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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Hacía ya tiempo que la chica había dejado algo de lado el entrenamiento. El hecho de haber montado un negocio le restaba muchísimo tiempo, más aún cuando era un negocia de ese tipo. Pese a ello, no había mermado en absoluto en cuanto a forma física, casi lo contrario. El afrontar día a día situaciones de lo mas comprometidas, por no hablar de afrontar las continuas trifulcas, le habían vuelto mucho mas fuerte. Se dice que no hay bien que por mal no venga...

La tarde caía, y con ella la tormenta no cesaba, aunque eso ya era costumbre por esos lares. Bajo la protección del techado que daba entrada al torreón de la academia, la chica le echó un último vistazo a su equipo. Tenía con ella los guantes, las botas bien atadas, su cinto que portaba la bandana, su par de kunais. No le faltaba nada.

«Bueno, llegó la hora de comprobar cuánto he avanzado... La última vez alcancé la planta número 15, a ver hasta dónde llego hoy.»

Cabe destacar que la última vez que lo intentó fue casi año y medio atrás. Las estadísticas no estaban demasiado en contra suya, era mas que probable que en ésta ocasión alcanzara al menos diez plantas mas. Ésta prueba tenía como propósito ver su avance, así como comprobar su resistencia.

Katomi tragó saliva, y dio el primer paso. Poco tardó en entrar en la primera sala, la cuál superó sin dificultad alguna. Avanzó y avanzó hasta que llegó a la planta número 15. Un montón de muñecos de madera y paja esperaban en esa sala. Al principio no parecía prueba alguna, pero éstos comenzaron a moverse de manera abrumadora. Era un auténtico desafío el lograr alcanzarlos, mas aún el derrotarlos. Tomó a la kunoichi mas de un par de horas el acabar con todos y cada uno de los muñecos.

La chica se tomó un leve descanso. Reposó la espalda contra la blanca pared de la sala. Frente a ella, un centenar de peleles habían sucumbido a sus puños y técnicas ígneas. —Bueno... ya he alcanzado mi anterior récord. Ahora toca seguir...

Pese a ello, se tomó la libertad de reposar por un instante más. Se quitó los guantes, y se echó hacia detrás su larga cabellera blanca. Tras el esfuerzo, había terminado con los pelos de una auténtica loca. Debía pensarse eso de recogerse el pelo con una coleta o algo similar. Soltó de nuevo un suspiro, tomó aire, y visualizó su objetivo; la puerta que daba hacia la planta número 16.
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#2
El torreón de la Academia era un lugar técnicamente desconocido para el tiburón. De hecho, sólo se había molestado en conocer la recepción y alguno que otro piso superior, pero más allá de eso; nunca mostró real interés en escalar hasta la cima de aquel magnífico e imponente rascacielos.

El por qué era muy simple: él no fue entrenado en susodicha academia.

Por el contrario, Kaido se adiestró en las instalaciones secretas de su propio reducto Hozuki, en algún punto oculto de las grandes laderas que cubrían el Valle Aodori. Vivió allí dentro gran parte de su infancia y no conoció a lo que ahora sabe que es su propia aldea hasta que hubo llegado el momento de atender a la ceremonia actual de graduación, donde recibió su bandana; aún sin haber formado parte de la clase de dicha generación. Todo, claro está, bajo el beneplácito de los altos cargos que sin duda conocían su situación y/o condición. Eso no quiere decir, sin embargo, que recibiera algún tipo de entrenamiento distinto al que Yui se había empeñado en imponer durante su mandato. Siguió los mismos patrones, las mismas arduas y temibles enseñanzas de la Aldea de la Lluvia; sólo que estando oculto del ojo público.

Pero que pasaran dos años sin siquiera asomar la cabeza por allí ya era demasiado. Un día le picó la curiosidad —forma en la que siempre termina interesándose por algo—. y decidió acudir hasta el famoso torreón, una vez más. Pero esta vez se encontraría con que los niveles no sólo estaban disponibles para las distintas áreas de entrenamiento, rangos y demás ramas de adoctrinamiento, sino que también presentaban un apartado de piso en donde cualquier shinobi podía enfrentar una prueba acorde al nivel visitado.

Y nadie más adecuado que el propio tiburón para aceptar un reto.

...

Qué decir que los primeros diez niveles no fueron mayor problema. Eran todos, técnicamente, referidos a áreas tan simples como la creación de un bunshin y la importante escalada vertical. Pero a medida que subía de piso, las pruebas comenzaban a abarcar lenguajes más físicos, llámese combate cuerpo a cuerpo, reflejos, entre otras.

Del número diez en adelante todo se volvió más complicado, incluso para él. Si no hubiese sido por las ventajas de ser un Umi no Shisoku, probablemente le hubiese costado mucho más el alcanzar la prueba número quince, y superarla, finalmente. Pero antes de poder siquiera decidir cruzar a la siguiente, la menuda figura de una joven evitó que continuase su camino.

La consideró un obstáculo, inmediatamente, aún sin saber quién coño era ella.

—¿Qué, no vas a pasar? —. se atrevió a indagar—. está bien si quieres volver, no te avergüences. Estos niveles son, probablemente, muy difíciles para una mujer.

El tiburón, además de soltar la puya más picante que recordaba haber tirado nunca; sonrió como si sus dientes fueran a causar una peor impresión. Y se acercó, como quien no había dicho nada; dejando que su brazo se extendiera en forma de saludo.

Aquello era lo suyo. Tirar la piedra y esconder la mano.
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#3
Pese a que no quería, su mente divagó por un instante en cómo seguiría su negocio. ¿Estaría bien su compañera? ¿Estaría dando muchos problemas el nuevo? ¿La mercancía habría sido recogida a tiempo? ¿Habrían tenido algún problema con los narcos? Demasiadas cosas nublaban la atormentada mente de la chica, pero ella no era de esas debiluchas que se sientan en una esquina empiezan a llorar hasta que alguien les tienda la mano. Para nada, ella era puro fuego, y ante de ser abatida se llevaría consigo todo al infierno.

Quizás usar esa técnica de fuego tan potente con simples peleles no había sido de la mejor de sus ideas. Pero si no lo probaba ahora con blancos en movimiento, ¿Cuando lo haría? ¿En un combate real? No, para nada. Obviamente la Sarutobi tenía bien amueblada la cabeza, y no sería tan alocada como para tal cosa.

Por desgracia para los muñecos, los únicos afectados habían sido ellos. Pobrecitos.

Quizás la chica estaba tan ensimismada que ni se había percatado de la presencia de otra persona en su misma sala. Tampoco era raro, la sala era enorme, y cada cuál tenía unos objetivos previamente identificados. Ya había coincidido con mas de un genin en su progreso por las anteriores salas. Lo curioso es que ninguno le había dirigido la palabra, justo hasta ahora.

Para sorpresa de la chica, las palabras no fueron ni agradables ni de saludo. Casi le había tirado un guante a la cara, desafiándola en toda regla. La chica desistió sin embargo en fruncir el ceño. Miró al chico, indiferente. Al hacerlo, el responsable de tales palabras... era... bueno, se podría decir lo que NO era; un chico normal. «¿Qué coño...?» Si bien la chica no era falta de palabras, y muy experimentada en tomar disputas, poco le faltó para guardar sepulcral silencio. ¿Qué decirle a semejante espécimen? En un principio tenía en mente darle una patada en el trasero, o bien decirle algo gracioso como "pues tu madre está esperándote en la recepción".

Con parsimonia, la chica se reincorporó. —Que un "chico" con toda la cara de Doraemon me diga semejante cosa... CASI me indigna. Pero no. Lamentablemente, si pretendías hacerlo, tendrás que buscar mejores ofensas.

La Sarutobi tomó el par de guantes, y casi que haciendo caso omiso a ese tipo, comenzó a dirigirse hacia las escaleras que daban a la siguiente sala de prácticas. No sabía que le esperaba allí, pero sin duda alguna lo superaría. «TEnía la piel azul.... y dientes puntiagudos... ¿QUÉ COJONES? ¿Será una especie de mutante o algo?»

Claramente, no podía sacarse de la cabeza esa cosa. ¿Acaso podía llamarlo chico? En fin, fuera como fuera, sus modales no habían sido los mas correctos... Por suerte o desgracia, la chica ya estaba mas que acostumbrada a tratar con éste tipo de comportamientos.
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#4
El escualo vislumbró los usuales segundos de silencio como una victoria. Cada que actuaba de esa forma, las personas o terminaban yéndose despavoridas, o ignorándolo completamente; y algunas pocas veces, haciéndole frente. Y en el caso de la señorita, no sucedió —por extraño que pareciera—. ninguna de las tres.

Ella habló con la mayor propiedad que consiguió en ese momento. Claro que, al igual que la muchedumbre común, se dedicó a pensar lo que ella creía que sería un buen sobrenombre y lo soltó, acompañado, de una frasesilla inteligente para darle mayor motivación al asunto. Pero aquella respuesta no había sido, desde luego, ni la más ingeniosa ni la más hiriente.

Si ella quería ganarle a su puya, tendría que esforzarse un poco mas.

Que un "chico" con toda la cara de Doraemon me diga semejante cosa... CASI me indigna. Pero no. Lamentablemente, si pretendías hacerlo, tendrás que buscar mejores ofensas.

«Zorra, en serio; ¿qué coño significa Doraemon?»

No sabía que pensar. Así que eligió creer que se lo había inventado. Y le volvió a decepcionar una vez más cuando la mujer tomó un par de guantes y avanzó sin resquemor hasta la siguiente puerta, abriéndose paso hasta el nivel número dieciséis, desconocido por ambos aunque ninguno lo supiera del otro.

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Katomi se encontraría con una magistral sala oval de grandes extensiones, pintada de un brillante color caqui. Lucía desierta, vacía, y no fue hasta que ella dio un par de pasos más hasta que la zona de la prueba hizo eco ante sus ojos de forma súbita. Aquello lució entonces, repentinamente, como un bosque completamente talado, aunque allí solo yacían una infinidad de troncos incrustados al suelo, paredes y techo. Cada uno de ellos tenía la misma medida y probablemente sólo habría un par de metros de separación entre sí como para dejar espacio suficiente por si alguien querría tocar el suelo.

Aquello no podía ser más que una prueba de control de Chakra, equilibrio y coordinación. Y aunque las reglas no estaban claras aún; ella sabría que el objetivo real era cruzar el mar de cilindros de madera sin tocar el suelo. Era eso o no avanzar al siguiente nivel.

En un principio lucía sencillo, o eso pensó el tiburón cuando llegó poco tiempo después. Se detuvo justo detrás de Katomi, en silencio, y prefirió contemplar la prueba primero antes de decir nada. Y cuando hubo terminado, siguió hasta su lado y le abrazó por encima del hombro, como si la amistad entre ambos se remontaran hasta los inicios de su infancia.

Bueno, soy un hombre de modales; así que atenderé a lo que mis padres me enseñaron cuando era pequeño.

Bajó su brazo, le soltó una palmada en el trasero a la chica y dio un par de pasos atrás.

»Las damas primero.
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#5
El individuo azulado pareció no querer continuar la contienda. Agarró las palabras que tuviese que haber dicho, y se las metió a saber donde. Quizás donde el sol nunca le daba, o a saber. En un principio la Sarutobi lo tomó por un estorbo, alguien que no tardaría en aburrirse e irse tal y como había aparecido. Lamentablemente, al llegar arriba de las escaleras se daría cuenta de que no sería tan fácil. Al parecer, quería continuar la marcha, o simplemente seguir molestando a la kunoichi.

Tras el último peldaño, pudo vislumbrar un habitáculo casi ovalado y de color caqui. La luz resplandecía en el sitio, y un sinfín de tocones se repartían a cada nada por todo el suelo, las paredes, e incluso el techo. Entre tocón y tocón había espacio suficiente para caer, pisando lo que parecía ser césped. Evidentemente, la prueba tenía pinta de tener algo que ver con esos tocones. ¿Sería tan solo cosa de ir de uno en otro sin tocar el suelo? De ser así, no parecía nada del otro mundo...

La Sarutobi avanzaba poco a poco hasta posicionarse a apenas metro y medio del primero de los árboles talados. Para cuando se quiso dar cuenta, había sido abrazada por el bicho azulado. Su mirada reflejaba toda la condición que pasaba por su cabeza en ese instante. Sus orbes se hincaban en los del joven, como cien agujas entre carne y uña en mitad de una tortura china.

«¿¿Es que siempre me tienen que tocar los raritos??»

El azulado quedaba incinerado ante la mirada de la chica, pero sus actos no tuvieron fin ahí. Comentó que era un hombre de modales —¿¡DESDE CUANDO ERA UN HOMBRE!?— así como hizo alague de que sus padres lo educaron bien. Le soltó una cachetada en el trasero, y se burló de nuevo con tecnicismos de modales. "las damas primero" añadió al acto.

Sin duda alguna, sacar de sus cabales a la peliblanco no era difícil. Pese a que había puesto mucho de su parte, Doraemon no quería desistir de su intento de suicidio.

Él se alejó un par de pasos, mientras que la Sarutobi por acto reflejo avanzó un par de éstos. Cerró los puños, tomó una potente bocanada de aire, y la soltó en forma de un deliberado suspiro. Dejó escapar todo el aire que contenían sus pulmones, sin miramiento alguno. Tras ello, se dio la vuelta. Con unos cuantos sellos a una mano, la chica realmente se volvió fogosa. —No en el mejor de los sentidos— El fuego se hizo uno con toda su piel. Se había convertido en una maldita antorcha humana, y la mirada de esa potente fuente de fuego penetraba los ojos del individuo azul sin recelo.

Vuelve a tocarme, y te prometo que te incinero. Maldito gato azul.— Amenazó con el puño alzado de manera amenazante.

Por desgracia para el escualo, a la chica se le había quedado en mente ese dibujo animado con el que lo había comparado anteriormente, y por tanto para ella tenía mas parecido a un gato que a un pez. Ni que decir que a un tiburón menos aún.

El objetivo tan firme con el que había estado subiendo nivel a nivel, había pasado a un segundo plano, o incluso a un tercer plano. No tenía la mayor importancia, la verdad.
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#6
No fue hasta que su mano tocó las nalgas de la muchacha cuando pensó, sabiamente, que probablemente se había propasado. De hecho, era la primera vez que era tan poco cordial, al menos con una chica; y teniendo en cuenta lo protectoras que son las damas con su cuerpo, que le tocaran una parte íntima no era ni de cerca el mejor de los gestos.

Pero ya no había vuelta atrás. Él se alejó y ella pareció hacer lo mismo, con un par de pasos. Aunque pronto voltearía, dejaría escapar una frustrada bocanada de aire y miró al tiburón como si estuviese intentando hacerle explotar con la mirada.

Luego hizo unos sellos, y sucedió.

«¡Hostia, que guay!»

Fuego. La muchacha se convirtió en el más puro fuego, envuelta de pies a cabeza como si se tratase de una fogata. Por un momento creyó que ella empezaría a gritar en cualquier instante, pero pronto le hizo entender a Kaido que todo aquello era un acto más que deliberado. Una muestra de lo que ella le podía hacer, si le volvía a tocar.

Kaido no era fácil de impresionar, pero el pequeño show de la peliblanca le había gustado. Aunque temor era lo menos que sentía, particularmente a todo lo que tuviese que ver con fuego. Era un Hozuki, después de todo.

—¡Joooooooder, que interesante! —dijo él, con cierta impresión en su rostro—. pero sabes, no eres la única que tiene ese tipo de trucos bajo la manga. Observa y aprende.

Y como si aquello fuese una competencia de ver quién coño tiene la mejor técnica elemental, el cuerpo del tiburón se comenzó a deformar, volviéndose acuoso y un poco transparente. Fue cuestión de segundos para que lo que una vez fue un cuerpo completamente formado, se transformara ahora en un amplio charco de agua que se movía como gelatina en el suelo.

De allí, se asomó algo parecido a un rostro; con los dientes afilados sonriendo y un solo ojo haciendo un guiño. Luego, habló en tono burlesco; aún en ese estado.

—Fuego, agua... agua; fuego. Si me lo preguntas, creo que estamos destinados a ser archi-enemigos —aprovechó entonces para tomar nuevamente su forma original, quedando un tanto empapado y continuó su idea—. pero eres de mi aldea, y además eres linda...

»No sé que es más conveniente. ¿Tú que dices? —sonrió. Se le estaba pasando bomba, eso seguro.
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#7
Por suerte o desgracia, la chica no había conseguido lo que se había propuesto. Su mirada no había hecho que el chico con apariencia similar al dibujo animado explotase en mil pedazos. Pero ya no había caso, no pensaba amedrentarse ante ese bicho raro. Vamos, ni por asomo.

No vaciló un instante antes de envolverse en la capa de fuego, técnica que pronto comenzaría a caracterizarla. Era algo que ella misma había inventado, una técnica exclusiva y que llamaba realmente la atención de cualquier espectador. No era nada común, aunque aún debía perfeccionarla un poco mas. Quizás con el tiempo llegase a dominarla hasta el punto en que pudiese hasta volar con ella. Poco le faltaba.

Amenazó al chico sin titubeos, pero éste no pareció asustarse en absoluto. Hasta encontró interesante la habilidad de la Sarutobi, pero alegó en última instancia que no era la única capaz de realizar ese truco. «¿Truco?» Realmente la chica no sabía a que se refería, pero no tardaría en descubrir que el gato azulado tenía una habilidad muy parecida a la suya; pero con otra afinidad elemental, la contraria al fuego.

Lamentablemente, su exhibición fue un tanto menos llamativa, válgase la redundancia.

El intento de Doraemon se deshizo como un muñeco de nieve expuesto al sol. Su cuerpo casi que se licuó, terminando en un charco a inicios de la sala. Justo tras ello, sacó del mismo charco su rostro, y con una sonrisa dentada alegó que no debían pelear. Según decía, casi le parecía que estaban destinados a ser archienemigos.

Totalmente de acuerdo...— Masculló la chica a regañadientes.

Pero éste individuo aún no había terminado. Continuó su contienda afirmando lo obvio, que era de su aldea, así como argumentó que también era linda. Dejó en el aire la pregunta. ¿Qué hacer? Pues no parecía saber qué sería lo mas conveniente.

La chica sonrió, mientras que su cuerpo terminó de derretir parte de lo que pisaba. Ésta terminó quedando en el mismo aire, flotando o levitando, cual globo aerostático. —Mira... No tengo nada en contra de que seas Suiton. No tengo nada en contra de que seas azul, y tengas los dientes de una serpiente o algún otro reptil. No tengo nada en contra de que te puedas convertir en un charco, y puedan fregarte...

»Pero como vuelvas a soltar alguna gilipollez en contra de mis capacidades, o bien te atrevas a tocarme sin consentimiento; acabarás falto de espacio para esconderte en Amegakure. ¿Entendiste? Es así de sencillo.
— Aclarado todo, le devolvió la sonrisa.

La kunoichi dejó de mandar chakra en continuo flujo hacia todo su cuerpo, ipso facto, las llamas se desvanecieron alrededor de la chica. Ésta ya había aclarado los términos de la tregua entre ella y el chico, así pues, pensó que todo quedaría ahí. ¿Estaría tan equivocada?

«A ver si recapacita un poco... hacerse enemigos en la aldea no es una de las mejores ideas. Pero es que éste tipo es repelente a no poder más... Es tan... tan... ¿Rudo? Es maleducado... tosco, animal... en fin. A ver qué hace ahora... Suerte tiene de que no le obligue a pedir perdón.»
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