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Katomi comentaba que la idea de permanecer en el restaurante para disfrutar de aquel par de postres no había sido para nada mala. Flan con sabor a gloria y una torta de frutilla con el poder de enviar a los cielos a aquel que lo probase, no había humildad alguna en el tremendo sabor que poseían.
Mogura se limitó a asentir el comentario de la kunoichi con una sonrisa en el rostro, se sentía contento de poder probar una vez mas su postre favorito y aunque el predicamento que tenía con respecto a la cuchara era el mismo prácticamente, pues tenían la misma cucharita para enfrentarse a un enemigo de proporciones similares, no estaba tan preocupado por el tiempo que le tomaría derrotarlo.
¡Ánimo! En el peor de los casos terminaremos para cuando tenga que volver a abrir el restaurante... jajaja
Dijo el joven shinobi acompañando a la muchacha con el tono de la charla. Ciertamente otra opción hubiese sido pedir que envuelvan lo que no podían terminar de comer ¿Pero por qué ser tan realista y matar el ambiente de las bromas con un comentario así?
El chico fue dando dos o tres bocados mas a su maravilloso postre, dejando un espacio en blanco en la conversación, situación que se habría dado al inicio de la comida. Su cara se sonrojó ligeramente y no tardó en soltar nuevamente el único argumento que tenia como escudo en aquel momento.
Disculpa si me quedo callado... pero esto esta muy bueno y ya sabes...
Con un poco de buena memoria, su compañera de comida recordaría las palabras que habría soltado un rato atrás.
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La chica bromeaba con eso de que la cuchara no daba para mucho, pero no llegaba a verse comiendo con un cucharón de madera como el que solía usar su madre para hacer las comidas. Quizás una cuchara sopera habría estado mas cercana a lo ideal, pero se dice que las cosas buenas se saborean en dosis pequeñas. Sin duda, no podía ser al contrario, aunque ese enorme flan engañaba en esa ridícula ley. Aunque la cuchara le daba el toque necesario para que se cumpliera... vaya jaleo.
Mogura tampoco quedó atrás siguiendo la broma, y añadió que con un poco de suerte llegaban a cerrar y seguían comiendo hasta que justo abriesen de nuevo. Tampoco sonaba mal, pero eso era pasarse un poco... Por otro lado, terminó la frase añadiendo que permanecería en silencio seguramente, porque estaba muy bueno. Si, eso ya lo había mencionado antes.
—Si, cierto... y si algo está realmente bueno, los hombres no hablan... jajaja.
Con parsimonia, pero sin perder el ritmo, Katomi continuó como su compañero bien hacía, comiendo. Continuó acabando primero con la suculenta capa de nata, y dejando para último el caramelo con el conjunto global de flan. No quedaba tampoco para tanto, quizás lo había exagerado un poco, pero bien que lo estaban disfrutando.
—Bueno, ¿hay alguna tienda donde tengas interés en comprar el paraguas, o te da lo mismo?— Preguntó pasado un rato, intentado evadir un poco el silencio.
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A pesar de que habían estado diciendo y hablando de todo un poco, la kunoichi no se había olvidado de las palabras de sabiduría ancestral que había dicho Mogura ni les había prestado menos atención por sonar de una forma un tanto no tan ancestral. Katomi completaría la frase del muchacho con un resultado positivo y entonces este le regalaría una pequeña sonrisa.
Siguieron comiendo un poco, avanzando en el campo de batalla contra los postres con una cuchara pequeña como única arma y una cantimplora llena de té verde, no sería una batalla sencilla ni tampoco sería una batalla corta, pero se notaba que ambos luchaban con energía y sobre todas las cosas, con una sonrisa en el rostro.
Katomi interrumpiría nuevamente el silencio, como lo había hecho antes y como también lo había hecho el shinobi de cabello azabache. Sus labios dejarían escapar una pregunta para su compañero de mesa, sobre la existencia de algún punto en particular para realizar la compra de su próximo paraguas.
Pues...
A Mogura no le faltaba ni tampoco le faltaría nunca el dinero, podría comprar un muy buen paraguas sin sufrirlo demasiado, pero simplemente gustaba de algo simple y no muy llamativo, algo que no resalte del resto.
No realmente... creo que cualquier lugar puede ser bueno, solo es un paraguas. Creo que todavía no estoy interesado en un paraguas con un lanzador de senbon.
Si Katomi tenía a mano una libreta, podría llevarse una idea para una patente muy pero muy interesante, un paraguas que te protegería de la lluvia y además de algún loco en la calle. Claro que el joven Manase solo lo decía en broma pero no sería muy disparatado para un ninja que todos los días llevaba un paraguas pensar formas diferentes de combinarlo con armas, cosas de una mente creativa.
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En mitad del fragor de la batalla, la chica subastó el tiempo con tal de una tregua. El mejor postor no fue barato, pero si que ofreció lo deseado; una delicada y frágil tregua que daba descanso a tan cruel baño de sangre. Obviamente todo ésto metafóricamente. La única sangre derramada era el azúcar de los postres, y la batalla no era mas que contra éstos, las armas dos simples y pequeñas cucharas. Lejos de herir a alguien con tan rotundas armas, a lo sumo podían dejarle un pequeño hematoma.
Mogura contestó con algo de indiferencia, en un principio no tenía nada en especial en su cabeza. Tenía prioridad de comprar algo que le refugiase del agua, algo tradicional y sencillo. Tampoco es que fuese algo raro, si no mas bien justo todo lo contrario. El chico buscaba un útil de diario, con el que aguantar esa tan constante amenaza; la lluvia. Detalle que no pudo pasar por alto fue la idea de un lanzador de agujas de metal en el mismo paraguas. Sonaba.... autentico, una increíble arma escondida.
La chica se torció un poco, dejando caer su peso sobre su brazo desocupado mientras daba pequeños circulitos a la crema de caramelo que rondaba el fondo de su plato. —Bueno... ¿Y por qué no tomas un paraguas de esos? Te vendría muy bien dado que tu afinidad elemental es el viento... ¿No lo habías pensado? Tienes un abanico enorme de posibilidades si combinas esos dos elementos.
Volvió a dar una cucharada, y continuó con la batalla. Saboreó el dulce flan mientras miraba a Mogura, pensando cómo podía continuar la charla sin que pareciese algo forzado. Tampoco quería parecer desesperada por combatir el silencio... ya demasiadas batallas habían en ésta guerra.
—Para mi es mas fácil, me basta con solo escupir fuego. Pero a ti puede interesarte ese valor estratégico...— Si, así era, el valor estratégico era la excusa perfecta para sacarle alguna palabra mas.
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Las palabras que el joven shinobi había soltado sin mucha seriedad fueron tomadas en cuenta por la muchacha de pelo blanco, el diseño de un paraguas que además de proteger a su dueño de las gotas de lluvia que eran el pan de cada día podía verse mejorado por un lanzador de agujas metálicas cuidadosamente oculto. La gran cuestión que señalaba Katomi era el hecho de que el elemento de Mogura podría combinar muy bien con un arma como esa, pero eso era algo que él ya había pensado en algún momento de su vida.
No diría que es algo que no hubiese pensado, incluso además de ponerle un lanzador de senbon a un objeto tan inocente como ese podría agregarsele un espacio para guardar una espada corta o un cuchillo.
Comentó haciendo una pausa y haciendo un gesto su mano libre, como si estuviese sosteniendo un paraguas y con su otra mano armada con una cuchara simulaba desenfundar de la base del mango un arma blanca como la que había nombrado. Eran todas ideas en el aire pero con un poco de trabajo y estudio adecuado podrían volverse realidad.
En cuanto a lo de mi elemento... esto algo más obvio y no tan original pero un abanico con un lanzador de senbon podría ser una buena idea también, aunque aquí no hay uso que darle a un abanico más allá de una simple agenda...
Al nombrar el abanico cambió el gesto de su mano libre, extendiendo sus dedos y moviendolos de un lado a otro simulando el objeto, finalmente cerraría su puño pero dejaría extendido su dedo indice para simular una aguja metálica viajando en el aire, básicamente describiendo el objeto que había dicho.
Valor estratégico sería el concepto que mencionaría la peliblanco de ojos rojos, alegaría también que su situación era relativamente mas sencilla, que solo tenía que lanzar fuego por su boca y ya.
Bueno, bajo ese concepto... ¿Cómo harías para que fuese aún más sencillo todavía el escupir fuego? Un objeto que te ayude a simplificar algo tan fácil como eso.
La joven Sarutobi había lanzado un tema sobre la mesa y ahora iban a tener una pequeña charla para idear toda clase de teorías locas y objetos complejos que quizás algún día podrían llegar a ser muy comunes. Mogura le había pasado el turno de ese curioso juego a su compañera y de paso aprovecharía para darle uno o dos bocados a su maravilloso postre.
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Mientras intentaba acabar con la batalla que disponía en contra de un flan que casi era mas grande que ella misma, la chica intentó sacar un nuevo tema de conversación. Bien que lo hizo, pues en éste nuevo tema, tenían bastante de que hablar. Sin duda, el tema de combinación de armas, utensilios, y afinidades elementales daba para mucho. Mucho no, quizás daba para demasiado, pues sobre gustos los colores...
Mogura afirmó que eso de ponerle un lanzador de senbons era una idea viable, y que en mas de una ocasión lo había pensado. Además de éste experimental uso, tenia en mente alguna idea algo mas tradicional, pero no por ello menos útil. El camuflar un arma de filo usando el hueco central del esqueleto del paraguas era sin duda una buena idea, pero quizás algo obvia a día de hoy. Ya sería al menos el shinobi número diez mil nosecuantos que llevaría tal arma, pero que oye, molar mola.
—Bueno... si... también está bien...— Agregó a la idea de su acompañante sin demasiado ánimo.
El matasanos continuó hablando sobre las posibilidades que avistaba para darle uso a su elemento viento. Derivó en intentar usar como arma un abanico, pero hasta él mismo se dio cuenta de que usar un abanico como arma llegaría a ser inútil. Solo le ofrecería un método eficaz y extraño de lanzar agujas, pero poco mas.
—Yo mas bien me refería a que puedes diseñar algunas técnicas con el mismo paraguas. Por ejemplo, lanzar el paraguas al cielo, y con ayuda de alguna técnica mantenerlo flotando en el aire. Cuando realizases algún otro gesto concreto, que el paraguas comenzase a girar y de éste salgan disparadas las agujas... Otro ejemplo sería lanzarlo hacia el oponente, y que cuando éste evada el paraguas, el mismo se detenga y escupa las agujas desde su espalda... a eso me refería con lo del paraguas con lanzador de agujas mezclado con tu elemento aire.
Para cuando dijo su verdadera opinión, porque mentir no se le daba demasiado bien, ya tenía en la cucharilla un gran trozo de flan con caramelo. No titubeo un solo segundo antes de tragarlo. Mogura a su vez mencionó que Katomi podía buscar algún arma o similar para ayudarse a escupir el fuego. Pero no estaba del todo conforme con ello la chica.
Terminó se saborear el dulce flan, y comenzó a gesticular con la cucharilla a modo de espada. —Si, estaría bien eso... pero no creo que me pudiese llegar a favorecer de nada de eso. En algún momento aprenderé a crear fuego desde las manos, y seguro que tarde o temprano no necesitaré arma alguna, porque las blandiré de puro fuego... al menos eso espero.
Tampoco se alejaba demasiado de la realidad, por su sangre corría el mayor poder flamígero de todos los clanes shinobis, la sangre de los auténticos Sarutobi. Tarde o temprano su poder elemental sería comparable al de los mejores elementalistas del mundo. Algún día tendría poder suficiente para incinerar a la persona que mas odiaba en el mundo con una simple mirada. Al menos esa era su ilusión...
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El tono de las palabras de la kunoichi le dejarían en claro que tan interesante sería tener una espada oculta dentro de un paraguas, si incluso se ponía a hacer memoria recordaría que así fue como había peleado en una ocasión uno de sus personajes favoritos de Juego de Kages, poco antes de que lo mataran, eso ocurría bastante seguido con los personajes queridos. Todo el mundo esperaría que dentro de un paraguas uno tenga una espada o un cuchillo, era un chiste tan gastado que ya no daba risa.
La propuesta del abanico fue dejada de lado completamente por ambos rápidamente y se volvieron a tratar las diferentes ideas que tenían como protagonista principal al paraguas con lanzador de senbon. Una de esas ideas era mantener en el aire el objeto gracias a la intervención de una técnica Fuuton, de forma tal que con una seña u otro tipo de gesto se pudiese activar el lanzador de senbon y hacerle llover agujas en la cabeza a la gente.
Oh...
Mogura escuchaba con atención y descansando la pequeña cuchara sobre su labio interior, ciertamente parecía que la kunoichi no solo era una persona fuerte sino que también tenia creatividad para inventar armamento ninja. Otra idea planteada sería la de lanzar el paraguas hacía un objetivo y cuando este se quite del camino, detener el paraguas y activar el lanzador de senbon. Todas ideas muy buenas y sin duda alguna bastante prácticas.
Habría que conseguir un artesano que pueda crear un objeto como ese...
Pensaba mientras asentía a las palabras llenas de cosas creativas que estaban fascinando de cierta manera a Mogura.
Mientras estaba degustando su postre la muchacha le respondía la pregunta que había hecho, la kunoichi descartaba la idea de usar alguna clase de artefacto para sacarle algo mas de jugo con su elemento afín. Apuntaba alto, controlar el fuego de tal manera que pudiese llegar a blandirlo como si fuese una espada.
Fudō Myō-ō... lleva en una de sus manos una espada de fuego para cortarle la cabeza a los espíritus malignos...
En su rostro una ligera sonrisa se dibujó. Aquel comentario que se le escaparía de los labios podría venir al caso o no, pero el personaje que nombraba el muchacho de cabello azabache fue uno de los que había aparecido en el relato que le había contado a la chica de ojos rojos para intentar animarla un rato atrás en la cena.
¿Vas a robarle su espada cuando seas lo suficientemente fuerte?
Preguntó a modo de broma, tomando nuevamente una cucharada de su postre. Había que seguir aquella amena conversación que parecía darse de forma bastante fluida yendo de un tema a otro en casi nada de tiempo.
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19/07/2016, 22:56
(Última modificación: 19/07/2016, 22:56 por Aiko.)
La idea de la espada oculta fue descartada ipso facto, la verdad es que era una idea quizás demasiado anticuada, al menos así lo dio a entender la kunoichi. Mogura por su lado tampoco insistió en negar los hechos, no cabía duda de que era una idea bastante común, y eso le restaba factor sorpresa. Si lo que intentaba era tener un arma a la altura de dar un buen resultado, era hora de innovar, al menos un poco. Sobre el abanico ni se volvió a hablar, además de un arma demasiado difícil de enfocar al ataque, seguramente no tendría demasiados usos en el mismo combate.
La Sarutobi soltó las primeras ideas que tenía en mente acerca de lo de usar un paraguas en combate, mas que nada en el ámbito de realizar ataques que tomaran distraído al enemigo. Le soltó un par de esas ideas, las cuales mas o menos originales tenían un toque de innovación. Lamentablemente Mogura no parecía del todo interesado en éstas ideas, al menos no puso demasiado énfasis en mostrarlo con su respuesta. Un simple "oh" concluyó su argumento, lo cuál no era para nada la respuesta esperada por la kunoichi.
«No sé... a lo mejor no le gustó las ideas que le dí...»
Sin embargo, luchó por no mostrarle una mala cara. Continuó con la charla, así como con el flan, del cuál ya comenzaba a quedar poco. El estómago de la chica empezaba a tener ya poco espacio, pero ella lucharía hasta la muerte... Solo podía quedar uno en pié, la chica o el flan.
Para cuando la Sarutobi respondió que ella misma crearía sus armas forjadas en puro fuego, el genin le recordó un detalle que a lo mejor la chica había pasado por alto. El tipo del que había hablado en su micro relato, Fudō Myō-ō, portaba una espada de fuego con la cuál había combatido los espíritus malignos. Antes de que se diese cuenta, Mogura había lanzado la pregunta. ¿Tan creyente era como para pensar que podrían combatir dioses y demás? Obviamente parecía que si.
—No creo que sea necesario, yo misma crearé una espada del fuego del corazón de algún volcán... y será mas poderosa que la mas fuerte de las espadas.
Su respuesta pecaba capitalmente, pero también cabe pensar que todo es posible. Nada es imposible hasta que después de intentarlo ves que realmente lo es. Solo los perdedores desisten sin haberlo intentado con todas las fuerzas.
Con un par de cucharadas mas al flan, éste ya estaba tambaleándose en las últimas. Lamentablemente, la chica ya no podía mas con él. ¿Habría ganado la batalla ese flan? —Recuerdame para la próxima vez que pidamos un helado de camino en vez de pedir postre aquí... que voy a morir... jajajaja.— Hizo un inciso, proponiendo quizás una proxima cena. Aun así, dejó descansar un poco la cuchara sobre el plato en el que su flan parecía regocijarse. Quizás descansando un poco podría atacar de nuevo.
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Una espada forjada con el corazón de un volcán, la espada mas poderosa de todas. Sonaba como una hazaña digna de uno de los mejores herreros que podría llegar a figurar en las más increíbles de las historias. Con esa forma de contar lo que tenía pensado lograr, se había ganado un espectador que haría fila el tiempo necesario para comprar la entrada a presenciar tal espectáculo.
Yo sin duda alguna quiero ver eso, el primero de todos en verlo.
Dijo con una sonrisa totalmente sincera, le habrían faltado la gorra con el #1 y el guante de espuma con el indice en alto, pero bueno todo no se podía. Una espada fabricada con el corazón de fuego de un volcán era algo digno de ser presenciado, del lado correcto del filo claro está. La curiosidad de Mogura empezaba a llenar los espacios en blanco sobre las limitaciones y los alcances que podría llegar a tener un sable así.
Podría pensar en varias cosas que se podrían hacer con una espada de fuego puro pero como la artesana de tal objeto... ¿qué tienes en mente?
Consultó a la muchacha reafirmando su interés por la idea. Preguntarle era una forma mas sensata de saciar su curiosidad, una opción a irse por las ramas pensando en cosas que quizás no eran como las había imaginado. La kunoichi parecía ser una chica que sabía lo que quería, posiblemente también era igual con sus creaciones.
Jajaja... Ánimo Katomin, no es un oponente cualquiera al que te estas enfrentando, es un poderoso flan con nata y caramelo.
Y de tamaño familiar, o lo que en otro lugar podría considerarse tamaño familiar. Su torta de frutilla podría decirse que iba a unas cucharadas de distancia del de su compañera pero por el ritmo que llevaba parecía que ambos iban a terminar de comer juntos, si es que no se llenaban antes.
Aunque sino... podríamos pedir que lo envuelvan y lo terminamos en otro momento...
Su cuchara tocó el borde del plato, como un soldado que se apoya contra su lanza clavada en el piso, exhausto del largo combate. Mogura plantearía una alternativa a la batalla sin final, una retirada estratégica para reagruparse y volver con mas poder. ¿La capitana Sarutobi tomaría esa posibilidad en cuenta o ya habría decidido dejar todo en el campo de batalla?
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La chica tuvo que pactar una tregua con su implacable enemigo, a mucho pesar. El flan no desistía en su resistencia, y por mucho que digan de que la mejor defensa es un buen ataque; al maldito flan no le hacía falta ni moverse, era estoico en el máximo esplendor de la palabra. No cedía ni un solo paso, se mantenía firme e impasible ante todo ataque, una auténtica bestia. Por suerte o desgracia, no era un auténtico rival, por mucho que la narración fantasee.
Mogura por su parte animó las fantasías de la kunoichi. Forjar una espada del corazón de un volcán no le pareció una tontería de niveles catastróficos, si no mas bien lo contrario. Afirmaba que quería ser testigo de tan atroz proeza, que sería el primero en ver dicha hazaña. Sin embargo, eso no dio lugar mas que a dudas. ¿Qué haría con ese poder en mano?
Quizás eso era algo que llevaba tiempo pensando. Si llegaba a conseguir semejante acción, alcanzar semejante poder, sin duda lo descargaría todo sobre la cabeza de una única persona. Bueno, sobre su cabeza, la de sus súbditos, la de su santísima madre, y hasta la de sus malditos perros, si es que tenía claro...
La chica se encogió de hombros, y dejó caer un suspiro. —Evidentemente, el primero en probar ese poder desatado será mi padrastro... de un tajo le romperé la crisma a él y a todos sus antepasados.
Quizás se podía ser mas brusca, pero no mas clara. Ni un maldito vaso de agua podía ser mas claro que las palabras de la kunoichi. Aunque inconscientemente había soltado el parentesco de aquella persona a la que tanto odiaba. ¿Lo había hecho antes? En fin, tampoco importaba mucho. Tarde o temprano llegaría a saberlo, los anhelos del corazón solían escaparse de sus labios con demasiada facilidad.
Para cuando se quiso dar cuenta, Mogura había caido en cuenta de que no había podido la chica contra su oponente. Incluso llegó a ofrecer la opción de envolver para llevar el postre. Sin duda, no sabía con quién hablaba.
—Jamás me rendiré!— Bramó no demasiado alto mientras que rápidamente había tomado la cuchara y la había alzado como si de una espada legendaria se tratase. Le faltó poco para poner incluso una sandalia sobre la mesa, sin embargo llegó a controlarse. Sus ojos desprendían fuego, sin duda estaba decidida a cumplir en la batalla, por duro que fuese el rival.
Sin demora, lanzó la primera estocada tras la corta tregua. Se habían acabado las mediaciones y miramientos, era hora de acabar con la guerra, y no pensaba marcharse sin una victoria.
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Habría sido necesario casi 8 paginas completas para que la muchacha bajara la guardia y revelara aquella incógnita que le había plantado en la cabeza al joven médico. Aunque solo era un dato mas y podrían quedar algunas lagunas en las que prefería no especular.
Podría haber hecho algún comentario o haber lanzado alguna pregunta sobre el tema, pero ella lo había dicho antes, estaba disfrutando de la cena y necesitaba tomarse un descanso de su rutina.
No me parece momento para indagar en este tema, no creo que sea un tema fácil de tocar...
Pensaba mientras asentía ligeramente con la cabeza y alzaba su única arma, aquella cucharita, y disfrutaba de la recompensa de disminuir la fuerza de choque de su enemigo, la torta de frutilla.
Mogura había dejado planteado frente a la kunoichi de ojos rojos dos opciones, seguir peleando y terminar de vencer a su flan con nata y caramelo, o dar la batalla por perdida y volver a su casa con el postre envuelto. Aprendería un poco mas sobre su compañera con su respuesta: "¡Jamas me rendiré!"
Confiaba en que la decisión de no indagar en sus temas familiares había sido acertada, el humor que estaba manejando incluso se le contagiaba al muchacho de cabello azabache. Desvió su mirada de los ojos de su compañera y se enfocó en su propio rival.
¡Así se habla!
Exclamó con energía pero con un volumen que no se escuchase tanto para evitar perturbar a los demás comensales con tanta locura juvenil. Los siguientes momentos serían algo silenciosos pero intensos, cucharada a cucharada, espadazo a espadazo y lanzazo a lanzazo se abriría paso entre las lineas de aquel enemigo y terminaría reclamando su territorio, vaciando el plato de toda fuerza hostil con sabor a frutilla.
...hm...
Se desprendió de su única pertenencia, la cual hizo un sonido metálico al tocar el material de cerámica del cual estaba hecho el plato. Se recostó en la silla de una forma bastante cómoda y finalmente sentenció.
Ha estado delicioso.
Dijo con una sonrisa en el rostro y cerrando los ojos un instante. No había sido fácil, pero lo había logrado.
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Por mucho que le picase la curiosidad, el gato no murió en ésta ocasión. Mogura se contuvo, y no picó con una pala y pico en el asunto, cosa de agradecer. Casi parecía haber aceptado que la chica no quería hablar del asunto, que no quería estropear la velada. Nada especial, solo quería que la rutina no la alcanzase de nuevo, quería un respiro... un poco de relax.
Ante las esperanzas de Katomi por ganar la guerra que mantenía con su plato, el chico actuó de igual manera. Ambos comenzaron a jalar como cosacos, manteniendo incluso un rudo silencio. Pero ante la sanguinolenta batalla solo quedaron dos vencedores. Los malnacidos pero deliciosos postres habían perdido la guerra. No estábamos hablando ya de la batalla, ya todo había quedado resuelto. No había mas enemigo en pie, solo restos de lo que antes había sido un temible rival.
Mogura terminó casi muerto en guerra. Se dejó caer sobre el respaldo de la silla, y mantuvo una delgada disputa entre la vida y la muerte. Eso si, no demoró en afirmar que la batalla había merecido la pena; aquél postre había estado delicioso.
—En mi vida había sentido que el hueco extra para postres llegaba al límite... desde luego el flan era enorme... jajaja.— En la otra esquina del cuadrilátero, la chica reposaba de igual manera a su compañero.
Su cuchara tropezó varias veces con el fondo del plato cuando la chica la dejó caer. El sonido metálico golpeando la cerámica fue casi a la par, como un anuncio a los cuatro vientos de que ambos habían ganado. Ahora solo quedaba pedir la cuenta y acompañar a su nuevo amigo hasta la tienda de paraguas, y lamentablemente obviar este preciado tiempo que se había tomado de descanso.
La chica de orbes rojos dejó caer un suspiro. Estaba satisfecha y llena, había comido como una osa madre. —¿Pedimos la cuenta?— Preguntó a Mogura mientras intentaba localizar con la mirada a la camarera que les había atendido.
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El conflicto había concluido, ahora que las tropas del médico se habían hecho las vencedoras en aquella batalla poco mas quedaba por hacer. Eventualmente se formaría una especie de comité y se debatirían los términos de rendición y demás, se intentaría lograr que la torta de frutilla pagara las indemnizaciones correspondientes y probablemente también las que no les correspondían.
Pero no era una batalla real, era un postre, y el postre no tiene dinero sino todo lo contrario.
No me molestaría que esta silla tuviese rueditas ahora mismo, podría llegar a casa sin tener que levantarme.
Comentó dejando que el akimichi que tenía dentro suyo tomara la palabra. Tras soltar algunas frases ocurrentes dentro de aquel contexto, llegaría el momento de hacer el cambio de ciclo, una vez finalizada la batalla contra los postres había que sacar las billeteras y poner los billetines sobre la mesa.
Pidamos la cuenta.
Contestó Mogura a su compañera de comida de ojos rojos, a la vez, asentía con su cabeza ligeramente. Necesitaba descansar un par de segundos mas si quería salir a la calle en busca de su paraguas, recomendaciones de un médico y cosas del estilo.
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Para cuando ambos reposaban la comida, y sendos shinobis meditaban sobre cómo empezar a movilizarse, Mogura sugirió que la opción mas viable sería que la silla tuviese ruedas. La verdad, no sonaba tan ridículo, casi parecía haberle leído la mente al mencionar que no iba ni a poder moverse para llegar a casa. Un mecánico hubiese venido de fábula en esos momentos, mas aún uno especializado en vehículos de autopropulsión. Obviamente que tuviese ruedas no era el único deseo, había de moverse sola la silla.
Katomi preguntó si era momento de solicitar la cuenta, y el chico no tardó en dar el visto bueno. Para entonces la chica ya había localizado a la camarera, cuya atención llamó alzando la mano. La chica, que no carecía de atención sobre los comensales, no tardó ni dos segundos en darse cuenta de que la requerían en la mesa. De inmediato se acercó hasta los genin. —¿Desean algo mas?
—Si, ¿podría traernos la cuenta, por favor?— Respondió de inmediato la de orbes color carmesí.
—Claro, en seguida les traigo la cuenta.
La camarera se puso manos a la obra, sin tomar descanso alguno se dirigió hacia la barra principal, donde seguramente solicitó a la encargada de la caja la cuenta de la mesa. Entre tanto, la peliblanco había aprovechado para sacar de su bolsillo un monedero de goma color verde. Éste monedero tenía las características faciales de una rana, aunque tenía una clara caracterización chibi de el mencionado animal; sus ojos eran enormes, y tenía unas mejillas sonrosadas, así como una boca minúscula.
Apenas pasado un par de minutos, la tendera regresó con un plato de metal sobre el que se hallaba pinzado un papel; la cuenta. —Espero que todo haya sido de vuestro agrado.
La peliblanco tomó la iniciativa, acercándose el plato levemente par ver el presupuesto total. La cantidad de dinero que les era requerida por semejante banquete era de risa. Sin demora, buscó en el monedero unas cuantas monedas, lo que mas o menos equivaldría a la mitad del precio total.
—Ni se te ocurra intentar invitarme...— Advirtió la chica, solo por si acaso. Continuó entonces recontando las monedas, haciendo quizás tiempo para que su compañero de mesa viese también lo que le correspondía pagar.
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La mesera había sido convocada a la mesa por la kunoichi de pelo blanco, y siguiendo la linea de buen servicio que había estado marcando actuó de forma rápida y precisa respondiendo tanto al llamado como al pedido. La platina tenía un papel encima, la cuenta.
¿Será mucho lo que hay que pagar?
Pensaba mientras miraba a la kunoichi tomar su monedero y una sonrisa se le marcaba ligeramente en el rostro, era un monedero bastante simpático sin duda alguna. Por su parte, Mogura llevó una mano hasta uno de los espacios del kit médico, de ahí tomo una billetera de cuero bastante mas simple, regalo de su abuelo de hacía unos años atrás.
Katomi fue la primera en ver el monto a pagar, seguidamente depositaría unas monedas que juzgando por sus palabras siguientes serían mas o menos la parte que le correspondía. El joven Manase se llevó una mano al pecho e hizo un gesto como si le faltará el aliento, como si estuviese indignado.
Me quitaste las palabras de la boca...
Claramente lo decía en broma, sonrió tras decir sus palabras. Lo cierto era que tenía dinero suficiente como para pagar toda la comida él solo... e incluso podría ir a tomar un café después, cosas que pueden pasar cuando eres nieto de una pareja de médicos que han dedicado mucho tiempo a trabajar y acopiar moneditas de oro.
Observó el número de la cuenta y colocó unos billetes sobre la platina, básicamente era una cantidad similar a la de la kunoichi solo que pesaba menos. De paso, dejó un billete más pero sobre la mesa, a modo de propina.
¿Podría pedirle que me alcance mi abrigo?
Seguramente esa sería la última molestia que le causaría a la mesera, al menos por ese día. No iban a pasar mucho más tiempo en el restaurante y ya con eso se aseguraría de dejar tranquila a la mujer para que pudiese atender a los demás comensales.
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