10/09/2018, 02:24
Ayame dejó escapar un largo y tendido suspiro cargado de pesar. Sabía que iba a pasar y pensaba que lo tenía más que asumido, ¿pero entonces por qué le dolía tanto? Sentada sobre el escalón de uno de los canales de Amegakure, observaba su reflejo en las aguas mientras la lluvia caía inclemente y pesada sobre sus hombros y sus largos cabellos, aplastándolos contra su cabeza y su espalda. No le importaba. Nunca le había importado el efecto de la lluvia sobre ella; pero, al contrario que en otras ocasiones, aquella vez no resultaba reconfortante. Al menos, nadie podría decir si las gotas que caían sobre sus mejillas eran efecto de la lluvia o eran sus propias lágrimas.
«Nada me sale bien...»
En silencio volvía a preguntarse cuándo se retorció todo de aquella manera. ¿Fue en su derrota en el Torneo de los Dojos? ¿Fue después acaso? No. Fue antes de eso. No había sido consciente de ello, pero ahora lo sabía con claridad: todo había empezado en el momento en el que había interrumpido a Uchiha Datsue en su escarceo amoroso con Aiko y él había comenzado a planificar su venganza contra ella.
«Al final sí que me has quitado el chaleco.» Sonrió con amargura, y se sintió aún peor al pensar que seguramente él sí habría ascendido.
Era irónico. En su momento había suspendido el examen de genin como un efecto colateral del acoso sufrido por los matones de la Academia. ¿Convertía eso a Datsue en su nuevo matón? ¿O quizás había sido cosa del karma, pues por su ella perdió su placa de jonin?
No... Debía dejarse de excusas. Había sido por su propia culpa, y lo sabía bien.
Una sombra se cernió sobre ella, las alas de un águila cubriéndola. Ayame no alzó la mirada, podía ver su reflejo con la misma claridad con la que se veía a sí misma. Aotsuki Zetsuo, cubriéndola con un paraguas oscuro.
—¿Qué te he dicho de ir por ahí bajo la lluvia, niña? —le interrogó, pero no recibió más que el silencio por respuesta.
—¿Qué podría haber hecho contra él? —murmuró ella en voz baja al cabo de varios segundos, con los hombros tan hundidos como su ánimo.
—Sabes a la perfección que ese no fue tu error, Ayame —le rebatió su padre.
—Lo sé —sonrió ella, una sonrisa cargada de amargura y desesperación—. Pero quiero saberlo de todas maneras.
Él tardó varios segundos en responder.
—Nada. Ya lo viste por ti misma. Luchaste con arrojo, pero no se puede hacer nada contra esos ojos. Y tú has tenido la mala suerte de tener que enfrentarte a ellos... dos veces.
—Es injusto...
—La vida es jodidamente injusta —asintió él, con la mirada clavada en el horizonte. Pero enseguida volvió a fijarla en la espalda de la muchacha, pensativo—. Si te soy sincero, incluso yo habría tenido problemas contra una técnica como esa.
Ella apretó las mandíbulas, con un doloroso nudo en la garganta.
—¿Y entonces qué? ¿Cómo se enfrenta a un Uchiha? ¿Qué debo hacer si me vuelvo a encontrar con uno de ellos?
Los ojos de Zetsuo se ensombrecieron.
—Correr. Correr tan rápido como puedas y no mirar atrás, sobre todo si estás sola. Ya lo has visto, luchar uno contra uno contra esos demonios es imposible.
Ayame cerró los ojos, temblando de rabia e impotencia y cuando volvió a hablar no pudo evitar que se quebrara su voz.
—Vuelvo a quedarme atrás otra vez... Daruu y Kaido han conseguido aprobar y yo... ¡Maldita sea, soy una egoísta! —exclamó, golpeándose las rodillas y después se tapó la boca con ambas manos—. Me alegro por ellos, pero al mismo tiempo estoy muy dolida... ¿Qué es lo que debo hacer ahora?
Junto a ella, Zetsuo agachó la cabeza y clavó sus iris aguamarina en su coronilla. Sin ningún tipo de aviso o delicadeza, la tomó por debajo del brazo con su mano libre y la obligó a alzarse.
—Levantarte. Levantarte y seguir trabajando duro, Ayame. Vamos, es hora de seguir entrenando.
«Nada me sale bien...»
En silencio volvía a preguntarse cuándo se retorció todo de aquella manera. ¿Fue en su derrota en el Torneo de los Dojos? ¿Fue después acaso? No. Fue antes de eso. No había sido consciente de ello, pero ahora lo sabía con claridad: todo había empezado en el momento en el que había interrumpido a Uchiha Datsue en su escarceo amoroso con Aiko y él había comenzado a planificar su venganza contra ella.
«Al final sí que me has quitado el chaleco.» Sonrió con amargura, y se sintió aún peor al pensar que seguramente él sí habría ascendido.
Era irónico. En su momento había suspendido el examen de genin como un efecto colateral del acoso sufrido por los matones de la Academia. ¿Convertía eso a Datsue en su nuevo matón? ¿O quizás había sido cosa del karma, pues por su ella perdió su placa de jonin?
No... Debía dejarse de excusas. Había sido por su propia culpa, y lo sabía bien.
Una sombra se cernió sobre ella, las alas de un águila cubriéndola. Ayame no alzó la mirada, podía ver su reflejo con la misma claridad con la que se veía a sí misma. Aotsuki Zetsuo, cubriéndola con un paraguas oscuro.
—¿Qué te he dicho de ir por ahí bajo la lluvia, niña? —le interrogó, pero no recibió más que el silencio por respuesta.
—¿Qué podría haber hecho contra él? —murmuró ella en voz baja al cabo de varios segundos, con los hombros tan hundidos como su ánimo.
—Sabes a la perfección que ese no fue tu error, Ayame —le rebatió su padre.
—Lo sé —sonrió ella, una sonrisa cargada de amargura y desesperación—. Pero quiero saberlo de todas maneras.
Él tardó varios segundos en responder.
—Nada. Ya lo viste por ti misma. Luchaste con arrojo, pero no se puede hacer nada contra esos ojos. Y tú has tenido la mala suerte de tener que enfrentarte a ellos... dos veces.
—Es injusto...
—La vida es jodidamente injusta —asintió él, con la mirada clavada en el horizonte. Pero enseguida volvió a fijarla en la espalda de la muchacha, pensativo—. Si te soy sincero, incluso yo habría tenido problemas contra una técnica como esa.
Ella apretó las mandíbulas, con un doloroso nudo en la garganta.
—¿Y entonces qué? ¿Cómo se enfrenta a un Uchiha? ¿Qué debo hacer si me vuelvo a encontrar con uno de ellos?
Los ojos de Zetsuo se ensombrecieron.
—Correr. Correr tan rápido como puedas y no mirar atrás, sobre todo si estás sola. Ya lo has visto, luchar uno contra uno contra esos demonios es imposible.
Ayame cerró los ojos, temblando de rabia e impotencia y cuando volvió a hablar no pudo evitar que se quebrara su voz.
—Vuelvo a quedarme atrás otra vez... Daruu y Kaido han conseguido aprobar y yo... ¡Maldita sea, soy una egoísta! —exclamó, golpeándose las rodillas y después se tapó la boca con ambas manos—. Me alegro por ellos, pero al mismo tiempo estoy muy dolida... ¿Qué es lo que debo hacer ahora?
Junto a ella, Zetsuo agachó la cabeza y clavó sus iris aguamarina en su coronilla. Sin ningún tipo de aviso o delicadeza, la tomó por debajo del brazo con su mano libre y la obligó a alzarse.
—Levantarte. Levantarte y seguir trabajando duro, Ayame. Vamos, es hora de seguir entrenando.