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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
Skippy contrajo el gesto ante la negativa del gennin; era evidente que aquello le había molestado de sobremanera, interrumpiendo su habitual ánimo risueño e infantil. El hombre se revolvió en su viejo yukata con pose pretendidamente digna y luego contestó.

Venga, vale, tío, sí —accedió, mirando a Kaido por encima de sus gafas cuadradas—. Pero ese sitio tuyo mejor que sea mejor que Lindesvan.

Y así, aquel curioso personajillo llamado Skippy seguiría al joven shinobi allá donde éste quisiera guiarle. En el camino, metería ambas manos dentro de los bolsillos de su yukata y no las sacaría bajo ningún concepto. Si Kaido miraba disimuladamente, podría ver que parecía estar trabajando en algo dentro de sus ropas.
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#17
Kaido suspiró, ligeramente aliviado. Que Skippy hubiese aceptado su propuesta no sólo le daba el margen de tiempo suficiente como para poder averiguar qué coño significaba Lindesvan —que hasta entonces seguía siendo un misterio, y era incapaz de saber si se trataba de una zona, un alias, o algún delirio del vejestorio— sino que lo podría hacer fuera de las calles, en un ambiente seguro.

No obstante, le advirtió lo siguiente: y es que si no resultaba ser tan divertido como el yal Lindesvan, ambos tendrían un serio problema. Aquella mirada introspectiva bajo los cuadrados cristales que agobiaban su rostro se lo dejó muy claro.

Pero resuelto a probar su suerte, el escualo decidió entonces poner marcha y tomar una de las rutas principales y más concurridas, al menos para esas horas de la noche. Transcurrió aproximadamente séis minutos antes de que Kaido diese un último giro a la derecha, y se sumergiese con su interlocutor a una calle extensa, llena hasta sus cimientos de cualquier cantidad de carteles con luces de neón, y distintas entradas a cualquier tipo de locales. Él, sin embargo, tomó la entrada del Karaoke de que le había hablado a Skippy, llamado La melodía de Uzume.

El interior era iluminado, grato y bullicioso. De fondo ya alguien se apresuraba a entonar la melodía de una canción, mientras seguía los kanjis que se iban dibujando en una enorme y ostentosa pantalla al costado del escenario. Quien cantaba en ese momento era una mujer, algo mayor, aunque su voz no era del todo desagradable. El numeroso público lo podía agradecer, desde luego, puesto que eran más los participantes que no cantaban tan bien que los que sí lo hacían.

—Bueno, aquí estamos. ¿Quieres apuntarte para la próxima canción? —le dijo, mientras dejaba que los ojos de su contratante revelaran por sí mismos el interior de aquel local. Adornado con una gran cantidad de figuras e ilustraciones de la diosa Uzume, del canto y la alegría; con alrededor de 20 mesas repartidas en el centro del gran salón. Camareros se movían como liebres a través de los clientes, llevando bebidas, aperitivos, y demás.

Muchos fumadores, mucho humo, y un ambiente grato de fiesta.

Mientras Skippy se adaptaba al lugar, él echaría un vistazo alrededor, intentando localizar a algún grupo de gente que transmitiera esa imagen rebelde, de calle, a la que le pudiera preguntar algunas cosas.
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#18
El rostro de aquel hombre tan extraño se iluminó como una de las brillantes farolas que adornaban la calle nada más entrar en el local. Las luces, el humo, la música... Todo componía una imagen típica de la noche en el Distrito Comercial de Amegakure. Por allí se podían ver todo tipo de personajes, algunos incluso tan o más extravagantes que el propio Skippy. Éste, nada más entrar, ignoró por completo a Kaido y se fue derecho a la barra. El Gyojin podría verlo pidiendo una cerveza en la jarra más grande que tuviesen.

Mientras Skippy se relacionaba con la fauna local, el gennin se dedicó a hacer un poco de observación. Gente de aspecto dudoso había a puñados en aquel sitio —como en casi todos los locales del Distrito—, pero fue un grupo en especial el que destacó sobre los demás.

Estaban ubicados en una esquina del lugar, alrededor de un par de mesas especialmente grandes y acomodados en sofás que nada tenían que ver con las sillas que había en el resto de mesas. En el centro, un hombre de aspecto ya entrado en años —unos cincuenta—, kimono verde claro con ribetes azules y dorados de aspecto extremadamente caro. Junto a él, un corrillo de muchachas que se esforzaban visiblemente por reírle cada chiste y captar su atención. El tipo era canoso pero todavía conservaba algo de pelo negro; sus ojos azules pasaban de los escotes de las chicas a la botella de aspecto caro que reposaba sobre la mesa, y una linda cicatriz le cruzaba el lado izquierdo del rostro.

Sentados cada uno en un flanco de aquel lujoso rincón un par de jóvenes veinteañeros con cara de pocos amigos recibían también alguna mirada del mayor. No tomaban copas ni parecían interesados en las muchachas, sino más bien en el resto del local.
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#19
De pronto, el interés de Skippy se volcó estrepitosamente sobre aquella larga barra de tragos y de los cuantiosos menjurjes que allí le podrían servir. Llamó la atención de los camareros, y ordenó lo que parecía ser una cerveza, en un inmenso jarrón de cristal que seguro le mantendría ocupado por lo menos unos cinco minutos antes de acabarla completamente, o eso creía él.

El escualo, no obstante, se dedicó a echarle un ojo a los alrededores y bastó un peinado completo del área para percatarse de la zona más llamativa, una esquina bien acomodada cuyos ocupantes no lucían igual al resto de los fiesteros. Allí, un hombre de edad avanzada con una visible cicatriz en el lado izquierdo de su rostro jugueteaba con un puñado de mujeres, concentradas única y exclusivamente en él, y además, otros dos hombres, cuyos rostros daban la certeza de que no estaban allí para divertirse ni mucho menos, sino para cuidar del capo que suponía ser el polígamo vejestorio.

Daba la sensación de que esa gente no quería ser molestada, y la voluntad de Kaido cedió ante esa agobiante premisa. Así que por su bien, decidió dejar esa opción para último, si no lograba obtener la información de algún otro asiduo conocedor de locales nocturnos y demás zonas de diversión vespertina.

«Probemos primero con los camareros»

Se acercó a paso agigantado hasta la barra, a tres asientos contiguos del de Skippy, y esperó a que el camarero se acercara. Siempre observando de reojo al extraño personaje, cauteloso pues conocía de sus repentinos fogonazos, y que se le podría perder en cualquier momento.

—Colega, ¿sabes de casualidad cómo llegar a Lindesvan desde aquí? tengo a mi tío de visita desde Shinogi-to y no se va a ir del distrito hasta que visite ese lugar.
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#20
Skippy alzó su jarra en dirección al gennin cuando vio que se le acercaba, y seguidamente se bebió más de la mitad de un solo trago. Su sonrisa bobalicona se desvaneció cuando vio que Kaido no pensaba acompañarle a beber, sino que su interés estaba más bien del lado del camarero. Skippy le dedicó un gran eructo antes de levantarse del taburete jarra en mano.

El camarero, un muchacho de unos veinte y pico años, rubio de ojos azules y piel pálida —como casi todo el mundo en Amegakure—, atendió a Kaido con patente desinterés. Quizás fuese el hecho de que aquella noche estaban llenos y el Gyojin le estaba haciendo perder un tiempo valioso, o tal vez que el chico preguntase por un bar de la competencia.

Colega, tienes que coger la segunda a la derecha una vez estés en la avenida principal. Es un localucho con un cartel de neón rosa en la puerta.

Mientras tanto, Kaido captó por el rabillo del ojo cómo Skippy se acercaba a la esquina donde estaba ubicado el curioso grupo. Se plantó frente a la mesa del mayor de los hombres, mientras los otros dos se ponían en pie y le cerraban el paso.

¡Hola qué tal hermanos y hermanas!

Extendió ambos brazos, jarra de cerveza en una mano y un curioso cigarrillo —más regordete de lo normal— en la otra.

¡Vaya, Skippy, hace mucho tiempo que no nos vemos! ¿Eh? —le respondió el hombre de la cicatriz, soltando una carcajada.

Skippy se encendió aquel cigarro con ayuda de un mechero que le proporcionó uno de los muchachos, y tras dar cuatro o cinco caladas, expulsó el humo lentamente.

¿Eh? ¿Qué es eso, Skippy?

Ah, esto es... Algo especial.
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#21
Coñazo en las pelotas Skippy. Así tendría que llamarlo a partir de ahora, pues no dejaba de dar dolores de cabeza. Ni una fría y deliciosa cerveza era capaz de mantenerlo quieto en la barra sin que quisiese perderse de la vista de su cuidador. Uno que, además de tener una paciencia muy limitada, carecía de cualquier sentido del trato como para no soltar cuatro mierdas por la boca y pirar de ahí sin que le importe fallar la misión.

Pero algo le decía que abandonar el barco ya en aguas tan profundas podría ser perjudicial para él. O para Skippy, quien ya se había lanzado de lleno al lago de cocodrilos, allí en donde estaban los tipos de mala pinta que había visto antes.

Para su sorpresa, sin embargo; el hombre de la cicatriz admitió conocer a Skippy, y le saludó como los mejores amigos. A lo que Skippy respondió con una buena calada a la especialidad que se había armado, y que con cada aspiro, lo disfrutaba cada vez más.

Kaido sintió la necesidad de acercarse, luego de haber averiguado con el camarero sobre el bar que Skippy tanto profesaba, y observar desde una distancia prudente el intercambio de palabras. Se le quedó mirando fijamente al de la cicatriz, y pasaba el rabo del ojo por los guardaespaldas de tanto en tanto, de modo que estuviera seguro que no fueran a hacerle daño a su protegido.

Un protegido que, según los designios de la misión, tenía problemas de salud. Pero ahí estaba, generando más humo que las llamas provocadas por el bijuu de Amegakure durante la destrucción de la antigua zona.
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#22
Bajo la atenta mirada de Kaido, aquella extraña escena seguía su curso. Skippy bebía de su jarra de cerveza —ya casi vacía— mientras fumaba a ratos aquel porro que sostenía con la mano zurda. Al final, una de las chicas que acompañaba al hombre de la cicatriz acabó por fijarse en aquel objeto de deseo. Era morena, de pelo largo y negro, perfectamente maquillada y vestía un kimono un tanto ajustado. Sus protuberantes pechos se bambolearon cuando la muchacha se incorporó en el amplio sofá, señalando el pitillo con un gesto inocente.

Oh, Skippy, ¿puedo?

El aludido se tapó la boca con gestó dramático y luego, mirando alternativamente el porro y a la chica, contestó con exageración.

¿Segurrrrrro? No sé, ¿tú que dices, novio? —agregó, mirando al hombre de la cicatriz.

¡Ah, eso es decisión de ella! —replicó el tipo con una sonora carcajada.

La chica sonrió ampliamente y se puso en pie, alargando la mano para dar a entender que no iba a privarse de satisfacer su deseo. Skippy la miró con desconfianza, y luego miró el pitillo. Acabó por dárselo a la chica entre refunfuños.

Esto no es normal, Titanium Haze, avisado.

Cuando la muchacha le dio la primera calada y empezó a toser, Skippy le quitó el pitillo de las manos mientras negaba con la cabeza, visiblemente molesto. Los guardaespaldas le perforaban con la mirada, inmóviles en sus posiciones, pero el tipo de la cicatriz parecía sumamente divertido con la escena. Bebía y reía y de vez en cuando manoseaba a alguna de las otras mujeres, todas de aspecto cuidado y apetecible.

¡No, no, no! Así no —Skippy reprendió a la chica y luego le puso el porro en los labios, urgiéndola a fumar a su manera—. Pierdes muchas cosas. Uno, dos, tres, cuatro, padentro. Aguanta. Pasa. ¡Estilo kusareño!

Obediente, la chica dio hasta cuatro caladas al porro y luego aguantó la respiración. Se contuvo unos segundos hasta que no pudo evitar la tos y los ojos llorosos. Pero Skippy todavía no estaba conforme; le puso el cigarrillo en los labios y repitió aquel mantra.

Uno, dos, tres, padentro, pasa otra vez. Estilo kusareño —mientras la muchacha repetía, esta vez menos convencida, la operación, Skippy se volvió hacia Kaido y le guiñó un ojo mientras susurraba—. Hay que guiar de vez en cuando.

Ni veinte segundos pasaron desde que la chica soltó el porro y la conversación fluyó por otros derroteros hasta que cayese redonda de espaldas. Sus compañeras se levantaron, escandalizadas, y los guardaespaldas del hombre de la cicatriz hicieron amago de socorrerla. El tipo parecía también estupefacto; la sorpresa no tardó en dar paso al enfado.

¿¡Pero qué coño le has hecho!? —bramó, levantándose con cara de pocos amigos.

Skippy retrocedió un paso, con gesto ofendido.

¿Yo? ¿Yo? ¡Pero si yo estoy bien y he fumao' más que ella!

La explicación no parecía convencer al tipo, que ya miraba con gesto amenazador a sus dos guardaespaldas.
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#23
Más pronto que tarde, el escualo tendría que arrepentirse de su decisión de no intervenir, y dejar que aquel hombre hiciera lo suyo con el reducido grupo de mafiosos. Porque, entre dimes y diretes; la morena de protuberantes pechos se abalanzó sobre la humareda de Skippy, y pidió, sumergida en su papel de puta inexperimentada que busca emociones juntándose con la mala calaña, dar una calada al porro.

Entre gestos sorpresivos, y miradas de autorización, se llegó a la conclusión de que...

Esto no es normal, Titanium Haze, avisado —La morena dio el primer sorbo al cigarrillo. Tosió, y enervado; Skippy la corrigió—. Pierdes muchas cosas. Uno, dos, tres, cuatro, padentro. Aguanta. Pasa. ¡Estilo kusareño!

Esta vez tosió más fuerte, y entre lagrimales, los ojos se le pusieron vidriosos. Pero Skippy aún no había terminado de inculcarle a la mujer sobre la forma correcta de probar semejante deleite, por lo que volvió a poner el cigarro entre los carnosos labios de la mujer y la obligó, prácticamente, a repetir el proceso.

Uno, dos, tres, padentro «Estilo Kusareño» —repitió, como si aquello le resultase gracioso.

Claro que mucha gracia no le haría al de la cicatriz, cuando medio minuto después; la valiente zorra perdió la conciencia y cayó sobre su propio peso. Agobiadas, sus compañeras reaccionaron alteradas, y los guardaespaldas trataron de auxiliarla. El novio gritó, pidiendo explicaciones.

Skippy no tenía ninguna, pero no le extrañaba. Kaido tuvo que improvisar, de nuevo.

—¡Mi gente, calma, calma! esto es Titanium Haze, lo más fuerte del mercado. La muchacha no ha de pesar ni 50 kilos, es normal que no aguante! —exclamó, tratando de sonar convincente. Pero en realidad no tenía ni puta idea de lo que estaba hablando—. hay que sacarla de aquí, necesita de aire fresco. Y un buen baño con agua fría, y un kebab con mucha carne ¡vamos, vamos!

El gyojin se mantuvo, sin embargo; siempre cerca de Skippy-dono. Por si había que salir corriendo de ahí, de nuevo.
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#24
Skippy sonrió ampliamente cuando Kaido acudió en su rescate. Las palabras del Tiburón —cuyo aspecto asqueaba visiblemente tanto a las mozas como al hombre y sus guardaespaldas— no fueron tomadas en serio al principio, pero entonces su cliente intervino hábilmente para terminar de salvar la situación.

¡Mushasho, dice la verdad! —exclamó de forma infantil—. Mira Kappa, tío, muy mal. Tiene que salir a tomar aire.

Casi sin dar tiempo a que el tipo de la cicatriz pudiese protestar, Skippy se abalanzó sobre el sofá de forma sumamente patosa y agarró a la chica emporrada por los hombros. La levantó sin esfuerzo y luego se la arrojó al gennin, esperando que este la cazaría al vuelo.

Das agua y compras una pizza, ¿eh? —pidió aquel extravagante hombre antes de erguirse y dar otra fumada a su porro.

Uhm, el chico. Es ninja, ¿no? —preguntó el llamado Kappa, entrecerrando los ojos—. Parece que sabe mucho... —la tensión se mascó un momento en el ambiente, pero entonces el tipo rompió a reír—. ¡YAHAHAHA! ¿Te gusta el verde, eh, señor shinobi? Pues claro que te gusta, coño. Yo también fumaba a tu edad. Anda, tira.
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#25
Kappa era su nombre. El de la cicatriz, quien de haber estado sumamente enervado, ahora permanecía tranquilo ante el pastoso avance de Skippy, quien se arrojó sin elegancia sobre el sofá y tomó entre sus brazos a la inconsciente mujer. Luego, con una fuerza desconocida; arrojó el menudo cuerpo hasta los linderos de Kaido, y éste tuvo que hacer un gran esfuerzo para cogerla de bien sin que se golpease contra nada. Tambaleó en su posición un par de pasos y frenó, justo antes de llevarse una mesa por la espalda.

Con aquella mujer entre sus brazos, no pudo hacer más que soltar un suspiro tedioso, y escuchar las vacilaciones del de la cicatriz. Quien advertía ahora sobre la profesión del escualo. Y sobre su experiencia con la verde.

—Skippy-dono, ¿por qué no me acompañas? recuerda que Yaimu nos espera también en Lindesvan, así que... ¿por qué no me ayudas a llevar a la señorita a comer algo, y así tú también pruebas un bocado? te hará en falta, pues la noche es larga.

Intentó convencerle, mientras maniobraba con la mujer sin que se le resbalase de las manos. Lo cierto es que no tenía intención alguna de perder de vista a Skippy, y menos dejándolo rodeado con esa gente. Aunque, por otro lado, todo el peso del asunto de la pobre mujer había recaído completamente sobre sí, y no podía dejarla morir. Las putas también tenían derecho a vivir, ¿o no?
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#26
La noche es larga y alberga horrores —remedó Skippy, echándose a reír después—. Parece que no era así.

Sea como fuere, el extraño personaje se despidió de Kappa con un distraído gesto y no sólo acompañó a Kaido y a la muchacha semi inconsciente fuera, sino que se adelantó a ambos como si tuviese prisa por marcharse de allí.

El aire frío de la noche amenia les saludó con su toque refrescante. Había empezado a llover, aunque todavía de forma ligera, y las calles estaban ya empapadas. Skippy se resguardó bajo el portal de la entrada del karaoke y dio una última pitada a su porro antes de tirarlo al suelo y apagarlo con el talón de sus sandalias.

Sí, tío, sí —contestó—. ¿Qué puede comer aquí cerca? ¿Carioqui, pizza?

Mientras, la chica que colgaba del hombro de Kaido parecía haber recuperado ligeramente la consciencia al respirar aire fresco. Todavía parecía incapaz de ponerse en pie, murmurando por lo bajo y abrazándose al Gyojin; que sentiría sus pequeños pero firmes pechos aplastados contra él.
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#27
Por suerte, Skippy decidió acompañarle. Y los mafiosos no tuvieron reparo alguno en que él, la mujer o Kaido salieran de ahí a buscar algo de comida. Le pareció extraño después de tanto revuelo, pero no se iba a quejar de nada. Ymucho menos cuando tenía un par de tetas, firmes y suculentas, acariciándole el rostro.

Rojo como un tomate —o más bien morado— el escualo trató de acomodar a la muchacha que de a poco iba recuperando la conciencia. Fuera el aire fresco, o la fría y ligera llovizna cayendo sobre sus mejillas, algo le hacía volver en sí misma. Mientras Skippy preguntaba si había algo cerca para comer una pizza, el gyojin palpaba su rostro con poca fuerza de mejilla a mejilla para así ayudarle a despertar.

Y alejó el rostro lo suficientemente lejos como para que cuando ella despertara, no se llevase el susto de su vida.

—A un par de cuadras hay una calle completa de restaurantes y puestos de comida rápida. Seguro que ha de haber pizza ahí. Pero primero hay que ocuparnos de ella, Skippy-dono. ¿No la vamos a dejar por ahí tirada, o sí? —indagó, esperando que el viejo actuase con responsabilidad. Después de todo, había sido culpa suya. Y de su cigarrillo en extremo potente.
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#28
Skippy miró al gennin por encima de sus gafas rectangulares, aun sin abandonar la cobertura que le proporcionaba el techado del karaoke. Fue una mirada inescrutable, misteriosa, y Kaido sintió como si le estuviese leyendo el alma. Los ojos fríos y claros de aquel personaje le mantuvieron el pulso un rato, hasta que finalmente cedió.

Ah, bueno, está bien tío, sí, vale —dijo, restándole importancia con un gesto de su mano derecha—. Pero llevas tú, ¿eh? Yo espero aquí.

Dicho lo cual, el viejo se cruzó de brazos. Sin cerveza y sin porro Skippy parecía mucho menos amigable que antes, y por su postura corporal daba a entender que no estaba dispuesto a mojarse porque una muchacha con la tensión baja dependiese de ello.

La mentada, por su parte, fue recuperando poco a poco el equilibrio; pero, aunque mejoraba por momentos, ni de lejos parecía lo suficientemente autosuficiente como para cuidarse a sí misma. Skippy la miró de forma inquisitiva, pero siguió sin moverse del sitio.
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#29
De Skippy tendría que hablar anecdóticamente mucho tiempo después de haber finalizado esa misión. Era quizás la persona más extraña y curiosa a la que el escualo habría podido conocer nunca, con tantos matices tan difíciles de leer que resultaba en la incapacidad de saber realmente quién era ese hombre, o qué quería realmente esa noche. Porque en un principio, Kaido tenía la sensación de que él estaba ahí —y dispuesto a pagar una prima para que algún ninja le protegiera— para hacer un poco el tonto, y disfrutar de los pocos años de vida que seguramente tendría aún por delante. Eso explicaría las drogas, el alcohol, y ese comportamiento extraño y desinteresado del que hacía gala en muchas ocasiones.

Pero después de aquel cruce de miradas que se sintió eterno, Kaido supo que, allí no había del todo locura. Le miró y le transmitió una curiosa cordura, pero su inexperiencia le haría incapaz de descifrarla. Skippy, hasta el final de la misión, o incluso muchos años después de aquel momento, seguiría siendo un misterio incompresible.

Ah, bueno, está bien tío, sí, vale —dijo, restándole importancia con un gesto de su mano derecha—. Pero llevas tú, ¿eh? Yo espero aquí.

—Vale, pero no te vayas a mover, que no tardo.

Partió con la mujer a cuestas, dándole la espalda a Skippy, tratando de agilizar el paso para que no le tomase mucho tiempo el deshacerse de la mujer y de pillar algo de comer para el vejestorio. Al concluir una de las cuadras, Kaido empezó a hablarle a la muchacha reiteradamente y en voz alta, intentando que recobrara la conciencia. Y así lo hizo hasta llegar a la gran hilera de puestos de comida, donde elegiría alguno para tomar asiento junto a la muchacha. Dejándola recostada si aún no había despertado, y pidiéndole al cocinero que les preparasen dos pizzas personales, además de una botella de agua.

Cada treinta segundos volteaba religiosamente hacia la calle contigua, exasperado por haber dejado sólo a Skippy. Temía lo peor: y es que si aquel viejo decidía no esperar, encontrarlo sería todo un desafío. Tenía que apurarse.

—Vamos, que te dejo buena propina si me sacas esa mierda lo más rápido que puedas.
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#30
El pizzero tardó apenas unos minutos en tener lista la orden, aunque a Kaido se le hicieron eternos. Mojado como estaba —igual que la chica que ahora dormitaba sobre uno de los taburetes del puesto—, el frío de la noche amenia no tardaría en penetrar sus ropas y calarle hasta los huesos. El Goyjin sintió una oleada cálida cuando el pizzero puso dos cajas de cartón frente a él —que, dicho sea de paso, olían de maravilla— y esperó de brazos cruzados a que el Tiburón le pagase, con la prometida propina incluída.

La muchacha tomaría apenas un trozo de la suya, ablandándolo con las encías antes de dar siquiera el primer bocado. Pareció sentarle bien, porque devoró el resto de la porción en apenas unos momentos. Con los ojos todavía entrecerrados se puso en pie, tomando un par de trozos más con la mano izquierda y dejando allí el cartón con el resto de la pizza.

Gr... Gracias, shinobi-kun... —balbuceó mientras caminaba, tambaleándose, con una sonrisa bobalicona en el rostro—. Has sss... s... Sido muy bueno conmigo.

Cuando el gennin dobló la esquina de la calle, acompañado de la chica emporrada, pudo escuchar claramente dos voces que discutían a pleno grito. De un lado estaba el camarero del karaoke, que gesticulaba de forma agresiva e hizo amago, un par de veces, de abofetear a Skippy. Del otro, el mentado personaje, que se limitaba a encoger los hombros y poner cara de enfadado de vez en cuando.

Para cuando Kaido se acercó, el camarero ya se había metido dentro del local, y Skippy esperaba con cara de incredulidad.

¿Puede creer lo que dise este tío? —preguntó el hombre, claramente ofendido, cuando vio al shinobi—. ¡Dise que sho, SHO, he ARRUINADO los bares! ¡Joder, tío!

Luego echó un vistazo a la chica por encima de sus gafas de montura rectangular.

¿Está bien, eh?
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