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Historia de Aotsuki Ayame - Versión para impresión

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Historia de Aotsuki Ayame - Aotsuki Ayame - 8/05/2015

Historia de Aotsuki Ayame



Capítulo I - Luna de sangre
Un nacimiento debería ser un acontecimiento que trajera la máxima felicidad posible a una familia. Debería considerarse el mayor milagro de la vida, capaz de iluminar incluso los ojos más duros y sombríos... Una dicha, en todos los sentidos de la palabra. Pero para la familia Aotsuki, el nacimiento de la pequeña Ayame no fue sino una auténtica espiral de la más absoluta desesperanza y tristeza... Incluso pese a haber coincidido en una época de estabilidad y tranquilidad dentro de la aldea.

En Amegakure, que precisamente debía su fama a las prácticamente eternas lluvias que sufría, era considerado un mal agüero entre aldeanos más supersticiosos los escasos días que no se presentaban las tormentas. Y aquella noche de luna menguante era uno de aquellos días. Aotsuki Zetsuo no era para nada un hombre crédulo de aquellas supersticiones sin sentido por las que muchos parecían perder la cabeza, pero en aquella ocasión, el no escuchar el característico repiqueteo de la lluvia contra las ventanas le puso los pelos de punta.

Un chillido de dolor rasgó el inquietante silencio en el que estaba sumido el hospital cuando una nueva oleada de dolor sacudió el debilitado cuerpo de la mujer que yacía postrada en la camilla. Y a aquel, fueron sucediéndole en intervalos regulares varios alaridos más. A cada cual más desesperado que el anterior.

—Vamos, aguanta. Pronto pasará todo... —le susurró, y apartó varios mechones de cabello blanco como la nieve de su rostro empapado por sudor. Pero su mujer se estremeció con una nueva contracción, y sólo pudo responderle con un nuevo quejido—. ¡ENFERMEROS! ¡¿A QUÉ COJONES ESTÁIS ESPERANDO?!

Se rehusaba a apartarse de ella, pero desesperado de necesidad se dio la vuelta y se vistió con la bata que había traído con él. Aotsuki Zetsuo era ante todo un reconocido jonin dentro de la aldea, y por su maestría en el arte de la medicina había logrado un importante puesto de trabajo en el hospital. No habían sido pocas las personas que habían tratado de convencerle para que no asistiera a Yuki Shiruka durante el complicado parto que había comenzado al ponerse el sol por el oeste, pero no estaba dispuesto a asistir imponente mientras su esposa sufría de aquella manera.

—Aguanta, Shiruka, cariño. Debes aguantar. Ya queda poco, vamos —le repitió, buscando aquellos ojos avellana que tanta tranquilidad le transmitían. Pero la mujer había contraído el rostro en una profunda mueca de dolor que precedió a un nuevo alarido.

Zetsuo ya estaba maldiciendo la ineptitud de sus compañeros cuando varios médicos entraron atropelladamente en la habitación cargados con múltiples utensilios y los sueros que necesitarían durante la operación.

—¡Vamos, deprisa! ¡Ya está lista!

—¡Joder, ya era hora! ¡Pues claro que está lista!

Los siguientes momentos pasaron a toda velocidad ante él. Las alarmadas voces de los médicos, interrumpidas por los gritos de Shiruka, comenzaron a resonar a su alrededor de manera confusa y casi ininteligible, y pronto dejó de prestarles atención. Todos estaban concentrados en su trabajo: en traer a la niña con vida al mundo y conservar a la madre en las mejores condiciones posibles.

Sin embargo, las complicaciones no tardaron en sucederse. Una tras otra. El bebé no se había colocado correctamente y, por si no fuera poco, el cordón umbilical se había enrollado en torno a su delicado cuello. Los gritos de Shiruka eran cada vez más desesperados a medida que pasaban los minutos. Y Zetsuo, con el corazón en un puño, sufría en silencio mientras se afanaba en que aquello terminara pronto.

—¡La estamos perdiendo!

Los pitidos de la máquina que tomaba las constantes vitales de su mujer se aceleraron repentinamente, y Zetsuo sacudió la cabeza, sobresaltado.

—¡Mierda! Vamos, Shiruka...

—¡La tenemos! ¡Tenemos a la niña! ¡Está bien!

Los gritos cesaron. El hombre exhaló un suspiro de alivio, y una sonrisa cansada curvó sus labios cuando el pulso de su mujer se estabilizó. Entre resuellos, Shiruka abrió sus ojos y le dedicó aquella hermosa sonrisa que estaba reservada sólo para él. Los lloros de la pequeña pronto inundaron la habitación cuando los médicos cortaron el vínculo que la mantenía unida a su madre y sus pulmones cataron por primera vez el oxígeno del aire.

Una canción de vida.

—Sabía que lo conseguirías —acarició sus cabellos con ternura, y Shiruka ladeó débilmente la cabeza, aún con aquella sonrisa cansada.

—Mi niña... quiero cogerla... —suspiró, y Zetsuo accedió a sus deseos inmediatamente. Tras limpiar al bebé y envolverlo entre toallas, lo acercó al cuerpo de la mujer, quien no tardó en rodearlo entre sus brazos con lágrimas de felicidad brillando en sus ojos. La criatura calmó sus lloros, y sólo entonces Zetsuo reparó en lo pequeña y frágil que parecía. Una sonrisa de emoción curvó sus labios, y entonces percibió una diminuta marca de nacimiento sobre su frente con forma de luna menguante. Sin duda alguna era una Aotsuki—. Ayame... Es Ayame... Mi pequeño lirio... —la voz de su mujer sonaba extraña, y Zetsuo frunció el ceño cuando aquel mal presentimiento atenazó su corazón.

—Shiru...

—¡Detened la hemorragia!

—¡¿QUÉ?!

Las sábanas, antes blancas, estaban manchadas de carmesí. Sangre que no dejaba de manar del cuerpo de Shiruka, malherido tras el parto. Blanco estaba ahora el rostro del médico cuando trató de establecer contacto visual con su mujer y vio que la vida se le escapaba de los ojos. Un repentino llanto infantil inundó sus oídos y aquel reverberó en la habitación cuando el bebé fue arrancado de los brazos de su madre para poder socorrerla. Los pitidos acuchillaron sus tímpanos, cada vez más frecuentes, cada vez más frecuentes...

—¡APARTAOS! —ordenó Zetsuo, y la habitación se iluminó con un destello esmeralda que envolvía sus manos y que apoyó enseguida sobre el bajo vientre de la mujer—. ¡Shiruka, aguanta!

—Cuídala... Ayame... Debe crecer fuerte y sana...

Con aquellas palabras, todo terminó. Y simplemente no pudo hacer nada por evitar la tragedia. Shiruka había cerrado sus hermosos ojos para siempre. Y, cuando al cabo de varios segundos Zetsuo fue consciente de lo que significaba aquello, su desgarrador aullido de impotencia y dolor reverberó por todas y cada una de las paredes del edificio. Ni siquiera fue consciente de lo que sucedió a continuación. Cuando se dio cuenta estaba sentado en las butacas del pasillo con los antebrazos apoyados sobre las piernas y la mirada ya seca clavada en el suelo. Le escocían los nudillos de las manos, y cuando se miró reparó en que sangraban.

Frente a él se encontraba un chiquillo de cuatro años, cabellos blancos y revueltos y una tez tan pálida como la nieve. Sus ojos, fríos como dos estalactitas de hielo, estaban inundados de lágrimas y fijos en él, llenos de temor. Entre sus brazos sostenía un fardo de toallas que se movían ligeramente al compás de la ahora calmada respiración del bebé.

El pequeño Kori se había encargado de su hermana pequeña de una manera increíblemente valiente para la situación que estaban viviendo.

—No tienes que estar triste, papá. A mamá no le gustaría.

La inocencia de los niños es capaz de remover las almas más impávidas, pero los ojos de Zetsuo parecían haber perdido toda su expresividad. Una parte de él se había ido con su mujer y otra parte culpaba a la criatura que su primogénito sostenía entre sus brazos. ´

Pero se debía a las últimas palabras de su mujer. A su última voluntad.

Sin embargo, hasta el más férreo y firme de los hombres se derrumbaría al perder aquello que sostiene su vida. Shiruka había sido su pilar fundamental, y sus sentimientos por ella le habían convertido ahora en un hombre débil.

"Los sentimientos nos vuelven débiles"


Capítulo II - Plenilunio de nieve
Era innegable que la muerte de su madre había supuesto un devastador golpe para toda la familia.

Siempre había conocido a su padre como un hombre férreo y duro como la roca, pero la pérdida de Shiruka durante el parto de su hermana pequeña parecía haber eliminado cualquier resto de sensibilidad de sus ojos y su corazón. Zetsuo retornó a los pocos días a su trabajo en el hospital, pero aquello no significó ni mucho menos que se hubiese recuperado. Fueron varios los meses en los que estuvo completamente hundido en su miseria, ahogándose en copas interminables. Más de una vez se acercó, curioso, para ver qué era lo que su padre no dejaba de beber, pero el le apartaba con el pretexto de que se trataba de un veneno con el que mataba los monstruos que estaban dentro de él.

Y aún tardaría mucho tiempo en volver a una supuesta normalidad. Como su trabajo ocupaba gran parte de su tiempo, cuando apenas tenía cuatro años de edad, Kori se vio obligado a abandonar la infancia que debería haber disfrutado y vestir una máscara de madurez para tratar de ayudar en todo lo posible con el cuidado de su hermanita.

Con el paso del tiempo, Ayame fue floreciendo de manera lenta pero inexorable.

Y aunque a Kori no le pasaba desapercibida la oscura sombra que cruzaba los ojos de su padre cada vez que la miraba, muchas veces le había sorprendido comentándose en voz alta lo mucho que se parecía a su madre. Y lo cierto era que no podía quitarle razón. Él había heredado el albinismo de Shiruka, pero su hermana se había quedado con aquellos grandes ojos avellana cargados de inocencia y el extraño remolino que brotaba en el lado derecho de su cuero cabelludo y dibujaba un gracioso rizo sobre su sien. Sin embargo, al contrario que ella, sus cabellos eran de un color azabache intenso con destellos azules, como los de su padre.

Pero la supuesta estabilidad que vivían, dentro de lo que cabía, no era sino la falsa calma que precedía a una nueva tempestad.

Una semana antes de que Ayame cumpliera los tres años, la aldea sufrió un auténtico revuelo. Todos los ciudadanos, desde los civiles hasta los más experimentados shinobi, iban de aquí para allá cuchicheando sin parar, alarmados.

Y ni siquiera Zetsuo se libraba de aquel pánico generalizado que se había extendido como una auténtica plaga.

—Padre, ¿dónde vas? —le preguntó Kori, cuando el hombre pasó junto a ellos como una auténtica exhalación. Estaba recogiendo a toda prisa su armamento y el equipamiento médico, y todo parecía indicar que se estaba preparando para una larga ausencia. Su hermanita se aferró a la pierna del muchacho, temerosa por la tensa atmósfera que había inundado el ambiente.

—Ha aparecido de nuevo. Uno de esos malditos monstruos... Joder, no podía quedarse quietecito en su tumba —mascullaba, de manera casi incomprensible. Nadie podría asegurar si estaba respondiendo a la pregunta del muchacho o simplemente estaba hablando solo—. Joder, joder. ¿Cómo demonios es posible que vuelvan ahora a la vida?

Se dio media vuelta, dispuesto a marcharse por la puerta sin añadir ni una sola palabra más, pero en el último momento Ayame alzó una de sus manitas y aferró el pantalón de su padre, que se giró hacia ella en el último momento.

—Ten cuidado, papi.

Un breve destello titiló en los pétreos ojos del hombre, pero fue tan fugaz que Kori se preguntó si no se lo habría imaginado.

—Volveré enseguida.

Pero "enseguida" se convirtió en siete largas noches acompañadas de sus días. Kori se vio obligado a pausar sus clases en el Torreón de la Academia para poder dedicarse en cuerpo y alma a la pequeña Ayame. Y sin embargo, nunca dejó de entrenar. Cuando no estaba atendiendo las necesidades de la pequeña, el muchacho practicaba con sus armas y los movimientos que había aprendido en la terraza de su hogar. Más de una vez sorprendió a su hermana observarle en la distancia, y en alguna ocasión incluso le permitió ayudarle cuando los ejercicios eran lo suficientemente sencillos como para que no resultara herida en el proceso.

Así, ambos hermanos pudieron divertirse juntos y estrechar aún más sus lazos. Y era en esos momentos cuando Kori reparó en que Ayame parecía disfrutar de la vía shinobi. Sería al octavo día cuando Zetsuo regresaría de su larga misión. Estaba visiblemente fatigado, y unas notables ojeras hundían sus afilados ojos aguamarina. El hombre parecía haber envejecido varios años de golpe, pero algo le decía a Kori que no se debía únicamente a lo que hubiese sido su labor como shinobi ahí fuera.

—¡Papi! —exclamó una alborozada Ayame, que corrió a abrazarse a su pierna como solía hacer. El hombre apoyó una mano sobre sus cabellos azabaches, con gesto cansado.

—Bienvenido, padre. ¿Ha ocurrido algo?

—Acompañadme los dos, tengo que contaros algo.

—¡Bien! ¡Un cuento! Es un cuento, ¿verdad?

Aquello arrancó inevitablemente una sonrisa de los labios del hombre. Pero no era precisamente una sonrisa de felicidad.

—Sí... Un cuento... —suspiró, antes de conducirlos al salón. Indicó a sus dos hijos que se sentaran frente a él y Kori frunció el ceño, intrigado por la seriedad del rostro de su padre. La pequeña Ayame, sin embargo, no parecía darse cuenta de ello y se mantenía en su sitio dando botecitos por la emoción—. Érase una vez... cinco países y nueve monstruos llamados bijūs. Los Kage de esos países eran unos líderes avariciosos que deseaban el poder más que nada en el mundo, y esa ambición les llevó a utilizar el poder de los nueve monstruos para conseguirlo. Pero la codicia es uno de los pecados más peligrosos, un parásito que se instala en el corazón de las personas y termina por romperlas desde dentro. Y estas bestias no dudaron en volverse contra ellos y destruir esas cinco grandes naciones con sus colmillos, garras y cuernos. Todas las villas fueron destruidas, y miles de vidas desperdiciadas...

—No me gusta este cuento, papi... —escuchó murmurar a Ayame. Cuando Kori la miró, pudo ver que sus ojos estaban anegados en lágrimas y sus labios estaban fruncidos en un puchero disgustado. Pero él sabía que gestos como aquellos no detendrían a su padre, y aunque Ayame no fuera capaz de comprenderlo en aquellos instantes, sin duda el mensaje que trataba de transmitirles iba más allá de ser un simple cuento. Era algo importante que afectaba a la vida de todos los miembros de aquella casa.

—Los supervivientes de la catástrofe pidieron nuestra ayuda, y junto a Uzushiogakure y Kusagakure se consiguió derrotar a los nueve monstruos tras arrinconarlos en el Valle del Fin, donde hoy coinciden los terrenos de los tres países que firmaron el pacto. Allí fueron aniquilados, a manos de tres grandiosos héroes que por aquel entonces eran los primero Kage de las aldeas.

—¡Bien! ¡Monstruos malos fuera! —volvió a intervenir la chiquilla, con una eufórica exclamación. Pero Kori no apartaba los ojos de los de su padre.

—¿Y ahora ha aparecido otro? —le preguntó, directo como una saeta. Zetsuo le miró largamente durante unos segundos; después, asintió.

—Más que aparecer otro, ha revivido. El Gobi, el bijuu de cinco colas, ha vuelto de entre los muertos. Por suerte, en esta ocasión era sólo uno y no nueve.

—Y por eso te fuiste hace una semana. En una misión de caza al bijuu, ¿no es así?

—No, me temo que no. Si ha reaparecido un bijuu, es más que probable que sólo sea cuestión de tiempo que lo vayan haciéndolo los demás. Parece que es inútil intentar matarlos, esos monstruos se alimentan del odio y el dolor humanos y aunque podamos disfrutar de otros ciento cincuenta años de paz terminarán resurgiendo tarde o temprano. Por ahora hemos conseguido reducirlo y sellado. Aún no se ha decidido qué se hará con él, pero mañana debemos acudir los tres ante Yui-sama.

Aquello le pilló totalmente desprevenido. Ayame miraba alternativamente a Kori y a Zetsuo. Era evidente que hacía tiempo que había dejado de comprender aquella conversación y se había perdido en algún punto del terrorífico cuento. Por parte de Kori, había visto más de una vez a Yui-sama, pero nunca se había presentado ante su persona. Tan sólo sabía que había sido una buena amiga de su difunta madre y el hecho de que requiriera la presencia de los tres no podía sino considerarse un mal presagio si pensaban en el tema con el que estaban tratando.

Pero nunca dejó que la inseguridad se reflejara en su rostro, siquiera en sus ojos. Él, Aotsuki Kori, pese a que apenas tenía siete años, era un muchacho que ya había dejado de ser un niño. Incluso había sido entrenado con dureza por su propio padre para que dejara siempre los sentimientos a un lado, para que actuara frío y calmado como el hielo que le daba su nombre.

"Como un buen shinobi, debía ocultar y bloquear sus sentimientos a los demás"


Capítulo III - Luna menguante de libertad
Zetsuo salió al cabo de varios minutos del despacho de la Arashikage, y su rostro estaba excesivamente sombrío, incluso más que cuando había entrado en aquella sala. Aquella vez iba acompañado de un hombre alto y delgaducho, de cabellos largos y revueltos recogidos en una coleta de caballo, rojos como la sangre, y afilados ojos del color del ébano ocultos tras unas gafas rectangulares. Al verlo, Ayame tensó todos los músculos del cuerpo y se refugió tras las piernas de Kori, consciente de la extrañada mirada que le había dirigido su padre al percibirlo. Y no era para menos: la chiquilla solía reaccionar de manera tímida ante los demás, pero nunca se había mostrado de aquella manera tan recelosa.

—No me gusta ese señor... —susurró, removiéndose.

El hombre, aunque al principio pestañeó con gesto confundido, se acuclilló frente a ella para que sus ojos quedaran a la misma altura. Sonrió, dejando a la vista una hilera de dientes perfectos, pero aquello no hizo sino inquietarla más.

—Hola, pequeña. Tú debes de ser Ayame, ¿me equivoco? —su voz sonaba afable y suave, pero tenía un cierto matiz siniestro que le provocó un escalofrío—. Vamos, Ayamita, no tienes que tenerme miedo, ¿sí? Mi nombre es Kurai Shun, y soy un amigo. ¿Te vienes conmigo?

Le extendió la mano, y la niña alzó la cabeza hacia su padre, sobresaltada e interrogante. Para su horror, Zetsuo se limitó a asentir con sequedad. Finalmente, y aún a regañadientes, Ayame alzó una temblorosa mano hacia Shun, quien no dudó en estrechársela con firmeza antes de comenzar a arrastrarla por el pasillo con cierta brusquedad. En el último momento, Kori se despidió de ella con un suave golpecito en el hombro, una costumbre que había terminado adoptando cada vez que se despedía de ella.

—Ya verás como no pasa nada. Será como un juego, ¿sí? Y yo mismo me encargaré de cuidarte bien —pasó una mano sobre sus cabellos, pero la niña sacudió la cabeza con desdén y volteó la mirada en una muda súplica hacia su padre y su hermano, que habían comenzado a hablar entre ellos a sus espaldas.

—Papi... Hermano...

No entendía lo que estaba pasando. Y sentía miedo. Algo dentro de ella le decía que las cosas estaban lejos de estar "bien".

...

—¿Qué sucede, padre? ¿Qué es lo que quiere Kurai Shun de Ayame? —cuestionó Kori, aún confundido. Zetsuo suspiró, apoyando la espalda en la pared más cercana, y alzó la mirada de sus ojos aguamarina hacia algún punto inexistente en el techo.

—El consejo de Kages de Uzushiogakure, Kusagakure y Amegakure ha decidido ya lo que van a hacer con el bijū que conseguimos reducir —hizo una breve pausa, pero aunque Kori no insistió en voz alta, la apremiante mirada de sus ojos gélidos le estaba invitando a continuar, ansioso—. Kurai Shun es un shinobi de alto rango de la aldea, experto en el arte del sellado. Parece que, de alguna manera, ha conseguido desarrollar un método para encerrar a esas criaturas en cuerpos humanos. Según vayan reapareciendo los bijuu, los Kage crearán lo que ellos llaman "jinchūriki", o prisiones humanas para custodiar su poder y evitar que vuelvan a ocurrir las calamidades del pasado.

Aquellas declaraciones congelaron momentáneamente al muchacho.

—Y Ayame va a ser la primera... "jinchūriki", ¿eso es lo que estás tratando de decirme? —el silencio que recibió como respuesta fue suficiente afirmación. Kori apartó la mirada, preocupado, y al cabo de algunos segundos chasqueó la lengua—. Deberían haberme escogido a mí en su lugar, padre. No es más que una niña infantil, caprichosa y muy asustadiza. Es Ayame. No va a poder llevar esa carga.

Zetsuo se quedó pensativo unos instantes. Era consciente de que su hijo no dudaría a la hora de proteger y sacrificarse por su hermana pequeña, ya lo había demostrado todos aquellos años. Pero también sabía que el chico no rehusaría obedecer la orden de un superior para proteger la aldea, cualesquiera que fueran las consecuencias. Le había educado para ello, después de todo.

—Arashikage-sama ha asegurado con total confianza que Ayame es compatible con el proyecto. Y tú no.

—¿Pero acaso es la única persona compatible en toda la aldea?

—No. Seguro que hay decenas de ellas, pero ya sabes que Shiruka era una buena amiga de la Arashikage. Eso nos convierte en un grupo cercano a la líder de la aldea, y podrá protegerla mejor que si fuera cualquier otro desconocido. Nos tenderá una mano ante cualquier dificultad. Por otra parte parece que existen algunos factores de riesgo, y entre ellos está la edad. El huésped debe tener una corta edad, eso incrementará las probabilidades de adaptación entre ambos y que no se produzcan problemas de rechazo...

De alguna manera, Zetsuo se sentía orgulloso de servir con tal honor a su villa. Tener la oportunidad de ofrecer a su propia hija para que fuera la llave de la paz de Amegakure era una responsabilidad que cualquier otro shinobi envidiaría. ¿Pero entonces por qué una parte de su alma se estremecía de terror y preocupación por mucho que tratara de contenerse?

«Cuídala... Ayame... Debe crecer fuerte y sana...»

...

La había conducido a una habitación de suelos, paredes y techo inmaculadamente blancos. Frío mármol y frías baldosas por doquier, sólo interrumpidas por algún que otro armario de metal, una camilla e instrumental cuya utilidad y funcionamiento no podía siquiera llegar a adivinar. Sin embargo, lo que había atrapado su mirada era una colosal vasija de barro de color blanquecina con varias marcas indescifrables para los inocentes ojos de la chiquilla y con un kanji en su centro. Hacía muy poco que había comenzado a aprender a leer, pero eso no le impidió poder identificarlo como "cinco". Había algo en aquel contenedor que la inquietaba, la aterraba y le ponía los pelos de punta a la vez. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando un extraño cosquilleo la recorrió de arriba a abajo y Ayame jadeó, incapaz de moverse. No quería entrar en aquella sala, pero Shun la empujó gentilmente y cerró la puerta tras ella.

—Veamos... —murmuraba el hombre, dando vueltas a su alrededor e inspeccionándola cuidadosamene. Le giró el rostro varias veces, tomó sus dos bracitos, sus delgadas piernas, y finalmente estudió su cuerpo como si estuviese buscando algo en él—. Perfecta. Yui-sama tenía razón, serás perfecta para el proyecto. Vamos, niña, necesito que te quites la camiseta, ¿sí?

—¿Por qué? —inquirió, con un hilo de voz. Shun sonrió, afable, pero era una sonrisa ancha y espeluznante. La estaba mirando como si fuera un trofeo. Ayame se giró hacia la vasija de barro, y un nuevo temblor la sacudió cuando fijó sus ojos sobre ella—. Qué... ¿Qué es eso...? ¿Hay un monstruo ahí dentro...? Papá dijo...

Shun se rio entre dientes.

—Bueno, nosotros lo llamamos bijū. Pero sí, son monstruos. Monstruos muy malos y poderosos, ¿sí? ¿Y sabes lo que vamos a hacer? Le vamos a dar su merecido. Te vamos a convertir la heroína de la aldea. Vas a ser la niña más poderosa cuando meta ese monstruo dentro de ti, ¿no quieres eso?

—¡No! ¡No quiero ver al monstruo! —retrocedió, aterrorizada, y el hombre suspiró con infinita paciencia—. ¡No quiero que lo encerréis en mí! ¡No quiero! ¡Quiero ir con papá y con Kori! ¡DÉJAME!

—Escucha, niñita. Son órdenes de Yui-sama, y no quieres que se enfade contigo, ¿sí? Además, si no hacemos esto, ese monstruo malo terminará escapando y lo primero que hará será coger a tu papá y a tu hermanito para comérselos. Y no quieres eso, ¿a que no? —Ayame jadeó, aterrorizada. Estaba rememorando el cuento que había contado papá la noche anterior y en su infantil e imaginativa mente comenzaron a dibujarse mil y una escenas propias de una auténtica pesadilla. Tenía miedo, pero tenía que hacerlo. Tenía que ser una niña valiente o si no... papá y su hermano se irían con mamá... y la dejarían completamente sola... se enfadarían con ella...—. Buena chica. No pasará nada, ya verás, confía en Shun, ¿sí? Somos amigos después de todo.

Le ayudó a quitarse la camiseta y colocó a la chiquilla frente a la vasija. Un nuevo estremecimiento de terror la recorrió, más intenso aún que el anterior, y aunque las lágrimas manaban de sus ojos sin parar y le era imposible controlar los violentos temblores que la sacudían, apretó los puños a ambos lados de su cuerpo y respiró hondo varias veces, luchando contra sus instintos más primarios que le gritaban que saliera de allí en cuanto antes. Shun se había colocado detrás de ella y apoyó momentáneamente la mano sobre su hombro antes de retirarse un poco.

—¿Lista, niña? Vamos allá.

Ella no era capaz de ver lo que el hombre estaba haciendo a su espalda, pero sus desorbitados ojos desorbitados estaban concentrados en el misterioso contenedor. Algunos segundos después, el contenedor se agitó violentamente, y Ayame se sobresaltó. Fue entonces cuando una repentina oleada de energía brotó de él, sacudiéndola con la potencia de una bofetada. Shun la sostuvo firmemente, pero la chiquilla se encontraba en estado de shock y no parecía ser capaz de reaccionar. Una extraña capa de energía blanquecina comenzó a brotar del recipiente, desbordándose hacia el suelo, y súbitamente una colosal figura surgió sobre sus patas con un gutural y agudo aullido que parecía provenir del más terrorífico de los cuentos.

Ayame gritó, incapaz de soportarlo por más tiempo y entonces la onda de energía la sacudió definitivamente, atravesándola de parte a parte. Un torrente de energía la invadió en cada uno de los poros de su piel, pero aquella quemazón se concentraba sobre todo en un punto situado en su espalda, entre sus omóplatos. Lo último que recordaría, antes de que las piernas dejaran de sostener su cuerpo y perdiera la conciencia definitivamente, serían los múltiples destellos rojos que se sucederían tras sus párpados y la extraña silueta que se cernía sobre ella. Un terrorífico monstruo que parecía tener el cuerpo de un caballo y la cabeza de un delfín, como si los hubiesen mezclado los de los dibujos de animales que salían en sus libros infantiles. Una voz femenina reverberó en algún lugar dentro de su mente, pero ya no era capaz de escuchar nada. Parecía enfadada...

¿Era mamá?

«Los sentimientos nos ayudan a proteger a nuestros seres queridos.»


Capítulo IV - Luna nueva de oscuridad
«Cuídala... Ayame... Debe crecer fuerte y sana...»

Un brutal estruendo consiguió despertar a Zetsuo, pero aún le costó varios segundos terminar de despejarse y darse cuenta de que aquel sonido, como el de un cristal haciéndose añicos, no era para nada algo normal. Sobresaltado, el hombre sacudió la cabeza y se reincorporó rápidamente.

—¡Kori, despierta! —su hijo dormía en una butaca contigua a la suya, y no tardó en despabilarse cuando le agitó el hombro con brusquedad—. ¡Vamos!

No le faltó tiempo para arrancar a correr. Atravesó el estrecho pasillo como una exhalación, con su hijo siguiéndole la estela y lanzando preguntas confundidas al aire.

Hacía varias horas que Kurai Shun les había informado de que el sellado del Gobi había resultado ser todo un éxito. Sin embargo, el jonin no les dejó entrar a ver a la pequeña, ahora inconsciente y recostada sobre una camilla, alegando que estaba demasiado agotada tras la experiencia y necesitaba algo de reposo antes de encararse a sus familiares. A regañadientes, Zetsuo había accedido a esperar en una de las salas contiguas a que la niña despertara, pero la noche les había sorprendido a ambos y terminaron durmiéndose sin remedio sobre aquellas incómodas butacas.

Llegaron en cuestión de segundos frente a la puerta de la sala de sellado y Zetsuo la abrió bruscamente. Pero cuandoa vistó el interior sintió como si le hubiesen golpeado con una pesada maza.

Nadie. No había nadie. La camilla tenía las sábanas arrugadas, como si alguien hubiese estado tumbado sobre ella hasta hacía unos pocos minutos, pero no había rastro alguno de Kurai Shun ni de Aotsuki Ayame. La sala estaba completamente vacía.

—¡Padre! —Kori se había adelantado y se había posicionado junto a la única ventana de la habitación. El cristal estaba destrozado y no eran pocos los fragmentos de vidrio que habían caído al suelo.

—Ese cabrón se la ha llevado... —gruñó, pero cuando se asomó al exterior y entrecerró sus afilados ojos de águila no pudo atravesar el oscuro velo de la noche—. ¡Tenemos que avisar a Yui-sama!

...

Sentía frío, y se estremeció involuntariamente, buscando algo de abrigo. Pronto se dio cuenta de que su cuerpo estaba en movimiento, algo o alguien la cargaba a toda prisa hacia un destino que desconocía. Pero, cuando se esforzó en entreabrir los ojos, la oscuridad seguía nublando su visión. Era de noche, estaba muy oscuro, y la luna no ofrecía su luz. Era luna nueva.

Y no llovía. Papá decía que pasaban cosas malas cuando no llovía.

—Malditos estúpidos —escuchó un murmullo entrecortado por debajo de ella, y se sobresaltó al reconocer la voz de Kurai Shun. La estaba cargando sobre su hombro. ¿Pero hacia dónde? ¿Y por qué? ¿Dónde estaban su padre y su hermano? ¿Por qué la habían dejado sola?—. Y creían que les iba a permitir que se quedaran con el fruto de MI trabajo. ¡JA! El poder del Gobi será mío... sólo mío... sólo mío...

—¡NO! —la chiquilla se revolvió como un pez entre las manos de su pescador. Sobresaltado por la sorpresa de creerla aún inconsciente, Shun se llevó un buen rodillazo en la nariz, pero le devolvió la jugada lanzándola violentamente contra el suelo. Un débil grito brotó de su garganta cuando un fuerte impacto en el estómago le cortó la respiración durante unos instantes, paralizándola lo suficiente para que lo siguiente que sintiera fuese un tirón en el cabello que la obligara a reincorporarse sobre sus rodillas entre sollozos de terror y dolor. El frío del acero sobre su cuello fue lo único que la disuadió de seguir revolviéndose—. ¡Déjame en paz! ¡Quiero ir con papá!

—"Papá", "papá", "papá"... Ayamita, Ayamita, creía que éramos amigos, ¿sí...? No me lo pongas más difícil, anda, sé una niña buena —aquella espeluznante sonrisa de nuevo, y la chiquilla volvió a retorcerse obstinadamente, como si no le importara el peligro que estaba corriendo.

—¡Déjame! ¡DÉJAME! ¡DÉJAMEEE!

—¡SHHHHH! ¡Maldita mocosa, cállate de una vez! ¿¡SÍ!? ¡No me obligues a cortarte la lengua! —lanzó sus garras hacia sus mandíbulas para taparle la boca, pero Ayame fue más rápida aquella vez y le asestó un mordisco que le hizo soltar un alarido de dolor. Sin embargo, pagaría aquella insolencia con un nuevo golpe que la derribara contra el suelo con violencia—. ¡Tienes suerte de que te necesite viva, mocosa!

Sentía frío. Shun se inclinó hacia ella, quizás dispuesto a continuar con lo que había comenzado, pero Shun se vio incapaz de levantar siquiera los pies.

—¿Pero qué...?

Hielo. Una gruesa capa de escarcha cubría el suelo en varios metros a la redonda y había atrapado los pies de su captor en una prisión que le impedía moverse.

—Hermano...

Inmóvil como una estatua de hielo, Kori estaba situado en el perímetro del área de la capa de escarcha. Estaba acuclillado, con las manos apoyadas sobre el hielo y sus ojos clavados como un par de letales estalactitas sobre Shun. No había pronunciado palabra alguna, pero la expresión de su rostro sombrío hablaba por él.

—Te has atrevido a traicionar la confianza de Arashikage-sama, Shun —unos pasos crujieron sobre el hielo, y la amenazadora figura de Aotsuki Zetsuo pronto surgió de entre las tinieblas. Shun, sobresaltado, trató de retroceder, pero lo único que pudo hacer fue tensar todos los músculos de su cuerpo para tratar de defenderse ante el águila.

—¿Traicionar su confianza? ¿Quién realizó todas esas investigaciones sobre el sellado de los bijū en personas? ¡YO! ¿Y a cambio de qué? ¿De tener el "honor" de sellarlo en esa maldita mocosa? ¡Sólo yo me merezco poseer el poder del Gobi! ¡Yo trabajé día y noche para ganármelo!

—A cambio de proteger a toda la aldea. Fue esa misma actitud tuya la que condenó a las cinco antiguas aldeas shinobi en el pasado, y no voy a consentir que repitas la historia. Desoíste las órdenes de Yui-sama —le miró directamente a los ojos, y repentinamente Shun se echó las manos a la cabeza, retorciéndose los cabellos mientras los alaridos retumbaban por todo el bosque—. Traicionaste a la Arashikage, y traicionaste a la aldea por tu sed de poder... —los agónicos gritos se intensificaron en volumen, y el hombre cayó al suelo de rodillas entre espasmos de dolor—. Pero sobre todo... —la figura de Zetsuo se difuminó durante un instante. Al perder el contacto visual, Shun calló; pero el águila apareció a sus espaldas como una centella, y sus ojos apenas titilaron un instante cuando desenvainó una larga espada que portaba en el cinturón—. Ibas a arrebatarme también a mi hija.

Un simple y limpio movimiento, y la cabeza de Shun se separó del resto de su cuerpo para caer sobre el hielo con un desagradable sonido.

Zetsuo sacudió la espada para retirar los restos de sangre. La capa de escarcha comenzó a derretirse rápidamente cuando Kori se reincorporó, sombrío, pero su padre estaba más pendiente de otro asunto. Se acercó a Ayame con pasos lentos, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. Fue entonces cuando se sorprendió al verla tan frágil y pequeña... como la primera y única vez que Shiruka la sostuvo entre sus brazos.

Pero lo realmente llamativo, y lo que más le asustó, fue lo que vio en sus ojos.

—Oscuro... está oscuro... tengo miedo... —entre violentos temblores, Ayame había alzado sus ojos suplicantes a Zetsuo. Sus iris, antes castaños, lucían ahora un extraño color azul verdoso y sus párpados inferiores estaban inundados del color de la sangre—. Papi...

Zetsuo se abalanzó sobre la chiquilla y la estrechó entre sus brazos con fuerza.

—Ya está. Ya ha pasado todo. Tranquila —le oyó susurrar. Aquella niña era el lirio de Shiruka, era el regalo que le había dado; y era, sobre todo, su hija pequeña.

«Los sentimientos se convertirían en su mayor debilidad.»

Capítulo V - Luna creciente de felicidad
A raíz de lo sucedido aquella fatídica noche, Ayame desarrolló una inexplicable nictofobia que la acompañaría a lo largo de su vida. La pequeña sufría de terrores nocturnos e innumerables pesadillas que la hacían despertarse noche sí y noche también entre sollozos y alaridos de terror.

Más de una vez, Zetsuo se había sorprendido al despertarse y ver que su hija se había colado dentro de su cama. Al principio optó por cerrar su puerta con pestillo para evitar que la escena volviera a repetirse, pero pronto se dio cuenta de que aquel gesto era inútil. Si no podía entrar en su habitación, se metía en la de su hermano mayor. Y cuando Kori optó por imitar a su padre, en más de una ocasión la encontraron durmiendo hecha un ovillo en mitad del pasillo. Estaba claro que buscaba refugio, que necesitaba estar cerca de ellos para sentirse protegida y a salvo de los monstruos nocturnos que la acosaban, pero Zetsuo sabía bien que dejarla dormir con él no era la solución a su problema, sino un agravante. Y no importaba las veces que la regañara por su comportamiento, la chiquilla se empeñaba en desobedecer cuando sus instintos primarios la instaban a ello.

Pasaron los años, y cuando Ayame ya tenía seis años, Zetsuo optó por inscribirla en el Torreón de la Academia con la idea de que la vida shinobi era lo que necesitaba para fortalecerse y superar sus miedos. Además, habiéndose convertido en jinchūriki, sería mucho mejor que la chiquilla siguiera los pasos de su hermano y aprendiera a defenderse por sí misma.

Y ella, que recordaba sus juegos con Kori cuando era más pequeña, no podría haberse mostrado más entusiasmada con la idea.

Sin embargo, a medida que pasaban los años Zetsuo comenzó a observar ciertos comportamientos inusuales en su hija. Cada vez regresaba más apática de la escuela y había comenzado a cubrir su frente con cintas de tela y cualquier otro tipo de utensilios. Normalmente lo habría tomado como una infantil moda pasajera, si no fuera porque las llevaba a todas horas, incluso dentro de casa, y se ponía increíblemente nerviosa cuando no podía llevarlas. Zetsuo le preguntó mil y una veces las razones de aquello, pero Ayame se las apañaba para responder con otras mil y una evasivas. No sabia mentir, estaba claro que algo turbio se cocía detrás de aquella conducta, pero se negaba a hablar sobre ello. Y ni siquiera los profesores parecían saber nada al respecto.

Fue precisamente este acontecimiento el que terminó de enfriar la relación de Ayame con sus familiares. Ella misma se distanció de los demás; y su relación con Kori, antes prácticamente inseparable, se enfrió irremediablemente.

La muchacha guardaba su secreto con celosía, pero un latente deseo comenzó a crecer en su corazón con el paso del tiempo: quería que su padre la reconociera. Quería que dejara de mirarla con aquel rechazo cada vez que la sorprendía cubriéndose la frente con cualquier utensilio que tuviera a mano. Quería que reconociera que, pese a ocultar la marca de nacimiento de la familia Aotsuki (y de la que Zetsuo parecía sentirse tan orgulloso), merecía pertenecer a ella...

Pero, sobre todo, deseaba que dejara de culparla en silencio por la muerte de su madre.

Consiguió graduarse a la edad de trece años con unas notas más o menos normales, aunque tuvo algún que otro contratiempo durante el examen de genin, pero finalmente las cintas de tela fueron inmediatamente sustituidas por la bandana de la aldea que ahora lucía orgullosa.



RE: Historia de Aotsuki Ayame - Aotsuki Ayame - 9/05/2015

Expediente de Aotsuki Ayame


• Cumpleaños: Día 10 de Primavera del año 186
• Sexo: Femenino ♀
• Edad: 14 años
• Altura: 154 centímetros
• Peso: 40 kilogramos
• Apodos: -
• Grupo sanguíneo: A+
• Clasificación: Clan Hōzuki y Yuki (Linaje híbrido)
• Afiliación: Amegakure

• Rango: Genin
• Registro ninja: 24127
• Edad de graduación como genin: 14 años

• Trivia:
- "Ayame" (菖蒲) significa iris, referido a la flor de los lirios: una herbácea perenne que abarca desde las regiones frías de laderas herbosas, dehesas, ribazos de ríos hasta desiertos de Europa, Medio Oriente y África del Norte y por toda Norte América. Su apellido "Aotsuki" es una contracción de "Ao" (azul, en japonés, 青) y "Tsuki" (luna, en japonés, 月). Así, su nombre completo podría traducirse como "Lirio de la luna azul".

• Hobbies: Leer, sobre todo libros de naturaleza; cantar cuando cree que nadie la escucha y dibujar.
• Deseo de combate: Le gusta entrenar con Kori y le encantaría luchar contra Zetsuo.
• Comida: Su comida favorita es cualquier tipo de pasta. Siente una gran predilección por los granizados de sandía durante las épocas cálidas; mientras que lo que menos le gusta son los cocos, los tomates, y los champiñones.
• Color de chakra: Azul (Ayame) // Blanco (Kokuo)

• Citas:


• Misiones:
Rango D: 0 | 0 | 0
Rango C: 0 | 0 | 0
Rango B: 0 | 0 | 0
Rango A: 0 | 0 | 0
Rango S: 0 | 0 | 0


RE: Historia de Aotsuki Ayame - Aotsuki Ayame - 10/05/2015

Otros datos de Ayame



Capacidades

¤ Transformación elemental: Ayame puede transformar su chakra en su elemento afín (Suiton).
¤ Nado: Ayame es capaz de nadar.
¤ Elaboración/Desarme de nudos: Ayame puede elaborar y deshacerse de nudos sencillos sin la utilización del Ninjutsu a velocidad lenta.
¤ Orientación: Ayame es capaz de orientarse a la perfección por las calles de su aldea y leer mapas sencillos.


Golpes físicos

• Puñetazo: 5 PV
• Cabezazo: 5 PV
• Patada: 5 PV
• Codazo: 5 PV
• Rodillazo: 5 PV

• Manotazo: 5 PV
• Mordisco: 5 PV
• Arañazo: 5 PV
• Placaje: 5 PV


RE: Historia de Aotsuki Ayame - Aotsuki Ayame - 10/05/2015

Relaciones de Ayame


Amegakure

Kusagakure

Uzushiogakure



RE: Historia de Aotsuki Ayame - Aotsuki Ayame - 10/05/2015

Año 200 (14 años, genin)


✿ Primavera ✿


☼ Verano ☼


❦ Otoño ❦


☃ Invierno ☃



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