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18/10/2017, 15:37
(Última modificación: 18/10/2017, 15:38 por Uchiha Akame.)
Akame caminaba a toda la velocidad que le permitían sus piernas, ya doloridas, y su maltrecho estado físico. Apenas hacía unos minutos que la ceremonia de toma de posesión del nuevo Uzukage, Sarutobi Hanabi, había tenido lugar. Una ceremonia —la tercera de este tipo que se celebraba en la Aldea Oculta del Remolino en el último año— que había puesto en el punto de mira de toda la Villa a los Hermanos del Desierto, entre otros. Una nueva era comenzaba en Uzushiogakure y ellos dos, como responsables directos, estaban en el ojo del huracán.
Nada más salir del Edificio del Uzukage, aquel gennin de pelo negro y largo y ojos cansados ya empezó a notar —y maldecir— los efectos de su fama. Todo el mundo le reconocía por la calle, y las miradas que le dirigían variaban tanto que iban de la admiración hasta el miedo, pasando por el agradecimiento, el desprecio y otros tantos. Akame, que siempre había perseguido la gloria para él y para su linaje —los Uchiha—, tenía ahora una percepción bien distinta de lo que suponía ser famoso.
Sea como fuere, nada de eso importaba más al joven shinobi que una cosa. O, más bien, una persona. «Por favor, que no le haya pasado nada... Por favor, Amaterasu...» El motivo por el que, al final, todo había acabado yéndose al diablo y Zoku volando por los aires convertido en una bola de fuego.
Su joven amada, Kageyama Koko.
Cuando Akame divisó a lo lejos la opulenta e inconfundible residencia de los Sakamoto, notó que el corazón se le aceleraba. Pese a haberse enfrentado a un Kage y llevar un bijuu dentro suya, el Uchiha todavía no tenía los arrestos necesarios para preguntar por Koko en la puerta principal. De modo que decidió dar un rodeo hacia la parte trasera, donde se encontraba la ventana de su amada. Tomó una piedra lo bastante pequeña como para no romper nada, pero lo suficientemente grande como para ser arrojada, y la lanzó contra el cristal de la ventana de Koko.
—¡Koko-chan! —exclamó, cauto, mirando de vez en cuando a izquierda y derecha.
Toda la aldea era un caos con el revuelo que se había formado. La gente corría en todas direcciones buscando algún lugar seguro tal vez, pero más de uno halló su final en aquella revuelta. Entre ellos, algunos de los integrantes del clan prestigioso, el cual se había atrincherado en la enorme mansión que tenían por residencia, en su momento majestuosa, pero que ahora parecía más bien un castillo antiguo y muy deteriorado. En cada muro podía apreciarse perfectamente unas marcas negras a causa de fuego, fuego apagado recientemente a juzgar por el humo que emanaba.
Uchiha Akame se dirigió hacia aquella edificación con la intención de reencontrarse con su amada pero… ¿Realmente había ido a por ella? Él sabía perfectamente que aquella joven había sido exiliada de los Sakamoto y obligada a irse. Incluso desde el primer momento la pecosa le había indicado que vivía justo a una puerta de Uchiha Datsue. A pesar de todo esto, Akame se dirigió a una ventana, la cual suponía era la de la habitación de Koko pero en su lugar fue una silueta completamente distinta la que se asomó.
Una mujer alta, esbelta, con un grueso mechón de cabello ocultándole el ojo derecho y un cuerpo exuberante. Las curvas de esta mujer se veían mucho más pronunciadas que las de la propia Kageyama, y es que esta fémina gozaba de varios años más y por ende su cuerpo había logrado desarrollarse en totalidad. Así mismo, el rostro de la mujer dejaba en evidencia que gozaba de mucha más experiencia al haber superado la veintena de años.
Lo más destacable de esta mujer sería que —a diferencia de la gran mayoría de Sakamotos—, esta mujer tenía una extensa cabellera lacia pero de color celeste, uno muy claro, pero se notaba fácilmente aquel matiz.
La mujer no parecía de buen humor, después de todo, habían tenido una lucha campal por sobrevivir y algunos de los suyos habían caído. Ella tan solo tenía algunas heridas superficiales, pero no por ello menos molestas.
—¿¡Quién and…!? —Ni bien se asomó y vio la figura del Uchiha, la mujer calló, su sorpresa fue enorme y al instante abrió la ventana y saltó al encuentro con aquel joven—. Tú… —murmuró, y con pulso tembloroso acercó sus manos al rostro del contrario para tomarlo con extrema delicadeza—. ¿Qué haces aquí? —preguntó finalmente.
Si Akame miraba en torno a la cintura de la mujer, podría distinguir la bandana que la distinguía como kunoichi de Uzushiogakure, además de un chaleco militar abierto en la parte frontal, pues aquella persona era una chuunin. Eso si es que se frenaba a mirar eso y no las curvas de la fémina o las diez espadas que llevaba amarradas a lo largo del cuerpo.
Pero la situación no daba lugar a que se quedasen allí afuera hablando pacíficamente, ni siquiera se podía estar segura de que ningún soldado de Zoku atacaría a traición allí mismo.
—Tienes que entrar, tienes que hablar con el viejo —le dijo finalmente, recuperándose de la sorpresa de haberse encontrado con aquel a quien pronto llamarían héroe.
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Cuál sería la sorpresa de Akame al darse cuenta de que, en su enajenamiento, sus pasos le habían llevado hasta la residencia de los Sakamoto... Donde, obviamente, no estaba Koko. O no debía estar. «Claro, joder, ¿cómo he podido ser tan idiota?» Por un momento le invadió la impaciencia y quiso salir corriendo en dirección contraria, hacia la zona de apartamentos donde vivía su amada.
Pero algo se lo impidió. O, más bien, alguien. Era una mujer que había pasado ya la veintena, con atuendo ninja, muchas espadas y un chaleco de chuunin. «Supongo que debe ser alguna de las hermanas de Koko...» Antes de que el Uchiha pudiera pensar en alguna excusa lo bastante delicada como para irse de allí, la otra le agarró, reconociéndole al instante.
—Pues verá, eh, yo... —masculló.
«¿¡Y ahora qué demonios hago!?»
No había escapatoria. Pese a que él, en ese momento, era uno de los jinchuurikis de Uzushiogakure y uno de los Hermanos del Desierto, los Asesinos de Zoku, los Héroes de Uzu... Ninguno de esos títulos, ni cualquier otro que se pudiera inventar, iban a servirle para nada. «Pues no me siento como un maldito héroe...»
Abatido, agachó la cabeza y siguió a la mujer.
—Sí, chuunin-dono. Pero por favor, que sea rápido. Tengo asuntos pendientes —terminó por decir.
Antes de comenzar la marcha, la mujer miró en todas direcciones posibles para asegurarse de que ninguna figura sospechosa se les acercaría mientras guiaba al Uchiha al interior de la residencia. Al no vislumbrar a nadie, comenzó a caminar rodeando los bastos jardines ahora repletos de cenizas y madera quemada.
—Será un momento, quiere expresarte la gratitud de todo el clan por haberte encargado de Zoku y también, probablemente, te diga algo más —le decía la mujer que a pesar de estar con la guardia en alto, seguía caminando con suma elegancia—. Por cierto, ¿viniste buscando a Koko? ¿La de ojos bicolor y pecas? —preguntó sin parar la marcha.
Al cabo de unos minutos llegarían a una de las puertas laterales de la residencia, donde había un par de fortachones, rubios y de ojos claros, armados con Ōnaginatas. Cualquiera entendería que aquellos dos personajes estaban ejerciendo el papel de guardias aunque al estar Akame acompañado de aquella fémina le permitieron el ingreso sin siquiera dirigirle la mirada.
El interior de la vivienda estaba algo deteriorado, el fuego había llegado también a los pasillos externos pero había varias personas yendo y viniendo de un lado a otro, en mayoría ataviados con un conjunto de meseros y criadas. Ni bien veían al chico que acompañaba a la peli-celeste le clavaban la mirada con sumo interés, pero ninguno le dirigió la palabra.
—Créeme que valdrá la pena —afirmó la mujer con una media sonrisa.
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Akame se relajó un momento cuando la chuunin le aseguró que sólo querían agradecerle por haber acabado con Zoku. Sin embargo, pronto se recordó a sí mismo que ya le habían engañado suficientes veces para toda una vida. Alerta y sin fiarse ni por asomo de aquella mujer, el Uchiha la siguió por los pasillos de la maltrecha mansión.
«Aquí se ha librado toda una batalla campal...» Y no era para menos. Paredes destrozadas, marcas de incendios y demás salpicaban el paisaje. «Menos mal que Koko-chan no vive aquí, por todos los dioses», suspiró con alivio Akame.
Al pasar junto a unos guardias de semblante serio Akame notó cómo se le tensaban todos los músculos del cuerpo. «¿Y si todo esto es una trampa? ¿Qué garantías tengo de que esta mujer sea quien dice ser? Maldición...»
Sea como fuere, no tenía mucho margen de maniobra.
A medida que los dos shinobis seguían la marcha hacia el interior del edificio, podrían apreciar como los muros iban mejorando en estado, dando a entender que aquellos que atacaron no habían podido internarse en lo más profundo de la residencia. Lo que también podría significar que el clan Sakamoto había hecho un excelente trabajo a la hora de suprimir a los atacantes, aunque obviamente podría ser mejor si todos fueran shinobis allí.
A estas alturas, el silencio comenzaba a molestar un poco a la peli-celeste, no estaba acostumbrada a tratar con un hombre y que este no reaccionase de ninguna manera a pesar de todo. Ni por la cantidad de espadas que llevaba consigo ni por la supuesta belleza de la que gozaba, ni siquiera por las dimensiones de lo que vendrían siendo sus ”encantos femeninos”.
—¿No dirás nada? —preguntó mirándole apenas de reojo por encima del hombro.
Pero por suerte para todos, en un cruce se toparon con dos personas más. Una cargaba a la otra a caballito y Akame podría recordar a ambas personas probablemente.
—¡Akame! —exclamó alegremente aquella que estaba siendo llevada.
—Hey, tanto tiempo —dijo con una sonrisa cordial la segunda persona, quien iba ataviada con un uniforme de criada.
Aquellas dos eran Noemi y Maki, la segunda cargando a la primera. Maki era la misma sirvienta que Noemi había llevado a aquel encuentro en el país del fuego, donde se habían topado con otro shinobi de Uzushiogakure y también con uno azulado de Amegakure.
En cualquier caso, la chuunin les dirigió una mirada curiosa. No estaba enterada de que aquellas dos pudieran conocer al chico, pero así lo demostraban.
—Vengan ustedes también —les dijo sin más, probablemente para hacer algo más ameno el trayecto para el Uchiha.
Y una vez más, el grupo ahora conformado de cuatro personas siguió la marcha.
—¿A qué viniste? —preguntó curiosa la rubia Sakamoto.
Puede que la presencia de aquellas dos tranquilizase un poco al chico, después de todo, ya había trabajado con ambas en algún momento.
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Akame caminaba tan absorto en sus propios pensamientos —nada amables consigo mismo— que la pregunta de aquella chuunin le cogió desprevenido. «¿Y qué demonios espera que diga?», se cuestionó el chico. Como solía hacer cuando no tenía una respuesta clara, cerró la boca y siguió adelante.
Al poco dos caras conocidas se cruzaron en su camino, y Akame no tardó en reconocerlas.
—Noemi-san, Maki-san —saludó, escueto, con una pronunciada reverencia.
En aquel momento tenía cosas mucho más acuciantes en las que pensar; por ejemplo, en si Koko estaría a salvo. «¿Y si han descubierto donde vive y han ido a por ella? Esta mansión es una maldita fortaleza, pero allí en el apartamento de Koko-chan... Mierda, tengo que librarme de esta gente cuanto antes. ¡Debo ir a comprobar que está bien!»
Pese a todo el muchacho debía aparentar normalidad, de modo que cuando Noemi le preguntó por el motivo de su visita, tuvo que soltarle la excusa que había estado madurando durante el camino. Como siempre decía su Hermano Datsue, las mejores mentiras debían llevar algo de verdad.
—Volvía a casa después de la ceremonia de toma de poder de Sarutobi-sama y pensé en pasar por aquí... Para comprobar que todos estuvieran bien. Ha sido una noche difícil... —agregó—. Por cierto, Noemi-san, eh... ¿Koko-san no estará por aquí?
El Uchiha no parecía feliz de toparse con aquellas dos, a diferencia de ellas que por lo menos sonrieron al verle. Él en cambio simplemente las nombró y les dedicó una reverencia. No hizo más, no se preocupó por preguntarles sobre su condición ni nada similar, siquiera pareció alarmado de verla a Noemi carente de dos extremidades.
De cualquier modo, todos ya estaban avanzando por los pasillos y pronto llegarían, aunque tenían tiempo de responder a las dudas de Akame.
—Ya veo —respondió la rubia, tomándole la palabra perfectamente—. No, Koko no estaba aquí, pero no te preocupes, ni bien comenzó el lío aquí dos de mis hermanos salieron a buscarla —le aseguró muy tranquila al respecto.
Tenía buenos motivos para estar tan tranquila, y es que los dos que fueron a buscarla eran jounins, y de los mejores del clan así que había buenas razones para que pudiera estarse tranquila.
—No han regresado, pero enviaron un mensaje, los tres están bien —afirmó la chuunin, justo antes de frenarse en seco delante de una puerta de doble hoja bastante pretenciosa—. Llegamos.
Tras decir aquello, la peli-celeste abrió las puertas e ingresó primera a la nueva habitación. Del otro lado se podía apreciar una especie de estudio. Había un escritorio hasta el otro lado de la habitación, unas bibliotecas repletas de libros y un par de muebles más, incluyendo una pecera a un lado. Lo más llamativo de aquel ambiente seguramente sería un ataúd, uno ubicado en uno de los laterales. Por otra parte, sentado delante del escritorio se hallaba un hombre, alguien de músculos muy marcados, cabello largo y canoso con barba y bigotes sumamente abundantes.
El rostro de aquel hombre dejaba en claro que ya había superado los sesenta años. El rostro lleno de arrugas, ojos pequeños y rebosantes de experiencia, nariz torcida, dando a entender que en algún momento de su vida se la habían partido y una cicatriz en la frente, bastante pequeña si vamos al caso.
En cuanto las jóvenes Sakamoto ingresaron a la habitación se hicieron a un lado, la peli-celeste se ubicó al lado derecho de la puerta y tanto Maki como Noemi al lado izquierdo.
—Ha venido Uchiha Akame —dijo la mayor.
El anciano alzó la vista, con un destello en la mirada. Quería ver con sus propios ojos a aquel que había incinerado a Zoku y gracias al cual el ataque a la residencia había cedido.
—Así que… Tú eres uno de los hermanos del desierto —diría con voz serena mientras se ponía de pie.
El hombretón rodeó el escritorio y se acercó al Uchiha, le miró con suma atención, lo analizó de pies a cabeza y se llevó una mano al mentón.
—Más joven de lo que esperaba, pero un héroe es un héroe —diría antes de retroceder unos pasos para luego…
Arrodillarse ante Uchiha Akame.
Al ver semejante acción, las tres féminas allí presentes hicieron lo propio, Noemi precisó algo de ayuda de Maki pero al final se hallaron todas en la misma postura.
—El clan Sakamoto está en deuda contigo, Uchiha, de no ser por ti probablemente tendríamos que haber abandonado la aldea y habríamos sido tachados de traidores —decía el anciano con serenidad—. Si hay algo en lo que podamos ayudarte alguna vez, solo dilo y enviaré a tantos soldados como sean necesarios para conseguir lo que necesites.
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Las palabras de Noemi tranquilizaron ligeramente al joven Uchiha, que suspiró con cierto alivio. Más todavía agradeció el hecho de que la lisiada no quisiera indagar más en el motivo de aquella repentina preocupación por parte de Akame; «supongo que ya se imagina por qué... Noemi siempre fue muy lista», razonó para sí el muchacho. Luego la chuunin de melena azulada confirmó que tanto Koko como los dos hermanos que habían ido a protegerla estaban bien, y Akame notó cómo finalmente aquel peso se aliviaba de sus hombros.
Luego escuchó una risa burlona y lejana, y se le volvió a erizar el pelo de la nuca.
Cuando por fin llegaron a su destino, Akame se detuvo un momento a admirar la opulencia con la que vivían los Sakamoto. Para él, que venía de las calles de Tanzaku, aquello era obsceno, casi insultante.
Capturó la mirada del anciano cuando la chuunin le presentó, y la mantuvo como hipnotizado. Los ojos de aquel hombre transmitían la experiencia de los años. Cuando se le acercó, el Uchiha estuvo tentado de retroceder un paso, pero se mantuvo firme... Hasta que todos se arrodillaron.
«¿Qué significa esto...?»
Akame los miró a todos, anonadado, y sus ojos negros buscaron inconscientemente a alguien junto a él, o detrás. Fue un reflejo instintivo de alguien incapaz de creer que otras personas pudieran profesarle tal gratitud. Le invadió una sensación de vértigo terrible, y al momento se agachó junto al anciano.
—Por favor, Sakamoto-dono, levántese... Yo... Yo... —balbuceó, apurado—. Agradezco sus palabras, pero... Yo sólo... Sólo hice lo que debía hacer.
Y allí estaba Uchiha Akame, rodeado de personas arrodilladas, entre ellos dos superiores en rango que él, una chuunin a su derecha y un jounin justo delante suyo a unos metros. Sin mencionar que a su izquierda se encontraba una exkunoichi que a pesar de haber dimitido siguió entrenándose y una criada, que cualquiera podría llegar a catalogar como una genin o tal vez incluso una chuunin por sus capacidades.
Todo eso sin mencionar la infinidad de soldados que recorren los pasillos de la residencia, todos y cada uno de ellos de haber estado presentes también se hubiesen puesto de rodillas ante el chico. Todos con más o menos experiencia, pero con buenas habilidades en combate o de lo contrario la mansión hubiese sido destruida completamente ante el ataque.
—Hiciste… Lo que debías… —repitió en voz baja mientras se levantaba lentamente—. Bueno, podría decirse que es cierto, matar a aquel que mató a tu kage en lugar de aceptarle como líder es lo más sensato.
Con aquello el anciano pretendía restarle importancia al asunto, después de todo había notado la incomodidad de parte del genin. Incluso se dio el lujo de soltar una breve risa por si eso ayudaba un poco.
—Sostengo lo que dije, si algún día necesitas algo, por mínimo que sea, solo dinos. Avisaré a todos en el clan para que sepan que han de escucharte.
Al terminar aquella frase, el hombre dirigió su mirada a la mujer de cabellos celestes y esta tras asentir, desapareció en una pequeña nube de electricidad. Un sunshin con un toque personal en realidad.
Luego de que la electricidad desapareció completamente, el anciano se giró y se dirigió una vez más al escritorio. Mientras que Maki se levantaba para luego ayudar a Noemi a hacer lo mismo.
—Con eso he cumplido con mi capricho de viejo. Lamento haber consumido de tu tiempo —afirmó con una afable sonrisa en el rostro, tras haberse volteado para mirar nuevamente al Uchiha—. Te libero ya, siéntete libre de recorrer la residencia o de hacer las preguntas que consideres necesarias, Maki y Noemi se quedarán contigo para asegurarse de poder atender tus necesidades. Ha sido un placer hablar contigo.
Con eso dicho, el hombre rodeó el escritorio y se dispuso a seguir con su trabajo, un pilar de papeles que parecían llenos de textos aburridos.
Para este momento, las féminas a la izquierda de Akame ya estarían listas para partir, obviamente la criada estaba cargando a la Sakamoto a caballito.
—Cuando quieras —le indicó una sonriente Noemi.
La criada no pronunció ni una palabra, pero por su alegre semblante podía deducirse que también estaba lista para marchar.
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El Uchiha quiso contestar, corregir las palabras del anciano; pero sus labios se mantuvieron cerrados. Presentía que si hablaba más de lo que debía, no haría ningún bien. ¿Un Kage por otro? Para él nunca se había tratado de eso, sino de una muchacha rubia y con el rostro surcado de pecas. «Una persona a la que todos estos repudiaron», pensó Akame con amargura. El cincuenta porciento de los motivos que habían hecho que Zoku muriese asesinado en su propia casa eran una chica a la que su propia familia no tenía en consideración.
«Qué ironía...»
Sea como fuere, el anciano se puso por fin de pie y le expresó a Akame nuevamente su gratitud. Él correspondió con una inclinación de cabeza, sintiéndose todavía raro mientras aquella escalofriante risa retumbaba otra vez en sus oídos.
Luego todos se retiraron, menos Noemi y Maki. Una a caballo de la otra, se ofrecieron para acompañarle en la mansión. Akame negó con la cabeza, porque sus pensamientos estaban ahora puestos en su objetivo más acuciante; ver a Koko. De modo que, sin querer sonar descortés ni tampoco descubrir en exceso sus verdaderas intenciones, el Uchiha se limitó a disculparse.
—Gracias, Noemi-san, Maki-san... Pero creo que debo irme —afirmó—. Tengo... Algunos asuntos más que resolver.
Esperaba que fuese suficiente para que las chicas le mostraran la salida y poder ir por fin a casa de Koko. A su actual casa.
Ironías… Ironías que probablemente Akame se quitaría de la cabeza si hubiese prestado algo más de atención a su entorno. Pero poco importaba, pronto se enteraría por otros medios.
En su lugar, decidió que lo mejor era retirarse de la residencia, pedirles a las dos féminas que allí estaban para que le guiasen hasta la salida, cosa sencilla para ellas pero que probablemente para Akame por sus propios medios podría resultarle un poco complicado por la infinidad de pasillos que había en esa residencia.
—Entiendo —respondió, con una sonrisilla algo burlona en el rostro.
Sabía que se iba a buscar a Koko, y sabía también lo que probablemente terminarían haciendo y con la sonrisa pretendía dejarle en claro que lo sabía. Aunque sin ánimos de ofender ni tampoco molestar.
—Vamos entonces —dijo la criada mientras dirigía la marcha, porque de otra no le quedaba.
Estarían recorriendo los mismos pasillos de hace un momento, en sentido contrario, aunque algo más lento porque la que ahora dirigía la marcha podía darse el lujo de hacerlo así. Probablemente esperaba que la comprendiesen ya que no solo tenía que lidiar con su propio peso sino también con el de la Sakamoto que tenía a la espalda.
—Si algún día vuelve por aquí estaré encantada de guiarle —le dijo cortésmente a Akame.
Aunque probablemente eso significaría que Noemi también estaría allí.
Pero en cualquier caso, pronto estarían fuera de la residencia y el Uchiha sería libre de hacer lo que quisiera.
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Akame agradeció la ayuda de las dos mujeres para salir de aquella gigantesca vivienda que era la Mansión Sakamoto. Cuando por fin alcanzó la calle el viento frío de Otoño le sacudió la coleta y le obligó a cubrirse la garganta con el cuello de su camisa. Echó una última mirada atrás, a la residencia de una de las familias nobles más poderosas de Uzu —y con cuya gratitud ahora contaba— y se despidió de las chicas con una inclinación de cabeza.
Desde allí tenía claro a dónde ir; el apartamento de Koko no estaba en realidad demasiado lejos del suyo propio, de modo que tomó la calle en dirección al barrio residencial y apuró el paso.
No tardaron prácticamente nada en salir de la residencia y Akame al instante se despidió de ambas sin darles oportunidad de decir más nada.
—¿Siempre fue así? —preguntó la criada antes de regresar al interior de la mansión.
—Cuando se le mete una idea en la cabeza sí —respondió la lisiada.
Y así fue como el Uchiha se dirigió hacia lo que vendría siendo el departamento de Koko. Estaba lejos, es cierto, pero mientras nadie le interrumpiese el paso no debería tardar demasiado en llegar.
Por el momento así parecía ser, nadie le interrumpiría, nadie en toda la calle parecía dispuesto a interponerse en el camino del shinobi, aunque sí le reconocían, algunos llegaban a gritarle alguna que otra cosa, usualmente para expresar agradecimiento por lo sucedido y algunos otros… Bueno, probablemente habrían estado de acuerdo con Zoku.
Lo importante es que nadie lo molestó. Ni siquiera el pequeño cocodrilo que pasó corriendo a gran velocidad a su lado. Un animal de un largo que apenas superaría los veinte centímetros, lo que daba que pensar que tal vez se trataría de una cría, pero este llevaba algo a la espalda, un pergamino.
El animal iba en la misma dirección que el Uchiha, o… ¿tal vez giraría en algún momento?
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Sumido en sus pensamientos, lo único que perturbó el silencioso caminar de Akame fue un lagarto verdoso, de grandes fauces y patas cortas que sin embargo le permitían correr a una velocidad nada despreciable. El Uchiha se lo quedó mirando con cierto interés, pues aquella clase de fauna no era común en la Aldea. «¿Es un... Cocodrilo? ¿Y lleva un pergamino? Debe ser una invocación entonces...» Era la respuesta más factible.
Sea como fuere, el gennin no se detendría hasta llegar al edificio donde vivía su amada. Subió las escaleras de dos en dos mientras notaba cómo su corazón se aceleraba con cada paso. Incluso aunque le habían asegurado que Koko estaba bien, el Uchiha no estaría completamente tranquilo hasta que no la viese con sus propios ojos. Tenía que comprobarlo; que no estaba muerta. Que no había sido incinerada por un Katon, o linchada por una multitud... Como en sus pesadillas.
Una vez ante la puerta, con el pecho hinchándose rápidamente por su respiración acelerada, el rostro surcado de gotas de sudor y los ojos desencajados de temor, Akame golpeó varias veces la puerta del apartamento.
—¿Koko-chan, estás ahí?
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