30/07/2017, 23:49
(Última modificación: 31/07/2017, 01:18 por Aotsuki Ayame.)
La primera ronda del Torneo de los Dojos había terminado y, pese a todos sus temores, había conseguido pasar a la siguiente. Y si algo había sacado Ayame en claro de toda aquella experiencia era que no le gustaba nada combatir ante el público. La sensación de todas aquellas miradas clavándose sobre ella, estudiándola, exigiéndole más... y más... Lo odiaba. Y el haberse enterado de que existía una porra y que una inmensa mayoría había apostado por ella no había mejorado aquel sentimiento. ¿Se habría sentido mejor si hubiesen votado en su contra? No. Sabía que no. De hecho, seguramente habría minado aún su ya baja autoestima.
De todas maneras, no era momento de pensar en ello. Ya tendría tiempo de preocuparse por la segunda ronda. Ayame sacudió la cabeza, resuelta, y esbozó una alegre sonrisa. Aquel día le esperaba una comida familiar, con la excusa de su victoria y del tiempo que llevaban separados.
Ayame atravesaba a paso ligero las calles de Sendoshi con las manos entrelazadas mientras miraba a su alrededor con curiosidad. Con todo el tiempo que llevaba allí, ya había comenzado a conocerse cada uno de los callejones y los diferentes establecimientos, pero siempre había algo nuevo que llamaba su atención: una tienda en la que no se había fijado antes, alguna terraza con macetas repletas de brillantes flores, algún escaparate interesante... Varias personas con las que se cruzó parecieron reconocerla, pero ante aquellas muestras Ayame bajaba la mirada, ruborizada, y apretaba el paso. No estaba acostumbrada a algo así, ella prefería fluir entre la gente de manera discreta, invisible, incorpórea como el reflejo de la luna nueva en el océano. Pero en aquellos instantes ella era una luna llena, y no le gustaba. Por eso dejó de curiosear y siguió adelante, hacia el puente Mikatsuki, donde había quedado con su padre y su hermano. De sólo pensarlo un alegre cosquilleo aleteaba en su estómago. Los había echado mucho de menos. Nunca habría imaginado cuánto podría extrañarnos hasta que había estado tanto tiempo lejos de ellos.
Sin embargo, según se fue acercando al punto de reunión, se encontró con otra nueva sorpresa.
—¿Y cómo piensas hacerlo? Ya sabes lo testaruda que puede llegar a ser, ¿sí?
«¡Karoi ha venido!» Pensó Ayame, radiante de felicidad, al reconocer la voz de su tío a la vuelta de la esquina. Aceleró el paso.
—Ayame deberá entrar en razón —respondió la voz de Zetsuo, y los pasos de Ayame se congelaron justo antes de girar la manzana y llegar al puente—. Soy su padre. Yo me encargaré de ello.
A Ayame se le encogió el corazón de sólo sentir el acero de su voz, tan férreo e inflexible como siempre. ¿Estaban hablando de ella? ¿Pero por qué? ¿Acaso había hecho algo malo?
—No funcionará, Zetsuo... —Su tío bajó la voz hasta el punto de que Ayame tuvo que afinar al máximo el oído para seguir escuchando.
—¡Ya hemos hablado sobre esto, Karoi! —siseó su padre, en el mismo tono de voz.
—¡Pero sacarla ahora, sin más, será igual que si lo hubiéramos hecho antes! ¡Quizás incluso peor! ¡Levantará todas las sospechas sobre ella! Ya sabes lo que me dijeron...
—Sé perfectamente lo que te dijeron esos dos tipos: "Los Hozuki tienen muchos amigos". Pues no permitiré que Ayame permanezca en este lugar tan expuesta más tiempo. No mientras esos malditos Hozuki sigan buscándola. No mientras exista la posibilidad de que uno de ellos esté aquí, o de que algún samurai esté aliado con ellos.
«Q... ¿Qué...?» Ayame se abrazó el costado, tratando de controlar los violentos temblores que sacudían su cuerpo. ¿De qué demonios estaban hablando su padre y su tío?
—Hubiese sido más fácil que Ayame hubiese perdido contra aquella kunoichi de Kusagakure, pero no ha sido así. Así que alegaremos algún tipo de lesión o incapacitación, pero Ayame abandonará este torneo y volveremos a casa.
La sentencia de su padre cayó sobre su cabeza como un golpe seco. Su corazón se olvidó de latir durante un instante y aquellas palabras se instalaron en su pecho como mil kunais. Su padre no se alegraba de que hubiera conseguido pasar de ronda, de hecho había preferido que cayera derrotada ante una kunoichi de otra aldea a la que ni siquiera conocía de nada. Ayame sintió las lágrimas deslizarse por sus mejillas. A ella le daba igual lo que pensara de ella el resto del mundo. Que apostaran a su favor o en contra. Ella sólo luchaba por él. Porque reconociera su valía.
Y ahora traicionaba sus sentimientos de aquella manera tan despiadada.
Ayame se mordió el labio inferior, tratando inútilmente de tragarse sus lágrimas y guardar algo de dignidad. Pero no funcionó.
—No voy a a abandonar... —murmuró, al salir de su escondite con los puños apretados a ambos lados de su cuerpo.
Karoi, Zetsuo y Kori, que también estaba allí aunque no había formulado palabra alguna hasta el momento, se giraron hacia ella inmediatamente. Su padre entrecerró los ojos en aquella mirada tan peligrosa que ella ya conocía muy bien. Pero aún así avanzó un paso más y, con el corazón desbocado, le desafió con sus propios ojos.
—¡No voy a abandonar! —repitió, con más firmeza.
—Pequeñaja... —intervino Karoi, pero Ayame le dirigió una mirada furibunda.
—¡¿Qué es eso de que me vais a hacer abandonar el torneo!? ¿¡Desde cuando tomáis una decisión así por mí sin siquiera preguntarme antes?!
—Desde que soy tu padre —cortó Zetsuo—. ¡Y cómo tal, harás lo que se te ordene, niña!
Ayame apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos del esfuerzo. Se clavó las uñas en la carne, y poco le faltó para hacerse sangre, pero no le importó. No sintió dolor. Porque el dolor que sentía en el pecho lo sobrepasaba con creces.
—¡NO! —gritó, con toda la fuerza de sus pulmones.
Zetsuo se había acercado a ella, y antes de que pudiera reaccionar, su mano estalló contra su mejilla como un látigo. Con un gemido ahogado, Ayame cayó al suelo y, aún aturdida por el golpe, se mantuvo con la cabeza gacha y se llevó una mano a la mejilla.
—Hasta ahora he tolerado tus caprichos con paciencia, ¡pero esto sobrepasa cualquier límite! —estalló Zetsuo, ciego de rabia—. ¡Sabes perfectamente lo que esos lunáticos quieren de ti! ¡Lo sabes, Ayame! ¡Y no permitiré que te pongan la mano encima! ¡Así que en cuanto hable con Yui-sama nos volvemos a Amegakure!
—¿Y después qué...? —respondió Ayame, ahogando un sollozo. Con la mano aún apoyada en la enrojecida mejilla, alzó de nuevo sus ojos, ahora inundados de lágrimas—. Volveremos a Amegakure, ¿y después qué? ¿Me encerrarás en casa temiendo que me secuestren a la vuelta de cualquier esquina? ¿Me prohibirás que hable con cualquier persona?
Ayame apoyó la mano en el suelo y se reincorporó con cierto esfuerzo. Seguía llorando, pero su resolución no flaqueaba.
—¡Arashikage-sama me eligió para luchar! ¡La gente apuesta por mí en sus porras sin sentido! ¡Pero tú eres el único que no confía en mí! —aulló, rota de dolor, con la mano en el pecho—. Por eso no voy a abandonar... ¡Seguiré en el torneo, lucharé y te mostraré lo que soy capaz de hacer! ¡NO VOY A ABANDONAR!
Ayame giró sobre sus talones y echó a correr por donde había venido. A la ida había estado pensando en lo mucho que odiaba el torneo, en lo poco que le gustaba combatir de aquella manera... Pero ahora estaba decidida a luchar. A luchar y a pasar todas las rondas. Se alzaría con la victoria. Y entonces su padre reconocería su valía. La vería clara y luminosa como el reflejo de la luna llena sobre el océano.
No.
Nada de reflejos.
Ella sería la luna llena.
De todas maneras, no era momento de pensar en ello. Ya tendría tiempo de preocuparse por la segunda ronda. Ayame sacudió la cabeza, resuelta, y esbozó una alegre sonrisa. Aquel día le esperaba una comida familiar, con la excusa de su victoria y del tiempo que llevaban separados.
Ayame atravesaba a paso ligero las calles de Sendoshi con las manos entrelazadas mientras miraba a su alrededor con curiosidad. Con todo el tiempo que llevaba allí, ya había comenzado a conocerse cada uno de los callejones y los diferentes establecimientos, pero siempre había algo nuevo que llamaba su atención: una tienda en la que no se había fijado antes, alguna terraza con macetas repletas de brillantes flores, algún escaparate interesante... Varias personas con las que se cruzó parecieron reconocerla, pero ante aquellas muestras Ayame bajaba la mirada, ruborizada, y apretaba el paso. No estaba acostumbrada a algo así, ella prefería fluir entre la gente de manera discreta, invisible, incorpórea como el reflejo de la luna nueva en el océano. Pero en aquellos instantes ella era una luna llena, y no le gustaba. Por eso dejó de curiosear y siguió adelante, hacia el puente Mikatsuki, donde había quedado con su padre y su hermano. De sólo pensarlo un alegre cosquilleo aleteaba en su estómago. Los había echado mucho de menos. Nunca habría imaginado cuánto podría extrañarnos hasta que había estado tanto tiempo lejos de ellos.
Sin embargo, según se fue acercando al punto de reunión, se encontró con otra nueva sorpresa.
—¿Y cómo piensas hacerlo? Ya sabes lo testaruda que puede llegar a ser, ¿sí?
«¡Karoi ha venido!» Pensó Ayame, radiante de felicidad, al reconocer la voz de su tío a la vuelta de la esquina. Aceleró el paso.
—Ayame deberá entrar en razón —respondió la voz de Zetsuo, y los pasos de Ayame se congelaron justo antes de girar la manzana y llegar al puente—. Soy su padre. Yo me encargaré de ello.
A Ayame se le encogió el corazón de sólo sentir el acero de su voz, tan férreo e inflexible como siempre. ¿Estaban hablando de ella? ¿Pero por qué? ¿Acaso había hecho algo malo?
—No funcionará, Zetsuo... —Su tío bajó la voz hasta el punto de que Ayame tuvo que afinar al máximo el oído para seguir escuchando.
—¡Ya hemos hablado sobre esto, Karoi! —siseó su padre, en el mismo tono de voz.
—¡Pero sacarla ahora, sin más, será igual que si lo hubiéramos hecho antes! ¡Quizás incluso peor! ¡Levantará todas las sospechas sobre ella! Ya sabes lo que me dijeron...
—Sé perfectamente lo que te dijeron esos dos tipos: "Los Hozuki tienen muchos amigos". Pues no permitiré que Ayame permanezca en este lugar tan expuesta más tiempo. No mientras esos malditos Hozuki sigan buscándola. No mientras exista la posibilidad de que uno de ellos esté aquí, o de que algún samurai esté aliado con ellos.
«Q... ¿Qué...?» Ayame se abrazó el costado, tratando de controlar los violentos temblores que sacudían su cuerpo. ¿De qué demonios estaban hablando su padre y su tío?
—Hubiese sido más fácil que Ayame hubiese perdido contra aquella kunoichi de Kusagakure, pero no ha sido así. Así que alegaremos algún tipo de lesión o incapacitación, pero Ayame abandonará este torneo y volveremos a casa.
La sentencia de su padre cayó sobre su cabeza como un golpe seco. Su corazón se olvidó de latir durante un instante y aquellas palabras se instalaron en su pecho como mil kunais. Su padre no se alegraba de que hubiera conseguido pasar de ronda, de hecho había preferido que cayera derrotada ante una kunoichi de otra aldea a la que ni siquiera conocía de nada. Ayame sintió las lágrimas deslizarse por sus mejillas. A ella le daba igual lo que pensara de ella el resto del mundo. Que apostaran a su favor o en contra. Ella sólo luchaba por él. Porque reconociera su valía.
Y ahora traicionaba sus sentimientos de aquella manera tan despiadada.
Ayame se mordió el labio inferior, tratando inútilmente de tragarse sus lágrimas y guardar algo de dignidad. Pero no funcionó.
—No voy a a abandonar... —murmuró, al salir de su escondite con los puños apretados a ambos lados de su cuerpo.
Karoi, Zetsuo y Kori, que también estaba allí aunque no había formulado palabra alguna hasta el momento, se giraron hacia ella inmediatamente. Su padre entrecerró los ojos en aquella mirada tan peligrosa que ella ya conocía muy bien. Pero aún así avanzó un paso más y, con el corazón desbocado, le desafió con sus propios ojos.
—¡No voy a abandonar! —repitió, con más firmeza.
—Pequeñaja... —intervino Karoi, pero Ayame le dirigió una mirada furibunda.
—¡¿Qué es eso de que me vais a hacer abandonar el torneo!? ¿¡Desde cuando tomáis una decisión así por mí sin siquiera preguntarme antes?!
—Desde que soy tu padre —cortó Zetsuo—. ¡Y cómo tal, harás lo que se te ordene, niña!
Ayame apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos del esfuerzo. Se clavó las uñas en la carne, y poco le faltó para hacerse sangre, pero no le importó. No sintió dolor. Porque el dolor que sentía en el pecho lo sobrepasaba con creces.
—¡NO! —gritó, con toda la fuerza de sus pulmones.
Zetsuo se había acercado a ella, y antes de que pudiera reaccionar, su mano estalló contra su mejilla como un látigo. Con un gemido ahogado, Ayame cayó al suelo y, aún aturdida por el golpe, se mantuvo con la cabeza gacha y se llevó una mano a la mejilla.
—Hasta ahora he tolerado tus caprichos con paciencia, ¡pero esto sobrepasa cualquier límite! —estalló Zetsuo, ciego de rabia—. ¡Sabes perfectamente lo que esos lunáticos quieren de ti! ¡Lo sabes, Ayame! ¡Y no permitiré que te pongan la mano encima! ¡Así que en cuanto hable con Yui-sama nos volvemos a Amegakure!
—¿Y después qué...? —respondió Ayame, ahogando un sollozo. Con la mano aún apoyada en la enrojecida mejilla, alzó de nuevo sus ojos, ahora inundados de lágrimas—. Volveremos a Amegakure, ¿y después qué? ¿Me encerrarás en casa temiendo que me secuestren a la vuelta de cualquier esquina? ¿Me prohibirás que hable con cualquier persona?
Ayame apoyó la mano en el suelo y se reincorporó con cierto esfuerzo. Seguía llorando, pero su resolución no flaqueaba.
—¡Arashikage-sama me eligió para luchar! ¡La gente apuesta por mí en sus porras sin sentido! ¡Pero tú eres el único que no confía en mí! —aulló, rota de dolor, con la mano en el pecho—. Por eso no voy a abandonar... ¡Seguiré en el torneo, lucharé y te mostraré lo que soy capaz de hacer! ¡NO VOY A ABANDONAR!
Ayame giró sobre sus talones y echó a correr por donde había venido. A la ida había estado pensando en lo mucho que odiaba el torneo, en lo poco que le gustaba combatir de aquella manera... Pero ahora estaba decidida a luchar. A luchar y a pasar todas las rondas. Se alzaría con la victoria. Y entonces su padre reconocería su valía. La vería clara y luminosa como el reflejo de la luna llena sobre el océano.
No.
Nada de reflejos.
Ella sería la luna llena.