18/01/2016, 13:55
(Última modificación: 23/01/2016, 16:58 por Uzumaki Eri.)
– ¿Me repites por qué no puedo ir contigo a ese maravilloso lugar? – La huérfana suspiró por enésima vez en aquel día, incluso Mike emitía pequeños gimoteos cansados. – Es que no lo entiendo, sinceramente… ¡Incluso prefieres llevarte al endemoniado chucho pulgoso antes que a mí! – La mujer negó con la cabeza, indignada. El can gruñó en su defensa y ladró a la mujer, que se sobresaltó y se escondió detrás de Eri para que no fuese mordida.
– A ver, se lo enumero – Ya cansada de discutir sin ningún tipo de avance en la conversación, decidió cortar por lo sano. – Porque no le gustan los ninjas, porque se va a cansar a la mínima que llevemos tres horas andando, porque se marea en cuanto ve sangre, porque no le gusta la violencia, porque iría y promocionaría sus artículos, porque me haría comprarle algún ingrediente ya que usted se habría dejado el dinero en casa, ¡como siempre! – A medida que iba avanzando en su discurso y añadía otra cosa a su enumeración con los dedos hasta que necesitó la otra mano para contar. – Lo siento señora, pero esta vez usted tiene que quedarse aquí y cuidarme la casa – finiquitó cruzándose de brazos. La mujer, agachó la cabeza y se abrazó a la pequeña de cabellos azules.
–¡Mi niña! ¡Cómo ha crecido! – Balbuceó entre lágrimas. – Si Genza estuviese aquí… ¡Qué orgulloso estaría! Anda, ve y prepárate, y antes de partir pásate por mi casa, quiero que te lleves algo – Lejos de ofenderse, la mujer le estampó cual sello un beso en la frente a la kunoichi, dejándole una silueta de lo que se suponía que eran unos labios rojos y desapareció por su puerta. Eri suspiró y observó como Mike le arañaba la pierna, era la hora de la comida.
Entonces recordó cómo había sucedido todo.
Nada más levantarse aquel día, sintió como un bulto seguía durmiendo a sus pies – o mejor dicho, encima de ellos –, suspiró y lo movió, haciendo que él también se levantara y que buscase su típica atención matutina, a lo que Eri le respondió con suaves caricias y mimos. ¿Qué habría hecho el Uchiha con el perro hasta aquel entonces? Negó con la cabeza cuando observó el collar que adornaba el cuello del animal y suspiró, tenía que cambiárselo en cuanto antes. Así, cuando acudió a la entrada de su apartamento dispuesta a hacer dicha compra encontró una carta dirigida a ella de la Uzukage, Shiona-sama. Exclamó un chillido de sorpresa haciendo que Mike se pusiese a la defensiva, pero ésta, lejos de asustarse por el perro, se agachó y empezó a explicar.
–¡No me lo esperaba! – Miró al can, que la miraba entre curioso y alerta. –Soy una participante, así que tengo que asistir a los Dojos, ¿sabes dónde están? En el País del Fuego – Comentó mientras releía toda la carta de nuevo, memorizando dónde tenía que ir ya que los Dojos era un lugar de combate y de entrenamiento, pero ella tendría que quedarse allí más tiempo, por lo que necesitaba un lugar donde alojarse. Sonrió al leer otra vez que había un valle donde tenía que ir para aguardar los días que durase el Torneo. El animal ladró feliz mientras daba vueltas al rededor de su dueña mientras ésta guardaba la nota en su portaobjetos, decidida a buscar un collar de acuerdo con sus gustos al perro ya que había decidido que Mike la acompañaría. Había tres invitaciones para acompañantes, ¿por qué no llevar al pequeño, no tan pequeño Mike? Le sobó de nuevo el pelaje y le retó a una carrera hasta la tienda más cercana.
Al final el collar lo eligió él.
Era el mismo que tenía antes.
A la vuelta de su compra sin éxito, se encontró con Yoko, con la que mantuvo la conversación que rememoraba en esos precisos momentos mientras hacía la mochila para su viaje. Antes de irse se despediría de ella y recogería lo que con tanto ahínco había pedido que recogiera antes de su marcha. Así, con sus ropas habituales ninjas que se equipaba sobre esa época del año, cerró su puerta con llave asegurándose de que todo estaba en perfecto orden. Echó una ojeada a su derecha, encontrándose con Mike moviendo la cola de forma animada, la kunoichi sonrió. Entonces viró sus ojos hasta la puerta que tenía en frente, y con dos delicados toques, la esbelta mujer de ojos azules salió con una sonrisa y una bolsa entre sus manos.
– Llévatelas, están ricas y tú estás demasiado flacucha – Explicó mientras la nieta adoptiva de Genza aceptaba la bolsa que contenía una docena de galletas caseras. – Cuídate, y si te acuerdas de esta pobre mujer, más te vale aparecer de nuevo por aquí con algo entre las manos. Pero sobre todo lo primero – Luego le acarició el pelo con ternura y le dio dos toques con cariño, Eri asintió, guardando la bolsa de comida que le había proporcionado y sin esperar un segundo más, partió hacia los Dojos.
Dos días después, hicieron una parada en Minori para reponer sus víveres y tomar un breve descanso. Sin embargo, Mike, no estando tan acostumbrado a viajar tan lejos de su villa, decidió que era lo correcto orinar en cualquier lugar autoproclamando así lugares inapropiados como baños públicos para perros en los campos de cultivo de los habitantes de aquel lugar. Eri se disculpó como pudo, sin embargo, el dueño de ese campo de cultivo en particular sonrió al verla y la apartó de preocupaciones alegando que esa parte de los cultivos le estaba dando problemas desde el principio, así que no tenía por qué disculparse. Mike le ladró, sin gustarle, pero Eri agradeció su buen gesto y volvió a partir esta vez sin pararse hacia los Dojos de combate.
Sopesó la idea de haber dejado mejor a Mike con Yoko, pero lo prefería a su lado.
Un par de días más tarde, encontró la entrada del valle al que tenía que ir. Tenía que entrar por un paso entre las montañas, donde observó como era custodiado por samuráis que vestían kimonos de color marrón con estampados blancos, los cuáles pidieron la identificación de la joven kunoichi que se la tendió un poquito cohibida. Ambos samuráis la dejaron pasar y la otorgaron un cheque que Eri entendió como lo que usaría para alojarse en cualquier lugar, o eso la habían explicado. Un paseo más y ya estaba en la ciudad tradicional japonesa dónde se tenía que quedar durante su estancia en los dojos.
El Hotel ''El Pony Dorado'', un hotel japonés de una planta con el tejado de un color gris oscuro y paredes de piedra de un grisáceo más claro que el del tejado, es el hotel que la chica había elegido para hospedarse durante aquellos días. Las puertas que llevaban al vestíbulo del lugar eran correderas, así que se tiró un buen rato buscando como abrirlas hasta que cayó en cuenta, Mike solo pudo observarla mientras correteaba por los al rededores. Al parecer, contaba con un restaurante con todo tipo de comida, y una zona de descanso para aquellos que decidan quedarse en aquel lugar que consta de una piscina conjunta de burbujas característico del lugar. El nombre proviene de que en la susodicha piscina conjunta tiene dos ponys dorados a los lados que expulsan burbujas cada cinco minutos que inundan el lugar, y todo eso lo leyó en el panfleto que encontró en el mostrador al final del vestíbulo - además, aceptaban animales, así que necesitaba ir dónde se admitiesen los mismos -, así que ese le vino a la perfección.
La recepcionista: una mujer ya entrada en edad que vestía con un kimono marrón oscuro, castaña y de ojos saltones sonrió al ver a la pequeña entrar junto con un perro que, saltando sobre el mostrador, quedó apoyado sobre sus dos patas traseras mientras que las delanteras estaban apoyadas sobre la mesa de madera. Eri lo regañó, avergonzada.
–Si lo llego a saber te dejo con Nabi... – susurró intentando que la mujer no la escuchase, entonces Mike lamió la cara de su ahora dueña y se sentó en el suelo, expectativo. Era decir Nabi y era un perro de lo más educado. Bufó al perro y presentó su mejor cara a la recepcionista. –Buenos días, buscaba una habitación... - Comentó a la mujer, enseñándole el cheque que había recibido minutos atrás. La anciana inclinó su vista, sacó una llave de debajo del mostrador y se la tendió.
–Aquí tiene, habitación siete, señorita – Eri asintió, murmuró un gracias y fue a llevar sus pertenencias al lugar correspondiente, luego saldría a dar una vuelta por la ciudad acompañada de su fiel perro. Era grande, rodeada de las montañas que antes había podido apreciar, y todo mantenía esa típica decoración japonesa que tanto le gustaba a la joven de Uzushio. Había por todos lados puestos mercantiles, restaurantes y establecimientos hoteleros. Pero su vista vagó hasta un gran estadio de piedra que adornaba el centro de la ciudad. Tembló al ver como las puertas estaban cerradas y se cuestionó interiormente si de verdad había hecho bien en apuntarse. Suspiró, era una ninja médico al fin y al cabo, los combates podían no ser lo suyo, ¡pero quería demostrar de lo que estaba hecha! Cerró ambos puños y volvió a temblar involuntariamente.
Mike ladró mientras daba vueltas a su al rededor, parecía intentar alentarla.
– Está bien, está bien... – Le dijo mientras se arrodillaba para quedar a su altura. –Daré lo mejor de mí, ¡ya verás! – El can lamió el moflete de la kunoichi, haciendo reír a la joven. – Y si no, siempre podremos animar a los demás participantes de Uzushio, quizás Nabi también aparezca – Mike ladró de nuevo, dándole la razón.
Los próximos días la huérfana se dedicaría a entrenar sin parar, quería dar lo mejor de ella, y lucir con felicidad su bandana como prueba de que ella también era una ninja admirable de Uzushiogakure.
– A ver, se lo enumero – Ya cansada de discutir sin ningún tipo de avance en la conversación, decidió cortar por lo sano. – Porque no le gustan los ninjas, porque se va a cansar a la mínima que llevemos tres horas andando, porque se marea en cuanto ve sangre, porque no le gusta la violencia, porque iría y promocionaría sus artículos, porque me haría comprarle algún ingrediente ya que usted se habría dejado el dinero en casa, ¡como siempre! – A medida que iba avanzando en su discurso y añadía otra cosa a su enumeración con los dedos hasta que necesitó la otra mano para contar. – Lo siento señora, pero esta vez usted tiene que quedarse aquí y cuidarme la casa – finiquitó cruzándose de brazos. La mujer, agachó la cabeza y se abrazó a la pequeña de cabellos azules.
–¡Mi niña! ¡Cómo ha crecido! – Balbuceó entre lágrimas. – Si Genza estuviese aquí… ¡Qué orgulloso estaría! Anda, ve y prepárate, y antes de partir pásate por mi casa, quiero que te lleves algo – Lejos de ofenderse, la mujer le estampó cual sello un beso en la frente a la kunoichi, dejándole una silueta de lo que se suponía que eran unos labios rojos y desapareció por su puerta. Eri suspiró y observó como Mike le arañaba la pierna, era la hora de la comida.
Entonces recordó cómo había sucedido todo.
Nada más levantarse aquel día, sintió como un bulto seguía durmiendo a sus pies – o mejor dicho, encima de ellos –, suspiró y lo movió, haciendo que él también se levantara y que buscase su típica atención matutina, a lo que Eri le respondió con suaves caricias y mimos. ¿Qué habría hecho el Uchiha con el perro hasta aquel entonces? Negó con la cabeza cuando observó el collar que adornaba el cuello del animal y suspiró, tenía que cambiárselo en cuanto antes. Así, cuando acudió a la entrada de su apartamento dispuesta a hacer dicha compra encontró una carta dirigida a ella de la Uzukage, Shiona-sama. Exclamó un chillido de sorpresa haciendo que Mike se pusiese a la defensiva, pero ésta, lejos de asustarse por el perro, se agachó y empezó a explicar.
–¡No me lo esperaba! – Miró al can, que la miraba entre curioso y alerta. –Soy una participante, así que tengo que asistir a los Dojos, ¿sabes dónde están? En el País del Fuego – Comentó mientras releía toda la carta de nuevo, memorizando dónde tenía que ir ya que los Dojos era un lugar de combate y de entrenamiento, pero ella tendría que quedarse allí más tiempo, por lo que necesitaba un lugar donde alojarse. Sonrió al leer otra vez que había un valle donde tenía que ir para aguardar los días que durase el Torneo. El animal ladró feliz mientras daba vueltas al rededor de su dueña mientras ésta guardaba la nota en su portaobjetos, decidida a buscar un collar de acuerdo con sus gustos al perro ya que había decidido que Mike la acompañaría. Había tres invitaciones para acompañantes, ¿por qué no llevar al pequeño, no tan pequeño Mike? Le sobó de nuevo el pelaje y le retó a una carrera hasta la tienda más cercana.
Al final el collar lo eligió él.
Era el mismo que tenía antes.
A la vuelta de su compra sin éxito, se encontró con Yoko, con la que mantuvo la conversación que rememoraba en esos precisos momentos mientras hacía la mochila para su viaje. Antes de irse se despediría de ella y recogería lo que con tanto ahínco había pedido que recogiera antes de su marcha. Así, con sus ropas habituales ninjas que se equipaba sobre esa época del año, cerró su puerta con llave asegurándose de que todo estaba en perfecto orden. Echó una ojeada a su derecha, encontrándose con Mike moviendo la cola de forma animada, la kunoichi sonrió. Entonces viró sus ojos hasta la puerta que tenía en frente, y con dos delicados toques, la esbelta mujer de ojos azules salió con una sonrisa y una bolsa entre sus manos.
– Llévatelas, están ricas y tú estás demasiado flacucha – Explicó mientras la nieta adoptiva de Genza aceptaba la bolsa que contenía una docena de galletas caseras. – Cuídate, y si te acuerdas de esta pobre mujer, más te vale aparecer de nuevo por aquí con algo entre las manos. Pero sobre todo lo primero – Luego le acarició el pelo con ternura y le dio dos toques con cariño, Eri asintió, guardando la bolsa de comida que le había proporcionado y sin esperar un segundo más, partió hacia los Dojos.
Dos días después, hicieron una parada en Minori para reponer sus víveres y tomar un breve descanso. Sin embargo, Mike, no estando tan acostumbrado a viajar tan lejos de su villa, decidió que era lo correcto orinar en cualquier lugar autoproclamando así lugares inapropiados como baños públicos para perros en los campos de cultivo de los habitantes de aquel lugar. Eri se disculpó como pudo, sin embargo, el dueño de ese campo de cultivo en particular sonrió al verla y la apartó de preocupaciones alegando que esa parte de los cultivos le estaba dando problemas desde el principio, así que no tenía por qué disculparse. Mike le ladró, sin gustarle, pero Eri agradeció su buen gesto y volvió a partir esta vez sin pararse hacia los Dojos de combate.
Sopesó la idea de haber dejado mejor a Mike con Yoko, pero lo prefería a su lado.
Un par de días más tarde, encontró la entrada del valle al que tenía que ir. Tenía que entrar por un paso entre las montañas, donde observó como era custodiado por samuráis que vestían kimonos de color marrón con estampados blancos, los cuáles pidieron la identificación de la joven kunoichi que se la tendió un poquito cohibida. Ambos samuráis la dejaron pasar y la otorgaron un cheque que Eri entendió como lo que usaría para alojarse en cualquier lugar, o eso la habían explicado. Un paseo más y ya estaba en la ciudad tradicional japonesa dónde se tenía que quedar durante su estancia en los dojos.
El Hotel ''El Pony Dorado'', un hotel japonés de una planta con el tejado de un color gris oscuro y paredes de piedra de un grisáceo más claro que el del tejado, es el hotel que la chica había elegido para hospedarse durante aquellos días. Las puertas que llevaban al vestíbulo del lugar eran correderas, así que se tiró un buen rato buscando como abrirlas hasta que cayó en cuenta, Mike solo pudo observarla mientras correteaba por los al rededores. Al parecer, contaba con un restaurante con todo tipo de comida, y una zona de descanso para aquellos que decidan quedarse en aquel lugar que consta de una piscina conjunta de burbujas característico del lugar. El nombre proviene de que en la susodicha piscina conjunta tiene dos ponys dorados a los lados que expulsan burbujas cada cinco minutos que inundan el lugar, y todo eso lo leyó en el panfleto que encontró en el mostrador al final del vestíbulo - además, aceptaban animales, así que necesitaba ir dónde se admitiesen los mismos -, así que ese le vino a la perfección.
La recepcionista: una mujer ya entrada en edad que vestía con un kimono marrón oscuro, castaña y de ojos saltones sonrió al ver a la pequeña entrar junto con un perro que, saltando sobre el mostrador, quedó apoyado sobre sus dos patas traseras mientras que las delanteras estaban apoyadas sobre la mesa de madera. Eri lo regañó, avergonzada.
–Si lo llego a saber te dejo con Nabi... – susurró intentando que la mujer no la escuchase, entonces Mike lamió la cara de su ahora dueña y se sentó en el suelo, expectativo. Era decir Nabi y era un perro de lo más educado. Bufó al perro y presentó su mejor cara a la recepcionista. –Buenos días, buscaba una habitación... - Comentó a la mujer, enseñándole el cheque que había recibido minutos atrás. La anciana inclinó su vista, sacó una llave de debajo del mostrador y se la tendió.
–Aquí tiene, habitación siete, señorita – Eri asintió, murmuró un gracias y fue a llevar sus pertenencias al lugar correspondiente, luego saldría a dar una vuelta por la ciudad acompañada de su fiel perro. Era grande, rodeada de las montañas que antes había podido apreciar, y todo mantenía esa típica decoración japonesa que tanto le gustaba a la joven de Uzushio. Había por todos lados puestos mercantiles, restaurantes y establecimientos hoteleros. Pero su vista vagó hasta un gran estadio de piedra que adornaba el centro de la ciudad. Tembló al ver como las puertas estaban cerradas y se cuestionó interiormente si de verdad había hecho bien en apuntarse. Suspiró, era una ninja médico al fin y al cabo, los combates podían no ser lo suyo, ¡pero quería demostrar de lo que estaba hecha! Cerró ambos puños y volvió a temblar involuntariamente.
Mike ladró mientras daba vueltas a su al rededor, parecía intentar alentarla.
– Está bien, está bien... – Le dijo mientras se arrodillaba para quedar a su altura. –Daré lo mejor de mí, ¡ya verás! – El can lamió el moflete de la kunoichi, haciendo reír a la joven. – Y si no, siempre podremos animar a los demás participantes de Uzushio, quizás Nabi también aparezca – Mike ladró de nuevo, dándole la razón.
Los próximos días la huérfana se dedicaría a entrenar sin parar, quería dar lo mejor de ella, y lucir con felicidad su bandana como prueba de que ella también era una ninja admirable de Uzushiogakure.