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La luna se alzaba, grande, redonda y misteriosa ante la bella aldea de Kusagakure. El infinito cielo, oscuro y cubierto de nubes rodeaba todo menos la luna llena. Un bello monumento que amenazaba con ser tragado por la oscuridad.
A sus habitantes, sin embargo, no les importaba aquella negrura. Las personas paseaban por la calle, reían y jugaban: hombres, mujeres, ancianos, niños. Los tenderetes continuaban en cada calle y las plazas estaban abarrotadas. Los dojos estaban llenos de jóvenes promesas.
¿Estaría entrenando ahí Daigo? ¿Su alumno, Kazuma-kun? ¿Etsu-san? Sí, por alguna razón, estaba seguro de que sí. Más adelante, estaba la casa de Yota, su familia, Kumopansa. Probablemente estaría ahí. Su mejor amigo siempre atesoraba los momentos que pasaba con su madre, a pesar de lo que indicase su mal humor. Casi a las afueras, la casa de Juro, y a su lado, el taller donde su hermana Katsue trabajaban tan duro, cuando no se encargaba de la tienda de su familia. Su abuela probablemente estaría haciendo inventario o tumbada, leyendo algún buen libro.
En mitad de aquella grandiosa villa, estaba su Kage: Moyashi Kenzou. Con su habitual sonrisa, observaba a sus ciudadanos. Sentía orgullo y aprecio. Por su querida familia. De cierta manera, se parecía a la Luna. Lo observaba todo, con cariño, pero no podía eliminar al cielo ni borrar la oscuridad del mundo. Igual que la luna puede proteger a los amantes incautos que se reúnen bajo su manto.
Ojala el tiempo pudiera congelarse. Juro desearía que ahí parara todo. Disfrutar esos momentos para siempre.
Pero la oscuridad siempre devoraba la luna. Entonces, todo se teñía de rojo.
Los truenos, rasgando el cielo como un gran tambor, indicaban que el fin se acercaba. Los rayos iluminaban, cada cierto tiempo, el cielo oscuro, mostrando una enorme figura. Siete alas volaban ciegamente, alimentadas por su sed de sangre. Un yelmo de escarabajo, una figura de gran monstruosidad en forma de insecto. Sus ojos, bajo el casco, brillaban. La baba caía de su rostro. Estaba hambriento de sangre y poder.
Pero la gente no se inmutaba. No hacía nada. Seguían riendo, cantando, bailando, hablando. Cómo si a nadie le importara el que un enorme monstruo se introdujera en sus vidas.
Las nubes, el viento y los truenos cesaron de golpe. Una enorme onda de aire hizo que el cielo cayera en pedazos, dejando en su lugar una masa grisácea y despejada. Frente a ella, apareció una enorme esfera: oscura, enorme y violenta.
Una técnica creada por los dioses. Una capaz de destruir su creación.
Ese día (igual que todos desde el incidente) no habría héroe salvador. La enorme esfera caía limpiamente sobre el edificio del Kage y se tragaba a Kenzou, mientras él seguía sonriendo. Después, se extendía. Destruía calles, casas, dojos. Reventaba toda la aldea, hasta convertirla en un enorme cráter. Pero lo peor eran la personas. No se desintegraban: se derretían. Juro observó como primero, perdían la piel, después, los huesos. Estaban agonizando. Gritaban alzándose hacia el cielo, pidiendo clemencia a aquel horrible Dios que les castigaba.
Su familia, sus amigos. Todos recibieron la misma muerte, violenta y horrible. Al final, la única persona que quedaba era el Morikage: destrozado y sangrante, como un esqueleto, le observaba. Ya no sonreía. Le señalaba. Él era el culpable de todo aquello. Él era el monstruo de sus sueños.
…
Juro volvió a despertarse entre gritos. El corazón le latía a mil por hora y notó como su cuerpo estaba bañado en sudor. A pesar de ser por la noche, ardía de calor. Bajo sus ojos habían empezado a salir lágrimas de forma descontrolada.
Qué curioso. Pensaba que ya se había quedado sin ellas.
Se abrazó así mismo, buscando calor. Rezó para que sus gritos no hubieran alertado a los turistas que solían aparecer por la noche frente al oasis. Afortunadamente, no estaba tan cerca como para ser oído.
« Chico, ¿estás bien?»
Los ojos de Juro ya no eran como antes. Había perdido su luz. Enormes bolsas de ojeras se habían comprimido en su cara, tratando de deformarla. Aquella pesadilla. La había tenido todos los días desde aquel accidente.
Sin embargo, le perseguía fuera donde fuese. No importaba en que recóndito bosque o caverna huyese, o lo rápido que volase. Incluso ahí, en el desierto.
— No. No lo estoy bien — suspiró —. Pero hace tiempo que eso dejó de importar.
Ante él, ahora se alzaba un enorme oasis, de aguas puras y cristalinas. En ellas, se reflejaba la luna llena, tan enorme y brillante como la recordaba en aquel día.
“La mayor parte del tiempo navegamos a salvo de la tormenta. Seguimos a nuestro corazón, confiando en lo que está bien. Toda una vida dedicada a la verdad. A nuestra verdad. Pero el miedo lo cambia todo. Cuando una persona es sometida por él, todo se rompe. Un capricho del destino, un golpe de mala suerte. No importa.
Las decisiones se desvanecen. Con un pestañeo, toda tu vida hasta entonces ha terminado.
¿Qué ocurre entonces? Cuando todo se desvanece, cuando se pierde el control. Una vez que tu alma está rota y el miedo ha ganado. ¿Tomarás la decisión correcta? ¿Serás valiente o te hundirás en tu miseria?
¿Quién serás en ese momento? Ante el reflejo de la luna, ¿Será tu cara o la de un extraño la que verás?
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Todo se había vuelto difuso.
Recordaba el despacho del Morikage y desde luego, lo que había venido luego, cuando se había transformado. La sensación de poder que le había recorrido al formar esa bijuudama. El dolor al devolverle su técnica estrella. En condiciones normales, él nunca podría haber osado hacer algo así. Pero el poder del bijuu se lo había permitido. Crear una técnica mortal. Soportarla en sus carnes. Enfrentarse a su Kage.
Pero el precio a aquel poder había sido demasiado alto.
Aún consciente de todo, ese poder había sido más de lo que él había esperado. ¿Matar a su Kage? ¿Atentar contra la vida de miles de personas? Dios. Temblaba solo de imaginar lo que había hecho. Lo que podría haber hecho. ¿Qué le había llevado a esa decisión? No podía imaginar que hubiera hecho algo así de forma deliberada. Pero aun así, lo había hecho. ¿Había sido el miedo a morir? ¿La negación a ser encarcelado? ¿Un odio visceral creciendo en su interior que no había sido capaz de notar hasta que apretó el gatillo?
Esas preguntas asaltarían su mente, claro. Pero no en ese momento. En el momento en que todo ocurrió, Juro no pensó. Una vez que todo estaba hecho, la situación le había golpeado como un jarro de agua congelada, pero su instinto de supervivencia había sido más fuerte. Había sido capaz de marcharse y de escapar antes de que fuera tarde. Había puesto kilómetros de distancia antes de deshacer la transformación.
Entonces, había salido huyendo, como un ser humano. Incapaz de pensar, de sentir. El titiritero se había convertido en una vulgar marioneta del destino.
El general de Kurama, liberar los poderes de su bijuu, el trato de su Kage, su exilio. Todo se había juntado, como una enorme rueda, que lo había arrastrado hasta aquella extraña situación. ¿Él, un exiliado? ¿Él, dejando su villa? ¿Escapando de su familia y de sus amigos?
¿Quién era él? ¿Qué diablos había pasado? ¿Cómo había acabado ahí?
Lo primero que había sentido, una vez había podido volver a pensar mejor, había sido vergüenza. Él no debería estar escapando. Sintió deseos de volver. Quizá, de alguna forma, pudiera explicar lo que había pasado. Quizá, había otra alternativa: una forma de pagar por lo que había hecho. Sin embargo, la verdad le había golpeado sin si quiera dar un paso.
« Has matado a su Kage. No importa los traumas que hayas tenido, ni la carga, ni la responsabilidad a la que te empujaron. Eras el guardián y has fallado » — le dijo la voz de su conciencia —. « Has cometido un crimen imperdonable. Nadie te perdonará, nunca. Nadie te comprenderá”. »
Juro se quedó en el suelo, de rodillas, mientras temblaba. Estaba llorando.
Nunca, nunca, olvidará aquella imagen. La de ver, desde su cuerpo de bijuu, a su Kage, moribundo, sostenido en las manos de una extraña mujer. Ella le había mirado y había sentido el odio. Se preguntó si ella sería quién le haría pagar por lo que había pasado. ¿Sería un ninja de élite el que extinguiera su vida? ¿Sería uno de sus amigos? ¿Sería su hermana o su querido alumno? Juro empezó a comprender y se dio cuenta de las verdaderas implicaciones del exilio.
No tenía un hogar. No tenía a nadie en quién confiar. Pronto, un precio estaría puesto sobre su cabeza. Y ahora, tampoco tenía un refugio para esconderse de los generales de Kurama, quién, seguro, estarían más que furiosos por haber asesinado a Yubiwa.
Aun temblando, comprendió que solo era cuestión de tiempo. Se había quedado sin bando: estaba en mitad de una guerra y cualquiera de los dos lados significaba la muerte para él. Había matado a un general, pero le había pillado por sorpresa. ¿Podría con otro? ¿Y si venía más de uno? Tampoco se sentía con las fuerzas suficientes como para enfrentarse a un ninja de su propia aldea. ¿Y si volvía a repetirse el hecho? ¿Y si exterminaba a gente inocente sin darse cuenta?
Juro suspiró. Otra vez, se planteó el hecho de su huida. ¿De que servía resistirse? Si al final, todo iba a terminar para él, ¿Por qué no entregarse y que ocurriese lo que tuviera que pasar? O quizá, simplemente, podría hacerlo él mismo: Tragarse uno de sus venenos y morir, o quizá, cortarse las venas con alguna de sus marionetas. Rápido, sencillo y letal. Encontrarían su cuerpo, al fin y al cabo.
Así no tendría que enfrentarse a los rostros de sus amigos y conocidos. No tendría que pagar por lo que había hecho.
No. Incluso después de todo lo que había ocurrido, él no quería acabar de una forma tan cobarde.
« Aún no. Aún no puedo morir. Tengo algo que hacer » — pensó. Juro se refugió en ese único pensamiento y eso le dio fuerzas para seguir corriendo.
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Corrió y avanzó. Por bosque, río y montañas. Huyó del País del Bosque, pasando por el País de la Tierra, para finalmente, llegar al País del Viento. Mantuvo un perfil bajo: nunca permaneció quieto en un sitio, más que para descansar un par de horas (que normalmente, se reducían por las continuas pesadillas) y continuar. Se alejó de los núcleos de población, y cuando no tuvo más remedio que pasar por ellos, utilizó el Henge para no mostrar su rostro en ningún caso. Buscó una ropa mucho más discreta y se deshizo de la suya. Escondió su bandana, su bufanda y cualquier signo de su anterior vida. Se arrebujó bajo una capa oscura de viajero, que tapaba completamente su silueta, y se vistió con ropa grisácea y sucia, dándole un aspecto mucho más pobre que antes. Su pelo poco a poco continuó creciendo, sucio y enmarañado, y Juro lo recogió en una coleta, deshaciéndose de su flequillo para siempre.
Días fueron los que durmió bajo una cueva o bajo el cobijo de arbustos y ramas en los lugares más recónditos que podía encontrar. El hecho de que lo estuvieran rastreando y pudieran localizarle le aterraba. Empezó a aprender a buscar lugares más seguros para descansar bien, a ocultar o disimular (al menos, en la medida de lo posible) sus huellas y a fingir una personalidad más real cuando se camuflaba. No todo fueron buenos momentos, pero continuó vivo y eso era decir mucho.
Era curioso, pero el exilio le había demostrado una faceta suya que nunca habría imaginado: al final, podía convertirse en un superviviente.
Los días pasaron en semanas y pronto, su primer mes llegó. Ni rastro de Kusagakure o de los generales. Ahí fue cuando el chico decidió su destino: el gran desierto que antes había formado una de las antiguas naciones.
¿Por qué un lugar tan horrible? Bueno, era difícil de explicar. Hasta ahora, Juro siempre se había sentido cómodo entre los árboles. El bosque había sido su casa y protección. Ahora, tras todo lo sucedido, no podía evitar sentirse culpable al mirar a un árbol. Ya no se sentía protegido por ellos: se sentía acusado. Había perdido aquel vínculo con la naturaleza, aunque sospechaba que en caso de necesitarlo, aún seguía en él. Pero era muy arriesgado. Kusagakure le perseguía después de todo. Él no era el ninja más capaz ni el que mejor podía aprovechar esa ventaja: sus perseguidores, quizá si. Permanecer en los bosques, de cierta manera, era exponerse. Y lo que muchos pensarían que haría.
El desierto, por otro lado, era un terreno amplio y extenso dónde podía esconderse y burlar a cualquier potencial perseguidor, fuese de Kusagakure o no. Era peligroso, por supuesto, y más con alguien tan torpe como él en cuanto a orientación, pero si se mantenía en la costa o en zonas cercanas a pueblos, no tendría por qué salir mal. Podía volar y eso siempre le proporcionaba una ventaja, en caso de que hubiera problemas. Se nutriría de víveres y pasaría las peores partes del clima refugiado y camuflado: el resto del tiempo, viviría entre las dunas, evitando a los turistas y a las personas que pasaran. Era consciente de que iba a uno de los lugares más extremos y duros en los que se podía vivir, pero aun así, no se detuvo. Su espíritu había tomado una decisión y pensaba cumplirla.
Sería una vida triste, pero por el momento, le daría un poco de calma para pensar. Después de todo, este mes había pasado por múltiples zonas, buscando siempre los lugares más recónditos, las cuevas más sombrías y los lugares más inhabitados. No podría aguantar siempre ese ritmo. Alguien terminaría por encontrarle.
Había otra razón más por la que había elegido el desierto, en realidad.
« Katsue una vez me contó que nuestro clan proviene de Sunagakure, la aldea oculta que existió entre estas arenas » — Por alguna razón, y aunque nunca antes había estado, también sentía una pequeña conexión.
Era como si los retazos de una vida pasada lo llamaran. Eso le dio valor. Si sus antepasados lo habían conseguido, él también lo haría.
Sí, lo conseguiría.
«Juro-kun»
El marionetista frunció el ceño. No. Otra vez.
«¡Juro-kun!»
— ¡No! ¡No quiero! — exclamó el chico, llevándose las manos a la cabeza —. Por favor, déjame solo.
Por supuesto que Chomei no se había mantenido callado en este mes. Simplemente, Juro había ignorado sus intentos de conversación. Desde el incidente, más concretamente. El marionetista sabía que el bijuu podía forzarle a hablar si quisiera, pero, por alguna razón, había estado respetando su decisión.
Esta vez, sin embargo, parecía que no tendría esa suerte. Escuchar a la criatura hablar con aquella despreocupación, tras todo lo que había sucedido, le crispo los nervios.
« No estás solo, chico. Lo sabes perfectamente .
Aunque todo ha terminado así, al menos volamos libres. Créeme, podría haber acabado mucho peor.
En el fondo… ¡Eres afortunado!»
— ¡Una mierda! ¡Una puta mierda! — exclamó. De pronto, sintió toda la rabía que había estado oprimiendo durante aquellas semanas —. Todo se ha ido a la mierda. TODO. Mi vida. Mi causa. Mis seres queridos. ¿Y dices que somos afortunados? Con buena gana daría estas puñeteras alas por volver atrás en el tiempo y revertir el momento en que me unieron a ti. Tu y tu maldita suerte ¡Eres un farsante! ¡Lo único que sirves es para traer desgracias!
Se había pasado. Lo supo en cuánto pronunció aquellas últimas palabras. Juro tembló, a sabiendas de que estaba insultando a una de las criaturas más poderosas del mundo, a la que nadie le impedía romperle en mil pedazos en cuestión de segundos.
Y sin embargo, no pasó nada.
Solo una voz en su cabeza, más seria de lo habitual.
«Juro-kun. Es hora de que te cuente mi historia .La historia de cómo todo empezó»
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Las arenas del desierto se transformaron. No. Más bien, el mundo entero se transformó de golpe. Juro había ascendido hasta el cielo. De pie, sobre las nubes, le sostuvo la mirada a Chōmei. Frente a frente, bijuu y jinchūriki. En este caso, la criatura no tenía ninguna clase de cadena que le restringiera al suelo, y agitaba sus alas, ferozmente, desplazándose por el cielo artificial. Juro no pudo contener una sonrisa al ver a la criatura volar. Ni de lejos podría igualarla por sí mismo.
Al igual que la criatura sentía la desesperación de Juro, el marionetista pudo sentir la pequeña sensación de libertad que el bijuu experimentaba. Estaba encerrado en su cuerpo, sí, pero al menos, podía moverse.
— Mucho mejor así. Esas cadenas estaban arrugando mis alas. Quería estirarme desde hace mucho. — Chōmei rió, pero Juro notó un cierto tono de tristeza mezclado en sus palabras. Se fascinó ante los complejos sentimientos de la criatura. Vivir encadenado en aquella vasija y luego, en Juro, debía de haber sido una experiencia muy dura —. Un ser cautivo es la cosa más desafortunada del mundo . Hace tiempo me sentía así. Pero, por suerte, ahora ya no.
Juro ni si quiera pudo tomar el halago. Imágenes le llegaron a la cabeza en ese momento. Sí, había sido libre, cuando habían matado al Morikage. Cuando habían estado a punto de destrozar la villa.
— Me alegro — murmuró, pero era falso. Chōmei batió las alas nuevamente, esta vez más cerca del chico, y realizó un giro rotundo, de un lado a otro de su cuerpo. Juro la observó. Quizá en otro momento hubiera estado impresionado por la agilidad de la criatura, pero en ese momento, no sabía como sentirse.
— Tú, sin embargo, sigues sintiendote desafortunado — continuó la criatura —. Tu y yo somos uno, Juro-kun. No lo olvides. Sé como te sientes y entiendo hasta tus más íntimos pensamientos. Te has encerrado en tí mismo por todo lo ocurrido.
— Se que no le tenías mucho aprecio al Morikage, ni a los humanos en general. Pero no vas a convencerme de que lo que ha pasado es excusable — argumentó Juro —. Usé tu poder, es cierto, pero abusé de él. Hice una monstruosidad. Lo siento, Chōmei , pero no soy la buena persona que creías que era. No sé ni si quiera quién soy.
El bijuu detuvo su vuelo y se alzó frente al marionetista, quién, ahora, parecía mucho más pequeño.
— . Monstruo es lo que nos han llamado siempre. Sí tú eres un monstruo, yo también lo soy — dijo la criatura, con el tono de quién hace una afirmación lógica e inevitable —. ¿Hiciste una monstruosidad? Sí lo quieres llamar así, pues sí, lo hiciste. ¿Abusaste de mi poder? Puede que no hubiera hecho falta llegar a tanto, chico. Pero en ningún caso te puedo juzgar por ello. El Juro que luchó en la cueva sigue siendo el Juro que se enfrentó al Morikage. Y sigue siendo el Juro que ha escapado y que está aquí ahora.
— No. He cambiado. Ya no soy el que era — murmuró el chico, desalentado —. El poder me ha corrompido. Tú poder.
Esa era la razón por la que había estado ignorando a Chōmei. No, no estaba asustado de la criatura: había sido sincera y le había ayudado. Pero el poder que le había otorgado. Oh. Eso era otra cosa distinta. El poder que simbolizaba el bijuu le aterraba. Se sentía cómo si ese poder le hubiera poseído.
Tenía que evitar volver a estar en contacto con él. Solo así podría evitar una tragedia.
— ¡Oh, el poder! ¡Mi poder maligno ha cambiado tu suerte y la ha vuelto negra! — exclamó Chōmei. Juro tardó unos segundos en darse cuenta de que le estaba tomando el pelo ---- ¡Corre, Juro-kun! ¡Huye antes de que mi poder te vuelva a poseer!
La criatura empezó a volar en círculos, mientras continuaba con aquella broma pesaba. El chico se cruzó de brazos y hizo un mohin.
— ¡Ya vale! — exclamó el chico, molesto. Al escuchar la risa del bijuu, no pudo más que apretar los puños y tratar de mirarle mal. Dios. Era como tratar con un niño —. Me alegro de que uno de los dos se esté divirtiendo, al menos.
El bijuu regresó a su lugar, mientras parecía estar riéndose (si es que se podía usar esa expresión con él) a carcajada limpia.
— Juro-kun, eres demasiado serio. No tienes ni pizca de sentido del humor. Eso sí que es tener mala suerte — exclamó el bijuu. Con su alegría habitual, prosiguió —. Te voy a contar una historia, Juro, y quiero que me escuches bien.
Por una vez, el chico decidió callarse, sentarse y observar a la criatura. Quizá fue su curiosidad lo que le llevó a ello: llevaba tiempo queriendo saber algo de aquella criatura y, por una vez, parecía estar dispuesta a contarselo. Aún en la situación en la que estaban, eso le resultaba muy interesante.
« Vamos. Quiero entender quién eres. Por qué hiciste lo que hiciste » — El ser que tenía delante no era un monstruo para él. Ya no. Por mucho que su Morikage y todo el mundo hubiera querido hacérselo creer. Habían confiado entre ellos mutuamente y se habían protegido. Pero aún no se habían sincerado el uno con el otro.
— Aunque te cueste creerlo, el gran y afortunado Chōmei fue creado por un humano. Pero no cualquiera. Hablo del Sabio de los Seis Caminos, Rikudō Sennin. Nos creó a mi y a mis hermanos. Aunque creo que eso ya lo sabes — exclamó la criatura —. Padre era también un ser afortunado, al fin y al cabo, fue el padre de todos los shinobis. Esos trucos baratos a los que llaman ninjutsu no se acercan a lo que él era capaz de hacer. Sin embargo, era un hombre de paz. No buscaba las guerras. Llevaba una vida de ermitaño, alejado de la humanidad.
Juro escuchó. Se sorprendió así mismo reconociendo un sentimiento de cariño. El bijuu realmente se sentía así con su padre. Reflexionó. Pensó en su propio padre y su propia madre. Supuso que esos sentimientos que compartían eran iguales. Había algo más en sus palabras: admiración. Una terrible admiración.
— Padre nos creó a través del chakra del Jūbi, como nueve contenedores de su poder. Nos encerró y nos ocultó en su lecho de muerte, para evitar que nos encontraran — A Juro se le partió el corazón al escuchar aquello — Oh, no, chico, puedo ver lo que estas pensando. Padre era un buen hombre. En quién no confiaba era en el ser humano. Nuestro poder era grande, pero su ambición era enorme. Menuda suerte para nosotros. Tras su muerte, nos encontraron y nos utilizaron.
Un nuevo sentimiento: ira. De pronto, se dio cuenta de que nunca había visto a la criatura enfadada. Con su comportamiento, tan infantil, había pensando que tendría rabietas. Pero no. Juro de descubrió temblando ante un odio ancestral que parecía brotar de él, tras años y años de contención.
— Lo siento, Juro-kun. Pero el ser humano nos ha tratado de forma monstruosa. Nos utilizó en sus guerras. Nos sometió a sus fines. Yo perdí la libertad y mis alas en favor del trato de un perro faldero — Juro cerró los ojos, pero aun así, lo sintió —. Aún no lo he olvidado, ¿sabes? La sangre, la violencia, los constantes abusos. Tener que enfrentarme a muerte contra mis hermanos una, y otra, y otra vez. En algún momento, dejé de sentirme yo mismo. Perdí mis sentidos, mi suerte y mi autoridad. Al final, me volví una marioneta más.
« Puedo entender esa sensación » — Incluso retomar ese sentido. Dios. Se sentía tan identificad.
—. Pero la fortuna me sonrió y regresé a mis cabales cuando mis hermanos rompieron sus ataduras. Entonces, escapamos, destruyendo todo a nuestro paso. Eliminamos las aldeas que nos habían usado. Habíamos tomado una decisión: vengarnos del ser humano por sus actos. Cargamos un odio que hemos mantenido durante generaciones, incluso tras la muerte — Juro tembló al escuchar esas palabras. Sí, era cierto. La criatura que tenía delante había muerto una vez —. Fui exterminado en el Valle del Fin. Esa historia ya la sabes.
— Los bijuus no podéis morir, ¿verdad? — A diferencia de los humanos a los que había asesinado.
— Nosotros, los bijuus, tenemos a la suerte de nuestro lado. Morimos, pero no por mucho. Nuestro chakra se reúne en un punto y volvemos a formarnos — Una explicación fascinante, pero siniestra. Juro podía imaginar que es lo que pasaría si él moría —. No es nada agradable, en realidad. Cuando volví a aparecer, me encontré en el País del Rayo. Esos malditos humanos no tardaron en aparecer. Aquellos a quienes antes llamabas compañeros y superiores. Me resistí, claro está, pero volví a ser capturado.
— Por suerte, acabaste en mi interior — murmuró Juro, con media sonrisa.
— Por suerte. Aunque al principio, chico, no te niego que habría dado mis alas por poder descuartizarte y acabar con la villa — Juro tragó saliva. Sí, lo recordaba. Había estado aterrado del bijuu en sus inicios. Cómo le había amenazado varias veces, alegando que le despedazaría —. ¿Me crees un monstruo por ello, Juro-kun?
Juro lo meditó durante un rato. No, no necesitaba pensarlo, en realidad. Lo entendía.
— No. Los humanos os han tratado de forma horrible, incluso cuando vuestro Padre os dijo que confiarais en ellos — Aún no había olvidado esas palabras —. Cuando despertaste, debiste sentirte confuso y aturdido. Un montón de ninjas se abalanzaron sobre tí y te encerraron en una vasija. Querer destruirlo todo es... lógico. Eso no te hace un monstruo. Paradojicamente, es un sentimiento muy humano.
— Entre tu y yo hay mucha diferencia, mi pequeño y afortunado amigo — Oh, por supuesto. El gran Chōmei era mucho mejor que cualquier humano —. Pero en ese momento, solo hubo algo que yo sentí.
» Fue miedo. El miedo a ser capturado otra vez. A volver a sufrir. Por ese miedo, habría producido un genocidio sin dudarlo.
— Miedo...
— Esa es la razón por la que no te puedo juzgar, Juro. Tú sentiste miedo al sentirte arrinconado en aquel despacho. Miedo al ver que no podías escapar. Miedo a creer que ahí se acabaría todo. Fue exactamente el mismo miedo que yo sentí en su día y fue lo que te llevó a actuar cómo tal. — Juro recordó sus palabras de antes. "Es un sentimiento muy humano"—. ¿Qué podrías haber actuado de otra forma? Claro. Pero todas las decisiones en la vida llevan a un arrepentimiento. Esa es nuestra fortuna. Es un ciclo difícil de romper. Pero ahora que lo entiendes, espero que dejes de decir esas estupideces y te comportes como mi jinchūriki tiene que ser.
— ¿Perdona? — exclamó Juro, casi indignado. ¿Desde cuándo el bijuu elegía al jinchūriki ?
Sin embargo, el sueño se rompió. De pronto, ya no se encontraba en el cielo ni tenía en frente a Chōmei.
Ahora estaba en el suelo del desierto. La noche se acercaba y las temperaturas habían descendido dramáticamente. Se abrazó así mismo, utilizando la capa que llevaba como protección.
«¿Por qué no empiezas por buscar un refugio? »
« Sería una lástima morir por el clima después de todo lo que hemos pasado»
« ¡Eso sí que sería tener mala suerte! jejeje»
En fin. Su sentido del humor a veces era, simplemente, demasiado macabro.
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Juro logró encontrar un pequeño cobijo dónde, a partir de ese mismo día, pasaría las noches. Lejos del oasis, pero no demasiado. Ahí, luchó por mantener el calor y tratar de dormir. Sin embargo, su mente estaba más activa que nunca pensando. En todo lo que habían hablado, en Chomei. Por una vez, se atrevió a recordar todo lo que había sucedido. La forma en la que su Kage le había estampado con la mesa cuando había tratado de mentirle. La manera en la que le había instado a seguir hablando, incluso cuando Juro trataba de darle detalles. La forma en la que le había mirado cuando le había contado la verdad. La forma en la que le había condenado.
No. Ningún comportamiento era excusable para justificar el asesinato de un hombre que había significado tanto para él. Pero, aun así... ¿Por qué no podía evitar sentirse tan dolido? Quizá, en el fondo, había esperado más de ese hombre. Comprensión. Ayuda. Juro no era un ninja valiente. Era un chico asustado. Había intentado escapar, y el Morikage, en el fondo, lo sabía. Sin embargo, en lugar de dejarle ir, le había atacado. Le había puesto más nervioso. Le había obligado a forzar una batalla en una aldea llena de inocentes.
Juro dio un puñetazo contra la tierra. ¿Por qué? ¿Por qué un hombre que había significado tanto para él le había llevado hasta aquella situación? ¿Por qué había pretendido encerrarle y condenarle? Si la verdad le iba a llevar a la tragedia y la mentira no era una opción, ¿Cuál habría sido la correcta? ¿Dejarse asesinar por el general?
« No pienses en eso. Piensa en lo que nos ha contado Chōmei » — Curiosamente, su mente se lo recordó. Chōmei, la criatura que había temido, odiado, ahora le había brindado una mano amiga. Le había ayudado. Le había consolado. Puede que, en el fondo, este mes que había pasado ignorandole había sido desproporcionado. Incluso había respetado sus sentimientos.
Era curioso, pero el apoyo que tanto necesitaba y que tanto había buscado en su Kage, al final, se lo había dado el bijuu. Un ser que, según él, solo era una bestia sin sentimientos, voraz de sangre.
Puede que, al final, las apariencias engañaran.
— ¿Chōmei? ¿Estás despierto?
« Pues claro. El gran y afortunado Chōmei está siempre alerta»
Juro esperó unos segundos, cogió aire... y entonces, lo soltó.
— Lo siento. Siento haberla pagado contigo. Siento haberte ignorado y... gracias — murmuró Juro —. Gracias por volver a hacerme sentir un ser humano. Me siento muy afortunado de tenerte.
El bijuu no contestó, pero Juro se sintió reconfortado. El calor que tenía en su pecho indicaba que el Bijuu se sentía igual.
Al final, en la tragedia y desesperación, había encontrado a un amigo.
Los meses pasaron. El invierno había dejado paso a la primavera y esta, al final, se transformó en el caluroso verano. Los días para Juro eran un ciclo sin fin de rutina: dormir, esconderse, buscar alimentos y regresar. Tenía un refugio, un lugar escondido al que poder regresar, siempre que no fuera muy arriesgado. Nunca comprometió su posición, y por supuesto, limitó las interacciones con la gente del exterior lo mínimo posible. Ni un turista, ni un tendero. Ni si quiera alguien que le pidiera indicaciones. Sobrevivía a base de conseguir alimento, ropa y escondite. Pronto, comenzó a necesitar dinero. Encontró un pequeño alivio en trabajos legales que pudiera ver: vender objetos que encontrara por el desierto, ayudar a gente de los alrededores... Nunca dio su nombre a nadie, y trató de enmascararse de diversas maneras para no llamar la atención en exceso. Una persona distinta, una personalidad distinta cada vez.
Puede que otros se hubieran vuelto locos sin una gran fuerza de voluntad ante tal aislamiento. Pero Juro tenía la suerte de que, a pesar de que estaba solo, nunca lo estaba en realidad.
Esa misma tarde, se había deslizado por la calles de Inaka. El sol, en su punto más alto, había amenazado con chamuscarle, pero se había arrebujado en su capa y había continuado. Además de comprar comida, algo le había llamado la atención en un puesto callejero. Sabía que era una pérdida de tiempo y dinero, pero, al fin y al cabo, llevaba meses sin permitirse nada. Solo cuando llegó al oasis, pudo liberarse de su disfraz: esta vez había escogido a una mujer joven y curtida de treinta y pico años, con la piel morena y unas discretas trenzas negras.
Juro observó su botín: un colgante con forma de trebol de cuatro hojas. Sin embargo, este era de un color negro. Era algo paradójico, pues el negro no era un color precisamente de buen agüero.
— ¿Te gusta? — murmuró. Juro miró a su reflejo en el oasis. En tardes calurosas, cuando no había nadie mirando, le gustaba acercarse y hablar con Chōmei. Era más seguro que abandonar su cuerpo a la realidad paralela dentro de él, y, a veces, cuando miraba su reflejo, sentía como que el Juro reflejado era, en realidad, el bijuu hablando desde su rostro. Claro que también podía ser por las ondulaciones del agua...
« ¿Eso es lo que los humanos llamais un amuleto de la suerte? ¡Menuda baratija! jejeje»
— Puede que lo sea. Pero a mucha gente le ayuda. También suelen decir que las herraduras y las patas de conejo la dan — explicó Juro.
« La suerte solo existe en mi, chico. Puedes buscarla todo lo que quieras, pero ya la tienes.
En realidad, me siento un poco ofendido. No me digas que vas a reemplazarme por esto»
— Para nada. Sacarte de mi sería muy complicado — bromeó Juro —. De hecho, esto solo es un recordatorio. Tu y yo hemos pasado por mucho en estos tiempos. Es algo como... una pulsera de la amistad. ¿Sabes lo que es? Si yo llevo esto y tu... bueno, tú estás dentro de mí, así que tecnicamente lo estás llevando también. Es como nuestro símbolo. Lo llevaré escondido claro, pero sabemos que esta aquí.
« Eres un humano muy extraño, ¿Alguna vez te lo han dicho?
Menuda suerte la mía»
— Lo tomaré como que estás de acuerdo — comentó Juro, mientras se ponía el colgante.
Sí, las cosas se habían vuelto locas , y el paso de unos meses no iba a cambiarlo. El tiempo no iba a sanar las heridas que esa noche le había causado. Juro seguía teniendo pesadillas, temblando ante la idea de ser capturado, y con el miedo metido en el cuerpo de forma permanente.
Pero... ¿Sabeis que? Juro ha aprendido a vivir con ello. A mirar para delante. Puede que aún no haya enfrentado a las consecuencias de sus actos (no se había encontrado con un shinobi en meses) pero se estaba preparando mentalmente para ello. Aquella paz le había dado tiempo para pensar. En sí mismo. En todo.
Ya no quería ser un pobre idiota asustado que se pasa el tiempo temblando y lloriqueando. Quería afrontar lo que había pasado. Había huido de su aldea, había sobrevivido meses en aquel paraje inhóspito. Pero hasta que no hiciera lo que planeaba, nada de eso habría valido realmente la pena.
« ¿Qué haremos a partir de ahora, Juro? »
El chico sonrió para sí. Chōmei también había notado el cambio en él.
— No estoy muy seguro, ¿sabes? Llevamos tanto tiempo aquí, escondiéndonos, que me da miedo que me acomode. Que nunca sea capaz de salir de aquí. Vivir como cobardes durante el resto de nuestros días no suena muy bien, ¿verdad? — murmuró Juro —. Lo que me dijiste ese día... tenías razón. No podemos seguir así. He tomado una serie de decisiones y debo afrontarlas. Quiero cambiar la vida que tenemos.
« ¡Qué suerte! . Me estaba cansando de este desierto »
— Yo también, la verdad. Yo también.
« Juro, sé sincero. Tienes algo en mente, ¿verdad? Algo peligroso »
La seriedad de las palabras del bijuu le pillaron por sorpresa. Juro sonrió. Aquella criatura debería saber mejor que nadie lo que pensaba.
— Antes, solo quería morir. Desaparecer. Pero cambie de idea— explicó el chico — . Chōmei , yo te hice una promesa una vez, ¿recuerdas? Nos unimos contra Kurama. Te dije que juntos acabaríamos con él y con su imperio. Puede que ahora ya no tenga una aldea que me respalde, ni amigos que me protejan. Pero... aun así...
» He cometido mucho mal. El suficiente por una vida entera de arrepentimiento — suspiró —. Sé que no puedo enmendarlo. Pero al menos, haré algo bueno por este mundo. Kurama es el mal: busca la destrucción. Si nos enfrentamos a él, al menos, al menos...
« ... al menos habremos hecho algo para demostrar que nos arrepentimos. ¿Eso piensas?»
— Puede. Te seré sincero. Odio a Kurama. Lo odio con todas mis fuerzas. Siento que si su general no se me hubiera cruzado ese día, nada de esto habría sucedido. Sé que es cobarde, sé que es una forma de excusar mis actos, pero... — Juro apretó los puños —. Me da igual lo que me pase. Me da igual si muero intentándolo. Quiero destruir a Kurama y a su ejército. Quiero que sienta todo el dolor que yo he sentido.
Silencio. Juro sintió que en el fondo, su bijuu no lo respaldaba del todo. Ambos querían lo mismo, pero no creyó que aprobara sus razones para quererlo. La venganza no era algo bueno, claro está. Pero aun así...
—Siento que hemos llegado hasta aquí, nos hemos arrastrado y hemos sobrevivido para hacer algo grande, ¿sabes? No como el asesinato de un Kage. Algo bueno. Quiero darle un sentido a nuestra existencia. Quiero dejar una huella en el mundo que no sea de destrucción.
« Y luego, ¿Qué pasará con nosotros? »
— No lo sé. El destino decidirá — murmuró Juro, sentado —. También tenemos un par de conversaciones pendientes. Me gustaría ver a mis amigos , a mi alumno y a mi familia. Al menos, una última vez.
« Juro-kun... »
— Sí, lo sé, lo sé. Tendré cuidado. Hasta que tumbemos a Kurama, no me dejaré capturar por nadie. No podemos comprometer nuestra misión — Sus ojos se alzaron hacia el cielo, claro y despejado —. Será difícil volver a mirarles a la cara, ¿sabes? Quizá han perdido la esperanza en mí. Pero... estos meses me han hecho reflexionar. Quiero hacer esto, Chōmei. Lo necesito.
Juro esperó una respuesta que al principio, no llegó. Con sorpresa, sintió como su Bijuu realmente estaba pensandolo. Estaba meditando. Otra vez, sintió una calidez a la altura de su pecho. Chōmei realmente estaba preocupado por él. Aunque el bijuu no moriría si él era capturado, Juro lo haría con toda seguridad. Ninguno de los dos quería acabar así: habían compartido días y días durante esos meses hablando. Al final, se habían vuelto inseparables.
Sin embargo, la criatura comprendió que no podía impedirle a Juro hacer lo que debía hacer. Su misión era acabar con Kurama. Habían sellado un pacto aquel día y ese pacto se cumpliría.
« Juro-kun... Hagamosle morder el polvo.
¡Los grandes y afortunados Chōmei y Juro vencerán!
¡El destino que nos espera es de grandeza!»
Juro soltó una carcajada. Una sonrisa sincera. Sin embargo, sintió que su bijuu, en apariencia infantil y despreocupada, estaba realmente preocupado por él. Por lo que les podría pasar.
Pero estaban los dos juntos en esto. Así que avanzarían.
Esa misma noche, Juro regresó al oasis de la luna. Entradas las horas nocturnas, cuando los turistas ya se habían marchado y solo había silencio, arena y soledad, el marionetista se dejó ver. Se postró ante las mismas aguas del lado, y con los ojos abiertos de par en par, observó la imagen que se alzaba ante él: La luna, nuevamente, volvía a estar llena y redonda.
Cómo el día que llegó al desierto, meses atrás. Como el día en que el bijuu el fue sellado, y su destino, por tanto.
Consciente de que la luna había tenido siempre una gran importancia en su vida, vio que se anunciaba un cambio. Su destino estaba a punto de cambiar. Pero, ¿Hacia dónde exactamente? ¿Sería un destino de fortuna y grandeza, cómo había anunciado Chōmei? ¿O uno de gran desesperación y tragedia? ¿Sería la muerte lo que le esperaría?
Quizá, esta era la última vez que podía ver la luna llena. Por eso, tomó aire, y gastó varios minutos en observarla. Vio su enorme reflejo en el claro, y de repente, se sintió muy pequeño. Por alguna razón, en esos momentos, no pudo evitar pensar en su madre ¡Ojala estuviera ahí con él! Podría haberle contado tantas cosas. Sus miedos, sus esperanzas, sus deseos. Podría haberle pedido ayuda. Pero él nunca la había conocido. ¿Qué pensaría de él si lo viera ahora mismo?
Exhaló. Respiró. Meditó. Y cuando creyó que ya era bastante, se dio la vuelta y se marchó, dándole la espalda a aquella demoníaca luna.
« Ya sabes lo que dicen los humanos, Juro-kun. La suerte ayuda a los que se atreven»
— Sí, tienes razón — Juro no puedo evitar sonreír —. Haremos nuestra propia suerte.
Juro se desvaneció entre la arena, abandonando a la luna y a su refugio. Humano y Bijuu en uno solo.
¿A dónde les llevaría el destino?
Hablo / Pienso
Avatar hecho por la increible Eri-sama.
Sellos implantados: Hermandad intrepida- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60
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