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El ventilador daba vueltas lenta y pausadamente, chirriando como si fuera a caer del techo en cualquier momento. Era viejo, la madera de las aspas estaba podrida en algunas zonas y cada tanto dejaba caer algo de polvo en el suelo, haciendo toser al tiburón. Pero semejante nimiedad no era problema para Kaido, teniendo en cuenta lo acostumbrado que estaba a vivir en precariedades similares a la del Hostal en el que había decidido hospedarse a su llegada a los Dojos del Combatiente. No era ni el más famoso, costoso; o cómodo de los tantos locales de hospedaje que la ciudad ofrecía a los numerosos visitantes extranjeros, pero tampoco era el peor.
Y si no era el peor, probablemente algunos estarían durmiendo entre ratas y moho. En condiciones inhabitables, probablemente. Así que lidiar con un poco de polvo no era nada.
Pero si permanecía mucho tiempo allí adentro seguro se iba a enfermar. Y necesitaba desayunar, por lo que dejó el local a eso de la nueve de la mañana, cuando los rayos insoportables del sol fatigaban aún con las cortinas cerradas. Finalmente se animó a visitar el centro de la ciudad donde un sin fin de locales se encontraban en plenitud para abastecer al centenar de invitados, deleitándolos con sus comidas y platillos típicos, aunque el verdadero corazón de la zona yacía en las que se hacían llamar casas de apuestas; donde el dinero parecía moverse mucho más rápido por el avidente acontecimiento que estaba próximo a suceder.
La final del Torneo de los Dojos.
Pero Kaido sabía la verdad, a diferencia de el espectador común. Sabía quién era Ayame, quién era Eri; aunque desconocía realmente si en el campo de batalla eran igual de insulsas que en su día a día. Quizás podría pecar de ingenuo, pero si tendría que apostar: diría que la final no iba a ser tan vistosa como algunas de las rondas anteriores.
«Y dos niñas, además... ¿en qué mundo vivimos?»
Celos, puros celos. Odiaba la idea de que ellas hubiesen podido participar y él no. Odiaba que el enclenque de Daruu no hubiese llegado a la final habiéndole él ayudado a entrenar cuando se encontraron en Yachi y odiaba, también, que Yota no tuviese los cojones para ganarle a su enamorada durante su pelea.
Pero no era culpa de ellos. Así que no les iba a rajar la garganta, por el momento.
Entre tanta dubitativa, llegó a un local de empanadas atendido por una linda viejita; y sus nietos. Kaido pidió unas cinco y se dedicó a esperar en una de las mesas de afuera, con su termo en mano y bebiendo un par de sorbos cada vez que tenía la boca seca. Y miró de un lado a otro como si esperase que alguien conocido se cruzase en su camino, pues en los días que llevaba allí aún no había podido ver ni hablar con ninguno de sus compañeros de aldea u/o conocidos de las otras.
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Ayame pegó un sonoro y profundo bostezo que le obligó a llevarse la mano libre a la boca y después se frotó los ojos con un profundo suspiro, en un vano intento por despejarse. Odiaba madrugar, y se había visto obligada hacerlo después de que su padre insistiera en que acudiera a los médicos de los dojos para asegurarse de que estaba en perfectas condiciones después de su combate contra Juro. Ella se había negado mil y una veces, ¡se encontraba perfectamente! Pero al final su progenitor ganó la batalla al amenazarla con no entrenarla para la final si no hacía lo que le había ordenado.
—Mira que le dije que estaba perfectamente... —refunfuñó, por enésima vez, en su camino de vuelta hacia El Patito Frito. Una leve contusión en el torso que se curaría con una pomada antiinflamatoria en un par de días y la habían mandado para casa de nuevo.
¡Para eso la había hecho ir!
Y no sabía qué le fastidiaba más, si el hecho de que la hubiesen obligado a ir a un sitio que odiaba tanto o que había tenido que madrugar como pocas veces lo había hecho.
Tantas semanas en los Dojos del Combatiente, con tantos combates seguidos y tantos ajetreos, comenzaban a pasarle factura. El tiempo que la administración dejaba entre ronda y ronda era más que suficiente para que los aspirantes pudieran reponerse de sus heridas, pero si alguien se pensaba que utilizaban ese tiempo para descansar estaba muy equivocado. O al menos en el caso de Ayame, que día sí, día también se sometía a las arduas sesiones de entrenamiento de su tío, y ahora de su padre y su hermano mayor. A todo esto se sumaban los múltiples ajetreos que cada día parecían multiplicarse como ratas y que carcomían la escasa resistencia que le quedaba: el intento de secuestro de los Hōzuki, el intento de asesinato de Yui, la revelación de la identidad de la verdadera Arashikage, la confesión de la líder de Amegakure sobre la masacre de Kusagakure llevada a cabo por su sustituta mediante su utilización, la declaración de guerra de los samurai...
¿Qué demonios le pasaba al mundo?
Cuando Ayame quiso darse cuenta, sus pasos la habían guiado de manera inconsciente siguiendo el delicioso aroma de un hornillo hasta un local regentado por una abuelita y sus nietos. El olor le despertó el hambre, y entonces reparó en que ni siquiera había desayunado.
—¿Quieres algo, dulzura? —preguntó la viejita, con la voz trémula y cálida.
Fue incapaz de resistirlo. Se acercó.
—¡Sí! Esto... —Titubeó, mientras sus ojos recorrían ansiosos las vidrieras de los múltiples productos que se exhibían en las vitrinas del local—. ¿Podrías ponerme un par de empanadillas de atún, por favor?
—Enseguida, cielo —sonrió, afable.
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El escualo esperó en su mesa durante aproximadamente quince minutos hasta que finalmente decidió tomar asiento, distraído con la calle principal por la que transitaban un conglomerado importante de gente. Sin embargo, rápidamente puso su atención en algo mucho más delicioso y eso eran las cinco empanadas de carne que uno de los nietos de la viejita le llevó hasta su mesa. Era un plato amplio, plano y con servilletas a lo largo y ancho del mismo para secar la grasa de las empanadas, que además de crujientes, lucían condenadamente calientes.
—Que disfrute su comida —espetó el muchacho, educado—. mi nombre es Yasutora y si necesita algo sólo llámeme, ¿está bien? —Kaido asintió con desinterés y movió la mano para que el muchacho regresara a sus asuntos, parecía estar muy ocupado enfriando un poco la primera empanada como para malgastar su aliento en responder verbalmente.
Yasutora era un joven de unos dieciocho años de edad, con cuerpo largiducho aunque un poco regordete en el abdomen. Llevaba toda su vida trabajando en el local de su abuela Yinamori, mujer que se había dedicado a cuidar de ellos durante toda su infancia ante la inminente ausencia de sus padres. Eran tres hermanos, pero él era el mayor; y quien ayudaba a la vieja diariamente en el humilde local que atendían. Por tanto, conocía cada rostro que visitaba usualmente el local y podía diferenciar —más aún, tras las numerosas visitas de extranjeros a su ciudad— quién era un cliente habitual de su puesto de comida y quién no.
Por qué era tan bueno con los rostros, nadie lo sabe. Pero fue su buena retentiva lo que le permitió saber quién era esa delicada niña a la que su abuela Yinamori estaba atendiendo. Se trataba de Ayame, nada más y nada menos; que la finalista del gran Torneo de los Dojos.
El muchacho sonrió eufórico y se acercó a los linderos de la barra para unirse a su abuela. Miró por encima e intentó llamar la atención de la nueva y más reciente clienta, además de famosa, claro.
—¡Señorita Ayame, sea usted bienvenida! —Kaido tuvo que voltear inmediatamente, con media boca llena, al escuchar el nombre de su compañera—. es un honor que la gran finalista de Torneo se encuentre en nuestro local, ¡en serio!
La abuela, sorprendida; volvió a mirar a Ayame tras emplatar la empanadilla que había pedido. Le extendió el plato hacia las manos y le sonrió—. —En ese caso, la comida va por cortesía de la casa, mi niña. Disfrútalo.
...
«Pero...»
Kaido frunció el ceño, ofuscado. No le hacía gracia que ella tuviera trato preferencial, no señor —Claro, a la niña mimada del torneo le dais comida gratis y al fenómeno azulado no, ¿verdad?... que injusticia—el nieto y su abuela, incrédulos, se vieron entre sí sin saber que decir. Y Kaido, a pesar de su enojo, parecía tranquilo—. al menos comparte la mesa con tu compañero de aldea, a ver si así te robo un poco de fama, venga.
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12/05/2016, 00:38
(Última modificación: 12/05/2016, 00:38 por Aotsuki Ayame.)
—¡Señorita Ayame, sea usted bienvenida! —Una nueva voz irrumpió en escena, y la aludida Ayame no pudo evitar pegar un respingo al escuchar su nombre pronunciado en unos labios desconocidos. A la amable anciana se había unido un muchacho algo más mayor que ella, alto y delgado pero la barriguilla típica de alguien que gusta de comer los dulces que sus mismas manos fabricaban—. Es un honor que la gran finalista de Torneo se encuentre en nuestro local, ¡en serio!
La sangre se le subió a las mejillas ante tan turbada emoción. La propia anciana volvió a clavar en ella sus ojillos.
—Oh... bueno... yo...
—En ese caso, la comida va por cortesía de la casa, mi niña. Disfrútalo —le tendía la bandeja con sus trémulas manos.
—¿Q...? ¿Qué? No es necesario, de veras... —Ayame intentó hacerles ver que no era necesario que le hicieran favores de aquella manera, pero la efusividad de ambos terminó por rendirla y agachar la cabeza en un gesto de consideración y una sonrisa nerviosa curvando sus labios—. Está bien... ¡Muchas gracias!
—Claro, a la niña mimada del torneo le dais comida gratis y al fenómeno azulado no, ¿verdad?... que injusticia —otro invitado a escena, aunque aquella voz se le antojaba lejanamente familiar...
En una de las mesas de fuera un inconfundible chico de piel azul, cabellos azules y ojos azules la miraba con una tensa tranquilidad. Sus dientes, afilados como navajas, se dejaban entrever entre sus labios.
«Tú...» Ayame ahogó una exclamación.
—Al menos comparte la mesa con tu compañero de aldea, a ver si así te robo un poco de fama, venga.
Y sin dudarlo ni un solo instante, Ayame corrió hacia su mesa y tomó asiento frente a él colocando la bandeja con sus propias empanadillas frente a ella.
—¡Vaya! Tú... Esto... —si no existiera tanto jaleo en la calle, Ayame estaba segura de que se podría escuchar el traqueteo de su propio cerebro intentando recordar el nombre de aquel chico de su misma aldea y al que no había visto desde hacía muchos meses—. Esto... ¡Capelin-san! ¡Qué sorpresa encontrarse por aquí! Hacía mucho tiempo que no nos veíamos...
Sonreía, sinceramente alegre, y tomó una de las empanadillas de atún para llevársela a la boca.
—Me sorprendió no verte en el torneo.
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En cuanto el tiburón soltó la sugerencia de que la finalista del torneo tomase asiento en su mesa, ella sencillamente lo acató como quien teme lo peor de no cumplir con las expectativas de alguien. Corrió hasta la silla y puso su pequeño trasero sobre ella, además de la bandeja con un par de empanadillas; que quedó finalmente encima del pulido mesón de madera que hacía juego con la ambientación del lugar.
«Me pregunto si hará caso tan rápido si le pido que se retire del torneo» —se increpó.
Kaido intercaló su mirada entre ambos platillos y pensó que probablemente el de ella estuviese más sabroso. Es lo que tenía ser finalista del torneo, después de todo. O eso pensaba él, secundado por lo que muchos llamarían envidia. De cualquier forma, Ayame pronto rompió el hielo con sus característicos balbuceos, que confirmaban una vez más que la muchacha no parecía recordar el nombre del tiburón. Y aunque pareció luchar un par de segundos para recordarlo, sencillamente decidió —consciente, o no— llamarle "Capelin"
—Esto... ¡Capelin-san! ¡Qué sorpresa encontrarse por aquí! Hacía mucho tiempo que no nos veíamos...
Aunque no había acertado con el nombre, sí que tenía razón con el hecho de que no se veían las caras desde aquel encuentro en el lago de Amegakure, donde Yarou-dono intervino en pleno encuentro para llevárselo a casa. Fue entonces cuando partió en un viaje de varios meses en los que no pisó las tierras de la Tormenta por un largo tiempo, por razones que probablemente desconocería por muchos años.
Sin embargo, allí estaban; encontrándose en el lugar y la circunstancia menos esperada. Nadie creería que fuese Ayame y no el tiburón el que se encontrase en la final del torneo, pero lamentablemente ya no había nada que hacer con eso. Y no por ello, no obstante, Ayame se abstendría de dejar por fuera la ausencia del escualo, comentándole sobre la sorpresa que le causó no verle apuntado.
—Me sorprendió no verte en el torneo.
—Y a mi verte en la final, pero así es la vida: siempre sorprendiéndonos —sonrió y continuó hablando—. pero está bien, al fin y al cabo, me basta con que uno de los nuestros se lleve el trofeo a casa. Al menos podré echarle en cara a los idiotas egocéntricos del remolino que mi aldea ha ganado el puto torneo. Y a los de la cascada, no importa ya... que ya han hecho el ridículo sin ayuda de nadie.
En efecto, Takigakure había salido muy mal parada del evento. Un soborno y un desmayo no era precisamente la mejor de las actuaciones. Y el remolino, a pesar de haberse cargado a Daruu y tener, además, a uno de los suyos en la final; no tenía posibilidad alguna de arrebatar la victoria a la lluvia. Kaido estaba seguro de ello.
—Así que por Ame no Kami, ni se te ocurra perder. Lo tienes demasiado fácil, teniendo en cuenta a quién te espera en la ronda final.
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—Y a mi verte en la final, pero así es la vida: siempre sorprendiéndonos —le respondió, pero aunque adornó sus palabras con una de sus afiladas sonrisas, le réplica había sido como un golpe certero para Ayame, a quien se le congeló el gesto y terminó por hundir la mirada en sus empanadillas de atún.
—Lo sé... —contestó, sin embargo. No podía quitarle la razón a su compañero de aldea, la verdad. Ni ella misma sabía aún cómo es que alguien como ella había llegado a la final de un torneo como aquel, en el que participaban las tres aldeas más grandes de Onindo. Debía de haber sido una mezcla de suerte y su determinación a cumplir la promesa que le había hecho a Daruu, desde luego. No podía explicarse de otro modo.
—Pero está bien, al fin y al cabo, me basta con que uno de los nuestros se lleve el trofeo a casa. Al menos podré echarle en cara a los idiotas egocéntricos del remolino que mi aldea ha ganado el puto torneo. Y a los de la cascada, no importa ya... que ya han hecho el ridículo sin ayuda de nadie.
Ayame torció el gesto ligeramente. Estaba comenzando a sentir una desagradable presión sobre los hombros. Todo el mundo parecía dispuesto a depositar una responsabilidad demasiado pesada sobre ella.
—Así que por Ame no Kami, ni se te ocurra perder. Lo tienes demasiado fácil, teniendo en cuenta a quién te espera en la ronda final.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de la muchacha. Allí estaba de nuevo. Una nueva súplica de que ganara aquella competición. ¡Maldita sea, si ni siquiera sabía cómo demonios había llegado hasta allí! Bastante tenía con cargar con la promesa de Daruu para que se sumaran otras...
—Lo... lo intentaré —respondió, removiéndose ligeramente en su asiento—. Pero no creo que mi oponente sea precisamente fácil, si ha conseguido llegar hasta la final como yo.
Con una temblorosa mano, se llevó una empanadilla a la boca. Se le había quitado el hambre, realmente, pero de alguna manera tenía que disimular para que no se notara aún más su vacilación al pensar en el último combate que se le echaba encima.
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El tiburón pudo ver de primera mano la desconformidad que sus comentarios generaban en Ayame. No podría leer exactamente lo que dicha reacción evasiva significaba, desde luego, pero allí parecía haber un resquemor hacia la posibilidad de que ella llegase al final del torneo.
Pero lo cierto era que Kaido decía aquello sencillamente por su incapacidad de aceptar que otro ocupara un lugar que él creía suyo, no por nada más. De hecho, era completamente desconocedor de qué tan buena o habilidosa era Ayame en eso de ser un shinobi, por lo que hasta existía la posibilidad de que la muchacha fuera mucho más fuerte que el propio tiburón y ninguno de los dos lo sabría con certeza. Y así pues se suscitaba el paradigma de aquellos que se creen más fuertes de lo que son realmente, o de los que se creen débiles cuando son todo lo contrario.
—Lo... lo intentaré —respondió, removiéndose ligeramente en su asiento—. Pero no creo que mi oponente sea precisamente fácil, si ha conseguido llegar hasta la final como yo.
Allí Kaido discrepaba. Él pudo comprobar de primera mano que la próxima contrincante de su compañera era débil y asustadiza, e incluso tan o más tímida que la mismísima Ayame. En Yachi por lo que pareció haber sido un simple tropezón, así que ni pensar lo que podría hacer durante una batalla. Y sin embargo... el escualo se encontraba de nuevo con una avasallante realidad:
Que esa debilucha muchacha también estaba en la jodida final. Ver para creer.
—Bueno, tampoco es que haya tenido un camino muy difícil. Y en semifinales ha enfrentado a uno de sus compañeros de aldea, que aquí entre tu y yo: está locamente enamorado de ella. No me extrañaría que le haya dejado ganar para hacerse con su amor.
El escualo replicó a su compañera y aprovechó para darle un mordisco a su empanada. Ya se había puesto fría, entre tanto parloteo, aunque no dejaba de estar buenísima. Masticó como la bestia que era y se atragantó con un poco de agua de su termo para aclarar la garganta.
—Pero en fin, ya veremos de qué estáis hechas. Aunque estaría bien le patees el culo como buenamente puedas y regreses a casa victoriosa. Piénsalo, si aquí ya te dan comida gratis imagínate en Amegakure: serás una jodida celebridad. No tendrás que pagar más nunca por nada...
Kaido hizo una mueca de desagrado y se cruzó de brazos.
»Joder, como te envidio en este momento.
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—Bueno, tampoco es que haya tenido un camino muy difícil —le replicó el chico tiburón—. Y en semifinales ha enfrentado a uno de sus compañeros de aldea, que aquí entre tu y yo: está locamente enamorado de ella. No me extrañaría que le haya dejado ganar para hacerse con su amor.
Ayame tuvo que hacer memoria durante unos instantes para saber de quién estaba hablando Kaido.
—¿Cota? ¿Enamorado de Meri? ¿De verdad? —sonrió, con la curiosidad y el entusiasmo de una niña a la que le acaban de ofrecer un dulce caramelo. Conocía a ambos, pero no había tenido la ocasión de verles juntos, por lo que aquella posibilidad era una información muy jugosa para ella.
Kaido le asestó un bocado a su empanadilla, y Ayame aprovechó el momento para hacer lo propio. Esperaba más información de aquel supuesto enamoramiento entre los dos shinobis de Uzushiogakure, más por el morbo del cotilleo que por otra cosa, pero su acompañante decidió cambiar a otro tema:
—Pero en fin, ya veremos de qué estáis hechas. Aunque estaría bien le patees el culo como buenamente puedas y regreses a casa victoriosa. Piénsalo, si aquí ya te dan comida gratis imagínate en Amegakure: serás una jodida celebridad. No tendrás que pagar más nunca por nada... —Kaido se cruzó de brazos, con un mohín de desagrado—. Joder, como te envidio en este momento.
—¡No me gusta que me traten como si fuera alguien especial! —exclamó, con un claro gesto de rechazo—. No te voy a mentir: quiero ganar. Además, se lo prometí a una persona. Pero lo que quiero es que me reconozcan por lo que soy, no que me inviten a comer ni nada por el estilo.
Volvió a llevarse la empanadilla a la boca y la finiquitó de una dentellada, pero aquel bocado no le supo tan bien como los anteriores. Bastante mal se sentía por no haber pagado esa comida como para que la idolatraran como una auténtica estrella si ganaba de verdad el torneo.
—¿Qué pasó aquel día en el lago? —le preguntó, de repente, cambiando de tema—. Esos hombres extraños que te llevaron...
A decir verdad, le costaba recordar los detalles de aquella lejana escena. Pero lo que no había podido olvidar, ni por asomo, era el terror pálido que había inundado las facciones de Kaido. Aquella era la primera vez, y probablemente también sería la última, que había visto una expresión que tan poco parecía pertenecer a aquel rostro siempre de sonrisa afilada y desafiante.
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El lirio de Amegakure, tan frágil como su semblante la delataba; pareció dejar salir un poco de esa fuerza interna que de seguro aparecía tan sólo en contadas ocasiones. Con un simple gesto y unas cuantas palabras bien elegidas le dio a entender al tiburón que su objetivo no era ser tratada como alguien singular, diferente y especial; aunque no por ello dejaba de tener las ganas y la ilusión de ganar el torneo. No obstante, alegó que no era para su propio regocijo sino para el de alguien más, al que le prometió, según sus palabras, que saldría victoriosa.
Kaido conocía de esas promesas. Las había hecho y se las habían hecho también. Aunque en su caso no dejaba de cumplir y a él no le cumplía nadie. Era lo que tenía ser una simple herramienta, después de todo.
Ante la respuesta de Ayame, Kaido no pudo hacer más que sonreír. Sonreír y morder su empanada, sin deseos de replicar nada. Ya le había quedado bien claro que ella no era del tipo de personas dominadas por el ego y el beneficio propio. Una postura equívoca, pensaría el tiburón, más aún teniendo en cuenta en el mundo tan cruel y egoísta como en el que vivían ambos dos.
Y ese mismo egoísmo se vio reflejado en la siguiente interrogante de su interlocutora, quien tirando del primer encuentro entre ambos, sacó a relucir una incógnita que seguramente habría rondado su cabeza durante aquella lejana ocasión. Porque Kaido fue abordado repentinamente por una serie de personas que lejos de dar buena espina, parecían haber estado allí para cobrar una venganza o algo por el estilo. Kaido recordó pues ese momento en el que sintió, quizás por primera vez, el verdadero miedo de quien teme por su vida. Y sabiendo como es él, no es algo que suceda con demasiada asiduidad, desde luego.
Su rostro se empalideció un poco, tal y como le había sucedido en aquella ocasión. Su piel ya no era tan azul y su semblante tan dominante. Estaba claro que ese momento no le traía buenas sensaciones.
Pero tan típico de él, y ya lejos de ese peligro; decidió darle vuelta al asunto y hacer mofa de ello. Y lo haría encorvando los hombros y acercándose misteriosamente a los cercanos linderos de Ayame, reduciendo el volumen de su voz y hablando pausadamente.
—Pues, verás... esos hombres son parte de una organización que vive tras las sombras reuniendo armas humanas para librar una guerra futura como nadie nunca haya visto. Nos controlan, entrenan e invocan para usarnos en cualquier momento. Yo, como podrás imaginar, soy una de esas armas...
Era curioso. Aunque se trataba de una broma, lo cierto es que su explicación no estaba tan alejada de la realidad realmente. Sí que era un arma y si que era controlado por un grupo de personas pertenecientes a su clan. Aunque lo de las guerras futuras era sólo para adornar el cuento.
—Esto es un secreto capital que no puedes revelar a nadie, ¿entiendes?... si alguien se llega a enterar que te lo he contado. Bueno, creo que puedes imaginar qué va a pasar.
Su dedo índice se deslizó por su azulado cuello y simuló cortarse la garganta. Abrió los ojos de par en par y puso una cara de terror místico que asustaría a cualquiera. Y claro, los dientes ayudarían un poco.
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(Última modificación: 4/06/2016, 23:18 por Aotsuki Ayame.)
Tal y como ocurrió en aquella ocasión, la sonrisa del tiburón se desvaneció ante la mera mención de la última vez, y probablemente la única, que se despidieron. Incluso su rostro perdió algo de aquel tinte azulado tan peculiar. Encorvó los hombros ligeramente y se inclinó sobre la mesa para acercar su rostro al de Ayame y sus ojos quedaron perfectamente alineados.
—Pues, verás... esos hombres son parte de una organización que vive tras las sombras reuniendo armas humanas para librar una guerra futura como nadie nunca haya visto —en aquella ocasión fue el turno de Ayame para palidecer. Sus manos temblaron inevitablemente y de manera inmediata se vio empapándose de las palabras de su compañero de aldea. ¿Era posible que...?—. Nos controlan, entrenan e invocan para usarnos en cualquier momento. Yo, como podrás imaginar, soy una de esas armas...
Ayame apretó las mandíbulas de manera instintiva. Por su mente pasaban a toda velocidad los recuerdos de una noche nada lejana y las siluetas de una multitud de personas que cubrían su rostro con máscaras de animales acuáticos. Entre ellos, el caballito de mar que había actuado como doble agente era el que más destacaba de todos.
—Esto es un secreto capital que no puedes revelar a nadie, ¿entiendes?... si alguien se llega a enterar que te lo he contado. Bueno, creo que puedes imaginar qué va a pasar.
Kaido deslizó su dedo índice de manera horizontal por su cuello y, en un intento de suavizar el ambiente, abrió de par en par los ojos y compuso un gesto aterrorizado. En otras ocasiones, Ayame habría llegado a reírse. Pero en aquellos instantes era incapaz de controlar el temblor de su cuerpo.
—Kaido... ¡no deberías dejar que te hicieran eso! ¡Ve a la Arashikage, ella lo comprenderá y pondrá medidas al respecto! —replicó, tratando de controlar el volumen de su voz. En consecuencia, su susurro sonó varias veces más agudo de lo que sería normal—. ¿Quienes son? ¡No de puede permitir la existencia de una organización ilegal en la aldea!
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El escualo contempló la reacción de su acompañante con cierta gracia. Escuchó como intentó controlar el volumen de su voz al replicar la confesión que el tiburón le había hecho segundos atrás. Y siendo fiel a su naturaleza, no sólo le instó a acudir a la máxima autoridad de la Aldea de la lluvia, sino que se atrevió además a preguntar que quiénes eran ellos; añadiendo también que no era bueno que una "organización" así estuviese inmersa en la seguridad de Amegakure.
En un principio se trató de una broma. Pero ahora que veía la reacción de Ayame, entendió que quizás había cometido un graso error. Es decir, si algo le habían dejado claro era que soltar la lengua traería graves consecuencias.
«¿Y si se enteran?» —indagó de forma introspectiva. Tragó saliva y dejó todo seguir, no quedaba de otra. Soltó una risilla nerviosa e intentó acomodar el cuento.
—Es broma, Ayame. No creas todo lo que te dicen —comentó, aunque con cierta verdad en sus palabras. Así había sucedido en su primer encuentro en el lago, cuando Kaido le reveló su capacidad de vivir bajo el agua—. Y en todo caso, no creo que la Arashikage sea la persona más pertinente para resolver un asunto así, de existir; claro. Después de todo... no es la persona más comprensiva y pacífica del mundo, ¿cierto?
Había una cuestión con lo dicho. Kaido no entendía la vida de una forma diferente a la que tenía. Fue criado para servir a su clan y nada más, de eso no había duda. Hasta les apreciaba, y no echaba de menos el no haber crecido con los vestigios de una familia. Le gustaba ser quien era, aunque en algunas ocasiones se replanteaba su posición por las limitaciones que el Consejo le imponía a través de su cuidador: Yarou.
Y sin embargo; si alguna vez hubiese querido realmente conocer su propia verdad, como ¿Quién es? ¿De donde viene? ¿dónde están sus padres? ¿será libre alguna vez?...
No lo haría delatando a los suyos. Y mucho menos con la Arashikage, quien no parecía tener piedad con nadie. Que se lo preguntaran a Kusagakure.
—¿Has escuchado lo que Yui ha hecho, no? —y esto lo dijo con mucha precaución. En voz baja, y cerca de su compañera. Lejos de los oídos del fan de Ayame que, detrás de la barra de atención, parecía debatirse si pedir un autógrafo o no interrumpir a su ídolo.
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—Es broma, Ayame. No creas todo lo que te dicen —respondió Kaido, con una risilla, y Ayame sintió que se le acaloraba el rostro por la vergüenza. Sin embargo, si todo aquello no había sido más que una inocente chiquillada, ¿quiénes eran aquellos hombres que tanto temor podían inspirar en alguien como el chico-tiburón?—. Y en todo caso, no creo que la Arashikage sea la persona más pertinente para resolver un asunto así, de existir; claro. Después de todo... no es la persona más comprensiva y pacífica del mundo, ¿cierto?
Ayame tragó saliva con cierta dificultad. Se llevó lo que le quedaba de su segunda y última empanadilla a la boca con gesto pensativo y, después de masticar y tragar, suspiró profundamente.
—Pero es ella quien se encarga de mantener la seguridad y el orden en la aldea —replicó, encogiéndose de hombros—. Por lo que si hubiera una banda criminal que pudiera amenazar el bienestar de Amegakure, ella debería ser la primera que se enterara para tomar las riendas del as...unto...
Las últimas sílabas se le escaparon en un hilo de voz cuando recordó la traición de Kusagakure y las acciones que había tomado la Arashikage para asegurar que los ciudadanos de su aldea no corrieran peligro... A costa de la vida de miles y miles de inocentes. Ayame volvió a tragar saliva, con los ojos clavados en algún punto de la mesa y las manos temblorosas sobre las rodillas.
Si de verdad existiera una banda ilegal como de la que hablaba Kaido, similar al grupo de Hōzuki que habían intentado secuestrarla para utilizarla para sus fines, ¿qué haría Yui cuando se enterara? ¿De verdad valdría cualquier acción con tal de asegurar la estabilidad de Amegakure? ¿Sería capaz de...?
—¿Has escuchado lo que Yui ha hecho, no? —la voz de Kaido la sobresaltó. El chico-tiburón se había inclinado aún más sobre ella y había bajado el tono de voz hasta que apenas era un susurro. Se reflejaba la cautela en sus ojos del color océano y Ayame se estremeció involuntariamente.
—¿Te refieres a lo de su sustituta? —preguntó, apartando la mirada y rezando porque de verdad sólo se estuviera refiriendo a aquello. Esbozó una sonrisa nerviosa—. Sí, claro que me he enterado, se lo reveló a toda la aldea después de todo ese incidente que hubo con los samurai.
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—¿Te refieres a lo de su sustituta? —alegó ella, aunque con cierto resquemor al resto del asunto. Pero Kaido era consciente de que todo iba más allá. Él y toda la aldea, en realidad—. Sí, claro que me he enterado, se lo reveló a toda la aldea después de todo ese incidente que hubo con los samurai.
—¿Y qué piensas de todo el asunto? —preguntó él, con mirada inquisitiva. Y razón tenía de observarle con semejante complicidad, por el hecho de que no se trató sólo de que Yui tuviera un doble; si no que ésta había provocado una catástrofe supuestamente necesaria limpiando del mapa a la extinta aldea de la Hierba. Y casualmente se encontraba delante del medio utilizado por la Yui falsa para cometer tal fin...
La Jinchuriki de la Lluvia.
—personalmente creo que ha sido un riesgo dejar a su doble durante tanto tiempo, ¿no crees?... al final, el poder se le terminó subiendo a la cabeza y no hay nada más peligroso que eso. Y bueno, Kusagakure terminó pagando los platos rotos, lamentablemente —dijo tras una sonrisa pícara y desvergonzada, como si aquello no hubiese sido una tragedia. O como si Ayame no tuviese nada que ver con ello.
No obstante, lo suyo no era por juzgar. De hecho, se trataba de pura curiosidad, quizás, y Ayame podría leerlo perfectamente, a pesar de que las formas con la que el tiburón lo comentaba no eran desde luego las más apropiadas ni las más comprensivas para la pobre Ayame. No importaba que el tiburón supiera la verdad, era un tema demasiado peligroso para discutirlo en un lugar público y no haría mención de ello de forma directa. Tampoco se le veía disgustado por ello, aunque sería muy probable que a ella no le importase en lo absoluto la opinión de un simple conocido como era Kaido.
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—¿Y qué piensas de todo el asunto? —le instigó el tiburón, y Ayame volvió a revolverse en su asiento al sentir la punzante mirada de sus ojos clavados sobre ella con evidente interés.
—Yo nunca habría sido capaz de arriesgar la vida por mí, pero... —resolvió al fin, encogiéndose de hombros y bordeando sin ningún tipo de delicadeza cualquier asunto que tuviera que ver con la destrucción de la Villa Oculta de la Hierba—. Es la Arashikage, la kunoichi más fuerte de toda la aldea. Es normal que se anteponga su seguridad frente a todo lo demás. Después de todo, es la mandamás, y con todos los líos políticos que ha habido ya en Amegakure...
—Personalmente creo que ha sido un riesgo dejar a su doble durante tanto tiempo, ¿no crees?... —intervino Kaido, y en aquella ocasión logró atrapar el interés de Ayame—. Al final, el poder se le terminó subiendo a la cabeza y no hay nada más peligroso que eso. Y bueno, Kusagakure terminó pagando los platos rotos, lamentablemente.
Ayame entrecerró los ojos con cierto recelo.
—No nos corresponde juzgar las órdenes de la Arashikage. —Las palabras salieron de sus labios como el eco de las que había pronunciado su hermano mayor, una noche de hacía apenas una semana.
Y no dijo nada más. Porque se negaba a hablar de aquel altercado tan doloroso para ella, y menos en la inseguridad de una tierra que no era la suya y con una persona que, pese a ser de su misma aldea, no tenía la suficiente confianza como para abrirle su corazón. Se reajustó la bandana sobre la frente y después apoyó las manos sobre la mesa en un claro gesto de estar a punto de volar del lugar.
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La muchacha evadió con total resolución las puyas que el tiburón le soltaba cada tanto. Y lo hizo tan bien, que el propio Kaido no vio forma de volver a colar el tema sin que le crispara los nervios o la terminase enviando de vuelta a su hotel, incómoda, por la incesante insistencia sobre el tema. Pero lo que le sorprendió fue que de alguna forma se sentía muy de acuerdo con la opinión que Ayame compartió, por el simple hecho de que quienes respetan un sistema jerárquico como el impuesto en todas las aldeas sencillamente tendría que cerrar el hocico y hacer caso omiso a las dudas que pudieran generarse acerca de la gestión de Amekoro Yui como Arashikage.
Cierto era que la aldea de la lluvia, quizás, más que las demás; había tenido muchas dificultades internas a lo largo de los años. Y Yui, con su mano férrea y liderazgo impoluto había mantenido la tranquilidad durante más de lo que se podría esperar. No fue sino hasta el presente año que comenzaron a desvelarse algunos trapos sucios, y sin embargo, allí seguía...
Siendo la máxima autoridad de la lluvia, a pesar de la catástrofe de Kusagakure. Eso decía mucho de ella.
Kaido se sentía muy identificado con esa mujer, a pesar de no haberla conocido personalmente. De hecho, hasta llegó a preguntarse un par de veces si ella tendría algún conocimiento sobre su pasado, o incluso algún nivel de participación en el control ejercido hacia él por su reducto Hozuki. ¿Estaría consciente que tenía a un jodido ser mítico y sobrenatural dentro de sus filas?
—No nos corresponde juzgar las órdenes de la Arashikage.
—A nosotros no, desde luego. Porque: ¿qué podríamos hacer nosotros, un simple par de recién graduados, verdad? —comentó resignado—. de todas formas, me alegra tener a una líder tan resolutiva como Yui. Se puede decir que la admiro, y eso es mucho pedir para un tipo como yo.
El escualo apartó el plato de la mesa y lo dejó casi a la orilla. Tomó un buen sorbo de agua de su termo y lo puso sobre la mesa, desvelando así el símbolo que este llevaba impregnado. El del clan Hozuki.
—Aún no he podido conocerla en persona. Imagino que tú sí, ¿no? —Kaido suponía que se trataba de algo implícito. Siendo ella la jodida Jinchuriki, dudaba que no conociera a Yui.
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