Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
11/01/2016, 01:59 (Última modificación: 11/01/2016, 02:10 por Umikiba Kaido.)
Era tarde, muy tarde. Tarde para estar despierto, tarde para comerse la cabeza con la incesante pregunta que había estado haciéndole a su tutor durante todo el viaje: ¿Cuándo cojones volveremos a casa?
Pero allí se encontraba el Gyojin, con los ojos abiertos de par en par. De vez en cuando soltaba un sonoro bufido para tratar de interrumpir el sueño de Yarou-sama —aunque el letargo del viejo era demasiado profundo como para ser perturbado— y no dejaba de moverse de lado a lado intentando acomodarse cómodamente sobre la hierba en la cual yacía recostado. Se podía decir que estaba aburrido, bastante extenuado, en realidad. Llevaba alrededor de un mes viajando por todo el país, visitando tantas locaciones que sus ojos habían sido testigo de tantas personas y culturas tan poco interesantes que habría deseado nunca salir de Amegakure.
Él siempre se mostró como un férreo opositor de la rutina. Y ahora, con ironía, la extrañaba. La simplicidad de las calles de su aldea, de la gente que la transitaba. Patear traseros conocidos y llevarse a casa unos cuantos moretones.
No obstante, el semblante de aventura no dejaba de estar presente durante sus viajes. Claro que había tenido buenas experiencias durante ese tiempo, unas más emocionantes que otras desde luego, pero buenas al fin y al cabo. Y si algo usaba Yarou-sama para calmar en lo posible su quejosa actitud era concediéndole un abre bocas de lo que podrían hacer al día siguiente. Así pues, la voz del viejo quebró el silencio fortuito de la noche y se dirigió directamente a su pupilo, quien parecía inquieto ante su incapacidad de conciliar el sueño.
—Será mejor que descanses. Estamos cerca del Bosque de Azur y apenas termines con los encargos de mañana, dejaré que lo visites.
Como dulce para un niño. ¿Un bosque extremadamente conocido por los peligros que deambulan en sus alrededores?... el tiburón te lo compraba. Y como escuchó, se quedó dormido, a la espera de la aventura que le deparaba el día siguiente.
...
La húmeda pradera que precedía a la entrada del famoso Bosque de Azur mostraba la dicotomía existente entre ambos lugares. Un claro que mostraba en su horizonte una inmensidad frondosa de árboles le recibía con las puertas abiertas, a través del cual Kaido se adentró con la decisión de quien no le teme a lo desconocido. Y así, la poca claridad que se atrevía a escabullirse de las cargadas nubes del cielo se hacía más y más tenue conforme aceleraba su paso. Pronto se encontraría con un buen número de pasadizos, puentes replegados y coloridas vegetaciones que convertirían en un confuso rompecabezas. Así que puso todo su esfuerzo en encontrar la ruta hacia un lugar especial al que, a diferencia de él, todos evitaban por encontrar.
La isla misteriosa, un lugar inexplorado por los vivos; hogar de los olvidados. Pero la ruta era larga y debía encontrar el puente correcto, así que se detuvo en el tercero que encontró.
Lo hizo para revisar un pequeño bosquejo que un mercader le había dibujado por unos cuantos ryo. Se ubicó en el mismo e intentó encontrar la vía a tomar a continuación. Pero le tomaría un buen tiempo, dado el rudimentario mapa que tenía en sus manos.
Después de su viaje a Shinogi-to, a Datsue lo único que le apetecía era regresar a su hogar. Estaba cansado de dormir a ras de suelo; cansado de comer cualquier mierda en la taberna de turno; cansado de las ampollas que tenía de caminar mañana, tarde y noche; pero, sobre todo, cansado de aguantar la incesante lluvia, día sí y día también. Para ser más específico, estaba hasta los huevos. Hasta los mismísimos huevos.
¿Pero qué hombre de la literatura, que fantaseaba con épicas aventuras y enigmas milenarios, sería si no se desviase ligeramente de su rumbo para visitar el Bosque de Azur? Un fraude, eso es lo que sería.
Así que allí estaba, en pleno bosque, cruzando el cuarto puente del día mientras escribía una señal en el simple esbozo que le habían hecho del lugar. Un señor muy amable, aquel hombre, pese a que al principio quisiese cobrarle por semejante tontería. Al final lo resolvieron con una partida al shōgi, en la que Datsue, pese a que no lo admitiese, le había ganado en un golpe de suerte. La suerte no existe en los juegos de lógica.
Según su mapa, el próximo puente marcaría el límite entre lo seguro y lo enigmático. Datsue tenía intención de adentrarse un poco, unas cuantas zancadas a lo sumo, para intentar vislumbrar, aunque sólo fuese de refilón, el misterio del Bosque de Azur.
Pero entonces vio algo. Al final del puente, un chico parecía estar consultando un papel, con mirada atenta. Tenía un pelo largo y azulado, al igual que sus ojos, y de una piel que, también, parecía tener una tonalidad similar al mar.
Extraño chico... Y es de Ame, por lo que veo.
Dígase una cosa de Uchiha Datsue, no le gusta hablar con desconocidos. No era de esos que saludan al primero que ven o entablan conversación con alguien de buenas a primeras. Había conocido a muchos así, y siempre terminaba por mostrarse arisco y antipático para que le dejasen en paz. En la mayoría de casos, le parecían un fastidio de gente.
Sin embargo, en un sitio como aquel, al que nadie iba si no quería adentrarse en el bosque, convertía a aquella persona en alguien digna de recibir su atención. Quizá tuviese información valiosa del lugar.
—¡Buenos días! —exclamó, sonriente. Siempre se mostraba amable con la gente a la que quería sonsacar algo—. ¿De vuelta del bosque? —preguntó. Según su mapa, aquel chico estaba saliendo de él, y no adentrándose—. ¿Algo interesante que ver?
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Inmerso en su mapa clandestino, el tiburón intentaba discernir si finalmente, ese tercer puente era el indicado para encontrar el sendero que le llevaría de una vez por todas a la entrada de la isla misteriosa. Era un tanto difícil con tan rudimentario bosquejo para guiarse, pero luego de un par de minutos con toda su atención el el croquis y siguiendo un par de trazos con el dedo sobre la hoja, logró darse cuenta que en realidad no estaba tan lejos como pensaba.
Subió la cabeza en súbito y dio un vistazo más adelante, al otro lado del sendero que se erguía firme en forma de puente. Buscaba una marca que según el mercader, era forma más fiable de darse cuenta de qué tan cerca se está del inminente peligro que representaba esa separación con el Bosque de Azur.
Sus ojos encontraron los kanjis. Un claro y legible: "No cruzar" yacía escrito en una señalización que había pasado desapercibida por un par de ramas que la cubrían.
«¿Vaya elocuencia la de esta gente» —meditó. Había que tener muy poca fuerza de voluntad para hacer caso realmente a tan patético aviso.
Dispuesto a terminar con la tortura, Kaido puso un pie en el puente con toda la disposición de cruzar de una vez por todas. Pero antes de poder poner ambas piernas sobre la madera, cuyos primeros peldaños parecían rechinar por la vejez; la voz de un joven se abrió paso y le obligó a detener su avance. Llegó a pensar que se trataba de un guardia, aunque una vez su interlocutor terminase su intervención, descartaría esa idea.
Se trataba de un simple muchacho, contemporáneo a su propia edad. De cabellos negros, ojos azabache y una pinta de pseudo-samurai que molaba un poco. Percibió la flamante sonrisa que esgrimaba el muchacho en su rostro y Kaido no pudo evitar hacer lo mismo, aunque la suya tendría mayor impacto, teniendo en cuenta la hilera de cuchillas que se asomaron cuando volteó la cabeza.
—¡Buenos días! —argumentó el desconocido a modo de introducción. Kaido replicó con una mirada de pocos amigos, el ceño fruncido y un detallado vistazo de arriba a abajo, que aunado al rotundo silencio de su parte, seguro daba mala espina. Luego hizo contacto visual y lo mantuvo durante todo momento — ¿De vuelta del bosque?
—No. El bosque se hace más profundo si vas en esta dirección —argumentó, señalando su norte—. la diversión ha de estar más adelante.
El gyojin volteó de nuevo la mirada y se fijó nuevamente en el cartel. También lo señaló, por si su acompañante no podía verlo desde su posición.
—Aunque si eres un tipo cauteloso, te quedarás detrás de este puente, porque cruzando ese cartel de allá está la entrada a la famosa isla misteriosa. Ya sabes, de la que nadie regresa una vez estés dentro.
Lo curioso de aquel comentario es que, por mal que sonase aquella afirmación, el tono con el que hablaba el shinobi de Amegakure era como si él tuviese toda la intención de extender su viaje hasta más allá de la seguridad que Azur le ofrecía.
¿Habría algo que evitase que tomara la fatal decisión de pasar el Umbral hacia lo desconocido, o era su destino averiguar lo que había al otro lado del mismo?
Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando su interlocutor le devolvió la sonrisa, cuyos dientes parecían cuchillas listas para atrapar a su presa. Todo un encanto, vaya.
—No. El bosque se hace más profundo si vas en esta dirección —argumentó, señalando su norte—. la diversión ha de estar más adelante.
Datsue miró a su mapa, confuso. ¿Se había adentrado en los peligros del bosque sin darse cuenta? Repasó con la mirada el recorrido que había hecho, sin encontrar señal alguna de su despiste. Por otra parte, tras su probada ineptitud para leer mapas y viajar, no le sorprendía en absoluto que le hubiese pasado. Entonces, vio que el shinobi señalaba un cartel. El Uchiha dio unos cortos y rápidos pasos al frente para poder leerlo: “No cruzar”
Joder, soy un desastre.
—Aunque si eres un tipo cauteloso, te quedarás detrás de este puente, porque cruzando ese cartel de allá está la entrada a la famosa isla misteriosa. Ya sabes, de la que nadie regresa una vez estés dentro.
Datsue asintió.
—Ajá... Pero si fuese un tipo cauteloso, no estaría aquí, ¿no te parece? —le respondió. Entonces le dio la espalda y contempló el camino por el que había venido, el camino que, supuestamente, conducía al peligro—. ¿No se supone que tendría que haber guardias protegiendo la entrada?
Entonces, una corriente de aire trajo consigo un murmullo lejano, casi inaudible. Afinó los oídos y creyó distinguir el llanto entre los susurros del viento. Luego, creyó que se trataba de una carcajada. Una siniestra y estridente risa.
—¿Oyes eso? —preguntó al shinobi, esperando que tuviese mejor oído que él—. Parece que viene del fondo del bosque.
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El muchacho respondió con poca inquietud a la realidad que se escondía detrás del penoso cartel que advertía a los viajeros del peligro venidero.
Dijo no ser el más cauteloso de los hombres y que por esa razón se encontraba allí en primer lugar, alegando tener toda la intención de hacer frente al peligro que suponía cruzar aquel mítico puente. Kaido refutó su intervención con una morisqueta y torció los labios antes de contestar.
—Lo que nos ha traído hasta este lugar ha sido la curiosidad, amigo mío. No sabrás realmente si eres un tipo cauteloso hasta que decidas lo que harás llegado este punto. Ya sabes: ¿cruzar o no cruzar?
La sonrisa le invadió el rostro nuevamente.
»he allí el dilema...
Luego volteó hacia la dirección que podría acabar con sus vidas de forma prematura, movimiento que el gyojin imitó de forma calcada. Incluso volcó la mirada hacia el otro extremo del puente y se debatió internamente con la interrogante del shinobi acerca de la ausencia de los guardias, quienes debían estar protegiendo la entrada a la isla misteriosa.
«Quizás están en su hora de descanso o...»
Su dubitativa se vio interrumpida una vez más por el pelinegro, o eso pensaba él. Ya que fue en un principio un escalofriante murmullo, tan tenue como imperceptible para quienes no conocen el temor, lo que le distrajo. Los pocos vellos de sus brazos parecieron cobrar vida y un ligero temblor recorrió su azulado cuerpo.
Sintió temor. Aunque luchaba fervientemente por ocultarlo.
—Sí, suena como si se estuviesen divirtiendo allí adentro. Mejor entremos antes de que acabe la fiesta, ¿te parece?
Sin esperar respuesta, Kaido movió las piernas y llevó su despreocupado trasero hasta las primeras tablillas del puente. El "no cruzar" plasmado en el cartel había desaparecido completamente de su vista y lo que él consideraba valentía —cuando en realidad se trataba de estupidez— tomó el control de sus acciones, obligándole a avanzar hacia el umbral de lo desconocido.
Pero antes de poder continuar su camino, un eco retumbó en los oídos de los presentes.
¡NO!
Y una ráfaga de aire lo suficientemente fuerte impactó el estómago del tiburón, devolviéndolo a cuestas a lado de su nuevo colega de aventuras. Adolorido, miró al pelinegro visiblemente ofuscado y se permitió juzgarle con la mirada, preguntándose si había sido él quien estaba detrás de semejante treta.
28/01/2016, 17:30 (Última modificación: 28/01/2016, 17:31 por Uchiha Datsue.)
Al contrario que Datsue, aquel shinobi con dientes de sierra no parecía amedrentado ante los susurros inquietantes que arrastraba el viento. Es más, quería averiguar su procedencia.
El shinobi de Amegakure se adelantó a cruzar el puente, ante un Datsue receloso, aunque también intrigado, que le siguió a una distancia prudencial. Mejor que vaya él delante… ¿Para qué ser temerario? Todo el mundo quiere ser el héroe de las cuentos, pero en la vida real los valientes son los primeros en morir.
Pronto pudo comprobar cuan cierto era aquel pensamiento. Un rugido, una voz de ultratumba, rasgó el viento y penetró sus oídos con una furia inaudita:
¡NO!
Acto seguido, una ráfaga de viento golpeó, como si se tratase de un martillazo, el cuerpo de su acompañante, que salió volando hasta caer derribado a su lado.
—Joder, como duele.
Datsue no sabía si sonreír por su acierto en ser precavido o asustarse por lo que acababa de suceder. La risa que había oído hacía unos instantes se había apagado, y no se oía nada más que el susurro del viento y el quejido de las ramas.
—Algo me dice que no nos quieren dentro —comentó ante la mirada acusadora del chico, que parecía mirarle como si se preguntase si había sido él el responsable. Datsue se limitó a encogerse de hombros y ofrecerle la mano, en un claro gesto para ayudarle a levantarse—. Por cierto, mi nombre es Datsue. ¿Sabes? Lo que me preguntabas antes, sobre cruzar o no cruzar... —esbozó una media sonrisa—. Creo que ya lo tengo más claro.
El cementerio está lleno de valientes.
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—Algo me dice que no nos quieren dentro—advirtió el pelinegro ante la obviedad de lo acontecido.
Y Kaido no pudo hacer más que coincidir con el comentario de su compañero. No por nada le habían hecho volar como pájaro sin siquiera haber puesto un pie en la primera tablilla del puente. Resultaba evidente que lo que hubiera más allá de la seguridad del Bosque no era para un par de críos como ellos.
Pero el tiburón era testarudo. Necio a niveles perjudiciales para su bienestar y la de todos los que rodean, razón por la cual no estaba dispuesto a dirimir tan fácilmente de sus intenciones.
Usó la mano de apoyo que le ofreció su interlocutor para levantarse del suelo y atendió a la presentación del muchacho con un ligero cabeceo. Datsue, dijo llamarse. Quien además no dejó pasar la oportunidad de re-evaluar su intención de conocer la famosa isla misteriosa.
«¡Cobarde!»
—Yo soy Umikiba cojones de acero Kaido —le devolvió una sonrisa divertida, a gracia de su propio comentario—. y... me temo que yo no lo tengo tan claro como tú. Hará falta más que una estúpida ráfaga y unos cuantos susurros fantasmales para espantarme.
Un carraspeo tuvo que haber llamado la atención de los presentes. Porque de un momento a otro, a saber cómo, la figura de un hombre apareció sobre una seta a un par de metros de Datsue, quien les observaba a ambos con palpable nostalgia. Aparentaba una edad entrada los cuarenta y lucía bastante desprolijo, como quien lleva demasiado tiempo sin dormir en buenas condiciones. Sus ropajes no eran atípicos a los comunes salvo por un objeto que se antojaba conocido.
Una bandana, aunque el símbolo estaba borroso. La misma colgaba en el lado izquierdo de su cintura.
—Te pareces mucho a él, muchacho. Y no en lo físico precisamente, no creo que haya muchos que luzcan como un pescado. Pero actuaba como tú, indiferente ante los peligros, necio ante las palabras. Inquieto y desobediente para ser más exactos —El hombre miró hacia el final del puente y dejó que su mirada se perdiera en la oscuridad que se escondía tras la vegetación que impedía ver más allá —. Pero a pesar de todo ello, le queríamos mucho. En el fondo era una muy buena persona.
Kaido no supo como reaccionar. Intercaló la mirada entre el desconocido y el propio Datsue, sin saber si echarse a reír por la anécdota aislada que contaba el hombre o si atender al mensaje oculto tras sus palabras.
3/02/2016, 21:13 (Última modificación: 3/02/2016, 21:13 por Uchiha Datsue.)
El extraño ser de Amegakure aceptó su mano y se impulsó hacia arriba. El Uchiha, entonces, tras la pequeña charla que habían tenido, creyó oportuno presentarse, y su interlocutor hizo lo propio:
—Yo soy Umikiba cojones de acero Kaido.
—¡Ja! —Cojones de acero dice. Menudo tío… Pero me cae bien. Quizá pueda inspirarme en sus rasgos y personalidad para algún personaje de mi próxima novela… Bueno, digo próxima como si ya hubiese hecho una. Joder, si no me diese tanta pereza escribir…
—Y... me temo que yo no lo tengo tan claro como tú. Hará falta más que una estúpida ráfaga y unos cuantos susurros fantasmales para espantarme.
Un shinobi de pelo en pecho, sí señor. ¿O debería decir con un par de agallas…? Joder, qué chiste más malo. Mejor que se quede en mi cabeza. Datsue esbozó una media sonrisa divertida, mientras se fijaba, ahora que lo tenía tan cerca, en el par de agallas que tenía en la parte posterior de la nuca. Joder, ¡pero sí en verdad las tiene! ¿Qué pasa con este tío? ¿Es un experimento genético o qué?
Sin embargo, sus elucubraciones llegaron a su fin cuando oyó un carraspeo a su lado que le hizo sobresaltarse del susto. Cuando comprobó que se trataba de un hombre, de aspecto cansado y edad mayor, carraspeó a su vez, intentando disimular el pequeño sobresalto que se había llevado.
Entonces sus ojos se fijaron en la bandana, pero no logró identificar su procedencia. Estaba demasiado borrosa.
—Te pareces mucho a él, muchacho. Y no en lo físico precisamente, no creo que haya muchos que luzcan como un pescado. Pero actuaba como tú, indiferente ante los peligros, necio ante las palabras. Inquieto y desobediente para ser más exactos —El hombre miró hacia el final del puente y dejó que su mirada se perdiera en la oscuridad que se escondía tras la vegetación que impedía ver más allá —. Pero a pesar de todo ello, le queríamos mucho. En el fondo era una muy buena persona.
¿Qué cojones…? ¿Quién demonios es este tío?
Las preguntas se le atragantaron en la garganta, luchando entre sí para ver quién se alzaba victoriosa por ser la primera en salir de su boca. Al final, salió la más corta:
—¿Quién eres? —preguntó, con un tono más imperativo del que pretendía.
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7/02/2016, 11:41 (Última modificación: 7/02/2016, 11:44 por Umikiba Kaido.)
—¿Quién eres?— preguntó Datsue, con cierto reclamo cabalgando sus palabras. Y kaido le secundó de igual forma, aunque lo suyo iría con un pequeño improperio de agregado para darle más sazón al asunto.
—Sí, sí; ¿quién cojones ere tú, viejo decrépito?
El hombre sonrió con armonía, tomándose muy bien la querencia de los dos jóvenes shinobi. Tambaleó un par de veces sobre la seta gigante hasta que consiguió encontrar el apoyo suficiente como para bajar de allí sin lastimar sus articulaciones más de lo debido y tocar finalmente el suelo. Se recompuso en un dos por tres y se vio dispuesto a dar un par de pasos a fin de acortar la distancia entre él y sus interlocutores, aunque desechó la idea cuando se percató que Kaido apretó el puño derecho y puso su cuerpo en inminente guardia.
—Mi nombre es Tenrai y no tenéis por que temer. Soy un simple ciudadano que ronda las cercanías de este bosque para advertir a jóvenes curiosos como vosotros de los peligros que aquí se esconden. Y ni hablar de lo que pueda haber más allá de ese cartel, yo sólo hablo del Bosque de Azur.
Kaido frunció el ceño, confundido. ¿Que esperanzas había entonces si ya de por sí, antes de cruzar hacia la zona prohibida, existía algo de peligro?... tuvo que mirar a su compañero, como queriéndole decir: de la que nos hemos salvado, compañero.
»Usualmente hay guardias protegiendo esta entrada, pero de algo importante han de haber tenido que ocuparse si ambos dejaron su puesto.
Pero a Kaido le importaba poco la palabrería del hombre. La desconfianza era palpable, lo que hacia de su actitud algo mucho más agrio y difícil de digerir. Directo, sagaz, sin pelos en la lengua. Una daga de doble filo, dependiendo de a quién se la mostrara.
—Lo de simple ciudadano no me lo creo. Por algo tienes una bandana colgando en el cinturón, aunque me da la impresión de que no es tuya.
—Tienes razón, no lo es.
El hombre sonrió con malicia. Kaido lo quiso hacer también, pero estaba un poco preocupado. Y eso no pasaba muy a menudo, desde luego.
«Carroñero?» —pensó. Pero Kaido no era el más diestro vislumbrando las apariencias de la gente, así que esperó a que Datsue formulara, quizás, la pregunta más apropiada para hacerse una mejor idea de lo que estaban enfrentando.
Uchiha y tiburón parecían tener la misma opinión respecto al nuevo invitado. Ambos le preguntaron quién era, aunque cada cual a su estilo: uno comedido, el otro agresivo. El anciano bajó de la seta gigante sobre la que se encontraba con cierta pesadez, como si el paso de los años hubiese pasado en él demasiada factura. ¿Realmente se siente así o es una fachada para que nos confiemos?
—Mi nombre es Tenrai y no tenéis por que temer. Soy un simple ciudadano que ronda las cercanías de este bosque para advertir a jóvenes curiosos como vosotros de los peligros que aquí se esconden. Y ni hablar de lo que pueda haber más allá de ese cartel, yo sólo hablo del Bosque de Azur.
Datsue y Kaido se intercambiaron miradas cargadas de palabras. Kaido parecía aliviado, mientras que el Uchiha parecía querer decirle: ya te lo dije.
»Usualmente hay guardias protegiendo esta entrada, pero de algo importante han de haber tenido que ocuparse si ambos dejaron su puesto.
Eso… o que alguien los haya obligado a dejarlo. No me gusta este tío. No me gusta en absoluto. Como si tuviesen la sincronización de dos hermanos gemelos, el shinobi de Amegakure puso voz a sus pensamientos:
—Lo de simple ciudadano no me lo creo. Por algo tienes una bandana colgando en el cinturón, aunque me da la impresión de que no es tuya.
—Tienes razón, no lo es.
Aquella afirmación, acompañada de la sonrisa que se formó en los labios decrépitos de aquel hombre, hizo que se le pusiesen los vellos de punta. Tensó los músculos por acto reflejo, mientras el silencio tensaba el ambiente, ya de por sí eléctrico. Era como si, de un momento para otro, todo se pudiese ir a la mierda. Como si de un momento para otro tuviesen que luchar por sus vidas. Refrenó las ganas de activar el sharingan. Tenía una curiosidad imperiosa en ver qué tipo de chakra tenía aquel hombre, pero no se atrevía a darle un motivo para convertir aquella charla en una batalla. No todavía.
Como su compañero prefirió callar, esta vez fue Datsue quien tomó la iniciativa. Sin embargo, al contrario que el chico con agallas en la nuca, el Uchiha prefería los rodeos a embestir como un toro:
—¿Y qué motivo podría tener un hombre en portar una bandana que no es suya?
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12/02/2016, 14:01 (Última modificación: 12/02/2016, 14:05 por Umikiba Kaido.)
Kaido sopesó su silencio prestando atención a a su más inmediato alrededor, como evidencia de la inseguridad que le invadió repentinamente tras la aparición del hombre cuarentón. No era algo que le sucediera muy a menudo, podía contar con los dedos de una mano las ocasiones en las que la sensación de peligro se sobreponía a su confianza absoluta e inquebrantable; y por ello resultaba extraño que actuara de una forma tan prudente como lo estaba haciendo en ese momento.
No obstante, existía la posibilidad de que todo aquello fuera una tonta confusión. Podría haber una explicación para que Tenrai tuviera en sus manos una bandana que no fuera suya, aunque para ellos dos sería bastante difícil entenderlo. Porque ambos eran shinobi y comprendían la importancia de un objeto que en principio se antoja insignificante para la gran mayoría, cuando para otros representa esfuerzo, sangre y sacrificio.
Para el tiburón, sin embargo, era una forma de reivindicación hacia los suyos. Una muestra de que será capaz de cumplir cualquier objetivo que su clan le quiera imponer. Esa fría e implacable banda de metal había sido sólo el primer paso.
De todas formas había que confirmar teorías primero antes de ganarse un conflicto quizás innecesario. Y Datsue se encargó de ello, arrojando la interrogante más adecuada. Kaido apoyó a su ahora compañero de intriga con su cara azulada de pocos amigos y clavó sus propias orbes cristalinas sobre la exuberante paciencia del hombre que les acompañaba. Lucía demasiado calmado, aunque no era para menos, cuando tenía al frente a lo que él consideraba un par de críos curiosos y juiciosos, con cabeza suelta para dar rienda a la imaginación.
—¿Y qué motivo podría tener un hombre en portar una bandana que no es suya? —alegó el extranjero.
«Botín de guerra. ¡Es un mercenario que ha vendido el cuerpo de un shinobi a una morgue famosa y se ha quedado la plaquita como un puto recuerdo!»
El hombre volvió a sonreír, aunque esta vez lucía más sereno. No se mostraba tan sospechoso, como si la malicia con la que había respondido anteriormente se tratase de una simple jugarreta.
—Muchos, aunque les aseguro que no es ninguno de los que habéis podido pensar hasta ahora. Esta placa perteneció una vez a mi hijo, a él me refería cuando dije que me recordabais a alguien. Falleció hace un par de años, y desde entonces llevo la bandana como un pequeño recordatorio.
—¿Qué? —Kaido lucía decepcionado.
—Que es de mi hij...
—No mientas, vejete. O mi amigo y yo te vamos a patear el culo hasta que digas la puta verdad.
El viejo echó a reír. Entendió en ese instante que el chico-escualo no era precisamente el indicado para resolver el asunto. Teniendo ello en cuenta, se dirigió a Datsue, quien lucía más calmado y sereno en ese aspecto. Quizás más metódico, analítico. Con mejor juicio que la furia de Kaido.
Tenrai miró fijamente al Uchiha. ¿Sería él capaz de discernir si hablaba con la verdad o por el contrario, sólo se trataba de un subterfugio más?
El hombre volvió a sonreír, aunque esta vez lucía más sereno. No se mostraba tan sospechoso, como si la malicia con la que había respondido anteriormente se tratase de una simple jugarreta.
—Muchos, aunque les aseguro que no es ninguno de los que habéis podido pensar hasta ahora. Esta placa perteneció una vez a mi hijo, a él me refería cuando dije que me recordabais a alguien. Falleció hace un par de años, y desde entonces llevo la bandana como un pequeño recordatorio.
—¿Qué? —Kaido lucía decepcionado.
—Que es de mi hij...
—No mientas, vejete. O mi amigo y yo te vamos a patear el culo hasta que digas la puta verdad.
El viejo echó a reír. Mientras tanto, Datsue no sabía qué demonios pensar. Todo le parecía muy estrambótico, muy extravagante, pero no tenía forma de contrastar sus palabras. Qué dolor de cabeza...
El Uchiha suspiró.
—Es peligroso portar una bandana que no es tuya… A no ser que pertenezcas a la misma Aldea, claro. ¿A qué Aldea habías dicho que pertenecías? —preguntó. En realidad, el hombre en ningún momento había mencionado su procedencia, por eso mismo había hecho la pregunta—. Es que no distingo muy bien el símbolo de la placa desde aquí…
¿Por qué un hombre cualquiera deambulaba por el bosque para prevenir a los turistas de los peligros del bosque? ¿Acaso los guardias no estaban ya para esa función? Entonces, ¿para qué molestarse? Aquí hay gato encerrado… A no ser que…
—¿Murió tu hijo aquí, entre estos árboles?
Quizá había sido un shinobi descuidado y temerario, como ellos, y se había adentrado demasiado en el bosque… Quizá por eso aquel viejo vigilaba de que a nadie le pasase lo mismo. O simplemente estoy dejando volar demasiado mi imaginación… Sería lo más probable.
Miró de soslayo a su compañero, al tiburón. ¿En qué estaría pensando él?
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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15/02/2016, 00:31 (Última modificación: 15/02/2016, 00:52 por Umikiba Kaido.)
El hombre intercaló su mirada con displicencia entre los dos jóvenes presentes. Aunque ambos estuvieran en el mismo plano, era imposible no percibir la dicotomía existente entre los dos: pues las diferencias eran palpables hasta para el ojo menos experimentado. Porque en el extremo izquierdo donde se encontraba el tiburón yacía la impaciencia y la bravuconería, mientras que a su lado, prevalecía la calma y el raciocinio.
Tenrai supo entonces que había tomado la decisión correcta a la hora de desviar su atención hacia Datsue, quien aprovechó el silencio del gyojin para compartir sus dubitativas. Preguntó primero por la aldea, luego inquirió en la posibilidad de que su ser querido hubiese muerto allí, en el mismo lugar en donde se encontraban los tres.
Kaido enarcó una ceja y sintió una enervante curiosidad que le obligó a quedarse tranquilo. ¿Era esa una posibilidad?.
«Joder, como resulte ser cierto...»
—Ahora mismo no pertenezco a ninguna, muchacho. Y como es algo del pasado, me temo que no tiene caso desvelarlo ahora. Confórmate con que has dado en el clavo respecto a la muerte de mi hijo, pues en efecto; él ha fallecido en alguna zona de este gran bosque —miró soslayo a su alrededor y sintió algo de nostalgia—. o eso creemos. De él solo encontramos esta misma bandana.
El tiburón sintió escalofríos.
—¿Se lo ha tragado la tierra, eso es lo que estás diciendo?
—No lo sé. Pero era joven, tenía vuestra edad. Desde entonces me dedico a patrullar la zona, creo que se lo debo.
—Ahora mismo no pertenezco a ninguna, muchacho. Y como es algo del pasado, me temo que no tiene caso desvelarlo ahora. Confórmate con que has dado en el clavo respecto a la muerte de mi hijo, pues en efecto; él ha fallecido en alguna zona de este gran bosque… o eso creemos. De él solo encontramos esta misma bandana.
Joder, qué grande que soy. He dado en el puto clavo. En el PUTO… CLAVO.
—Vaya, cuánto lamento oír eso —Datsue no parecía para nada apenado. Más bien, lucía el semblante de la indiferencia absoluta—. Lo siento.
Su compañero, por otra parte, trató de indagar más sobre el tema:
—¿Se lo ha tragado la tierra, eso es lo que estás diciendo?
—No lo sé. Pero era joven, tenía vuestra edad. Desde entonces me dedico a patrullar la zona, creo que se lo debo.
Datsue asintió. Las piezas habían terminado por encajar. Se relajó. Por un momento, había creído que tendría que luchar contra aquel tipo. Pero por ahora parecía que su intuición le había fallado.
—¿Y qué peligros son esos? —preguntó el Uchiha, curioso. Teniendo en cuenta que aquel hombre visitaba el bosque día y sí y día también, era de suponer que tendría jugosa información que compartir—. ¿Qué enemigos aguardan al otro lado del puente?
¿Una criatura surgida del infierno? ¿Un potente Genjutsu creado por un demente? ¿O quizá plantas carnívoras? Dejó que su imaginación volara, sin ningún tipo de límite. Aquel hombre ya se encargaría de cortarle las alas.
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18/02/2016, 02:24 (Última modificación: 18/02/2016, 02:38 por Umikiba Kaido.)
Datsue lamentaba la situación que el hombre afrontaba y así se lo hizo saber con su intervención, sobre la cual Kaido se apoyó a fin de no repetir lo mismo. Asintió con la cabeza secundando las palabras del de Taki y dejó que la decepción le abrazara en súbito pues la posibilidad de que Tenrai fuese un enemigo a afrontar había quedado enterrada junto a la memoria de su hijo.
Ahora sólo podía pensar en lo que podría haberle pasado a su muchacho. Quizás: ¿le habían secuestrado; o falleció bajo las fauces de alguna bestia desconocida que habita en los linderos del bosque?.
Nada le terminaba de encajar. «Habrá sido el peor shinobi del mundo, entonces. ¿Cómo te mueres en un puto bosque sin siquiera dejar una pista o algo?» Por suerte, Datsue dejó una nueva interrogante que podría esclarecer sus dubitativas. Era sobre los posibles peligros que existían en Azur, a lo que el hombre respondió vacilante negando con la cabeza.
—No podría decírtelo con certeza, amigo mío. Lo que hay tras el puente es desconocido para todos, es una zona prohibida para gente como nosotros. Sólo los guardias pueden pasar hasta allá y de igual forma, la bandana la encontramos un poco lejos de aquí así que descartamos que mi hijo haya entrado. Cuando digo peligros me refiero a los que puede haber aquí afuera: pues es una zona en la que es muy fácil perderse, además está repleto de plantas venenosas y animales salvajes. Pero lo que más preocupa es que Azur suele ser el cobijo de muchos maleantes que aprovechan la fama del Bosque para no ser encontrados, ya sabes... gente peligrosa.
Entonces a Kaido se le ocurrió algo. Porque, en definitiva, todo era muy apropiado para que algo así sucediera.
Un bosque con la fama de lugar místico y repleto de desconocimiento. Un hijo que según su propio padre, era descuidado, necio y desobediente. Que repentinamente desapareció bajo circunstancias curiosas y que dejó en el trayecto nada más y nada menos que el único objeto que podía identificarle. Era improbable que su hijo haya perecido ante los peligros que él había recitado, pues un shinobi por más joven que fuera estaba capacitado para afrontarlos de manera apropiada. Y salvo que algún maleante hubiese sido el causante de su desaparición, lo demás era perfectamente descartable.
«Y si...»
—¿Y si tu hijo no murió realmente? —dijo, sin pelos en la lengua—. ya te digo, es muy extraño que que el bribón se haya esfumado así como así; y que casualmente sólo encontrases su bandana. ¿No existe la posibilidad de que todo haya sido un montaje para escaparse o algo así?
No era lo más descabellado que se había dicho durante la tarde, de cualquier modo.