Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
15/09/2017, 15:49 (Última modificación: 15/09/2017, 15:50 por Uchiha Akame.)
Cuando Akame vio como el borracho se alejaba, convencido por su amigo, estuvo apunto de soltar un suspiro de alivio. No le dio tiempo. Incluso antes de llegar a incorporarse por completo, el amigo de Chae sacó rápidamente un kunai y le apuñaló por la espalda. Fue un ataque certero, preciso y mortal. «Más que premeditado», dedujo el Uchiha. ¿Y ya está? ¿Un ninja acababa de asesinar a otro en la calle, a plena luz del día, y ya está? Incrédulo, el gennin se puso completamente en pie y asintió con gesto tenso a las palabras del tal Raimyogan. «Parece tan nervioso como nosotros... Es evidente que tiene miedo a las represalias de lo que acabamos de oír».
Akame abrió la boca para contestar, pero Datsue se le adelantó. Así pues, el mayor de los Uchiha se limitó a asentir otra vez y darse media vuelta para empezar a andar en la dirección en la que habían venido; la residencia del Uzukage.
Mientras caminaba, empezó a ser realmente consciente de lo que acababa de ocurrir. «Un asesinato en plena calle, sin juicio, sin pruebas, sin nada»; le resultaba tremendamente familiar a la entrada en escena que había hecho Gouna —ahora muerta— matando al falso Zoku. Y recordó lo mal que le había sentado aquello. Oonindo estaba resultando ser un lugar mucho más cruel y brutal de lo que él se había imaginado.
—¿Qué demonios está pasando en la Villa? —masculló el Uchiha, por lo bajo, como si temiese ser oído tal y como lo habían temido Chae y Raimyogan.
Una frase seguía retenida en su mente. Palabras que resonaban altas y claras como el Sol de una mañana de Verano. Palabras que tardaría mucho, mucho tiempo en sacarse de la cabeza.
«Adaptarse o morir»
Cuando sus pasos les condujesen a la residencia de Uzumaki Zoku, Akame pediría entrada a quien quiera que la estuviese custodiando y buscaría verse con el Kage.
En la puerta les esperaban dos chunin, que aguardaban, cruzados de brazos, con aspecto aburrido. Uno de ellos era bajito, con el pelo corto de color cobrizo, y el otro era fornizo y con un tatuaje en forma de equis cubriendo los labios. Cuando los vieron, ni siquiera tuvieron que decir unas palabras. Los ninja se apartaron a sendos lados de la puerta, la abrieron, y con un brazo, instaron a los genin a adentrase.
—Akame-kun. Datsue-kun. Adelante. Zoku-sama nos dio instrucciones de dejaros pasar.
Si los muchachos subían por las escaleras, adentrándose en el hogar del Uzumaki, se encontrarían con él en el salón, sentado en un sillón, con aspecto cansado y con un montón de papeles enormes en la mesa. Zoku los miraba, con la frente arrugada y acariciándose la barbilla. Cuando se dio cuenta de que los Uchiha estaban de nuevo frente a él, les puso una cara de sorpresa mal disimulada.
—¿Datsue, Akame? ¿Ya habéis vuelto? Sólo han pasado un par de horas. Ni siquiera ha anochecido. —Miró de nuevo los papeles, un breve instante—. La transición está siendo complicada. Hay muchas cosas que hacer y otras muchas a las que enchufarse a medio camino. Me trae de cabeza.
»Tenéis otros dos sillones ahí. Sentáos si queréis, como si estuviérais en vuestra casa.
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Cuando aquellos dos chuunin les llamaron por su nombre y les cedieron el paso a la residencia del mismísimo Uzukage, la persona más importante de la Aldea, Akame no pudo evitar esbozar una sonrisa de satisfacción. Porque, si lo pensaba detenidamente, ¿no era aquello una gran victoria para su carrera? ¿No era para lo que se había preparado tanto tiempo, entrenado tantas horas, devorado tantos libros? ¿Para ser reconocido y poderoso?
«No», se obligó a decir. «Mi propósito es todavía más grande... Mi propósito...»
¿Cuál era, realmente, su propósito? Le había dado la espalda a Tengu durante el Torneo de los Dojos y ya no había vuelto a saber nada más de su maestra, Kunie. ¿Qué le quedaba entonces sino servir como mejor pudiera a Uzushio?
Volvió a la realidad cuando llegaron al final de las escaleras y pasaron al salón. Allí estaba Zoku, que les invitó a sentarse. Akame declinó con una respetuosa negación de cabeza.
—Tiene razón, Uzukage-sama. Es pronto todavía para dormir, pero ese no es el motivo que nos trae aquí —empezó el Uchiha—. Verá, estábamos en un restaurante y oímos una conversación entre dos hombres. Hablaban sobre un antiguo grupo seis, y sobre algunos de sus miembros. Al parecer tenían pruebas de haber encontrado el cadáver de Yakisoba, según ellos, en un sitio que no encajaba.
»Pagamos y nos marchamos con intención de venir a informarle lo antes posible... Pero nos interceptaron en la puerta. Uno de ellos, que estaba bastante borracho, un tal Chae, quiso sacarnos qué habíamos oído. Pero entonces su compañero le asesinó allí mismo —el Uchiha hizo una pausa, como si quisiera que sus palabras calasen más hondo—. Nos dijo que se llamaba Yotsuki Raimyogan y que no estaba dispuesto a traicionarle a usted, como sus otros compañeros. Dijo que él mismo se ocuparía de los antiguos miembros del equipo seis si era necesario.
¿Qué demonios le pasaba a la Villa? Esa era la pregunta que cruzaba la mente de Datsue en aquellos momentos, y aquella misma fue la que le formuló Akame instantes después. El menor de los Uchihas emitió un suspiro prolongado, antes de responder, mientras negaba con la cabeza:
—No lo sé.
¿Cómo era posible que un compañero matase a otro a la luz del día, y en vista de todo el mundo? Recordó que Zoku les había dicho que con Gouna había pasado igual. Que ella había ido ejecutando a todos y cada uno de los shinobis que le habían apoyado, pero… ¿realmente había sido igual? El Uchiha no se había enterado ni de una sola de esas muertes, y ese hecho solo podía tener una explicación: que ella, al menos, se había resguardado bajo el cobijo de las sombras y lo había hecho con discreción.
Pero muy mal tenían que estar las cosas, muy crítica tenía que ser la situación, para que un compañero matase a otro sin orden de por medio y en pleno centro de la Aldea. Se miró el antebrazo izquierdo, allí donde las lenguas de sangre le habían atado con una promesa eterna…
… y chasqueó la lengua.
• • •
Cuando entraron en el hogar de Zoku, éste les recibió con sorpresa, aunque Datsue notó en él algo raro… como si realmente ya supiese que se iban a adelantar. «¿Acaso sus pajaritos ya han volado hasta aquí? ¿O es que acaso…?»
Una teoría fugaz cruzó como un rayo su mente. ¿Y si había orquestado todo aquello él mismo? ¿Y si todo había sido un paripé, una prueba para saber si realmente podía confiar en ellos? Viendo cómo había mandado a un hombre que se hiciese pasar por él el día de su asesinato, y cómo había suplantado la identidad de Yakisoba, aquello debía ser coser y cantar para él. Sin embargo, ¿para qué tomarse las molestias, si ya los tenía atados con el Vínculo de Sangre? «Y llegar al punto de matar a un hombre solo para saber si somos de fiar… No, es demasiado hasta para él»
El Uchiha se sorprendió a sí mismo esbozando una sonrisa sardónica. Porque de pronto, comprendió, no importaba que aquello fuese una prueba o no. No importaba que hubiese pasado de verdad o no. Estaban atados por un compromiso mucho mayor al del honor y la lealtad. Un compromiso de muerte.
Akame no pareció siquiera dudarlo. Cuando le ofrecieron sentarse, lo rechazó, como si lo que tuviese que contar fuese demasiado urgente para tales protocolos —y, en parte, lo era—. Datsue escuchó cabizbajo la declaración del Uchiha, sin interrumpirle, hasta que llegó al final. Luego, solo añadió:
—Unos documentos, concretamente —señaló, en referencia a las pruebas que había asegurado tener Chae. Era irónico. Las pruebas de Gouna para culpar a Zoku habían sido también unos simples papeles manchados de tinta.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
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Zoku les miró sin pestañear, pero frunciendo el ceño cada vez más, especialmente cuando Akame llegó a esa parte que decía cuerpo de Yakisoba. Sólo cuando los dos muchachos hubieron terminado de relatar la historia, se quedó mirando a Datsue un breve lapso de tiempo. Luego, se llevó las manos a la frente y suspiró, recostándose sobre el sillón.
—La gente me tiene miedo. Es lógico. ¿Pero sabéis qué? Todavía no he mandado ejecutar ni a un sólo hombre. ¿Os lo podéis creer?
Volvió a suspirar.
—Ese puto Raimyogan. Otro más que intenta tomarse la justicia por su mano con tal de que no sospechemos de él. Joder, ¿en serio un hombre tiene que aguantar esta mala fama sólo por defender que deberíamos armarnos y ser fuertes frente a las demás aldeas? ¡Es que no lo comprendo!
Por primera vez los Uchiha vieron al hombre cansado, hastiado del mundo y castigado por la opinión pública que desde un primer momento el propio Zoku había dicho ser; en lugar de a aquél zorro astuto de sonrisa maquiavélica que les había mostrado todos estos días.
Habían visto al fin algo que Zoku no tenía previsto.
—Voy a tener que ponerme serio con toda esta gente. No van a hacer sino que manchar todavía más mi imagen. ¡No se puede ir por ahí apuñalando a la gente y sembrando la sensación de que vivimos en el caos! La gente es idiota.
»Tuvo que venir a decírmelo, diantre.
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Pues no, al menos Akame no era capaz de creerse que aquel siniestro tipo no hubiese mandado matar a nadie. Pero, claro, ¿podía ser porque todavía seguía sugestionado por la imagen que habían dado de él en la Aldea los afines a Gouna y Yakisoba? El Uchiha no pudo evitar preguntarse, con gran molestia, si no había sido un manipulado más. Un mero peón en el tablero de quienes movían Los hilos del mundo.
«No, ya no. Nunca más. Nunca más...»
Claro, el bijuu lo cambiaba todo. O el medio bijuu, en su caso. Pero ascender de peón a alfil todavía le dejaba como una herramienta más.
Apartó aquellos pensamientos de su cabeza y se centró en lo que decía Zoku. O, más bien, en lo que parecía Zoku; cansado, abatido, casi derrotado. Una cosa le quedó clara al Uchiha al ver a aquel hombre exhausto; ser Uzukage no era fácil, y mucho menos en aquellos tiempos.
—Creo que tiene toda la razón, Uzukage-sama —dijo, y por una vez se sintió insuficiente. No quería que Zoku lo interpretase como simple peloteo, así que añadió—. La gente de esta Aldea ha pasado por mucho en las últimas estaciones. La tierra todavía no se ha asentado, la sangre está fresca...
«Demonios, ¿alguien puede culpar a los pobres diablos? Hemos pasado por tres Kages en medio año... Esto es un mal presagio».
18/09/2017, 13:53 (Última modificación: 18/09/2017, 13:58 por Uchiha Datsue.)
—La gente me tiene miedo. Es lógico. ¿Pero sabéis qué? Todavía no he mandado ejecutar ni a un sólo hombre. ¿Os lo podéis creer?
«Pues…» Miró hacia el suelo, evitando responder a la pregunta. Datsue hacía mucho tiempo que no sabía en qué creer. Sin embargo, a continuación pasó algo inaudito, algo que hubiese jurado imposible: la coraza de piedra que envolvía a Zoku constantemente pareció resquebrajarse por un momento, dejando entrever el cansancio y el hastío que sufría por esa mala fama que cargaba sobre sus hombros. Y el Uchiha…
… El Uchiha se lo creyó. No supo por qué, pero en aquel momento, se lo creyó. Akame intervino, dándole la razón al Uzukage, y asegurando que la sangre todavía estaba demasiado fresca. Fue entonces cuando Datsue le interrumpió.
—Yo podría ayudar en eso —aseguró, en voz baja, como si tuviese miedo de que le oyesen. Entonces alzó la mirada—. Yo… ¡Yo soy el hombre adecuado para resolver su problema, Zoku-sama! —exclamó de pronto, convencidísimo en lo que decía—. No sé si ha oído hablar de… —carraspeó, y de pronto se sintió tremendamente atraído por algo que había en una esquina del techo, casualmente en dirección contraria a Akame—, bueno… del Corazón Uzureño —sintió el latido del corazón en su sien—. No me siento especialmente orgulloso del primer número de la revista —añadió rápidamente, mientras se le erizaban los vellos de la mitad de su torso. Justo la mitad que daban a Akame—, pero sin duda avalan lo que digo. En ella manché la imagen de dos personas que hasta el momento tenían una reputación intachable, y limpié la de otra al que toda una generación le tenía por traidor… Un traidor a la amistad, me refiero —especificó, no fuese a ser el demonio y que Riko se ganase un problema por decir las palabras erróneas.
»Le confesaré mi secreto: para limpiar cualquier cosa, se necesita manchar otra a cambio. —Pura lógica—. En su caso, para limpiar su imagen antes se ha de manchar la de Gouna. Todavía no me he puesto al día, pero, y corríjame si me equivoco, imagino que usted se limitó a decir la verdad: que Gouna había sido la primera en traicionarle, atentando contra su vida; y que ella se había inventado esos rumores de que usted quería usar a los bijuu —suspiró, para luego negar con la cabeza lentamente—. Permítame decirle, señor Zoku-sama, que eso no es suficiente. Verá, el secreto de que la gente se creyese tan rápido que usted era un traidor cuando Gouna entró en escena, fue porque su imagen ya estaba manchada previamente. Era fácil de creer. Daba el pego. Ahora… imaginarse que una chica querida por el pueblo, hija de Shiona, para más inri, era en realidad una traidora… —resopló por la boca, provocando que los labios se le moviesen de arriba abajo—, cuesta. Cuesta mucho más. No, lo que debemos hacer es manchar también su imagen. No con lo obvio, no con la traición, sino con sus trapos sucios. Revolver entre los cajones de su vida y sacar toda la mierda fuera. ¿Qué estuvo haciendo Gouna todos esos años fuera? ¿Estaba realmente de misión, o había algo más que la entretenía? ¿Llevaba una vida doble? —preguntaba Datsue, con voz de reportero de la prensa rosa—. ¡Ahí es donde tenemos que atacar!
A medida que hablaba, Datsue se iba emocionando más y más. Aquellos eran los típicos problemas que a él le gustaban resolver. Allí se encontraba en su salsa.
—Después, por supuesto, nos queda limpiar su imagen. Le diré mi truco: necesita que empaticen con usted. Y para eso no basta con que le diga a sus jounnins que dejen de matar a posibles traidores sin orden previa. Es necesario, sí, pero no suficiente. Lo que necesita de verdad es… ganarse al pueblo —un brillo de entusiasmo iluminó su mirada, mientras cerraba la diestra en un puño y la alzaba frente a sí, imitando un corazón—. Desde el jounnin reputado hasta el ciudadano de a pie. Pero le diré algo, y quizá me esté extralimitando, pero quiero lo mejor para esta Aldea, así que se lo diré: el Zoku militar no se puede ganar al ciudadano de a pie. El Zoku frío y calculador no se los puede ganar. El Zoku inteligente y estratega tampoco —Datsue se tomó un segundo para que sus palabras calasen bien hondo, antes de darle la vuelta a la tortilla—. Ahora… ¿Y el Zoku niño? ¿Y el Zoku vulnerable? ¿Con temores? ¿Con sueños? Ah —le señaló con el dedo y asintió con ahínco, como si de pronto hubiese encontrado la clave—, ese quizá sí. Necesitan conocer su historia, señor. Su infancia. Sus éxitos, pero aún más importante: sus fracasos. Solo así logrará que empaticen con usted. No ya que le respeten, que eso ya lo tiene, sino que le quieran. Y así conquistará… —se llevó el puño al pecho—, el corazón de Uzu.
»Y nada mejor que una entrevista —hinchó el pecho y levantó la barbilla, como un pavo real pavoneándose—, con la persona adecuada para hacerle las preguntas correctas, para tal menester.
Sonrió, satisfecho. Luego pensó en todo lo que había dicho, y la sonrisa se le transformó en un tic tembloroso que no fue capaz de controlar.
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Zoku observó a Akame con suspicacia mientras le observaba, casi como si fuera capaz de leer a través de él. Pero finalmente, asintió.
—Supongo que las cosas se calmarán cuando lleve un tiempo en la aldea. O eso espero.
Entonces intervino Datsue.
Uzumaki Zoku no era una persona que soliese dejarse sorprender por las cosas, pero aquella intervención lo impresionó. Lo impresionó en muchísimos niveles, no necesariamente a bien. A medida que Datsue iba hablando, se iba emocionando más y más. Y los ojos de Zoku también se abrían más y más. También llegó a reír por lo bajo, sinceramente, en algún que otro punto.
Por eso Datsue se sorprendería más cuando el jounin le contestase, con un tono más que cortante:
—Basta, Datsue. Las relaciones políticas son mucho más que un juego de niños. —Se levantó y se cruzó de brazos—. A lo mejor desprestigiar a la gente en un panfleto del corazón te podrá servir con otras personas, pero dudo que hicieras algo que pudiera amargar el sabor de boca que Daigo, Shiona y en parte Gouna intentaron dejar en esta villa.
»Está claro que tengo detractores. Lo que tengo que hacer es ganarme a la gente hablando con ellos, en calma. Como hice con vosotros. Mi actitud puede que sonara beligerante en un discurso en tiempos de paz, pero ahora que los ciudadanos temen ser los débiles en un juego de tres, puede que no sea muy difícil que acaben haciendo una piña e incluso aquellos que están en mi contra se vuelvan a mi favor.
»Evidentemente, me tengo que cubrir las espaldas. Si alguien descubre nuestro secreto, tendré que silenciarlos. Pero ese es el trabajo de un ninja.
Zoku se dirigió a las cristaleras, contempló la villa un instante y dejó escapar un corto suspiro.
—Todavía queda un poco para la noche —insistió—. Salid por ahí, visitad a vuestros seres queridos, haced lo que queráis. Ya sabéis cuáles son vuestras órdenes, soldados.
Si queréis, podéis rolear cualquier cosa y terminar poniendo que venís por la noche a dormir.
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—Oh, por el amor de Susano'o... —masculló Akame, tapándose media cara con la mano diestra en gesto de resignación, cuando su compañero empezó a hacer propaganda de aquella infame revista suya sin ningún tipo de tapujo.
La expresión molesta de Akame no mudó a otra más alegre y divertida hasta que Zoku cortó por lo sano el monólogo de su compañero Uchiha, e incluso calificó sus ideas de "niñerías". El mayor de los dos gennin tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no romperse a carcajadas en ese mismo momento; al fin y al cabo, estaba delante de su Kage.
Tras una muestra te templanza y buen juicio por parte del Uzumaki, éste los mandó a darse otra vuelta. «Parece casi incómodo con nuestra presencia...»
Apenas después de salir de la habitación el Uchiha cayó en la cuenta de que todavía no tenía sus pertenencias. Su siguiente objetivo aquel día sería, por consiguiente, recuperarlas. Y así lo hizo. Un rato después saldría de la residencia de Zoku, saludando cortesmente a los chuunin de la puerta, camino a su propia casa. Llevaba varios días con la misma ropa y estaba deseando darse una buena ducha, tumbarse en la cama y pensar en lo sucedido... En que ahora era un medio jinchuuriki.
—
Al caer la noche, la figura delgaducha pero curtida de Uchiha Akame se dibujaría en el contorno de las farolas de la residencia. Vestía con una camisa de mangas largas y cuello alto de color azul claro, pantalones largos de tono blanco y ajustados en los tobillos a sus ceñidas botas ninja —negras, claro—. Llevaba en su cinturón de cuero negro el portaobjetos, la bandana en la frente y su fiel ninjato a la espalda.
Parecía que fuese allí a cumplir algún tipo de peligrosa misión en vez de a dormir. Y es que, según lo que sabía, a partir de ese momento conciliar el sueño podía bien parecerse más a lo primero que a lo segundo.
—Buenas noches... Eh... —saludó a los chuunin de la entrada, pero entonces se dio cuenta de que no sabía sus nombres.
Cuando Uchiha Datsue se dio cuenta de lo que había soltado por la boca, y en la manera en que lo había soltado, creyó que el chaparrón que le caería iba a ser mucho peor. Un aguacero de tal calibre que hasta en Amegakure hubiese sido inaudito. En su lugar, sin embargo, un simple orvallo. Un simple “basta”, que le hizo cuadrarse y agachar la cabeza, pero que no inundó su corazón de puro terror.
Por tanto, además del respeto y el miedo, quedó en él hueco para otras emociones. Emociones como la decepción. Se sentía decepcionado, y en parte frustrado, por no haber podido convencer al Uzukage. Porque sabía que, sin lugar a dudas, aquella hubiese sido la mayor exclusiva de todos los tiempos.
A cualquier otra persona le hubiese insistido. Le hubiese dado la vuelta a sus palabras. Le hubiese rebatido. A Zoku, sin embargo…
—Sí, señor —realizó una reverencia, y siguió a Akame hasta la salida.
Allí se separaron. Zoku había ordenado ir a visitar a los seres queridos, y como Akame era un profesional que seguía las órdenes a rajatabla, cumplió con su deber… yendo a por sus armas. Los Dioses sabían muy bien que no había cosa que el Uchiha amase más que sus katanas, kunais, y demás objetos armamentísticos. Datsue daba fe de ello, pues había comprobado de primera mano como el Uchiha las cuidaba mejor que una madre a su hijo recién nacido. Cada noche, antes de acostarse, afilaba cada filo con esmero. Pulía el acero; lo impregnaba de un aceite antioxidante; quitaba el escaso polvo que se acumulaba durante el día en las bombas… ¡hasta juraría que susurraba a su katana por la noche, cuando creía que nadie le oía!
Resopló, y sacudió la cabeza, mientras ponía rumbo al Jardín de los Cerezos. Él no tenía ningún ser querido al que visitar, ni nada tenía en casa que mereciese la pena recoger. Solo sabía que aquel podría ser su último día en el país de los vivos —por mucho que Zoku hubiese querido quitarle hierro al asunto asegurando que lo peor ya había pasado—, ¿y qué hacía un shinobi de bien en su último día?
—Perdonad, chicas. ¿Puedo interrumpiros un segundo? —El Uchiha se aproximó a dos chicas sentadas sobre una manta bajo la sombra de un cerezo—. Es cuestión de estado. Una misión, vaya. He de hacer una encuesta a varias chicas. Será rapidito, os lo juro —Cuando la intriga se reflejó en la mirada de ambas muchachas, transformándose luego en preguntas, el Uchiha se limitó a sonreír. Había dado un paso en la dirección correcta, y la primera impresión era fundamental—. Oh, pues… Es sobre gustos. Sobre amor, concretamente.
»Bien, empecemos. Decidme, ¿qué es lo primero en lo que…?
• • •
—Ey —Aquel simple monosílabo que Akame oyó a sus espaldas le evidenciaron que Datsue no se encontraba de buen humor. Cuando se dio la vuelta para mirarlo, pudo comprobarlo también con la vista.
Estaba con cara triste, como deprimido, y se rascaba la nuca con nerviosismo, cambiando el peso del cuerpo de una pierna a otra. No era difícil imaginarse lo que estaba rondándole por la cabeza: el Shukkaku, y su poder para apoderarse de los sueños de sus carceleros. De vestimenta, por otra parte, seguía igual: una camiseta blanca de mangas enrolladas, y un pantalón corto y holgado. Eso sí, sobre uno de sus antebrazos tenía algo nuevo. Algo escrito a tinta. Parecía… una dirección.
—Ha llegado la hora de dormir, ¿eh? —«Quizá para toda la eternidad…»
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Akame se dio cuenta de que no sabía los nombres de los chunin de la entrada, pero pronto se dio cuenta, también de que tampoco se trataba de los mismos guardias que habían estado allí por la mañana. Incluso en el mundo ninja, lleno de crueldades, los shinobi se tomaban muy en serio los turnos rotativos, al parecer.
—Buenas noches, Akame-san. ¿Ha venido Datsue-san contigo? —preguntó uno de ellos, regordte y con aspecto amistoso.
—Sennochi-kun, mira. Allí viene. —Su compañero, un muchacho no mucho más mayor que Akame, señaló hacia la derecha. Por allá se acercaba Datsue, efectivamente.
—Pasad, por favor. Zoku-sama ya os está esperando.
Los chunin les dieron paso. Volvieron a subir las escaleras. Cuando estaban a punto de abrir la puerta de Zoku, escucharon en lo más profundo de sí una risa, una risa aguda y chillona que les puso los pelos de punta.
—Oh, vamos. Lo estoy deseando...
Zoku, al otro lado de la puerta, les abrió.
—¿Y esa cara de susto? —preguntó—. Vamos, pasad. —Les apremió.
Sus camas ya estaban preparadas. Zoku había trasladado uno de los sillones del salón frente a ellas, supusieron que para estar más cómodo.
—Es hora de dormir. Tumbáos en la cama y cerrad los ojos.
Era, quizás, la orden más rara que les habían dado nunca.
Cuando la cumplieron, Zoku realizó unos sellos manuales y pronunció, alto y claro:
—Nehan Shōja no Jutsu.
Unos segundos después, los Uchiha estaban durmiendo.
· · ·
Se encontraban tumbados en el suelo, en una gran sala cuadrada. Estaban tumbados sobre el agua, pero apenas cubría tres dedos. Más abajo había arena, como la de una playa... o la de un desierto. Allá, con el runrún del agua y las goteras que de vez en cuando dejaban caer alguna gota perdida desde el techo, casi se podría decir que se estaba perfectamente relajado.
Hasta que, por supuesto, escucharon de nuevo la risa. Y esta vez, hizo que tuvieran que taparse los oídos.
Cuando acabó, escucharon la voz.
—¡JAAAÁ! Me atrapó como una rata, y os atrapó a vosotros como a unas ratas —dijo—. ¿No consideráis humillante lo que os ha hecho? Un honor, pfffft. ¡Os ha atado a él! O eso cree.
Si alzaban la mirada, lo verían: aquél gigantesco tanuki atado en la pared como si fuera un simple trofeo de caza. Tenía las manos, los pies y la gigantesca cola atadas por múltiples anillas metálicas a la pared.
—Cree que tiene que tener un bijuu o las demás aldeas serán más fuertes que él. Confía en la fuerza de alguien como yo —que, desde luego, es TREMENDAMENTE poderoso, ahí le doy la razón—, porque no confía en su propia fuerza. ¡JAAAAAÁ!
»En el fondo, es un cobarde. Un puto cobarde con complejos que sólo quiere forzar a los demás a obedecerle, en lugar de ganarse su afecto y su respeto como un buen líder.
Otra risa desternillante.
—Y va y me ata aquí. ¡Y os ata con un Fuuinjutsu de pacotilla, primitivo, vomitivo! No se le ocurre otra cosa que intentar ataros con un Fuuinjutsu a VOSOTROS, que sois MIS JINCHUURIKI, ¡JAAAAAAÁ!.
»Lo sabéis, ¿verdad? ¿Sabéis que os puede estar mintiendo, no? Con todo ese plan elaborado, ¿cómo es que un tío así no sería capaz de haberos mentido desde el principio? ¿Tan mala persona parecía Gouna?
»¡AKAME! ¿Tan pronto has olvidado a Shiona? Te ha costado muy poco traicionar a la memoria de Haskoz-kun, ¿eh? —se cebó.
»¡DATSUE! ¿Cuándo has pedido tú esto? ¿Cómo has podido permitirlo, por otra parte? Eras la persona más libre de Oonindo, y ahora... Estás esclavizado. Atado. Él es ahora tu dueño.
Rio.
—Pero os diré una cosa... Os diré una cosa. Esto no tiene por qué ser así, ¿sabéis? —dijo—. Os puedo dar poder. ¿Sabéis eso? El poder que tanto ama Zoku. Y que tanto teme.
»Porque, ¿sabéis qué? Ese sello os lo ha puesto porque os tiene miedo. ¿Qué es lo bueno para Uzushiogakure? ¡¡JAAAAÁ!! Menuda cláusula trampa. ¿Lo bueno, según él? ¿Según vosotros? No lo ha especificado. Os quiere con miedo a cagarla. A cada paso. ¿Lo bueno para Uzushiogakure era matar a Gouna y romper la paz que se había sembrado en Oonindo durante más de cien años?
»¡¡JAAAAAAAÁ!!
Les clavó una larga mirada.
—La cuestión es, que yo puedo romper ese sello —sentenció—. Zoku no es más que un novato para mí. Lo puedo romper. Lo puedo destruir. Y puedo destruirlo a él. Volveríais a ser libres.
»Lo podemos hacer aquí y ahora.
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23/09/2017, 13:11 (Última modificación: 23/09/2017, 13:28 por Uchiha Akame.)
Ni en sus peores pesadillas Akame se hubiese imaginado lo que estaba a punto de ocurrir cuando se tumbó sobre la cama. Ya la propia disposición de la habitación le daba escalofríos, pero cuando se dejó caer sobre el lecho —después de quitarse todo su equipamiento, que dejó descansando a los pies del mismo— y fue consciente de lo que estaba a punto de ocurrir...
—
Le despertó el sonido del agua moviéndose a su alrededor. Notó el frío toque del suelo, suave y esponjoso como la arena de las playas de Uzu no Kuni y al momento le invadió una gran paz... Hasta que oyó aquella risa. Más que una carcajada, parecía un quejido estridente y enloquecido de alguien que pretendía volverlos majaras a ellos mismos. No estaba tan lejos de la realidad.
Se levantó de un salto, y entonces lo vio. Allí, encadenado a la pared, el gigantesco Ichibi les dedicaba una mirada divertida; casi sádica. Los ojos de Akame se deslizaron hasta los gruesos grilletes que le mantenían preso y supuso que si estaban ahí era porque el sellado de Zoku había salido bien. Se tomó unos momentos para agradecer a todos y cada uno de los dioses que conocía por aquel éxito —si es que podía llamarse así—.
El Uchiha caminó un paso adelante, decidido al principio, aterrado después. Apenas aquel gigantesco tanuki empezó a hablar, Akame notó cómo la voz se permeaba hasta lo más profundo de su ser. Parecía estar hablándole, no sólo desde enfrente suya, sino desde dentro de su propia cabeza. «¿Tal vez es ahí donde estamos? ¿En algún rincón oscuro y olvidado de nuestra mente?»
El bijuu lanzó una palabra envenenada tras otra, pretendiendo convencerles de que debían liberarle a cambio de la promesa de un gran poder. Sin embargo, Akame estaba demasiado aterrorizado como para que aquellas fantasías le resultasen atractivas; lo único que quería, que deseaba más que nada en el mundo, era despertar sano y salvo la mañana siguiente.
Cuando el Ichibi mencionó a Shiona y Haskoz, el Uchiha agachó la cabeza. Una parte de él no pudo evitar pensar que tenía razón, que había traicionado a la memoria de su Kage y de su único amigo. Pese a todo, logró encontrar un resquicio de voluntad para preguntar.
—P... Pero... Si tu Fuuinjutsu es tan poderoso como dices, y el de Zoku tan pobre... ¿Cómo es que no puedes liberarte por ti mismo?
El Uchiha hizo caso a Zoku y se recostó sobre la cama, todavía pálido como la cera por el susto que se había llevado. ¿Qué había sido aquella… risa? Cuando la oyó, se había girado a ambos lados en busca del responsable, pero a nadie había hallado. De hecho, en realidad la risa —que cada vez le resultaba más familiar— parecía haber sonado dentro de su cabeza.
Inquieto, se acomodó sobre el colchón, con la almohada algo más grande de lo que le gustaría. Cerró los ojos, obedeciendo las órdenes, pero mucho se temía que no iba a poder cumplir la petición de dormirse. No con aquella luz. No con aquellos nervios. No con…
—Nehan Shōja no Jutsu.
Le hubiese gustado decir que se trasladó al mundo onírico respaldado por Baku, libre de pesadillas y malos sueños. Pero eso hubiese sido la mentira más gorda que había contado en su vida. Y eso que Uchiha Datsue había contado muchas.
· · ·
Se sentía en calma, en paz, como si de pronto hubiese descubierto que todos sus problemas eran nimiedades y supiese que todo iba a salir bien. Que todo se iba a resolver. El agua le envolvía como el abrazo de una madre, cálido y suave. El suelo, compuesto de arena, se adaptaba a las líneas de su cuerpo. Era como si… Como si estuviese en casa, en el Río del Árbol Sagrado. En la Ribera del Norte, concretamente, a la orilla del río mientras se echaba una siesta. Aquel era su lugar favorito para huir de los tormentos que le afligían. Para refugiarse. Para olvidarse de todo. Allí estaba a salvo. Allí…
Pero no, claro que no estaba a salvo. Porque aquella no era la Ribera del Norte, ni la risa estridente que le despertó pertenecía a su socia, como acostumbraba a ser en el pasado. No, aquella carcajada era mucho más gutural. Más estridente. Más cínica y cruel. Era la risa de…
—Ichibi… —Casi se le para el corazón al verlo.
Un enorme tanuki, que les observaba desde lo alto con los mismos ojos de un perro con la rabia, y cuyas fauces semejaban a un cepo, una trampa mortal para atrapar vidas… cualquier vida.
Datsue se vio dominado por un miedo visceral y primitivo. Un miedo que le encogió el corazón hasta reducirlo al tamaño de una canica, y que le hizo temblar de cabeza a los pies. El Ichibi hablaba, pero el solo hecho de mantenerse en pie ya le costaba una barbaridad, como para aún por encima concentrarse en entender lo que decía. Pero lo fue procesando poco a poco, muy lentamente, hasta que el Ichibi dijo algo que logró despertar su cerebro: su libertad. O la falta de ella, más bien, por culpa de Zoku.
Y el Ichibi les prometió oro. Les ofreció la posibilidad de liberarse. Una oferta de lo más tentadora, sino fuera porque Datsue estaba demasiado asustado como para siquiera interesarse en cualquier cosa que no fuese su seguridad. Agradeció mentalmente que Akame tomase la batuta de la conversación en aquella ocasión, pese a que sus palabras fuesen… demasiado provocadoras para su gusto.
Pero su compañero tenía razón. Los ojos de Datsue recorrieron las anillas metálicas que apresaban al monstruo contra la pared, y por un segundo se permitió respirar. Parecían seguras y firmes. Inamovibles. Tenían que rezar para que siguiesen así.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
El Shukaku sintió que aquellas palabras entraban a él como cuchillas penetrando su aparente inmortalidad. Bajó la mirada y la clavó fijamente en aquél crío insolente. Ya no había risa, sólo silencio. Un silencio tan denso y tan terrorífico como lo había sido su estridente voz.
—Han tenido que separarme en dos mitades para que no pueda salir por mí mismo —dijo—. Han reducido mi poder a una miseria. Me han atado y me han encarcelado.
»...eso es precisamente lo que nos une.
El tanuki levantó la mirada, clavándola en el techo de la sala.
—Os ha silenciado para siempre con ese sello en la lengua y os ha atado la voluntad con ese sello del brazo. Esos son vuestros grilletes. ¿Podéis decir pues que sois libres?
El Ichibi miró hacia un lado y a otro, señalando con el morro los dos aros gigantes que se clavaban en la pared.
—Estamos en la misma situación, sí. Y digamos que, yo podría romper vuestros grilletes, pero no los míos. ¿Lo váis entendiendo?
»Pero vosotros podríais romper los míos. Y yo, digamos que yo... Podría romper los vuestros. Quitarlos esos sellos, ¿eh? Esos feos sellos que os atarán a Zoku para siempre. A ese mentiroso.
»¿De verdad os habéis creído que no conspiró para matar a Shiona desde un primer momento, "todo por el bien de Uzushiogakure", chicos? El ser humano es ruin y despiadado. Pensad en la sensación que os da este hombre cuando os habla. Como si fuerais... Su mascota.
Bramó, henchido de ira.
—Así es como me sentí yo cuando las Antiguas Aldeas me utilizaron para sus guerrillas. ¡Así es como me siento de nuevo, manejado como una marioneta! Y así es como sois vosotros ahora. Y toda la aldea, que se está resistiendo a creer la mentira de Zoku. Sí...
»Es el traidor que decían que era.
»¿Sabéis? Ni siquiera quiero que me quitéis los grilletes todavía. De momento me conformo con acabar de hacer lo que intenté hacer cuando me selló dentro de su hijo...
»Dejadme salir un momento, sólo un momento... Lo destriparé...
»Lo destriparé, me bañaré en su sangre y en sus tripas a través de vuestro cuerpo. La aldea no saldrá dañada. Es un traidor, es un traidor. ¡Es un traidor! Y luego, luego... Os liberaré de los dos sellados.
»Es por el bien de Uzushiogakure.
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La mirada de Datsue era como un mensaje escrito en mayúsculas, en amarillo fosforito y brillando de forma intermitente en un letrero de neón sobre su cabeza.
«LA HAS CAGADO»
El Uchiha se quedó más pálido de lo que todavía estaba, con los ojos muy abiertos y una gota fría de sudor cayendo por su frente. Akame nunca había sido muy habilidoso a la hora de conversar, y ni siquiera el hecho de que estaba hablando con un titán, un monstruoso ser cuasi divino consiguió afilar su ingenio en esa dirección. «Ya está, aquí termina mi historia...»
Pero no ocurrió nada. Nada, al menos, en ese momento. Luego el Ichibi empezó a hablar otra vez, pero la risa y la burla en su voz se vió sustituida por algo mucho más aterrador; una malicia siseante y venenosa como una serpiente de cascabel. Empezó a intentar convencerles de que Zoku les había traicionado, de que era aquel villano que toda la Aldea había dicho que era. Les pidió que le dejasen salir para ajustar las cuentas con el Uzukage; sólo con el Uzukage, claro. A cada palabra que pronunciaba aquel monstruoso ser, Akame se encogía un poco más de puro terror. Temblaba de arriba a abajo y tenía un nudo en el estómago que le daba unas tremendas ganas de vomitar.
—No... —fue capaz de murmurar, casi de forma ininteligible.