Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
La luna, tímida, empezó a asomarse entre las nubes.
—Eres joven, pero tus palabras son sabias, Daigo —le reconoció, todavía sin abrir los ojos. Respiraba de forma profunda, tan relajado que parecía que iba a quedarse dormido—. Necesitarás a todo tipo de amigos. Pero también a los grandes. A los poderosos. A los que son capaces de construir puentes y cambiar el curso de un río. ¿Tienes de esos? —quiso saber.
— Gracias, Barduck. —Respondió Daigo a sus elogios.
Daigo también decidió relajarse, apoyado en la orilla mientras contemplaba la luna. Barduck le hizo una pregunta interesante. Una que no se había hecho hasta ahora. Tenía muchos amigos, sí, algunos muy cercanos, pero ¿Tenía amigos poderosos?
Tuvo que negar con la cabeza.
— No. Todavía no.
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
—La luna… —dijo, encontrándosela por sorpresa en cielo abierto. Llena y resplandeciente—. Está preciosa…
Sus ojos negros se tornaron rojos. No como un Sharingan, donde la pupila permanecía negra y la esclerótica blanca. Todo su ojo se volvió rojo. Su pecho empezó a palpitar, de forma tan exagerada que parecía que su corazón fuese a salírsele del pecho. Sus músculos se hipertrofiaron de manera dantesca. Su rostro se volvió más fiero, menos humano, más bestia.
El agua del lago empezó a desbordarse. Baruck crecía. Crecía y crecía hasta convertirse en un gorila gigantesco. Debía medir al menos veinte metros. Señaló a Daigo con un dedo.
—¿¡Estás insinuando que no soy poderoso!? —le escupió, con voz gutural—. ¡Voy a aplastarte como a un insecto por tal osadía!
Cerró los dedos en un puño, tan pesado y poderoso como el de una piedra lanzada por una catapulta de guerra. Lo dejó caer sobre Daigo y…
… lo detuvo en el último momento.
—¡JAJAJA! ¡Es broma, pequeñín! —Baruck rio, formó un sello de mano, y poco a poco volvió a su estado pequeño—. Todavía no somos amigos. Pero quizá podamos ser aliados. Odio la guerra, kusajin. Mata a los mejores y emponzoña el alma de los que sobreviven. He perdido a mis mejores amigos en nuestra lucha contra los leopardos. ¿Y todo para qué?
Su cuerpo terminó por volver a la normalidad. El agua bajó de nivel.
—Pero, ¿cómo vas a luchar por la paz de todos cuando perteneces a un bando tan marcado, Daigo? ¿Cómo vas a luchar por los intereses de todos cuando primero has de anteponer los de Kusagakure? ¿Cómo vas a frenar una batalla cuando tu Kage te envía a luchar en ella? ¿Es acaso compatible tu objetivo con la placa que portas? Kenzou también quería la paz para sí, pero a costa de hundirnos al resto en un pozo de mierda y sangre.
Por primera vez en toda la conversación, Barduck abrió los ojos y dirigió la mirada directamente a la luna. Como si fuese un guerrero del espacio, todo su cuerpo empezó a mutar poco a poco. Primero fueron sus ojos, que se tornaron completamente rojos; luego su pecho, que empezó a palpitar con fuerza y por último todo su cuerpo que empezó a crecer y a crecer hasta convertirlo en un gigante.
— ¿¡Pero qué...!?
Daigo empezó a retroceder, sorprendido, mientras Baruck lo señalaba con el dedo y se protegió con los brazos cuando dejó caer su puño sobre él. ¿¡Qué coño estaba pasando!? ¿¡Por qué estaba tan enfadado!? Toda su mente empezó a correr a toda velocidad mientras pensaba en cómo saldría de aquella y qué haría después.
Pero nada de eso hizo falta. Baruck no estaba enfadado, solo le estaba gastando una broma de la que Daigo tardó varios segundos en recomponerse.
Mientras Daigo recuperaba el aliento, Baruck le habló de lo mucho que odiaba la guerra a la vez que dejaba caer que quizás podrían ser aliado. Luego le hizo otra buena pregunta, una que esta vez Daigo sí que se había a sí mismo antes, pero a la que nunca le había encontrado respuesta.
— No lo sé. —Confesó—. No sé qué haría si Kintsugi-sama me ordenarse pelear, ni si tuviese que decidir entre el bien de Kusagakure y el de los demás, pero sé que Kusagakure es mi familia y que amo Ōnindo. Encontraré las soluciones a los problemas uno a la vez y si mi placa no es compatible con mi objetivo... cambiaré lo que significa la placa.
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
—Para hacer algo así se necesitar ser muy fuerte. De aquí —dijo, señalándose el bíceps prominente—. De aquí —dijo, apuntando al corazón—. De aquí —finalizó, apuntándose en la sien—. Y sé que eres fuerte, Daigo. De lo contrario, el Rey Kong y Kenzou jamás se hubiesen planteado ofrecerte firmar el Pergamino. Salvaste a Hanrei, y me gusta tu forma de pensar. Quizá me retracte en público, y te ofrezca yo mismo la firma algún día. O quizá lo haga el Rey Hermoso en su vuelta. Pero…
Baruck chasqueó la lengua.
—He hablado con los curanderos que te han visto. Ninguno me ha dado buenas noticias respecto a tu cadera, chico. Este lago tiene propiedades curativas, pero no hace milagros. Ninguno piensa que puedas volver a caminar con soltura, por mucha rehabilitación que hagas. Ya no digo correr.
Era imposible que Baruck o el Rey Hermoso le ofreciesen la firma en tales condiciones. Todo el clan gorila lo vería como una muestra de debilidad.
—Debes replantear tu camino, Daigo. Llegaste hasta aquí con la fuerza de tus puños, según he oído. Pero quizá ya no baste con eso. Sin movilidad, tus golpes no acertarán. En espacios abiertos, tu taijutsu es irrelevante. Pero es posible que…
»Escucha, Daigo. Existe una técnica ancestral capaz de fortalecer tu cuerpo más allá de sus límites naturales. Tus taijutsus se volverían más fuertes. Te haría más ágil, más resistente, menos vulnerable a los Genjutsus. Te haría ser capaz de ejecutar cosas difíciles de imaginar siquiera. Me han dicho que te gusta meditar. Esta técnica, Daigo, consiste en eso. En emplear tu energía física, pero también la de la naturaleza, en un perfecto balance. Armonía. Paz. Un nuevo camino.
»Sigo sin creer en el destino, pero tu estadía aquí puede servir para muchas cosas, a ti y a mí. Dime, ¿conoces el noble arte del Senjutsu? Podríamos enseñártelo, Daigo. No voy a engañarte, es difícil de aprender. Peligroso incluso. Mortal. Probablemente tuvieses que rehacerte como ninja, olvidar parte de lo que has aprendido. Te convertirías en un nuevo ninja. No sé si mejor que tu anterior versión, pero sin duda distinto. Renacerías.
»¿Quieres renacer, Daigo?
Te ofrezco la Especialidad Senjutsu como Botín. Habría que negociar cuantos puntos te dejamos reespecializar de una sola tacada (teniendo en cuenta que vas a pasar mucho tiempo on-rol aquí y tiene sentido que no sigas la regla de 5 puntos por mes). Ya sé que tienes sustitución de Taijutsu, que cuenta como una especialidad aparte. Habría que hablarlo. Esto, en el caso de que aceptes la propuesta de Baruck, claro.
10/03/2023, 13:22 (Última modificación: 10/03/2023, 13:23 por Tsukiyama Daigo.)
Daigo apretó los dientes, frustrado al escuchar las malas noticias. Ya era un milagro que pudiese andar si quiera. Joder. Ya era un milagro que estuviese vivo. Llevaba ya dos milagros en menos de un mes. ¿Cuántos más le quedarían? Quizás sí que era momento de replantearse su camino, o al menos de tener un plan B por si no se recuperaba.
Entonces, antes de que Daigo pudiese empezar a considerar siquiera sus opciones, el gorila le propuso una oferta difícil de rechazar. Le habló del noble arte del Senjutsu. Un arte con la que Daigo estaba ligeramente familiarizado, pues su amigo, Yota, era un especialista en esta. Baruck le habló de lo peligroso que era aprender la técnica, que podría ser incluso mortal, pero Daigo ya había burlado a la muerte incontables veces. Esta solo sería una vez más.
— Renacer ¿eh?
Daigo levantó la mirada a la luna mientras se decidía. Aprender Senjutsu era peligroso y costoso, pero por otro lado quizás era justo lo que necesita. No necesariamente el poder del arte, sino un nuevo camino. Un camino de armonía. De paz.
Sí. Eso era justo lo que necesitaba.
— Sí... puedo hacerlo. —Dijo, y devolvió la mirada a Baruck. Estaba decidido: aprendería Senjutsu—. ¿Puedo contar contigo para que me enseñes cómo, Baruck?
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
—Te ayudaré… y con tu nueva fuerza, nos ayudarás a alcanzar la paz con los leopardos.
Extendió su brazo y entrechocó sus nudillos con los de Daigo. Así sellaban los acuerdos en aquel Dominio, y valía tanto o más que una firma de sangre.
El tiempo voló, y los meses pasaron como páginas de un libro adictivo. Daigo no volvió a escuchar a Eri por el sello de comunicación. En algún punto, justo después de escuchar que parecían haber salido de la capital sanas y a salva, no volvió a responder a sus llamadas. Su sello se mantuvo ahí por un tiempo, en un silencio fúnebre, hasta que también terminó por borrarse como la tinta de un papel mojado.
El cuerpo de Daigo fue sanando, sus piernas, no demasiado. Por muchas aguas benditas, por muchos ejercicios, por mucho que lo intentase, jamás se recuperaron por completo. Había perdido sensibilidad en ellas. Fuerza. Destreza. Agilidad. Jamás volvería a ser el mismo. Pero con la ayuda de Baruck, Junrei y Hanrei, ganó otra cosa. Dos cosas.
Amistades poderosas y…
En cuanto Daigo salga del Dominio, lo hará con la firma de la Familia de los Gorilas, que le permite invocar cualquier animal de dicha familia. Además, como Botín especial por haber sobrevivido a este enorme arco, y tras la oferta de Baruck, se ha ganado lo siguiente:
¤ El último legado de Moyashi Kenzou (Botín)
Gracias a los meses de entrenamiento exhaustivo en el Dominio de los Gorilas, y enseñado por la propia Familia Animal Shinobi, Daigo aprendió la técnica Fukanzen no Sennin Mōdo. Además, cuando alcance el nivel 30, si justifica en su historia que ha estado entrenando y hospedándose habitualmente en el Dominio de los gorilas durante todo este tiempo, conseguirá aprender el Sennin Mōdo. Este Botín no otorga la habilidad, sin embargo, de desarrollar evolutivas de Senjutsu.
— Sí... ¡por la paz! —Y chocó su puño con el de Baruck, sellando su hermandad.
A partir de ese día, el tiempo pasó volando. Los días, las semanas y los meses vinieron y se fueron tan rápido como una hora en la que te lo estás pasando bien. Cada día se esforzaba en recuperarse, en rehabilitarse. En renacer. No fue fácil. Aunque estaba preparado para seguir, sus pies ya estaban cubiertos de demasiada sangre y demasiada arena y no había cantidad de agua bendita en el mundo que los pudiese limpiar. Allá donde fuese, su camino estaba manchado, pero no se podía detener, o se acabaría hundiendo en todo el barro que traía consigo.
Meses más tarde, finalmente, Daigo salió de las tierras de los gorilas como un hombre nuevo. No se había quedado para aprender todo lo que tenían que enseñarle. Ni siquiera se había quedado hasta recuperarse del todo. En cuanto consiguieron resolver la guerra con los leopardos emprendió de nuevo su viaje, aunque sus pies no lo llevarían a casa, no. Antes tenía algo que hacer.
— Espero que estés bien... —Dijo, planteándose frente a aquellas puertas por primera vez en su vida—. Eri-san.
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!