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Ritsuko asintió ante la petición de Daiko, y el hombre juntó las manos, emocionado. La kunoichi se agachó, retiró la mayor cantidad de hierba que fue capaz para dejar la tierra expuesta y evitar que el fuego se extendiera y después entrelazó las manos en una serie de sellos bajo la atenta mirada de Daiko. Desde la mano derecha de la de Kusagakure surgió un fino hilo, brillante, naranja y viscoso que fue a caer en el pozo que había excavado con sus manos. Tal y como humeó la tierra al entrar en contacto con aquella sustancia, saltaba a la vista que estaba caliente. Muy caliente. Después de todo, el elemento de Ritsuko era la lava.
—¿Sirve?
—¡Sí! ¡Es genial! ¡Gracias, Ritsuko-san! ¡Sabía que los ninjas érais increíbles! —exclamó Daiko, emocionado como un niño pequeño. Enseguida se volvió hacia su compañero—. ¡Gonken, corre, trae algo de madera!
Mientras Ritsuko acudía al río para refrescarse, el hombretón acudió a la llamada entre gruñidos. Llevada consigo varias ramas y, entre él y Daiko, y gracias a la ayuda de la kunoichi, consiguieron encender una hoguera en cuestión de minutos. Después, sacaron de sus mochilas de viaje varias bolsas con comida que Gonken empezó a cocinar sobre el fuego de la hoguera. El menú constaba de algunas hogazas de pan y varias raciones de verduras y carne.
—¡Ritsuko, la comida casi está hecha ya! —la llamó Daiko, al tiempo que le tendía una cantimplora para acompañar la comida.
Gonken, al otro lado de la hoguera, simplemente se sirvió una longaniza y, sin esperar siquiera a que se enfriara, le asestó un potente bocado.
—Bueno, aprovechemos esta pausa en el camino para conocernos un poco mejor —comentó Daiko, dando un trago a su propia cantimplora antes de continuar—. Ritsuko-chan, ¿qué hay de ti? ¿Qué más cosas sabes hacer como ninja?
Tras aquella demostración de una naturaleza sumamente destructiva, el delgado hombre festejó alegremente que aquello les vendría genial para lo que sea que vayan a usar la hoguera.
Ritsuko sencillamente dedicó una sonrisa nerviosa y se dirigió hacia el río para lavarse las manos al menos vagamente y aprovechó también para tirarse tanta agua como pudo encima. Era una verdadera ventaja vestir colores oscuros o de lo contrario se habría transparentado toda prenda que tenía encima, pero no era el caso así que podía darse el lujo, además que aquella ropa estando empapada no se arrugaba ni nada por el estilo, mantenía la forma a excepción de la falda que de todas formas no se mojó.
Luego de un rato el único de aquellos dos que hablaba la llamó afirmando que la comida estaba lista. ~Mira tú, pensé que me las tendría que arreglar para conseguir lo mío ~se decía a sí misma mientras se acercaba encantada a la ubicación de los otros dos y aceptaba gustosa la cantimplora que le ofrecieron.
Siendo así, la chica se sirvió un trozo de carne no muy grande y a diferencia del hombretón, ella prefirió soplarle para enfriarlo aunque sea un poco antes de llevárselo a la boca con cierta delicadeza por temor a quemarse. Irónico, ¿verdad? Que una chica que escupe lava tenga miedo a quemarse…
Por obvias razones la pelirroja se había sentado de modo que pudiera tener en su rango visual la carga que se suponía debía de cuidar, pero una pregunta la interrumpió y una vez más la tomó por sorpresa.
—Pues… Puedo crear clones sencillos y también mover bloques de tierra —fue lo único que se le ocurrió decir en ese momento.
Claro que no sonaba como nada sorprendente, y si vamos al caso muchos otros shinobis tendrían habilidades muy superiores a las suyas, pero es lo que sabía hacer por ahora y no tenía caso mentir, aunque también de casualidad se acordó de otra cosilla.
—También puedo hacer algunas cosas de goma, aunque no son muy útiles —confesó al fin, recordando que había desarrollado una técnica que le permitía extraer tiras de goma de cualquiera de sus válvulas o de la propia boca—. Creo que nada más.
¿Qué más podía decir? Al no saberlo simplemente volvió su mirada al carromato. Por las dudas.
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29/05/2017, 23:14
(Última modificación: 29/05/2017, 23:14 por Aotsuki Ayame.)
Ritsuko se había sentado con los dos hombres y, siguiendo el ejemplo de Gonken, se sirvió un trozo de carne y lo sopló antes de llevárselo a la boca.
—Pues… Puedo crear clones sencillos y también mover bloques de tierra —respondió la pelirroja ante la pregunta de Daiko, que ahogó una exclamación de asombro—. También puedo hacer algunas cosas de goma, aunque no son muy útiles. Creo que nada más.
Gonken se levantó y, sin decir una sola palabra, pasó junto a Ritsuko. Se dirigía hacia el montón de madera, seguramente para coger más ramas que echar al fuego.
—¡Increíble! ¡Sabía que los ninjas érais geniales! —seguía explamando Daiko, que parecía cada vez más y más emocionado. Sin embargo, enseguida reparó en que la chica no paraba de dirigir la mirada hacia el carro con cierta inquietud—. ¿Qué ocurre? ¿Te preocupa algo? —le preguntó, antes de darle otro trago a su cantimplora.
A diferencia del más robusto de los hombres ella se tomaba su tiempo para degustar la carne que se había servido, de lo contrario se terminaría quemando innecesariamente y no le resultaba tan agradable pelarse el paladar gratuitamente.
Pronto Daiko entre exclamaciones notaría que la pelirroja no dejaba de mirar el carromato y no dudó en consultar al respecto.
—No, pero me molestaría que alguien pase y se lleve algo —respondió con tono neutral.
Realmente no era que la preocupase ni nada similar, más bien quería asegurarse de hacer bien su trabajo y despegando la mirada del carro era muy factible que incluso algún animal salvaje se robase algo.
Luego de eso Ritsuko bebió de la cantimplora tan solo un par de tragos para luego regresar al trozo de carne que ya estaba a punto de terminarse.
—Por cierto, ¿Gonken es mudo o simplemente evita hablar? —preguntó mostrando algo de curiosidad al respecto.
Hasta el momento solo le había escuchado gruñir y ya, quería saber si realmente podía o no hablar o de lo contrario podría darse alguna situación un tanto bochornosa para la pelirroja… Si es que no se daba en ese preciso instante.
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—No, pero me molestaría que alguien pase y se lleve algo —respondió la pelirroja. Y la sonrisa de Daiko se alargó más.
—Oh, ya veo. Eres una verdadera profesional, te tomas muy en serio tu trabajo —comentó, alegremente, mientras alargaba la mano para tomar un trozo de carne y comenzaba a soplarlo.
Ritsuko, por su parte, alzó al fin la cantimplora para darle un par de tragos antes de continuar con la conversación, y en los ojos del mercader apareció un sutil brillo de satisfacción.
—Por cierto, ¿Gonken es mudo o simplemente evita hablar?
—El pobre Gonken sufrió un accidente hace muchos años que le dañó las cuerdas vocales —explicó, con cierta lentitud. Quizás, demasiada lentitud. ¿O era solo sensación de Ritsuko? La sonrisa de Daiko se ensanchó aún más y sus ojos se entrecerraron en una mueca que le asemejaba a un zorro a punto de saltar sobre una desvalida presa—. Por cierto... sobre la mercancía. No tienes de qué preocuparte.
Una extraña pesadez se había adueñado del cuerpo de Ritsuko. Le costaba moverse, sus extremidades se movían con una lentitud casi pastosa y mantener los párpados abiertos se había convertido en un esfuerzo casi titánico. Lo último que vio antes de perder la conciencia, fue la terrorífica sonrisa de Daiko y sus palabras la acompañaron en sus sueños.
—Porque la mercancía eres tú.
...
El carro se sacudía bajo su cuerpo. Aún se sentía algo aletargada, pero los efectos de la droga habían comenzado a disiparse, dejándola en una especie de neblina de aturdimiento. Tenía el cuerpo agarrotado, se sentía incómoda, pero no podía hacer nada por ponerse más a gusto. Sentía una quemazón en los tobillos y las muñecas, allá donde las cuerdas la aprisionaban con tanta severidad. Las piernas juntas, y las manos tras la espalda con los dorsos de las manos en contacto para evitar que hiciera sellos con ellas. En su boca, una mordaza le impedía articular palabra. Estaba en una jaula de barrotes de metal, tapada con una pesada tela que estaba fijada por una soga. La misma carga que había visto desde fuera. Pero ahora ella estaba dentro de ella. A través de los pliegues de la manta vio una carpeta en el suelo de la carreta con un folio en primera plana y que podía leer sin problemas:
Ritsuko
Rango: Genin
Aldea: Kusagakure
Habilidades: Técnicas de lava, técnicas de goma, técnicas de clonación y técnicas de tierra
—¡Lo que nos ha costado que la mocosa bebiera! —Escuchó la voz de Daiko tras la manta, al frente del carro—. Menos mal que no hemos tenido que recurrir a la fuerza bruta. Nos pagarían la mitad por ella si encima llega con lesiones.
Un gruñido por parte de Gonken.
—Debo admitir que no ha sido mala idea. Podríamos dedicarnos a esto el resto de nuestras vidas, ¿eh? Venta ambulante de shinobis... Estoy seguro de que nos pagarán muuuuy bien. Ya nos encargaremos de ello.
»¿Que qué querrán hacer con ella? ¡Y yo que sé! Una vez nos den la pasta nosotros nos lavamos las manos. ¡Es una kunoichi, pueden sacarle un buen provecho si lo desean! Y si no... Bueno, no es precisamente fea, ¿verdad? Y las pelirrojas se consideran muy exóticas...
Una risa escalofriante sacudió el aire.
—Aaahhh, aún queda un largo trecho hasta Tane-shigai...
Poco después de dar ese trago a lo que sea que la cantimplora tuviese la kunoichi comenzó a sentirse considerablemente cansada, suficiente como para cabecear un par de veces y que los párpados se le mantuviesen entre-cerrados durante toda la explicación de lo que le había pasado a Gonken y por qué era tan silencioso.
Luego de ello la chica ya no pudo mantenerse por más tiempo y muy vagamente logró escuchar aquella última frase.
—Porque la mercancía eres tú.
~¿Qué yo qué? ~alcanzó a preguntarse a sí misma justo antes de caer inconsciente sobre la hierba.
***
Luego de váyase a saber cuánto tiempo, la pelirroja recobró el conocimiento y muy lentamente entre-abrió los ojos. Se sentía simplemente fatal, o bueno, estaba jodidamente incómoda y por mucho que intentase cambiar la postura en la que había estado no lograba separar ni los brazos ni las piernas. Fue entonces cuando comenzó a removerse y en consecuencia encontró aquella leyenda tan… Peculiar.
~Su puta madre… ¿De nuevo? ~Fue lo primero que se le cruzó por la cabeza.
Y si bien hasta ese momento se había mostrado bastante serena, en realidad todavía estaba un tanto mareada y no terminaba de captar si era un sueño o algo en serio. Pero no poder hablar y moverse estaba incordiándola demasiado y por ende, iba siendo hora de despertarse del sueño, ¿verdad?
Ritsuko se removió un poco hasta lograr tumbarse boca abajo y acto seguido se arrastró como una especie de oruga para alcanzar los barrotes contra los que se daría un buen golpe en la frente en un intento por despertarse.
¡Plaf!
Y el mundo seguía exactamente igual.
—¿Más fuerte? —Consultó su madre, quien curiosamente estaba delante de la chica y también atada, aunque sin mordaza.
~A ver…
¡Plaf!
Nada.
¡Plaf!
~¡Su puta madre! ~se quejó completamente adolorida y con la frente completamente roja por los golpes. Sin mencionar que se le habían escapado unas lagrimillas.
—¿Será que esto no es…?
Antes de que su madre pudiera terminar la pregunta, Ritsuko comenzó a removerse por toda la jaula en un intento por liberarse de esas ataduras. Ahora sí había entrado en pánico y maldecía por no haberse aprendido aquella simple técnica para liberarse de ataduras. Pero era tarde para lamentarse, tenía que ingeniárselas para liberarse así se lastimase… Más de lo que estaba haciendo en su inútil lucha.
Mientras tanto, aquellos dos hombres habían estado hablando bastante, algo de estar vendiendo shinobis o algo así… Pero lo que más molestó a la pelirroja sería exactamente lo último, aquello relacionado a cómo podrían sacarle provecho a ella.
~¡Hijos de puta! ¡Los voy a matar así me echen de Kusa! ~eran los pensamientos que surcaban su mente en aquellos instantes.
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Los golpes de la cabeza de Ritsuko contra los barrotes resonaron con fuerza, llamando la atención de los dos hombres que iban al frente del carro.
—¡Ey! —exclamó Daiko, que se había girado en su asiento. Pese a que la carreta no se había detenido en ningún momento, por debajo de la tela que cubría la jaula la pelirroja sería capaz de ver los pies del hombre acercándose a ella. Al final, la cara del hombre pelirrojo se presentó ante ella después de haber levantado la tela lo justo para poder agacharse y asomarse por debajo—. ¡¿Se puede saber qué haces?! ¡Te estás lastimando! ¡Mira qué chichón te ha salido en la frente, ahora nos reducirán la paga por ti, estúpida!
Poco a poco, la neblina en la mente de Ritsuko se había ido despejando. Había recuperado la consciencia del todo, pero seguía igual de atada que al principio.
Daiko chasqueó la lengua, dejó caer la manta de nuevo y volvió a su asiento.
—Estúpida cría... Gonken, más te vale darle caña a esos caballos. Quiero llegar a Tane-shigai antes de que llegue la noche. Todo estará listo para cosa de la media noche...
El hombretón gruñó en un mudo asentimiento y, con un restallido de las correas, el carromato dio una sacudida y aceleró su velocidad.
El sol ya había comenzado a declinar en el oeste, por lo que debían de ser más de las siete de la tarde...
Los golpes que se había dado contra los barrotes al final llamaron la atención de los hombres y justamente el delgaducho decidió comprobar lo que había pasado y… Regañar a la pelirroja por el chichón que se había hecho.
~Que te den, y no dinero precisamente ~pensó una más que frustrada Ritsuko que intentó fulminar con la mirada al hombre.
Las ganas de darle una paliza y meterle lava por el culo eran demasiado intensas en la kunoichi, pero las cuerdas que la tenían amarrada no cedían por más que luchase y siendo una genin inexperta como ella no tenía muchas ideas de cómo actuar en una situación así, sin mencionar que estaba bastante enloquecida por la situación.
Seguía maldiciendo en sus pensamientos y al mismo tiempo forcejeando con las ataduras, esta vez en absoluto silencio aunque seguía sin prestar demasiada atención al daño que se estaba provocando ella sola. Total, le importaba bien poco que les bajasen la paga a aquellos dos.
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La travesía continuó durante algunas horas más. El asfixiante calor del mediodía había ido remitiendo conforme avanzaba la tarde, y al final se quedó en un atardecer bastante agradable. Lástima que, en la situación en la que se encontraba, Ritsuko no podía disfrutar de ella. Pese a sus continuos esfuerzos, las sogas no cedían ni un ápice. Estaba claro que Daiko y Gonken sabían lo que se hacían. Sabían bien cómo atar a un shinobi para inutilizarle.
El grupo llegó a Tane-shigai cuando el Sol ya se había puesto, sin embargo, Gonken condujo a los caballos hacia las afueras de la capital, en un rincón bastante disimulado entre casas bajas, más bien sumido en la penumbra y sin demasiado jaleo. A cualquier luz, parecían el típico barrio de mala guisa de cualquier ciudad. El carromato se detuvo en seco, y los dos hombres bajaron de él sin prestar atención a la jaula en la que viajaba Ritsuko.
—Vale, Gonken, vigílala —escuchó la voz de Daiko tras la sábana—. Yo voy a buscar a mis contactos, estoy seguro de que entre ellos habrá más de un interesado por la chica. Y ni se te ocurra pifiarla.
»Ah, sí. Asegúrate de prepararla para la ocasión. Ya sabes lo que tienes que hacer.
Un seco gruñido y después el sonido de los pasos alejándose. Daiko se había marchado, y Ritsuko se había quedado a solas con el grandullón que no parecía prestar demasiada atención a su existencia. En su lugar, se movió de aquí para allá y, tras varios minutos de ajetreo y dos secos chasquidos, escuchó el crepitar de las llamas y sintió la calidez del fuego en su piel. Parecía que se había encendido un fuego para hacer más amena la espera.
Durante prácticamente todo el viaje la pelirroja se había dedicado a forcejear con aquellas ataduras pero al final de cuentas no había logrado ningún progreso, pero tampoco es que se enfocó completamente en ello todo el rato. A medida que los minutos pasaba iba perdiendo la voluntad hasta el punto en que su forcejeo parecía más bien una leve molestia entre sus manos.
~Los voy a matar ~pensaba bastante más tranquila de lo que había estado al principio, aunque se mostraba con ojos vidriosos al distinguir bastantes similitudes con lo que le había pasado anteriormente cuando era más joven.
—La última vez no te dejaron —indicó la mayor que permanecía ‘atada’ frente a la kunoichi.
~Pero si pudiera… ~se lamentaba aspirando con algo de fuera por la nariz en un intento por controlar la moquera que se le venía por estar al borde del llanto.
Finalmente ocurrió, el carromato frenó al fin y Daiko le indicó al grandulón que cuidase la jaula, pero de paso dejó una aclaración aparte en relación a ella misma aunque probablemente debajo de tantas mantas tendrían a alguna otra kunoichi que valdría la pena, al menos más que ella misma.
~Lo odio, ¿por qué me toca siempre a mí? ~se cuestionaba impotente ante lo que le estaba ocurriendo por segunda vez.
La primera había terminado con infinidad de válvulas por todo el cuerpo, algunas en zonas algo ocultas y otras demasiado visibles, como las que tiene a los lados externos de los ojos. Pero por si fuera poco, la de kusa se iba haciendo la idea de que la usarían como sujeto de experimentos para alguna cosa más complicada y peligrosa de lo que habían hecho tiempo atrás cuando era más joven.
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Al cabo de varios largos minutos, Gonken se levantó. Y sus pasos trajeron consigo el tintineante sonido de unas cadenas. Cortó las sogas que mantenían fija la jaula sobre el carro y después apartó la sábana que la cubría. Casi con pereza, sacó una llave del bolsillo de su pantalón y la puerta se abrió con un chasquido y un ligero chirrido. Entró, y Ritsuko pudo ver que en sus manos llevaba un juego entero de cadenas y grilletes. El hombre se agachó junto a ella, y su rostro denotaba la más absoluta indiferencia cuando la miró. Era como si no fuera más que un objeto, un mueble, para él.
Con una mano la agarró del pelo y estiró su cabeza hacia atrás lo justo para poder ponerle el primer grillete en torno al cuello con una cadena colgante atada a una argolla en su parte posterior. Después pasó a las piernas, cortó las cuerdas que ataban unían los tobillos de la muchacha, pero antes de que pudiera escurrirse los atrapó con sus manazas y cerró en torno a ellos dos grilletes separados por una cadena que apenas medía medio metro. Podría andar, pero no podría dar largas zancadas con ellas puestas. Lo último fueron las manos, que sufrieron un destino similar, las muñecas atadas mediante un par de argollas unidas entre sí por otra cadena más corta.
A lo lejos, comenzaban a escucharse algunas voces...
No importaba cuanto se esforzara, las cuerdas no cedían en lo más mínimo y el grandulón no tardó en aparecerse para hacer un cambio en el que si bien, la pelirroja supuso tendría alguna posibilidad de escape, el hombretón se aseguró de que no fuese así con aquellas manazas que la mantuvieron bastante quieta pese a todo.
~Hijo de puta… ~insultaba en su cabeza mientras trataba de resistirse aunque vagamente, estaba un tanto resignada y se la notaba afectada al menos por los ojos enrojecidos y lagrimeantes.
Luego de tanto cambio de ataduras, Gonken comenzó a tirar de una cadena que cumplía la misma función que una correa para perros, obligando a Ritsuko a seguirle en contra de su voluntad y a tropezones ya que las cadenas de los pies le estorbaban.
Aunque lo más curioso probablemente serían los grilletes de las manos, a diferencia de las ataduras previas esta vez tenía libertad para formar un par de sellos, aunque que mantenía unidas ambas manos era un tanto corta. ~El que no lo intenta… ~pensó por un instante mientras comenzaba a formar los sellos para ejecutar la misma técnica que había utilizado para encender el fuego horas atrás.
Si lo lograba y Gonken no se avispaba a lo que le esperaba, la kunoichi aplastaría una mano en la cadena con la sola intención de derretir aquel metal con lava.
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Gonken era completamente ajeno a las lágrimas que inundaban los ojos de Ritsuko. Una vez cumplida la tarea, se levantó tosco, sujetando con firmeza el extremo de la cadena que se unía a la argolla que la pelirroja tenía al cuello, y tiró de ella para obligar a la kunoichi a levantarse y caminar junto a él.
Las voces a lo lejos se incrementaban en volumen a cada segundo que pasaba. Por la diferencia entre las voces, debían de ser unas cuatro personas las que se acercaban al lugar.
Pero Ritsuko no estaba dispuesta a perder ni un solo instante más. La cadena tintineó levemente cuando entrelazó las manos en un par de sellos y después cerraba una de ellas en torno al metal. Un potente silbido y el olor a metal fundido inundó el aire y Gonken se tensó al instante. Rápido como un rayo, y su mano libre se estampó contra la mejilla de Ritsuko con la fuerza de una pedrada. El golpe la arrojó hacia atrás y la derrumbó en el suelo. Gonken se acercaba de nuevo a ella con los puños apretados y gruñendo por lo bajo.
Sin embargo, Ritsuko había conseguido fundir la cadena que aprisionaba sus manos.
El plan de la kunoichi fue efectivo aunque no tanto como se hubiese esperado, después de todo se llevó un puñetazo en toda la cara que la dejó desorientada en el suelo.
~¿¡Qué mierda tiene por manos!? ~se cuestionó removiéndose en el suelo en un intento por ponerse de pie aunque las cadenas en los tobillos entorpecían la tarea.
Podría intentar a sacar algo más de lava para liberarse, pero muy probablemente el grandulón la golpearía una vez más así que por ahora se conformaría con quitarse la mordaza y mirar fijamente al contrario para dejarle en claro que estaba aún consciente. Ante cualquier movimiento la pelirroja volvería a formular aquellos sellos y le vomitaría en la cara si la oportunidad se presentaba, total, si Gonken moría le haría un favor considerable a todo el mundo.
Pero la verdad era que Ritsuko no se atrevía mucho a hacer frente a aquel mastodonte, la diferencia de alturas era considerable y ni hablar de la musculatura, ni siquiera sabía si aquel puñetazo que le habían dado había ido con toda la fuerza del hombre o si en realidad se había contenido, pero que estaba bastante afectada es un hecho.
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Le costó hacerlo, por las cadenas que aún aprisionaban sus tobillos, pero Ritsuko volvió a ponerse en pie mientras Gonken dirigía hacia ella sus amenazadores pasos. La kunoichi se arrancó la mordaza de la boca y le dirigió una punzante mirada a su agresor, que no dudó en lanzarse sobre ella de nuevo con el puño en alto directo a su mandíbula.
—¡Gonken! ¿Va todo bien por ahí? —se escuchó la voz de Daiko, a varias decenas de metros de distancia. El hombrecillo paró en seco al contemplar a su presa fuera de la jaula enfrentándose a su compañero, y entonces la luz de la luna arrancó destellos plateados a la hoja de una navaja cuando la sacó de su bolsillo y echó a correr hacia ella—. ¡MALDITA PERRA!
Las otras tres personas que lo acompañaban se quedaron en el sitio, confusas e indecisas. Sería cuestión de tiempo que decidieran salir corriendo o unirse a la lucha para reducir de nuevo a la kunoichi de Kusagakure.
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