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(II) La Prisión del Yermo - Versión para impresión

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RE: (II) La Prisión del Yermo - Uchiha Datsue - 10/09/2019

Todo el mundo sabía que las águilas eran fuertes. Majestuosas. Poderosas. Para un servidor, las reinas del cielo. Pero Kaido estaba comprobando en sus carnes hasta qué punto llegaba esa sabiduría popular.

Incansable, el ave transportaba el cuerpo envuelto en telas de Zaide como si no fuese más que un conejillo al que acababa de cazar. Volaba no muy alto, a veces casi desapareciendo bajo el sol. Kaido la seguía a duras penas, en parte porque la adrenalina recorría sus venas, en parte porque, descargado, sus piernas iban más ligeras. De lo contrario, la hubiese perdido ya minutos atrás.

Pero la emoción del momento pronto empezó a dejar paso al cansancio. A la vista nublada. A la falta de aliento. Sus piernas estaban a punto de rendirse cuando divisó algo en el horizonte. ¿Otro espejismo? Pero no era un oasis lo que divisaba, sino… casas. Muchas casas.

Un bulto cayó a lo lejos del cielo. El águila se había cansado de su presa, quizá al darse cuenta que no era más que un manojo de telas al que no podía hincarle el pico, y lo había soltado antes de desviar el rumbo hacia otra parte. Todo un golpe de suerte que antes de hacerlo hubiese conducido al Umikiba hasta allí... ¿huh?


RE: (II) La Prisión del Yermo - Umikiba Kaido - 15/09/2019

Para el espectador, o incluso nuestros lectores, habría resultado hilarante ver cómo un tipo de un intenso color azul corría a rastras por la arena detrás de una jodida águila, que casualmente volaba al ras de las dunas sin coger demasiada altura, motivando de alguna forma a que el tiburón no se rindiese y acabase perdiendo su mejor baza: el cadáver de Zaide. Pero la realidad es que de no haberse rendido la carroñera de picotear el manojo de vendas del cuerpo sellado, Kaido habría desfallecido, muy probablemente, y habría acabado muriendo de sed, tan sólo como la una y entre un montón de tierra y arena.

Pero como ya he dicho infinidades de veces a lo largo de esta aventura, la suerte, en sus diversas formas, le seguía sonriendo a Kaido. Ésta vez, cuando sus ojos vidriosos hicieron contacto con lo que parecían ser un montón de casas que apenas podía distinguir entre el polvo y el sol incandescentes que le tenía toda la cara quemada. Kaido sonrió. Luego carcajeó. No se lo podía creer. No se lo podía creer.

¿Realmente estaba a salvo, de nuevo?

Realmente... alguien tenía que estar cuidándole allí arriba. ¿Yarou, quizás?

No, a ese le había matado a traición. Era mejor no hacerse ilusiones respecto a alcanzar algún día la absolución por su más grande pecado.


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