12/07/2015, 10:36
La vida de un joven estudiante recién graduado era tan excitante y divertida como las circunstancias lo permitían. Para un niño con grandes ideas y aspiraciones, el simple hecho de recibir la bandana, tener un combate real o realizar su primera misión —aunque se tratase de cuidar a la mascota de un cliente—. era de por sí una experiencia importante y enriquecedora. No obstante, con cada día que pasara la emoción reducía sus niveles y las tareas se convertían en simples rutinas a las que es sencillo acostumbrarse. Así sucedió con Kota, quien a pesar de intentar realizar actividades diferentes durante la semana, ya parecía reacio a encontrar algo que le satisficiera lo suficiente como para llegar a casa con una historia interesante que contar.
Fue así como decidió por su propia cuenta planificar un pequeño viaje, sólo; con todas las responsabilidades que traía ello consigo. Sabía de su hermano y un viaje que había realizado al país del fuego, así que contaba con algo de respaldo a la hora de preparar el itinerario de viaje. Y entre todos los destinos posibles, fue la gran ciudad de Tanzaku Gai la que salió elegida. El peliblanco había escuchado que era una amplia capital con diversas formas de entretenimiento y quién mejor que él para comprobarlo.
La noche anterior al viaje preparó su mochila con todos los utensilios, empaquetó gracias a su madre unas cuantas raciones de alimento y alistó su vestuario junto con el equipamiento shinobi. A la mañana siguiente, sólo bastó con vestirse y montar su bolso en la espalda: pronto partiría al gran país del fuego.
—¡Nos vemos! —dijo, despidiéndose de su madre. Un abrazo y un beso fraternal, para luego dejarle ir.
El viaje le tomó gran parte de la mañana, aunque por suerte logró llegar a la entrada de la gran ciudad antes del mediodía. Allí en la entrada, el peliblanco visualizó la gran muralla de piedra que rodeaba hasta su horizonte todo el panorama, y sonrió por la gran vista que tenía aún cuando no había siquiera entrado en la zona. Pronto el genin avanzaría hasta adentrarse finalmente, dejando atrás a unos cuantos guardias que caminaban marchantes y firmes custodiando las adyacencias de Tanzaku.
Lo que encontró adentro fue muy diverso, desde puestos independientes en las avenidas donde vendían desde comida hasta prendas de vestir, hasta transeúntes mercaderes, algún gitano prestidigitador amante del dinero fácil e incluso los voceros que invitaban a la gente a adentrarse en sus grandes locales, muchos de ellos no permitidos para personas de corta edad.
«Y bien... ¿qué puedo hacer primero?»
Fue así como decidió por su propia cuenta planificar un pequeño viaje, sólo; con todas las responsabilidades que traía ello consigo. Sabía de su hermano y un viaje que había realizado al país del fuego, así que contaba con algo de respaldo a la hora de preparar el itinerario de viaje. Y entre todos los destinos posibles, fue la gran ciudad de Tanzaku Gai la que salió elegida. El peliblanco había escuchado que era una amplia capital con diversas formas de entretenimiento y quién mejor que él para comprobarlo.
La noche anterior al viaje preparó su mochila con todos los utensilios, empaquetó gracias a su madre unas cuantas raciones de alimento y alistó su vestuario junto con el equipamiento shinobi. A la mañana siguiente, sólo bastó con vestirse y montar su bolso en la espalda: pronto partiría al gran país del fuego.
—¡Nos vemos! —dijo, despidiéndose de su madre. Un abrazo y un beso fraternal, para luego dejarle ir.
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El viaje le tomó gran parte de la mañana, aunque por suerte logró llegar a la entrada de la gran ciudad antes del mediodía. Allí en la entrada, el peliblanco visualizó la gran muralla de piedra que rodeaba hasta su horizonte todo el panorama, y sonrió por la gran vista que tenía aún cuando no había siquiera entrado en la zona. Pronto el genin avanzaría hasta adentrarse finalmente, dejando atrás a unos cuantos guardias que caminaban marchantes y firmes custodiando las adyacencias de Tanzaku.
Lo que encontró adentro fue muy diverso, desde puestos independientes en las avenidas donde vendían desde comida hasta prendas de vestir, hasta transeúntes mercaderes, algún gitano prestidigitador amante del dinero fácil e incluso los voceros que invitaban a la gente a adentrarse en sus grandes locales, muchos de ellos no permitidos para personas de corta edad.
«Y bien... ¿qué puedo hacer primero?»