22/01/2020, 00:31
(Última modificación: 22/01/2020, 00:47 por Inuzuka Etsu. Editado 1 vez en total.)
Como acostumbraba, Etsu y Akane practicaban Tekken en el dojo. Ser los mejores alumnos del dojo familiar no es cosa de apellido, o de sangre... mas bien es cosa del esfuerzo y del empeño que ambos ponían en ello. No había día que ambos entrenasen menos de 10 horas. Obsesión de Etsu, y cosa con la que Akane tenía que lidiar. Pero al final, todo trae sus frutos. Akane ganaba grandes manjares, y Etsu ganaba sentirse mejor consigo mismo.
El día lucía nublado, con una tormenta que parecía estar anunciándose más que inminente. Apenas se podía decir que fuese mediodía, pues la luz del sol estaba siendo aplacada en su mayor parte por las nubes. Numerosos cuervos graznaban en bandadas, arremolinados sobre kusagakure. Era día trece, por encima de todo, un número de lo más negativo.
Era una aglomeración curiosa de malas señales.
Pese a todo, el par de Inuzukas practicaban contra un pelele. Realizaban katas, practicaban golpeo directo, se iban sucediendo en combos. En sí practicaban un poco de todo, nada concreto. Etsu continuaba golpeando el pelele en lo que Akane tomaba un descanso, y fue precisamente en ese momento que el abuelo apareció en la sala del dojo. Abrió las puertas con el sigilo de un ánima, y se plantó en el umbral de la puerta corredera.
—Etsu, Akane —llamó la atención de sendos Inuzuka, a los cuales pilló por sorpresa. —dejad el entrenamiento, necesito que me acompañéis a casa.
El anciano, tan brusco y directo como siempre, dejó claras las cosas. Etsu dejó su golpeo contra el pelele, y miró al anciano. Realizó una reverencia en contestación —Sí, abuelo. —aclaró. Akane, ni corto ni perezoso, se adelantó y se puso a la par que el de mayor edad. Etsu no tardó en acompañarlos.
—¿Sucede algo, abuelo? —preguntó curioso Etsu.
Pero ni media palabra salió de los labios del anciano. Los tres tomaron camino a casa, en un silencio casi sepulcral. Etsu tenía más que curiosidad, no era frecuente que el abuelo le cortase el entrenamiento, y mucho menos que le obligase a acompañarlo a casa. Pero por el momento, no podía hacer más que andar. Tras casi un par de decenas de minutos, y un sinfín de calles, los Inuzukas llegaron a las puertas del dojo familiar. Estaban de nuevo en casa.
El abuelo fue el primero en entrar, y tras éste entraron el nieto y su can. Todos se dirigieron al salón principal, liderados por el de mayor edad. Al llegar al salón, el anciano tomó asiento en su sillón favorito, uno casi tan grande como él mismo. Etsu miró al abuelo, arqueando una ceja en clara discordia. El abuelo sin embargo, no soltó prenda. Akane se sentó al lado del sillón que tenía al flanco derecho el anciano, y Etsu terminó por tomar asiento en el mismo. Pronto uno de los sirviente acudió a la improvisada reunión familiar. Se trataba de shimano, el tipo que hacía un té que sabía a gloria divina. Se acercó, y realizó una leve reverencia, claramente dirigida al abuelo.
—Señor, ¿desea que les prepare un poco de té? —preguntó con descaro.
—Si, prepara té para cuatro, por favor.
—Si, señor. —contestó al anciano, y con las mismas, el hombre se retiró.
Etsu no pudo obviar las palabras del abuelo. Había pedido que hicieran té para cuatro, cuando solo eran tres en esa reunión. Bien podía ser que quisiese que Shimano tomase el té con ellos, pero era un poco extraño. Normalmente, si alguien está invitado a una reunión, ya lo sabe de antemano, y si encima es el que prepara el té... sería muy raro que tuvieses que remarcarle que se preparase a sí mismo uno. Quizás el Inuzuka le daba demasiadas vueltas al asunto.
Explotó.
No pudo esconderlo más.
La curiosidad mató al gato, y eso que él tenía mas afinidad con los perros, pero...
—Abuelo, ¿quién mas viene? ¿y porqué de ésta reunión? No lo entiendo.
El abuelo suspiró, y se relajó levemente en su sitio. Clavó su mirada en la puerta que hacía escasos segundos habían pasado, y tras ello desvió la mirada a algún punto perdido en el suelo. Era la primera vez en su vida que Etsu veía de esa manera a su abuelo.
—¿Abuelo? —insistió el rastas, como si el anciano no le hubiese escuchado.
El abuelo tomó aire, y lo soltó con parsimonia. Miró al chico, y miró de nuevo a la puerta. Apenas pasados unos segundos, y con Etsu que casi le da un infarto del mismo estrés, el abuelo devolvió la mirada a su nieto.
—Verás, Etsu... él ha salido.
Etsu quedó en blanco. No entendía a qué se refería el anciano. No sabía quién podía haber salido de donde. No entendía porqué su abuelo estaba nervioso. Lo único que quedó en el aire fue un incómodo silencio, un silencio que ni en un cementerio a media noche.
El de rastas agarró con fuerza el apoya-brazos del sofá con su diestra, en lo que con la zurda tomaba el cojinete de su lado por la parte mas adelantada, y se echó hacia delante. —¿A quién te refieres?
—Han liberado a tu padre.
¡BOM! ¡BOOM!
El corazón casi se le sale del pecho.
—Está de camino
¡BOM! ¡BOOM!
—Quiere verte...
¡BOM! ¡BOOM!
El Inuzuka no daba crédito a lo que el anciano decía, y terminó llevándose la diestra directa al corazón.
¡BOM! ¡BOOM!
—¿¡CÓMO ES POSIBLE!? —bramó el rastas.
¡BOM! ¡BOOM! ¡BOM! ¡BOOOM!
La puerta se abrió, en un golpe seco y tosco.
¡BOM! ¡BOOM! ¡BOM! ¡BOOOM!
La silueta de un hombre de mediana edad, que vestía un kimono negro y llevaba unos pelos alborotados se plantó en el umbral.
¡BOM! ¡BOOM! ¡BOM! ¡BOOOM! ¡BOM! ¡BOOOM!
—Cuanto tiempo... —escupió con una sonrisa el hombre.
El padre de Etsu comenzó a andar de nuevo, directo hacia el rastas, con parsimonia. Bajo la mirada de los otros tres, el hombre parecía inmutable, ajeno a todos los sentimientos que podían tener en su contra. Etsu, el que más, quedó helado ante la presencia de su padre. Quería gritar de odio, quería golpearlo hasta dejarlo sin sentido, quería hundir su ono en la cabeza de ese hombre, quería...
Quería tantas cosas...
El silencio volvió a reinar en la sala, una sala donde las miradas podían matar. El Inuzuka no pudo esconder ese odio tan atroz que le tenía. Tenía ante sus ojos no a su padre, si no a la persona que había matado a su madre. Ese hombre dejó de ser su padre desde ese mismo día.
—¿No vas a saludar a tu padre?
El de rastas quedó con su mirada clavada en los orbes del padre. Pero pese a todo lo que sentía, pese a todo el odio que podía tenerle, estaba paralizado por la misma situación. Lo peor de todo, esa sonrisa que aquél hombre tenía de oreja a oreja.
—Ni se te ocurra... —inquirió el Inuzuka. —Después de lo que hiciste, ni se te ocurra volver como si no hubieses hecho nada.
Por fin el Inuzuka pudo escupir las palabras que casi formulaban sus sentimientos. No era todo lo que sentía, ni mucho menos... pero algo era algo.
—Hijo...
—¿¡NO ME LLAMES HIJO!? —bramó el rastas, levantándose del sofá y encarándolo.
El padre acentuó aún mas la sonrisa —pequeño, ni se te ocurra levantarme la voz.
Pero todo había sido un engaño. En un abrir y cerrar de ojos, todo había vuelto a como estaba unos segundos antes. Se encontraba frente a su padre, y éste aún tenía su guitarra a la espalda. El suelo no tenía añicos del instrumento, y no había sangre por ningún lado.
El Inuzuka reculó, sin entender en absoluto lo que había pasado. Su padre sonrió de nuevo...
—Así me gusta.
El abuelo golpeó el apoya-brazos del sillón, llamando la atención de los otros tres. Si, Akane también estaba allí aún, acojonado al lado del abuelo.
—Déjate de tonterías, hijo. ¿Acaso has salido de la cárcel solo para torturar psicológicamente a tu hijo?
El hombre se llevó la mano tras la nuca —jajajajaja tienes razón, padre. Tan sabio como siempre.
El padre de Etsu pasó a su lado, en lo que éste aún estaba helado, y tomó asiento en el sofá. Etsu quedó mirándolo, con rencor, con odio, y quizás con temor. Bueno, más que quizás. El hombre palpó un par de veces el cojinete de su lado, indicando al chico que se sentase a su lado. Obviamente, Etsu hizo caso omiso, y se sentó en el sofá que tenía frente a éste.
Shimano hizo aparición, y dejó la bandeja con los cuatro té en la mesa que tenían entre los sofás y el sillón. Hizo una reverencia, y se fue con las mismas.
El abuelo fue el primero en tomar su taza de té, seguido por su hijo. El anciano removió su taza, y bebió un sorbo. Frente a Etsu, su padre cruzó las piernas, y dejó de nuevo la taza sobre la mesa. Se quitó el instrumento de la espalda, y lo recostó en el sofá justo a su vera. Tras ello, retomó la taza de té, a la cuál le propinó un sorbo.
—Y bien. ¿Qué rango posees ya, Etsu? ¿jounin? ¿anbu? —le propinó otro sorbo al té.
El chico tomó una taza, y la dejó en el suelo para que Akane pudiese beber de ella. Tras ello tomó una para sí mismo —aún soy genin.
El hombre cesó bebiendo el té de inmediato, y sonrió de nuevo.
Todo volvió a estar como estaba, salvo la obviedad de que al chico se le cayó la taza de las manos. La impresión del cambio de perspectiva, del golpe que le había propinado su padre y luego no era... todo era una diarrea mental de aúpa.
El anciano hincó su mirada en su hijo —¡he dicho que ya basta!
—Viejo, has fallado en lo que te encomendé. Etsu aún es un puto genin. No veo cómo así va a convertirse en el Inuzuka más fuerte de todos los tiempos. A su edad, ambos eramos jounin.
—¡Un rango no me categoriza como nada! ¡Soy perectamente capaz de ser chunin o jounin! ¡Pero dedico más tiempo a entrenar que a hacer misiones!
—Si, claro...
Un incómodo silencio volvió a reinar.
El hombre tomó un sorbo de su taza, y el anciano también lo hizo. Ninguno abrió de nuevo la boca, tan solo se acuchillaban con miradas.
—Etsu entrenará conmigo a partir de mañana —sentenció el hombre.
—¡...Y una mierda!
Pero se tuvo que tragar sus palabras el joven, pues la escena vivida con la guitarra se revivió por tercera vez. Por suerte o por desgracia, la taza de té ya estaba rota y desparramada por el suelo, por lo que no se le pudo caer de nuevo. Por contra, cada vez que eso pasaba, le dejaba helado por unos cuantos segundos. Su padre era odioso, en todos los sentidos.
El hombre sonrió, y le propinó otro trago a su taza de té.
—Aprovecha si quieres para descansar. Te espera una larga temporada entrenando conmigo.
Etsu torció una mueca de desagrado, y miró hacia un flanco.
¿Qué podía hacer?
Se levantó, y sin mediar palabra se fue a su cuarto. Deseaba con todo su alma destrozarle a su padre esa maldita guitarra en la cabeza, deseaba abrirle la cabeza en dos con su ono, deseaba... tantas cosas deseaba, que por desgracia no podía ni cumplir.
¿Cómo habían podido dejar suelto a ese lunático?
Etsu se echó a dormir, dándole vueltas al asunto. Pensaba en cuantas cosas quería hacerle a su padre, en cuánto le odiaba por haber matado a su madre, en cómo había podido salir de la cárcel. Pero por más vueltas que le daba a esos asuntos en su cabeza, no hacía más que marearse. No era demasiado inteligente, y quizás habían demasiadas cosas que se le escapaban...
[...]
La puerta de la habitación de Etsu se abrió mucho antes de que el sol saliese. El chico se levantó con el mismo sonido de la puerta, y miró hacia el umbral de la misma. En éste umbral se hallaba su padre, como la peor de las pesadillas. El hombre le lanzó unas prendas, que golpearon en el pecho del chico, que aún estaba recostado. Miró las mismas, y se trataba de un kimono blanco, así como una máscara del mismo color totalmente lisa y con dos agujeros para los ojos. El rastas arqueó una ceja, y miró a su padre.
—¿Y ésto...?
—Tu uniforme de entrenamiento. Conmigo no tienes la libertad de vestir como plazcas. —contestó, tras lo cuál sonrió.
—¡No eres nadie para decirme como tengo que vestir, o cómo tengo que entrenar!
De nuevo, regresaron a la realidad, donde el padre aún estaba en el umbral de la puerta, con su característica sonrisa. Una sonrisa que hacía sombra a la de Etsu, y que sin duda tenía un sentido mucho mas espeluznante. La piel se le erizó al joven, y para cuando pudo reaccionar, se vistió con ese maldito uniforme. Tras vestirse, quedó con los brazos cruzados y una mueca bien seria para con su padre.
—No seas así, chico. Tómatelo como una ayuda en tu carrera hacia convertirte en el Inuzuka más fuerte de todos los tiempos.
—Si, claro... —masculló entredientes.
—Por cierto, toma todas las cosas que necesites en una mochila. No vamos a volver en una buen temporada.
«¿Pero qué coño dice...?»
De nuevo, el chico blandió una mueca de desagrado, pero hizo caso de lo que el padre le decía. Tomó una maleta, y cogió ropa para unos cuantos días, así como sus pocas herramientas. Además, tomó sus armas, solo por si acaso. Temía que pudiese acabar con su ono clavada en la cabeza de su padre, pero por otro lado no hacía mas que desear esa situación...
Los tres abandonaron el dojo —si, Akane también iba— y tomaron dirección al bosque de hongos. Caminaron una buena parte del día, por no decir que la mayor parte. Pararon en un puesto para comer, y luego para cenar, y siguieron andando. Terminaron haciendo noche en mitad de la nada, y al día siguiente, más de lo mismo. Caminaron hasta aborrecer el camino. Al par de días, llegaron a un dojo abandonado en mitad de ninguna parte. Un dojo que estaba casi demolido por las ramas de los árboles, la enredaderas, y algunos hongos gigantes.
—Hemos llegado —anunció el hombre.
El chico no le devolvió palabra alguna, tal y como había hecho en la absoluta totalidad del viaje. El hombre se adelantó un poco, y abrió la puerta principal del dojo. Una manta de murciélagos salieron del mismo, armando un buen alboroto con el batir de sus alas. El hombre continuó hacia adentro, como si nada, ni tan siquiera se asustó o impresionó. Etsu lo siguió a la distancia, adentrándose en el susodicho dojo.
El lugar era amplio, conformado por una única sala de tatami, con seis pilares que sostenían el techo a duras penas. Todas las paredes eran de madera, sin decoración alguna, y una única puerta de entrada y salida —la misma que habían cruzado—.
—Bueno cachorro, es hora de entrenar.
[...]
Los días pasaron, las semanas, y de hecho hasta los meses. El entrenamiento con el padre había sido una lucha psicológica constante, en la que había terminado con algo menos confianza en sí mismo, pero había terminado decidido. Tenía un objetivo, y debía cumplirlo. El entrenamiento con ese loco le había dado frutos, quisiera o no reconocerlo. Le había hecho dominar otro de los pilares del estilo familiar, lo cuál no era poco. Además de eso, había logrado aprender el Kuchiyose, y había afinado un poco sus jutsus elementales. Por contra, había ganado unas cuantas cicatrices más, tanto físicas como emocionales...
Y una careta, en la que con su propia sangre dibujó una sonrisa.
Esa sonrisa que tanto odiaba de su padre, y la cuál él mismo usaba en muchas ocasiones, aunque no con la misma intencionalidad que su padre. Por suerte para él, todo había acabado. El entrenamiento había terminado. Lo malo... que su padre se quedaría en el dojo a vivir también, y tendría que convivir con él día a día.
Si os preguntáis si hicieron las paces o si hablaron mucho durante ese entrenamiento... la respuesta es no. Como mucho Etsu dio las gracias por la comida, o le decía un asqueado "hasta mañana". En todo ese tiempo juntos, tan solo el padre intentó hablar con el chico, pero éste se mantuvo aferrado a su odio.
¿Quién en su sano juicio iba a hacer las paces con la persona que había matado a su madre?
El día lucía nublado, con una tormenta que parecía estar anunciándose más que inminente. Apenas se podía decir que fuese mediodía, pues la luz del sol estaba siendo aplacada en su mayor parte por las nubes. Numerosos cuervos graznaban en bandadas, arremolinados sobre kusagakure. Era día trece, por encima de todo, un número de lo más negativo.
Era una aglomeración curiosa de malas señales.
Pese a todo, el par de Inuzukas practicaban contra un pelele. Realizaban katas, practicaban golpeo directo, se iban sucediendo en combos. En sí practicaban un poco de todo, nada concreto. Etsu continuaba golpeando el pelele en lo que Akane tomaba un descanso, y fue precisamente en ese momento que el abuelo apareció en la sala del dojo. Abrió las puertas con el sigilo de un ánima, y se plantó en el umbral de la puerta corredera.
—Etsu, Akane —llamó la atención de sendos Inuzuka, a los cuales pilló por sorpresa. —dejad el entrenamiento, necesito que me acompañéis a casa.
El anciano, tan brusco y directo como siempre, dejó claras las cosas. Etsu dejó su golpeo contra el pelele, y miró al anciano. Realizó una reverencia en contestación —Sí, abuelo. —aclaró. Akane, ni corto ni perezoso, se adelantó y se puso a la par que el de mayor edad. Etsu no tardó en acompañarlos.
—¿Sucede algo, abuelo? —preguntó curioso Etsu.
Pero ni media palabra salió de los labios del anciano. Los tres tomaron camino a casa, en un silencio casi sepulcral. Etsu tenía más que curiosidad, no era frecuente que el abuelo le cortase el entrenamiento, y mucho menos que le obligase a acompañarlo a casa. Pero por el momento, no podía hacer más que andar. Tras casi un par de decenas de minutos, y un sinfín de calles, los Inuzukas llegaron a las puertas del dojo familiar. Estaban de nuevo en casa.
El abuelo fue el primero en entrar, y tras éste entraron el nieto y su can. Todos se dirigieron al salón principal, liderados por el de mayor edad. Al llegar al salón, el anciano tomó asiento en su sillón favorito, uno casi tan grande como él mismo. Etsu miró al abuelo, arqueando una ceja en clara discordia. El abuelo sin embargo, no soltó prenda. Akane se sentó al lado del sillón que tenía al flanco derecho el anciano, y Etsu terminó por tomar asiento en el mismo. Pronto uno de los sirviente acudió a la improvisada reunión familiar. Se trataba de shimano, el tipo que hacía un té que sabía a gloria divina. Se acercó, y realizó una leve reverencia, claramente dirigida al abuelo.
—Señor, ¿desea que les prepare un poco de té? —preguntó con descaro.
—Si, prepara té para cuatro, por favor.
—Si, señor. —contestó al anciano, y con las mismas, el hombre se retiró.
Etsu no pudo obviar las palabras del abuelo. Había pedido que hicieran té para cuatro, cuando solo eran tres en esa reunión. Bien podía ser que quisiese que Shimano tomase el té con ellos, pero era un poco extraño. Normalmente, si alguien está invitado a una reunión, ya lo sabe de antemano, y si encima es el que prepara el té... sería muy raro que tuvieses que remarcarle que se preparase a sí mismo uno. Quizás el Inuzuka le daba demasiadas vueltas al asunto.
Explotó.
No pudo esconderlo más.
La curiosidad mató al gato, y eso que él tenía mas afinidad con los perros, pero...
—Abuelo, ¿quién mas viene? ¿y porqué de ésta reunión? No lo entiendo.
El abuelo suspiró, y se relajó levemente en su sitio. Clavó su mirada en la puerta que hacía escasos segundos habían pasado, y tras ello desvió la mirada a algún punto perdido en el suelo. Era la primera vez en su vida que Etsu veía de esa manera a su abuelo.
—¿Abuelo? —insistió el rastas, como si el anciano no le hubiese escuchado.
El abuelo tomó aire, y lo soltó con parsimonia. Miró al chico, y miró de nuevo a la puerta. Apenas pasados unos segundos, y con Etsu que casi le da un infarto del mismo estrés, el abuelo devolvió la mirada a su nieto.
—Verás, Etsu... él ha salido.
Etsu quedó en blanco. No entendía a qué se refería el anciano. No sabía quién podía haber salido de donde. No entendía porqué su abuelo estaba nervioso. Lo único que quedó en el aire fue un incómodo silencio, un silencio que ni en un cementerio a media noche.
El de rastas agarró con fuerza el apoya-brazos del sofá con su diestra, en lo que con la zurda tomaba el cojinete de su lado por la parte mas adelantada, y se echó hacia delante. —¿A quién te refieres?
—Han liberado a tu padre.
¡BOM! ¡BOOM!
El corazón casi se le sale del pecho.
—Está de camino
¡BOM! ¡BOOM!
—Quiere verte...
¡BOM! ¡BOOM!
El Inuzuka no daba crédito a lo que el anciano decía, y terminó llevándose la diestra directa al corazón.
¡BOM! ¡BOOM!
—¿¡CÓMO ES POSIBLE!? —bramó el rastas.
¡BOM! ¡BOOM! ¡BOM! ¡BOOOM!
La puerta se abrió, en un golpe seco y tosco.
¡BOM! ¡BOOM! ¡BOM! ¡BOOOM!
La silueta de un hombre de mediana edad, que vestía un kimono negro y llevaba unos pelos alborotados se plantó en el umbral.
¡BOM! ¡BOOM! ¡BOM! ¡BOOOM! ¡BOM! ¡BOOOM!
—Cuanto tiempo... —escupió con una sonrisa el hombre.
El padre de Etsu comenzó a andar de nuevo, directo hacia el rastas, con parsimonia. Bajo la mirada de los otros tres, el hombre parecía inmutable, ajeno a todos los sentimientos que podían tener en su contra. Etsu, el que más, quedó helado ante la presencia de su padre. Quería gritar de odio, quería golpearlo hasta dejarlo sin sentido, quería hundir su ono en la cabeza de ese hombre, quería...
Quería tantas cosas...
El silencio volvió a reinar en la sala, una sala donde las miradas podían matar. El Inuzuka no pudo esconder ese odio tan atroz que le tenía. Tenía ante sus ojos no a su padre, si no a la persona que había matado a su madre. Ese hombre dejó de ser su padre desde ese mismo día.
—¿No vas a saludar a tu padre?
El de rastas quedó con su mirada clavada en los orbes del padre. Pero pese a todo lo que sentía, pese a todo el odio que podía tenerle, estaba paralizado por la misma situación. Lo peor de todo, esa sonrisa que aquél hombre tenía de oreja a oreja.
—Ni se te ocurra... —inquirió el Inuzuka. —Después de lo que hiciste, ni se te ocurra volver como si no hubieses hecho nada.
Por fin el Inuzuka pudo escupir las palabras que casi formulaban sus sentimientos. No era todo lo que sentía, ni mucho menos... pero algo era algo.
—Hijo...
—¿¡NO ME LLAMES HIJO!? —bramó el rastas, levantándose del sofá y encarándolo.
El padre acentuó aún mas la sonrisa —pequeño, ni se te ocurra levantarme la voz.
Con la misma sonrisa, y la misma actitud tranquila con la que estaba acercándose, tomó la especie de guitarra que tenía a la espalda colgada y en un movimiento sin tutías la partió en la cabeza de Etsu.
¡CLUUUNKCH!
Un reguero de sangre recorrió la cara del Inuzuka, que quedó blanco e inmóvil. Los trozos de guitarra saltaron por todos lados, los trozos que obviamente sobraban de la cabeza del chico. Un sinfín de astillas y restos del instrumento se clavaron en la cabeza del joven, que drásticamente cayó sobre sus rodillas. La sangre cada vez brotaba más rápido, todo le daba vueltas, y estaba a punto de perder el conocimiento...
Frente a él, su padre tenía esa asquerosa sonrisa aún más acentuada, si es que cabe.
¡CLUUUNKCH!
Un reguero de sangre recorrió la cara del Inuzuka, que quedó blanco e inmóvil. Los trozos de guitarra saltaron por todos lados, los trozos que obviamente sobraban de la cabeza del chico. Un sinfín de astillas y restos del instrumento se clavaron en la cabeza del joven, que drásticamente cayó sobre sus rodillas. La sangre cada vez brotaba más rápido, todo le daba vueltas, y estaba a punto de perder el conocimiento...
Frente a él, su padre tenía esa asquerosa sonrisa aún más acentuada, si es que cabe.
Pero todo había sido un engaño. En un abrir y cerrar de ojos, todo había vuelto a como estaba unos segundos antes. Se encontraba frente a su padre, y éste aún tenía su guitarra a la espalda. El suelo no tenía añicos del instrumento, y no había sangre por ningún lado.
El Inuzuka reculó, sin entender en absoluto lo que había pasado. Su padre sonrió de nuevo...
—Así me gusta.
El abuelo golpeó el apoya-brazos del sillón, llamando la atención de los otros tres. Si, Akane también estaba allí aún, acojonado al lado del abuelo.
—Déjate de tonterías, hijo. ¿Acaso has salido de la cárcel solo para torturar psicológicamente a tu hijo?
El hombre se llevó la mano tras la nuca —jajajajaja tienes razón, padre. Tan sabio como siempre.
El padre de Etsu pasó a su lado, en lo que éste aún estaba helado, y tomó asiento en el sofá. Etsu quedó mirándolo, con rencor, con odio, y quizás con temor. Bueno, más que quizás. El hombre palpó un par de veces el cojinete de su lado, indicando al chico que se sentase a su lado. Obviamente, Etsu hizo caso omiso, y se sentó en el sofá que tenía frente a éste.
Shimano hizo aparición, y dejó la bandeja con los cuatro té en la mesa que tenían entre los sofás y el sillón. Hizo una reverencia, y se fue con las mismas.
El abuelo fue el primero en tomar su taza de té, seguido por su hijo. El anciano removió su taza, y bebió un sorbo. Frente a Etsu, su padre cruzó las piernas, y dejó de nuevo la taza sobre la mesa. Se quitó el instrumento de la espalda, y lo recostó en el sofá justo a su vera. Tras ello, retomó la taza de té, a la cuál le propinó un sorbo.
—Y bien. ¿Qué rango posees ya, Etsu? ¿jounin? ¿anbu? —le propinó otro sorbo al té.
El chico tomó una taza, y la dejó en el suelo para que Akane pudiese beber de ella. Tras ello tomó una para sí mismo —aún soy genin.
El hombre cesó bebiendo el té de inmediato, y sonrió de nuevo.
Tras unos segundos de incómodo silencio, el padre de Etsu apretó tanto la taza que ésta estalló. Con las mismas, tomó la guitarra, y la lanzó con una fuerza abrumadora contra el rastas.
¡CLUUUNKCH!
Del mismo golpe, el chico cayó de espaldas, con el sillón incluido. El golpe había sido tal, que había volcado el sillón y todo. La sangre brotaba por todo el suelo de la estancia, y Etsu apenas era capaz de analizar lo sucedido. Estaba mirando el techo de la sala, o bueno, eso era prácticamente lo que podía deducirse. Realmente, tenía la mayor parte de la cara hecha un cristo, apenas podía mantener los ojos abiertos.
—¿Qué has dicho? —preguntó el hombre, que continuaba sentado con las piernas cruzadas.
Etsu quiso contestar, o levantarse... pero no podía ni respirar apenas. Todo daba vueltas. Muchas vueltas.
¡CLUUUNKCH!
Del mismo golpe, el chico cayó de espaldas, con el sillón incluido. El golpe había sido tal, que había volcado el sillón y todo. La sangre brotaba por todo el suelo de la estancia, y Etsu apenas era capaz de analizar lo sucedido. Estaba mirando el techo de la sala, o bueno, eso era prácticamente lo que podía deducirse. Realmente, tenía la mayor parte de la cara hecha un cristo, apenas podía mantener los ojos abiertos.
—¿Qué has dicho? —preguntó el hombre, que continuaba sentado con las piernas cruzadas.
Etsu quiso contestar, o levantarse... pero no podía ni respirar apenas. Todo daba vueltas. Muchas vueltas.
Todo volvió a estar como estaba, salvo la obviedad de que al chico se le cayó la taza de las manos. La impresión del cambio de perspectiva, del golpe que le había propinado su padre y luego no era... todo era una diarrea mental de aúpa.
El anciano hincó su mirada en su hijo —¡he dicho que ya basta!
—Viejo, has fallado en lo que te encomendé. Etsu aún es un puto genin. No veo cómo así va a convertirse en el Inuzuka más fuerte de todos los tiempos. A su edad, ambos eramos jounin.
—¡Un rango no me categoriza como nada! ¡Soy perectamente capaz de ser chunin o jounin! ¡Pero dedico más tiempo a entrenar que a hacer misiones!
—Si, claro...
Un incómodo silencio volvió a reinar.
El hombre tomó un sorbo de su taza, y el anciano también lo hizo. Ninguno abrió de nuevo la boca, tan solo se acuchillaban con miradas.
—Etsu entrenará conmigo a partir de mañana —sentenció el hombre.
—¡...Y una mierda!
Pero se tuvo que tragar sus palabras el joven, pues la escena vivida con la guitarra se revivió por tercera vez. Por suerte o por desgracia, la taza de té ya estaba rota y desparramada por el suelo, por lo que no se le pudo caer de nuevo. Por contra, cada vez que eso pasaba, le dejaba helado por unos cuantos segundos. Su padre era odioso, en todos los sentidos.
El hombre sonrió, y le propinó otro trago a su taza de té.
—Aprovecha si quieres para descansar. Te espera una larga temporada entrenando conmigo.
Etsu torció una mueca de desagrado, y miró hacia un flanco.
¿Qué podía hacer?
Se levantó, y sin mediar palabra se fue a su cuarto. Deseaba con todo su alma destrozarle a su padre esa maldita guitarra en la cabeza, deseaba abrirle la cabeza en dos con su ono, deseaba... tantas cosas deseaba, que por desgracia no podía ni cumplir.
¿Cómo habían podido dejar suelto a ese lunático?
Etsu se echó a dormir, dándole vueltas al asunto. Pensaba en cuantas cosas quería hacerle a su padre, en cuánto le odiaba por haber matado a su madre, en cómo había podido salir de la cárcel. Pero por más vueltas que le daba a esos asuntos en su cabeza, no hacía más que marearse. No era demasiado inteligente, y quizás habían demasiadas cosas que se le escapaban...
[...]
La puerta de la habitación de Etsu se abrió mucho antes de que el sol saliese. El chico se levantó con el mismo sonido de la puerta, y miró hacia el umbral de la misma. En éste umbral se hallaba su padre, como la peor de las pesadillas. El hombre le lanzó unas prendas, que golpearon en el pecho del chico, que aún estaba recostado. Miró las mismas, y se trataba de un kimono blanco, así como una máscara del mismo color totalmente lisa y con dos agujeros para los ojos. El rastas arqueó una ceja, y miró a su padre.
—¿Y ésto...?
—Tu uniforme de entrenamiento. Conmigo no tienes la libertad de vestir como plazcas. —contestó, tras lo cuál sonrió.
—¡No eres nadie para decirme como tengo que vestir, o cómo tengo que entrenar!
El hombre caminó hacia Etsu, y lo miró desde una distancia relativamente corta —soy tu padre, y vas a obedecerme.
—¡...Y una mierda!
Las palabras sobraban, no parecían llegar a un acuerdo. Pero, el hombre no pensaba de igual manera. En un abrir y cerrar de ojos, tomó la guitarra y...
¡CLUUUNKCH!
De nuevo, destrozó la guitarra contra la cabeza del joven. Las paredes, el suelo, el techo, la cama... todo quedó manchado con sangre del joven Inuzuka. Además, el suelo quedó decorado con los restos de madera del instrumento. Todo comenzó a dar vueltas, se sentía mareado, como si las fuerzas le flaqueasen.
—¡...Y una mierda!
Las palabras sobraban, no parecían llegar a un acuerdo. Pero, el hombre no pensaba de igual manera. En un abrir y cerrar de ojos, tomó la guitarra y...
¡CLUUUNKCH!
De nuevo, destrozó la guitarra contra la cabeza del joven. Las paredes, el suelo, el techo, la cama... todo quedó manchado con sangre del joven Inuzuka. Además, el suelo quedó decorado con los restos de madera del instrumento. Todo comenzó a dar vueltas, se sentía mareado, como si las fuerzas le flaqueasen.
De nuevo, regresaron a la realidad, donde el padre aún estaba en el umbral de la puerta, con su característica sonrisa. Una sonrisa que hacía sombra a la de Etsu, y que sin duda tenía un sentido mucho mas espeluznante. La piel se le erizó al joven, y para cuando pudo reaccionar, se vistió con ese maldito uniforme. Tras vestirse, quedó con los brazos cruzados y una mueca bien seria para con su padre.
—No seas así, chico. Tómatelo como una ayuda en tu carrera hacia convertirte en el Inuzuka más fuerte de todos los tiempos.
—Si, claro... —masculló entredientes.
—Por cierto, toma todas las cosas que necesites en una mochila. No vamos a volver en una buen temporada.
«¿Pero qué coño dice...?»
De nuevo, el chico blandió una mueca de desagrado, pero hizo caso de lo que el padre le decía. Tomó una maleta, y cogió ropa para unos cuantos días, así como sus pocas herramientas. Además, tomó sus armas, solo por si acaso. Temía que pudiese acabar con su ono clavada en la cabeza de su padre, pero por otro lado no hacía mas que desear esa situación...
Los tres abandonaron el dojo —si, Akane también iba— y tomaron dirección al bosque de hongos. Caminaron una buena parte del día, por no decir que la mayor parte. Pararon en un puesto para comer, y luego para cenar, y siguieron andando. Terminaron haciendo noche en mitad de la nada, y al día siguiente, más de lo mismo. Caminaron hasta aborrecer el camino. Al par de días, llegaron a un dojo abandonado en mitad de ninguna parte. Un dojo que estaba casi demolido por las ramas de los árboles, la enredaderas, y algunos hongos gigantes.
—Hemos llegado —anunció el hombre.
El chico no le devolvió palabra alguna, tal y como había hecho en la absoluta totalidad del viaje. El hombre se adelantó un poco, y abrió la puerta principal del dojo. Una manta de murciélagos salieron del mismo, armando un buen alboroto con el batir de sus alas. El hombre continuó hacia adentro, como si nada, ni tan siquiera se asustó o impresionó. Etsu lo siguió a la distancia, adentrándose en el susodicho dojo.
El lugar era amplio, conformado por una única sala de tatami, con seis pilares que sostenían el techo a duras penas. Todas las paredes eran de madera, sin decoración alguna, y una única puerta de entrada y salida —la misma que habían cruzado—.
—Bueno cachorro, es hora de entrenar.
[...]
Los días pasaron, las semanas, y de hecho hasta los meses. El entrenamiento con el padre había sido una lucha psicológica constante, en la que había terminado con algo menos confianza en sí mismo, pero había terminado decidido. Tenía un objetivo, y debía cumplirlo. El entrenamiento con ese loco le había dado frutos, quisiera o no reconocerlo. Le había hecho dominar otro de los pilares del estilo familiar, lo cuál no era poco. Además de eso, había logrado aprender el Kuchiyose, y había afinado un poco sus jutsus elementales. Por contra, había ganado unas cuantas cicatrices más, tanto físicas como emocionales...
Y una careta, en la que con su propia sangre dibujó una sonrisa.
Esa sonrisa que tanto odiaba de su padre, y la cuál él mismo usaba en muchas ocasiones, aunque no con la misma intencionalidad que su padre. Por suerte para él, todo había acabado. El entrenamiento había terminado. Lo malo... que su padre se quedaría en el dojo a vivir también, y tendría que convivir con él día a día.
Si os preguntáis si hicieron las paces o si hablaron mucho durante ese entrenamiento... la respuesta es no. Como mucho Etsu dio las gracias por la comida, o le decía un asqueado "hasta mañana". En todo ese tiempo juntos, tan solo el padre intentó hablar con el chico, pero éste se mantuvo aferrado a su odio.
¿Quién en su sano juicio iba a hacer las paces con la persona que había matado a su madre?
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~