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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1

Este tema sucede justo después de esta misión.


Ya casi había caído la noche cuando Akame saltó por encima de la valla de madera que bordeaba la pista de entrenamiento. Era una explanada circular de similar arquitectura al resto de la Academia; suelo de piedra blanca, columnas del mismo material marcando la entrada y un arco de tejas carmesíes sobre ellas. Las puertas de madera roja estaban cerradas a aquellas horas, claro, cuando los estudiantes se encontraban cenando para luego irse a dormir. O, al menos, la mayoría de ellos. Algunos, como Uchiha Haskoz, siempre intentaban escabullirse de los maestros para salir "de aventuras" a la ciudad después de ponerse el Sol. Y otros, como el propio Akame, solían escaparse por otras razones.

Caminó, tranquilo, hacia uno de los bancos de piedra que franqueaban la pista, y se dejó caer en él. Había pasado gran parte de su estancia en la Academia aprovechando las horas nocturnas para entrenar en aquella parcela; la soledad le permitía dar rienda suelta a sus instintos y pulir sus habilidades sin preocuparse de las miradas o palabras de otros estudiantes.

Era la primera vez que volvía a pisar aquella pista desde su graduación. Los días de Academia parecían ya lejanos, muy lejanos. El Uchiha dejó caer la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y aspiró el aire fresco de la noche. Probablemente por la cantidad de horas que había pasado allí, en la soledad de sus pensamientos, aquella parcela de entrenamiento le infundía una tranquilidad cálida y acogedora. La necesitaba después del día que acababa de pasar.

Supongo que esto también forma parte de ser ninja... —suspiró, pensando en voz alta.
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#2
Había pasado mucho tiempo desde que el sonido de sus pasos resonaba en aquel empedrado suelo perteneciente al campo de entrenamiento de la Academia. Y todavía mucho más desde que sus narices hubiesen dado contra él, tras la inteligente maniobra de algún compañero en alguno de los muchos duelos que allí había disputado, bajo la atenta mirada de los senseis.

Le dolía reconocerlo, pero lo echaba de menos. No las clases en sí —de las cuales siempre había intentado escaquearse—, sino por los compañeros e, incluso, los senseis. Ahora que todos se habían graduado, cada uno había ido por su camino, y raro era el día en que se juntaban más de tres para rememorar viejos tiempos.

Pero no servía de nada echar la mirada atrás, más que para ponerse melancólico.

Sus pasos le condujeron hacia la persona que estaba buscando. Hacia el Uchiha que, irremediablemente, no podía estar en otro lugar distinto a aquel.

Por Rikudo, Akame. Las leyendas que corren sobre ti se quedan cortas. —La voz de un hombre entrado en edad, con barba de tres días y pelo blanco sorprendió a Akame. No, aquella no era ni la voz ni el rostro de Haskoz, y sin embargo…—. He ido a buscarte a casa, pero no estabas. Y me dije… Nah, imposible. El tío es un Devoralibros y el estudiante más modélico que pisó estas tierras, pero tanto como para acudir a la Academia en plena noche… Como por temor a que algún sensei se pasase por allí a impartir sabe los Dioses qué clase… No, eso ya sería pasarse.

¡Plaf! El Henge no Jutsu que lo había mantenido con otra forma se deshizo finalmente, dejando ver su habitual figura… con una bolsa de papel en la mano, cerrada.

En serio, Akame. Deberías empezar a buscarte otros… pasatiempos. ¿Qué haces aquí?
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#3
Tan sumido estaba en sus propios pensamientos —Tengu, su maestra Kunie, el año en la Academia de Uzu— que no advirtió a la figura que se le acercaba al amparo de las sombras, cosa rara en él. La voz grave y adulta de aquel tipo le cogió por sorpresa, provocándole un respingo. El Uchiha se incorporó, ligeramente avergonzado, con la espalda recta sobre el banco. Sin embargo, al escuchar más atentamente las palabras del presunto sensei no pudo sino arquear una ceja, escéptico. Ningún maestro de la Academia le había llamado jamás por su mote.

El engaño se hizo más evidente cuando, con una nubecilla de humo, el Henge no Jutsu desapareció. Y allí estaba Haskoz, sonriente y picón como siempre.

Buenas noches, Haskoz-kun —saludó Akame, recuperando su sonrisa—. Supongo que tienes razón.

El Uchiha bajó la mirada, reflexivo. No porque quisiera dar crédito a las palabras de su compañero —su férrea disciplina se lo impedía—, sino porque empezó a pensar cómo sería su vida si fuese más parecido a Haskoz. Si fuese popular, con muchos amigos, con una de las kunoichis más guapas de la Aldea por novia...

Un caballo sirve para correr —musitó al final, aunque lo bastante alto como para que el shinobi le oyese.

La verdad es que no venía a entrenar. Este lugar me... relaja —admitió—. ¿Qué te trae por aquí?
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#4
Un caballo sirve para correr.

Haskoz alzó las cejas, sorprendido por la respuesta. Más lacónico no podía haber sido. Ni tan poco más contundente al mismo tiempo. Aquella era una verdad como un templo, aunque… Tú no eres un caballo, Akame-kun.

La verdad es que no venía a entrenar. Este lugar me... relaja —Haskoz entendía a lo que se refería. Entendía aquella sensación. Aunque para él, aquel lugar le ponía melancólico. Nostálgico—. ¿Qué te trae por aquí?

Una sonrisa traviesa dibujó su rostro nada más oír la pregunta. Se le notaba emocionado —y, aunque no lo quisiese admitir, nervioso— por lo que acababa de hacer. Tras su desplante con Noemi, su tarde perdida en Uzu haciendo de recadero y su derrota ante Akame hacía tan solo unos días, Uchiha Haskoz había llegado a una conclusión: tenía que ponerse las pilas.

Y tenía que ponérselas en serio.

Por eso, había preparado una pequeña mochila con mudas, algo de dinero y todo su repertorio de armas —salvo el ninjato—, listo para salir mañana mismo. ¿El destino? Solo los Dioses lo sabían. Jamás se le había dado bien planear las cosas, y eso era algo que no pensaba remediar a corto plazo.

¿Pero acaso Uzu no se merecía una gran despedida de su alumno favorito? El último adiós… hasta su regreso al cabo de la semana.

Tú, Akame, tú —respondió finalmente—. ¿Qué otra razón podría haber para adentrarme en la maldita Academia en plena noche? Tú, y… —echó un vistazo a sus espaldas, nervioso, solo para asegurarse de que nadie aparecía de improvisto. Entonces, abrió un poco la bolsa de papel y le mostró el interior a Akame—. Esto —su voz vibraba de la emoción como un crío a punto de cometer su primera travesura. Y es que la bolsa de papel contenía una…





… botella de licor.
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#5
Akame arqueó una ceja, escéptico, tras las palabras de su compañero. «¿Yo?». Luego lo entendió, cuando Haskoz le mostró lo que contenía aquella bolsa de papel de apariencia pesada. Akame se inclinó hacia delante, como si no hubiese visto bien la sospechosa botella que llevaba su compañero y tuviera miedo de confundirla con lo que, en realidad, era. Luego sus ojos negros subieron hasta colocarse sobre los de Haskoz.

¿En serio? —la posibilidad de que el gennin le estuviese gastando una de sus bromas era más que real, aunque en el fondo Akame sabía que Haskoz lo decía en serio. Podía verlo en sus ojos, ávidos, emocionados—. ¿Qué celebramos? ¿El éxito de nuestra misión?

Podía notarse el resquemor en la voz del Uchiha. Pese a que no lo había hecho tan evidente como su compañero, Akame también se había sentido molesto. Las lecciones que tan concienzudamente había estudiado, el agotador entrenamiento al que diariamente se sometía... «¿Para acabar entregando invitaciones?».

Tal vez fuese que aquella noche estaba melancólico. Tal vez que la vida ninja parecía no ser nada de lo que él se había imaginado. O quizás que ya hacía más de un año que no tenía noticia alguna de su maestra Kunie; la única persona que se había preocupado por él en toda su vida. Pero, sea como fuere, la cuestión es que allí, aquella noche, Akame se hizo a un lado para cederle sitio a su compañero. A su amigo.

¿De qué es? —preguntó, entre curioso e intimidado.
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#6
¿En serio? ¿Qué celebramos? ¿El éxito de nuestra misión?

Haskoz no pudo evitar soltar una carcajada ante el comentario. ¿Qué iba a hacer sino? Era eso o ponerse a llorar por el ridículo de encargo que le habían mandado hacer, y ya se había lamentado lo suficiente a lo largo del día.

No se bebe para celebrar, Akame-kun. Se bebe para olvidar.

Lo sabía. Sabía que tendría que derramar sangre y sudor para convencer a Akame, el alumno modélico de la Academia, de acercar siquiera sus labios a aquella bebida alcohólica. Pero sabían los Dioses que había venido preparado. En su mente, todo un arsenal de réplicas y contra-réplicas a las posibles excusas que Akame estaba a punto de plantearle.

Quizá el Uchiha le había ganado en combate, pero Haskoz no iba a salir derrotado de aquella batalla dialéctica…

¿De qué es?

Haskoz casi se cae de espaldas por la sorpresa. ¿Acaso no iba a citarle las mil y una razones por las que no deberían beber? ¿No iba a negarse en rotundo? ¿A decirle que un ninja no bebía? ¿O acaso era él quien se estaba columpiando? Akame solo le había preguntado por el tipo de bebida, después de todo. Eso no significaba que fuese a beber. Temeroso de romper la posible magia, no se atrevió a salir de dudas preguntando. En su lugar, se sentó en el sitio que le ofreció.

Pues… —tuvo que sacar la botella para leer la pegatina. Con las prisas y los nervios de mantener el Henge en plena tienda de 24 horas, el Uchiha no se había parado mucho a mirar lo que había comprado—. Nihonshu —leyó—. Creo que esto se toma a pelo. Mira, hagamos una cosa —propuso. Desanudó la bandana que llevaba al cuello, realizó unos simples sellos y transformó el hitai-ate en una copa de madera. Entonces descorchó la botella y sirvió el primer vaso—. Vayámonos turnando, y cuando la copa recupere su forma original… —sonrió—. Significará que ya hemos bebido demasiado.

Le ofreció la copa.

¿Qué me dices, compañero?
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#7
Akame soltó una carcajada amarga ante la réplica de su compañero de Aldea. Aquellas palabras parecían más propias de un hombre adulto o incluso anciano, con cientos de malas experiencias a sus espaldas, que de un gennin recién graduado. Sin embargo, él no podía evitar pensar —y que conste que lo estaba intentando con todas sus fuerzas— que también le gustaría olvidar aquel día de mierda. Y, sobretodo, todos los que vendrían después, en los que tendría que cumplir muchas más misiones de rango D como aquella. Sólo esperaba que fuesen aburridas, a secas. Sin complicaciones como las que había tenido aquel día.

Nihonshu —repitió Akame, poco convencido.

Sabía que Haskoz iba a intentar convencerle con todo tipo de argumentos; que no sería fácil escapar de él. Pero... ¿Lo intentaría siquiera? La voz de Kunie resonó en su mente, recitando aquellas interminables lecciones que le hacía memorizar hasta creer que habían surgido de sus propios pensamientos. Recordó la oscuridad del subterráneo —en aquellos tiempos nunca le había parecido tan lóbrego—, el frío de la piedra, el calor de las antorchas. Recordó a Jōdai-sama y su terrorífica máscara de porcelana.

Haskoz realizó una curiosa técnica sobre su bandana para convertirla en una copa. Akame sonrió con aire ausente. «Qué irónico». Tomó la copa con una mano y esperó a que su compañero le sirviese alcohol.

Recordó entonces la respiración agitada, los movimientos fluidos. La tenue luz de las antorchas. El corazón martilleándole el pecho. Recordó el peso del Lamento de Hazama en su mano buena, y la mirada de terror de un chico y el tacto pegajoso de su sangre negruzca. Se le formó un nudo en la garganta... Y bebió de un tirón para deshacerlo. No fue un trago tímido, curioso, sino un gesto natural y amargo. Sintió como si lo hubiese hecho un millón de veces.

El líquido le abrasó la boca y siguió quemándole hasta llegar al estómago. Akame tosió una sola vez, y luego se limpió los labios con el dorso de la mano libre. Tendió al copa a su compañero.

Por todos los dioses, está asqueroso.

Tosió una segunda vez y empezó a notar un hormigueo en la boca y un tic en los dedos de la mano derecha. Dirigió una mirada furtiva al bolsillo derecho de su pantalón militar...

«No».
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#8
Que Akame se tomase aquella copa era una cosa. Que lo hiciese sin protestar, sin presentar batalla, y aun por encima de un generoso trago, otra muy distinta. Cierto que luego tosió, como cualquiera haría —salvo probablemente él, en unos instantes— al dar su primer trago a un vaso de alcohol. Pero empezaba a sospechar que no conocía tan bien a su amigo como creía pensar.

Tampoco es que su compañero Uchiha fuese una persona muy abierta. Cambiaba el rumbo de la conversación cuando se entraba en terrenos demasiado pantanosos, demasiado… personales. Sin embargo, quizá en aquella fría noche primaveral fuese distinto, con la ayuda del milagroso alcohol, capaz de convertir al hombre más mudo de todo Oonindo en todo un charlatán. Él quería hablarle de Riko. De su futura partida. De sus problemas con Noemi. Quería interesarse por sus avances con Eri. Pero, en aquel momento, todo aquello pasó a un segundo plano. Ya tendría tiempo de preguntar. Toda una noche —o toda una vida, de no surgir la ocasión—. Ahora, lo único que le intrigaba era…

Dime, ¿por qué bebes tú, Uchiha Akame?¿Qué quieres olvidar?

Con aire indiferente, tomó la copa que le ofrecía Akame y la rellenó nuevamente. Era su turno. La tomó como un hombre, como un verdadero shinobi de Uzu de pelo en pecho, y, como si aquello solo fuese agua, dio un majestuoso y portentoso trago y…

¡Puaj! —Uchiha Haskoz a punto estuvo de escupir todo el contenido. Tosió. No una vez como su compañero. Sino dos e incluso tres—. Por Amateratsu, esto arde como la lava de un volcán —alcanzó a decir, con ojos llorosos. Pero tendría que arder como las mismísimas entrañas de Amateratsu si querían que Uchiha Haskoz cejase en su empeño de terminarse la maldita botella aquella noche.

Estoico, rellenó la copa y se la pasó a su compañero.
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#9
Y ahí estaba. Akame la había visto venir, la había esperado. Como un ave rapaz que viera descender en picado sobre él. La pregunta; siempre había preguntas. Desde el día en que había puesto un pie en Uzushiogakure, eso era lo que peor llevaba. Con Kunie, con Tengu, nunca tuvo que responder a una pregunta que le incomodase. No como en la Aldea. No como en ese momento.

No te pongas tan formal ahora —replicó Akame—. Somos camaradas.

El Uchiha no contestó a la pregunta de Haskoz. No de inmediato, al menos. Todavía podía ver, ante él, el rostro encogido y desfigurado por el miedo de su viejo amigo. Con la garganta abierta como un libro. «¿Todavía no puedo olvidar?», se preguntó con desesperanza. Justo en ese momento los aspavientos de Haskoz le devolvieron a la realidad. Akame esperó a que su compañero la llenase, la tomó con mano firme y se calzó otro trago. De un tirón. Y la cara del muchacho rubio se difuminó un poco más.

Tenía un amigo —dijo, ausente—. Antes de venir aquí.

Tosió un par de veces y le alargó la copa a Haskoz. Empezaba a notarse pesado, la cabeza le ardía igual que el estómago, y sus dedos no eran tan ágiles como de costumbre. Giró la cabeza y miró al gennin; no con decisión y firmeza, como era normal en él, sino con ojos vidriosos y ausentes. Entonces confesó.

Murió.

Su mano derecha volvió a encogerse ligeramente, de forma casi imperceptible, con un leve espasmo. Empezó a notar el peso de la espada en ella, el calor de la sangre. Apretó los dientes.

¿Y tú, Haskoz?
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#10
El alcohol no hacía milagros. El alcohol era un milagro. Una bebida de los Dioses, quienes, apiadándose de los mortales, habían compartido con aquel triste mundo. No hizo falta más que dos tragos para que el corazón de Akame se abriese, expulsando por la boca uno de los que debían ser sus más íntimos secretos.

La muerte de un amigo.

Por su expresión y el tono de su voz, un gran amigo. Haskoz recuperó la copa que le ofrecía, sin saber muy bien qué decir ante semejante confesión. Normalmente su lengua formaba frases con agilidad y sin esfuerzo. No en aquella ocasión. En su lugar, dejó que su mano actuase por ella, rellenando el silencio con el chorreo del licor rellenando la copa.

¿Y tú, Haskoz?

La pregunta, pese a predecible, le pilló por sorpresa.

¿Yo? ¿Aparte de para olvidar la misión y el rompecabezas de mi novia, dices? —frunció los labios e hizo un aspaviento con la cabeza, como queriendo indicar que no mucho más. Pero no, no podía ser él quien se cerrase cuando Akame estaba haciendo justo lo contrario—. No sé, tío. A veces… A veces pienso que ya no soy el mismo. Que algo cambió en mí cuando me perdí en el Bosque de Azur. Me levanto muchas veces por las noches, sudando, tras pesadillas que no recuerdo… o que me esfuerzo por no recordar —su mirada estaba perdida en la superficie del sake, que vibraba emitiendo destellos dorados de la luz de la luna. Hizo el gesto de decir algo más, pero entonces cambió de idea y vacío la copa de un trago. El alcohol bajó por su garganta como la primera vez, pero sin abrasarle tanto. Notaba un calor subiéndole por la cabeza, que le pesaba menos, como si por alguna extraña razón su cuerpo de pronto fuese más ligero.

Rellenó nuevamente la copa con el licor y se la ofreció a Akame. Estaba empezando a costarle mantener la concentración para que aquella copa siguiese siendo una copa. En aquella ocasión, sin embargo, cambió el ritual. Se pasó la botella a la diestra y la alzó, en gesto de brindis.

Por tu amigo —dijo, con voz solemne, entrechocando la botella con la copa de Akame con algo más de fuerza de la que hubiese querido, para luego dar un tercer trago directamente desde ella.
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#11
«¿El Bosque de Azur?»; la anécdota le cogió por sorpresa. No porque Haskoz no hubiese hablado nunca de ello —vaya que si lo había hecho, sobretodo para impresionar a alguna muchacha—, sino porque hasta ese momento Akame había pensado que todo era charlatanería barata. Puro humo. Tal y como lo contaba ahora, parecía que realmente su compañero estaba preocupado por eso. El Uchiha de Tanzaku no pudo sino asentir con gravedad, como queriendo compadecer a su amigo. Ambos tenían oscuros temores que querían olvidar en torno a aquella botella.

Extendió la mano para agarrar la copa de licor con dedos torpes, y a punto estuvo de derramársele por completo. Terminó cazándola al vuelo tras perder más de un tercio de su contenido. Akame la miró, indeciso, pero finalmente se la acercó a los labios. Ya empezaba a notarse embriagado y le daba igual un poco más que un poco menos de alcohol en la copa.

Por Rakurai-san —secundó, con los ojos brillosos.

Recipiente y botella tintinearon al chocar, y Akame imitó a su camarada. Ambos bebieron un trago largo, seco, duro. Mas no tosieron.

¿Qué ocurrió en ese bosque? —preguntó el Uchiha, con voz ronca por el alcohol.

Entonces su mano derecha empezó a temblar con aquel tic, más intensamente, mientras sus recuerdos iban disolviéndose en los vapores del licor. Akame la ocultó en uno de los bolsillos de su pantalón. Frunció los labios; parecía indeciso. Y lo estaba. No sabía si era buena idea revelar aquello a Haskoz, pero al final... «Qué demonios, somos amigos». Cuando su diestra salió del escondite, agarraba entre los dedos un cigarrillo pulcramente liado. Akame se lo puso entre los labios, agachando la mirada, y chasqueó los dedos. Una esfera anaranjada apareció en la punta de su pulgar para prender el tabaco.

Aspiró una honda calada y dejó escapar el humo. Luego dudó un instante antes de ofrecérselo a Haskoz.
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#12
¿Qué que pasó en el bosque? Ah, una digna historia de contar —el Uchiha esbozó una expresión heroica y solemne, como cada vez que estaba a punto de relatarle aquella historia a alguna chica con ojos brillantes por la emoción. Luego, no logró contenerse y estalló en carcajadas, mitad nacidas por el alcohol, mitad nacidas por la gracia que le hacía su propia exageración—. ¿Quieres oír la verdad, la verdad, y nada más que la verdad?

Tuvo un hipo.

No tengo ni puuuuuta idea. Solo sé que entré y, meses más tarde, estaba deambulando por el País de la Tierra sin recordar quién era ni de dónde venía. Ni luchas contra demonios, ni heroicidades en el último segundo… Nada. Lo que más recuerdo es el frío, el boquete que parecía tener en el estómago por el hambre y el olor a mierda. Mi propio olor —puntualizó. Cabe decir que en aquellos días Haskoz no se había preocupado demasiado por su higiene personal.

Con la visión ligeramente nublada, trató de rellenar nuevamente la copa. Cuál fue su sorpresa cuanto ante sus ojos parecían haber no una, sino dos. La leche. ¿He hecho un bushin sin darme cuenta o…? Cuando estaba llena por la mitad, se escuchó un ¡bluf!. La copa, de pronto, dejó de ser copa, vertiendo todo el contenido en sus ropas y empapando la bandana en la que se había transformado.

Pese a que en otro momento se hubiese enfurecido y cagado en todos los Dioses habidos y por haber, en aquella ocasión le pareció tan gracioso que no pudo evitar volver a reírse, tiñendo el cielo nocturno con su risa alegre y borracha.

Akame, por otro lado, había tenido el don de la oportunidad sacando a relucir un cigarrillo, que no dudó en prender y fumar con toda la tranquilidad del mundo, como un fumador consumado. Luego se lo ofreció a Haskoz.

Ah, hoy estás hecho una caja de sorpresas, Akame —dijo, tomando el cigarrillo. Lo cierto era que estaba descubriendo muchas cosas que no sabía de su compañero y amigo. Dio una calada, notando el irritante humo ascendiendo por sus pulmones. Como primerizo que era, la tos le invadió, incapaz de mantener el humo en su caja torácica el tiempo debido—. ¡Puaj! ¿En serio te gusta esto? —preguntó, devolviéndoselo—. No te tenía por fumador —sus manos volvieron a la botella de licor. Si algo había aprendido aquella noche, es que pensaba llevarse mucho mejor con ella que con el tabaco—. ¿Hace mucho que fumas?
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#13
El Uchiha no pudo evitar sacar una sonrisa ebria y amarga al escuchar —finalmente, tras años de historietas que iban cambiando a cada momento— la verdad sobre lo que le había ocurrido a Haskoz en el famoso Bosque de Azur. Lugar misterioso, lleno de secretos y rodeado de toda clase de cuentos, leyendas y fábulas. Decían que los que se internaban nunca volvían a ser vistos... Akame se sintió en ese momento afortunado de estar delante de una persona que había roto aquellas habladurías.

Sin embargo, al poco lo invadió una sensación agridulce. Era la desesperanza de un cuento que ahora sabía falso, la certeza de que las historias sobre Haskoz —y el Bosque— no serían ciertas nunca más para él. Una leyenda asesinada por la simple, llana y triste realidad.

Akame fue a preguntar, quiso saber más detalles, pero no pudo. La copa que Haskoz sostenía en sus manos volvió, con un característico chasquido, a tomar forma de bandana del Remolino. El Uchiha entornó los ojos, molesto. Haskoz empezó a reír, ebrio, y Akame se vió obligado —instantes después— a seguirle.

Rieron un rato hasta que el Uchiha de Tanzaku sacó su cigarrillo. Su compañero lo aceptó, pero a la primera calada acabó tosiendo y asqueado. Akame volvió a reír, esta vez más amargamente que antes.

Hace tiempo —contestó, deliberadamente impreciso—. Me ayuda a relajarme... Podrías decir que es mi secreto.

Tomó el cigarrillo, fumó otra vez —igual de hondo, igual de lento— y alzó la vista al cielo nocturno. Era una capa negra, apenas iluminada por la Luna, creciente aquella noche, y algunas estrellas.

Noemi-san no parecía muy contenta contigo hoy —dijo al rato—. Mientras perseguía a ese pervertido de Chokichi pude oírla gritar a pleno pulmón. ¿Qué habías hecho?

El Uchiha se había cansado de hablar de sí mismo —nunca en su vida lo había hecho como en aquel rato—, de modo que a propósito buscaba cambiar el rumbo de la conversación.
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#14
Hace tiempo. Me ayuda a relajarme... Podrías decir que es mi secreto.

Uno de ellos. Si algo podía sacar en claro de aquella noche —cuando se recuperase de la más que probable resaca—era que su compañero de armas parecía tener más de un secreto escondido bajo aquella máscara de disciplina y amabilidad. Pero, tal y como había sospechado, estaban entrando en un terreno demasiado personal… y ahí llegó el cambio de rumbo. El desvío de conversación.

Preguntó por Noemi, y Haskoz alzó una ceja cuando llamó pervertido a Chokichi. Era cierto que se había abalanzado sobre la kunoichi, pero... Ella siempre era muy exagerada con aquellas cosas. Fuese como fuese, no iba a ponerse a defender ahora a aquel cabronazo ladronzuelo.

Pff… Qué sé yo —Haskoz empezó a arañar la pegatina de la botella, distraído, despegando parte del papelito—. Mujeres, tío. Son… complicadas. En vez de leer tanto sobre Uchihas muertos milenios atrás, deberías comprarte uno sobre ellas. ¡Y prestármelo una vez terminado! —Lo había dicho medio en broma, pero ahora que lo empezaba a pensar…—. Por Rikudou, creo que sería la lectura más provechosa de nuestras vidas. En vez de tanta matemática extraña que nos enseñan en la academia. En serio, ¿te gustaba eso? —rio—. Joder. sé tirar un shuriken con efecto para que evite un palo de en medio y de en la diana. ¿Para qué cojones tengo que aprenderme la teoría? Que si calcular el área. Que si el ángulo. Que si la corriente de aire. Que si no sé qué… Me duele la cabeza solo de recordarlo.

Su mirada se desvió hacia la botella y dudó. Había prometido dejar de beber cuando el Henge no Jutsu Inverso se deshiciese, pero… ahora aquellas palabras le sonaban lejanas y extrañas, como si hubiesen sido pronunciadas por otra persona.

Se encogió de hombros, empinó la botella y dio un considerable trago, emitiendo un suspiro explosivo al terminar.

No sé, tío. Supongo que Kotetsu tenía razón —su lengua, cada vez más ligera pero torpe por el alcohol, pronunció mal el nombre de su compañero. No se molestó en corregirse—. Noemi me hizo prometer que no me pasaría por su casa… No me dio explicaciones, ¿pero quién las necesita? Ella viene de una familia rica, bien posicionada socialmente. Y yo… —chasqueó la lengua, irritado—. ¿Yo quién cojones soy? Un huérfano. Un don nadie. El loco del Bosque de Azur. —Se aclaró sonoramente la garganta, apuntó hacia un lado y escupió—. Pero en fin, tampoco quiero montarte aquí el dramón. Si te digo la verdad, lo nuestro es más bien… físico —esbozó una sonrisa pícara—. Ya me entiendes.

»No como tú y Eri —Había dejado la conversación demasiado a huevo como para no soltarla. Entonces, tratando de transformar sus ganas locas de saberlo por simple curiosidad, preguntó:—. ¿Cómo lo llevas, a todo esto? ¿Algún avance?
[Imagen: ksQJqx9.png]

¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

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#15
Akame se encogió de hombros con gesto distraído. ¿Que si le gustaba? ¡Le apasionaba! Había pasado horas en la Academia leyendo sobre teoría del chakra; fórmulas, cálculos, medidas, tablas... No por nada había sido de los primeros de la clase en controlar de forma aceptable su Naturaleza elemental. Aquellos libros eran gasolina, y su cabeza, una máquina extremadamente potente. Claro, que lo que a él realmente le gustaba eran las historias. De eso nunca vió muchos libros en la Academia, aparte de los de Historia de Oonindo.

Entonces vió cómo Haskoz se empinaba la botella otra vez y, con torpeza, se la arrebató de las manos en un gesto que parecía querer decir «me toca a mí». Luego su amigo empezó a hablar de las complicaciones que tenía con Noemi, de cómo ella le había prohibido acercarse a su casa y de cómo Kotetsu, probablemente, había estado en lo cierto al apuntar la enorme diferencia de clase social que había entre ambos. Akame frunció el ceño, pensativo. De repente, ya no sentía ninguna envidia de su compañero.

Supongo que sí. Desde que el mundo es mundo, siempre ha habido ricos y pobres —agregó, salomónico—. Por eso me gusta el Ninjutsu. Es una forma de establecer nuevas jerarquías.

«Poderosos y débiles, concretamente».

Deberías sentirte afortunado —dijo Akame—. Por tus venas corre sangre Uchiha. En el mundo ninja perteneces al grupo equivalente a Noemi-san y su rica familia.

Haskoz quiso cerrar el tema, y Akame arqueó una ceja cuando aseguró sin vergüenza que la Sakamoto estaba con él por su físico.

Ya, claro, y yo soy Uchiha Hazama —replicó el muchacho, riendo.

Akame se empinó la botella como su compañero —aunque bebiendo un trago algo más pequeño—, de modo que la pregunta le cogió a medias y casi le hizo escupir el alcohol. Se limpió los labios con el dorso de la mano y abrió la boca para contestar, pero no dijo nada. ¿Y Eri? La kunoichi le caía bien, le parecía guapa y dulce. Pero... ¿realmente sentía algo más? ¿O había sido todo un espejismo articulado por su siempre carismático compañero?

Con Eri pues... Nada —contestó, sincero, y entonces cayó en la cuenta—. Oye, ¿no ibas a pedirle información sobre eso a Noemi-san?
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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