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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Jadeante, pero con una radiante sonrisa de oreja a oreja, la muchacha era incapaz de apartar la mirada de la banda que sostenía entre sus temblorosas manos. La reluciente placa metálica estaba atornillada sobre una tela de color azul y, grabada sobre ella, cuatro rayas verticales recorrían su límpida superficie de arriba a abajo. No podía terminar de creérselo.

—Felicidades, Aotsuki Ayame. Has aprobado el examen —confirmó el jonin que se alzaba frente a ella, un joven de extraños ojos de color rosáceo y cabellos oscuros, y Ayame sintió que algo dentro de ella estallaba de pura felicidad.

—G... ¡¡Gracias, sensei-san!! —exclamó, con los ojos exultantes. Dobló el cuerpo en una rápida reverencia dirigida a aquel y al otro profesor que se alzaba tras su espalda, un hombre de colosales dimensiones cuyo rostro estaba cubierto casi por completo por una cabellera y una barba enmarañadas, y después se dio media vuelta para salir como una exhalación del salón de examen.

Y tal era su júbilo que, al girar una de las esquinas que habrían de llevarla al ascensor, apenas tuvo tiempo de corregir el rumbo para no tropezar con una persona de largos cabellos dorados y ropajes rojizos que parecía tener más prisa que ella misma.

«¡Ay! ¡Por qué poco!» Se dio la vuelta, justo en el momento en el que el recién llegado dobló la esquina y se perdió de vista. Sus apresurados pasos pronto dejaron de ser siquiera audibles. «Llega tarde al examen» Comprendió. Tras haber pasado lista, a ella le había tocado el último puesto, por lo que aquel quedaba fuera del plazo ya. Y aunque no le había reconocido y ni siquiera sabía si le conocería de algo, sintió algo de lástima por él. Para sus adentros rogó que los profesores no se lo tuvieran muy en cuenta.

Fue en el transcurso del ascensor cuando aprovechó para sustituir la banda de tela que cubría su frente con el flamante protector frontal que acababa de recibir. Salió del edificio henchida de orgullo, pero en cuanto atravesó las puertas del torreón un latigazo de dolor restalló en su hombro, torciendo su gesto en una mueca de dolor.

—¡Eh, alien, parece que estás muy orgullosa de ti misma!

Aquella voz la sobresaltó, pero ni siquiera necesitó darse la vuelta para saber quiénes eran los que se estaban refiriendo a ella de aquella manera. Se mordió el labio inferior, con un súbito dolor en el pecho, y echó a correr súbitamente para alejarse del lugar.

—¡EH! ¡¿Vas a llamar a tu líder para regresar a tu nave, alien?!

Las carcajadas que sucedieron a aquella nueva burla se clavaron sobre ella como cientos de kunais, pero la muchacha sacudió la cabeza, tratando de reprimir las lágrimas.

«No importa... No importa... No les hagas caso... Se repetía, una y otra vez. Pero lo cierto era que era más fácil decirlo que hacerlo. No importa... Porque he conseguido graduarme. Ahora soy una kunoichi.

Shinobi, al fin»


...

Debería haber vuelto a casa directamente y comunicar la buena nueva a su familia, pero su carrera la había llevado a un pequeño rincón escondido en la orilla este del Gran Lago de Amegakure. Más de una vez había acudido allí cuando necesitaba estar sola y relajarse, o simplemente pensar. Era un pequeño escondrijo oculto entre varios sauces que daba directamente a las aguas del lago. Por su posición discreta, la gente no solía acudir allí a menudo, por lo que Ayame lo había terminado por hacer suyo de alguna manera.

Y allí, sentada sobre la misma orilla, la muchacha empapaba una y otra vez la tela que anteriormente había cubierto su frente en las gélidas aguas del lago y se la aplicaba sobre el hombro derecho entre gestos de dolor e incomodidad. No podía presentarse así ante su padre y su hermano, herida en su orgullo y dolorida como estaba.
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#2
Suspiró y sonrió bien orgulloso mientras abandonaba la sala en la que había hecho el examen. Había intentado pararle los pies a Ichigo-san, pero no lo había conseguido alcanzar, y el enigmático profesor de ojos rosados había decidido mantener el misterio desapareciendo de repente. Pero no quería darle muchas vueltas de nuevo a la muerte de su padre, y de cualquier forma aquél extraño le había dicho que hasta que no fuera al menos chunin no le fuese a buscar. Lo cual significaba, probablemente, que no se dejaría encontrar hasta que esto sucediese.

Cuando giró la esquina se cruzó con el grupito de abusones de siempre. Los detestaba. Uno le empujó, y suspiró con impaciencia, pero consiguió mantener la compostura. Hasta que sintió que algo le tiraba del pelo por detrás.

¿Dónde vas, rubita? ¿A hacerte la manicura?

Pues mira tú por dónde, estaba pensando en partirte la cara —espetó sin girarse.

¿Habéis oído eso, chicos? La maricona dice que me va a partir la ca...

Se giró, rápido como una centella, y clavó sus nudillos en llamas en la boca de aquél anormal. Los pies del abusón se levantaron del suelo y cayó a éste de espaldas, tapándose el rostro y gimiendo de dolor. Los demás muchachos se apartaron, temblando.

Veo que no tenéis bandana. ¿Habéis suspendido, verdad? No me extraña. Sois unos fracasados que necesitan meterse en la vida de los demás para seguir ignorando que no tienen nada que hacer en la suya. Seguid así, y ese puñetazo será el primero de muchos que os van a caer.

Las hienas cuchichearon entre dientes, pero olfateaban la presencia del fuego de Daruu, y no movieron un músculo mientras el ahora ya shinobi giraba la siguiente esquina.

Unos minutos más tarde, saltaba de muralla en muralla, en una zona en la que trozos de antigua fortaleza estaban esparcidos, vestigio de una época ya pasada. Volvía a casa, sí, pero había dado un rodeo porque temía que su madre siguiera enfadada. «A lo mejor cuando vea la bandana en mi frente se le pasa, pero...»

Estaba tan ensemismado que no se dio cuenta de que había una rama de sauce delante suyo. Y se dio de lleno con ella.

¡AY! —gimió, mientras daba la vuelta en el aire y alcanzaba a ver a una muchacha sobre la que estaba cayendo. La había visto antes en clase: cabello negro como el tizón, tez pálida y ojos avellana muy grandes, pero nunca había entablado conversación con ella—. ¡Apartateeeee, que te chafoooo!

Plaf. Ya fuera sobre ella o sobre el suelo, Daruu se la pegó bien fuerte. Y perdió la consciencia.
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#3
Un chasquido seco la sacó de su ensimismamiento. Ayame alzó bruscamente la cabeza, a tiempo de ver como una figura alta descendía sobre ella como un ave de presa de vivos colores dorados y carmesíes y con una exclamación que no alcanzó a tomar forma en la confundida mente de la muchacha que se encontraba acuclillada en la orilla.

—¡¡AAAAAAHHHHHH!! —Ayame gritó, pero apenas tuvo tiempo de alzar ambos brazos y cruzarlos frente a su rostro en un gesto tan inútil como estúpido.

El pesado cuerpo cayó sobre ella y el impacto la dejó momentáneamente sin respiración.

—¡¡AAHH!! —un nuevo latigazo de dolor recorrió su hombro cuando trató de resistirse a la gravedad, y con un alarido se dejó caer al fin al suelo bajo aquella presa.

Sin embargo, en un acto reflejo como respuesta al dolor, al caer el cuerpo de Ayame se desmaterializó súbitamente en una enorme masa de agua que pronto empapó a su opresor. Como si tuviera vida propia, el agua se escurrió para escapar del peso que la oprimía y quedar de nuevo libre, y la figura de Ayame volvió a materializarse de rodillas sobre la hierba.

—¿Pero qué...? —comenzó a murmurar, pero las palabras quedaron congeladas en sus labios.

Junto a ella yacía el cuerpo de un muchacho que ella ya había visto varias veces en clase, aunque nunca había entablado conversación con él. Si hubiese sido cualquier otra persona quizás podría haber dudado, pero él era inconfundible. Estaba completamente empapado por acción de la técnica de Ayame, pero sus cabellos seguían manteniendo aquella coloración tan inusual en una aldea tan sombría como era Amegakure.

«Como rayos del sol...» Recordaba haber pensado la primera vez que le vio, y aún a día de hoy mantenía aquellos pensamientos.

—O... oye... ¿estás bien? —le preguntó, pero al no recibir respuesta alguna apoyó tímidamente las puntas de sus dedos sobre su cuerpo para zarandearlo ligeramente—. ¡Hey! ¿Durru-san?
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#4
Pero la consciencia de Daruu estaba en otro lugar, uno en el que las palabras no servían de nada y la luz no llegaba. Tardó unos minutos en volver en sí, tal vez más pronto de lo que lo habría hecho normalmente gracias al salpicón de la técnica de Ayame. Técnica de la que, por supuesto, no había sido ni consciente.

Lo primero que hizo cuando abrió los ojos es darse cuenta de que estaba boca abajo y no podía respirar. Se dio la vuelta tan rápido como pudo, pero aún veía borroso. Una muchacha borrosa le sacudía con timidez para tratar de reanimarlo, y recordaba estar mucho menos empapado que antes.

Llovía, claro, pero, ¿tanto?

Mememememe... —balbuceó, mareado y fuera de sí. Intentó levantar la mano para apoyarse, pero en lugar de eso, tan confundido que estaba, le puso la mano en la cara a su acompañante en un gesto la mar de cómico—. ...memememe...

Dejó resbalar la mano y le cayó de nuevo al césped.

...me...
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#5
Pero cualquier cosa que hiciera parecía ser inútil para hacer volver en sí al muchacho que yacía postrado frente a ella. Ayame se mordió el labio inferior, insegura sobre lo que debería hacer en una situación así. Pero por fortuna, cuando estaba a punto de salir corriendo para buscar ayuda en las calles de Amegakure, el chico pareció volver en sí.

—Ay... menos mal... —suspiró, profundamente aliviada.

El chico se dio la vuelta, quedando tumbado sobre su espalda, y Ayame se acercó con timidez un poco más a él. Le sacudió con suavidad un par de veces más.

—Oye, ¿estás bien? ¿Qué te ha pasado?

Justo entonces comenzó a balbucear de manera casi ininteligible, y Ayame hubo de hacer verdaderos esfuerzos por tratar de comprender lo que estaba tratando de decirle.

—¿Me...? ¿Qué intentas decir? No te entienfogodo... —trató de preguntar, pero sus palabras se vieron truncadas cuando el chico de cabellos dorados alzó la mano y la apoyó sobre su rostro. Sus dedos rozaron la bandana que cubría su frente, y si no se hubiese apartado a toda prisa para recolocarla, sin duda habría acabado cayendo para dejar al descubierto su mala vergüenza.

«¿Ha intentado quitármela?» Se preguntó, recelosa, y por un momento estuvo tentada de marcharse del lugar...

Pero el chico estaba herido, aturdido y empapado... No podía abandonarle sin más. Pero tampoco lograba entender lo que le estaba tratando de decir, por mucho que se empeñara en repetirlo.

—¿"Mememe..."? ¡Ay, no te entiendo! Dime, ¿qué necesitas, Durru-san?
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#6
El muchacho comenzó a temblar inconscientemente cuando Ayame volvió a llamarle Durru-san de nuevo.

¡...meme... me... mememe ME LLAMO DARUU! —se sobresaltó, levantándose de golpe, caminando dos pasos a ciegas y dándose de bruces contra otro sauce. Cayó al suelo, y si no hubiese sido por su bandana se hubiera hecho un buen chichón y, probablemente, habría vuelto a quedar inconscientes.

Santos peperonis... —gimoteó—. Qué dolor.

Carraspeó, se dio la vuelta y se sentó apoyado en el tronco del árbol, lastimado.

¿Eres Aotsuki Ayame, no? Discúlpame, Ayame-san, iba para casa, pero me he dado con una rama y me he caído aquí...

Observó el entorno. Estaba cerca de la orilla del lago que rodeaba a la aldea, pero no reconocía el sitio. Habían sauces por todas partes, unos árboles que no había visto nunca por los alrededores. Se respiraba aire limpio, pero sobretodo más humedad de la habitual. En la ciudad, lo normal era que el aire estuviera hendido por un sinfín de fragancias, la mayoría de comida proveniente de los puestos. Afortunadamente, las baterías hidroeléctricas no contaminaban en absoluto. Pero aquello era tranquilidad, todo silencio y sin tanto gentío como en el centro...

Nunca había estado aquí —rompió el hielo. Afortunadamente, no al Hielo.

Más tarde comprenderéis a qué me refiero.
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#7
La situación estaba pasando de castaño a oscuros. Ante sus aterrorizados ojos, el shinobi había comenzado a temblar violentamente, y pronto Ayame comenzó a temer que le estuviese dando un ataque o algo parecido. Estaba dispuesta a preguntarle de nuevo cuando su exclamación la sobresaltó.

—D... ¡Daruu-san! Es cierto, ¡lo siento! —se disculpó, con efusivas reverencias. Aún tenía la cabeza apoyada sobre las manos en el suelo cuando percibió un nuevo golpe que volvió a asustarla. Y es que Daruu se había levantado tan repentinamente que se había vuelto a pegar de bruces contra el sauce más cercano—. ¡AAHH! ¿¡PERO QUÉ HACEEEES!?

Sin poder evitarlo, se abalanzó sobre el chico para comprobar su estado. Por suerte, y pese al chichón que debía haberse hecho en la cabeza a juzgar por el sonido del golpetazo, Daruu no había vuelto a perder el conocimiento. Ayame respiró hondo.

—Ay, no me asustes así... Deberías tener más cuidado —se llevó una mano al pecho y, acalorada, echó mano de la cantimplora que pendía de su obi y le dio un par de tragos. Daruu parecía conocer su nombre, aunque no era extraño si tenían en cuenta que pertenecían a la misma generación de genin—. Sí, soy Aotsuki Ayame. Perdona que confundiera tu nombre... no soy muy buena recordándolos...

Daruu observó el entorno que les rodeaba. Afirmaba no haber estado allí nunca antes, y Ayame se ruborizó ligeramente.

—Bueno... es mi... llamemoslo "rincón personal". Lo descubrí un día por casualidad y la verdad es que me gusta. Es recogido y no suele pasar la gente por aquí. Además, el aire está más limpio y aquí puedo encontrar la naturaleza que echo de menos dentro de la urbe... —se interrumpió de golpe, y sacudió ligeramente la cabeza—. Perdona, no quería aburrirte con mis tonterías. ¡Oye, veo que al final has conseguido graduarte! Tú eras ese chico con el que casi tropiezo al salir de clase, ¿no es así?
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#8
Cuando todavía se estaba reincorporado, Ayame se había disculpado por confundir su nombre. Daruu sonrió y giró el rostro, cerrando los ojos. Quizás su reacción había sido exagerada, pero es que estaba delirando por el batacazo.

No te preocupes, Ayame. Mi nombre completo es Hanaiko Daruu, ¡mucho gusto! —le había contestado.

La muchacha entonces había sacado su cantimplora, que llevaba hasta ahora atada al obi negro de su cintura, para echar un trago de agua, mientras Daruu decía que no había estado allí nunca.

Ayame sostuvo que aquél era su especie de "rincón personal", un refugio ligeramente apartado del centro de la ciudad en el que el aire estaba más limpio y en el que podía encontrar la naturaleza que echaba de menos dentro de Amegakure. Se interrumpió, como si fuese malo hablar de aquello y dijo que no quería aburrirle con sus tonterías. Entonces actuó como si lo hubiese visto antes, y dijo que si era el chico con el que casi tropezaba al salir de clase.

¿Eh? —Daruu abrió los ojos, confuso—. No lo sé, no lo sé, iba con tanta prisa porque creía que me iban a suspender que probablemente no te haya ni visto. —Dejó escapar una sonora carcajada, y se llevó la mano a la barbilla, pensativo.

Oye, creo que les he gustado a los sauces. ¡Así que vamos a adoptar uno! —brincó de pronto, sacando un kunai del portaobjetos.
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#9
Menos mal que Daruu no se había tomado la confusión de su nombre como algo personal. Ayame suspiró, ligeramente aliviada,

—Hanaiko Daruu, es un placer —repitió, en un intento de quedarse con el nombre. Aunque sospechaba que no sería la última vez que lo errara.

Tras su pequeña descripción sobre el lugar en el que se encontraban, y tras negarse a seguir hablando por no resultar una carga innecesaria para el muchacho, Daruu pareció sorprendido ante su última afirmación. Ayame rio ligeramente, al parecer había ido tan apresurado que ni siquiera había reparado en su presencia.

—Pues menos mal que yo sí te vi, si no habríamos acabado rodando torre abajo.

Pero por fortuna todo había acabado con un final feliz. Daruu lucía orgulloso, como ella misma, la bandana sobre su frente; lo cual confirmaba que no le habían suspendido por su retraso.

Lo que no se esperaba era lo que vino a continuación. El chico de cabellos dorados sugirió que deberían adoptar un sauce, y Ayame le miró con la cabeza ladeada, tratando de leer a través de sus acciones.

—¿Adoptar un árbol? ¿A qué te refieres? ¿Te lo vas a llevar a casa, o algo así? —preguntó, cuando le vio sacar un kunai del portaobjetos que llevaba anudado en torno a la pierna.

¿Acaso los consecutivos golpes le habían hecho perder la cordura?
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#10
Se echó a reír cuando Ayame sugirió que tal vez deseara llevarse el árbol a casa.

Sí, claro, mira, voy a coger este kunai y le voy a sacar las raíces una a una, luego me lo voy a llevar a casa y lo voy a plantar en un macetero —dijo, y esperó un par de segundos antes de rectificarse—. ¡Pues claro que no, mujer!

Se acercó al tronco del sauce con el que se había golpeado y clavó la punta de su kunai sobre la madera. Giró la cara para mirar a la muchacha de nuevo.

¿Me llamaste "Durru-san", no? Bien, pues como este árbol parece que le ha cogido cariño a mi cara...

Talló en la madera una sonrisa infantil y dos ojos simplones, y luego imitó la forma de su pelo y su cara alrededor de los detalles faciales. Se secó el sudor de la frente y volvió a guardar el kunai en el portaobjetos.

¡Ya está! Míralo, es Durru-san. Y está feliz. ¡Saluda, Durru-san!

Durru-san no contestó.

Bueno, ya he hecho la tontería del día —de pronto se sentía avergonzado, así que se sonrojó—, pero al menos, cuando vengas a descansar a tu rincón personal, también te echarás unas risas recordando mi batacazo.
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#11
Daruu soltó una carcajada ante su jocoso comentario; aunque, cuando afirmó que iba a sacarle las raíces al pobre árbol con el kunai que ahora esgrimía para llevárselo a casa y plantarlo en un macetero, Ayame ladeó ligeramente la cabeza.

—¿Ah, sí? Pero pesa mucho, y vas a necesitar una maceta muy grande par... —se vio interrumpida ante la exclamación de Daruu, que la hizo sonrojar de pura vergüenza. Un segundo después era ella quien alzaba la voz, agitando los brazos junto a su cuerpo con indignación—. ¡Pero no me digas cosas así! ¡Que me lo creo todo!

Pero él no parecía estar escuchándola. Se había acercado al tronco del sauce y Ayame volvió a ladear el rostro cuando se giró hacia ella con una pregunta enigmática. Comenzó a clavar consecutivamente el kunai en la corteza, agrietándola y tallándola entre secos chasquidos. Por unos instantes, la muchacha sintió lástima por el salce, pues era consciente de que una vez el filo alcanzara el cuerpo que quedaba por debajo de la corteza del vegetal jamás lograría reponerse de aquella herida; pero cuando estaba a punto de expresarlo en voz alta, Daruu había terminado.

Y aquella vez fue ella la que soltó una sonora carcajada que la hizo doblarse sobre su propio estómago. Fue entonces cuando reparó que hacía mucho que no se reía de aquella manera...

Y es que el grabado representaba ahora un par de ojos y una enorme sonrisa en torno a los cuales había tallado los picos de su propio pelo. Parecía ser un alter-ego vegetal de Hanaiko Daruu, con un nombre ligeramente modificado por el propio despiste de Ayame.

—¡Ay, qué bueno! —gimió, incapaz de contener las risotadas. Sin embargo, Daruu parecía ligeramente avergonzado por su broma, aunque Ayame se sintió de alguna manera reconfortada por ella. De hecho, cuando afirmó que así podría volver a reírse cuando volviera a aquel lugar a relajarse, se sonrojó ligeramente. Azorada, volvió a reajustarse el nudo de la bandana que cubría su frente—. Sí... eso es cierto...

No estaba segura de cómo debía continuar con el hilo de conversación, por lo que optó por cambiar rápidamente de tema:

—Entonces... ¿cómo te fue en el examen?

De solo recordarlo un nuevo calambrazo recorrió el hombro de la muchacha, que torció ligeramente el rostro.
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#12
Aotsuki Ayame, una persona curiosa. Todavía no acababa de creerse lo crédula —valga la redundancia— que podía llegar a ser. ¿Y si os digo que cuando Daruu le insinuó que quería arrancar las raíces del árbol y llevárselo a casa, la pequeña Ayame lo tragó como si hubiese sido verdad? Lo sé. No me miréis así.

Sonrió y se sonrojó cuando la muchacha soltó una sonora carcajada después de que esculpiese a "Durru-san, el sauce".

«Vamos, tan gracioso no es lo que he hecho, ¿no?», pensó, pero agradeció el calor humano igualmente.

La kunoichi cambió súbitamente de tema y se interesó por cómo le había ido el examen. Pero Daruu no pasó por alto el hecho de que torciese el gesto de aquella manera.

El gorila ese casi me suspende, pero el de ojos rosas me aprobó —recordó entonces toda la conversación con Ichigo-sensei. ¿Qué tendría preparado para él? Estaba ansioso por saberlo, pero hasta que no se convirtiera en chunin...—. ¿Qué te pasa? Tienes bandana, así que has aprobado. ¿Por qué esa cara tan pocha?
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#13
La muchaha parpadeó, ligeramente sorprendida, cuando Daruu se refiririó a uno de los examinadores como "el gorila". Saltaba a la vista que no sentía mucho aprecio por él. Pero aunque ella no le conocía lo suficiente como para hacerse jna idea de su carácter, sí se cuestionó la posibilidad de insultar gratuitamente a un shinobi de rango superior al suyo. Sin embargo podía justificarse aquel berrinche con el hecho de que hubiese estado a punto de suspender entre sus manos.

—Vaya, ¿tan malo es ese sensei? Yo no he tenido la ocasión de conocerle demasiado...

Y algo le decía que había tenido suerte de no hacerlo.

Pero Daruu pareció reparar en el gesto de dolor que había cruzado momentáneamente su rostro, por lo que se esforzó en esbozar una sonrisa conciliadora.

—Oh, no tiene que ver con los exámenes. Al menos, no con los resultados —se acomodó el hombro con un sencillo masaje y después volvió a su postura relajada—. He debido hacerme daño en la prueba de taijutsu de esta mañana, eso es todo.

Aún recordaba lo catastrófico de aquel sencillo test. Los habían enfrentado por parejas, en la que la única regla era utlizar sólo técnicas de taijutsu y el objetivo, derribar al adversario. Aún recordaba a su adversario: un muchacho un poco más alto que ella de cabellos rojos y barba incipiente. Pese a su escuálido aspecto, poco le había costado aferrar su brazo y lanzar su cuerpo por encima de él para acabar aterrizando con rudeza sobre el hombro. Aún recordaba el relámpago de dolor que la recorrió de arriba a abajo. Pero se había esforzado en morderse la lengua para no decir nada y poder actuar en el examen final de la tarde. Ya que alguien tan debilucha, físicamente hablando, no podía destacar en el taijutsu, tenía que compensar aquel estrepitoso espectáculo con una demostración magistral de lo que podía hacer de verdad.
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#14
Cuando había hablado sobre el gorila del examen de genin, Ayame le había dicho que ella no había llegado a conocerlo en profundidad.

Bueno —había contestado Daruu—. Si no es malo con los demás, conmigo sí. Parece que me tiene manía, pero desde el principio. Una vez estaba almorzando en la academia, yo sólo, sin hacer nada. Me confiscó el bocadillo y me obligó a hacer cincuenta flexiones. Todavía me pregunto qué narices le he debido de hacer.

Quizás era un viejo conocido de la familia de Daruu. Quizás había tenido algún problema con su padre. Pero aún así, ¿qué justificación tenía para pagarla con él? Él, que no había hecho nada nunca a nadie, no al menos a un superior de la academia.

Tras preguntar por el malestar de Ayame y la cara tan larga que traía, le fue dada una respuesta que le convenció y que le hizo recordar la prueba de la mañana.

Oh, es que Akaoni-san es un bruto, recuerdo ese movimiento —cerró los ojos, se echó el brazo a la nuca y sonrió con amabilidad—. A mí me cuesta vencerlo, pero soy más rápido que él. Bueno... A mi familia se le da bien el Taijutsu. No la fuerza bruta, pero el Taijutsu...

Quizás estaba hablando demasiado. Dio media vuelta y dos pasos hacia atrás.

Es una lástima lo de tu hombro, yo te iba a sugerir un combatillo de entrenamiento.
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#15
Ayame escuchó con atención las explicaciones de Daruu acerca del corpulento profesor, y no pudo reprimir un largo silbido cuando el muchacho afirmó que incluso había llegado a confiscarle el bocadillo sin ningún tipo de justificación.

—Vaya, pero así sin más. Has debido caerle verdaderamente mal, Daruu-san... —meditó, ladeando ligeramente el rostro. Dentro de lo que cabía, ella había tenido la suerte de no sumar aquella extraña ojeriza a lo que le había tocado vivir en la academia.

Había sido verdaderamente vergonzoso para ella admitir el origen de su dolor; pero Daruu sonrió con condescendencia. La entendía. Él debía de haber sufrido los brutales impactos de Akaoni, la "vaquilla roja de la academia", pero Ayame desvió ligeramente la mirada, desalentada. El rubio parecía que se le daba bien el taijutsu, todo lo contrario a alguien tan escuchimizada como ella que apenas podía levantar una roca de mediano tamaño sin dejarse los brazos en el proceso.

Incluso había llegado a vencer al legendario Akaoni...

—¿Eh? —pegó un ligero respingo, cuando Daruu volvió a dirigirse hacia ella. La estaba invitando a un combate de entrenamiento... Bueno, al menos parecía que lo haría si no fuera por su dolencia. La muchacha se mordió el labio inferior, debatiéndose internamente.

Pero no era el dolor lo que la echaba para atrás en aquel reto...

—Yo... en realidad no me duele tanto... yo... —balbuceó, removiéndose. Algo la empujaba a desear medirse con Daruu, ¿pero qué podía hacer ella contra alguien que había vencido incluso a Akaoni? ¿Qué llegaría a ocurrir si ambos se enfrentaban?
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