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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
Daruu se metió de lleno en el papel de niña pequeña antes de entrar a los baños. Irguió la espalda, forzó una sonrisa y comenzó a caminar dando saltitos. Al menos hasta que abrió la puerta y los llantos de una joven llegaron a sus oídos.

«Bingo, así que sí que se había metido en el baño.»

Hizo como si no pasase nada y se acercó al lavabo, dando botes, procurando que sus pasos produjeran eco en los azulejos del excusado. Entonces se detuvo, y fingió sorpresa:

—¡Oh! —Se acercó a la puerta del baño y tocó con la puerta—. ¿Hola? ¿Hola? ¿Estás bien?


···


El niño se envalentonó con las palabras de Zetsuo y apretó los dientes mientras el médico le inyectaba la solución sanitaria. Gimió un poco con el pinchazo y luego cuando le sacaron la aguja, pero se retiró con su algodoncito muy feliz dedicándole a Zetsuo una sonrisa enorme:

—¡Muchas gasias señó Zechuo, no m'ha dolío tanto! —dijo el crío. Los de la primera fila se miraron entre sí y se encogieron de hombros, pensando, quizá, que el niño tenía razón y que tenían que ser un poco valientes.

Un rumor feble empezó a extenderse por el salón, y, uno a uno, con resignación, algunos más deprisa que otros, los niños que iba llamando Ayame se iban levantando para recibir su pinchazo...
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#32
Daruu entró en el baño de las chicas transformado en una dulce chiquilla. Dando saltitos se acercó hasta el baño más alejado del cubículo que formaban los retretes y tocó a la puerta con su manita.

—¡Oh! —exclamó, con fingida sorpresa—. ¿Hola? ¿Hola? ¿Estás bien?

Los sollozos se interrumpieron repentinamente cuando la niña que se encontraba dentro se dio cuenta de que había alguien más aparte de ella en aquel lugar. Tras un seco chasquido del pestillo, la puerta se abrió con un seco chasquido. Allí, sentada sobre el retrete, estaba la chiquilla con sus dos coletitas rubias caídas tristemente sobre sus hombros y sus ojos verdes empapados en lágrimas de terror. Karuri Musagi inspeccionó de arriba a abajo a la niña en la que se había transformado Daruu y entonces dejó escapar un quejido lastimero.

—Sí... ¿Tú...? ¿Quién eres? ¿También te has escapado...? —balbuceó, temblorosa.
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#33
El llanto cesó, y por un momento Daruu temió que su idea no diera ningún fruto. Pero al cabo de unos segundos de tenso silencio, el chasqueo del pestillo de la puerta del baño reveló a una niñita de dos coletitas rubias y ojos verdes, aterrorizados.

—Sí... ¿Tú...? ¿Quién eres? ¿También te has escapado...?

Daruu fingió una risa infantil y luego una pequeña mueca de tristeza.

—No... Al final no ha sido para tanto, ¿sabes? Ha sido un pequeño pinchacito pero no duele casi nada... El tío ese que se ha desmayado era un cobardica.

Qué ironía, ¿verdad?

—Venga, chica. Solo va a ser una vez y ahora están repartiendo piruletas. ¡Dejan elegir sabor y todo!
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#34
La chiquilla en la que se había transformado Daruu soltó una risilla infantil, antes de torcer el gesto.

—No... Al final no ha sido para tanto, ¿sabes? Ha sido un pequeño pinchacito pero no duele casi nada... El tío ese que se ha desmayado era un cobardica.

Los labios de Musagi temblaron en un pequeño puchero y sus ojos esmeraldas volvieron a inundarse rápidamente. Por como se sacudieron sus pequeños hombros, parecía que estaba a punto de echarse a llorar otra vez.

—Venga, chica. Solo va a ser una vez y ahora están repartiendo piruletas. ¡Dejan elegir sabor y todo!

—¡NO! —chilló, y volvió a cerrar la puerta de un sonoro portazo—. Yo no quiero... que me pinchen... Me da miedo... Me dan miedo las agujas... Me da miedo ese señor... —balbuceaba entre renovados llantos—. ¡Por favor, no dejes que me encuentren!
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#35
—¡NO! —chilló la niña, y trató de cerrar la puerta de un portazo, pero Daruu interpuso el brazo por en medio con una fuerza que no debería ser la normal para una pequeña de su edad.

«¿Qué haría Zetsuo en esta situación?», caviló durante apenas un instante. Si tenía que trabajar para él, debía actuar como él. Era un ninja, y ese era su tra...


···


—Zetsuo-san, he traído a la chiquilla —anunció Daruu personándose de pronto en el salón. A sus hombros cargaba el cuerpo inconsciente de la muchacha, con un chichón muy resultón en la cabeza.

Subió a la tarima y la depositó al lado de él. Lo miró a los ojos y le dijo, cargado de culpa:

—Así seguro que no se escapa... ¿no?

En cierto modo, estaba buscando una confirmación de que había actuado correctamente, porque no lo tenía nada claro.
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#36
La puerta del salón de actos se abrió con un sonoro chirrido. Zetsuo, que acababa de vacunar a otro niño, y Ayame, que había estado a punto de pronunciar el siguiente nombre en la lista, levantaron la mirada. Y ambos se quedaron de piedra. Por una vez, parecían padre e hija de verdad.

—Zetsuo-san, he traído a la chiquilla —anunció Daruu desde la entrada. Sobre sus hombros llevaba el cuerpo inerte de la chiquilla, cuyas coletitas rubias se balanceaban con gracia al son de los pasos del shinobi. Sobre su coronilla lucía un abultado chichón.

—¿Pero qué has...? —balbuceó Ayame, lívida como la cera. Y no era la única, los demás chiquillos y los profesores de la sala miraban igual de aterrorizados a Daruu. Como si fuera el demonio que les obligaría a vacunarse por la fuerza si se les ocurría resistirse. Tal y como le había pasado a Musagi.

Zetsuo era el único que se mantenía impetérrito, con sus ojos aguamarina fijos en el genin mientras subía a la tarima y dejaba el cuerpo de la chiquilla junto a él.

—Así seguro que no se escapa... ¿no?

Zetsuo aún tardó algunos segundos en responder. Pero cuando lo hizo, una imperceptible y fugar sonrisa aleteó en sus labios.

—Bien hecho, Hanaiko.

—¿En serio? —murmuró Ayame, con un escalofrío. ¿Cómo era posible que le felicitara después de haber empleado la fuerza bruta para traer de vuelta a Musagi? No entendía nada...


...

—Qué locura de misión... —respondió Ayame, riéndose entre dientes. Después de lo sucedido con Musagi todo había seguido su curso con total normalidad. Seguramente porque la acción de Daruu impuso el miedo entre los demás chiquillos de la sala, que verían imposible escapar a su destino de ser vacunados—. Entre los antivacunas y los niños... no sé qué fue peor la verdad.

Suspiró, y balanceó los pies en el aire. Dejó que algunos segundos de silencio se apoderaran de la situación, con el único arrullo de la lluvia cayendo sobre ellos. Después añadió, con un ligero rubor:

—Pero me lo pasé bien, la verdad. Podríamos repetir. Lo de hacer misiones juntos, me refiero... Si tú quieres...
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#37
La lluvia caía sobre sus cabezas, pero a los dos jóvenes que recordaban alegremente una aventura pasada no les importaba. De verdad que no les importaba.

Qué locura de misión... —dijo la chica, riéndose entre dientes. Daruu recordaría siempre aquél día, su primera y accidentada tarea como shinobi de la aldea—. Entre los antivacunas y los niños... no sé qué fue peor, la verdad.

—Lo peor fue tu padre con una jeringuilla en la mano, claramente. —Daruu rió, pero aún así sintió un leve mareo al recordar el momento de su desmayo.

—Pero me lo pasé bien, la verdad. Podríamos repetir. Lo de hacer misiones juntos, me refiero... Si tú quieres...

Daruu miró a sus ojos castaños, que miraban exactamente con el mismo calor y a la vez con la misma timidez que la última ocasión en la que se habían visto. El muchacho se acercó lentamente a su mirada, persiguiéndola, dejándose hundir en ella...

—Tienes razón. Deberíamos repetirlo.

Obviamente, no se refería a la misión.

Aquél beso fue mucho más dulce y pasional que el último que habían tenido, también más seguro de sí mismo, como si tuviera vida y hablara por ellos. No huyáis de esto, decía.

Y había otra cosa de la que no podían huir.

Daruu separó sus labios de los de Ayame y acarició su carita de piel blanca. Entrecerró los ojos y sonrió, nervioso.

—¿No lo has olvidado, verdad? No esto...

»La apuesta. Nos están esperando.

Se levantó, se desperezó se alejó hacia el ascensor.

—Qué romántico, ¿eh? Patearnos el culo.

Fin del post
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