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13/04/2016, 00:34
(Última modificación: 13/04/2016, 08:48 por Aotsuki Ayame.)
Para su alivio, Kōri asintió tres veces al comprender lo que Ayame le estaba tratando de preguntar de forma tan desesperada. Aunque no estaba tan segura de si debería sentirse aliviada.
—Perdón, perdón. Sí, creo que deberías saberlo —dijo, y Ayame tensó todos los músculos del cuerpo, expectante—. En realidad el relato oficial no va tan desencaminado. Ellos tenían al Kyuubi.
—Q... ¿Qué...? —balbuceó, sin poder evitarlo. Hasta el momento, la versión que todos habían creído era que eKusagakure había tratado de utilizar al Kyūbi y se les había ido de las manos. Y hasta hacía relativamente poco, Ayame había descubierto que ese infierno lo había causado ella misma con la utilización del Gobi que llevaba en su interior. Pero la realidad estaba yendo mucho más allá.
Y parecía que no había hecho más que empezar:
—Por lo que sabemos padre y yo, unos espías de Uzushiogakure averiguaron que Kenzou pretendía usar el Kyūbi contra nosotros, lo que significaba la ruptura del Pacto y un peligro para nuestras aldeas —continuó Kōri, y Ayame contuvo el aliento, lívida como el mármol—. El Pacto no se rompió porque Kusa había sido destruída, sino porque la Uzukage y la Arashikage diferían en su método de respuesta. Se ve que la Uzukage pretendía reunirse para deliberar qué hacer con Kusa. Yui-sama optó por atacar por sorpresa. Entiendo lo que pensó, que si no hubiera actuado como lo hizo, tal vez hubiera dado tiempo a que Kenzou nos atacara con el zorro de nueve colas, y habría habido guerra. Habría habido más muertes. Y quizás también te habría salpicado a ti, por doble —Kōri se masajeó la frente con el dedo pulgar e índice—. Ni siquiera sé si lo que hizo está bien o está mal, considerando esas opciones. Lo que no me gustó fue que te utilizase sin avisar. Pero no nos corresponde juzgar órdenes.
Repetía una y otra vez la misma cantinela, pero Ayame había dejado de escucharle desde hacía algunos segundos.
—¿Kusagakure quería destruirnos? ¿Pero por qué...? Nosotros no les habíamos hecho nada...
Se agarraba el pecho con fuerza, temblando como una hoja y con un extraño cosquilleo entre los omóplatos. Según las palabras de su hermano, podrían haber sido ellos los que hubiesen desaparecido de la noche a la mañana. Podrían haber sido ellos los que en aquellos momentos estuvieran muertos... Kōri, su padre, su tío, Daruu, Kiroe, ella misma... En su mente, no le costó darle la vuelta a sus visiones y sustituir la villa arbolada consumida por el caos y las explosiones por Amegakure. Amegakure habría sido aniquilada y el Torneo se celebraría entre Uzushiogakure, Takigakure y Kusagakure...
El estar en tal encrucijada, sabiendo que en cualquier momento podrían lanzar un arma de destrucción masiva contra toda la villa, ¿justificaba el uso de los bijū? Si no hubiesen atacado por sorpresa, si hubiesen esperado más tiempo y, tal y como deseaba la Uzukage, se hubiesen reunido para decidir qué hacer con el tema, serían ellos los aniquilados?
Negó con la cabeza enérgicamente.
—Están volviendo a utilizar a los bijū... Tal y como lo hicieron las cinco antiguas aldeas... —murmuró, con los hombros hundidos.
«Érase una vez... cinco países y nueve monstruos llamados bijūs. Los Kage de esos países eran unos líderes avariciosos que deseaban el poder más que nada en el mundo, y esa ambición les llevó a utilizar el poder de los nueve monstruos para conseguirlo. Pero la codicia es uno de los pecados más peligrosos, un parásito que se instala en el corazón de las personas y termina por romperlas desde dentro. Estas bestias no dudaron en aprovecharse aquellos sentimientos avariciosos y se volvieron contra los Kage. Destruyeron esas cinco grandes naciones con sus colmillos, garras y cuernos. Todas las villas fueron destruidas, y miles de vidas desperdiciadas...
Cerró los ojos con fuerza. Recordaba palabra por palabra el cuento que su padre les había relatado la noche antes de que la convirtieran a ella misma en un monstruo. Pero gran parte de esa fábula había cambiado...
—Kōri... No nos corresponde juzgar órdenes... Pero esto no está bien. Deberían haber aprendido de los Kages del pasado. Utilizar a los bijū no es la respuesta, ellos no son simples armas que puedas empuñar como un kunai o una espada. No son simples monstruos...
«¡Bien! ¡Monstruos malos fuera! ¡Buuuuuh!»
—Kōri, el Gobi me salvó la vida hace muy poco —le confesó, alzando la mirada hacia él de nuevo—. Hablé con él. Fue él quien me lo dijo. Perdón, ella... Su nombre es Kokuō...
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13/04/2016, 22:32
(Última modificación: 13/04/2016, 22:36 por Amedama Daruu.)
—¿Kusagakure quería destruirnos? ¿Pero por qué...? Nosotros no les habíamos hecho nada... —titubeó Ayame.
Kori bajó el rostro, reflexivo.
—¿Acaso crees que Yui hizo lo que hizo sin ninguna razón? —levantó el rostro—. Claro que no. Puedes estar de acuerdo o no con los métodos, pero sólo nos estaba defendiendo. A todos.
»A veces, el ansia de poder lleva a hombres buenos a cometer maldades. Quizás, el miedo a la sublevación, aunque no fuéramos a hacerle nada, llevó a Kenzou a engañarnos a todos.
Ayame parecía perdida en medio de sus pensamientos. Quedó un rato con la mirada perdida. Finalmente, negó con la cabeza enérgicamente.
—Están volviendo a utilizar a los bijū... Tal y como lo hicieron las cinco antiguas aldeas... —murmuró Ayame.
Kori asintió, apesadumbrado.
—Eso es en lo que me temo que no estoy de acuerdo. Pero... Bueno, no es necesario que te lo repita, ¿verdad? —No nos corresponde juzgar las órdenes de un superior.
Ayame cerró los ojos y volvió a sumirse en el silencio. Kori levantó la mirada al cielo, dejándole a su hermana tiempo para pensar.
—Kōri... No nos corresponde juzgar órdenes... Pero esto no está bien. Deberían haber aprendido de los Kages del pasado. Utilizar a los bijū no es la respuesta, ellos no son simples armas que puedas empuñar como un kunai o una espada. No son simples monstruos...
»Kōri, el Gobi me salvó la vida hace muy poco. Hablé con él. Fue él quien me lo dijo. Perdón, ella... Su nombre es Kokuō...
Kori la miró, de súbito.
—¿Qué? Ayame, no deberías jugar con esas cosas —nervioso, se levantó y dio un paso hacia ella—. No hagas caso de nada de lo que te diga, ¿y si te trata de engañar? ¿Y si...?
—¿La trata de engañar, quién? —La voz grave y severa de su padre apareció entre sus matorrales, y no tardó nada en hacerlo él... Acompañado de varios ANBU.
—Nada, padre. —Kori desvió la mirada. Zetsuo miró a Ayame, entrecerró los ojos peligrosamente... y los cerró del todo, dando un fuerte suspiro de alivio.
—Kori, ayuda a los hombres de Yui a escoltar a estos canallas hasta Amegakure, donde serán interrogados. Enviaré una de mis águilas en tu busca dentro de tres días. ¡Te quiero aquí para las semifinales!
—Sí, padre —Kori observó a Ayame preocupado durante unos segundos. Sacudió la cabeza, y acompañó a los guardias hacia los cuerpos congelados de los Hozuki atacantes.
—¡Vamos, niña! —ordenó su padre, y se dio la vuelta, presto, dirigiéndose de nuevo hacia el valle.
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Sus palabras parecieron alarmar a Kōri, y Ayame se sobresaltó cuando su hermano se levantó de golpe y dio un paso hacia ella.
—¿Qué? Ayame, no deberías jugar con esas cosas. No hagas caso de nada de lo que te diga, ¿y si te trata de engañar? ¿Y si...?
A Kōri ni siquiera le dio tiempo a continuar. A Ayame ni siquiera le dio tiempo a responder. Una voz grave y férrea como el acero surgió de entre los matorrales.
—¿La trata de engañar, quién? —Cuando Ayame giró la cabeza, vio la figura de Zetsuo acercándose a ellos desde la oscuridad. Pero no venía solo. En aquella ocasión le acompañaban varios ANBU.
Por suerte, la Arashikage no se encontraba entre ellos.
—Nada, padre —replicó Kōri.
Zetsuo clavó sus ojos aguamarina en Ayame, los entrecerró en un gesto peligroso y ella se estremeció violentamente sin saber muy bien cómo debía actuar. Finalmente, su padre la liberó de la tensión de su mirada y dio un profundo suspiro.
—Kōri, ayuda a los hombres de Yui a escoltar a estos canallas hasta Amegakure, donde serán interrogados —ordenó, y Ayame se volvió hacia Kōri con cierta preocupación—. Enviaré una de mis águilas en tu busca dentro de tres días. ¡Te quiero aquí para las semifinales!
«Ya me había olvidado de eso...» Pensó, desganada.
—Sí, padre —Kōri le devolvió la mirada durante algunos segundos y Ayame se mordió el labio inferior.
—Ten cuidado —le pidió, antes de que sacudiera la cabeza y se diera media vuelta para seguir los pasos de los ANBU hacia los cuerpos de los Hōzuki que habían sido atrapados bajo el yugo del hielo de su hermano.
—¡Vamos, niña! —la voz de su padre la sobresaltó, pero no dudó en obedecerle.
Agotada tras aquella larga noche, Ayame se levantó algo tambaleante y luchó por ponerse junto a él. Sus pasos la dirigían de vuelta hacia el valle de los Dojos del Combatiente. Algo avergonzada por todo lo sucedido, mantenía la mirada clavada en el suelo.
—¿Qué pasará con ellos? —preguntó, refiriéndose a los Hōzuki, pasados varios minutos inundados de tenso silencio.
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Se internaron en el cúmulo de árboles que formaba el bosque que rodeaba a los Dojos, y pronto los pasos y las instrucciones de los ANBU se perdieron en el aire. Ni el padre ni la hija hablaron hasta que pasaron varios minutos de eso, cuando los árboles empezaban ya a escasear y se veía, al fondo, la entrada a los riscos del valle.
—¿Qué pasará con ellos? —preguntó Ayame, refiriéndose a los Hozuki.
—Los llevarán a Amegakure —respondió Zetsuo—, y les interrogarán para saber dónde está la guarida y cuál es la identidad real de los Hozuki que están conspirando contra la voluntad de Ame. Serán apresados, supongo, como todos sus compañeros en la guarida.
Cuando mencionó que serían apresados, los pasos de su padre se aceleraron y apretó los puños con fuerza. El veterano shinobi no mostraba normalmente sus sentimientos, pero se notaba a leguas que si por él fuera le encantaría tener una pequeña charla con cada uno de esos presos.
—¿Y tú? ¿Qué va a pasar contigo, Ayame? —Zetsuo paró en seco, dio un tendido suspiro y cerró los ojos, frotándose la frente—. ¿Me perdonas, hija?
La miró a los ojos, y vio a un hombre que odiaba disculparse sufrir por tener que hacerlo, pero también vio a un hombre arrepentido.
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—Los llevarán a Amegakure —respondió Zetsuo—, y les interrogarán para saber dónde está la guarida y cuál es la identidad real de los Hōzuki que están conspirando contra la voluntad de Ame. Serán apresados, supongo, como todos sus compañeros en la guarida.
Los pasos de su padre se aceleraron con aquellas últimas palabras, y Ayame se vio obligada a trotar para seguirle el paso. No le pasó por alto el hecho de que llevaba apretados los puños y que los nudillos se le marcaban blancos de la tensión que mantenía en sus brazos. Estaba claro que no estaba contento con el resultado; y, a decir verdad, ni siquiera Ayame estaba muy segura de cómo debía sentirse al respecto. Ni siquiera era seguro que llegaran a encontrar esa supuesta guarida, incluso era posible que algún Hōzuki escapara antes de llegar a Amegakure o avisara a sus compañeros de alguna manera...
—¿Y tú? ¿Qué va a pasar contigo, Ayame? —intervino su padre, y la sorpresa de la pregunta detuvo sus pasos como si acabara de chocar contra un muro invisible. Zetsuo volvió a suspirar y se frotó la frente con gesto agotado.
—¿Q...?
—¿Me perdonas, hija?
Su corazón se olvidó de latir un instante cuando miró a los ojos aguamarina de su padre y, quizás por primera vez en su vida, no vio al hombre duro como el hierro de siempre. En su lugar, vio a un hombre terriblemente arrepentido, casi frágil, y a Ayame se le rompió el corazón en mil pedazos.
«Maldita sea mi debilidad.» Se maldijo, tratando de enjugarse las lágrimas que amenazaban con traicionarla por enésima vez en aquella noche. Pero fueron sus hombros los que se sacudieron en un sollozo silencioso.
—¿Perdonarte? ¿Por qué? —se obligó a responder. Se abrazó los costados pero terminó inclinando el torso en una pronunciada reverencia cargada de respeto—. Soy yo la que debe pedir perdón... por intentar marcharme de esta manera. ¡Lo siento muchísimo!
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Zetsuo dibujó una sonrisa triste y se agachó frente Ayame. Sujetó la barbilla de la muchacha con el dedo índice y el pulgar, y le obligó a levantar la vista y mirarle a los ojos.
—Tus disculpas te honran, Ayame —dijo él—. Pero acepta las mías también. Cada uno cargamos con la culpa de las decisiones que tomamos. Yo no soy una excepción.
Se levantó y echó a caminar hacia la entrada del valle.
—Lo más importante es saber cuándo dejarlas a un lado y continuar tomando más decisiones de las que arrepentirse —explicó—. Eso, hija... Es la madurez.
Padre e hija se internaron en el valle y caminaron hasta el hotel donde estaban alojados. Zetsuo se detuvo un momento y gruñó por lo bajo al pasar bajo el cartel del Patito Frito, y, finalmente, atravesó el portal.
—Cuando vuelva tu hermano, iremos a un buen restaurante. Tenemos que estar unidos y ser fuertes. ¿Qué te parece, Ayame? Todavía espero mucho de ti en este torneo.
Fin del tema
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Por el rabillo del ojo vio la figura de su padre agacharse frente a ella, y justo después su mano bajo su barbilla le hizo alzar el rostro para que sus miradas se encontraran de nuevo. Sonreía.
—Tus disculpas te honran, Ayame —dijo él—. Pero acepta las mías también. Cada uno cargamos con la culpa de las decisiones que tomamos. Yo no soy una excepción.
Ayame se mordió el labio inferior, pero terminó por asentir quedamente. Ante aquello, Zetsuo se reincorporó y volvió a reanudar el paso hacia la entrada del valle.
—Lo más importante es saber cuándo dejarlas a un lado y continuar tomando más decisiones de las que arrepentirse —añadió, a modo de explicación, mientras Ayame trotaba junto a él—. Eso, hija... Es la madurez.
Finalmente llegaron a la entrada del valle. El viento parecía haberse calmado al fin y la luna volvía a iluminar su camino con su característica tenue luz, colgada del cielo. Ayame apenas fue consciente de que pasaron de nuevo frente a los samurais, apenas fue consciente de que atravesaron los mismos puentes que ella había cruzado con el falso Karoi hacía apenas algunas horas, y apenas habría sido consciente de que habían llegado a su destino si no fuera porque Zetsuo se detuvo en seco y gruñó por lo bajo. Cuando Ayame alzó la mirada para ver qué era lo que le había molestado, una temblorosa sonrisa aleteó en sus labios. El cartel de «El Patito Frito» les daba la bienvenida.
—Cuando vuelva tu hermano, iremos a un buen restaurante —le dijo, mientras se dirigían a su habitación—. Tenemos que estar unidos y ser fuertes. ¿Qué te parece, Ayame? Todavía espero mucho de ti en este torneo.
Ella sonrió, súbitamente emocionada, aunque algo dentro de ella se removió con nerviosismo ante la mención del torneo.
—¡Sí! He oído de un lugar que tiene bastante fama por aquí... «Los Ramones» creo que se llamaba.
Con un leve chasquido de llave, la puerta de la habitación se abrió. Ayame entró la primera, reprimiendo un bostezo al reparar en lo cansada que se sentía. Sin embargo, aquella sensación no le impidió reparar en un objeto que seguía esperándola en el mismo sitio donde lo había dejado al comienzo de aquella loca aventura. Se acercó con lentitud a la única mesita de la habitación, e igual de lento alzó la mano y acarició el metal de la bandana ninja que allí reposaba. Como si no hubiese sido más que un mal sueño, no había rastro de la nota que había escrito de su puño y letra para su padre y su hermano.
Había regresado al lugar que le pertenecía.
Fin de la cita.
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