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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Kazeyōbi, día 27 de Caída de Pétalo del año 217



El tan esperado día había llegado. Ayame se había estado preparando hasta la extenuación durante aquellos dos meses, pero ni siquiera con aquellas se sentía preparada para lo que se le echaba encima. De lo nerviosa que se sentía, no había podido dormir en toda la noche, recordando su horror al enterarse de que la nueva convocatoria para el examen de genin había sido adelantada un par de semanas e imaginando todas y cada una de las mil y una formas cosas que podrían salir mal al día siguiente. Daba vueltas en la cama, inquieta, se despertaba entre sobresaltos cada dos por tres pensando que se había dormido... ¿Acaso había conseguido hacerlo durante más de diez minutos seguidos para cuando sonó el despertador?

—Me quiero morir... —fueron sus primeras palabras.

Y, sin embargo, hizo acopio de todas sus fuerzas, apagó el despertador y se levantó de la cama. Abrió la persiana y suspiró para sí. Con los nubarrones que cubrían el cielo y la lluvia siempre presente, era difícil saber si aún era de noche o ya había comenzado a amanecer. Fuera como fuese, se vistió rápidamente con sus clásica vestimenta, se colocó la cinta de tela cuidadosamente en torno a su frente para cubrir la marca de nacimiento y tomó su armamento. Estaba claro que toda ayuda que pudiera llevar sería poca en un día tan importante como aquel.

—Buenos días... —murmuró con cierta desgana, cuando entró en la cocina. Sin embargo, no había nadie allí, y cuando miró a su alrededor se dio cuenta de que su padre ya debía de haber salido a trabajar al hospital y su hermano debía de tener alguna tarea como shinobi. No estaba demasiado segura de si lo prefería así, la verdad.

Tampoco desayunó demasiado. Tenía el estómago revuelto y sentía que cualquier bocado podía desencadenar en una terrible desgracia. Tendría que aguantar hasta la hora de la comida... Si es que para entonces tenía ánimos para comer...

Así que, con aquellas ojeras de mapache, Ayame puso rumbo al Torreón de la Academia para lo que esperaba que fuera su última vez allí. Ni siquiera se dio cuenta de que se le había vuelto a olvidar el paraguas en casa. Otra vez.

La habían convocado en el ring de combate número 5 de la planta baja, y llegó al lugar un cuarto de hora antes de lo previsto. Mientras esperaba, se apoyó en la pared más cercana y cerró los ojos, tratando de rememorar todas y cada una de las cosas que sabía. O que creía saber. La gente fue llegando paulatinamente, y pronto Ayame se vio rodeada de una decena de chicos y chicas, algunos conocidos pero de los que no recordaba sus nombres y otros que no le sonaban absolutamente de nada.

—¡Aotsuki Ayame! —la voz del examinador la sobresaltó, en algún momento había llegado sin que se diera siquiera cuenta de ello. Pero Ayame respondió de manera inmediata:

—¡Yo!

—¡Takobuki Hachi!

—Presente —dijo un chico pelirrojo de piel rosada y ojos azules. Ayame no podía estar segura de si era más joven o más mayor que ella, pero de lo que sí podía estar convencida era de que era notablemente más alto y bastante musculoso.

«Y aquí es donde muero... ¿Por qué tenía que ser la primera?» Se lamentó, con un gemido ahogado.

El examinador les hizo una seña a ambos para que le acompañaran y les guió hasta el interior del ring. La sala era un simple campo de batalla de arena dividido por la mitad por una línea dibujada con tiza. No había árboles, ni rocas, ni cualquier otro elemento que pudiera romper la monotonía del lugar. En un lugar apartado, una mesa donde el examinador les indicó que dejaran todas sus armas.

«Taijutsu... Va a ser Taijutsu... Y me va a moler...»

Ayame y Hachi se colocaron en sus respectivas marcas, uno enfrente del otro en ambos extremos del campo.

—La primera prueba del examen de ascenso a genin es la de Taijutsu —confirmó el examinador, y Ayame se sintió hundirse un poco más. A su lado, aquel chico parecía un mastodonte... ¿Cómo iba a competir con él?—. Ya conocéis las normas. El combate es a tres caídas, el primero que tire al suelo a su oponente dos veces, gana. No se permitirá el uso de ninguna técnica ofensiva. ¿Estáis listos?

Ambos asintieron, aunque el de Hachi fue mucho más confiado que el suyo.

—¡Empezad!

Él se movió primero, y arremetió con tal fiereza que la tierra retumbó bajo sus pies al son de sus pasos. Pese a todo, Ayame se dio cuenta enseguida de que, pese a su evidente fuerza física, era bastante lento comparado con ella. Y por eso le dio tiempo de sobra para ver el puñetazo que se le venía encima y se apartó hacia un lado con gracilidad. Después alzó la pierna y trató de golpear con el empeine la parte interior de su rodilla para hacerle perder el equilibrio. Sin embargo, Hachi se revolvió sobre sí mismo y logró sujetarle el tobillo antes de que llegara a impactar. Y antes de que pudiera siquiera reaccionar, sintió un fuerte tirón, el pie que tenía apoyado resbaló y el mundo dio una vuelta de campana antes de acabar mordiendo el polvo.

—¡Ah! —gimió, al dar con su cuerpo en el suelo.

—¡Uno a cero! —anunció el examinador.

Ayame se reincorporó, maldiciendo para sus adentros. Con lentitud premeditada, y los ojos clavados en su oponente, volvió hasta su marca y flexionó ligeramente las rodillas.

—¡Adelante!

En aquella ocasión, Hachi no se abalanzó sobre ella como la primera vez. Parecía haberse dado cuenta de la diferencia en agilidad que existía entre los dos y ahora avanzaba hacia ella lentamente, en círculos, como si la estuviera acechando. Y Ayame respondía a aquel mismo movimiento pero en dirección opuesta. Poco a poco, estudiándose minuciosamente, fueron acercándose cada vez más.

Hasta que se prendió la chispa.

Hachi lanzó una brutal patada hacia su pecho, y Ayame la bloqueó utilizando sus antebrazos. Sin embargo, eso no impidió que retrocediera varios pasos, tratando por todos los medios no perder el equilibrio. Pero Hachi no estaba dispuesto a dejarle una tregua, y descargó sobre ella una tanda de golpes que a duras penas conseguía esquivar o bloquear. Se llevó más de un puñetazo, más de una patada, y cuando dejó caer los brazos, dolorida, vio que cargaba contra ella con todas sus fuerzas.

Y entonces se le ocurrió. El examinador había prohibido las técnicas ofensivas, ¿pero y si...?

Ayame no se movió del sitio y aguantó el tipo con el suelo retumbando de manera terrorífica bajo sus pies. Hachi la embistió como un toro, pero en lugar de empujarla, el cuerpo de Ayame estalló súbitamente en agua y la inercia hizo el resto. Hachi cayó al suelo con estrépito.

—¡Uno a uno!

«Uno más... Esta es la decisiva...»

Ayame volvió a su marca. Al menos si perdía podía afirmar que no era la única que había salido magullada de aquel encuentro.

—¡Adelante!

Era el todo o el nada. Y así lo demostraron los dos combatientes. Se lanzaron al unísono el uno contra el otro y enseguida se vieron inmersos de nuevo en aquel interminable intercambio de golpes. Ayame lanzaba un puñetazo, Hachi trataba de sujetarla pero de nuevo se encontraba con que no podía sujetar al agua... Hachi volvía a golpear, pero cuando Ayame trataba de esquivarlo se encontraba con su rodilla dispuesta a encontrarse con su estómago... Así estuvieron durante lo que a Ayame le parecieron horas, pero al final ocurrió lo que tenía que ocurrir.

Después de tres asaltos, Ayame estaba terriblemente fatigada. Sus pies ya no respondían tan rápido a las órdenes de su cerebro y le ardía el pecho con cada respiración. Esquivó un puñetazo por los pelos, pero se encontró con el hombro de Hachi, que la embistió con tanta crudeza que la envió varios metros hacia atrás.

Y cayó.

—¡Dos a uno! ¡El ganador es Hachi!
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No respondo dudas por MP.
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#2
«Qué poco ha faltado...» Ayame suspiró y acomodó la cabeza en la pared en la que estaba apoyada.

El combate de Taijutsu la había dejado para el arrastre. Casi literalmente hablando. Y aún no terminaba de creerse que hubiese conseguido salvarse en el último instante. Incluso podía admitir, con cierto orgullo, que había conseguido sorprender al mismísimo examinador. Le hubiera gustado poder disfrutar de su cara en el momento en el que había dado ya la victoria a Hachi y ella había licuado su cuerpo justo en el momento del impacto y el agua había rodado sobre sí misma para terminar enseguida de pie.

Los siguientes pasos del baile antes de la caída de Hachi fueron rodados. Resultaba que toda la fuerza que ostentaba aquel grandullón no solo costaba sobre la rapidez de sus movimientos, sino de su resistencia. Al final, Ayame había conseguido saltar sobre su espalda y hacerle caer al suelo.

La victoria era suya... Pero no podía confiarse, había estado muy cerca de fallar. Y no podía permitirse algo así.

La siguiente prueba se desarrollaba en el ring de combate número 7, y Ayame llevaba ya un rato allí esperando. Descansando y sacando brillo a sus shuriken y a su kunai, mientras el resto de sus compañeros de generación terminaba sus respectivos combates. Aún pasaría una media hora más hasta que todos estuvieron listos para la siguiente prueba.

—Ya podéis ir pasando, muchachos. Pero de uno en uno —indicó una examinadora, que acababa de salir de aquella misma sala.

En aquella ocasión, el ring estaba conformado por una enorme sala rectangular en la que no había rastro alguno de arenas de combate. En su lugar, un sinfín de dianas cubrían la pared posterior y una serie de marcas pintadas con tiza blanca en el suelo salpicaban el lugar a diferentes distancias.

—¡Colocaos en la marca que queda más cerca de las dianas! ¡Una persona por diana! ¡¡Vamos, moveos!!

—Oh, oh... ya sé de qué va esto... —susurró Ayame para sí. Y, la verdad, no le hacía ninguna gracia.

Sin embargo, no tardó en acatar la orden. Eligió una diana en concreto y se colocó sobre la marca que quedaba más cerca. Así a ojo, calculaba que se encontraba a unos cinco metros, aproximadamente.

—¡Bien, chicos! La prueba es bien sencilla. Desde donde estáis situados, tendréis que lanzar vuestros shuriken hacia la diana que tenéis al frente. Sólo tenéis una oportunidad. Si acertáis en el blanco, pasaréis a la siguiente marca y volveréis a intentarlo; y en el momento en el que falléis seréis despachados de la prueba. ¡¿Queda claro?!

«Cristalino...» Asintió Ayame, tragando saliva. A su memoria acudieron los consejos de Mogura y Aiko cuando la ayudaron a entrenar con los shuriken. En realidad, aquella prueba era muy similar a los ejercicios que ellos le habían propuesto. Qué lejos parecía aquello ya...

En realidad, con el primer tiro no debería tener mayores problemas... ¿Pero cuánto aguantaría sin cometer algún fallo que le costara la prueba? No tenía demasiado sentido pensar en aquello ahora. Lo hecho, hecho estaba. Ahora le tocaba esforzarse y dar lo máximo de sí misma.

—¡Empezad!

Los lanzamientos se produjeron casi al unísono. Los shuriken silbaron en el aire y recortaron la distancia que les separaba de las dianas en un abrir y cerrar de ojos; y, con un último chasquido, unos se clavaron en las dianas, otros tantos rebotaron y otros ni siquiera llegaron o se pasaron de largo.

Por suerte, el de Ayame pertenecía al primer grupo. Y tan solo se había desviado ligeramente a la derecha desde el centro. Aliviada, suspiró para sus adentros y retrocedió varios pasos hasta dar con la siguiente marca mientras algunos aspirantes se veían obligados a retirarse. Sin embargo, y pese al alivio anterior, el alma se le cayó a los pies al ver lo lejos que parecía ahora la diana.

Unos diez metros los separaban... ¿Podría hacerlo? Ayame sacó el segundo shuriken de su portaobjetos.

—¡Disparad!

Las armas volvieron a volar como golondrinas recortando el viento. De nuevo, una tras otra se fueron clavando en las dianas entre violentos temblores de metal. Sin embargo...

Ayame dejó escapar todo el aire de los pulmones y hundió los hombros. Su shuriken no había llevado la suficiente fuerza, y había terminado clavado en el suelo a un par de metros de su objetivo.

Había fracasado.
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#3
La última prueba la esperaba. Ayame, con los hombros hundidos y la cabeza baja, esperaba frente a la misma puerta que el aspirante que se encontraba dentro terminara su examen y llegara su turno al fin. Con los ojos entrecerrados y la respiración contenida, agudizaba al máximo su sentido del oído, tratando de escuchar lo que estaba pasando tras aquella puerta corrediza de bambú. Sin embargo, por mucho que lo intentaba, no oía más que fragmentos de conversaciones difusas. Nada que pudiera desvelarle nada sobre el contenido de la prueba.

«Tengo que esforzarme al máximo... esta es mi última oportunidad.» Pensaba, con el corazón en un puño. Había pasado la prueba de Taijutsu por los pelos y había fracasado en la prueba de lanzamiento de armas... Si no lograba destacar en la última prueba, su camino como kunoichi llegaría a su fin. Su padre la borraría de la academia, ya se lo había advertido, y no podría cumplir su promesa. Todos estarían decepcionados, y Daruu... «¡No! ¡Tengo que hacerlo!» Se reprendió, sacudiendo la cabeza.

Y, justo en ese momento, la puerta se abrió.

—¿Aotsuki Ayame?

—S... Soy yo.

—Acompáñame, por favor.

Ella asintió. El examinador entró en la sala y después se sentó en una mesa larga entre los otros dos examinadores de las pruebas anteriores. Sobre la mesa, decenas de bandanas de tela, con la placa de Amegakure atornillada sobre ella, esperaban relucientes. La última prueba era individual para que los tres examinadores pudieran emitir sus veredictos finales. Una especie de votación a la que Ayame ya había asistido una vez...

—La última prueba es sobre el Ninjutsu —dictaminó, aunque Ayame ya lo sabía de sobra—. ¿Qué es el chakra?

—El chakra es la energía que está presente en todos los seres vivos, y que los ninjas utilizamos para realizar nuestras técnicas —soltó, casi de carrerilla.

—¿Cómo se crea el chakra? —preguntó el examinador de la prueba de taijutsu.

—Mediante la combinación de la energía física, que sale de cada una de las células de nuestro cuerpo, y la espiritual, que procede de la mente.

—¿Y cómo lo controlamos, muchacha? —Fue el turno para la examinadora de la prueba de lanzamiento de armas.

—Mediante los sellos de manos... principalmente.

Los tres asintieron. Parecían conformes, y Ayame se relajó un tanto. Sin embargo, ella nunca había tenido problemas con la teoría. La práctica era otro cantar...

—Enséñanos tu Bunshin no Jutsu —la invitó el examinador del centro.

Ayame asintió, de nuevo tensa como la cuerda de un arco. Entrelazó ambas manos y cerró los ojos con fuerza.

«Concéntrate... Visualiza tu propia imagen como en un espejo y proyéctala al exterior... Recuerda lo que Daruu te dijo...»

Carnero. Serpiente. Tigre.

—¡Bunshin no Jutsu!

Un pequeño estallido liberó una nube de humo que invadió la clase durante unos instantes. Ayame casi ni se atrevía a mirar, pero entreabrió los ojos poco a poco y cuando la humareda se disipó, contempló frente a sí a dos clones que se alzaban con las manos entrelazadas en la misma postura que ella misma. Lo había conseguido. Eran vivas representaciones de sí misma. Ninguno de los dos era gelatinoso. Y ninguno de los dos tenía una estúpida sonrisa dibujada en la cara.

«¡Lo logré!» Pensó. Y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para contener el impulso de ponerse a pegar botes de alegría.

Las réplicas se deshicieron en una nueva boluta de humo transcurridos un par de minutos, y los examinadores volvieron a asentir.

—¿Qué opinas, Dageki-san?

Dageki era el examinador de Taijutsu, un hombre fuerte de cabellos oscuros y cortos y ojos acerados. Ante la pregunta de su compañero, se pensó durante unos instantes la respuesta que iba a dar.

—Lo cierto es que no es una gran promesa con el Taijutsu —comenzó, y Ayame sintió que el corazón se le hundía en el pecho—. Quiero decir, no es fuerte, apenas aguanta un par de asaltos sin fatigarse... No parece estar hecha para luchar cuerpo a cuerpo.

—Ni tampoco para luchar a distancia. Muchacha, ¡tu shuriken ni siquiera fue capaz de alcanza una diana inmóvil y en línea recta a diez metros de distancia!

Ayame se mordió el labio inferior, a punto de echarse a llorar allí mismo. La estaban condenando, ya se veía regresando a casa con un nuevo fracaso entre las manos. El fracaso definitivo...

—Sin embargo, Kibu-san, Ayame-chan tiene una habilidad especial para sorprender y es capaz de librar un combate sin recibir daño alguno... ¡Aunque la golpeen! ¡Es un miembro del clan Hōzuki! ¡Ya sabes lo temibles que pueden llegar a ser!

—Además, domina a la perfección las bases del Ninjutsu. Le ha costado hacerlo, por lo que veo en su expediente académico, pero está claro que ha estado esforzándose día a día.

—¡Pero un ninja que no domina el Taijutsu ni sabe lanzar armas correctamente ni siquiera debería ser un ninja! —exclamó Kibu.

Por un momento, Ayame se sintió lejos del lugar. Estaba asistiendo a su propio juicio, pero era como si fuera un pavo al que estuvieran decidiendo si perdonarle la vida o cenárselo aquella misma noche sin poder opinar nada al respecto.

—Entonces, Tamashī-san, ¿cuál es el veredicto final? —preguntó Dageki.



...



Ayame corría. Corría lo más rápido que le permitían las piernas. Respiraba de forma agitada, y con cada inspiración una punzada de dolor recorría su pecho en llamas. Pero eso no le importaba. Sujetaba entre sus manos una nota, una hoja de papel que trataba de proteger de la lluvia abrazándola contra el pecho. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, pero tampoco le importaba. Las gotas de lluvia se encargaban de mimetizarlas. Su padre iba a matarla por haberse olvidado de nuevo el paraguas.

Pero nada de eso importaba.

Porque la bandana de Amegakure relucía impoluta en su frente.
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