La primavera parecía eterna, en ésta ocasión la bella y hermosa etapa del año en que los cerezos florecen se había hecho amarga e insípida. Por más que pasaban los días, la maldita no parecía querer irse. Entre entrenamientos, desventuras, y dudosa mejora de su economía y fuerza, la chica no pasaba un solo día sin echar en falta a su familiar mas allegado, y a la vez lejano; su madre. Puede que hiciera ya un cuarto de década sin verla tan siquiera, al menos algunas de sus cartas tenían respuesta, lo cual ya era todo un consuelo.
« ¿Estará bien mama? Puff... no lo creo, con ese imbécil a su lado es imposible que esté bien del todo... quién pudiese darle una paliza a él y a toda su pandilla de maleantes... ¿por qué será que mama aún está con él? De verdad, no lo entiendo... Antes tenía la excusa de que era para mantenernos, pero ahora... ahora no tiene excusas, parece como que le gusta ser tratada de esa manera... de verdad que no la entiendo... »
Hecha un ovillo en la cama, no dejaba de darle vueltas al asunto. Tanto fue así, que terminó exasperada. Sin mas, se levantó de la cama y tomó todas sus pertenencias, incluyendo esa curiosa espada hecha de oro que con tanto recelo aún guardaba. Maquilló sus cicatrices, se arregló levemente, y se terminó de preparar para un viaje con un propósito más que claro. Iba a traerse a su madre consigo a Amegakure, y poco le importaba lo que pudiese opinar su padrastro.
—No hay mas que hablar. Voy a hacerlo.
Cerró con firmeza sus puños, y salió de casa con toda la decisión del mundo sobre sus finos hombros. La próxima vez que cruzase ese umbral, sería con su madre tomada de la mano. Aunque no pudiese permitirle a su progenitora los placeres y lujos a los que acostumbraba, al menos podía ofrecerle una vida plena de tranquilidad y lejos de aquél imbécil.
Paso a paso, comenzaba a abandonar su aldea. Tenía ya en mente el recorrido mas cercano, las palabras que pensaba soltar, los golpes con los que trataría a su padrastro y a toda su trupe, hasta tenía en mente el cálido abrazo que daría a su madre tras esa larga temporada sin poder besarla o tocarla. Poco a poco se alejaba cada vez mas de esa casa vacía, que volvería a ser un hogar. Nada le faltaba, ni espíritu ni espada, ni tan siquiera deidades podrían imponerse ante su camino. Al menos eso pensó, inocente ella.
De pronto, cesó en su caminar. Se encontraba en la puerta de la aldea, dando casi a la zona portuaria donde podría abandonar la urbe. Sin mas, alzó su diestra hacia su flanco, y con ésta llegó a topar con el brazo de un chunin, vigía de la aldea.
—Creo... que si me marcho... volveré habiendo quitado varias vidas...— Confesó la kunoichi al superior.
—¿C-como? ¿desde cuando eso es un problema para...?— Antes de que terminase la frase, el joven se dio cuenta de lo que pasaba. —¿Es tu primera vez? ¿Se trata de una misión?
Sus orbes rojos como la misma sangre se clavaron de pronto en los del chunin, no mostraban ápice de arrepentimiento en su confesión.
—No se trata de ninguna misión. Se trata de mi madre. Voy a traerla conmigo, y si mi padrastro se opone... no creo que tenga demasiadas opciones.
Por casualidades del destino, o a saber por favores a qué deidad, la situación no conllevó a un encarcelamiento prematuro o a su retención de salir de la aldea. Quizás le había caído en gracia al chico, o compartía una experiencia similar a la de la chica. Fuese como fuese, el chunin quedó lejos de alarmar a su otro compañero o imposibilitar a la kunoichi. Se dio la vuelta, y con tranquilidad hizo como si no hubiese escuchado nada. Al menos esa fue la primera sensación que dio.
La chica se encogió de hombros, y dejó escapar un pesado suspiro. Su atormentado espíritu no descansaría hasta cumplir su objetivo, y no había conseguido ayuda de ese superior para que la acompañase. Bueno, quizás no había sido demasiado acertada con las palabras, un auxilio mejor expuesto seguramente hubiese surtido mejor efecto.
Reafirmó su tensión en los puños, se mordió el labio por la zona izquierda, y volvió a caminar. Sin miedo alguno, se arrojó al vacío. Continuó su camino dirección a su antigua aldea, para ello cruzó primero el lago, y continuó su camino atravesando un sinuoso bosque que poco dejaba ver. Suerte que ese camino lo tenía mas que conocido, sabía perfectamente cual era su destino.
—Ya queda poco...— Pensó en voz alta.
—Así que ya estamos cerca, ¿no?
Para su sorpresa, no estaba sola en esos lares. Su reacción instintiva fue alzar su guardia, y afrontar a su antagonista. Para nada esperaba lo que encontró al volver la vista, frente a ella estaba el chunin al que avisó en Amegakure sobre sus propósitos. Sin motivos para mantener la guardia alzada, dejó caer los brazos y volvió a una compostura casi natural.
—P-pero... ¿desde cuando me llevas siguiendo?
—Desde que saliste de la aldea mas o menos. Tardé un poco porque tuve que avisar a un compañero para sustituirme. La guardia no puede abandonarse, pero si alguien te sustituye, no hay problema.
—S-si... te entiendo...— Contestó la chica titubeando.
—Bueno, tu adelantate y yo observaré desde las sombras. Solo actuaré si lo veo necesario.
—Vale.
Con firmeza, volvió a andar dirección a su antigua aldea. El olor a opio se hacía casi palpable. Esa maldita droga ya casi formaba parte de esa aldea que antiguamente había sido tan sana y prospera. Un autentico delito que pasaban por alto a causa del dinero que proporcionaba. A saber a qué malnacido se le había ocurrido esa brillante idea de permitir a algunos cultivar y vender opio, así como dejar la aldea en una panda de maleantes con dinero.
A lo lejos, entre la vegetación del frondoso bosque, la aldea comenzaba a verse. Al menos parte de los edificios pequeños que conformaban la parte central de la aldea, donde vivían los mas adinerados de la misma. Si mal no recordaba, su padrastro vivía en el mas alto de todos, simbolizando su mayor imperio económico.
« Bueno, ya hemos llegado. »
Tragó saliva, y avanzó con decisión.
Casi sin darse cuenta, caminando mientras tenía su mente en sus pensares, la chica se había plantado frente a la puerta que daba acceso al edificio mas alto de la aldea. Frente a ella, dos hombres fornidos y que medían al menos dos metros hacían de muro, por no contar con una puerta de roble macizo que hacía ver al edificio como una fortaleza inexpugnable.
Apretó bien los puños, y alzó su mirada rojiza. Sus orbes se clavaban en la puerta de madera, casi a la altura de las cabezas de aquellos porteros.
—He venido a ver a mi madre, Hohana.
Ambos gorilas miraron a la chica, no por mucho tiempo. Tras ello, se miraron el uno al otro. No pasó demasiado tiempo hasta que uno de ellos afirmó con la cabeza, y abrió la puerta con un simple empujón. Parecían conocerla, o al menos habrían reconocido el nombre de la mujer del jefe.
Con parsimonia y aparente tranquilidad, la chica avanzó en pos de pasar por el umbral de esa puerta. Al fondo, un decorado recibidor le daba la bienvenida. Sobredecorado y presuntuoso, el recibidor presumía de las mismas cualidades que su padrastro, sin duda había sido él quien había elegido aquella decoración. Conforme avanzaba, unos pasos agitados se hicieron audibles como sonido de fondo ante un lúgubre y sepulcral silencio. La chica miró en dirección hacia el lugar del que parecían proceder, uno de los tres pasillos a los que daba el mencionado recibidor.
La silueta de una mujer se hizo presente entre la luminosidad del pasillo desde el que provenía. Aunque la destelleante escena no dejaba ver bien los detalles de aquella silueta.
—Katomi! Katomi, hija! Has venido a visitarme! Que alegría!— vociferó en una rota voz la madre, cargada de lágrimas de emoción.
—Mamá!
Su grito se vio acompañado de un gesto incontrolable. Partió en carrera en pos de sentir de nuevo el abrazo de su madre, de sentir su calor inconfundible, el calor de una madre. Para cuando la luminosidad del sitio no hacía penumbra en su rostro, y dejaba ver sus facciones, la chica quedó helada. Tanto fue así, que hasta paró su carrera, el alma se le partió en mil pedazos.
« No... NO... NO PUEDE SER... »
Su cuerpo fue abrazado por su madre, aunque se había parado la chica a mitad de carrera. Quizás su calor corporal y sus numerosos besos la atosigaban, la bañaban en cariño... pero para aquél entonces su mente no parecía estar en su cuerpo. La kunoichi parecía haber quedado petrificada.
—Cariño! cariño! Katomi! ... Cariño, ¿te encuentras bien? por favor, ¡responde!— Su madre insistía desde hacía un buen rato, mas la chica no tenía respuestas. Por mas que insistió, no recibía estimulo alguno por parte de su hija. Ni tan siquiera zarandeándola consiguió que ésta respondiese.
—¿¡DONDE ESTÁ ESE CABRONAZO!?
Al fin habló, volvió en sí... dentro de lo que cabía.
Sin duda, estaba fuera de sus casillas. Apretaba los puños tan fuerte que el color carmesí bañó su pálida piel. Sus ojos parecían inyectados en sangre, y el corazón le latía tan fuerte que casi podría ser apreciado a simple vista. La adrenalina comenzó a bombearse a toda mecha por su cuerpo, no sentía nada mas que ganas de matar a ese hombre al que debía llamar padrastro.
—Tranquilizate, Katomi, por favor! Ha sido... solo ha sido un accidente! te lo prometo!— Apresuró a excusar la mujer.
—¿¡UN ACCIDENTE!? ¿¡PERDER UN OJO ES UN ACCIDENTE!? ¿¡EN SERIO VAS A EXCUSARLO OTRA VEZ!? ESTA VEZ HA IDO DEMASIADO LEJOS!!
Su exaltación era obvia, no podía creer lo que estaba escuchando y viendo. A su madre le faltaba el ojo derecho, y tenía marcas de algún tipo de producto que le había causado quemaduras en la mitad del rostro de ese mismo lado. Aun así, intentaba darle excusa a ese hecho.
Para cuando se quiso dar cuenta, su voz se había alzado tanto que hasta había alertado a los dos guardas de la puerta. La misma puerta aún estaba sin cerrar, y se podía ver claramente como al menos uno de los guardias estaba mirando a la chica.
La vista de la chica se nubló de manera incontrolable, y no porque fuese precisamente a desmayarse. Dejó de lado el calor de su madre, arrancó en carrera y se lanzó a dar una tremenda patada a la puerta. El armatoste de madera maciza se cerró con una fuerza abismal, dando un sonoro golpe que afianzó hasta el cerrojo de seguridad. No hacía mas que comenzar, éste era tan solo el principio de un frenesí que no pararía hasta topar con su padrastro y deshuesarlo como a un maldito cerdo.
—Katomi detente! POR FAVOR! NO SABES LO QUE HACES!
Las palabras de advertencia de su madre no hicieron mella en ese corazón resquebrajado, ni en ese alma destrozada. Pasaron desapercibidas en una mente turbia que solo hacía pensar en una única cosa, la venganza. Tenía que acabar con ese maldito vorágine de sufrimiento que acosaba a su madre y la trataba con golpes en vez de con amor o respeto.
Los golpes de los guardas en la puerta se hacían hasta mas audibles que la voz de su madre, mas éstos tampoco podían hacer por detener a la chica. La joven no perdió un solo segundo en salir corriendo por el pasillo central. —Espérame ahí mama! no tardaré!— Anunció en mitad de su apresurada carrera.
A toda velocidad, atravesó varios pasillos, subió varias escaleras, y revisó varias habitaciones. Conforme iba avanzando, la alerta en el edificio iba en aumento, y no eran pocos los servidores de su padrastro en aquel edificio. A cada paso, uno o dos maleantes de poca monta se sumaban en su persecución, quizás llevaba tras de sí a unos cuarenta individuos. Éstos no cesaban en indicarle a la chica que parase, que se detuviese o de lo contrario se arrepentiría. La chica sin embargo no estaba dispuesta a escuchar tonterías, tenía mas que claro su objetivo, y no eran ellos.
« Como lo pille... LO MATO! »
Las lagrimas casi se le saltaban de los ojos. Mas su ira retenía a éstas, no quería desperdiciar fuerza alguna salvo en golpear el cuerpo de su padrastro.
Subiendo y subiendo plantas, cruzando pasillos, y saltándose pequeños bloqueos a base de empujones y patadas, la chica llegó hasta la última planta. En aquella planta, tan solo había un pasillo enorme en longitud y anchura, que daba hacia una puerta bañada en oro. Sobre ésta puerta, lucía el nombre del hombre al que mas podría estar odiando en esos momentos.
La puerta estaba cerrada, y frente a ésta descansaba reposado en la pared derecha una chica de una edad no muy distante a la kunoichi. Frente a esa chica, un chico de quizás la misma edad. La primera tenía una melena roja y vivaz, los ojos cerrados por alguna razón, y vestía un jersey de lana color negro, así como una falda de media pierna con la misma tonalidad. No parecía portar arma alguna, y parecía realmente despreocupada. El chico que mantenía la misma posición a la mencionada chica, tenía la cabellera del mismo tono. En éste caso, el chico llevaba un jersey muy parecido al de la chica, pero de color blanco; sus pantalones tenían la misma tonalidad blanca, y compartía la ausencia de armamento con la chica, así como su presuntuosa actitud.
Sin pensarlo dos veces, la genin cerró tras de sí el portalón primario, quedando encerrada en el pasillo con esos otros dos individuos. Acto seguido, desenvainó la espada que llevaba a la espalda, y la clavó en el suelo justo en la comisura de la puerta. Si, había hecho de una espada valorada en una fortuna un mero pasapuertas para atascar el paso de las decenas de maleantes que la perseguían desde hacía rato.
—¿Por qué no te marchas por donde has venido? Tienes mas posibilidades de salir con vida por esa puerta a si intentas pasar por aquí.
La aterciopelada y dulce voz de la chica no acompañaba al significado de sus crudas palabras. Su amenaza había sido lanzada hacia la chica de cabellera blanca, pero ésta no pensaba amedrentarse, no hasta que le hiciese pagar a ese cerdo por lo que le había hecho a su madre.
—Pollas en vinagre!— Contestó tosca y sin contemplaciones. —O me dejáis pasar por las buenas, o lo haré por las malas. Ya me tenga que llevar conmigo todo este maldito edificio al mismo infierno, que ese cerdo malparido va a pagar por lo que ha hecho!
—Chica, chica, chica... por favor, cuida esa boquita. No está bien que sueltes tantos tacos por esos precioso labios, en serio, se ve fatal.
El comentario no consiguió mas que hacer a la chica fruncir aún mas el ceño. ¿Quienes diablos eran esos dos? ¿Y porqué tenían esos aires? Antes de que el primer de los gestos fuese necesario, las puertas del despacho o la habitación de su padrastro se abrieron lentamente. Con un alita de pollo en la boca, propinándole un intenso bocado casi digno de un animal, hizo aparición el protagonista de ésta reyerta.
—Asi-que...— Cascó entre dientes mientras continuaba comiendo. —La mocosa-de mama... ha vuelto. ¿No vendrás-pidiendo... dinero?
La chica tomó aire desesperada, y lo soltó a duras penas. Sus manos teñían de carmín el suelo del pasillo, era incapaz de controlar sus nervios.
—Te voy a deshuesar como al cerdo que eres...— Sentenció en clara amenaza.
La chica pelirroja permanecía ajena a la situación, totalmente relajada en una posición recostada sobre la pared. Mientras tanto, el chico había desaparecido por completo. De pronto, un ardor tremendo se hizo presente en el estómago de la genin. Cuando fue consciente de lo sucedido, ya tenía a su vera al chico, y el puño de éste hincado en su estómago.
Casi no le dio tiempo a tomar aire, a pestañear, o simplemente el cuerpo no le quería responder. De pronto, tan solo tenía una necesidad imperativa, tomar aire, pero no era capaz. Cayó de rodillas, antepuso las manos para no dar con la boca en el suelo, y al fin pudo tomar aire. Sin embargo, no fue lo primero que hizo su cuerpo, lo primero fue soltar una bocanada de sangre en el suelo.
—¿Que te dije, pequeña? NO vuelvas a soltar palabras malsonantes por esa boquita... ¿vale?
Con toda la naturalidad del mundo, el chico dejó clara su superioridad. Si hubiese que clasificarlo en alguna marca o empleo de shinobi, sería mínimamente un genin muy experimentado, o bien un chunin. Para colmo, parecía estar burlándose de la chica, o realmente se enfadaba con las chicas que soltaban tacos.
Con parsimonia, su padrastro continuaba deleitándose con el sabor del alita de pollo mientras observaba un espectáculo que sin duda disfrutaba.
—Puff-Parece... que te ha gustado el arreglo que le hice a la cara... de tu-madre.— Se jactó mientras continuaba comiendo.
La respiración de la chica de nuevo comenzó a alterarse, a acelerarse mas bien. Su ira acrecentó de manera significativa con esas palabras, y no pudo evitar soltar un grito que le salía del mismo alma, ese alma que tenía en los puños, con ganas de destrozar el rostro de ese maldito.
—AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHGR!!
Y con esas mismas, salió a toda velocidad a golpear a su némesis. Le odiaba con todo su ser, ese hombre era la criatura mas despreciable y odiosa de toda la faz de la tierra, y no se arrepentía, se jactaba de ello.
Su carrera sin embargo se vio truncada por un imprevisto, al chico ese que le acababa de golpear no le hacía gracia que se aproximasen demasiado a su jefe. Eso, o bien que trabajaba por su sueldo, y la integridad física de aquél hombre era indispensable para ganarse su salario. Fuese como fuese, la única realidad que pudo palpar la chica fue de nuevo el suelo.
—TSK!
Remedió parte de su caída anteponiendo de nuevo las manos, aunque en ésta ocasión podía sentir que las piernas no le respondían bien. El chico estaba a pocos centímetros de ella, con la pierna estirada en una eficaz barrida, seguramente la causa de su caída.
La chica soltó el poco aire que le quedaba en los pulmones mientras alzaba su mirada de nuevo en pos de encontrar a su padrastro. Éste tan solo disfrutaba del espectáculo con aires de superioridad. El dinero era poder, y él tenía demasiado. La chica no podía mas que cerrar los puños en pura ira, y maldecirlo cuantas veces pudiese. Pensándolo en frío, hasta eso último se le escapaba de las manos.
—Venga, pequeña, aún puedes irte por donde viniste... ¿por qué malgastar tu vida?
—Hazle caso, es tu mejor opción.— Reafirmó la pelirroja.
Pero la genin no quería rendirse, no ahora que estaba tan cerca de su objetivo. Volvió a apretar los puños, y se levantó parcialmente, clavando parte de su peso en la rodilla izquierda.
—Pollas en vinagre!— Contestó la Sarutobi.
La mirada del chico se ciñó de manera tosca sobre la kunoichi, y rápidamente cambió de posición, giró sobre sí mismo, y su pierna se dirigió sin preámbulos hacia la sien de la chica. Todo parecía haber quedado sentenciado, pero en último momento, su ángel guardián hizo su aparición. El chunin que la había seguido desde la aldea antepuso su antebrazo a la trayectoria de la patada, y la salvaguardó de un k.o. mas que seguro.
—Así no hay quien pueda... al menos deja abierta algunas puertas, que he tenido que dar mil vueltas, chica...
Por la presión, por los nervios, o a saber porqué... la chica se desvaneció en ese instante. Perdió la consciencia, quedando a manos de esa inesperadamente esperada ayuda.
Cuando la chica volvió a abrir los ojos, se encontraba reposada en una cama, con una manta tapándola hasta la nariz. La superficie so notaba cálida y cómoda, parecía que se encontraba en el mismísimo paraíso. Aunque tenía un dolor en todo el cuerpo que la hizo volver a la realidad drásticamente. Sus ojos se abrieron como platos, y no pudo pensar en otra que en la mayor de sus inspiraciones, su madre.
—MAMAAAÁ!— Vociferó a todo pulmón.
Se levantó parcialmente y todo de la cama, buscando rápidamente asistir a su búsqueda. Ahora que la había vuelto a recuperar, no debía ni por asomo volver a dejarla. Pero una mano la volvió a posicionar en un suave gesto sobre su anterior posición.
—Hey, hey, heeey... tu te quedas aquí quietecita.— Sentenció aquél chunin de su aldea. —Además, ya han pasado un par de días desde tu trifulca, y estás en los Dojos del Combatiente. No merece la pena que estropees tu recuperación en éste momento...
—Pero... p-pero... mi madre...
—Tu madre ha sobrellevado ésta situación mejor que tú. Fue ella quien impidió que te matasen, llegó poco después que yo, e hizo que esos dos Nukenin cesasen su ataque. ¿Sabes? Gracias a ella pude sacarte de allí a salvo.
La chica se mordió los labios mientras apretaba los puños con fuerza. Hasta su vista se volvió hacia otro lado, no quería ni mirar a ese estúpido chunin... él no parecía comprender nada.
—Ella no merece eso...— Escupió en palabras.
—Fuiste tu la que tuvo un fallo enorme. ¿No querías salvar a tu madre? ¿Por qué no la tomaste de la mano y huiste simplemente? ¿No hubiese sido mas sencillo?
—No entiendes nada! NADA!— Gritó fuera de sí, con las lagrimas resbalando por sus desteñidas mejillas.
—No... la que no parece entenderlo eres tú.— Contestó el chico mientras se levantaba. —Deberías madurar un poco.
Con esas palabras, el chunin abandonó la instancia, dejando a la chica sola en la habitación. El silencio se hizo rey del habitáculo, donde callada quedó meditando la chica. Quizás en su cabeza solo había sitio ahora mismo para odio, venganza, y poco más... Aún no podía escapar de su mente la opción de darle una lección a ese hombre tras lo que le había hecho a su madre.
« ¿Estará bien mama? Puff... no lo creo, con ese imbécil a su lado es imposible que esté bien del todo... quién pudiese darle una paliza a él y a toda su pandilla de maleantes... ¿por qué será que mama aún está con él? De verdad, no lo entiendo... Antes tenía la excusa de que era para mantenernos, pero ahora... ahora no tiene excusas, parece como que le gusta ser tratada de esa manera... de verdad que no la entiendo... »
Hecha un ovillo en la cama, no dejaba de darle vueltas al asunto. Tanto fue así, que terminó exasperada. Sin mas, se levantó de la cama y tomó todas sus pertenencias, incluyendo esa curiosa espada hecha de oro que con tanto recelo aún guardaba. Maquilló sus cicatrices, se arregló levemente, y se terminó de preparar para un viaje con un propósito más que claro. Iba a traerse a su madre consigo a Amegakure, y poco le importaba lo que pudiese opinar su padrastro.
—No hay mas que hablar. Voy a hacerlo.
Cerró con firmeza sus puños, y salió de casa con toda la decisión del mundo sobre sus finos hombros. La próxima vez que cruzase ese umbral, sería con su madre tomada de la mano. Aunque no pudiese permitirle a su progenitora los placeres y lujos a los que acostumbraba, al menos podía ofrecerle una vida plena de tranquilidad y lejos de aquél imbécil.
Paso a paso, comenzaba a abandonar su aldea. Tenía ya en mente el recorrido mas cercano, las palabras que pensaba soltar, los golpes con los que trataría a su padrastro y a toda su trupe, hasta tenía en mente el cálido abrazo que daría a su madre tras esa larga temporada sin poder besarla o tocarla. Poco a poco se alejaba cada vez mas de esa casa vacía, que volvería a ser un hogar. Nada le faltaba, ni espíritu ni espada, ni tan siquiera deidades podrían imponerse ante su camino. Al menos eso pensó, inocente ella.
De pronto, cesó en su caminar. Se encontraba en la puerta de la aldea, dando casi a la zona portuaria donde podría abandonar la urbe. Sin mas, alzó su diestra hacia su flanco, y con ésta llegó a topar con el brazo de un chunin, vigía de la aldea.
—Creo... que si me marcho... volveré habiendo quitado varias vidas...— Confesó la kunoichi al superior.
—¿C-como? ¿desde cuando eso es un problema para...?— Antes de que terminase la frase, el joven se dio cuenta de lo que pasaba. —¿Es tu primera vez? ¿Se trata de una misión?
Sus orbes rojos como la misma sangre se clavaron de pronto en los del chunin, no mostraban ápice de arrepentimiento en su confesión.
—No se trata de ninguna misión. Se trata de mi madre. Voy a traerla conmigo, y si mi padrastro se opone... no creo que tenga demasiadas opciones.
Por casualidades del destino, o a saber por favores a qué deidad, la situación no conllevó a un encarcelamiento prematuro o a su retención de salir de la aldea. Quizás le había caído en gracia al chico, o compartía una experiencia similar a la de la chica. Fuese como fuese, el chunin quedó lejos de alarmar a su otro compañero o imposibilitar a la kunoichi. Se dio la vuelta, y con tranquilidad hizo como si no hubiese escuchado nada. Al menos esa fue la primera sensación que dio.
La chica se encogió de hombros, y dejó escapar un pesado suspiro. Su atormentado espíritu no descansaría hasta cumplir su objetivo, y no había conseguido ayuda de ese superior para que la acompañase. Bueno, quizás no había sido demasiado acertada con las palabras, un auxilio mejor expuesto seguramente hubiese surtido mejor efecto.
Reafirmó su tensión en los puños, se mordió el labio por la zona izquierda, y volvió a caminar. Sin miedo alguno, se arrojó al vacío. Continuó su camino dirección a su antigua aldea, para ello cruzó primero el lago, y continuó su camino atravesando un sinuoso bosque que poco dejaba ver. Suerte que ese camino lo tenía mas que conocido, sabía perfectamente cual era su destino.
—Ya queda poco...— Pensó en voz alta.
—Así que ya estamos cerca, ¿no?
Para su sorpresa, no estaba sola en esos lares. Su reacción instintiva fue alzar su guardia, y afrontar a su antagonista. Para nada esperaba lo que encontró al volver la vista, frente a ella estaba el chunin al que avisó en Amegakure sobre sus propósitos. Sin motivos para mantener la guardia alzada, dejó caer los brazos y volvió a una compostura casi natural.
—P-pero... ¿desde cuando me llevas siguiendo?
—Desde que saliste de la aldea mas o menos. Tardé un poco porque tuve que avisar a un compañero para sustituirme. La guardia no puede abandonarse, pero si alguien te sustituye, no hay problema.
—S-si... te entiendo...— Contestó la chica titubeando.
—Bueno, tu adelantate y yo observaré desde las sombras. Solo actuaré si lo veo necesario.
—Vale.
Con firmeza, volvió a andar dirección a su antigua aldea. El olor a opio se hacía casi palpable. Esa maldita droga ya casi formaba parte de esa aldea que antiguamente había sido tan sana y prospera. Un autentico delito que pasaban por alto a causa del dinero que proporcionaba. A saber a qué malnacido se le había ocurrido esa brillante idea de permitir a algunos cultivar y vender opio, así como dejar la aldea en una panda de maleantes con dinero.
A lo lejos, entre la vegetación del frondoso bosque, la aldea comenzaba a verse. Al menos parte de los edificios pequeños que conformaban la parte central de la aldea, donde vivían los mas adinerados de la misma. Si mal no recordaba, su padrastro vivía en el mas alto de todos, simbolizando su mayor imperio económico.
« Bueno, ya hemos llegado. »
Tragó saliva, y avanzó con decisión.
Casi sin darse cuenta, caminando mientras tenía su mente en sus pensares, la chica se había plantado frente a la puerta que daba acceso al edificio mas alto de la aldea. Frente a ella, dos hombres fornidos y que medían al menos dos metros hacían de muro, por no contar con una puerta de roble macizo que hacía ver al edificio como una fortaleza inexpugnable.
Apretó bien los puños, y alzó su mirada rojiza. Sus orbes se clavaban en la puerta de madera, casi a la altura de las cabezas de aquellos porteros.
—He venido a ver a mi madre, Hohana.
Ambos gorilas miraron a la chica, no por mucho tiempo. Tras ello, se miraron el uno al otro. No pasó demasiado tiempo hasta que uno de ellos afirmó con la cabeza, y abrió la puerta con un simple empujón. Parecían conocerla, o al menos habrían reconocido el nombre de la mujer del jefe.
Con parsimonia y aparente tranquilidad, la chica avanzó en pos de pasar por el umbral de esa puerta. Al fondo, un decorado recibidor le daba la bienvenida. Sobredecorado y presuntuoso, el recibidor presumía de las mismas cualidades que su padrastro, sin duda había sido él quien había elegido aquella decoración. Conforme avanzaba, unos pasos agitados se hicieron audibles como sonido de fondo ante un lúgubre y sepulcral silencio. La chica miró en dirección hacia el lugar del que parecían proceder, uno de los tres pasillos a los que daba el mencionado recibidor.
La silueta de una mujer se hizo presente entre la luminosidad del pasillo desde el que provenía. Aunque la destelleante escena no dejaba ver bien los detalles de aquella silueta.
—Katomi! Katomi, hija! Has venido a visitarme! Que alegría!— vociferó en una rota voz la madre, cargada de lágrimas de emoción.
—Mamá!
Su grito se vio acompañado de un gesto incontrolable. Partió en carrera en pos de sentir de nuevo el abrazo de su madre, de sentir su calor inconfundible, el calor de una madre. Para cuando la luminosidad del sitio no hacía penumbra en su rostro, y dejaba ver sus facciones, la chica quedó helada. Tanto fue así, que hasta paró su carrera, el alma se le partió en mil pedazos.
« No... NO... NO PUEDE SER... »
Su cuerpo fue abrazado por su madre, aunque se había parado la chica a mitad de carrera. Quizás su calor corporal y sus numerosos besos la atosigaban, la bañaban en cariño... pero para aquél entonces su mente no parecía estar en su cuerpo. La kunoichi parecía haber quedado petrificada.
—Cariño! cariño! Katomi! ... Cariño, ¿te encuentras bien? por favor, ¡responde!— Su madre insistía desde hacía un buen rato, mas la chica no tenía respuestas. Por mas que insistió, no recibía estimulo alguno por parte de su hija. Ni tan siquiera zarandeándola consiguió que ésta respondiese.
—¿¡DONDE ESTÁ ESE CABRONAZO!?
Al fin habló, volvió en sí... dentro de lo que cabía.
Sin duda, estaba fuera de sus casillas. Apretaba los puños tan fuerte que el color carmesí bañó su pálida piel. Sus ojos parecían inyectados en sangre, y el corazón le latía tan fuerte que casi podría ser apreciado a simple vista. La adrenalina comenzó a bombearse a toda mecha por su cuerpo, no sentía nada mas que ganas de matar a ese hombre al que debía llamar padrastro.
—Tranquilizate, Katomi, por favor! Ha sido... solo ha sido un accidente! te lo prometo!— Apresuró a excusar la mujer.
—¿¡UN ACCIDENTE!? ¿¡PERDER UN OJO ES UN ACCIDENTE!? ¿¡EN SERIO VAS A EXCUSARLO OTRA VEZ!? ESTA VEZ HA IDO DEMASIADO LEJOS!!
Su exaltación era obvia, no podía creer lo que estaba escuchando y viendo. A su madre le faltaba el ojo derecho, y tenía marcas de algún tipo de producto que le había causado quemaduras en la mitad del rostro de ese mismo lado. Aun así, intentaba darle excusa a ese hecho.
Para cuando se quiso dar cuenta, su voz se había alzado tanto que hasta había alertado a los dos guardas de la puerta. La misma puerta aún estaba sin cerrar, y se podía ver claramente como al menos uno de los guardias estaba mirando a la chica.
La vista de la chica se nubló de manera incontrolable, y no porque fuese precisamente a desmayarse. Dejó de lado el calor de su madre, arrancó en carrera y se lanzó a dar una tremenda patada a la puerta. El armatoste de madera maciza se cerró con una fuerza abismal, dando un sonoro golpe que afianzó hasta el cerrojo de seguridad. No hacía mas que comenzar, éste era tan solo el principio de un frenesí que no pararía hasta topar con su padrastro y deshuesarlo como a un maldito cerdo.
—Katomi detente! POR FAVOR! NO SABES LO QUE HACES!
Las palabras de advertencia de su madre no hicieron mella en ese corazón resquebrajado, ni en ese alma destrozada. Pasaron desapercibidas en una mente turbia que solo hacía pensar en una única cosa, la venganza. Tenía que acabar con ese maldito vorágine de sufrimiento que acosaba a su madre y la trataba con golpes en vez de con amor o respeto.
Los golpes de los guardas en la puerta se hacían hasta mas audibles que la voz de su madre, mas éstos tampoco podían hacer por detener a la chica. La joven no perdió un solo segundo en salir corriendo por el pasillo central. —Espérame ahí mama! no tardaré!— Anunció en mitad de su apresurada carrera.
A toda velocidad, atravesó varios pasillos, subió varias escaleras, y revisó varias habitaciones. Conforme iba avanzando, la alerta en el edificio iba en aumento, y no eran pocos los servidores de su padrastro en aquel edificio. A cada paso, uno o dos maleantes de poca monta se sumaban en su persecución, quizás llevaba tras de sí a unos cuarenta individuos. Éstos no cesaban en indicarle a la chica que parase, que se detuviese o de lo contrario se arrepentiría. La chica sin embargo no estaba dispuesta a escuchar tonterías, tenía mas que claro su objetivo, y no eran ellos.
« Como lo pille... LO MATO! »
Las lagrimas casi se le saltaban de los ojos. Mas su ira retenía a éstas, no quería desperdiciar fuerza alguna salvo en golpear el cuerpo de su padrastro.
Subiendo y subiendo plantas, cruzando pasillos, y saltándose pequeños bloqueos a base de empujones y patadas, la chica llegó hasta la última planta. En aquella planta, tan solo había un pasillo enorme en longitud y anchura, que daba hacia una puerta bañada en oro. Sobre ésta puerta, lucía el nombre del hombre al que mas podría estar odiando en esos momentos.
La puerta estaba cerrada, y frente a ésta descansaba reposado en la pared derecha una chica de una edad no muy distante a la kunoichi. Frente a esa chica, un chico de quizás la misma edad. La primera tenía una melena roja y vivaz, los ojos cerrados por alguna razón, y vestía un jersey de lana color negro, así como una falda de media pierna con la misma tonalidad. No parecía portar arma alguna, y parecía realmente despreocupada. El chico que mantenía la misma posición a la mencionada chica, tenía la cabellera del mismo tono. En éste caso, el chico llevaba un jersey muy parecido al de la chica, pero de color blanco; sus pantalones tenían la misma tonalidad blanca, y compartía la ausencia de armamento con la chica, así como su presuntuosa actitud.
Sin pensarlo dos veces, la genin cerró tras de sí el portalón primario, quedando encerrada en el pasillo con esos otros dos individuos. Acto seguido, desenvainó la espada que llevaba a la espalda, y la clavó en el suelo justo en la comisura de la puerta. Si, había hecho de una espada valorada en una fortuna un mero pasapuertas para atascar el paso de las decenas de maleantes que la perseguían desde hacía rato.
—¿Por qué no te marchas por donde has venido? Tienes mas posibilidades de salir con vida por esa puerta a si intentas pasar por aquí.
La aterciopelada y dulce voz de la chica no acompañaba al significado de sus crudas palabras. Su amenaza había sido lanzada hacia la chica de cabellera blanca, pero ésta no pensaba amedrentarse, no hasta que le hiciese pagar a ese cerdo por lo que le había hecho a su madre.
—Pollas en vinagre!— Contestó tosca y sin contemplaciones. —O me dejáis pasar por las buenas, o lo haré por las malas. Ya me tenga que llevar conmigo todo este maldito edificio al mismo infierno, que ese cerdo malparido va a pagar por lo que ha hecho!
—Chica, chica, chica... por favor, cuida esa boquita. No está bien que sueltes tantos tacos por esos precioso labios, en serio, se ve fatal.
El comentario no consiguió mas que hacer a la chica fruncir aún mas el ceño. ¿Quienes diablos eran esos dos? ¿Y porqué tenían esos aires? Antes de que el primer de los gestos fuese necesario, las puertas del despacho o la habitación de su padrastro se abrieron lentamente. Con un alita de pollo en la boca, propinándole un intenso bocado casi digno de un animal, hizo aparición el protagonista de ésta reyerta.
—Asi-que...— Cascó entre dientes mientras continuaba comiendo. —La mocosa-de mama... ha vuelto. ¿No vendrás-pidiendo... dinero?
La chica tomó aire desesperada, y lo soltó a duras penas. Sus manos teñían de carmín el suelo del pasillo, era incapaz de controlar sus nervios.
—Te voy a deshuesar como al cerdo que eres...— Sentenció en clara amenaza.
La chica pelirroja permanecía ajena a la situación, totalmente relajada en una posición recostada sobre la pared. Mientras tanto, el chico había desaparecido por completo. De pronto, un ardor tremendo se hizo presente en el estómago de la genin. Cuando fue consciente de lo sucedido, ya tenía a su vera al chico, y el puño de éste hincado en su estómago.
Casi no le dio tiempo a tomar aire, a pestañear, o simplemente el cuerpo no le quería responder. De pronto, tan solo tenía una necesidad imperativa, tomar aire, pero no era capaz. Cayó de rodillas, antepuso las manos para no dar con la boca en el suelo, y al fin pudo tomar aire. Sin embargo, no fue lo primero que hizo su cuerpo, lo primero fue soltar una bocanada de sangre en el suelo.
—¿Que te dije, pequeña? NO vuelvas a soltar palabras malsonantes por esa boquita... ¿vale?
Con toda la naturalidad del mundo, el chico dejó clara su superioridad. Si hubiese que clasificarlo en alguna marca o empleo de shinobi, sería mínimamente un genin muy experimentado, o bien un chunin. Para colmo, parecía estar burlándose de la chica, o realmente se enfadaba con las chicas que soltaban tacos.
Con parsimonia, su padrastro continuaba deleitándose con el sabor del alita de pollo mientras observaba un espectáculo que sin duda disfrutaba.
—Puff-Parece... que te ha gustado el arreglo que le hice a la cara... de tu-madre.— Se jactó mientras continuaba comiendo.
La respiración de la chica de nuevo comenzó a alterarse, a acelerarse mas bien. Su ira acrecentó de manera significativa con esas palabras, y no pudo evitar soltar un grito que le salía del mismo alma, ese alma que tenía en los puños, con ganas de destrozar el rostro de ese maldito.
—AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHGR!!
Y con esas mismas, salió a toda velocidad a golpear a su némesis. Le odiaba con todo su ser, ese hombre era la criatura mas despreciable y odiosa de toda la faz de la tierra, y no se arrepentía, se jactaba de ello.
Su carrera sin embargo se vio truncada por un imprevisto, al chico ese que le acababa de golpear no le hacía gracia que se aproximasen demasiado a su jefe. Eso, o bien que trabajaba por su sueldo, y la integridad física de aquél hombre era indispensable para ganarse su salario. Fuese como fuese, la única realidad que pudo palpar la chica fue de nuevo el suelo.
—TSK!
Remedió parte de su caída anteponiendo de nuevo las manos, aunque en ésta ocasión podía sentir que las piernas no le respondían bien. El chico estaba a pocos centímetros de ella, con la pierna estirada en una eficaz barrida, seguramente la causa de su caída.
La chica soltó el poco aire que le quedaba en los pulmones mientras alzaba su mirada de nuevo en pos de encontrar a su padrastro. Éste tan solo disfrutaba del espectáculo con aires de superioridad. El dinero era poder, y él tenía demasiado. La chica no podía mas que cerrar los puños en pura ira, y maldecirlo cuantas veces pudiese. Pensándolo en frío, hasta eso último se le escapaba de las manos.
—Venga, pequeña, aún puedes irte por donde viniste... ¿por qué malgastar tu vida?
—Hazle caso, es tu mejor opción.— Reafirmó la pelirroja.
Pero la genin no quería rendirse, no ahora que estaba tan cerca de su objetivo. Volvió a apretar los puños, y se levantó parcialmente, clavando parte de su peso en la rodilla izquierda.
—Pollas en vinagre!— Contestó la Sarutobi.
La mirada del chico se ciñó de manera tosca sobre la kunoichi, y rápidamente cambió de posición, giró sobre sí mismo, y su pierna se dirigió sin preámbulos hacia la sien de la chica. Todo parecía haber quedado sentenciado, pero en último momento, su ángel guardián hizo su aparición. El chunin que la había seguido desde la aldea antepuso su antebrazo a la trayectoria de la patada, y la salvaguardó de un k.o. mas que seguro.
—Así no hay quien pueda... al menos deja abierta algunas puertas, que he tenido que dar mil vueltas, chica...
Por la presión, por los nervios, o a saber porqué... la chica se desvaneció en ese instante. Perdió la consciencia, quedando a manos de esa inesperadamente esperada ayuda.
··········
Cuando la chica volvió a abrir los ojos, se encontraba reposada en una cama, con una manta tapándola hasta la nariz. La superficie so notaba cálida y cómoda, parecía que se encontraba en el mismísimo paraíso. Aunque tenía un dolor en todo el cuerpo que la hizo volver a la realidad drásticamente. Sus ojos se abrieron como platos, y no pudo pensar en otra que en la mayor de sus inspiraciones, su madre.
—MAMAAAÁ!— Vociferó a todo pulmón.
Se levantó parcialmente y todo de la cama, buscando rápidamente asistir a su búsqueda. Ahora que la había vuelto a recuperar, no debía ni por asomo volver a dejarla. Pero una mano la volvió a posicionar en un suave gesto sobre su anterior posición.
—Hey, hey, heeey... tu te quedas aquí quietecita.— Sentenció aquél chunin de su aldea. —Además, ya han pasado un par de días desde tu trifulca, y estás en los Dojos del Combatiente. No merece la pena que estropees tu recuperación en éste momento...
—Pero... p-pero... mi madre...
—Tu madre ha sobrellevado ésta situación mejor que tú. Fue ella quien impidió que te matasen, llegó poco después que yo, e hizo que esos dos Nukenin cesasen su ataque. ¿Sabes? Gracias a ella pude sacarte de allí a salvo.
La chica se mordió los labios mientras apretaba los puños con fuerza. Hasta su vista se volvió hacia otro lado, no quería ni mirar a ese estúpido chunin... él no parecía comprender nada.
—Ella no merece eso...— Escupió en palabras.
—Fuiste tu la que tuvo un fallo enorme. ¿No querías salvar a tu madre? ¿Por qué no la tomaste de la mano y huiste simplemente? ¿No hubiese sido mas sencillo?
—No entiendes nada! NADA!— Gritó fuera de sí, con las lagrimas resbalando por sus desteñidas mejillas.
—No... la que no parece entenderlo eres tú.— Contestó el chico mientras se levantaba. —Deberías madurar un poco.
Con esas palabras, el chunin abandonó la instancia, dejando a la chica sola en la habitación. El silencio se hizo rey del habitáculo, donde callada quedó meditando la chica. Quizás en su cabeza solo había sitio ahora mismo para odio, venganza, y poco más... Aún no podía escapar de su mente la opción de darle una lección a ese hombre tras lo que le había hecho a su madre.