27/03/2017, 16:15
(Última modificación: 27/03/2017, 16:16 por Aotsuki Ayame.)
Kazeyōbi, día 27 de Caída de Pétalo del año 217
El tan esperado día había llegado. Ayame se había estado preparando hasta la extenuación durante aquellos dos meses, pero ni siquiera con aquellas se sentía preparada para lo que se le echaba encima. De lo nerviosa que se sentía, no había podido dormir en toda la noche, recordando su horror al enterarse de que la nueva convocatoria para el examen de genin había sido adelantada un par de semanas e imaginando todas y cada una de las mil y una formas cosas que podrían salir mal al día siguiente. Daba vueltas en la cama, inquieta, se despertaba entre sobresaltos cada dos por tres pensando que se había dormido... ¿Acaso había conseguido hacerlo durante más de diez minutos seguidos para cuando sonó el despertador?
—Me quiero morir... —fueron sus primeras palabras.
Y, sin embargo, hizo acopio de todas sus fuerzas, apagó el despertador y se levantó de la cama. Abrió la persiana y suspiró para sí. Con los nubarrones que cubrían el cielo y la lluvia siempre presente, era difícil saber si aún era de noche o ya había comenzado a amanecer. Fuera como fuese, se vistió rápidamente con sus clásica vestimenta, se colocó la cinta de tela cuidadosamente en torno a su frente para cubrir la marca de nacimiento y tomó su armamento. Estaba claro que toda ayuda que pudiera llevar sería poca en un día tan importante como aquel.
—Buenos días... —murmuró con cierta desgana, cuando entró en la cocina. Sin embargo, no había nadie allí, y cuando miró a su alrededor se dio cuenta de que su padre ya debía de haber salido a trabajar al hospital y su hermano debía de tener alguna tarea como shinobi. No estaba demasiado segura de si lo prefería así, la verdad.
Tampoco desayunó demasiado. Tenía el estómago revuelto y sentía que cualquier bocado podía desencadenar en una terrible desgracia. Tendría que aguantar hasta la hora de la comida... Si es que para entonces tenía ánimos para comer...
Así que, con aquellas ojeras de mapache, Ayame puso rumbo al Torreón de la Academia para lo que esperaba que fuera su última vez allí. Ni siquiera se dio cuenta de que se le había vuelto a olvidar el paraguas en casa. Otra vez.
La habían convocado en el ring de combate número 5 de la planta baja, y llegó al lugar un cuarto de hora antes de lo previsto. Mientras esperaba, se apoyó en la pared más cercana y cerró los ojos, tratando de rememorar todas y cada una de las cosas que sabía. O que creía saber. La gente fue llegando paulatinamente, y pronto Ayame se vio rodeada de una decena de chicos y chicas, algunos conocidos pero de los que no recordaba sus nombres y otros que no le sonaban absolutamente de nada.
—¡Aotsuki Ayame! —la voz del examinador la sobresaltó, en algún momento había llegado sin que se diera siquiera cuenta de ello. Pero Ayame respondió de manera inmediata:
—¡Yo!
—¡Takobuki Hachi!
—Presente —dijo un chico pelirrojo de piel rosada y ojos azules. Ayame no podía estar segura de si era más joven o más mayor que ella, pero de lo que sí podía estar convencida era de que era notablemente más alto y bastante musculoso.
«Y aquí es donde muero... ¿Por qué tenía que ser la primera?» Se lamentó, con un gemido ahogado.
El examinador les hizo una seña a ambos para que le acompañaran y les guió hasta el interior del ring. La sala era un simple campo de batalla de arena dividido por la mitad por una línea dibujada con tiza. No había árboles, ni rocas, ni cualquier otro elemento que pudiera romper la monotonía del lugar. En un lugar apartado, una mesa donde el examinador les indicó que dejaran todas sus armas.
«Taijutsu... Va a ser Taijutsu... Y me va a moler...»
Ayame y Hachi se colocaron en sus respectivas marcas, uno enfrente del otro en ambos extremos del campo.
—La primera prueba del examen de ascenso a genin es la de Taijutsu —confirmó el examinador, y Ayame se sintió hundirse un poco más. A su lado, aquel chico parecía un mastodonte... ¿Cómo iba a competir con él?—. Ya conocéis las normas. El combate es a tres caídas, el primero que tire al suelo a su oponente dos veces, gana. No se permitirá el uso de ninguna técnica ofensiva. ¿Estáis listos?
Ambos asintieron, aunque el de Hachi fue mucho más confiado que el suyo.
—¡Empezad!
Él se movió primero, y arremetió con tal fiereza que la tierra retumbó bajo sus pies al son de sus pasos. Pese a todo, Ayame se dio cuenta enseguida de que, pese a su evidente fuerza física, era bastante lento comparado con ella. Y por eso le dio tiempo de sobra para ver el puñetazo que se le venía encima y se apartó hacia un lado con gracilidad. Después alzó la pierna y trató de golpear con el empeine la parte interior de su rodilla para hacerle perder el equilibrio. Sin embargo, Hachi se revolvió sobre sí mismo y logró sujetarle el tobillo antes de que llegara a impactar. Y antes de que pudiera siquiera reaccionar, sintió un fuerte tirón, el pie que tenía apoyado resbaló y el mundo dio una vuelta de campana antes de acabar mordiendo el polvo.
—¡Ah! —gimió, al dar con su cuerpo en el suelo.
—¡Uno a cero! —anunció el examinador.
Ayame se reincorporó, maldiciendo para sus adentros. Con lentitud premeditada, y los ojos clavados en su oponente, volvió hasta su marca y flexionó ligeramente las rodillas.
—¡Adelante!
En aquella ocasión, Hachi no se abalanzó sobre ella como la primera vez. Parecía haberse dado cuenta de la diferencia en agilidad que existía entre los dos y ahora avanzaba hacia ella lentamente, en círculos, como si la estuviera acechando. Y Ayame respondía a aquel mismo movimiento pero en dirección opuesta. Poco a poco, estudiándose minuciosamente, fueron acercándose cada vez más.
Hasta que se prendió la chispa.
Hachi lanzó una brutal patada hacia su pecho, y Ayame la bloqueó utilizando sus antebrazos. Sin embargo, eso no impidió que retrocediera varios pasos, tratando por todos los medios no perder el equilibrio. Pero Hachi no estaba dispuesto a dejarle una tregua, y descargó sobre ella una tanda de golpes que a duras penas conseguía esquivar o bloquear. Se llevó más de un puñetazo, más de una patada, y cuando dejó caer los brazos, dolorida, vio que cargaba contra ella con todas sus fuerzas.
Y entonces se le ocurrió. El examinador había prohibido las técnicas ofensivas, ¿pero y si...?
Ayame no se movió del sitio y aguantó el tipo con el suelo retumbando de manera terrorífica bajo sus pies. Hachi la embistió como un toro, pero en lugar de empujarla, el cuerpo de Ayame estalló súbitamente en agua y la inercia hizo el resto. Hachi cayó al suelo con estrépito.
—¡Uno a uno!
«Uno más... Esta es la decisiva...»
Ayame volvió a su marca. Al menos si perdía podía afirmar que no era la única que había salido magullada de aquel encuentro.
—¡Adelante!
Era el todo o el nada. Y así lo demostraron los dos combatientes. Se lanzaron al unísono el uno contra el otro y enseguida se vieron inmersos de nuevo en aquel interminable intercambio de golpes. Ayame lanzaba un puñetazo, Hachi trataba de sujetarla pero de nuevo se encontraba con que no podía sujetar al agua... Hachi volvía a golpear, pero cuando Ayame trataba de esquivarlo se encontraba con su rodilla dispuesta a encontrarse con su estómago... Así estuvieron durante lo que a Ayame le parecieron horas, pero al final ocurrió lo que tenía que ocurrir.
Después de tres asaltos, Ayame estaba terriblemente fatigada. Sus pies ya no respondían tan rápido a las órdenes de su cerebro y le ardía el pecho con cada respiración. Esquivó un puñetazo por los pelos, pero se encontró con el hombro de Hachi, que la embistió con tanta crudeza que la envió varios metros hacia atrás.
Y cayó.
—¡Dos a uno! ¡El ganador es Hachi!