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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
Nuevamente, no había ninguna duda. Los dos muchachos adoptaron enseguida sus posiciones: Daruu junto a una cortina sobre el escenario, Ayame justo debajo de la ventana que quedaba en el lateral de la sala.

Todo comenzó enseguida. Las puertas del salón de actos se abrieron, y Ayame se aseguró la bandana sobre la frente en un gesto inconsciente y nervioso. Sin embargo, se relajó un tanto al distinguir unas voces agudas y emocionadas. Voces propias de niños pequeños, seguramente estudiantes de primer año.

«No habrá nadie conocido.» Suspiró, y se permitió el lujo de esbozar una sonrisa cuando un par de chiquillos se le quedó mirando y la saludaron con sus manitas. Había sido una estúpida al sentir aquel miedo. De hecho, sólo podrían reconocerla algunos profesores y algún estudiante que no consiguiera pasar el examen de graduación a genin. ¿Lo habría hecho Taishi...?

Un seco carraspeo la sacó de sus ensimismamiento, y Ayame se obligó a sí misma a concentrar la mirada en la pantalla para apartar cualquier pensamiento relacionado con Taishi y lo que pudiera haber sido de él. Sin embargo, no había olvidado su papel, por lo que de vez en cuando echaba breves y pequeñas ojeadas al grupo de niños que no terminaban de callarse pese al encomiable esfuerzo de sus profesores. Aquello no le haría ninguna gracia a su padre, y Ayame no pudo evitar reírse para sus adentros al comprobar que el médico, terriblemente impaciente, carraspeaba nuevamente y fulminaba con sus ojos de rapaz a todos y cada uno de los niños que osaba abrir siquiera la boca. Y sólo cuando el salón de actos consiguió sumirse en un silencio que debió considerar como suficiente, Zetsuo se aclaró la garganta por última vez antes de empezar:

—Bien, como sabéis, la semana que viene empieza una campaña de vacunación muy importante, de modo que he venido a daros información sobre cómo las vacunas son útiles para protegeros a vosotros y a toda la sociedad contra todo tipo de enfermedades. Veréis...

La pantalla se iluminó con un único letrero: "Introducción".

—Me llamo Aotsuki Zetsuo, y soy el director de uno de los hospitales más importantes de Amegakure. Estos chicos que me acompañan son genins graduados de pleno derecho, y están aquí para ayudarme —Ayame se removió en su sitio, algo inquieta, cuando varias cabecitas se giraron para mirarla—. Todos hemos pasado por vacunaciones, tanto yo como ellos, aunque ellos, para su suerte, no han tenido que sufrir y ver brotes de enfermedades que están erradicadas gracias a las vacunas. Si yo os contara la de gente que ha muerto en mi hospital, o ahí fuera, mientras yo estaba a cargo del equipo médico en misiones...

«Uh... Eso, más que calmarlos, les habrá asustado aún más...» Gimió para sí. Y, tal y como esperaba, por el rabillo del ojo vio varias carillas inocentes descompuestas por el más absoluto terror.

—Hanaiko, pasa la diapositiva.

—¿Uh?

Algo raro estaba pasando. Zetsuo se había girado hacia un desesperado Daruu, que no hacía más que apretar sin control los botones del mando tratando de obedecer la orden dada.

—Eso intento, mire.

—Joder, ¡que le des al puto botón!

—¡No va!

—¡¡QUE LE DES AL PUTO BOTÓN!! ¡¡DALE MÁS FUERTE, QUE ERES UN BLANDENGUE!!

—¡¡¡QUE NO VA!!!

—Oh, oh... —gimió Ayame, mordiéndose el labio inferior.

El proyector comenzó a emitir un desagradable zumbido, y las diapositivas pasaron en la pantalla a toda velocidad hasta terminar en el final de la presentación.

—¡¡¡¡¡BIEEEEEEEEEEN!!!!!

El discurso había terminado para los niños, y estos no dudaron en incorporarse de sus asientos y dirigirse como una estampida hacia la puerta. Los profesores consiguieron retener a tiempo a la mayoría de ellos, pero otros tantos llegaron hasta la posición de una asustada Ayame que no sabía muy bien cómo actuar.

—¡EH! ¡NI SE OS OCURRA, MOCOSOS! ¡¡DARÉ ESTA CHARLA CON MÁQUINA DE MIERDA O SIN MÁQUINA DE MIERDA!!

El grito de su padre la despertó. No podía fallar en su misión de una manera tan estúpida. No ante una bandada de críos. Rápida como una centella, bloqueó la salida posicionándose en frente de las puertas y las manos entrelazadas en señal de amenaza.

—¡Ya lo habéis oído! ¡Zetsuo...-sama aún no ha terminado su presentación! ¡Volved a vuestros asientos ahora mismo!

En realidad, no tenía ninguna intención de utilizar ninguna técnica ninja. Tan solo estaba jugando con la ingenuidad de los niños y su facilidad para sorprenderse ante una kunoichi ya graduada para tratar de intimidarlos...
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#17
Curioso. A pesar de la casi insignificante presencia de Ayame hacia otros ninjas, los niños parecieron intimidarse ante la presencia de aquella bandana, de aquella bolsa de armas. Era una mezcla entre miedo y admiración.

Sus profesores no surgían efecto, claro. Eran ninjas, más fuertes que Ayame, sí, pero eran ninjas conocidos. Se veían todos los días y se sentían confiados con ellos. Sin embargo, con ella no. Por supuesto, eso no significa que Ayame hubiese convencido a nadie de no salir. Tan sólo sentían reparos hacia avanzar más allá de un metro de ella.

—¡Mirad, como baje de esta tarima os voy a dar una ostia a todos y cada uno de vosotros, y vuestros senseis no van a poder evitarlo! —vociferó Zetsuo, y su voz sonó más autoritaria de lo normal. Los niños, uno a uno, fueron entrando en razón, agachando la cabeza y dirigiéndose a sus puestos. Zetsuo no continuó la frase, que por supuesto era "y si lo intentan se la voy a dar a ellos también".

Entre tanto, Daruu se había acercado a la máquina de las presentaciones y la observaba con curiosidad, acariciándose la barbilla.

—Anda, déjala, Hanaiko.

Le dio una patada, a ver si respondía.

—Sí, a patadas la vas a arreglar, no te jode.

La máquina emitió un pequeño chisporroteo y el proyector se encendió. Daruu sonrió y se encogió de hombros. Luego, procedió a retroceder por las diapositivas, una a una, hasta quedar de nuevo por la que debería haber tocado antes del accidente.

Zetsuo refunfuñó algo mientras le echaba una mirada asesina a Daruu de reojo y se aclaró la voz.

—Bien, como iba diciendo...


—¡No a las vacunas! AN-TI-NA-TU-RAL. ¡No a las vacunas! CAUSAN EN-FER-ME-DAD.

Un hombre apartó a Ayame de un empujón, y una turba descontrolada de manifestantes entraron a la sala con una pancarta.

—¡¡¡¡Niños, no os dejéis engañar!!!! ¡¡¡¡Las vacunas producen autismo, y cáncer!!!! —vociferó el portavoz, que había empujado a Ayame: un hombre pelirrojo de al menos un metro ochenta.
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#18
La verdad era que Ayame no había esperado que los niños se detuvieran ante su orden. De hecho, su mente había comenzado a funcionar a toda velocidad desde el mismo momento en el que había decidido moverse para decidir qué debía hacer en caso de que los chiquillos hicieran caso omiso a sus palabras... Pero, por fortuna, parecía que no iba a ser necesario. Los niños se habían detenido en seco, todos ellos con sus ojillos fijos en la bandana de metal que la kunoichi lucía en la frente con orgullo.

—¡Mirad, como baje de esta tarima os voy a dar una hostia a todos y cada uno de vosotros, y vuestros senseis no van a poder evitarlo! —El bramido de Zetsuo desde la tarima la sobresaltó incluso a ella, y los niños, obedientes y temerosos, no tardaron en volver a sus respectivos asientos.

Ayame, más relajada después de que el primer problema se solucionada, dejó escapar un suspiro de alivio.

Mientras tanto, Daruu y su padre seguían luchando contra el proyector. O eso era lo que parecía, porque su compañero de misión le había asestado una patada a la máquina. Como si aquello fuera a hacerla funcionar.

Para su completa estupefacción, lo hizo.

El proyector emitió un zumbido apenas perceptible, y la pared volvió a inundarse de las diapositivas de la presentación que había preparado el médico, que había comenzado a farfullar algo por lo bajini. Seguramente, todo tipo de maldiciones dirigidas hacia Daruu.

—Bien, como iba diciendo...

—¡No a las vacunas! AN-TI-NA-TU-RAL. ¡No a las vacunas! CAUSAN EN-FER-ME-DAD.

Ayame ni siquiera lo vio venir. Un súbito empujón la había desplazado contra la pared opuesta mientras un pelotón de gente irrumpía en el salón de actos entre gritos sincronizados, con una pancarta que rezaba lo mismo que ellos cantaban.

—¡¡¡¡Niños, no os dejéis engañar!!!! ¡¡¡¡Las vacunas producen autismo, y cáncer!!!! —el que había hablado era el que se encontraba al frente de la pandilla. Un hombre bastante alto y de cabellos rojos como la sangre.

—¿Pero qué tonterías estáis diciendo? —masculló una dolorida Ayame. Miraba de manera alternativa a Zetsuo y a los manifestantes mientras se reincorporaba frotándose un brazo.

Pero Zetsuo se había cruzado de brazos y se limitó a alzar una mano pidiendo silencio. Sus ojos entrecerrados despedían un peligro que Ayame había visto pocas veces. El médico levantó el dedo índice.

—Lo primero de todo: lo de que las vacunas causan autismo y cáncer es una gilipollez tan brillante como tu color de pelo. Aún me sigo preguntando de dónde cojones habéis sacado esa conclusión. —Zetsuo alzó la barbilla, mirando a la turba desde lo alto de la tarima. Acompañando al dedo índice, levantó el corazón—. Segundo... Si no fuera por las vacunas, la mitad de los niños de esta sala no estaría aquí ahora mismo. —Tras aquellas palabras, el médico frunció aún más el ceño y bajó la cabeza. Su voz se convirtió en el peligroso siseo de una serpiente a punto de atacar—: Me importa una mierda la filosofía de vida que llevéis. Podéis iros al infierno con ella, si es lo que tanto deseáis. Pero no os conformáis con poneros a vosotros en peligro, no. ¡Arriesgáis las vidas de vuestros hijos y de todos los niños que los rodean con todas esas gilipolleces! ¡Marcháos de aquí! ¡AHORA!
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#19
—Lo primerro de todo: lo de que las vacunas causan autismo y cáncer es una gilipollez tan brillante como tu color de pelo. Aún me sigo preguntando de dónde cojones habéis sacado esa conclusión. Segundo... Si no fuera por las vacunas, la mitad de los niños de esta sala no estaría aquí ahora mismo. Me importa una mierda la filosofía de vida que llevéis. Podéis iros al infierno con ella, si es lo que tanto deseáis. Pero no os conformáis con poneros a vosotros en peligro, no. ¡Arriesgáis las vidas de...

—¡No a las vacunas! AN-TI-NA-TU-RAL. ¡No a las vacunas! CAUSAN EN-FER-ME-DAD.

Los gritos de los manifestantes ahogaron la peligrosa advertencia de Zetsuo como la ola que se lleva a un soldado totalmente equipado a punto de asestar el golpe de gracia a un prisionero. Comenzaron a avanzar por el salón de actos agitando sus pancartas y empujando a los niños y a los senseis, que intentaban, en vano, parar a la muchedumbre sin causar daños civiles.

—Deberíamos parar esto —dijo Daruu, que se adelantó y comenzó una serie de sellos probablemente imprudentes.

Zetsuo debió pensar lo mismo, porque extendió el brazo enseñándole la palma y le hizo parar antes de que fuese demasiado tarde. Él, después, hizo lo propio y formuló unos cuantos sellos. El resultado, la nada.

El silencio.

Un lecho de plumas había caído sobre los asientos, y tanto los niños como los manifestantes se habían quedado profundamente dormidos. Todos, excepto los profesores, y probablemente Ayame, si es que detectaba la ilusión de su padre a tiempo. Era una ilusión banal, poco compleja, lo suficientemente feble, pero incomprensible para unos paletos que no sabían siquiera que las vacunas eran perfectamente seguras y estaban probadas. Daruu, con la boca abierta, dio un tímido aplauso, hasta que Zetsuo le fulminó con la mirada y le hizo toser, apartar la mirada y sonrojarse avergonzado.

—Venga, ¡lleváos a estos gilipollas! Yo me ocupo de dar la charla —apremió, y los profesores, azorados, evacuaron a los manifestantes con la ayuda de unos cuantos chunin más que vinieron al escuchar el alboroto.

Cuando todo había pasado, Zetsuo deshizo el jutsu. Morfeo todavía bailaba sobre las cabezas de aquellos chicos, que confusos, se preguntaban qué había pasado.

—Como he dicho antes, si no fuese por las vacunas ahora estaríais muertos. Quizás la mitad de vosotros. Y de esa mitad, otra mitad no habríais ni nacido, porque vuestros padres estaban muertos. Así que no me toquéis los cojones y escuchad lo que tengo que decir.

«Este tío da... miedo.»

Daruu obedeció las señales de Zetsuo mientras concluía la charla. Por suerte para Ayame y para él, ni el proyector se atascó en más ocasiones ni les interrumpieron con más monsergas.
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#20
—¡No a las vacunas! AN-TI-NA-TU-RAL. ¡No a las vacunas! CAUSAN EN-FER-ME-DAD.


Nada. Las intimidatorias palabras de Zetsuo no servían de nada. La multitud seguía gritando y agitando sus pancartas en contra de las vacunas y habían comenzado a invadir el salón de actos y a empujar a niños y senseis en su afán por llegar hasta el estrado, y Ayame volvió a removerse en el sitio cuando vio a su padre entornar los ojos en un gesto peligroso. Tenía que hacer algo. ¿Pero qué podía hacer alguien como ella, una genin prácticamente recién graduada de la academia, frente a tanta gente enaltecida? Por el rabillo del ojo vio que Daruu se adelantaba, con las manos entrelazadas listo para realizar alguna técnica, y maldijo su propia cobardía para sus adentros. Sin embargo, Zetsuo le cortó el paso con el brazo y a Ayame se le encogió el estómago cuando le vio a él juntar las manos en el sello del tigre.

«¿Qué hace? ¿Va a atacarles?»

La propia multitud ahogó una exclamación. Pero no ocurrió nada. Absolutamente nada. El silencio inundó el salón de actos como una densa y espesa niebla. Niños, profesores, manifestantes... todos habían enmudecido repentinamente. Y entonces la vio. Una pluma caía desde el cielo con su baile errático e hipnótico. Y a ella se le sumaron muchas más. Y en cuestión de segundos el aire se había llenado de plumas que se balanceaban a derecha e izquierda... derecha e izquierda... Ayame dio una cabezada, pero casi inmediatamente volvió a levantarla con una sacudida. No se había dado cuenta hasta entonces, pero los párpados le pesaban una tonelada y tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no cerrar los ojos. Y sabía que si lo hacía, terminaría profundamente dormida.

«¿Qué ocurre...?» Algunas personas a su alrededor se desplomaron. Y pronto lo entendió. Y aunque era arriesgado, supo que tenía que actuar rápido antes de caer en las garras de Morfeo.

Reprimiendo un bostezo, Ayame juntó las manos en el sello del carnero. Interrumpió momentáneamente el flujo de su propio chakra y apenas un instante después volvió a activarlo súbitamente.

—K... ¡Kai! —exclamó, con un hilo de voz, y la nube de plumas se dispersó a su alrededor. Ayame jadeó, aliviada, y aunque aún se sentía algo somnolienta, no pudo evitar dirigir una mirada cargada de orgullo hacia su propio padre. Nunca. Jamás había conseguido disolver una ilusión suya.

Todas las demás personas en la sala, a excepción de los profesores que también habían sabido ver el Genjutsu a tiempo, dormían ahora a pierna suelta. Y los gritos de protesta se habían transformado en algún que otro ronquido.

—Venga, ¡lleváos a estos gilipollas! Yo me ocupo de dar la charla —ordenó Zetsuo, y los profesores no tardaron en cumplir con ayuda de algún que otro ninja de rango medio que se había acercado al escuchar el alboroto.

Los niños se despertaron en cuanto el médico deshizo la ilusión, y aún entre confusas preguntas sobre lo que había pasado y con la niebla del sueño aún rondando sus infantiles mentes, se vieron obligados a atender a las palabras de Zetsuo, que había decidido seguir con la charla.

—Como he dicho antes, si no fuese por las vacunas ahora estaríais muertos. Quizás la mitad de vosotros. Y de esa mitad, otra mitad no habríais ni nacido, porque vuestros padres estaban muertos. Así que no me toquéis los cojones y escuchad lo que tengo que decir.

El resto del discurso transcurrió sin más problemas. Ayame, desde su puesto, aún bostezaba de vez en cuando y se frotaba los ojos con gesto cansado. Y, cuando al fin llegó de verdad la diapositiva final, fueron los profesores los que prorrumpieron en aplausos mientras los chiquillos se miraban los unos a los otros, acobardados e inseguros.

—Ayame, cierra la puerta y asegúrala.

—¿Qu...? ¡Sí! —la súbita orden había conseguido sobresaltarla, pero no necesitó más que unas centésimas de segundo para despejarse y obedecer.

Los niños volvían a murmurar, preguntándose qué iba a pasar ahora. Y uno de los profesores tuvo que calmar a alguno que ellos, que se había echado a llorar sin remedio.

—Hanaiko, trae la carretilla que hay tras esa puerta —le indicó, señalando una puerta entreabierta que había en un lateral del estrado.

Si Daruu obedecía, abriría una chirriante puerta de madera y se encontraría en una nueva sala sumida entre las sombras. Sin embargo, entre el batiburrillo de objetos indistinguibles, junto a una de las paredes se apreciaba la silueta de una especie de carretilla metálica tapada con una lona...
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#21
Cuando llegó la diapositiva final, los profesores prorrimpieron en un fuerte aplauso. Los niños, aún aturdidos por el Genjutsu que Zetsuo había ejecutado para salvar la situación, daban cabezadas o miraban alrededor tratando de asimilar lo que había pasado hacía aproximadamente unos diez minutos.

—Ayame, cierra la puerta y asegúrala —Intervino Zetsuo, de pronto.

«¿Qué?»

La sala entera pareció tener la misma duda que Daruu, porque pronto una fina sábana de murmullos cubrió el silencio. Daruu entendió lo que estaba ocurriendo cuando uno de los niños se puso a llorar, y cuando Zetsuo le dijo, señalando a una puerta entreabierta en un lateral del estrado:

—Hanaiko, trae la carretilla que hay tras esa puerta.

Daruu asintió y tragó saliva, nervioso sin saber muy bien por qué. Se acercó a la puerta, que gruñó con un ruido chirriante en cuanto puso la mano en el pomo. Se adentró en una sala oscura, llena de todo tipo de trastos por aquí y por allá. Pero sí encontró la carretilla a la que se refería Zetsuo, tapada con una lona que se le antojó siniestra.

«Ya verás, la de chillidos de niño que vamos a tener que soportar», pensó, al tiempo que aparecía de nuevo en el estrado empujando la carretilla. «Bueno, mira el lado bueno. Al menos no soy yo a quien van a pinchar hoy.»
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#22
Un ligero traqueteo precedió al regreso de Daruu. Arrastraba consigo una carretilla de metal cubierta por una lona impecable y blanca, y los murmullos de los niños aumentaron en volumen al verlo.

—Shhhh... Tranquilos, tranquilos todos —Ayame escuchó a una de los sensei tratando de calmar al grupo de chiquillos más pequeños de todo el salón de actos, y un escalofrío sacudió su espalda sin saber muy bien por qué.

Y entonces oyó que alguien le chistaba.

—Chica... por favor, déjanos salir... —era una niña, de cabellos rubios recogidos en dos coletas y brillantes ojos verdes.

—Lo siento, no puedo...

—Pero me hago pis...

Ayame torció el gesto, y cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra, insegura. Estaba a punto de responder cuando la voz de Zetsuo resonó por toda la sala y la puso rígida como una tabla.

—¡SILENCIO! —bramó. Y todos se callaron al instante. Entonces se aclaró la garganta e invitó a Daruu a que se acercara a él—. No os he traído aquí sólo para que escuchárais la charla sobre las vacunas. Lo cierto es que la campaña comienza hoy mismo —soltó, sin ningún tipo de anestesia, y al retirar la lona dejó a la vista una ingente cantidad de jeringuillas, botes y, sobre todo, agujas. Muchas agujas. De todo tipo y tamaño.

—¡Pero nos dijeron que era la semana que viene! —replicó un chico de los cursos más superiores.

—Necesitábamos asegurarnos de que estaríais todos reunidos y que ninguno intentaría escaquearse —respondió, encogiéndose ligeramente de hombros—. ¡Si aspiráis a convertiros en verdaderos ninjas no os deberían dar miedo unas simples agujitas de mierda! Pero, si tanto miedo tenéis, no tengo ningún inconveniente en haceros una demostración con un voluntario.

Un denso silencio cubrió el salón mientras Zetsuo tomaba una jeringuilla, le colocaba una aguja estéril en su extremo y tomaba una pequeña cantidad de un líquido transparente que contenía uno de los botes. Parecía estar aguardando a que algún valiente levantara la mano, pero era más que evidente que nadie iba a hacerlo. Ni siquiera Ayame, que, apoyada contra la puerta que debía proteger, se había quedado lívida como la cera.

—Hanaiko, tu brazo.
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#23
Y evidentemente, nada más salir de nuevo a la luz de los focos el pánico empezó a inundar gradualmente la sala. Los senseis se afanaban por controlar a unos críos que lo único que serían era salir de allí lo más rápido posible. A Daruu le pareció ver, de reojo, cómo Ayame intentaba dialogar con una niñita rubia a la salida del salón de actos.

—¡SILENCIO! —bramó Zetsuo, y esta vez todos le obedecieron de inmediato. Daruu no supo decir si fue por una ilusión, como antes, o por el temor que el hombre ya inspiraba a los infantes—. No os he traído aquí sólo para que escuchárais la charla sobre las vacunas. Lo cierto es que la campaña comienza hoy mismo.

«Ay, pobres chavales. Recuerdo lo poco que me gustaban las agujas. No duele, pero menudos mareos que me cogía. No me gustaría estar en sus carnes hoy».

—¡Pero nos dijeron que era la semana que viene! —replicó un chico de los cursos más superiores.

«Sí sí, pues te vas a cagar, chaval, jeje».

—Necesitábamos asegurarnos de que estaríais todos reunidos y que ninguno intentaría escaquearse. ¡Si aspiráis a convertiros en verdaderos ninjas no os deberían dar miedo unas simples agujitas de mierda! Pero, si tanto miedo tenéis, no tengo ningún inconveniente en haceros una demostración con un voluntario.

«Es verdad, si a la hora de la verdad nos cortamos con kunais y shurikens y todo. ¿Por qué me marean las agujas? No tiene sentido...»

Daruu suspiró y se apoyó en uno de los brazos metálicos del carrito mientras Zetsuo preparaba todo el material y esperaba a que algún voluntario subiera al escenario. Entonces... Entonces...

Apareció una sospecha que iba creciendo a medida que el silencio y la ausencia de voluntarios caían como una losa sobre él. Se reincorporó, miró a Zetsuo, luego a Ayame, luego a la punta de la aguja. Y a la punta de la aguja. Y a la punt... de la ag... uja.

Daruu se reincorporó, con los ojos todavía fijos en el puntiagudo extremo del instrumento y abiertos como platos. Estaba mucho más pálido de lo habitual y había perdido el color de los labios.

—Hanaiko, tu brazo.

—Hanaiko, tu brazo.

—Haaaanaaaaaaiiiiiikoooooo, tuuuuu braaaaazooooo.

—Haaaaa... koooooo..., braaaaa... zooooo...

—Ay madre que me la peg...

PLOM.
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#24
Todo ocurrió en cuestión de segundos. El rostro de Daruu pasó de un saludable color melocotón a un pálido aún más níveo que Kōri.

—Ay madre que me la peg...

—¡Cuid...! —exclamó Ayame, al ver que las piernas de su compañero temblaban peligrosamente.

Pero ni siquiera Zetsuo fue capaz de reaccionar a tiempo antes de que el chico se desplomara sobre el suelo de la tarima como un títere al que hubieran cortado las cuerdas.

—Maldito enclenque, debilucho, cobarde... —suspiró, con desesperación contenida. Todo se torcía y se complicaba. La escena del desmayo de Daruu sólo había propiciado que los chiquillos volvieran a murmurar entre sí, cada vez más y más temerosos. Si aquello seguía así, sería imposible hacer que se vacunaran por su propia voluntad. Y sería aún más terrible obligarlos por la fuerza—. ¡Ayame!

Ella se encogió sobre sí misma con una exclamación ahogada, como si la hubiesen golpeado con un pesado mazo en la cabeza.

«¡Jolines! ¿Por qué te has tenido que desmayar y dejarme sola con esto...?» Desde el mismo momento en el que Daruu había caído sabía que ella sería la siguiente. Ni siquiera hacía falta que Zetsuo se lo ordenase con palabras, aquellos afilados de rapaz que la taladraban hablaban por sí solos.

—P... ¡Pero yo ya estoy vacunada! Tú mismo... lo hiciste...

—Lo sé. Pero lo que te voy a inyectar no es una vacuna de verdad, sólo es suero fisiológico —explicó, levantando uno de los tarros más pequeños que contenían un líquido transparente como el agua. Ayame tragó saliva de sólo verlo y Zetsuo arqueó una ceja—. ¿Es que tú también le tienes miedo a una agujita de nada?

«Un Hōzuki no sangra... Un Hōzuki...» Pensó, con los puños apretados a ambos lados de los costados. Y, como si le hubiese leído la mente, Zetsuo entornó los ojos en un gesto peligroso.

—Ayame, ven aquí.

Ayame chasqueó la lengua, cerró los ojos un último instante bajo la atenta mirada de decenas de niños que la observaban con los ojos abiertos como platos y, finalmente, se dirigió con pasos lentos y pesados hacia la tarima en la que se encontraba su padre. En ningún momento volvió a mirarle de manera directa, se limitó a arremangarse el brazo izquierdo y después se dejó hacer con resignación. Zetsuo le agarró el brazo con una delicadeza casi impropia de él, le pasó un algodón empapado en alcohol por la zona del hombro y después tomó la jeringuilla. Ayame respiró hondo y contuvo la respiración mientras se esforzaba en mantener la mirada fija en el cuerpo inerte de su compañero de aldea y seguía maldiciéndole para sus adentros. Y todo ocurrió mucho más rápido de lo que habría esperado. Un leve pinchazo le hizo entrecerrar los ojos, pero aguantó estoica mientras Zetsuo terminaba con su labor. Pero las piernas le fallaron en los últimos segundos, y Ayame sintió que su padre la sostenía con más fuerza para evitar que acabara cayendo al suelo.

—Y ya está —dijo, y en el momento en el que sintió que aflojaba la presa sobre ella Ayame se apoyó con disimulo en el carrito—. Como habéis podido comprobar, es un proceso totalmente seguro e indoloro. Nada que unos chicos fuertes como vosotros deban temer.

«Y un cuerno.» Respondió Ayame, mentalmente.

—Y ahora... —Zetsuo se giró hacia Daruu y le propinó un puntapié en la espalda—. ¡Despierta de una vez, gallina! ¡Hora de trabajar!

Sin ningún tipo de delicadeza, dejó caer sobre él un nuevo pergamino. Era una lista de nombres, clasificados por orden alfabético y por clases. Eran los nombres de los alumnos allí presentes.

—Vais a subir aquí según os vaya nombrando Hanaiko. Y no quiero ni un solo retraso.
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#25
Ajeno a lo que estaba pasando a su alrededor, Daruu tenía la mente totalmente en blanco. ¿En blanco? ¿Por qué se le llama tener la mente en blanco? Cuando te desmayas, lo que tienes es la mente en negro.

Pues eso, en negro.

Sintió el embite de algo duro en la espalda. Gimió, molesto, y fue recuperando el conocimiento poco a poco.

—¡Despierta de una vez, gallina! ¡Hora de trabajar!

Se dio la vuelta y se reincorporó, poco a poco, sonrojado y lleno de vergüenza tan rápido como una tacita de té se llenaría de agua en las calles de Amegakure. Zetsuo le tiró un pergamino en la cara.

—¡Ay, leches! —no pudo evitar escupir, y después de que el papiro le golpease la nariz ejecutó un magníficamente ridículo espectáculo en el que intentó coger el rollo con cada mano varias veces hasta que lo consiguió agarrar.

Se levantó y empezó a desenrollar el pergamino mientras Zetsuo anunciaba:

—Vais a subir aquí según os vaya nombrando Hanaiko. Y no quiero ni un solo retraso.

«Va... vale. Creo que esto se me va a dar mejor... ¡Joder, la he cagado, joder! Mi primera misión, ¿por qué tenía que empezar así?»

Sacudió la cabeza. Terminó de desplegar el pergamino.

«Venga, Daruu, concéntrate. Frialdad absoluta. Como Zetsuo»

Tensó los labios, apretó las nalgas, frunció el entrecejo, y anunció con una voz autoritaria que no parecía la suya:

—Karuri Musagi. Suba a la tarima.
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#26
—¡Ay, leches!

Daruu no tardó más que unos pocos segundos en recobrar la consciencia y entre estrambóticos aspavientos y ahogados quejidos tomó el pergamino que Zetsuo le había arrojado y había terminado cayendo sobre su nariz. Para cuando se levantó, el médico le dirigió una fugaz mirada de reojo.

«No está contento...» Ayamet¡ tragó saliva al ver el rostro de su padre extremadamente sombrío y su ceño fruncido. Y, por un momento, tuvo verdadero miedo. Miedo de que les diera la misión por fallida pero, sobre todo, miedo de decepcionarle...

Daruu, rígido como una tabla, desplegó el pergamino ante sí y su voz adquirió un tono autoritario que no pegaba nada con su imagen:

—Karuri Musagi. Suba a la tarima.

Pero sólo obtuvo un profundo silencio como respuesta. Los niños se miraron entre sí, algunos de ellos comenzaron a murmurar, y uno de los profesores se levantó:

—¿Musagi-chan? ¿Dónde estás, Musagi-chan?

Más murmullos, pero ninguna respuesta. Misugi, simplemente, había desaparecido.

—¿Qué cojones ocurre ahora? —preguntó Zetsuo, cada vez más irritado. Se había colocado detrás de Daruu, y mientras el chico pasaba lista se había propuesto a preparar el material. Pero ahora había vuelto a levantar la mirada. Aquellos peligrosos ojos aguamarina que ahora brillaban con más impaciencia que nunca.

—Disculpe, Zetsuo-sama... —el profesor, apurado, inclinó el cuerpo en una reverencia de disculpa antes de dirigirse a sus propios alumnos—. ¿Alguno sabe dónde ha ido Musagi-chan?

Unos breves segundos de silencio, y entonces una niña de cabellos oscuros levantó la mano.

—Dijo que tenía que salir un momento...

—Oh, no... —murmuró Ayame, pálida como la luna, y Zetsuo se volvió enseguida hacia ella.

—¿Tú sabes algo sobre esto, Ayame? —preguntó, y ante su tono de voz ella no pudo evitar sentirse como un diminuto pajarillo en las garras de un águila.

—Ha... hace poco vino una niña diciendo que necesitaba ir al baño...

—¡¿Y la dejaste salir?! —exclamó, dando un golpe sobre la carretilla y levantándose de golpe. Ayame volvió a encogerse sobre sí misma, terriblemente asustada.

—¡No, no! Ha debido de salir cuando he subido para... la demostración de la vacuna... Yo no he sido... ¡lo juro!

Zetsuo dio un profundo suspiró y se masajeó las sienes con las yemas de los dedos.

—Santa paciencia... —susurró, antes de volverse a Daruu—. Hanaiko, ve a buscarla. Ahora. Ayame seguirá con la lista.

Su tono no admitía ningún tipo de réplica. Mucho menos el brillo de sus ojos.
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#27
—¿Karuri Musagi? —repitió el muchacho, dando un repaso con la mirada por si veía a alguien levantar la mano... o tratar de escapar. Los dedos de su mano derecha se removieron, inquietos.

Pero no parecía que la niña estuviera presente. Ni siquiera uno de los profesores era capaz de encontrarla, lo que significaba a la fuerza que había tenido que salir.

«¿Cómo? Se supone que Ayame estaba vigilando la puer...»

—Ha... hace poco vino una niña diciendo que necesitaba ir al baño...

«¿Y tú la dejas salir?». Daruu alzó una ceja, confuso, al tiempo que el padre de Ayame se hacía la misma pregunta, pero en voz alta y golpeando la carretilla. «Madre mía, este tío está loco».

—¡No, no! Ha debido de salir cuando he subido para... la demostración de la vacuna... Yo no he sido... ¡lo juro!

Daruu cerró los ojos y bajó la mirada. Sabía que había sido culpa suya.

—Hanaiko, ve abuscarla. Ahora. Ayame seguirá con la lista.

—Entendido. —Lejos de mostrar resistencia a la orden, Daruu se alegró de alejarse todo lo que pudiera de Zetsuo en ese momento, que estaba realmente enfadado. Pasó al lado de él y bajó del estrado.

Caminó hasta la salida y pasó al lado de Ayame, dirigiéndole una mirada de soslayo.

Era horario de clase para los más mayores y los pequeños estaban en el salón de actos, de modo que los pasillos del Torreón de la Academia estaban desiertos. Daruu apoyó las manos en la cadera y torció el cuerpo.

«¿Y ahora dónde voy a buscar? Este sitio es enorme, se puede haber escondido en cualquier lado.»

Supuso que no había abandonado la torre, de lo contrario alguien la habría visto y detenido. Echó a caminar pasillo arriba y torció la esquina.
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#28
—Entendido —Para sorprensa de Zetsuo, Daruu acató enseguida la orden en lugar de resistirse como había hecho anteriormente.

Le observó bajar del escenario y reparó en que Ayame le dirigía una breve mirada de soslayo rebosante de disculpas cuando se cruzó con él en su camino hasta ocupar el sitio que hasta el momento había sido suyo.

—Sigue a partir de Karuri Musagi —le indicó, y ella asintió.

—Ryūsei... Ryūsei Ryū —llamó, con voz rasposa.

Para el alivio de todos los presentes, y sobre todo para alivio de Ayame, un tembloroso muchacho se levantó de su asiento.

«Menos mal...» Suspiró, para sus adentros.

...

Mientras, Daruu había salido del salón de actos y ahora caminaba por uno de los pasillos del Torreón de la Academia. Estaban en pleno horario de clase para los alumnos más mayores, por lo que se encontró con un edificio completamente desierto. Indeciso sobre qué camino tomar, el chico siguió su camino y giró una esquina. Nuevamente, se encontraba en un largo pasillo sin un solo atisbo de vida y sus ojos sólo alcanzaban a ver ventanas y puertas, una ingente cantidad de puertas. De algunas de ellas se podía escuchar el murmullo sordo de un profesor dando su lección o incluso la de un grupo de chicos de aproximadamente su edad charlando animadamente entre ellos. Eso sí, todas aquellas puertas estaban señaladas con etiquetadas con carteles que rezaban el número de la clase: A-05... A-06... A-07... A-08... A la derecha quedaban los números pares. A la izquierda, los números impares. Y, hacia la mitad del pasillo, los carteles cambiaban sus números por un par de siluetas: a la izquierda el monigote de una persona, a la derecha el monigote de una persona con falda.
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#29
Excepto por el murmullo húmedo y lejano de las voces de profesores y alumnos en las clases a sendos lados del pasillo, a Daruu sólo lo acompañaba el eco de sus pasos. Caminó atento a cualquier posibilidad. No podía descartar que aquella chiquilla estuviera ya aprendiendo lo básico del Ninjutsu, y sabía que había técnicas básicas de camuflaje que a uno le podían pasar desapercibido si andaba con la mirada perdida.

Cuando iba por la mitad del pasillo, se dio cuenta de que había llegado a la zona de excusados. Se acarició la barbilla, pensativo.

«Estaba mintiendo, seguro. Ha debido mentir, ¿no? Para no vacunarse. Bueno... Nunca debo dar estas cosas por verdades.»

Formuló un sello, y se transformó en una niña de cabello castaño, habitual en la pastelería de su madre. «Esto debería bastar para no llamar la atención.»

Daruu abrió la puerta del baño de las mujeres y entró adentro.


···

Ryūsei Ryū, un pequeño muchacho de apenas, aparentemente, unos seis o siete años, se levantó de su asiento obedientemente y caminó hacia la tarima con pasitos cortos, asustados. Se acercó a Zetsuo y lo miró, con un puchero enternecedor.

—Por favor, señor Zechuo, no m'haga daño.
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#30
El chiquillo se levantó, tembloroso como un corderillo. Pero, obediente al llamamiento de Ayame (o quizás a la cruda mirada de Zetsuo) terminó acercándose al escenario. Caminaba como un gorrión, con pasitos cortos y asustados. Y cuando llegó hasta el médico, lo miró con ojos brillantes y un mohín lloroso.

—Por favor, señor Zechuo, no m'haga daño.

A Ayame se le cayó el alma a los pies. Pero el médico no se amilanó ni un ápice.

—Vamos, si vas a ser un ninja hecho y derecho no vas a tenerle miedo a unas agujas de nada —le réplico, seco como una lija, mientras levantaba la jeringuilla para comprobar que la dosis que había tomado era la correcta.

En un abrir y cerrar de ojos, Zetsuo repitió el mismo proceso. El penetrante olor a alcohol llegó a la nariz del chiquillo, apenas un instante antes de sentir un leve pinchazo... que vino precedido de un ligero picor cuando el líquido fu inoculado.

Y en el momento en el que sacó la aguja, Ayame tomó aire:

—Moriyasu Shiori.

...

Mientras tanto, Daruu se había detenido a mitad del pasillo. Sus ojos divagaron hacia las dos únicas puertas diferentes y, tras algunas cavilaciones, se transformó en una chiquilla de cabellos castaños y se decidió a entrar en el baño de las mujeres.

Y, nada más abrir la puerta y poner un pie sobre las frías baldosas, pudo escuchar un sollozo lastimero que provenía de la última puerta en el cubículo que formaban los retretes.
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