Lo voy a dejar claro de una vez. Aún cuando tengo grandes amigos en Kusa, también los tengo en Ame y en Uzu...
Bajó la mano de pronto, levantó la cabeza, y poco a poco fue girando su cuello con mirada afilada hacia Daigo.
— ... Si alguien amenaza a Aotsuki, se las va a ver conmigo. Si tú tomas la decisión de obedecer a tu kage o lo que sea, lo entenderé... Sólo quiero que comprendas, lo terriblemente mal que me siento. En el fondo lo que yo más quiero es que tú tengas la razón, y que podamos estar unidos una vez más.
Volteó nuevamente a ver la ventana.
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Muy, muy lejos de calmar al Amejin, las palabras de Daigo parecieron enfurecerlo aún más. Haciendo que Rōga revelara el miedo que sentía. Tenía miedo de que alguien más decidiese hacer esto algo mucho más serio de lo que ya era, que alguien acabara atacando a otra persona y ya no hubiera vuelto atrás, o incluso que los chicos se vieran obligados a acabar con su rivalidad en una situación real ¿O estos eran los temores de Daigo?
—King-san...
El chico se limpió los ojos con el antebrazo y se levantó para situarse al lado de su amigos. Había quedado malherido y todavía le dolía caminar, pero sentía que tenía que hacerlo.
—Esa nube de optimismo está muy, muy arriba —miró a Rōga. Ya no sonreía. Ni quería volver a intentar forzarla como antes—, y yo en cambio estoy aquí abajo.
Hacía mucho tiempo, Daigo le había al amejin que todo estaría bien mientras todo el mundo empujara en la misma dirección. También le había dicho que todo el mundo formaba parte de lo mismo, que nadie sobraba y que no había una sola persona que quedara suelta.
—Yo... también tengo miedo. Sé que no le haré daño a nadie. Lo sé —dijo, pero aunque estaba convencido de lo que decía, sentía como si cada palabra que decía fuera una nueva mentira que añadir a una larga lista.
Al fin y al cabo hacía mucho que se había prometido que no le haría daño a nadie en su vida ninja, y aquí estaba él, seguro de que por mucho que vendara sus manos, todavía había sangre debajo.
»Pero me da miedo que alguien haga una locura, que ya no podamos volver atrás. Eso me da mucho miedo, porque no creo que pueda hacer nada al respecto si sucede.
Se sentía encadenado y no tenía muchas opciones para salir.
—Aún así, no puedo abandonar el torneo, King-san. Simplemente no puedo —suspiró y miró por la ventana—. Quizá lo único que pueda hacer en verdad es intentar tener una pelea honesta con mi oponente.
¿Acaso había algo que pudiera hacer?
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Rōga se metió las manos en los bolsillos, empezando a andar hasta la puerta sin voltear a ver a Daigo en ningún momento. Sentía algo de, decepción. En parte porque quizá esperaba escuchar alguna solución de su boca, pero se topó con el mismo muro de siempre: la resignación. Pero, él no iba a caer más en aquel cuento barato. Navegaría contra las corrientes en la más grande de las tempestades, porque él iba a conquistarla.
—Una vez recuerdo haberte dicho, que sí fuese tan fácil que todos entendieran y cooperasen, nadie iría a la guerra en primer lugar — Se detuvo enfrente de la cama del peliverde, pero su mirada seguía sin dirigirse hasta él. —No es sencillo, pero no es imposible — Se quedó en silencio unos segundos, pero su postura se mantenía firme y con la vista al frente. —Si algún día esperas cambiar a las personas, no pretendas que sea ganándote su respeto. Si algo pasa, los problemas están en nuestro presente y las decisiones las tomaremos en el momento. No dudes de lo que tengas que hacer cuando se dé la situación.
Caminó nuevamente hasta la puerta y la abrió, dispuesto a salir, pero sostuvo la puerta unos instantes.
—Quiero que al verme la espalda, las personas sepan que pueden confiar sus alegrías y sus tristezas en mí. Planeo cargar algún día con la gente de Amegakure, ¿pero cómo puedo aspirar a algo cómo eso si no puedo si quiera lidiar con mi presente? Aún con la incertidumbre que tengo ahora, quién no se preocupa por las pequeñas cosas no puede esperar liderar a su pueblo. No sé lo que haré, pero sé que no debo dudar cuando algo suceda— Se giró y le vió de reojo. —¿Realmente peleas por tu orgullo y porque quieres ayudar a la gente? ¿O para convencerte de que haces lo correcto?
Tras decir aquello, no hubo otra despedida. Simplemente, cerraría la puerta y se marcharía del sitio.
Caminaría fuera del hospital, prefería pasar el resto del tiempo en sus aposentos que en la camilla de un hospital.
"Lobo odia los malos presentimientos." Esperaba, estar equivocado esta vez.
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Cada palabra del Lobo hundía más y más al peliverde, que hacía tiempo que empezaba a tener más dudas que respuestas, y cada vez la diferencia en la balanza se iba haciando más y más grande.
Era como si en su corazón hubieran cien dudas distintas, pero tan solo una tenía respuesta.
No era imposible que todo el mundo cooperara, pero, ¿cómo? Si le llegaba el momento de tomar una decisión complicada, tenía que llevarla hasta el final sin arrepentirse o dudar, pero, ¿tomaría la decisión correcta? ¿Siquiera estaba en su mano decidir algo?
Rōga seguía hablando, y Daigo lo escuchaba, porque realmente no podía hacer otra cosa. Ahí estaba el Lobo totalmente dispuesto a echarse el mundo encima si hacía falta, mientras él se veía incapaz de responder.
—¿Realmente peleas por tu orgullo y porque quieres ayudar a la gente? ¿O para convencerte de que haces lo correcto?
Dos respuestas. La balanza se empezaba a nivelar, aunque fuera solo un poco.
Aún así, eso no impidió que Rōga cerrara la puerta, dejando a Daigo sólo con el silencio, y así podría haberse quedado perfectamente, pero entendió que no hacer nada también era hacer algo, y eso nunca le había dado resultados.
Algo había cambiado en el chico, que corrió hacia la puerta de la habitación y la abrió de golpe, apoyándose en su marco para aliviar el esfuerzo de mantenerse de pie.
—¡King-san! —Quiso llamar su atención—.Quiero hablar contigo, mañana.
Sonreía sin darse cuenta. Por más que se lo propusiera no podía evitar emocionarse cuando pensaba en ciertas cosas.
»¿vale?
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El cachorro de lobo se detuvo una vez que escucho al peliverde llamaele. Sí, ese que con todo y sus heridas se había levantado de su camilla para gritarle y no quedarse con la palabra en la boca. Aún estando de espaldas, el Yotsuki sonrió ensanchando su dentadura que parecía rebosar de colmillos. "You are talking my language now." Se dijo emocionado para sus adentros.
Se giró sobre sus talones un poco, volteó la cabeza y se inclinó un poco hacia atrás sin dejar de mostrar sus brillantes dientes y aquellos ojos dorados desafiantes que tanto le caracterizaban.
—Te estaré esperando en el Bosque Sesgado, a las dos de la tarde — Fue con esas palabras que selló el trato, indicando lugar y hora para reencontrarse.
Volvió a darse la vuelta, continuando con su camino para largarse de aquel lugar.
"El mundo no debe subestimarnos..."
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