14/04/2016, 20:39
Una carta… Por primera vez en su existencia una carta había llegado a la casa de Ritsuko amarrada a la pata de un cuervo de brillante plumaje que siquiera le tomó demasiada importancia a la kunoichi. Ese trozo de papel expresaba los deseos de una persona que ella al menos reconocía perfectamente por la manera de expresarse. - Reiji… - Susurró para si misma, aunque nadie la escucharía en casa.
Demasiado el tiempo que había pasado desde el encuentro con ese shinobi, el que le había regalado ese colgante que llevaba en todo momento de su vida incluso cuando se iba a dormir. El único que la había tratado como a una chica dejando a un lado todas las demás cosas.
Esta vez, el genin de Amegakure le había enviado la carta para invitarla a un evento pero a juzgar por la escritura, el animal se había atrasado considerablemente con los tiempos de entrega y ahora mismo ya era bastante tarde como para llegar allí y ver el torneo desde el primer encuentro pero… - No pierdes nada. - Dijo esa suave y cordial voz femenina. - Si… - Respondió con un tono algo apagado la kunoichi.
Siendo que iba tarde, la pelirroja se tomó el tiempo del mundo para preparar todas sus cosas antes de partir, asegurándose de que la tabla que había claveteado a la parte inferior de la puerta se aguantaría en su lugar, de lo contrario cualquiera podría meterse fácilmente aunque no había nada extraño allí a excepción de la habitación donde había estado por meses el cadáver de su madre.
Con todo encima (que tampoco era demasiado), la chica partió hacia el país del fuego con toda la pereza del universo, iba y venía, zigzageando según el mapa pasando por cada pueblo y villa que se topaba para descansar un poco más como si estuviese dilatando aún más las cosas y en cierta manera así era. - Vamos Ritsuko… ¿Es que no quieres verlo...? -
Sin dar respuesta a la pregunta de su madre, la joven kunoichi emprendió una vez la marcha, esta tal vez sería la última antes de llegar al lugar que la carta indicaba.
Horas fueron las que pasaron, largas horas de caminata en las que la chica se mantuvo en absoluto silencio al igual que su propia madre. El sol ya se había escondido para ese momento en que la kunoichi llegó a lo que vendría siendo las puertas, donde algunos samurái montaban guardia y obviamente, interrogaron a la chica antes de dejarla pasar.
Era tarde ya, de noche y la gente iba directo a sus hogares tras la jornada laboral así que ella no tenía motivos para no hacer lo mismo aunque antes tendría que buscarse algún lugar donde pasar la noche… Cualquier lugar estaría bien y por ello se metió en el primer lugar que encontró donde por suerte, pese a todos los visitantes consiguió una habitación… Otro día se encargaría de buscar al amegakuriense...
Demasiado el tiempo que había pasado desde el encuentro con ese shinobi, el que le había regalado ese colgante que llevaba en todo momento de su vida incluso cuando se iba a dormir. El único que la había tratado como a una chica dejando a un lado todas las demás cosas.
Esta vez, el genin de Amegakure le había enviado la carta para invitarla a un evento pero a juzgar por la escritura, el animal se había atrasado considerablemente con los tiempos de entrega y ahora mismo ya era bastante tarde como para llegar allí y ver el torneo desde el primer encuentro pero… - No pierdes nada. - Dijo esa suave y cordial voz femenina. - Si… - Respondió con un tono algo apagado la kunoichi.
Siendo que iba tarde, la pelirroja se tomó el tiempo del mundo para preparar todas sus cosas antes de partir, asegurándose de que la tabla que había claveteado a la parte inferior de la puerta se aguantaría en su lugar, de lo contrario cualquiera podría meterse fácilmente aunque no había nada extraño allí a excepción de la habitación donde había estado por meses el cadáver de su madre.
Con todo encima (que tampoco era demasiado), la chica partió hacia el país del fuego con toda la pereza del universo, iba y venía, zigzageando según el mapa pasando por cada pueblo y villa que se topaba para descansar un poco más como si estuviese dilatando aún más las cosas y en cierta manera así era. - Vamos Ritsuko… ¿Es que no quieres verlo...? -
Sin dar respuesta a la pregunta de su madre, la joven kunoichi emprendió una vez la marcha, esta tal vez sería la última antes de llegar al lugar que la carta indicaba.
Horas fueron las que pasaron, largas horas de caminata en las que la chica se mantuvo en absoluto silencio al igual que su propia madre. El sol ya se había escondido para ese momento en que la kunoichi llegó a lo que vendría siendo las puertas, donde algunos samurái montaban guardia y obviamente, interrogaron a la chica antes de dejarla pasar.
Era tarde ya, de noche y la gente iba directo a sus hogares tras la jornada laboral así que ella no tenía motivos para no hacer lo mismo aunque antes tendría que buscarse algún lugar donde pasar la noche… Cualquier lugar estaría bien y por ello se metió en el primer lugar que encontró donde por suerte, pese a todos los visitantes consiguió una habitación… Otro día se encargaría de buscar al amegakuriense...