14/10/2017, 20:19
Dicen que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. Datsue no era muy fan de aquellas frases sentimentales, pero en aquel momento no podía estar más de acuerdo. Incluso iba más allá, retorciendo la expresión un poco más: uno puede ser feliz con lo que tiene hasta que le regalan algo más… y se lo quitan. Entonces, aunque anteriormente era feliz con lo que tenía, ya le sabe a poco.
Había viajado al Valle de los Dojos acompañado de Uchiha Akame. Habían compartido velero, risas, confidencias, bromas… Lo había llegado a considerar como un colega. No tanto como un amigo —pues aquella era una palabra que, según su opinión, se infravaloraba demasiado—, pero tampoco tan poco como un simple compañero. Ahora, sin embargo, mientras era transportado por el carromato de vuelta a la Villa, le echaba en falta. Echaba en falta su ceño fruncido cuando le contaba algo poco ético. Echaba en falta su voz rasposa y grave cuando iba más allá y le contaba algo nada honorable que había hecho. Echaba en falta su presencia… Echaba en falta que alguien, quien fuese, estuviese a su lado en aquel carromato.
Pero no, claro que no había nadie en el carromato, porque la había cagado. Una cagada en forma de revista, que le había puesto en contra de los compañeros que habían descubierto la verdad. Por eso iba solo, y solo estaría por días, hasta que llegase de una maldita vez a la Villa.
Había, sin embargo, algo más malo: el hecho de saber que su moral no mejoraría en Uzu. Porque le habían dado a probar el fruto prohibido, le habían puesto la miel en los labios, para acto seguido arrebatársela. La culpable de todo era Aiko. Tan indómita como tan solo ella podía serlo. Tan impredecible, tan orgullosa, tan odiosa… Tan guapa. Habían quedado de verse, pero ella jamás acudió a la cita. El Uchiha habría podido localizarla, claro, pues había puesto en ella un Sello de Rastreo. Pero su orgullo y su amor propio, ese par de cosas del que tanto se reía cuando alguien parecía hacer gala de ello, le habían dominado por completo.
Ahora le parecía una estupidez no haber ido a buscarla. Una estupidez tan grande que creyó que tendría la espinita clavada por el resto de sus días… o hasta que le echase un par y fuese en su búsqueda.
Suspiró.
Lo peor no era aquello. Lo peor no era el enfado de Akame. Ni la traición de Chokichi. Ni el lío que se montaría si la revista salía a la luz en la Villa. Ni siquiera Aiko. No, lo peor era…
… que regresaba con los bolsillos tan vacíos como había ido. Ni porras, ni revistas, ni ningún otro negocio de dudosa legalidad habían resultado. Sus esperanzas de volverse rico habían quedado sepultadas, como tantas otras veces, bajo la cruda e inclemente realidad.
Escupió un esputo a través de la ventana, y entonces tomó el shamisen. Aquel día, estaba triste y melancólico: el estado ideal para componer una nueva canción.
—Puta vida... —empezó, y dejó que la imaginación volase e hiciese el resto.
Había viajado al Valle de los Dojos acompañado de Uchiha Akame. Habían compartido velero, risas, confidencias, bromas… Lo había llegado a considerar como un colega. No tanto como un amigo —pues aquella era una palabra que, según su opinión, se infravaloraba demasiado—, pero tampoco tan poco como un simple compañero. Ahora, sin embargo, mientras era transportado por el carromato de vuelta a la Villa, le echaba en falta. Echaba en falta su ceño fruncido cuando le contaba algo poco ético. Echaba en falta su voz rasposa y grave cuando iba más allá y le contaba algo nada honorable que había hecho. Echaba en falta su presencia… Echaba en falta que alguien, quien fuese, estuviese a su lado en aquel carromato.
Pero no, claro que no había nadie en el carromato, porque la había cagado. Una cagada en forma de revista, que le había puesto en contra de los compañeros que habían descubierto la verdad. Por eso iba solo, y solo estaría por días, hasta que llegase de una maldita vez a la Villa.
Había, sin embargo, algo más malo: el hecho de saber que su moral no mejoraría en Uzu. Porque le habían dado a probar el fruto prohibido, le habían puesto la miel en los labios, para acto seguido arrebatársela. La culpable de todo era Aiko. Tan indómita como tan solo ella podía serlo. Tan impredecible, tan orgullosa, tan odiosa… Tan guapa. Habían quedado de verse, pero ella jamás acudió a la cita. El Uchiha habría podido localizarla, claro, pues había puesto en ella un Sello de Rastreo. Pero su orgullo y su amor propio, ese par de cosas del que tanto se reía cuando alguien parecía hacer gala de ello, le habían dominado por completo.
Ahora le parecía una estupidez no haber ido a buscarla. Una estupidez tan grande que creyó que tendría la espinita clavada por el resto de sus días… o hasta que le echase un par y fuese en su búsqueda.
Suspiró.
Lo peor no era aquello. Lo peor no era el enfado de Akame. Ni la traición de Chokichi. Ni el lío que se montaría si la revista salía a la luz en la Villa. Ni siquiera Aiko. No, lo peor era…
… que regresaba con los bolsillos tan vacíos como había ido. Ni porras, ni revistas, ni ningún otro negocio de dudosa legalidad habían resultado. Sus esperanzas de volverse rico habían quedado sepultadas, como tantas otras veces, bajo la cruda e inclemente realidad.
Escupió un esputo a través de la ventana, y entonces tomó el shamisen. Aquel día, estaba triste y melancólico: el estado ideal para componer una nueva canción.
—Puta vida... —empezó, y dejó que la imaginación volase e hiciese el resto.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado